domingo, 21 de enero de 2007

No analices, muchacho


Leyendo hoy El Mundo, no he podido evitar acordarme de una poesía que un amigo mío siempre repite y cuyo autor desconozco:

Si quieres ser feliz,
como me dices,
no analices, muchacho,
no analices.

Publica hoy El Mundo, en un artículo de Casimiro García Abadillo y Manuel Marraco, las declaraciones de Sánchez-Manzano ante el juez Del Olmo. Son varios los hechos que quedan al descubierto:

1-Sánchez-Manzano no envió las muestras recogidas en los trenes a la Policía Científica, como era su obligación.

2-Los análisis de los focos de explosión se hicieron en la Unidad dirigida por Sánchez-Manzano, que carecía de laboratorio propiamente dicho, según reconoce éste.

3-Sánchez-Manzano declaró al juez Del Olmo que los medios disponibles en su unidad sólo permitían detectar "componentes genéricos" de dinamita, sin poder especificar cuáles.

4-Sánchez-Manzano declaró al juez que no es experto en explosivos.

5-Sánchez-Manzano declaró que la mención a la nitroglicerina en la Comisión de Investigación fue "un error" debido a su no experiencia en explosivos.

Las consecuencias de esos hechos son demoledoras:

1-No hay un solo dato que permita afirmar que en los trenes estalló Goma2-ECO. Por tanto, no hay un solo dato objetivo que vincule con los trenes de la muerte a la mochila de Vallecas o a la trama asturiana.

2-El juez Del Olmo no le preguntó a Sánchez-Manzano por qué no se habían enviado las muestras a la Policía Científica. Dada la carencia de medios en la Unidad de Tedax dirigida por Sánchez-Manzano, el no envío de las muestras a la Policía Científica sólo pudo deberse a una decisión deliberada de ocultar lo que había aparecido en los focos de explosión de los trenes. El hecho de que esos análisis hubieran correspondido (en caso de enviarse las muestras a la Policía Científica) al equipo dirigido por el perito Escribano quizá explique por qué no se quisieron enviar las muestras a la Policía Científica.

3-Hay que recordar, a este respecto, que Sánchez-Manzano llegó el 11 de marzo con las muestras de los trenes al complejo policial de Canillas a eso de las 12 de la mañana, así que la decisión de ocultar esas muestras se tomó con una extraordinaria rapidez (menos de cinco horas después de las explosiones).

4-El único informe existente sobre los focos de explosión de los trenes (en el que se habla de "componentes genéricos de dinamita") es jurídicamente inválido, puesto que está firmado por un único perito (la jefa de análisis de los Tedax) y fue hecho en un laboratorio que no es tal (según declara el propio Sánchez-Manzano). La jurisprudencia señala que el único caso en que es válido un informe pericial firmado por un solo perito es cuando quien hace las pruebas es un laboratorio homologado.

5-El juez Del Olmo no solicitó (que sepamos) que se realicen contra-análisis. Lo normal es que no se hayan consumido todas las muestras recogidas en los trenes, así que podrían solicitarse nuevos análisis. Pero, aunque se hubieran consumido todas las muestras, la técnica utilizada por los Tedax (cromatografía de capa fina) es normalmente no destructiva, así que las muestras deberían estar disponibles para la realización de contra-análisis.

6-Por otro lado, la cromatografía de capa fina sí que permite separar los componentes de los explosivos, en contra de lo declarado por Sánchez-Manzano. Incluso aunque se admitiera que dicha técnica no permite diferenciar entre componentes similares (por ejemplo, la nitroglicerina y el nitroglicol), no existe ninguna duda de que permite diferenciar entre componentes como la nitroglicerina y los toluenos, lo que permitiría arrojar luz sobre el tipo de dinamita empleado (si es que había dinamita en los focos de explosión). ¿Aparecieron dinitrotoluenos en los análisis? Porque, si aparecieron, entonces una posibilidad sería que se hubiera utilizado dinamita Titadyne.

7-Finalmente, si admitimos como verdadero lo declarado por Sánchez-Manzano (que sólo se puede detectar con las técnicas utilizadas la presencia de componentes genéricos de dinamita), entonces debemos concluir que ni siquiera existe evidencia de que en los trenes se usara dinamita. Por ejemplo, si en lugar de dinamita se hubiera empleado en los trenes nitroglicerina mezclada con RDX (el explosivo militar usado por ETA en Barajas), podrían quedar en los focos de explosión restos de nitroglicerina, que aparecerían en los análisis, según Sánchez-Manzano, como "componentes genéricos de dinamita".

Resumen en forma de pregunta: ¿quién puede tener la frialdad suficiente como para decidir, menos de cinco horas después de las explosiones, y cuando aún se estaban contando los cadáveres, que había que ocultar las muestras recogidas en los focos de explosión de los trenes y hacer aparecer, en su lugar, Goma2-ECO en la furgoneta de Alcalá y en la mochila de Vallecas?

Algunas piezas blancas están en posición comprometida. El no analizar no siempre trae consigo la felicidad, en contra de lo que sostiene la poesía que citaba al principio.

Luís del Pino
Libertad Digital, 21-01-2007

El secreto inconfesable de Manzano que ocultaba del Olmo

Resulta totalmente inaudito que, a punto de cumplirse el tercer aniversario de la masacre del 11-M, nos enteremos hoy de que no existe -porque no se hizo- ningún análisis con valor «científico» de los restos de los explosivos que estallaron en los trenes. Según revela EL MUNDO, así lo declaró ante el juez el comisario Jesús Sánchez Manzano, que reconoció que los análisis entregados al juzgado tenían «un carácter investigativo, no científico» porque habían sido realizados en el laboratorio de los Tedax, dotado de muy escasos medios.

Ello constituye, sin duda, un gran escándalo pero hay otro escándalo dentro del escándalo: que sea una vez más este periódico quien haya tenido que descubrir este secreto inconfesable, tan extraordinariamente relevante para la investigación judicial.

Según la narración efectuada por Sánchez Manzano ante el juez Del Olmo en julio pasado, el único examen de los focos de los explosivos lo realizó en la mañana del 11-M una funcionaria que no pudo determinar su composición «ni cuantitativa ni cualitativa» porque carecía de medios. A pesar de la importancia del asunto, no se hizo ningún informe por escrito hasta el 26 de marzo. Y el informe no se remitió al juez hasta que éste lo solicitó un mes después. Iba firmado por la funcionaria y por Sánchez Manzano, que no es técnico, incumpliendo los requisitos que fija la ley de Enjuiciamiento -que exige la firma de dos expertos- para que un informe pericial sea válido.

La principal prueba incriminatoria contra el comando de Leganés en el 11-M reside en que las Fuerzas de Seguridad hallaron en el piso restos de Goma 2 Eco, el explosivo que, según consta en el sumario, se utilizó para volar los trenes. Pero ahora resulta que no hay análisis científico ni documento alguno que pruebe que el explosivo de los trenes era Goma 2 Eco.

En el informe remitido al juez se dice que se hallaron «componentes genéricos de la dinamita» en los focos de los trenes, pero no se determinan qué componentes y en qué proporción. Y ahora Sánchez Manzano, tras sus contradicciones en el Congreso, reconoce que el análisis no fue «científico».

Ningún tribunal serio puede aceptar en estas condiciones como probable la hipótesis policial sobre la Goma 2 Eco. Y ello nos conduce a la pregunta esencial, que Del Olmo no planteó a Sánchez Manzano y que formularía cualquier persona con sentido común: ¿por qué no se enviaron las muestras obtenidas el 11-M por los Tedax al laboratorio de la Policía Científica, que posee todos los medios para efectuar esos análisis?

No hay respuesta, como tampoco la hay al hecho de que el juez Del Olmo aceptara como válido un informe policial tan endeble como el del 26 de marzo y haya mantenido en secreto la declaración de Sánchez Manzano en una pieza separada que se ha negado a incorporar al sumario.

No hay la menor duda de que la actuación profesional de Sánchez Manzano, destituido de su cargo en diciembre, oscila entre la incompetencia extrema y la conspiración para obstruir la acción de la Justicia. Merecería una investigación interna y una dura sanción por su como minimo flagrante incapacidad.

Queda además patente la grave negligencia en la investigación del juez Del Olmo, que ha ocultado las declaraciones de Sánchez Manzano en un intento de autoprotegerse y tapar su propia ineptitud. Su actuación no sólo merecería una seria investigación disciplinaria o penal, sino que además pone en evidencia la desastrosa instrucción del mayor atentado de la Historia de España. ¿Seguirá diciendo ahora la prensa gubernamental que todo está muy claro y que EL MUNDO siembra dudas sin fundamento?

Editorial de El Mundo, 21-01-2007

Manzano admite que no se hizo ningún análisis 'científico' del explosivo del 11-M

La declaración del ex jefe de los Tedax, que aportó las pruebas clave para sostener la versión oficial de los hechos, no se había hecho pública y no está incorporada al sumario del 11-M.

Los análisis que hizo la Unidad de Desactivación de Explosivos el día 11 de marzo sobre las sustancias halladas en los focos de las explosiones de los trenes tenían «un carácter investigativo, no científico». Esa es una de las sorprendentes afirmaciones que realizó el ex comisario jefe de los Tedax, Juan Jesús Sánchez Manzano, en su declaración ante el juez Del Olmo el 17 de julio de 2006.

El titular del Juzgado de Instrucción número 6 de la Audiencia Nacional llamó a declarar a Sánchez Manzano tras desvelar EL MUNDO la contradicción existente entre sus manifestaciones ante la Comisión de Investigación del 11-M, en las que afirmó que en los análisis se había detectado nitroglicerina, y el hecho de que dicha sustancia no sea uno de los componentes de la Goma 2 ECO, que, según el informe de los Tedax, fue el explosivo que usaron los terroristas en el atentado que costó la vida a 191 personas.

Hasta ahora, dicha declaración no había trascendido, ya que el juez Del Olmo ha puesto todas las trabas posibles para que no viera la luz. Las manifestaciones de Sánchez Manzano no han sido incorporadas al sumario del 11-M, sino que forman parte de las diligencias previas 147/2006 que se incluyen en una pieza separada sobre el explosivo utilizado el 11-M, abierta tras cerrarse el sumario.

Editorial en

A pesar de la insistencia de las partes personadas en el caso e, incluso, de la fiscal Olga Sánchez, Del Olmo se ha opuesto a incorporar dichas actuaciones al sumario del 11-M.

El que fuera comisario jefe de los Tedax fue destituido de su cargo a mediados del pasado mes de diciembre, aunque su posición era insostenible desde que EL MUNDO publicó las contradicciones en las que había incurrido.

Todos los sindicatos policiales pidieron su dimisión ya en el verano de 2006. Sin embargo, el Ministerio del Interior esperó infructuosamente hasta el mes de diciembre con el fin de encontrar un sustituto para un puesto clave en la Policía. El desgaste era tal, que el comisario general de Información, Miguel Valverde, forzó su destitución aún sin tener listo su relevo.

El testimonio de Sánchez Manzano ante Del Olmo pone de relieve, cuando menos, una injustificable falta de diligencia a la hora de gestionar la investigación de una de las pruebas más determinantes para determinar la autoría final del atentado.

Tras su sorprendente declaración sobre el «carácter investigativo» (se supone que los informes periciales que se remiten al juez deben tener un carácter científico), Sánchez Manzano confesó ante el juez que su Unidad «no puede dar la composición del explosivo, ni cuantitativamente, ni cualitativamente». Y añadió otro valioso dato sobre el laboratorio con el que cuentan los Tedax para hacer sus análisis sobre explosivos: «Realmente, no se trata de un laboratorio, sino de un grupo de investigación dentro de una unidad central con los medios elementales para conocer el tipo de explosivo, que es su única finalidad».

Es decir, que Sánchez Manzano reconoció explícitamente ante Del Olmo que el laboratorio de los Tedax no tiene capacidad técnica suficiente como para hacer los análisis que requerían las sustancias halladas en los focos de los trenes.

Para resumir, Sánchez Manzano afirma que lo único que se podía decir, con dichos medios, es que «el explosivo era dinamita, pero no discernir el tipo de dinamita». Lo cual es fundamental, porque tan dinamita es la Goma 2 Eco como el Titadyn.

El ex responsable de los Tedax también declaró que el día 11 de marzo en su Unidad no se llegó a elaborar ningún informe por escrito, y ello a pesar de que en su comparecencia ante la Comisión de Investigación parlamentaria, a preguntas del diputado del Partido Popular, Jaime Ignacio Del Burgo, admitió que «sí» había emitido un informe, aunque «luego se van haciendo los informes periciales».

Pero aún hizo ante el magistrado instructor una afirmación más inverosímil: «Fue sobre el día 26 de marzo que se elaboró mecanográficamente por escrito el resultado de los análisis realizados en los focos de las explosiones del 11 de marzo de 2004».

Hay que recordar que dicho informe no fue remitido a la Audiencia Nacional, hasta que el día 26 de abril el juez Del Olmo los requirió por escrito a la Unidad Central de Desactivación de Explosivos.

Recapitulando. El día 11 de marzo de 2004 Sánchez Manzano ordenó a la inspectora con carnet profesional 17.632 que realizara unos análisis sobre las sustancias halladas en los focos. Dicha funcionaria realizó algunas pruebas de laboratorio con los escasos medios a los que se refirió Sánchez Manzano.

Pero, incomprensiblemente, no se hizo ningún informe por escrito ¡hasta quince días después del atentado! A pesar de que los Tedax enviaron todas las demás muestras sobre sustancias explosivas a la Policía Científica, las de los focos, las más complicadas de analizar y las más relevantes desde el punto de vista penal, no se remitieron a dicha Unidad. A pesar de todo, no se remitió el informe por escrito hasta que el juez los requirió de forma explícita y apremiante.

Y, por si todo esto fuera poco, dicho informe sólo lleva la firma de la funcionaria que realizó las pruebas y la del propio Sánchez Manzano, con lo que se inclumplía la ley que exige que los informes periciales lleven al menos la firma de dos peritos.

A pesar de que, en su comparecencia ante la Comisión de Investigación del 11-M Sánchez Manzano se presentó como un experto, ante el juez Del Olmo fue mucho más modesto: reconoció que no era diplomado Tedax y que tampoco era licenciado en Químicas.

Es más, cuando el juez le preguntó por la composición de la Goma 2 ECO, Sánchez Manzano afirmó: «No recuerdo su composición exacta». Otro tanto dijo cuando Del Olmo le preguntó sobre la composición de Titadyn.

Entonces, ¿por qué dijo en varias ocasiones durante su comparecencia ante la Comisión Parlamentaria del 11-M que lo «único que se pudo encontrar fue nitroglicerina» al analizar los focos de las explosiones en los trenes?

A esa misma pregunta por parte del juez, Sánchez Manzano respondió que su manifestación en el Congreso de los Diputados fue «errónea» y lo justificó diciendo que él «no es un experto en explosivos». Sin embargo, los diputados le interrogaron como si, de hecho, lo fuera, y él asumió ese papel a plena satisfacción.

Lo verdaderamente increíble de la declaración de Sánchez Manzano que, como puede verse, está plagada de reveladoras afirmaciones, es que el juez Del Olmo en ningún momento le preguntara por qué no remitió las sustancias a la Policía Científica. O por qué esperó quince días para realizar el informe por escrito, cuando la Policía Científica entregó los suyos prácticamente en el mismo día en el que se le remitieron las sustancias.

¿Cómo es posible que el comisario jefe de los Tedax cometiera tamaño «error» en el Congreso de los Diputados y no lo rectificara posteriormente?

Sin duda, la clarificación sobre el tipo de explosivo que hizo volar por los aires los cuatro trenes de cercanías el 11-M será uno de los asuntos a dilucidar en el juicio oral que, con toda probabilidad, comenzará el próximo 19 de febrero.

CASIMIRO GARCIA-ABADILLO / MANUEL MARRACO
El Mundo, 21-01-2007

La lección de Sarkozy

Si ha habido un momento en mis ya casi 27 años como director de periódico en el que parecía imposible que nada relacionado con la actualidad rompiera la magia de un breve paréntesis de intimidad, vedado a la tensión informativa, fue durante el atardecer del 26 de diciembre de 2003, cuando desde la terraza de la suite Agatha Christie del Hotel Old Cataract de Asuán me disponía a asistir al fastuoso espectáculo del encierro del carro de Ra -así le llamaban los faraones del Viejo Reino a la puesta de sol- en su cochera de detrás de la Isla Elefantina, dentro de la más seductora ensenada del Alto Nilo.

Sin embargo, mientras el disco de fuego declinaba contra las dunas en un festín de tonalidades rojas, extendiendo una cortina de polvo irisado sobre el mausoleo del tercer Aga Khan y la mítica Begum Salima, justo cuando el baile de ruidos y sombras de una civilización milenaria emergía entre las moles de granito negro, cuyas formas de proboscídeos dan nombre al islote ocupado por ruinas de viejos templos, unos pasos nerviosos primero, una conversación inquisitiva después, unas referencias muy concretas a los recientes «événements de Madrid», no pudieron por menos que captar mi atención.

No tuve que esforzarme ni en aguzar demasiado el oído ni en ajustar en exceso la vista, escudriñando a través de una rendija, para darme cuenta de que al otro lado de la mampara de la terraza, desde una suite gemela de la nuestra, bautizada como Winston Churchill en memoria del otro gran personaje británico que pasó en su día por el hotel, el ya notorio e inconfundible ministro del Interior de Francia, Nicolas Sarkozy, estaba recabando información telefónica de algún miembro de su gabinete sobre la detención de los etarras que habían colocado las bombas destinadas a estallar en la estación de Chamartín.

Ni siquiera todo el magnetismo de aquella fantasmagórica puesta de sol sobre el más grandioso de los ríos pudo sustraerme a la atracción de ese inesperado foco informativo, y cuando al poco rato bajé con mi familia al restaurante de techos altos y columnas de madera verde en el que la reina de la novela de misterio situó algunas de las escenas clave de Muerte en el Nilo, ya lo hice con la intención deliberada de buscar el encuentro con aquella estrella emergente de la política europea.

Pronto conseguí mi propósito. «He estado permanentemente informado y lo de Madrid en Nochebuena pudo haber sido muy grave», me dijo aquel hombre compacto de rostro rectangular, grandes orejas, pelo ensortijado y una especial determinación en los gestos. «Seguiré ayudando a España todo lo que pueda», añadió mientras en un ademán de complicidad me presentaba a Cécilia, la atractiva nieta de Isaac Albéniz con la que lleva diez años casado. La inquietante combinación entre una sonrisa dulce y una mirada de hielo, enmarcada por su media melena y una nariz larga y perfecta, se quedó grabada en mi retina.

El pasado domingo volví a ver a Sarkozy en el Parque de Exposiciones de la Puerta de Versalles de París durante el mitin en que fue entronizado como candidato del centro-derecha a la Presidencia de la República francesa. Gracias al brazalete rojo de invitado que me permitió brujulear entre las filas delanteras de un recinto que acogía a casi 80.000 personas pude darme cuenta de que, a medida que el orador atacaba los primeros compases de su discurso de aceptación, el centro de todas las miradas no era ni Alain Juppé, ni Jean Pierre Raffarin, ni Michèlle Alliot-Marie, ni Édouard Balladur -grandes figuras de las galaxias gaullista y liberal, fusionadas en la UMP, a las que Sarkozy acababa de hacer referencia- ni la viuda del legendario Chaban Delmas, ni siquiera el primer ministro Villepin, semiescondido tras su patente falta de entusiasmo. No, el centro de todas las miradas era una vez más Cécilia.

Y no ya porque, entre Asuán y la Puerta de Versalles, sus idas y venidas con un conocido ejecutivo publicitario pusieran en crisis su matrimonio y dejaran en una situación incómoda -que a veces bordeó el ridículo- a su atribulado marido, sino porque, por inaudito que pareciera, en esta Francia falsamente pudibunda en la que las biografías son públicas pero las vidas reales, privadas hasta el hermetismo, Sarkozy casi comenzó su intervención aludiendo con muy pocos ambages a lo ocurrido. Todos dimos un respingo cuando, tras una declaración ya de por sí impactante y rotunda -«Yo he cambiado»-, el pequeño gran hombre añadió: «Yo he cambiado porque las pruebas de la vida me han cambiado. Quiero decirlo con pudor, pero quiero decirlo porque es la verdad y porque no se puede comprender el dolor del otro cuando no lo ha experimentado uno mismo...».

Todos nos dimos cuenta en ese momento de que aquel no iba a ser un discurso al uso. Las gargantas que segundos antes gritaban «¡Sarko! ¡Sarko!» enmudecieron y hasta las adolescentes embutidas en las camisetas que fundían la S de Supermán con el nombre de su líder adquirieron la súbita madurez de quien se da cuenta de que le ha tocado tener que escuchar algo especial. En medio de ese imponente silencio de 80.000 almas en vilo el candidato vocalizó despacio cada palabra: «No se puede compartir el sufrimiento del que vive un fracaso o un desgarramiento personal si no lo ha sufrido uno mismo. Yo he conocido el fracaso y he debido sobreponerme a él como millones de franceses... Hasta ahora yo había escondido esta dimensión humana porque pensaba que para ser fuerte era preciso no mostrar las debilidades. Hoy he comprendido que son las debilidades, las penas, los fracasos los que te vuelven más fuerte. Que son los compañeros del que quiere llegar lejos».

Con una audiencia hipnotizada por este lenguaje insólito en un mitin político, Sarkozy repitió hasta siete veces más el estribillo «yo he cambiado» para tirar por elevación y referirse al impacto que le han ido produciendo sus experiencias como ministro, desde el contacto con los descendientes de las víctimas del Holocausto hasta la comprobación de «la angustia del obrero que teme que cierre su fábrica».

Nunca había visto a alguien reinventarse a sí mismo de forma tan eficaz en menos tiempo. Al día siguiente lo reconocerían diarios tan poco adictos a su causa como Le Monde y Libération. Quien había entrado al recinto era un tipo duro y autoritario, irritantemente inteligente y dispuesto a pasar por encima de cualquiera para satisfacer su ambición. Quien había concluido el acto, cantando La Marsellesa en medio de un coro escolar, era un hombre abierto a los demás, curtido por la vida y dispuesto a actuar a la vez con sentido común y sentido del Estado al servicio de un proyecto ilusionante. Sólo el camaleónico dios Proteo fue capaz de tal metamorfosis.

Sarkozy se había apropiado entre tanto de todos los perfiles atractivos, de todos los momentos de gloria y coraje de la Historia de Francia, materializándola en figuras de muy diversa significación ideológica, pero hablando de la Nación como de una única persona que va cambiando de edad: «Ella tiene 14 años y su padre acaba de ser asesinado (la hija del ministro Georges Mandel, contrario al armisticio con los alemanes)... Ella tiene 19 años y el rostro luminoso de una hija de Lorena (Juana de Arco)... Ella tiene 44 años y la cara ensangrentada cuando muere bajo la tortura (Jean Moulin)... Ella tiene 50 años y la voz del general De Gaulle el 18 de junio de 1940... Ella tiene 58 años y el rostro de Zola cuando firma Yo acuso... Ella tiene 60 años y el rostro de un proscrito que se llama Victor Hugo... Ella tiene 77 años y la fuerza del Tigre (Clemenceau)...».

Y por esos variopintos caminos había llegado a un atractivo recinto en el que caben todos los ciudadanos: «Mi Francia es el país que ha hecho la síntesis entre el Antiguo Régimen y la Revolución, que ha inventado el laicismo para que vivan juntos quienes creen en el Cielo y quienes no creen... Es la de las catedrales y la de la Enciclopedia... Es la de los derechos del hombre y la de la libertad de conciencia... Mi Francia es la de los franceses que votan por los extremos no porque crean en sus ideas, sino porque han perdido la esperanza de hacerse escuchar. Yo quiero tenderles la mano. Mi Francia es la de los trabajadores que han creído en la izquierda de Jaurès y de Blum y que no se reconocen en la izquierda inmóvil que ha dejado de respetar el valor del trabajo. Yo quiero tenderles la mano».

No es de extrañar que en cuestión de horas este discurso lograra sembrar la confusión en el campo de Ségolène Royal. Los clichés se derrumbaron como cuando el mejor Aznar reivindicaba la figura de Azaña o recitaba de carrerilla las primeras canciones de Serrat en catalán. «¿Puede un hombre que cita a Jaurès, Hugo, Mandel y Zola ser absolutamente malvado?», se preguntaba en voz alta el nuevo director de Libé, Laurent Joffrin.

El problema para la izquierda es que este vampirismo de las referencias históricas abría paso además a un planteamiento ecléctico, destinado a reivindicar y ocupar el decisivo espacio de centro. «Yo no soy un conservador», advirtió Sarkozy replicando fielmente los argumentos liberales de mi capítulo favorito en el más famoso libro de Hayek: «Yo quiero la innovación, la creación, la lucha contra las injusticias». Pero, precisamente por eso, proclamó que los ejes de su programa serían la revalorización del trabajo, la protección de la propiedad con un «escudo fiscal» que impida que nadie pague impuestos que supongan más del 50% de sus ingresos y el principio -largamente aplaudido- de que «nadie reciba un salario mínimo social sin que preste la contrapartida de una actividad de interés general».

En política internacional, la misma reinvención no exenta de autocrítica. En su único elogio al padre-padrastro al que lleva camino de retirar forzosamente, el más pronorteamericano de los políticos franceses afirmó: «Quiero rendir un homenaje a Jacques Chirac, que defendió el honor de Francia al oponerse al error de la Guerra de Irak». Y a continuación desgranó los compromisos de defender a las enfermeras búlgaras condenadas a muerte en Libia, a las mujeres que corren el riesgo de ser lapidadas por adúlteras en Nigeria o a las obligadas a llevar el burka. Pero también repudió la opresión rusa sobre Chechenia o la pasividad ante lo que ocurre en Darfur: «Yo no creo en la realpolitik... Yo no quiero ser cómplice de ninguna dictadura en ningún lugar del mundo».

Al cabo de casi hora y media durante la que mantuvo a su multitudinaria audiencia en una especie de ininterrumpido éxtasis, Sarkozy concluyó con dos estocadas magistrales. La primera le sirvió para enlazar con las alusiones personales del comienzo, dando la sensación de que implicaba a todos los franceses en su propia intimidad: «Le pido a mi familia -es decir a Cécilia- que me ayude. Yo sé lo que ella ha tenido que sufrir. Yo quiero que ella comprenda que ahora no se trata de mí, sino que se trata de Francia».

Y cuando ya les tenía a todos con un nudo en la garganta fue cuando lanzó un órdago a los fundamentalistas de su propio partido que algunos deberían escuchar todas las mañanas en España: «Les pido a mis amigos que me han acompañado hasta aquí que me dejen libre, libre para ir hacia los otros, hacia quien no ha sido nunca mi amigo, hacia quien no ha pertenecido jamás a nuestro bando, ni a nuestra familia política, incluso hacia quien nos ha combatido. Porque cuando se trata de Francia ya no existe ningún bando».

En un jardín retórico tan fértil como el de este gran discurso que sin duda quedará para las antologías de la oratoria política -sobre todo si Sarkozy llega en mayo al Elíseo- cada asistente pudo elegir sus flores favoritas. Nuestro corresponsal Rubén Amón escogió con buen criterio para abrir su crónica la referencia a lo que debe ser la escuela francesa, dentro de una serie de antinomias entre lo que el candidato llamaba «República virtual» y la anhelada «República real». Todos los franceses -y españoles- pueden entender perfectamente cuanto hay detrás de estas dos estampas: «La República virtual es aquella que hace del alumno un igual del profesor. La República real en la que yo creo es aquella que quiere que haya una escuela con autoridad y respeto en la que el alumno se ponga de pie cuando el profesor entre en la clase».

A juzgar por el inmovilismo conceptual del uno -incapaz de rectificar su política antiterrorista ni siquiera tras el atentado de Barajas- y por la aspereza formal del otro -empeñado en asfixiar sus certeros argumentos bajo un alud de frases estrepitosas-, es obvio que ni Zapatero ni Rajoy recibieron el pasado lunes un buen informe de urgencia sobre lo que había ocurrido la víspera en la Puerta de Versalles. Aún están a tiempo de pedir a la embajada de España el uno y a su representante en el acto, Jorge Moragas, el otro, el dossier completo sobre la ocasión y su significado. Tendrán, eso sí, la obligación de leerlo de pie pues cuando se le puede hablar a una Nación, que también tiene sus vascos, sus corsos y sus bretones, en los términos en los que lo hizo Sarkozy, a este lado de los Pirineos no nos queda sino tratar de aprender la lección y preguntarnos ipso facto cómo, a base de transferir poder y más poder a las minorías nacionalistas que no tienen otro empeño sino la destrucción del proyecto constitucional común, hemos podido llegar a convertirnos en la democracia más estúpida de Europa.

Pedro J. Ramírez, Carta del Director
El Mundo, 21-01-2007