jueves, 12 de abril de 2007

Ciutadans: un partido de usar y tirar

En las postrimerías de 2006, Ciutadans-Partit de la Ciutadania era la niña de los ojos de la derecha losantiana, tradicionalmente fiel al PP y excepcionalmente infiel a la sazón. Por aquel entonces -en vísperas de las elecciones autonómicas catalanas- existía una fructífera simbiosis entre ambos, que parecía augurar una relación de verdadero amor eterno, digna de los mejores culebrones venezolanos. Según la cosmovisión en boga durante aquellos gloriosos tiempos, la formación política de Albert Rivera y la libertad eran prácticamente la misma cosa. Tanto es así que los 89.840 votantes de Ciutadans fueron puestos a la altura de los trescientos de las Termópilas, de los siete mil cuyas rodillas no se doblaron ante Baal o de los últimos de Filipinas, tal fue su bravura a la hora de escoger papeleta.
Los que hicimos público que no votaríamos a Ciutadans ni hartos de vino -por motivos que sería cansino volver a repetir otra vez- éramos poco menos que unos liberticidas, dispuestos a poner a Cataluña a los pies de los caballos del apocalipsis nacionalista. Josep Piqué -ese centripollas gallardonita, ese quintacolumnista del catalanismo- experimentó la lógica y airada reacción del marido cornudo. Había sido traicionado por que los que debían ser sus aliados naturales. Aquello parecía presagiar un divorcio de los que harían época.

Sin embargo, de un uno de noviembre a esta parte las cosas han cambiado completamente. Ciutadans, aquel gran partido al que había que votar para conservar el alma, se había convertido de pronto en un compañero de viaje molesto, incómodo. En un lastre. La consigna losantiana de presentarse «sólo en las elecciones que yo os diga» había sido infamantemente desobedecida, pues los discípulos de Boadella (haciendo las veces de criada respondona) habían hecho pública su intención de presentarse a las elecciones municipales y generales, o en su defecto a todas las que les diera la real gana. ¿Cómo tan pocos pudieron atreveserse a tanto? Aquel era un imperdonable acto de lesa traición, una puñalada metafórica contra la espalda del Oráculo de Delfos. O mejor dicho, de la COPE. Tal atropello contra el principal paladín de la nación española -y por extensión de la civilización occidental- nunca podría quedar impune…

Desde entonces, el tórrido idilio ya es sólo cosa de hemerotecas y arqueología. Ciutadans ya no es útil a nuestros propósitos particularísimos (esto es, meter el dedo en el ojo de Piqué), ergo aquella papeleta que representaba lo mejor de la política mundial debe terminar en la papelera, junto con la de progres, nacionalistas y demás ralea. Como un preservativo que se usa una vez y se lanza para siempre al sumidero de la historia, Ciutadans había pasado a convertirse en eso: en un partido de usar y tirar, en un juguete roto que ya no tiene la menor importancia. Había que volver a orbitar en torno al planeta PP -del cual medran los alienígenas más avispados del sistema solar- y dejar que aquel «desliz» o «infidelidad» pasara a convertirse en una nota a pie de página del pasado remoto.


David Millan (Hispalibertas,12/02/07)