miércoles, 5 de septiembre de 2007

La tercera fuerza

"Destruirles el chiringuito a Rosa Díez y Fernando Savater es lo más fácil del mundo. Lo podemos hacer sin despeinarnos. Bien, adelante, hagámoslo. Pero seamos conscientes de que será la última vez. Porque la próxima ya no quedarán chiringuitos nacionales."

Estoy dispuesto a admitir que defendiendo la urgencia imperiosa de que nazca un tercer partido nacional, vivo en el error. Pues de sobra sé que para tener la razón no basta con estar en minoría. No obstante, permítase que ponga una única condición antes de arrodillarme en el ágora, confesar mi yerro y entonar el mea culpa. Una condición que, por lo demás, debería sustentar el edificio argumental de los que postulan la tesis contraria.

Y es que, en buena lógica cartesiana, quienes consideren perentorio forzar un aborto quirúrgico antes de que nazca esa criatura, deberían celebrar lo que nos ha ocurrido durante los últimos treinta años. Felicitar, primero, a los constituyentes por la clarividencia histórica que demostraron al redactar el Título VIII de la Constitución. Homenajear, después, a los cráneos privilegiados de UCD y del PSOE que pergeñaron la Ley Electoral. Y, por último, gritar un ¡vivan los novios! cuando, dentro de medio año, Zapatero o Rajoy, que tanto da, desfilen del bracete de la Esquerra, el PNV o CiU, camino de perder –por enésima vez– el virgo patriótico en el altar del posibilismo.

Me rasgaré las vestiduras antes de darme los tres golpes de rigor en el pecho, sí, pero antes quiero que Pangloss proclame que vivimos en el mejor de los mundos posibles. Ese es mi único requisito previo a materializar un sincero propósito de enmienda. Deseo oír que, hace un cuarto de siglo, no nos equivocamos al diseñar un trípode que sostuviera las mayorías parlamentarias, basándolo en la premisa de que los nacionalistas moderados, valga el oxímoron, se mantendrían leales al pacto constitucional. Ruego, pues, que se me convenza de que el artículo 150.2 de la Carta Magna, ese inmenso coladero por el que está desapareciendo la soberanía nacional a borbotones, hubiese provocado idéntica anorexia terminal del Estado caso de existir un partido-bisagra de ámbito nacional. No pido nada más, apenas eso.

Destruirles el chiringuito a Rosa Díez y Fernando Savater es lo más fácil del mundo. Lo podemos hacer sin despeinarnos. Bien, adelante, hagámoslo. Pero seamos conscientes de que será la última vez. Porque la próxima ya no quedarán chiringuitos nacionales para nadie. Ni para esa pequeña facción de la izquierda decente que acaba de dar un paso adelante que puede ser al vacío. Ni para lo que reste del Partido Socialista cuando se consume el cambio de régimen y la nueva confederación no tenga marcha atrás. Ni tampoco para el Partido Popular de las Dos Castillas y Poco Más, que también en eso terminará.

Ah, claro, lo olvidaba: otrosí me caeré del caballo –de cabeza y sin casco– si alguien me persuade de que don Mariano Rajoy ya tiene ganadas las elecciones por mayoría absoluta, y esos cuatro gatos de ¡Basta ya! vienen para hurtarle un triunfo cósmico.

José García Domínguez es uno de los autores del blog Heterodoxias.net.

José García Domínguez
Libertad Digital, septiembre 2007

El nuevo partido y el fin de la sociedad civil

"No es de recibo democrático servirse de una iniciativa civil para convertirla en una plataforma política; mientras haya un solo afiliado a esta asociación que se niegue a esa transformación."

Una vez celebrado la aparición del nuevo partido político de Díez y Savater, llega el tiempo de la crítica política con la siguiente pregunta: ¿A quién perjudicará electoralmente la nueva agencia política? Si tenemos como punto de referencia lo sucedido en Cataluña con Ciudadanos, es obvio que el primer perjudicado será el PP. Por eso, el partido de Rajoy tendrá que tomar la iniciativa ya o el partido de Rosa Díez le quitará votos en las elecciones generales. El PP debería haber aprendido de la experiencia de Ciudadanos de Cataluña. Escrito lo dejé aquí mucho antes de las catalanas, incluso hubo gente de este periódico que me afeó mi análisis, pero cualquier persona atenta a la realidad política podía haberlo vaticinado… Y así sucedió, pues que de los tres diputados que sacó Ciudadanos, seguramente, dos y parte del otro tenían su origen en votantes del PP. No era difícil preverlo, pues que hasta el cabeza de cártel de Ciudadanos era un militante del PP de Cataluña.

También en esta ocasión podría suceder algo parecido. Desde el día que dio la rueda de prensa Rosa Díez hasta hoy, han pasado algunas cosas que me llevan a sospechar que, otra vez, el PP podría pagar los gastos del partido, que ha surgido de una mínima escisión del PSOE por un lado, más la “reconversión” de una iniciativa ciudadana en una plataforma partidista por otro. Esta reconversión o, dicho en castizo, movida política no puedo dejar de verla con preocupación, porque se mire desde donde se mire hay una utilización de una organización civil, Basta ya, que junto a la AVT y el Foro de Ermua eran lo único saneado de nuestra endeble democracia, al menos simbólicamente, para fines partidistas. No parece una buena señal que desaparezcan instituciones ejemplares que, quizá por pura casualidad, ha dado un sistema democrático más putrefacto que el “Estado salvaje” –¿o es que acaso no es salvaje un Estado cuyo poder judicial y legislativo están al servicio del Gobierno?– que lo mantiene.

No veo con buenos ojos que sea una asociación civil la base del nuevo partido. Basta ya, como El Foro de Ermua y la AVT, representaba lo más dinámico y desinteresado, lo más democrático y transparente del tejido social y político de un sistema democrático que hace agua por todas partes. Pero su utilización, o mejor, la manipulación que han llevado a cabo algunos de sus miembros para crear un partido político dista mucho de ser una operación democrática transparente. Por supuesto, es legal, pero no es de recibo democrático servirse de una iniciativa civil para convertirla en una plataforma política; mientras haya un solo afiliado a esta asociación que se niegue a esa transformación, y me consta que hay más de uno, no es legítima esta utilización.

Por la misma razón, tampoco estaría bien visto que, por ejemplo, miembros directivos del Foro de Ermua se pasasen a la nueva formación política. Por muchas explicaciones que se dieran, no dejaríamos de sospechar que se ha utilizado una iniciativa civil para un fin estrictamente partidista. Por ejemplo, aunque estaría en su derecho, no sería razonable ni de buen gusto estético que Mikel Buesa, que sucedió en la presidencia del Foro de Ermua al insobornable Vidal de Nicolás, se pasase al partidito de Rosa Díez, la antigua consejera del Gobierno Vasco, que se querelló contra el filósofo y humorista español, Mingote, porque hizo reír a los españoles con el lema de Díez: “Ven y cuéntalo”.

La creación del nuevo partido político tiene su mérito y, además, trae un poco de aire fresco al putrefacto ambiente político de España, pero, nadie en su sano juicio político, debe olvidar los males que trae su creación; especialmente al PP, porque, primero, mantiene en lo fundamental el mismo ideario del PP, o sea, repite un mensaje para restarle votos a la única alternativa plausible y racional al nefasto gobierno de Rodríguez Zapatero.

Segundo, el nuevo partido busca a sus nuevos dirigentes entre las filas de las organizaciones civiles, que tienen la sagrada misión de dinamizar un estático sistema democrático, cuando no en el seno del propio PP como ya ha pasado con un parlamentario del PP en el País Vasco, que ha pedido la baja en el Partido de Rajoy para entrar en el de Rosa Díez. Y, tercero y clave, porque el nuevo partido no tiene tiempo ni empaque intelectual suficiente para torcerle el brazo a un partido político, el PSOE, que ha basado su poderío en el sectarismo y la contrailustración, en el ataque a la nación española desde las instituciones de la propia nación, y, sobre todo, en el analfabetismo político de sus votantes.

Agapito Maestre

La tercera España

Los desencantos ideológicos de finales del siglo XX nos han dejado desorientados a principios del XXI. ¿Por qué una ideología es más digna de aprecio que otra? ¿Existe un criterio para determinar la superioridad de una ideología sobre otra? ¿Cómo orientarse?

¿Por qué es más progresista ser nacionalista que centralista? ¿Por qué se ha de ser una cosa u otra? ¿Quién decide, y cómo lo determina, por qué es de fachas ser respetuosos con la bandera constitucional española y de demócratas sacralizar la ikurriña o la senyera? ¿Por qué el pacto de gobierno en el País Vasco del filocomunista Javier Madrazo con los clérigos nacionalistas del PNV es loable, pero intolerable la sola idea de que PP e IU colaboren juntos en el Gobierno de España? ¿Por qué la izquierda española ha considerado al Chile de Pinochet una dictadura intolerable y a la Cuba de Fidel Castro un país hermano al que se debe ayudar para que su población no sufra? ¿Por qué se considera a la asignatura Educación para la Ciudadanía un sistema de adoctrinamiento y a la vez se exige que se dé religión y se evalúe su contenido?

Las dudas se amontonan y las ideologías nos confunden. Lo único cierto es que no nos podemos fiar de los parámetros ideológicos de izquierdas y derechas, ni de sus formas de hacer política, porque ni esos parámetros ni quienes los llevan hoy a cabo se ajustan a criterios coherentes.

Nunca fue tan incierto orientarte en semejante compadreo: el socialista Pascual Maragall pide un Estado federal asimétrico y el Partido Popular nivelar, a través de la Caja Única, el Estado de las Autonomías. La izquierda catalana exige una oficina fiscal propia y la derecha española denuncia que se quiera romper la igualdad fiscal entre los españoles. Un mundo al revés. Yo creía que la izquierda buscaba la igualdad y la derecha beneficios fiscales…

Tendencias reaccionarias, progreso y formas cívicas de hacer política

Es evidente que tanto la mecánica parlamentaria como los partidos y sus ideologías han dejado de ser operativos por falta de mantenimiento. Desde el final de la II Guerra Mundial, los ajustes han sido mínimos y la acumulación de intereses burocráticos propios del poder a secas, excesivos. Es preciso regresar al pensamiento ilustrado para recuperar de nuevo la idea de progreso, como, en un artículo extraordinario, explicaba Fernando Savater en las páginas del El País el pasado 4 de agosto ("Regreso al progreso"). Y es preciso hacerlo ataviados con el espíritu del librepensamiento, porque el propio concepto de progreso ilustrado, como hijo de su tiempo, no está a salvo de su paso. Y es preciso hacerlo para poder orientarnos con certeza sin que los profesionales de la política nos vendan gato por liebre. El ciudadano sólo puede elegir correctamente si dispone de la información suficiente y el criterio para utilizarla. Atendamos a lo que escribía Savater:
Será progreso cuanto favorezca un modelo de organización social en el que mayor número de personas alcancen más efectivas cuotas de libertad: es decir, son progresistas quienes combaten los mecanismos esclavizadores de la miseria, la ignorancia y la supresión autoritaria de procedimientos democráticos. Hablando el lenguaje que hoy resulta más próximo e inteligible, la sociedad progresa cuando amplía y consolida las capacidades de la ciudadanía. Ser progresista es no resignarse ni conformarse con las desigualdades de libertad que hoy existen, sino tratar de superarlas y abolirlas. Y es reaccionario cuanto perpetua o reinventa privilegios sociales, descarta los procedimientos democráticos en nombre de mayor justicia o mayor libertad de comercio, propala mitologías colectivas como si fuesen verdades científicas, etcétera...

Con esta sola apreciación, las coartadas para el contrabando ideológico, vengan de la izquierda, de la derecha o del nacionalismo, se hacen insostenibles. Por ejemplo, la declaración del catalán como lengua propia para excluir al resto como impropias, sean o no constitucionales, está basada en los "derechos históricos", o sea, fundamentada en aquellos predemocráticos privilegios del Antiguo Régimen abolidos por la Revolución Francesa. Ese borrón y cuenta nueva es ahora revisado para, así, recuperar mecanismos políticos propios de la aristocracia. De dar validez a ese fundamento, nadie podría oponerse sin contradecirse a que la Iglesia, los duques y los marqueses reivindiquen las propiedades históricas que la historia y las leyes hace tiempo desamortizaron.

Añado al eje progresista/reaccionario de Savater la fuerza motriz que lo mueve, la forma de ejercer la política. Si en los contenidos izquierdas y derechas intercambian papeles sin más criterio que el simple pragmatismo, en "las formas" viven en constante concubinato. Unos y otros procuran por cualquier medio conservar el poder, y, si no se tiene, alcanzarlo por los mismos maquiavélicos atajos. Me repito (El Mundo, 4-III-2007, "Defensa de la política"):
La política se ha llenado de individuos que se reconocen y se promocionan mutuamente con una simple mirada, es la mirada del poder.

Frente a éstos, están en peligro de extinción aquellos otros que, además de querer ejercer el poder, necesitan tener una disculpa ética para alcanzarlo y amoldarse a unas formas de ejercerlo honestas. Están en desventaja. Para los primeros, lo importante es el fin, o sea el poder a secas, no los medios; para los segundos, no todo vale. Éstos tienen ideales y principios; los primeros, sólo ambición.

En esa primacía de los medios, los principios y las normas se violentan con el objeto de adaptarlos a las coyunturas, los discursos se eligen a la carta. Ahora toca exigir responsabilidades porque es el rival quien pierde, o esgrimir justificaciones porque el corrupto es un compañero de partido. Siempre sonrisas interesadas, codazos de terciopelo, navajadas previas como respuesta paranoica a la cultura de la desconfianza. Ni rastro de lealtad, de coherencia, de objetividad ante las reglas no escritas. Un vacío inmenso para el bien común.

Restaurar o inventar la honestidad en los pactos contractuales y ejercerlos con formas alejadas del ventajismo se impone como valor imprescindible para que la ciudadanía pueda volver a confiar en la política y desaparezcan de ésta todos los que actualmente la utilizan como un medio de poder. Desgraciadamente, hoy han ido abandonando la política todos los que podían aportar algo al bien común, mientras ingresan en ella quienes buscan unas ventajas que nunca les brindaría la actividad laboral. Para ser más claros: hoy, la política es lo contrario de lo que debería ser. Si tienen alguna duda, pregúntenle a Pepiño Blanco.

La idea de "progreso" y las "formas cívicas" de hacer política habrían de ser una referencia insalvable contra los contenidos reaccionarios, y su síntesis la atmósfera transparente de la política.

Las ideologías liberal y de izquierdas no abarcan la complejidad del mundo por sí solas

Pero las ideologías no sólo se han desfigurado, también han perdido capacidad de comprender y abordar la complejidad del mundo actual. Por eso las dos grandes protagonistas del siglo XX, las de izquierdas y las liberales, ya no representan por sí mismas la mayor parte de los intereses y antagonismos que se dan en sociedades tan complejas como las del bienestar del siglo XXI.

Digámoslo de entrada: ni una ni otra podrían resolver por sí solas los grandes problemas de la humanidad. Si es que alguna vez pudieron hacerlo. Sin embargo, la simplicidad impuesta por su rivalidad en los últimos cien años ha dado forma a moldes intelectuales y políticos que hacen difícil pensar las cosas fuera de esos dos parámetros. Aunque de diferente manera. Por razones difíciles de comprender, aunque fáciles de explicar, la izquierda se ha considerado a sí misma moralmente superior a la ideología liberal. La intelectualidad ha tenido mucho que ver con ello. La ideología liberal, a su vez, se ha considerado a sí misma la garante de la libertad, al confundir el derecho a la propiedad con la libertad misma.

Una y otra, sin embargo, siguen siendo válidas; no así los subproductos ideológicos nacidos de cada una de ellas: el comunismo, en el caso de la izquierda, y el capitalismo darwinista, en el del liberalismo.

Esa superioridad moral de la izquierda ha monopolizado la idea de progreso, de ilustración, de justicia social, y de la misma libertad, entendida como fruto de la igualdad de oportunidades. Todo un despropósito, a juzgar por las huellas dejadas en su práctica comunista. Esta perversión ha sido y es posible por la inclinación, muy humana, de creer en las palabras. La marca de la tribu suele imponerse sobre la razón, y si la marca tiene solera el caparazón se vuelve tan duro que quienes se refugian en él es muy difícil que lo cuestionen. Hoy, en España, haga lo que haga, el PSOE tiene garantizado un 27% del electorado, y el PP un 24.

Ni un solo país gobernado por el comunismo ha respetado la idea ilustrada de progreso, de la cual nació aquél y por la cual justificaba su praxis. Ni un solo país gobernado por el comunismo ha respetado la libertad de pensamiento, ni la de expresión, ni la libertad política; y todo a costa de nada: el fracaso de sus planes económicos ha sumido en una igualitaria miseria a todos los que lo han padecido. Y lo peor, ha perseguido, encarcelado, humillado, esclavizado y eliminado a millones de personas. Un insoportable sufrimiento en nombre de ideales hermosos.

Con la retransmisión en directo de la caída del Muro de Berlín, el 9 de noviembre de 1989, se dejaba constancia empírica del fracaso histórico de esta ideología. El comunismo había quedado desenmascarado definitivamente; y sin embargo se negó a reconocerlo. Imbuido de no se sabe qué derecho de pernada moral, ha enterrado todo el lastre histórico que lo desautorizaba y se ha replicado en cualquier reivindicación nueva nacida de la existencia misma del propio Estado Democrático de Derecho, como el feminismo, el ecologismo, el indigenismo, la diversidad sexual, etcétera, pero ahora ya definitivamente disuelto tras el concepto general de "Izquierdas".

El control del poder por parte del comunismo solía venir precedido de buenas intenciones, pero a medida que se aposentaba en él y extendía su influencia a todos los estamentos sociales se convertía en totalitario.

Al contrario que el capitalismo: de la explotación laboral inhumana de sus inicios se fue adaptando a las presiones político-liberales de los Estados democráticos y a las sociales que los sindicatos obreros imponían, para acabar aceptando buena parte de la filosofía social de la izquierda (seguridad social pública y educación universal, seguro obrero, derecho al paro, jubilación garantizada, etcétera). Nunca cedió: toda conquista social fue arrancada a su pesar. Por eso en el Segundo y Tercer mundos, históricamente menos presionado por organizaciones de izquierdas, monopoliza mercados, esquilma materias primas, impone aranceles agrícolas en plena globalización e impide que sus productos agrarios sufran competencia, sin tener en cuenta el principio de reciprocidad.

Por el contrario, el pacto económico y la riqueza semicompartida en el Primer Mundo ha convertido en cómplices de sus métodos de producción a la mayoría social, aunque a la vez malgasta energía, contamina con desmesura, consume de forma no sostenible y, con las deslocalizaciones de los últimos tiempos, reduce los derechos laborales que tanto sufrimiento han costado a varias generaciones de trabajadores. No es nada extraño a su naturaleza: está en su esencia escatimar beneficios en cuanto las reglas del mercado laboral le son favorables.

El capitalismo tampoco ha respetado la idea de progreso, porque la entiende como una espiral constante e infinita de producción y explotación de recursos materiales, sin tener en cuenta la finitud del espacio y del tiempo, al menos para la medida de nuestras vidas y de las de las generaciones que nos son más próximas y consideramos propias.

En cualquier caso, el pulso entre uno y otro sistema se resolvió con el fin de la Guerra Fría a favor del capitalismo, al derrotar éste económicamente al comunismo. Sin embargo, la izquierda, al menos en España, sigue atribuyéndose la superioridad moral sobre el capitalismo, y éste, a pesar de haberse adaptado a muchas conquistas progresistas de la izquierda, sigue siendo presentando como el sistema más reaccionario del mundo.

¿Por qué estas paradojas? Especulemos: el espíritu del comunismo nació de un afán de justicia social; el del capitalismo, de la avaricia humana. El primero confió en la bondad de la naturaleza humana, el segundo alimentó su egoísmo. Paradójicamente, el egoísmo en la propiedad y la producción puede activar mecanismos de ambición y competencia que conduzcan a un mejor y mayor servicio para asegurar sus ganancias, y éstas, a su vez, llegar a muchas personas, mientras que la bondad, el altruismo y todas las virtudes buenistas del comunismo desactivan los mecanismos de la avaricia pero, por lo mismo, acaban con la riqueza. En ese camino, el primero se convirtió en dogmático y el segundo en pragmático.

El comunismo se justificó en sus principios morales de igualdad aunque fuera a costa de desactivar la creación de riqueza, mientras que el capitalismo renunció a parte de sus desmesurados beneficios: era más inteligente que un mayor número de ciudadanos tuviera capacidad económica, para que la rueda del sistema avanzara, que atrincherarse en beneficios obscenos que acabaran alentando revueltas sociales y revoluciones comunistas. He aquí la visión pragmática del capitalismo.

Paradójicamente, el triunfo del sistema liberal sobre el comunismo se ha realizado a costa de la progresiva asunción de principios morales de la izquierda, pragmatismo que pone de manifiesto que ha renunciado (¿?) a su naturaleza más depredadora para ser y seguir existiendo, mientras que la izquierda, acosada por la evidencia de su fracaso, ha renunciado a ser... para afirmarse en el seno del liberalismo a través de su huella social.

La combinación sincrética de ambos sistemas desembocó en un espacio de centroizquierda y ha tenido su éxito mayor en las socialdemocracias europeas, al compaginar la igualdad económica de la izquierda, la propiedad privada del capitalismo y la libertad política del liberalismo. El resultado han sido sociedades más ricas, justas y libres.

El espíritu reaccionario del XIX: el nacionalismo

Con ello no salvamos todos los escollos, sólo los más groseros. Como una maldición histórica, desde finales del siglo XIX se han sumado a los sectarismos estrictamente ideológicos los nacionalismos, esa especie de pseudoideología y pseudorreligión que ha pervertido aún más las formas, los contenidos y los fines de las ideologías.

Hoy, en España la obsesión por recuperar o inventar señas de identidad ha infectado por igual a izquierdas y derechas, y de ahí se han pervertido medios y fines de ambas. En ellos se concretan las tendencias más reaccionarias y mejor camufladas de la historia: manipular el pasado para secuestrar el presente, utilizar el territorio y las colectividades como fundamento de legitimidad allí donde se había conseguido universalizar la ley, relegar los derechos individuales del ciudadano y sacralizar los entes colectivos contrarios al bien común y a las reglas constitucionales establecidas, desenterrar "derechos históricos" abolidos definitivamente por los Estados Democráticos de Derecho, etcétera. Y todo para excluir en nombre de la construcción nacional.

En sólo 25 años, la aspiración por universalizar derechos y deberes, como el sistema único de sanidad pública, la educación universal y gratuita, la unidad de mercado, la lengua común, la unidad de la Agencia Tributaria, la igualdad de todos los españoles ante la ley, ha sido desprestigiada y convertida en sospechosa; y, por supuesto, sustituida por la superstición cantonalista más reaccionaria e inconsciente desde los reinos de taifas. Incluso la palabra España o la selección nacional de fútbol son combatidas con saña por ser símbolos constitucionales de la unidad de todos los españoles. En una palabra, han logrado que el Estado más antiguo de Europa se avergüence de serlo.

De pronto, tomas conciencia de que exponer lo sensato resulta violento y de que ocupa su lugar una liturgia de supersticiones nacionalistas románticas, todas ellas perfectamente inútiles, salvo por su capacidad excepcional para generar resentimiento. Los ejemplos son infinitos y casi siempre ridículos, pero no por eso se ven como tal. Es tanta ofuscación la suya en pro de la construcción nacional, que llegan a dar cobertura informativa a la noticia del derribo del último toro de Osborne en medio de un caos ferroviario, aéreo y eléctrico. O convierten el suicidio de Xirinacs en referencia ética de la lucha por la independencia. Ésa es la Cataluña empecinada en sus delirios de pueblo elegido, la que ocupa todas las instituciones locales y empieza a intoxicar a las del resto de España.

El legítimo derecho de las partes a ser frente al todo se ha convertido en un salvoconducto destructivo contra éste. Es tarea de una generación plantarse, levantar la cabeza y sacudirse de encima esta estúpida huida hacia ninguna parte.

Izquierda liberal: la Tercera España

Decíamos hace un instante: ¿por qué seguir sosteniendo la existencia de partidos de izquierdas y liberales? Y le dábamos sentido no sólo porque es un imperativo democrático la diversidad ideológica, sino porque su proceso dialéctico puede ser la solución para muchos problemas enquistados históricamente. Viene de largo; decía Pablo Iglesias: "Quienes contraponen liberalismo y socialismo, o no conocen el primero o no saben los verdaderos objetivos del segundo".

Si aplicamos esta filosofía a la España actual, podría ser una oportunidad para superar el sectarismo de ambas Españas y, de paso, sintetizarlas en una sincrética Tercera España llena de contrastes, pero ninguno excluyente. Tarea ciclópea, porque la dificultad no está en diseñar nuevos fines o abrir caminos para alcanzarlos, sino en convivir con hábitos históricos incapaces de salir de ese laberinto de trincheras.

Y es que la derecha española es muy liberal en economía, pero su liberalismo político sólo es coyuntural y su liberalismo moral, nulo. El progreso entendido como el horizonte de libertad que habíamos definido antes es sistemáticamente combatido por el tradicionalismo católico más rancio. Da lo mismo que sean los derechos de los homosexuales, el derecho a una muerte digna, la investigación con células madre, el control de la natalidad, la educación para la ciudadanía, el aborto, la autonomía personal en las costumbres sexuales, la utilización de los impuestos como instrumento social para una mayor igualdad de oportunidades materiales: todo, todo lo que ponga en cuestión la moral vaticana y los privilegios de la derecha más retrógrada es sistemáticamente combatido. En esa mentalidad no hay "progreso" democrático, sólo vetusta voluntad reaccionaria. Por el contrario, la poca o nula capacidad liberal de la izquierda en economía se compensa con una mentalidad abierta en el liberalismo moral.

Compaginar el liberalismo moral y la justicia distributiva de la izquierda con la capacidad productiva y la libertad individual del liberalismo serían pilares básicos de esa Tercera España. Y el proyecto político para llevarlo a cabo bien podría ser liderado por Rosa Díez en un partido único para toda España nacido de la fusión y disolución de Ciudadanos, Plataforma Pro y cualesquiera otros grupos que compartan la idea de progreso precisada por Fernando Savater.


ANTONIO ROBLES, vocal secretario del Grupo Parlamentario de Ciutadans en el Parlamento autonómico catalán.

antoniorobles1789@hotmail.com

Izquierda Liberal

Socialistas, 2 - PP, 1

Finalmente, los montes parieron un ratón gordote y mofletudo, con bigotazos y larga cola: otro partido socialista, más socialista que el socialista pero con un programa en muchos puntos sospechosamente parecido al del PP, como observa Gotzone Mora, quien, sin embargo, continúa en su partido de siempre, el PSOE, para asombro de propios y extraños. No se entiende que alguien diga que el PP tiene razón y siga siendo militante socialista. Ella sabrá.

Cuando escribo estas líneas, la nueva tendencia no tiene nombre institucional: ha pasado, en unos días, de ser el partido de Savater a ser el partido de Rosa Díez. Y, mal que le pese al hombre, vistos sus esfuerzos, no es el partido de Martínez Gorriarán.

Dice Savater: "No es el partido de Rosa Díez, ni el mío ni el de nadie. El papel de Rosa, igual que el mío, es servir de banderín de enganche que oriente hacia dónde vamos a ir". Con nombre o sin él, en espera de bautismo, supongo que en Moncloa deben de estar frotándose las manos: por un lado, don Manuel Fraga, a quien siempre le interesaron más los éxitos que los contenidos, gallardoneando y, por tanto, haciendo campaña contra Rajoy; por otro, el Nuevo Partido, provisionalmente NP, abocado a recoger esos votos que, de no ir al PSOE, irían al PP si no fuera por este salvavidas de aparición tan oportuna.

No hay que sorprenderse: Savater dijo con claridad hace un tiempo que lo suyo era principalmente oponerse a la derecha, que él, pese a sus abundantes lecturas y constataciones de visu de la realidad (¡ocho años de gobierno!), sigue imaginando inquisitorial. Y lo ratifica ahora, afirmando que los ejes del NP son "el progresismo y la unidad" (quiero creer que se trata de la unidad de la nación española, aunque ésos son términos excesivamente fuertes para una parte de su clientela potencial).

Pero hay que preocuparse a la hora del recuento, porque no sólo van a quitar votos al PP, sino que, con su discurso de reconstrucción de la izquierda, van a conseguir que acudan a las urnas los que no pensaban hacerlo, y que una parte del caudal de Izquierda Unida, mucho menos menguado hasta ahora de lo que se quiere ver, se decante por el NP. Bien mirado, se trata de la misma táctica que llevó al Gobierno a la Pantera Rosa en 2004: que voten los que habitualmente no votan.

Si se hubieran puesto de acuerdo con el NP, no les habría salido mejor a los de Ferraz. Suponiendo que no se hayan puesto de acuerdo. Puede estar tranquila Rosa Díez: serán sólo unos meses sin los ingresos propios de su acta de eurodiputada, enseguida tendrá los de la Carrera de San Jerónimo.

En su página editorial, ABC sostenía el 30 de agosto pasado:

Obviamente, será un partido de izquierda, aunque el PSOE tratará de presentarlo como una filial del PP, pasando por encima de la consideración debida a intelectuales y políticos que, como los citados, tienen acreditada una militancia mucho más coherente y solvente que la de aquellos que, cómodamente instalados en su mediocridad pasada, presente y futura, ahora cargan contra ellos desde las filas socialistas. Por tanto, aquellos ciudadanos españoles que por ser de izquierdas no votan al PP y por sentirse ante todo españoles no secundan la política sin principios de Rodríguez Zapatero, pueden contar en el futuro con una nueva formación que responda a sus exigencias de alternativas.

Es en este contexto donde el nuevo partido tiene asegurada su viabilidad, en el caladero de los múltiples ciudadanos de izquierda que se sienten engañados y hastiados por Zapatero y que quieren una política de izquierda y nacional. Por eso no es extraño que algunas de las propuestas que ya se conocen de esta nueva formación –que debe evitar ser una ilusión efímera– tengan un carácter integrador y sin adscripción ideológica: reforma constitucional para la defensa del Estado, cambio en la legislación electoral para evitar el sobrepeso parlamentario de las minorías nacionalistas y política de unidad y firmeza frente a ETA.

La coincidencia de estas propuestas con las del PP no hace sino confirmar que derecha e izquierda aún tienen amplios terrenos de consenso en lo fundamental y que es el actual PSOE el que ha decidido jugar en las canchas embarradas de los nacionalismos.


Yo creo que la exposición es muy precisa: el exultante y robusto ratón recién parido es de izquierda pero pondrá el acento en aquellas cosas que todos los partidos de Estado tienen en común, es decir la nación, aunque el editorialista se vaya por las ramas del eufemismo al escribir "terrenos de consenso en lo fundamental". Son como el PSOE, pero, en principio, no quieren hablar con ETA ni con ERC.

El problema es que, así como el editorialista de ABC elude la palabra "nación", también la eludirán los miembros del NP, empezando por Savater, quien declaró sin ambages hace un tiempo: "España me la suda". Y si ahora saliera a decir lo contrario, todo el mundo le recordaría la infausta frase, de la que no se retractó en su día, pese a la polvareda que levantó. Pero es cierto que hay un enorme número de votantes a los que eso no les perturba (hasta cabría decir que les perturba más la palabra España) y que se conforman con que los nacionalistas continúen en el lugar en que han estado hasta Zapatero. El lugar de Pujol, aunque haya sido gracias a Pujol que ERC creció y se multiplicó. O el lugar del PNV, aunque haya recogido las nueces de los que sacudían el árbol, es decir, ETA.

Hay un enorme número de votantes buenistas que no se han dado cuenta de que los nacionalistas son insaciables (Azaña dixit). Fraga, también en esto más amigo del éxito que del contenido, crió con su política lingüística pujolista a los cachorros del lamentable BNG, ese partido que despide a un bombero que sabe apagar fuegos porque no habla gallego. (Un recuerdo curioso: en los primeros tiempos de los socialistas catalanes en el Ayuntamiento de Barcelona, el jefe de bomberos de la ciudad era un argentino, contratado por experto en incendios, como era debido; ahora, eso sería inconcebible).

Los del NP hablan de reforma de la ley electoral para evitar que los partidos nacionalistas estén sobrerrepresentados en el Congreso. Es un asunto espinoso, que el PP seguramente (quiero creerlo) habrá estudiado seriamente. Pongamos el ejemplo de Cataluña, reduciendo a sus números reales a CiU y ERC. El PP continuaría allí en la misma situación que ahora: entre el 12 y el 15%. Pero el PSC sumaría una cantidad inconveniente de escaños. Dudo que sea un buen negocio para el PP. Y mucho me temo que otro tanto sucedería en el País Vasco, donde quizás el PSOE no creciera, pero donde una cifra importante de votos podría ir al NP, que después de todo es de ahí.

Y en este punto hay que atender a lo que señalaba hace unos días en estas mismas páginas José María Marco: el NP, como Ciutadans en su día, nace de un lobby regional. Vasco. Como yo cometí el error de promover el partido catalán, sobre todo a la vista de los déficits del PP de Cataluña, con Piqué al frente, en lo tocante al nacionalismo puedo hablar por experiencia: ningún partido de ámbito regional está, por definición, enteramente libre del virus regionalista. Vean ustedes, si no, el caso de UPN.

Pienso que sería excelente que PNV, EA, ERC, CiU y demás formaciones locales tuviesen exactamente los diputados que les corresponden por sus electores, para no forzar a los dos grandes partidos nacionales a negociaciones miserables de la especie de las de Navarra. Y para no obligar así a los demás españoles a depender de los reclamos de unos cuantos catalanes, vascos, navarros o gallegos empeñados en hablar en nombre de todos sus paisanos. Pero también pienso que esa reforma debe ser consensuada, debe ser tejida con mimbres muy parecidos a los de la Constitución, una vez demostrado lo pernicioso de la ingenuidad ante los nacionalismos de los hombres del 78.

¿Es posible consensuar algo así con Zapatero en el poder? Desde luego que no, y eso lo saben los del NP perfectamente. Por eso lanzan una consigna inocua por su propia enormidad, al mejor estilo extraparlamentario, para dejar fuera de juego al PP, que guarda la debida prudencia al respecto y que, por mucho compromiso programático que asuma sobre esa reforma, sabe que no es para la próxima legislatura.

La reforma de la ley electoral es una necesidad, pero es estructural y, por lo tanto, de largo plazo. Y es la única cosa definida que les he oído a los del NP, que por lo demás siguen siendo socialistas. Antes de plantearla, hay que volver a meter al león nacionalista en la jaula. Y para eso hay que liquidar al que le abrió la puerta, al que agitó el árbol, como decía Arzalluz, para que ellos recogieran las nueces. Lo primero, pues, es acabar con ETA, con esta ETA engordada por la irresponsabilidad y la mala leche del presidente. Y a eso no ayuda el NP.


HORACIO VÁZQUEZ-RIAL.
vazquez-rial@telefonica.net

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