martes, 8 de enero de 2008

El PPC lanza un vídeo sobre la marginación del castellano en las aulas catalanas

Las elecciones primarias de Iowa y la Alianza Atlántica . Por Stephen Holmes

¿Qué significan las victorias de dos marginales relativamente inexpertos Barak Obama y Mike Huckabee en las primarias de Iowa para la política exterior americana en general y la Alianza Atlántica en particular? Es demasiado pronto para predecir, a partir de una pluralidad de votos emitidos por una pequeña franja de votantes autorizados en un Estado pequeño, quién acabará prevaleciendo en el proceso de selección, pero no para preguntarse si la actitud inexplicablemente ligera y gratuitamente distante del gobierno de Bush para con los aliados europeos de los Estados Unidos cambiará en gran medida el 20 de enero de 2008.

Los comentaristas parecen convenir en que los votantes que eligieron a Obama y a Huckabee tenían la sensación de rechazar el status quo. Para dejar atrás los patinazos del pasado, votaron, al parecer, por los candidatos a los que menos conocían, pero, ¿qué status quo exactamente se imaginaban rechazar? Tras un examen detallado, la "política habitual" que aparentemente pretendían rechazar, resulta nebulosa. Obama ha vinculado repetidas veces a Hillary Clinton, cuyo equipo político está comprometido personal e ideológicamente con la disputa del poder a quienes actualmente lo ocupan, con el pensamiento dominante en Washington de 2001 a 2007. Más extraño aún resulta que el amable y desigual Huckabee diga que el ex gobernador mormón de Massachusetts, Mitt Romney, representa el poder establecido.

Para centrar el debate, podemos hacernos la siguiente pregunta: ¿incluía el status quo rechazado por Obama y Huckabee el deterioro de las relaciones entre los Estados Unidos y Europa habidas durante la Presidencia de George W. Bush? Al fin y al cabo, la actual denigración por el gobierno actual de la "vieja Europa" no fue un simple aparte retórico, sino el núcleo de su temeraria actitud para con los asuntos exteriores. Ésa es la razón por la que una ruptura en serio con el desastroso legado de Bush debe comenzar con una nueva concepción y reconstrucción de la Alianza Atlántica. Sin embargo, resulta extraordinariamente dudoso que un nuevo atlantismo sea una prioridad para Obama ni ara Huckabee.

En las docenas de debates presidenciales celebrados en los seis últimos meses no ha habido apenas mención de las relaciones entre los Estados Unidos y Europa. No es extraño. Los candidatos no tienen un incentivo para centrar la atención en un asunto, como el de la tirante Alianza Atlántica, que raras veces, por no decir nunca, pasa por la conciencia del votante medio. Que Obama no haya convocado una sola reunión normativa de la subcomisión del Senado para Europa que preside (encargada de supervisar, entre otras cosas, las relaciones de los EE.UU, con la OTAN y la UE) no ha tenido la menor resonancia entre el electorado en general. Cuando sale a relucir ese asunto, los candidatos republicanos, por su parte, parecen menos tibiamente indiferentes que abiertamente hostiles a Europa. Su animosidad antieuropea, pese a su tosca carencia de información, refleja, entre otros factores, el desprecio del laicismo típico de los evangélicos blancos sureños y la perversa idea, propagada por algunos distinguidos intelectuales republicanos especializados en asuntos relativos a la defensa, de que en la actualidad poco o nada puede contribuir Europa a la seguridad americana.

¿Por qué importa Europa a los Estados Unidos? Destacan cinco razones.

En primer lugar, Europa es una región fronteriza en la guerra contra el terror en la misma medida en que lo fue durante la Guerra Fría. Como reveló el abortado ataque del año pasado a diez aviones de pasajeros con destino a los EE.UU. y procedentes de Londres, un ataque terrorista a ciudadanos americanos desde un país europeo sigue siendo muy probable. Los Estados Unidos pueden no necesitar al ejército francés, pero necesitan sin lugar a dudas a los servicios de inteligencia franceses.

En segundo lugar, las aptitudes lingüísticas y los conocimientos culturales de los europeos bastan para considerar que pueden hacer contribuciones indispensables a la seguridad de los EE.UU. La propagación del inglés como lengua del mundo ha tenido un efecto paradójico en la seguridad nacional americana, al volver a los Estados Unidos transparentes para las gentes de todo el mundo, al tiempo que volvía el resto del mundo cada vez más opaco para los americanos. Los europeos pueden suplir ese defecto.

En tercer lugar, dejando aparte el narcisismo de las pequeñas diferencias y la guerra de Bush, los americanos y los europeos comparten una forma de vida común y un compromiso cultural con el individualismo tolerante que no se encuentra con la misma intensidad, concentración y predominio indiscutido en la mayor parte del resto del mundo. Europeos y americanos afrontan también muchas de las mismas amenazas en materia de política exterior: no sólo el terrorismo, sino también presiones inmigratorias políticamente desestabilizadoras y causadas por la diferencia de riqueza entre el Norte y el Sur, el aumento de la mano de obra barata en China que destruye puestos de trabajo, la imprevisible petropolítica de Putin, la proliferación nuclear en la que participan países políticamente inestables, las enfermedades contagiosas, el calentamiento planetario, etcétera. Sería culturalmente suicida para "Occidente" no cooperar para idear formas de afrontar esos problemas inmensamente difíciles.

En cuarto lugar, la OTAN no sólo puede aportar importantes capacidades militares y, por tanto, reducir la merma de fuerzas americanas en un mundo turbulento, sino que, además, ofrece un cauce mucho más sólido que la UE o las Naciones Unidas para un multilateralismo serio en la política exterior.

En quinto lugar -y tal vez se trate del más importante-, la psicología humana elemental enseña que las personas que rehuyen el contacto con las demás tienen una percepción deficiente de la realidad. A las personas que nunca son criticadas por compañeros en los que confíen y con los que compartan una orientación en materia de valores básicos les resulta difícil permanecer mentalmente equilibradas. Lo mismo es aplicable a las naciones. Lo que hace a los aliados indispensables para una política de seguridad nacional eficaz es la capacidad de las naciones con una mentalidad semejante para brindar las comprobaciones de la realidad sin las cuales una superpotencia no puede, como, lamentablemente, hemos visto, mantener su equilibrio en un terreno internacional rápidamente cambiante y traicionero.

Como el 60 por ciento de los votos recibidos por Huckabee en Iowa procedían de evangélicos, sigue siendo probable que el candidato republicano acabe siendo Mitt Romney, John McCain o Rudi Giuliani. Todos ellos son firmes partidarios de la belicosa política exterior de Bush y todos ellos harán campaña basándose en la premisa de que el "miedo" tiene un mayor dominio emocional del electorado americano que la "esperanza". Muy bien pueden estar en lo cierto.

Obama es, evidentemente, un político muy dotado que, si resultara elegido Presidente, rompería o intentaría romper con algunas políticas americanas frustrantemente inflexibles, en particular en relación con Israel, pero otros candidatos -en particular, Hillary Clinton- se inclinarían más por una política exterior intensamente atlantista y harían hincapié en la reconstrucción de la alianza de los Estados Unidos con esos países extraordinariamente prósperos y que se encuentran en las mejores condiciones para ayudar a los EE.UU. a afrontar las ingentes amenazas a la estabilidad mundial que nos reserva el futuro.

El autor es profesor en la Facultad de Derecho de la Universidad de Nueva York y su libro más reciente es "The Matador"s Cape: America"s Reckless Response to Terror" ("La capa del matador. La imprudente reacción de los Estados Unidos ante el terror").

Los Tiempos.com