lunes, 9 de junio de 2008

Mil formas de no decir España. Por E. Villar/I. Moneo

La presión nacionalista ha borrado las referencias a lo español de muchos textos escolares. En autonomías como Baleares, a los recién llegados se les saca de otras clases para que aprendan cuanto antes el catalán.

Las tres décadas de la concienzuda «inmersión lingüística», iniciada en junio de 1978 en Cataluña y continuada después en el País Vasco, Galicia y Baleares, han dejado dos cadáveres en el camino: uno es el castellano, con una presencia testimonial en la mayoría de los colegios. El otro, la propia España. Según denuncian los profesores «rebeldes», aquellos que, siguen dando sus clases en la lengua de Cervantes, el localismo ha llegado a tales extremos que en los temarios se llevan a cabo todo tipo de equilibrios para obviar lo que aluda a lo español. De la Historia a la Literatura. De la Geografía a la contabilidad. ¿Ejemplos? Para dar y tomar, empezando por el nombre de la asignatura de Historia de España en Cataluña: «Historia», a secas. Ni en la tapa del libro aparece. Dentro, más de lo mismo. América la descubrieron «navegantes castellanos» (2º de Bachillerato) y los musulmanes tomaron la península Ibérica (2º de ESO). Mientras, Cataluña está omnipresente en los índices: «Roma y Cataluña», «Cataluña y la Primera Guerra Mundial», «El muro de Berlín y... Cataluña»...

«Me apuesto a que si hacemos una encuesta entre alumnos de la ESO no conocen a Don Pelayo», dice un profesor de Historia. El pasado mes se empeñó en explicarles el Dos de Mayo: «Manuela Malasaña les suenan a chino. La resistencia de Gerona ni se menciona, y la palabra independencia está vetada; es la guerra del francés».
Machado no es vasco
Otro tanto ocurre en el País Vasco. E.L.G., profesor de Historia en Álava, denuncia que muchos alumnos creen que las guerras carlistas no fueron dinásticas, sino entre vascos y españoles, y que Euskal Herria «es una nación que ha existido siempre». El mismo estupor sintió Rubén, profesor de Literatura de 2º de Bachillerato, cuando un alumno tildó de «fachas» a Unamuno o Baroja por ser vascos preocupados por la esencia de España, o cuando otro compañero protestó por tener que estudiar a Machado o Lorca porque «estos no son de aquí».
La «ontoloxía» de Platón
Esta curiosa manera de ver el mundo afecta a todas las áreas. En Galicia, los profesores de Filosofía se las ven y se las desean para explicar en gallego el pensamiento de Platón. «En lugar de traducir directamente del griego clásico, lo hacen de la versión española, con lo que el sentido se desvirtúa» -se lamenta Adrián Fernández, profesor de La Coruña-. Todo lo arreglan con poner «x» en lugar de «g». Si hay que hablar de la ontología de Platón, «decimos ontoloxía y se acabó». La marea lingüística ha llegado, incluso, a la contabilidad. La Xunta quiere que se imparta toda en gallego. Da igual que los pequeños empresarios llamen a los institutos, como en el que trabaja Andrea, para pedir que refuercen el castellano de los alumnos. «Ahora quieren implantar el curso de correspondencia comercial en gallego. Pero las empresas se quejan de que los empleados que les enviamos no contestan en español, y ellos tienen clientes de fuera de Galicia», afirma.
En algunos lugares, como Baleares, a los recién llegados, peninsulares o extranjeros, se les saca de sus clases para que den cursos acelerados de catalán, la única prioridad, según denuncia Jorge Arturo Muñoz, profesor de Filosofía en Palma. «El otro día tuve el caso de un niño uruguayo muy bueno, pero que no entendía nada de Matemáticas porque todo era en catalán. Con ellos no se cede ni un centímetro. Y muchos repiten o pasan de curso sin base suficiente», se lamenta.

La razón

Lengua y Patria. Por Carmen Gurruchaga

Se atribuye a René Descartes, padre de la filosofía moderna, la frase de «Mi patria es mi Lengua» pero, independientemente del autor de este aforismo, es una obviedad que sin lengua no hay patria. Existen multitud de anécdotas, sucedidos y realidades en este sentido, como la vivida en un pequeño pueblo próximo a Sos, en el que sus habitantes sólo hablaban un dialecto aragonés y no entendían el español, por lo que estaban convencidos de que esa localidad era su país. Pero más tarde llegaron las comunicaciones por carretera y las telecomunicaciones cuya consecuencia inmediata consistió en que el idioma mayoritario se fue introduciendo hasta entender que la lengua más práctica para usar como vehículo de comunicación con sus vecinos era el español y su patria España. Esto no significa que el dialecto o la lengua vernácula tengan que desaparecer del habla de quienes habitan en su zona de influencia sino que, por el contrario, debe ser preservado y cuidado como parte del patrimonio cultural y como un bien muy preciado.

La patria es siempre motivo de orgullo, pero no debería ser causa de conflicto. La patria debe ser un concepto noble, pero el patriotismo mal entendido ha sido y es causa de muchas aberraciones. Guy de Maupassant escribió que «el patriotismo es el huevo de donde nacen las guerras» y Samuel Johnson que «el patriotismo es el último refugio de los canallas» y no hay más que pensar en ETA para comprobar la certeza de estas máximas. Muchos catalanes, vascos y gallegos sienten como patria propia sus respectivas comunidades autónomas y están en su derecho, porque frente a los sentimientos no hay razonamiento que valga. Pero esto no les otorga el privilegio de no respetar y despreciar el idioma mayoritario y común a todos los españoles y tratar de imponer el habla autóctona.

Los nacionalistas vascos, catalanes y gallegos saben perfectamente que para construir una nación el primer paso es poseer una lengua propia, que en su caso, la tienen; pero también necesitan que sea hablada mayoritariamente. Y en ello están, aunque para conseguirlo están utilizando el peor de todos los caminos, el de la imposición. Las autoridades autonómicas saben que muchas de las personas que viven en sus comunidades desconocen el euskera, gallego o catalán, pero están convencidos de que si no se les deja otra opción, acabarán por aprenderla ante las contrariedades que les depara su ignorancia si desean residir, pero sobre todo poder vivir en esas comunidades. En sentido contrario, estas mentes sectarias y totalitarias opinan que jamás se preocuparán por conocer la lengua vernácula si no es obligatoria para acceder a un puesto de trabajo o para aprobar exámenes de fin de Bachillerato, por lo que van a hacerlo obligatorio desde la educación primaria. No se dan cuenta de que este deber puede garantizar su aprendizaje, pero en ningún caso su uso, imprescindible para la extensión y conservación de la lengua.

Franco prohibió el uso del euskera y del catalán con la pretensión de que sin lengua, los nacionalistas se olvidaran de su patria. Fracasó en el intento, porque preservar el euskera formó parte del decálogo de la resistencia antifascista. Que se apliquen el cuento.

La Razón - Opinión