domingo, 8 de marzo de 2009

Facha el último. Por Arturo Pérez-Reverte

Hay un perverso acicate mutuo entre la sociedad, sus políticos y sus cronistas. Un desafío permanente para ver quién llega más lejos en la espiral del disparate. En esta España acomplejada y cobarde, el canon de lo correcto se ha convertido en perpetuo salto mortal, regado por la baba oportunista de la cochina clase que goza de coche oficial. En cuanto la sociedad establece o acepta un punto de vista, los medios informativos lo recogen y amplifican, consagrándolo aunque sea una perfecta gilipollez. Luego, ese enfoque es de nuevo recibido con entusiasmo por la sociedad, que intenta llevarlo más lejos, por el qué dirán. Maricón el último. O fascista, que se dice ahora para todo. Facha el último. La nueva pirueta es recogida por periódicos, televisión y tontos de guardia, y otra vez vuelve a desarrollarse el proceso. Así, de peldaño en peldaño, hasta el infinito. O hasta la náusea.

Un par de asuntos me recuerdan esto. Uno es la noticia de que
niños de entre 11 y 15 años son sorprendidos en un descampado en ruinas jugando con armas simuladas, y que la policía las requisa; se parecen a las reales, disparan bolitas de plástico potencialmente peligrosas, y aunque su posesión es legal, manejarlas fuera de casa puede alarmar a algún vecino. Hasta ahí la cosa no tiene mayor importancia: chicos que juegan en lugar inadecuado, intervención policial. Punto. Cualquier fulano de mi generación, y de cualquier otra, ha jugado a la guerra en algún momento de su infancia. Yo lo hice, con los amigos, en el campo y en casa: pistolas, soldaditos de plomo y de plástico. Hasta un casco de soldado, tenía. Y un viejo fusil. Hace poco hablé aquí de películas de la Segunda Guerra Mundial, que no nos convirtieron en miembros de la Asociación del Rifle ni en psicópatas belicistas a Javier Marías, a Agustín Díaz Yanes ni a mí mismo. En aquellos tiempos, dabas lo que fuera por un arma como las de verdad. Quiero decir que se trata exactamente de eso: niños jugando a lo que –dejando aparte a espartanos, vikingos, jenízaros, juventudes hitlerianas y otros extremos justificables o injustificables– niños de todas las razas y colores han jugado desde que el hombre existe sobre la tierra. Impulsos naturales en un chico, aunque en los últimos tiempos una panda de cantamañanas se empeñe en que, para erradicar la violencia del mundo y que todos nos besemos en la boca disfrazados de conejito Tambor, con lo que tienen que jugar los niños varones es con Barbies y cocinitas. Que hace falta ser imbécil.

Pero el punto no es ése. Lo que me llamó la atención al leer la información, publicada a cinco columnas, no fue que los niños jugaran a la guerra ni que la policía requisara el armamento –normal, hasta ahí–, sino el enfoque del redactor. No era éste un columnista de opinión, sino un reportero de los que cuentan cosas y dejan la existencia de Dios para los editorialistas, como dijo Graham Greene o uno de ésos. Sin embargo, tomaba partido en tono de reprobación moral contra «ese supuesto juego, nada inocente», dejando entrever que jugar a la guerra situaba al grupo de niños a medio paso de un grupo paramilitar neonazi. Por lo menos.

Esa afición a etiquetar según el canon, a meter en el paquete información y doctrina a la moda, es propia de cierto periodismo de todos los tiempos. Lo que pasa es que ahora actúa a lo bestia, contaminando masivamente a una sociedad que, en principio, debería ser más lúcida y crítica que cuantas la precedieron. En España, en ese aspecto, la única diferencia es que hoy vivimos acogotados por lo socialmente correcto en vez de por obispos y malas bestias cuarteleras. Por los mismos fanáticos y oportunistas que antaño condenaban los escotes, el baile, los libros perversos y el relajo en las buenas costumbres, yendo siempre más allá de la moral oficial para no quedarse cortos, por si las moscas. Hoy son pacifistas ejemplares –hasta con el aliento de Al Qaida en el cogote– como ayer fueron partidarios de la Cruzada nacionalcatólica o de quien les regara la maceta. Los tontos, los lameculos y los canallas de siempre.

Sobre esa adaptación del asunto a los tiempos que corren hay otro ejemplo significativo, de hace poco. En una entrevista, y entre varias cosas de interés, un actor congoleño declaraba que el hecho de ser negro limita la clase de papeles que le ofrecen interpretar aquí. El comentario, hecho por el entrevistado con toda naturalidad y como algo obvio, era elevado por el titular del periódico a la categoría de denuncia social: «Sólo me ofrecen papeles de negro». Pues claro, pensé al leerlo. Papeles de taxista, médico, abogado, arquitecto, chapero, político, bombero, atracador, policía, rey Baltasar. De negro, o sea. Lo raro sería que le ofrecieran hacer de blanco. De Cid Campeador, por ejemplo. De capitán Alatriste o de coronel de las Waffen SS en el frente ruso. Aunque esto es España, concluí. No faltará, seguramente, quien pregunte por qué no pudo ser negro Hernán Cortés. Y todo se andará, al fin. Me temo.

XL Semanal

Pepe Perona, el último romano. Por Javier Orrico

Déjenme que hoy les hable de José Perona Sánchez, catedrático de Lengua de la Universidad de Murcia y uno de los más brillantes combatientes que nos quedaban contra la estupidez reinante en la enseñanza española. Con su muerte, acaecida el pasado martes, algunos perdemos algo fundamental, un amigo verdadero y generoso; pero España pierde una de las escasas inteligencias a contracorriente que quedaban en su gris y acobardada universidad. La cultura española está hoy un poco peor, pues un hombre como Perona es irrepetible. Fue, por ejemplo, además de ensayista e investigador, un articulista implacable, dueño de una lengua culta y acerada con la que hizo lo que muy pocos se atreven a hacer, y menos en los oasis autonómicos: devastar la inkultura, la tontería progre y aldeana, esa redundancia. En la foto de abajo aparece junto a Arturo Pérez Reverte, que le incluyó como personaje en su novela "La carta esférica", bajo el nombre de Néstor Perona. Las palabras que siguen han aparecido hoy en La Opinión de Murcia, en la sección "Obituario".

Se nos ha muerto Pepe y es como si los bárbaros ya estuvieran a las puertas de Roma dispuestos a arrasarla. Como si la última empalizada que nos defendía hubiera caído exhausta, incapaz ya de aguantar la estupidez interior y hubiera dicho entrad, entrad, salvajes, libradnos de nosotros y de nuestros propios canallas, de nuestros cobardes, de nuestros ágrafos sinvergüenzas, que caiga Roma y con ella la belleza pero también cuantos la traicionaron. Como si hoy viviéramos asomados a un abismo, sobre un vacío en el que él nos sostenía y que sin él es más que nunca “el corazón de las tinieblas”. Hay personas que cuando se van te dejan la sensación de algo acabado, te dejan herido pero resignado. Y las hay que te dejan una soledad de acero, de agujas imantadas, de restos de hierro en la mandíbula, como un dolor de astillas, una ausencia de agua oxidada sobre el pecho. Como si estuviéramos más indefensos, más desvalidos, más inermes.

Pepe era el último romano que conocíamos. Creo que siempre vivió entre su amor por Roma (la cultura, la civilización, el conocimiento, la vida concebida al servicio del gozo que todo eso produce en el hombre) y la conciencia de su irremediable extinción, de la decadencia de una república cuyo abandono en los brazos de la mediocridad la conducía a su fin. Hablábamos, ante ello, de la necesidad de cultivar nuestro propio huerto, como nos había enseñado Voltaire, de refugiarnos en el culto casi secreto de unas virtudes y una vida interior que consolaran ante la barbarie que ya estaba aquí, como en ninguna otra época de la Historia, entre nosotros, destruyendo cuanto habíamos amado, cuanto de noble y hermoso habían creado los hombres y que ahora la marea de los demagogos y los correctos convertía en virutas para ser deglutidas por las masas como píldoras de un éxtasis de fin de semana.

No bastaba con el huerto. Y lo sabíamos. Escribíamos porque no bastaba. Lo sabía sobre todo él, que no podía ocultar, ni siquiera bajo su festivo humor, bajo su vitalidad, que ese sarcasmo era una mueca de melancolía, de derrota ante la cual no nos quedaba más que la risa. Su corazón era demasiado grande y su sangre demasiado torrencial para aguantarse bajo la dulzura de una retirada hacia el invierno Creo que siempre supo que un día no bastaría el humor, que un día no podría contener su ira, esa sangre alzada contra los nuevos gurús iletrados de una sociedad y unas élites cada día más cretinizadas.

No sé si no se habrá ido sólo para no ver lo que le espera a la universidad a la que dedicó su vida, rendida ante las nuevas castas de comisarios psicopedagógicos y sus “estrategias implementables”, decididos a aplastar los últimos restos de sabiduría de los hombres-libro para subyugarlos en una inmensa ESO de “capacidades y competencias”. Ya no bastan los conocimientos, dicen los nuevos godos. Lo que Pepe sabía es que nunca había habido tan poco conocimiento, tanto desprecio por el saber verdadero, y que la barbarie que viene no es más que la extremaunción de una cultura. Si le ha dado tiempo, estoy seguro de que habrá soltado una carcajada contra todos esos a los que llamaba delincuentes.

Hasta cambió su título de catedrático de Lengua Española por el de Maestro de Gramática precisamente para expresar todo su desprecio a esta época que ha hecho de la ignorancia un ideal. Se fue a vivir al Renacimiento para no tener que soportar a tanto pedatonto diciendo que no hay que enseñar gramática, cuando lo que ocurre es que ya no se sabe y por eso reina sobre ella la más absoluta confusión. Sabía que sólo el conocimiento de la lengua nos protege de los manipuladores y los mentirosos, que nada hay más necesario que el rigor de la Gramática frente al aplastamiento ágrafo con que hoy se conduce a las masas al degolladero mientras se las halaga y excita. Fue tolerante con todo, absolutamente liberal en las costumbres, abierto a todas las ideas salvo a la pedantería de los golfos arribistas que estaban arruinando el mundo en que creía.

Pero para algunos de sus amigos, la camada de columnistas que empezamos juntos en los primeros noventa (Abarca, Muñoz Clares…), en nuestro irrepetible Diario 16, fue, sobre todo, un articulista excepcional. Único. Alguien, creo que Diego Muñoz, que había sido alumno suyo y era entonces compañero en la redacción, me habló de Pepe. Entré en una de sus clases sin aviso. Su idioma era aún el de un maestro, es decir, el de un modelo de cultura, incisivo, irónico, radical, selecto, riguroso. Inició una serie de apabullantes textos construidos como diamantes, precisos, simétricos, limpios, hechos para ensalzar una tradición. Era, en efecto, un romano, un español orgulloso que hacía gala de serlo, de ser hijo del Renacimiento y del latín, esa lengua que era su cedazo, cuyo conocimiento ha sido negado a las nuevas generaciones, y sin la cual el español, en efecto, no pasa de ser una lengua vulgar.

Fue un auténtico patricio, el último, amó a Roma, a su familia, a la cultura a la que entregó su vida, a sus amigos y a cuantos placeres se le ofrecieron sin dejar por ello de ser un hombre profundamente moral. Eso es Roma. Nos hizo mejores a cuantos lo conocimos.

La muerte debería dejar que nos despidiéramos. Fuimos amigos durante casi veinte años y voy a echar mucho de menos sus llamadas, las largas conversaciones donde su gracia se desplegaba como una adarga contra la necedad. Pero la muerte es siempre un “golpe helado”. No pido que descanses en paz, Pepe, porque tú no estabas cansado. A lo mejor el paraíso es lo que cada uno ha amado. Entonces estarás entre tus libros, paseando por plazas como la Signoria, esperando a los tuyos y riendo, gozoso de quien fuiste y de quienes nos ayudaste a ser.

El blog de Javier Orrico

Las purgas de Fidel

El líder cubano depuró a quien pretendía hacerle sombra

El general Arnaldo Ochoa rechazó que le ataran las manos. Extendió sus brazos y se ofreció a las balas del pelotón. El 13 de julio de 1989, el militar más laureado de Cuba caía fusilado cerca de La Habana. En apenas un mes, Ochoa, de 59 años, pasó de héroe de la república a ser detenido, juzgado y ejecutado por narcotráfico y alta traición. La misma suerte corrieron el coronel Antonio Tony de la Guardia y los oficiales Amado Padrón y Jorge Trujillo.

El caso Ochoa es uno de los episodios más terribles del historial de purgas del régimen de Fidel Castro, que acaba de defenestrar a dos de sus pesos pesados: el ministro de Exteriores Felipe Pérez Roque y el vicepresidente Carlos Lage. La lista de depurados es amplia: bien porque hacían sombra al Líder Máximo, o por desviacionismo ideológico, o por corrupción, o bien, como en el caso Ochoa, porque Fidel necesitaba sacrificar unas fichas para protegerse.


El proceso sumarísimo conocido como Causa número 1 de 1989 concluyó que el general y 13 colaboradores habían transportado seis toneladas de cocaína del cartel de Medellín a Estados Unidos y recibido 3,4 millones de dólares (2,68 millones de euros al cambio actual). El juicio fue transmitido por televisión. Ochoa, el combatiente altanero, héroe de Sierra Maestra y jefe de la misión militar en Angola, aparecía hundido.

La historia oficial no tardaría en resquebrajarse. En una carta filtrada desde la cárcel, tres años después, el general Patricio de la Guardia, gemelo de Tony y condenado en el mismo proceso, explicó que el Gobierno auspiciaba el tráfico de drogas para hacerse con dólares. Tony y sus colaboradores formaban parte de un departamento del Ministerio del Interior llamado MC (Moneda Convertible), dedicado a conseguir divisas mediante el contrabando de diamantes, marfil de Angola… y cocaína de Pablo Escobar. “Sobre la droga, Fidel lo sabía todo”, relata De la Guardia. Él mismo le informaba.

El líder cubano “sacrificó” a su gente, prosigue Patricio, cuando supo que “la actividad del departamento MC era conocida por los norteamericanos”. Washington, en efecto, había lanzado serias advertencias a Cuba. Cuenta el escritor Norberto Fuentes, amigo de Tony de la Guardia, que Fidel visitó al coronel en la cárcel y le prometió que salvarían su vida si se inculpaban.

Con la desaparición de Arnaldo Ochoa, Fidel no sólo se libró de ser procesado en EE UU. El general era un personaje muy popular, gozaba de prestigio en las Fuerzas Armadas y no ocultaba su simpatía por la perestroika rusa. Al día siguiente de su ejecución, algunas calles habaneras amanecieron con una pintada: 8A. Para extirparle de la historia, el general fue enterrado en una tumba anónima en el cementerio Colón.

La oportuna desaparición de figuras carismáticas alrededor de Fidel ha ido tejiendo una leyenda de sospechas. Así ocurrió con Camilo Cienfuegos, llamado el comandante del pueblo por el cariño que despertaba entre los cubanos. Su muerte en un supuesto accidente de avión en 1959, poco después del triunfo de la revolución, sigue envuelta en el misterio: ni su cuerpo ni los restos del aparato fueron encontrados. Las conjeturas también han rodeado el viaje sin retorno del Che Guevara a Bolivia. Algunos de sus ex compañeros creen que fue abandonado a su suerte por Fidel.

Otras cribas van más allá de las suposiciones. Como la del comandante Huber Matos, amigo de Cienfuegos, que decidió apartarse de la revolución por su deriva comunista. Fidel no fusiló a Matos, como pedían Raúl Castro y el Che, para “no convertirle en mártir”. A cambio, lo encerró 20 años en prisión.

Claro que la lealtad inquebrantable tampoco ha sido salvaguarda de las purgas, como lo demuestran las decenas de altos funcionarios que languidecen en el plan pijama: es decir, condenados al ostracismo, humillados y despojados de los privilegios de la nomenclatura. De poco le sirvieron sus desvelos a Carlos Aldana, responsable del departamento ideológico y las relaciones internacionales del Partido Comunista y considerado como número tres del régimen. En 1992, fue apartado del poder por serios “errores” en el desempeño de sus funciones. Aldana se había mostrado sensible al proceso de cambio en la URSS, tras reunirse en privado con Mijaíl Gorbachov.

Peor destino tuvo, siete años después, Roberto Robaina, ministro de Exteriores entre 1993 y 1999. Desde que deslumbrara a Fidel como dirigente de la juventud comunista, Robertico se había convertido en el niño mimado del líder cubano. Pero su estado de gracia terminó cuando empezó a tomar vuelo propio y a mostrar atisbos de contaminación reformista. En 2001, Robaina fue expulsado del partido y despojado de su cargo de diputado. Hoy trabaja en el Parque Almendares de La Habana y se consagra a la pintura. Sus lienzos más recientes tienen como motivo principal el desnudo femenino.

Su sucesor, Pérez Roque, a pesar de ser considerado un “talibán fidelista”, ha tenido idéntica trayectoria: de la juventud comunista a la cumbre, y de ahí al destierro. Quizás porque él, como Carlos Lage, o como antes Robaina o Aldana, habían logrado proyección y buenos contactos exteriores por su condición de interlocutores con la comunidad internacional. Todos han sido víctimas de un rasgo que Fidel comparte, a decir de muchos analistas, con Stalin: su obsesión por decapitar a cualquier figura que haga pensar, siquiera remotamente, en su sucesión.

El País

El aborto según Aído. Por M. Martín Ferrand

POSIBLEMENTE, Bibiana Aído lleve sobre sus hombros una buena cabeza: ordenada para pensar, dispuesta para conocer, apta para sentir, capaz para rectificar y lo suficientemente nutrida para desempeñar la tarea que le ha encomendado José Luis Rodríguez Zapatero. Alguna razón de peso, además de las cuotas regionales y la paridad, habrá motivado su instalación en el Consejo de Ministros. Lo que quizá le ocurra a la ministra es que, en función de la calamidad de nuestro sistema educativo, sea víctima de algunas lagunas y confusiones. Cuando habla sorprende, sobre su inanidad, la confusión que tiene la pobre entre silogismos y sofismas.

La ministra de Igualdad trata de rellenar la vaciedad de su cartera con una gran aplicación a la causa de la liberalización del aborto. «Si las mujeres entre 16 y 18 años pueden decidir si se casan o tienen hijos -asegura Aído-, pueden hacerlo también sobre la interrupción voluntaria del embarazo». Llevamos oídas muchas sandeces para defender una innecesaria reforma de la Ley del Aborto que, en lo que se me alcanza, no constituye una demanda social ni se ajusta a la moral colectiva de los españoles; pero esa comparación deductiva las supera todas. Según tan liviano método de raciocinio, la jovencita que puede decidir casarse, tener hijos o abortar, también podría, en ausencia de límites éticos, matar a su padre.

Tratar de legislar sobre lo que afecta a la intimidad y la conciencia de las personas es temerario y, hágase en sentido restrictivo o liberalizador, atentará contra las convicciones de muchos; pero le ocurre a la izquierda que, vacía de contenidos, tiene que buscar territorios reservados al individuo para justificar el impulso «progresista», sin el que se queda en nada. Más razonable sería que Aído propusiera el establecimiento de la mayoría de edad en los 16 años y así, sin repugnar a otras normas en vigor, no resultara necesaria la autorización paterna en los casos de aborto.

Esta ministra, a la que parece faltarle un hervor, debe de haber entendido mal el soliloquio de Segismundo en La vida es sueño -«Pues el delito mayor/ del hombre es haber nacido»- y, arrebatada por el afán de redimirnos a todos y de contribuir a la construcción de un mundo mejor, se empecina en que sean menos quienes nazcan y/o delincan. Si Aído sigue entrenando, puede superar con facilidad y mérito a otras miembras de su paritario equipo.

ABC - Opinión

El 38. Por Eva Miquel Subías

Elecciones

«"Si tú no vas, el PP vuelve. No te confíes. Pásalo", esta vez los del PSOE se encontraron con que los gallegos ya habían ido, habían vuelto y confiaron en quien les vino en gana confiar.»

Podría tratarse del título de una canción de La Oreja de Van Gogh; pero no. Este bonito número es el que pinta de un color determinado los ejecutivos gallegos y vascos, el que diseña nuevas mayorías, el que mantiene lo que ya había o el que te dice que te las apañes como puedas, pero no de la manera que tú pensabas.


El 68 fue quien se lo dijo –tras más de veinte años en el poder– a Convergència i Unió. Habiendo ganado las elecciones en 2003, socialistas, independentistas y ecosocialistas-ex comunistas, quedaron a cenar un día de otoño y no tuvieron dudas: "esta es la nuestra, chicos". Algunos miembros de la coalición convergente ya no han vuelto a ser los mismos, más de un ex alto cargo del Govern entró en una fase de depresión de la que no tiene pinta se recupere a corto plazo y muchos de los que paseaban a sus anchas bordeando los ríos del pesebre pujolístico, esperan pacientemente a que llegue otra dulce navidad, pero el período de adviento está siendo demasiado largo y pesado. Ya nunca será igual y el catalan establishment cuenta con demasiadas caras nuevas que se han adaptado al nuevo medio con la rapidez con la que los monjes de Shaolin mueven sus miembros.

Y esto, amigos míos, lo saben los nacionalistas vascos. Vamos si lo saben, a pesar de haber estado bien calladitos cuando a sus "hermanos" les pasó lo que les pasó. No oí a Iñigo Urkullu apuntar en ningún momento que fuera la fuerza más votada la que tenía que formar Gobierno. Como tampoco oí a nadie hacer lo propio cuando Emilio Pérez Touriño y Anxo Quintana decidieron arrinconar al Partido Popular.

El 38, en esta ocasión, lo ha tenido claro en Galicia. Uno más, para ser exactos. Tras cuatro años en la fría oposición, Alberto Núñez Feijóo ha sabido convencer a los gallegos, algo hartos éstos de ofensivas nacionalistas y de excesos presupuestarios para calmar las ansias de grandeza aldeana y les ha dicho que vuelvan a ser el gran pueblo que han sido siempre, más gallegos que nadie y por ende, más españoles que nadie. Sin complejos pero sin chorradas.

En el País Vasco, señores, ha sido más caprichoso. El escenario es electoral y socialmente más complicado y así se manifiesta. El PSE tiene la oportunidad de pasar a la historia como el primer partido no nacionalista que gobierna en Euskadi y Patxi López de convertirse en su primer lehendakari. Y para ello cuenta con el apoyo del Partido Popular y de UPyD. Aunque a mí, personalmente, hay una cuestión que me preocupa un poco. En estos momentos, probablemente sea menor, pero no por ello quiero dejar de anotarla.

Me refiero al Síndrome de López. Aunque bien podría llamarse Pérez, García o Montilla. Y el cuadro que presenta consiste en que aquejado por la gran losa que supone llevar un apellido claramente español a tus espaldas, se intenta demostrar compulsivamente la "autenticidad" de la sangre que corre por tus venas mediante políticas cultural y políticamente más homogéneas que las que ponían en práctica tus predecesores. O sea, más nacionalista que el más nacionalista pero sin ser nacionalista.

Cierto es que los apoyos con los que el PSE podría contar son claramente diferentes a aquellos con los que cuentan sus compañeros de filas allá donde Artur Mas permaneció a la espera de ampliar la Casa Gran del Catalanisme. Y eso, en fin, me alivia en cierta manera.

El tema de la participación es otro fenómeno fascinante que bien requerirá un capítulo aparte. Ahora bien, lo que está claro es que cuando el PSOE viendo la que se avecinaba recurrió a uno de sus muchos e infalibles procedimientos de cheerleader electoral enviando sms a destajo con el lema: "Si tú no vas, el PP vuelve. No te confíes. Pásalo", esta vez se encontraron con que los gallegos ya habían ido, habían vuelto y confiaron en quien les vino en gana confiar. Así que id tomando nota y reciclad los mensajes. Pásalo Pepiño.

Libertad Digital - Opinión

Pagos en especie. Por Alfonso Ussía

Pocos años atrás, uno de los grandes bancos españoles financió 17 conferencias de Garzón en los Estados Unidos, a cien mil dólares el acto

Nada me aburre más que escribir del juez Garzón. Sólo comparable a redactar un artículo acerca de la metalurgia en el siglo XIX y su impacto en la economía de Llodio. Sucede que es oportuno hacerlo. Los pagos en especie. De beneficiarse de pagos en especie acusa al Presidente de la Generalidad de Valencia, Francisco Camps. Unos trajes. No me creo semejante patraña. De ser cierta la acusación de Garzón nos hallaríamos ante el soborno más cretino de nuestra Historia. De ahí que no me quepa en la cabeza. Es peligroso señalar a un político de altas responsabilidades como receptor de pagos en especie, cuando el dedo que apunta forma parte de una mano que se ha beneficiado de toda suerte de pagos en especie y no en especie.


Cuando San Isidro llega, en las grandes corridas, siempre las cámaras de Canal Plus nos regalan la imagen de don Baltasar ocupando barreras o burladeros. ¿Paga sus entradas? Sus famosas cacerías en España y África. ¿Las abona de su cuenta corriente o acepta que los propietarios de los cotos y organizaciones de safaris se atrevan a obsequiarle con invitaciones o rebajas? Pagos en especie. ¿Han asistido ustedes en alguna ocasión a una conferencia pronunciada por Baltasar Garzón? Duerme a las ovejas. Pocos años atrás, uno de los grandes bancos españoles financió 17 conferencias de Garzón en los Estados Unidos, a cien mil dólares el acto. En total, un millón setecientos mil dólares que aterrizaron en España en los bolsillos de Garzón. A esto no se le puede llamar pago en especie, sino pago en rama. Quiero y admiro a Luis del Olmo. Colaboré en su programa «Protagonistas» quince años. Luis es generoso y entusiasta. Y también ingenuo con algunas amistades. Cuando se propone algo, lo consigue. Lleva años organizando un campeonato de golf en el que compite Garzón. ¿Paga Garzón los hoteles y los viajes? Deduzco que lo paga la organización de Luis del Olmo, igual que me los pagaba a mí. Cuando Luis invita lo hace de verdad, y disfruta haciéndolo. Pago en especie. Hasta un polo bordado con el logotipo del torneo se puede considerar pago en especie. E insisto en que no estoy disculpando la muy improbable aceptación de Camps de pagos en especie, porque no me la creo. Me limito a escribir que Baltasar Garzón recibe todos lo años muchos pagos en especie y en lo que no es especie, y nadie le ha dicho nada. Su pasado en la lucha contra la ETA elevó su figura ante millones de españoles. De haber sido quien esto firma el empresario de la Plaza de Toros de Madrid o de Sevilla, me hubiera sentido honradísimo en invitar a una barrera o a un burladero al juez Garzón para que asistiera a cuantos festejos se le antojaran. Sería el detalle de un español agradecido a un juez que vacía la calle de terroristas. Otra cosa es el ciclo de diecisiete conferencias a cien mil dólares el tostón financiadas por un gran banco. Eso no lo debería aceptar un juez de la Audiencia Nacional, pero si nadie ha protestado por ello, será que es legítimo y correcto.

De cualquier forma, Garzón ha alcanzado su principal objetivo. Habrá errado, una vez más, en su instrucción, pero dejará el prestigio personal de Francisco Camps en el aire, a merced de lenguas, plumas y voces organizadas y maledicentes. Sus servicios a su partido político preferido podrán ser impagables si Camps no demuestra que su honradez llega también a los trajes de alpaca. Y a partir de ahora, que el juez pague de su bolsillo los toros, el golf y la caza. Con otro ciclo de conferencias, le sobraría liquidez para hacerlo.

La Razón - Opinión

La tercera oleada. Por Ignacio Camacho

UNO de los grandes errores recientes de la derecha política española ha sido el de empeñarse en considerar a Zapatero una especie de accidente histórico. Bloqueada por la dolorosa derrota electoral sobrevenida tras los atentados de Atocha, creyó que le bastaría con reagruparse y esperar, sin autocrítica alguna, a que el poder le fuese devuelto por el curso natural de las cosas. Esa negligencia autosuficiente permitió al presidente asentarse y desplegar una correosa estrategia de aislamiento que ha llegado, en la práctica, a amenazar con convertir los años de Aznar en el auténtico paréntesis entre una larga hegemonía socialista.

No son pocos los politólogos que sostienen que a un gobernante consolidado sólo lo puede retirar otro más joven, o al menos inédito, que proyecte en el electorado una imagen de renovación y alternativa. En ese sentido, es probable que el hartazgo generado por la crisis cuaje cuando la opinión pública perciba en el PP un salto generacional, que Rajoy está intentando dar conservándose a sí mismo como cordón umbilical con la etapa anterior. La apuesta tiene riesgo porque acaso sea el propio líder el obstáculo para una percepción renovada, pero como no es tonto ha puesto en marcha una operación de relevo que, en caso de catarsis, garantice la aparición en escena de un grupo humano poco vinculado a la desgastada primera fila del aznarismo.

A ese grupo, hasta ahora encabezado por Ruiz Gallardón, Cospedal y Camps -cuya supervivencia depende de que sepa salir del feo lío de fondo de armario en que lo ha metido Garzón-, se acaba de incorporar por derecho propio Alberto Núñez Feijóo, un dirigente que representa el rostro sensato, moderno, abierto, pragmático y urbano de la derecha. Un marianista puro que puede configurarse desde Galicia como una futura referencia, con vitola de ganador limpio y sin hipotecas del pasado reciente. Entre toda esa gente -también los Basagoiti, González Pons o Soraya Sáez de Santamaría- se está conformando la masa crítica de un nuevo centrismo político, una tercera oleada que, tras las de Fraga y Aznar, se apodera paso a paso de las estructuras clave del partido; si Rajoy acaba por aprovechar el visible desgaste de Zapatero sacará de ahí su guardia pretoriana, el núcleo duro del poder, y si fracasa de nuevo dejará una fuerza de reserva en condiciones de asegurar que no habrá marcha atrás hacia el túnel del pasado y la nostalgia.

Durante la legislatura anterior, la posibilidad de alternativa quedó frustrada por la crispación y la impaciencia, pero la derrota de 2008 va a terminar imponiendo la depuración necesaria para conformar una nueva mayoría social. Galicia ha sido un punto de inflexión. Las elecciones europeas de junio quizá decidan si ha de ser Rajoy el que encabece el asalto o si ha llegado la hora de que la tercera ola se lance a formar una cabeza de playa.

ABC - Opinión

Mosca. Por Jon Juaristi

ERA yo un joven profesor de instituto (no había cumplido los veintinueve), cuando me sumé a la aprobación plebiscitaria del Estatuto de Autonomía del País Vasco. Acababa de tener un hijo, y creía que el voto afirmativo en el referéndum del 25 de octubre de 1979 contribuiría a que, llegado aquél a mi edad de entonces, conociera un entorno más amable, pacífico y libre que el que me había tocado sufrir. Acerté el pleno. Mi hijo mayor, a sus treinta años, vive feliz en China. Recibió una esmerada educación en eusquera, y hoy enseña español en una amable ciudad junto al Pacífico, donde se siente más libre que en la dulce Bilbao.

Mi otro hijo es madrileño. Nació en el Hospital -público- de Santa Cristina, monumento artístico sito en la calle O´Donnell. Una de las primeras visitas que recibió fue la de Esperanza Aguirre Gil de Biedma, gran aficionada a los hospitales, que había venido allí mismo al mundo, en el Santa Cristina, y presidía por entonces el Senado. Quizá la visión de mi hijo y del gitanito que berreaba en la cuna contigua le inspiraran la idea de batirse por la presidencia de esta autonomía multiétnica (no parece verosímil, pero suena bien). Mi niño abandonó el hospital envuelto en una camiseta del Athlétic de Bilbao, regalo de un voluntarioso amigo de su padre e historiador del club «de limpia tradición» (o sea, de limpieza de sangre), que se horrorizaría si supiera del fervor actual de la criatura por los Colchoneros.

Confieso que la certeza de que mis descendientes tienen más probabilidades de desparramarse por las costas australianas que de terminar empadronados en Donostia, con perdón, me impide regocijarme, como todos los vascos de buena voluntad, ante las perspectivas que se abren tras el vuelco electoral del 1 de marzo, aunque siempre sea divertido ver pintarse el pavor en el rostro de los nacionalistas cada vez que los odiosos maquetos empiezan a trepar por el mástil de la ikurriña. Pero me malicio que, como en ocasiones anteriores, la diversión no va a durar mucho. Marzo es un mes tan cruel como el que le sigue, y llegarán los idus con sus arreglitos, sus apaños y sus conjuras, que unos tomarán por traiciones y otros por imperativos razonables. Hasta entonces, no merece la pena bailar el fandango, que así se llama la jota en vascuence.

El resultado de los pactos entre los partidos de esa autonomía de purezas raciales y cambiantes nombres me preocupa tanto como a mi hijo menor la final de Copa. En mi opinión, de las dos posibles combinaciones, ninguna dará ni para ir tirando, pero es muy legítimo ilusionarse con la esperanza de mandar el nacionalismo a la oposición. Lo que pasa es que mi ilusión particular se cifra en que los socialistas se vayan a la oposición en todas partes, y eso cuenta lo mismo para Rodríguez y para López. Vibro tanto con la hipótesis del segundo en Ajuria-Enea como con la presencia real del primero en Moncloa, y recuerdo melancólicamente las grandes expectativas mis amigos catalanes no nacionalistas ante el triunfo de Maragall, que ahora resuenan como una carcajada siniestra del destino.

Un escritor bilbaíno del XIX, Emiliano de Arriaga, decía que en su ciudad (que fue la mía) no había liberales, sino anticarlistas a secas. Mutatis mutandis, no veo en el ámbito de los partidos vascos no nacionalistas otro denominador común que el antinacionalismo, e incluso eso está por ver en Patxi López. Lo demás es disenso. Por ejemplo, unos defienden el Concierto Económico y otros quieren suprimirlo. Una mosca en la dulce siesta primaveral, sin duda, pero a ver quién agarra esa mosca por el rabo.

ABC - Opinión

Campos de Soria

I

Es la tierra de Soria árida y fría.
Por las colinas y las sierras calvas,
verdes pradillos, cerros cenicientos,
la primavera pasa
dejando entre las hierbas olorosas
sus diminutas margaritas blancas.

La tierra no revive, el campo sueña.
Al empezar abril está nevada
la espalda del Moncayo;
el caminante lleva en su bufanda
envueltos cuello y boca, y los pastores
pasan cubiertos con sus luengas capas.

II

Las tierras labrantías,
como retazos de estameñas pardas,
el huertecillo, el abejar, los trozos
de verde obscuro en que el merino pasta,
entre plomizos peñascales, siembran
el sueño alegre de infantil Arcadia.

En los chopos lejanos del camino,
parecen humear las yertas ramas
como un glauco vapor —las nuevas hojas—
y en las quiebras de valles y barrancas
blanquean los zarzales florecidos,
y brotan las violetas perfumadas.

III

Es el campo undulado, y los caminos
ya ocultan los viajeros que cabalgan
en pardos borriquillos,
ya al fondo de la tarde arrebolada
elevan las plebeyas figurillas,
que el lienzo de oro del ocaso manchan.

Mas si trepáis a un cerro y veis el campo
desde los picos donde habita el águila,
son tornasoles de carmín y acero,
llanos plomizos, lomas plateadas,
circuidos por montes de violeta,
con las cumbres de nieve sonrosado.

IV

¡Las figuras del campo sobre el cielo!

Dos lentos bueyes aran
en un alcor, cuando el otoño empieza,
y entre las negras testas doblegadas
bajo el pesado yugo,
pende un cesto de juncos y retama,
que es la cuna de un niño;

y tras la yunta marcha
un hombre que se inclina hacia la tierra,
y una mujer que en las abiertas zanjas
arroja la semilla.

Bajo una nube de carmín y llama,
en el oro fluido y verdinoso
del poniente, las sombras se agigantan.

V

La nieve. En el mesón al campo abierto
se ve el hogar donde la leña humea
y la olla al hervir borbollonea.

El cierzo corre por el campo yerto,
alborotando en blancos torbellinos
la nieve silenciosa.

La nieve sobre el campo y los caminos,
cayendo está como sobre una fosa.

Un viejo acurrucado tiembla y tose
cerca del fuego; su mechón de lana
la vieja hila, y una niña cose
verde ribete a su estameña grana.

Padres los viejos son de un arriero
que caminó sobre la blanca tierra,
y una noche perdió ruta y sendero,
y se enterró en las nieves de la sierra.

En torno al fuego hay un lugar vacío
y en la frente del viejo, de hosco ceño,
como un tachón sombrío
—tal el golpe de un hacha sobre un leño—.

La vieja mira al campo, cual si oyera
pasos sobre la nieve. Nadie pasa.

Desierta la vecina carretera,
desierto el campo en torno de la casa.

La niña piensa que en los verdes prados
ha de correr con otras doncellitas
en los días azules y dorados,
cuando crecen las blancas margaritas.

VI

¡Soria fría, Soria pura,
cabeza de Extremadura,
con su castillo guerrero
arruinado, sobre el Duero;
con sus murallas roídas
y sus casas denegridas!

¡Muerta ciudad de señores
soldados o cazadores;
de portales con escudos
de cien linajes hidalgos,
y de famélicos galgos,
de galgos flacos y agudos,
que pululan
por las sórdidas callejas,
y a la medianoche ululan,
cuando graznan las cornejas!

¡Soria fría! La campana
de la Audiencia da la una.
Soria, ciudad castellana
¡tan bella! bajo la luna.

VII

¡Colinas plateadas,
grises alcores, cárdenas roquedas
por donde traza el Duero
su curva de ballesta
en torno a Soria, obscuros encinares,
ariscos pedregales, calvas sierras,
caminos blancos y álamos del río,
tardes de Soria, mística y guerrera,
hoy siento por vosotros, en el fondo
del corazón, tristeza,
tristeza que es amor! ¡Campos de Soria
donde parece que las rocas sueñan,
conmigo vais! ¡Colinas plateadas,
grises alcores, cárdenas roquedas!...

VIII

He vuelto a ver los álamos dorados,
álamos del camino en la ribera
del Duero, entre San Polo y San Saturio,
tras las murallas viejas
de Soria —barbacana
hacia Aragón, en castellana tierra—.

Estos chopos del río, que acompañan
con el sonido de sus hojas secas
el son del agua, cuando el viento sopla,
tienen en sus cortezas
grabadas iniciales que son nombres
de enamorados, cifras que son fechas.

¡Álamos del amor que ayer tuvisteis
de ruiseñores vuestras ramas llenas;
álamos que seréis mañana liras
del viento perfumado en primavera;
álamos del amor cerca del agua
que corre y pasa y sueña,
álamos de las márgenes del Duero,
conmigo vais, mi corazón os lleva!

IX

¡Oh, sí! Conmigo vais, campos de Soria,
tardes tranquilas, montes de violeta,
alamedas del río, verde sueño
del suelo gris y de la parda tierra,
agria melancolía
de la ciudad decrépita.

Me habéis llegado al alma,
¿o acaso estabais en el fondo de ella?

¡Gentes del alto llano numantino
que a Dios guardáis como cristianas viejas,
que el sol de España os llene
de alegría, de luz y de riqueza!

(Antonio Machado)