lunes, 11 de mayo de 2009

LA SOLEDAD DE ZP. Por Félix Madero

USTEDES me perdonarán, pero pertenezco a una generación de españoles que terminamos por descubrir el decorado que hay tras el debate de las derechas y las izquierdas. Cuando nos hablaban de la patria había que tocarnos el bolsillo a ver si la cartera estaba en la americana; cuando nos sermoneaban con la igualdad y el sueño proletario debíamos rezar un padrenuestro. No sé por qué nos cuesta tanto decir que la democracia no es sólo votar, que estamos rodeados de instituciones viejas, que el nacionalismo es una cosa y la democracia otra, que los periodistas no somos nada en tiempos en los que la verdad se vende envuelta en papel cebolla.

Hemos hecho un disparate de la vida pública española. O Zapatero, o Rajoy. Eso que tan conveniente resulta en el fútbol, del Madrid o del Barça, es en lo político detestable. En ese terreno donde prende la duda estamos los que no podemos asumir un discurso tan falso. Hay que ser clarividente para afirmar que el Gobierno es malo, la oposición peor y que, como pueblo, somos un desastre. En nuestras manos hay posibilidades para cambiar. No es ZP el que puede hacerlo, ya lo vemos. Ni los sermones matinales de la radio. Tampoco Aznar, claro. Hay lo que hay. Un presidente que recuerda a un caballo cansado y otro, Rajoy, que quiere serlo pero que no termina de cansarse.

Zapatero está solo. Se lo merece dada su afición al diletantismo y la improvisación. Pero es oportuno recordar algunas cosas. La primera, que ante un debate como el de mañana los partidos nacionalistas son tristemente fundamentales. La segunda, que esos mismos partidos siempre ganan. La tercera, que el partido de la oposición, o sea el PP, comparte con el PSOE más de lo que dice. La cuarta y última es que ningún español preocupado por su Nación puede compartir esta exhibición en la que uno afirma y otro niega de forma sistemática.

El PSOE sin apoyos, apestado por la aritmética y la melancolía. Mal hará el PP si cree que ha llegado el momento de la estocada. Zapatero está solo porque por una vez ha hecho política de Estado. Si la solución al País Vasco no hubiera sido un acuerdo con el PP mañana olería a puro habano en las bancadas socialistas. No será así. Hay veces que la soledad, cuando es una opción, debe ser respetada. El poeta Ángel González lo explicaría así de bien: este es mi cuerpo de ayer sobreviviendo de hoy.

ABC - Opinión

NO CON MI VOTO. Por Emilio Campmany

Europeas

«Aquí importa poco el destino de las personas. Importa España. Y a España no le conviene Rajoy. Mejor dicho, no le conviene esta versión aguada de centrista acomplejado y encogido que tan bien representa Gallardón»

Publica Carlos E. Cué una interesante crónica en El País de este domingo. En ella recoge la confidencia de un marianista, quizá José María Lassalle: "En estas elecciones el objetivo no es ganar votos, sino sobre todo no perderlos entre los más españolistas del barrio de Salamanca (Madrid), que se pueden ir a Rosa Díez. Dos de cada tres votos suyos eran nuestros, y ahí Mayor y Aznar son muy útiles. Movilizan el voto de los muy convencidos, los muy politizados, que son de los pocos que van a ir a las urnas". O sea, que los marianistas bizcochables, timoratos, blanditos y gallardonizados confían en que Mayor Oreja y Aznar les traigan el 7 de junio los votos que necesitan para ganar esas elecciones y apuntalar a Rajoy en la presidencia del PP hasta las próximas elecciones generales.


Cué no nos descubre nada que no sepamos. El que no parece saberlo es el propio Mayor Oreja, empeñado absurdamente en convertir estas europeas en una prueba de su tirón electoral, cuando lo que está en juego es el de Rajoy. El propio Cué lo explica: "Todos los consultados, marianistas y críticos (...) creen que lo único que lo podría debilitar [a Rajoy] (...) es un mal resultado en las europeas del 7 de junio, que no es previsible".

No sé qué harán los electores del PP del barrio de Salamanca, pero los de ese barrio y los de cualquier otro que piensen votar el 7 de junio deberían pensar fríamente lo que van a respaldar votando al PP, si a Mayor Oreja o a Rajoy. Si, como Cué y sus fuentes, creen que a Rajoy, deberían hacerlo solamente si están convencidos de que es el presidente que necesita España. Es una lástima que Mayor Oreja tenga que pagar por otros, pero él sabrá por qué se ha dejado colocar a la cabeza de una lista confeccionada a sus espaldas después de ver lo que se hizo con María San Gil. En cualquier caso, aquí importa poco el destino de las personas. Importa España. Y a España no le conviene Rajoy. Mejor dicho, no le conviene esta versión aguada de centrista acomplejado y encogido que tan bien representa Gallardón y con la que Rajoy ha querido vestirse para ver si así logra auparse hasta la presidencia de Gobierno.

Algunos me dirán que, con ser malo Rajoy, peor es Zapatero y que no hay más remedio que elegir. No estoy de acuerdo. Si los electores del PP demuestran el 7 de junio que no les gusta el gallardonismo de Rajoy, habrá tiempo de que venga alguien que de verdad asuma la obvia necesidad de reconducir el desastre en el que se ha convertido el Estado de las Autonomías, crea en una Justicia independiente y se esfuerce por dar a nuestros hijos una educación que se ocupe de formarlos y no de adoctrinarlos, condenando su futuro a la ignorancia, el revanchismo y el aldeanismo. ¿Es mucho pedir?

El PP es el único partido de los que tienen opción de gobernar que conserva algo de nacional. Con Rajoy está empezando a dejar de serlo. Hubiera sido preferible que una derrota en las elecciones gallegas provocara la catarsis que se necesita. Pero los electores gallegos decidieron atender a las necesidades de su tierra antes que a las de España. Así pues, la última oportunidad de hacer lo que hay que hacer será el 7 de junio. No será fácil. Implicará además un triunfo para Zapatero, con lo que tampoco será agradable. Pero hay que hacerlo.

Libertad Digital - Opinión

MENSAJE FALSO Y OBSOLETO

HACE tiempo que el PSOE pretende transmitir un mensaje concreto: la «derecha», culpable de la crisis, pretende ahora que los trabajadores paguen las consecuencias mientras que la «izquierda», víctima del egoísmo de los mercados, lucha contra la reducción del gasto social. Lo malo es que la realidad está empeñada en desmentir los prejuicios sectarios con la fuerza irrebatible de los datos. Ayer publicaba ABC un informe acerca de los recortes en partidas para becas, mayores y dependientes, así como otras secciones directamente vinculadas con la prestación de servicios públicos, hasta una reducción total de 764,5 millones de euros. La fuente que sirve de base a la información es la respuesta del Gobierno a una pregunta parlamentaria, de tal modo que los propios socialistas reconocen la falsedad del mensaje presidencial. Sin embargo, Rodríguez Zapatero no está dispuesto a que los hechos desmientan la publicidad electoral y, ayer mismo, en el mitin de Vistalegre, volvió a insistir en que no permitirá recortes sociales. Habrá que ver cómo llama entonces a los fondos destinados al Imserso, al Plan de Personas con Discapacidad o al Programa de Gratuidad de la Educación Infantil, entre otras políticas públicas afectadas por el «tijeretazo» presupuestario. Cabe suponer que en el ya inminente debate sobre el estado de la Nación, Mariano Rajoy exigirá explicaciones concretas en esta materia tan sensible porque no es de recibo que el Ejecutivo pretenda ocultar la evidencia bajo el manto de una retórica anticuada y falaz sobre el carácter solidario del modelo socialista frente a la supuesta insensibilidad de los populares ante los problemas de los menos favorecidos.

En este contexto, Rodríguez Zapatero recupera una y otra vez su querencia natural hacia la oposición retrospectiva. Es sencillamente ridículo transferir a los gobiernos del PP las culpas sobre la burbuja inmobiliaria y demás factores de la crisis económica y financiera, puesto que José María Aznar dejó el poder hace más de cinco años. Acertó ayer el líder de la oposición al exigir, a su vez, la responsabilidad del PSOE por este largo periodo, en el cual los datos de la economía española confirman el abismo existente entre el éxito y el fracaso. Según los socialistas, la culpa de todo la tienen los «neocon» por la guerra de Irak y los «neoliberales», por la crisis económica y su repercusión social. El radicalismo izquierdista que pretenden imprimir a su campaña, confirmado ayer por los diversos intervinientes en Vistalegre, demuestra que los sondeos auguran malos resultados y se trata de movilizar a los afines y buscar votos en sectores extremistas. Para ello, a falta de ideas propias y propuestas razonables, nada mejor que agitar el fantasma de Bush y de Aznar, del capitalismo y el militarismo, con la peregrina intención de que la opinión pública acepte una mercancía ideológica obsoleta. Resulta que sólo el Ministerio de Igualdad, perfectamente superfluo, ha resistido las exigencias de la política de austeridad que afecta, entre otros, a los estudiantes de idiomas, al Plan de Desarrollo Gitano o a los jóvenes agricultores. El presidente del Gobierno tendrá que explicar a los ciudadanos qué considera como «gastos sociales» y, sobre todo, por qué insiste una y otra vez en la falsedad de asegurar que no se han visto afectados por la crisis.

ABC - Editorial

LA TRISTE VERDAD CATALANA. Por José García Domínguez

Castellano

«A estas alturas del delirio colectivo, iría siendo hora ya de olvidar la fantasía pueril que aún pretende a una mayoría de catalanes buenos oprimidos y amordazados por una siniestra y todopoderosa elite de nacionalistas malos.»

A propósito del muy tedioso asunto de las lenguas propias e impropias de Cataluña, hay una evidencia que no puede seguir negándose por más tiempo: la complicidad activa de la sociedad local ante la fulminante expulsión del español de la vida pública. A estas alturas del delirio colectivo, iría siendo hora ya de olvidar la fantasía pueril que aún pretende a una mayoría de catalanes buenos oprimidos y amordazados por una siniestra y todopoderosa elite de nacionalistas malos.


Así, desde la honestidad intelectual, no cabe seguir esgrimiendo, por ejemplo, que los enunciados críticos de los disidentes resultan censurados antes de poder llegar a sus cándidos y "alienados" destinatarios últimos. Eso, simplemente, no es cierto. Sí llegan. Claro que sí. Un notable grupo de intelectuales y periodistas indígenas lleva años difundiendo razonamientos contrarios al obsesivo acoso institucional contra el y lo español en Cataluña. Resultado: en el mejor de los casos, fría indiferencia; en el más frecuente y habitual, hostilidad abierta, repulsa activa y rechazo manifiesto, cuando no violencia latente. Es peor que sórdido, pero es la verdad.

Ahora, con esa solución final para el idioma apestado que han dado en llamar Ley de Educación de Cataluña, ha vuelto a constatarse lo mil veces sabido: las muestras de repudio frente al integrismo gramático siguen siendo estrictamente testimoniales, poco más que marginales; al punto de que ni siquiera pierde excesivo tiempo con la cuestión esa pasarela de jóvenes sobradamente arribistas que se coló en Ciudadanos con tal de hacer carrera donde fuera, como fuera y con quien fuera. Y pensar que basta con entender apenas un párrafo de Argumentos para el bilingüismo, el libro de Jesús Royo Arpón, para descifrar de golpe las claves todas del nada misterioso enigma catalán:
[A mediados del siglo XIX] La lengua, que estaba en las últimas y a punto de ser abandonada como un trasto inútil, de repente se tornó muy útil: funcionó como marca diferencial entre los nativos y los forasteros. Y eso, evidentemente, tenía consecuencias en cuanto al reparto de los bienes sociales, o sea, del poder (...) Los que tienen el catalán como lengua materna lo valoran como una marca entre ‘nosotros’ y ‘ellos’. Y el inmigrante lo valora aún más, como el medio para ascender un peldaño en la escala social.
Y es que la verdad resulta tan míseramente simple como eso.

RLibertad Digital - Opinión

UN PLAN DE INCENTIVOS PARA LA COMPRA DE AUTOMOVILES

LA CAÍDA DE LA demanda de automóviles en los cuatro primeros meses del año ha encendido las luces rojas en la industria. De enero a finales de abril, el número de matriculaciones descendió en España un 43%, un porcentaje sin precedentes. Sólo hay una comunidad que escapa a este desastre: Navarra, donde las ventas de automóviles a particulares crecieron un 28% en el pasado mes de abril frente a un 40% de descenso de media nacional.

¿Qué tiene de peculiar Navarra? La respuesta es muy sencilla: el Gobierno regional ha puesto en marcha un plan de subvenciones de hasta 2.200 euros a los ciudadanos que adquieran un coche nuevo. El resultado es que las ventas se han disparado en abril. Según informa hoy nuestro suplemento Mercados, el ejemplo navarro ha provocado que otras comunidades hayan empezado a estudiar la implantación de incentivos similares. En concreto, la Comunidad Valenciana acaba de aprobar un cheque de 1.000 euros a quien compre un automóvil nuevo. Aragón está a punto de adoptar una medida parecida.


La previsión para este año es de una venta de 800.000 vehículos en el mercado español, muy lejos de los 1,5 millones de las etapas de prosperidad. Anfac, la patronal del sector, ha calculado que un nuevo plan nacional de incentivos a la compra costaría unos 280 millones de euros y generaría la venta adicional de 162.000 vehículos.

Miguel Sebastián, ministro de Industria, sostiene hoy en un artículo en este periódico que el Gobierno es consciente de la importancia de este sector productivo y, por ello, ha arbitrado una serie de medidas de apoyo destinadas a modernizar sus plantas.

Nada que objetar a estas ayudas, pero lo que el automóvil necesita es otro plan Prever, con subvenciones directas al comprador, como ha hecho Navarra. Es la única manera de tirar de la demanda de un sector industrial -uno de los pocos que quedan en España- , del cual dependen casi dos millones de puestos de trabajo y que supone el 6% del PIB.

Sebastián declaró anteayer que va a convocar antes de acabar el mes de mayo a las comunidades autónomas para coordinar la política de incentivos a la compra. Actualmente, el Gobierno aplica el llamado Plan Vive, que financia la adquisición de coches ecológicos e innovadores. Hasta ahora, 51.000 ciudadanos se han acogido a estas ayudas, una cifra a todas luces insuficiente.

Lo lógico y lo coherente sería que el Gobierno y las comunidades se pusieran de acuerdo para poner en marcha un plan conjunto de subvenciones a la compra en todo el territorio nacional, con ayudas iguales para todos los españoles, como ya se hizo con el plan Prever.

No hace falta inventar nada ni gastarse cantidades astronómicas de dinero. Teniendo en cuenta lo que el Gobierno está dedicando a financiar la banca o a los planes de inversión municipales, la cuantía de este proyecto parece sumamente modesta, máxime si se considera que beneficiaría a la principal industria exportadora del país y a un sector multiplicador de empleo.

El Mundo - Opinión

LA CRISIS DE ZAPATERO

«Las políticas socialistas de restricción artificial del suelo y de desprotección de los arrendadores contribuyeron primero a inflar la burbuja y las de rigidez laboral y de gasto público están agravando ahora el pinchazo.»

Zapatero ha respondido con una amenaza camuflada de silencio a las declaraciones fortuitas de Díaz Ferrán, presidente de la patronal española, en las que consideraba que la peor parte de la crisis era consecuencia de la nefasta gestión socialista de la economía. El presidente del Gobierno ha apelado a la responsabilidad para no enturbiar el clima de diálogo social. No ha dudado, eso sí, de elogiar a los sindicatos quienes, no en vano, son los únicos que no critican al Ejecutivo. Parece que Zapatero sólo acepta el incienso como valoración de su acción política, la disidencia merece el silencio displicente.


Aunque se entiende la prudencia de la patronal a la hora de realizar valoraciones políticas –ya que por desgracia las zarpas del Estado siguen siendo muy largas– no deja de llamar la atención el contraste existente entre los agentes sociales: mientras que los sindicatos sólo saben hacer política, la patronal se niega rotundamente a ello.

Probablemente sea, como decimos, porque los sindicatos viven de la política y de los políticos mientras que los empresarios sobreviven a pesar de ellos. Pero aún así, la libertad de empresa –esto es, el respeto a la propiedad privada– que podrían reclamar los empresarios como auténticos pilares de la sociedad y de la prosperidad económica, muchas veces se ve silenciada en exceso por el celo de prudencia.

Por fortuna, algunos empresarios exitosos, sobre cuya fortuna Zapatero no tiene demasiado poder, comienzan a hablar claro. Adolfo Domínguez, diseñador de prestigio internacional, responsabilizó a las políticas socialistas del "peor tsunamí" económico desde la Gran Depresión y reclamó, con toda la razón del mundo, el reconocimiento de la labor de los empresarios como la "base para hacer civilización".

Adolfo Domínguez sabe de lo que habla porque conoce de primera mano el mercado. Es consciente de que el intervencionismo nos ha abocado a esta desastrosa situación y de que, pese a lo que proclama Zapatero, no necesitamos más Estado, sino mayor libertad económica.

Pero el presidente del Gobierno no acepta semejante diagnóstico, ya que la realidad le importa más bien poco. La suya es una cruzada ideológica para implantar, aprovechando la coyuntura de la crisis, una socialdemocracia mucho más agresiva contra la propiedad privada. Este domingo propuso en Vistalegre un cambio en el modelo productivo de España, pasando del ladrillo a la innovación y del petróleo a las energías renovables.

Desde luego, nuestro país necesita un reajuste de su estructura productiva, pero Zapatero está lejos de conocer su dirección. Más bien, en línea con lo apuntado ayer por Adolfo Domínguez y desde hace siglos por la ciencia económica, el Gobierno tiene que permitir que sean los empresarios quienes descubran qué compañías tienen que cerrarse y cuáles han de crearse y desarrollarse. La labor del Estado, aparte de garantizar la seguridad jurídica (inexistente hoy en España), debería ser simplemente no entorpecer ese proceso. No intentar liderarlo como si de un comité de planificación soviética se tratara.

Pero Zapatero desea incrementar la esfera de acción del Estado y no duda en intervenir activamente en la economía, aun cuando lo haga de manera esquizofrénica. Al tiempo que señala que hacen falta más ordenadores y más sociedad de la información, grava con impuestos a las empresas de telecomunicaciones para financiar industrias ruinosas como la televisión pública o el cine nacional. Justo cuando dice confiar en que las energías renovables contribuyan a la recuperación económica, su ministro de Industria advierte del grave riesgo que suponen al encarecer la factura eléctrica y generar burbujas especulativas (pocas semanas después, eso sí, de que intentara engatusar a los estadounidenses de lo contrario).

Es cierto que la crisis económica no es, en su origen, responsabilidad del Gobierno (sino de las expansiones crediticias de los bancos centrales), pero también es verdad que las políticas socialistas de restricción artificial del suelo y de desprotección de los arrendadores contribuyeron primero a inflar la burbuja y las de rigidez laboral y de gasto público están agravando ahora el pinchazo.

Es necesario profundizar en esta guerra ideológica y dejar claro que no ha sido la libertad de empresa, sino el intervencionismo que representa Zapatero, quien ha engendrado y agravado la crisis.

Libertad Digital - Editorial

1810 - 2010: Una oportunidad para las naciones del español. Por Manuel Lucena Giraldo

HACE casi un siglo, en 1910, las repúblicas iberoamericanas celebraron el primer centenario de su independencia alrededor de la idea de «progreso». Como nos muestran los estudios realizados sobre aquel momento de gloria patriótica, la generación que lo vivió disfrutó en calles y plazas de una verdadera fiesta. Hubo ardientes discursos que ponderaron las virtudes y hazañas de los próceres fundadores, además de multitud de desfiles, e inauguración de monumentos tanto en grandes ciudades como en pequeñas aldeas. Las exposiciones de productos agrícolas, ganaderos e industriales, organizadas por doquier, copiaron el modelo del imperialismo decimonónico europeo y pretendieron mostrar a los contemporáneos que la emancipación de España y Portugal había servido «para mejorar». El triunfo del espíritu humano, visible en los milagros traídos por la revolución industrial, se consideró inseparable de la libertad política lograda de Río Grande en México a Tierra de Fuego en Chile cien años antes. En 1860, cuando se habían cumplido cincuenta años de las independencias, en cambio, la atmósfera no había estado para celebraciones. El mantenimiento de disensiones civiles y el influjo de la terrible Guerra de secesión estadounidense fue determinante. Algunos oficiales sudistas pensaron incluso en implantar la esclavitud en la Amazonía si perdían con los yanquis. Tampoco la España isabelina había madurado una relación igualitaria con las repúblicas «de su progenie», como se decía entonces, y estaba a punto de embarcarse en una serie de conflictos imperialistas patéticos de filiación napoleónica francesa, con Chile, México y Perú, que motivaron un resurgimiento de la hispanofobia continental. Así, hubo que esperar al benéfico impulso que supuso la celebración conjunta en 1892 del cuarto centenario del descubrimiento de América y al despliegue desde 1910 de una potente diplomacia cultural y académica, tan bien representada por Rafael Altamira o José Ortega y Gasset, para que se abriera un camino de éxitos, que facilitó la Edad de Plata de la cultura española. Más allá del genio de quienes la representaron, se subraya poco que fue posible por la existencia de caminos de creatividad transatlánticos: el joven poeta chileno Neruda o el magnífico editor venezolano Blanco Fombona colaboraron a diseñar y a poner en marcha las primeras industrias culturales del español.

Todo aquel impulso de convergencia desde ambas orillas del Atlántico sufrió una forzosa reconversión a causa del destrozo causado por la guerra civil, manifestación delirante de la anormalidad española, pero los lazos de la cultura fueron mucho más fuertes que la política. Como se sabe, ya durante los años cincuenta hubo sectores vinculados a la acción exterior del franquismo y exiliados republicanos de filiación moderada que entraron en contacto y empezaron a construir una cultura de la concordia, así como una visión del conflicto fratricida que superó el antagonismo entre vencedores y vencidos, al considerarla un desastre nacional, «un fracaso para toda la sociedad española».

Aquellas ideas maduradas en debates públicos y privados mantenidos en el continente americano -incluso en México, que nunca tuvo relaciones diplomáticas con la España vencedora en 1939- facilitaron de manera extraordinaria la transición democrática y crearon las bases de la renovación de la imagen española en América, sobre la base de una diplomacia pública de eficacia espectacular, representada en especial por SS.MM. los Reyes, a quienes entonces dieron eficiente cobertura las acciones de los gobiernos socialistas presididos por Felipe González.

Más tarde, los capitales y el saber hacer de los empresarios españoles cruzaron el Atlántico para vivir su particular era de la globalización iberoamericana, mientras multitudes de emigrantes dominicanos, cubanos, ecuatorianos, colombianos, bolivianos, venezolanos o brasileños, vinieron a «hacer las Españas» y a buscar una vida mejor como un siglo antes el flujo había sido al contrario y canarios, gallegos, catalanes o asturianos «hicieron las Américas». Menos inocentes que hace veinte años, obligados ahora por la crisis a realizar políticas enraizadas en un principio de realidad y no en una vacua palabrería, deberíamos preguntarnos qué Bicentenario queremos, aquí y allí, cuáles son las líneas de tensión de un programa de ideas que proponga la celebración del futuro, en vez de un evento tecnocrático o la simple confrontación respecto al pasado. ¿Cuál es la libertad que queremos soñar recordando que hace dos siglos las Españas, europea y americana, se fragmentaron y dieron lugar a dos decenas de naciones de ciudadanos? Parece obvio que el componente de extrema diversidad, de celebración de «un continente de color», en afortunada expresión del viajero alemán al servicio de la Corona española Alejandro de Humboldt, no puede ser relegado, como ocurrió hace un siglo. Todos los países iberoamericanos -España también- reposan sobre sociedades variadas y dinámicas que no tienen homogeneidad, pues poseen una creadora riqueza y una asombrosa diversidad. No existe un «pasado común» sino la necesidad de repensar la Historia en su complejidad, que ofrece un modelo de convivencia extraordinario, más allá de los tópicos sobre el «inevitable caudillismo» o las apelaciones populistas al odio de clases. El Bicentenario ofrece una posibilidad de transformación y de celebración de la democracia, que ha sido y seguirá siendo la forma de gobierno dominante en el Nuevo Mundo. Como ha señalado el historiador colombiano Germán Mejía, «esta es una fiesta de todos: nuestra conmemoración de habernos constituido en comunidad de seres libres, aceptando nuestra responsabilidad ante el otro, pues lo reconocemos igualmente independiente, esto es, distinto; nuestra conmemoración de habernos constituido en nación cuya construcción social encuentra su valor en la aceptación del otro; nuestra conmemoración de un pasado común, pero reconociendo ahora que su significado es dinámico y plural; nuestra conmemoración del Estado, al aceptar que en sus instituciones y reglas de vida se señala el modo de convivir y consolidar un proyecto colectivo, respetando lo particular; en esencia, nuestra conmemoración del futuro, que no encuentra otra posibilidad que su despliegue en la libertad, la comunidad, la convivencia y el patrimonio común».

Esta última valoración es muy relevante, porque la tendencia de las conmemoraciones a considerarse base de referencia y refundación de un tiempo nuevo suele erosionar la conciencia de la tradición. Se trata de un error habitual en los programas revolucionarios, que caen una y otra vez en la falacia de pensar que un cambio de las leyes o de las constituciones produce de manera automática una transformación de la realidad, «a golpe de decreto». Por el contrario, para que el Bicentenario sea operativo, requiere una conciencia mayor de realidad, una reflexión sobre lo que une y articula ambas orillas del Atlántico, pues lo que separa es recordado y jaleado de manera permanente. ¿Resulta quizás demasiado optimista quien recuerda que, por encima de las diferencias políticas, lo que ha unido y une es un idioma común, el español, la segunda lengua global? ¿Que el respeto a este patrimonio marca la senda del futuro, la sociedad del conocimiento y las industrias de valor añadido? Siempre más cercanos como pueblos que como Estados, según señaló el académico Guillermo Céspedes del Castillo, españoles e iberoamericanos deberíamos asumir que no hay futuro sin pasado, pero tampoco un porvenir de marasmo inevitable. Para evitarlo, sólo queda ponerse a trabajar.

ABC - Opinión