domingo, 31 de mayo de 2009

Las Fuerzas Armadas homenajean a la Bandera y a los Caídos en Santander



El Mundo

EL TRIPLETE DEL NO PASSSSA NADA. Por Antonio Burgos

LES importa el mundo un rábano. Pero un rábano sin IVA. Se ponen el mundo por montera. Pero no una montera cualquiera, sino la montera de Padilla el de las patillas, ésa que parece el gorro de Miquimaus que les dan a los chavales en Disneylandia de París. En política hay legitimidades de origen, legitimidades de ejercicio y legitimidades de que hagan lo que hagan, está muy bien hecho, óle sus colones y sus pinzones, que para eso son de los nuestros y pueden hacer lo que les dé la gana, y no como los otros, unos fachas que tienen la culpa de la crisis y de los 4 millones de parados.

Es público y notorio que ZP es del Barsa. ¿Quiere ello decir que los madridistas no le votan ni quemado? En absoluto. Como es de los nuestros, puede ser del equipo que quiera. Y como el Barsa (y olé), ZP ha hecho Triplete en esta semana. El Triplete del No Passssa Nada. Esta semana se ha demostrado que están legitimados para todo, que todo vale, que les importa una higa lo que digan la oposición, los periódicos, el sentido común, la ética, el código del buen gobierno y la vergüenza.

El Triplete de ZP se plantea así:

1.- La Liga ha sido la Gripe A.

2.- La Copa, los 10 millones de euros dados por Chaves a la niña de Chaves, qué lástima de hija.

3.- La Chámpion, el Falcon.

La Liga de la Gripe A ha ligado la incompetencia de Carmen Chacón con la incompetencia de La Trini. Usted puede contaminar de gripe cuarteles enteros y meter luego allí no digo ya una escuela, sino a la Escuela Española de Arte Ecuestre de Viena con todos sus caballos si hace falta, que tendrá la explicación del protocolo. Estamos en la dictadura del protocolo. No el protocolo que les gustaba antes a los sociatas, eso de exigir sitio y honores como si fueran príncipes de Mónaco, sino el protocolo como hoja de ruta para callar la boca a los hijos de lo que rima que protesten. Si usted mete la pata, dice que se ha limitado a aplicar el protocolo y No Passssa Nada. El protocolo dice barbaridades como que cuando un enfermo no es rentable para un hospital hay que aplicarle el matarile de los cuidados paliativos caiga quien caiga, usted me entiende, pero da igual. El protocolo, como el Jefe en el Fascismo, siempre tiene razón. Y si no tiene razón, pues tampoco Passsa Nada.

La Copa del Triplete ha sido lo de Chaves, que ha puesto hasta la corcha de subvenciones a la empresa de su niña. No Passsa Nada. Apliquemos el protocolo. El protocolo de la poca vergüenza que hay en España dice, como afirmaba Beni de Cádiz cuando lo de Mienmano, que a quién le vamos a dar mejor el dinerito que a los de nuestra sangre. El consejero de Innovación de la Junta no ha innovado nada lo que piensan los votantes de todas estas sinvergonzonerías: «Todo padre quiere lo mejor para sus hijos». Y se han quedado vaheando. Y No Passsa Nada. Los millones que ha dado Chaves a su niña, ¿son acaso trajes del sastre José Tomás o algo? ¡Pues entonces!

Y al final, limpiarse en las cortinas con el Falcon, que es la Chámpion del Triplete de la Poca Vergüenza. Les importa un bledo que les digan que meten la mano en el cajón público para sus asuntos privados. No a ellos, que es normal. No les importa a sus votantes, que es lo más preocupante. ¿Que no quieres que vaya en el Falcon a Dos Hermanas? ¡Toma, pues voy también a Asturias! ¿Pasa algo?

En rojo y azul, los colores del Barsa, dicen sus carteles sembradores de odio y resucitadores de las dos Españas: «Este partido se juega en Europa». En el lema falta una palabra: «Este partido se "la" juega en Europa». Pero ZP, de momento, ya ha ganado esta semana el Triplete del No Passsa Nada.

ABC - Opinión

SOL Y SANGRE. Por Alfonso Ussía

Lucía el viernes el sol sobre los valles vascos. Día de viento sur, que en la bóveda verde del norte de España calcina los prados con sus calores tórridos. El viento sur, si permanece unos días, provoca el nortazo, la galerna y la lluvia, y los prados, brañas y alcores recuperan el agua que tanto necesitan. Lucía el viernes el sol sobre Azpeitia. La basílica de Loyola, la casa de Ignacio, se alza a un centenar de metros del lugar donde Ignacio Uría, último asesinado por la ETA, se topó de golpe con la muerte. Donde corrió su sangre, la gente buena renueva ramos de flores y velas encendidas. También, a pocos metros de ahí, los compañeros de la partida de tute siguen reuniéndose para jugar a las cartas. Sustituyeron a Ignacio Uría el mismo día de su muerte, y se lo pasan muy bien. El viernes apareció por allí Arnaldo Otegui, que acompañaba a Doris Benegas. Iban de campaña electoral. También el etarra «Antxon», que se mantiene en forma y parece que los años no han pasado por su piel de serpiente. Para mitigar los altos calores, Otegui llevaba un polo y Doris un liviano vestido, como su conciencia. Se instalaron frente a la basílica, y hablaron, y pidieron el voto para «Iniciativa Internacionalista» en las elecciones europeas, la formación que puede ser la voz del terrorismo en el Parlamento europeo. A cien metros de las flores que recuerdan el último paso en la vida de Ignacio Uría, y ninguno tuvo el detalle de pronunciar su nombre.

No estuvo Alfonso Sastre. El dramaturgo se esconde cuando el calor aprieta en su casa de Fuenterrabía, repleta de fotografías de su difunta esposa, Genoveva Forest, Eva, «Julen Aguirre», escritora y etarra, mala escritora y eficiente etarra, como demostró en el atentado de la calle del correo, el de la cafetería «Rolando», con decenas de muertos. También, entre libros, destaca alguna imagen de José Bergamín, el poeta madrileño y malagueño, el más flojito de su generación, combatiente de la República sin haber pisado el frente de guerra, atraído al final de su vida por la simbología siniestra de Batasuna y enterrado en una tierra que apenas conocía entre hachas y serpientes. Le cantaron el «Euzko Gudariak», el himno del «Soldado vasco», a él, precisamente a él, que lo más cerca que estuvo de las trincheras fue en los bares de la Gran Vía. Allí se refugia Alfonso Sastre cuando el sur recala, el calor aprieta y Otegui le sustituye para pedir el voto a los amantes de la sangre.

No se concentró una gran multitud en Azpeitia. Los desocupados eligieron las playas, aunque el agua del Cantábrico, a estas alturas de mayo, aún no está para bromas. Poca gente en Azpeitia, a cien metros de las flores que otros renuevan para no olvidar a Ignacio Uría. Se echó de menos a doce personas. No acudieron al mitin de Otegui porque están avergonzados. Esas doce personas no se refugian del calor en sus casas de Fuenterrabía. Viven en Madrid. Gracias a ellas, Otegui, Benegas, «Antxon» y compañía, pueden hacer campaña, y de conseguir los votos necesarios, representar al terrorismo en el Parlamento de Europa. Podrían haberse esforzado para ver en persona la consecuencia directa de su terrible error. A los doce miembros del Tribunal Constitucional se les echó de menos en Azpeitia, a cien metros del sitio de la muerte de Ignacio Uría.

La Razón - Opinión

SOLO SE PUEDE COMPETIR EN EL MERCADO. Por José T. Raga

Impuestos

«Que la competencia entre Comunidades Autónomas de que se está hablando sea del gasto sin necesidad de ponerse coloradas ante los ciudadanos exigiendo más impuestos, no es eficiencia competitiva sino despilfarro de recursos.»

A fuerza de manosear, sin pudor alguno, los términos que más indubitado significado han tenido a través de los tiempos, se llega a la situación en la que, hasta los más rigurosos, acaban aceptando como válido el híbrido decir de los maltrechos vocablos. Algo de eso viene ocurriendo con el término "mercado", el cual ha pasado de considerarse el mal en el que la humanidad se encuentra inserta, a ser el referente de la conducta de los seres eficientes, si bien la usan con más profusión los que no lo son, incluso aquellos que ni siquiera se mueven en un mercado libre.


Porque quede bien claro y para siempre que el término mercado, cuando no lleva ningún complemento que lo determine, restringiendo en algún sentido su significado, –así, cuando decimos, mercado monopolista o monopolístico, o bien, mercado de oligopolio, o simplemente mercado regulado– se está refiriendo, por antonomasia, al mercado competitivo, a eso que algunos autores han denominado arena competitiva, para distinguirlo de lo que como referente teórico recibe el apelativo de competencia perfecta. Somos conscientes, los que a esto nos dedicamos, que la situación real del mercado estará más próxima o más alejada de la competencia perfecta, sin que por ello deje de merecer ser llamado por su nombre que, sin embargo, exigirá de manera ineludible que, cualquiera que sea su dimensión en el espacio y su ámbito de actuación en la actividad económica, esté ausente de interferencias del poder político, social o económico.

El mercado, además, para que sea muestra de eficiencia, requiere, por parte de los demandantes, que el sacrificio que experimentan al pagar el precio se vea compensado por la utilidad –si quieren ustedes, satisfacción– que van a obtener por el consumo o utilización del bien. Por otro lado, los oferentes esperan obtener un precio al vender el bien o el servicio que vendrá a compensar el coste de producción de ese bien o servicio. Cuando todo esto falla, cuando hay interferencias, cuando el coste de producción –subvención, en este caso– no lo experimenta quien ofrece el producto, cuando el precio que se percibe a cambio de dicho coste no es evidente porque está representado en un posible beneficio en términos de voto en unas elecciones, y cuando para el consumidor el bien que recibe es una subvención que disminuye su sacrificio en términos de precio del automóvil, hay que decir que, simplemente, el mercado no existe.

Pese a ello, estamos todos los días oyendo, quizá como ejemplo del fraccionamiento del mercado nacional en mercados autonómicos, que las Comunidades Autónomas, como entidades políticas, compiten entre ellas para la consecución de los objetivos que se proponen; un ejemplo que está sobre la mesa es el de las ayudas directas al sector de la automoción. El despropósito del discurso no puede alcanzar niveles más altos y ello porque el sacrificio que las autonomías deberían de experimentar al dedicar sus recursos públicos a unos fines en lugar de a otros, lo trasladan al Estado. Y éste, por mor de los intereses políticos del Gobierno de la Nación, representados por los apoyos que se esperan de los beneficiarios a las iniciativas parlamentarias, asume con gusto el sacrificio de unos recursos adicionales (concedidos con arbitrariedad ya que este sacrificio, en definitiva, se trasladará a los ciudadanos en general), los cuales ya no tendrán posibilidad de traslación sino de sufrimiento.

Me resulta difícil situarme en este escenario, no por lo que un rasgo de competencia pudiera añadir a cualquier sistema, sino por cómo se está utilizando tal concepto. Y que conste que me he pronunciado hasta la saciedad contra el modelo fiscal europeo que en su bautismo recibió el patronímico de armonización fiscal. He atacado siempre la armonización y defendido siempre la competencia fiscal, creándome en estas tesis enemigos entre los que nos reconocíamos como profesos de una amistad profunda.

Siempre he creído que una competencia fiscal derivaría necesariamente en una mayor felicidad de los ciudadanos pues, en el límite, reduciría la carga tributaria y con ella el esfuerzo fiscal de los sujetos. Para los maliciosos, que siempre los hay, anticiparé que no estoy hablando de reducir los gastos sociales, salvo aquellos que actúan como desincentivadores del esfuerzo productivo. Estoy simplemente estimando que, en un modelo competitivo de exacción impositiva, el sector público racionalizará sus actividades y su dimensión hacia aquellos gastos que transfieren un bienestar a los individuos igual o superior al sacrificio que tienen que realizar al pagar los impuestos. Racionalidad, que buena falta hace a un sector público tan burocratizado, tan de espaldas a la realidad de los ciudadanos y tan estéril en el uso de unos recursos que, para su desgracia, son escasos.

Ahora bien, que la competencia entre Comunidades Autónomas de que se está hablando sea del gasto, entendiendo que es más competitivo quien gasta más, cuando la captación de ingresos se obtiene benévolamente del Estado –al menos para algunas de ellas– sin necesidad de ponerse coloradas ante los ciudadanos exigiendo más impuestos, no es eficiencia competitiva sino despilfarro de recursos. Y éste se transmite por el Estado a los ciudadanos en forma de latrocinio de rentas que llega a privarles de lo más esencial para sus vidas.

Y aún aparece de vez en cuando un ministro de Industria, caracterizado por el fracaso de sus medidas, a explicar el proceso para que nadie llegue a entenderlo.

Libertad Digital - Opinión

FUERZAS ARMADAS. Por M. Martín Ferrand

MI carrera militar, forzada y tardía, culminó como cabo apuntador de Artillería. Juré bandera el día en que vino al mundo la segunda de mis hijos, Rosalía. Es decir, que el militarismo no forma parte de mis esencias y que, a pesar de ello, le debo al servicio militar obligatorio, al que tanto maldije, una parte importante de mi formación como persona. El Ejército es una pieza fundamental en un Estado en el que los ciudadanos aspiren a ejercer su libertad y, aunque mucho años de mal uso de su poder hayan distorsionado la imagen de su realidad más honda, en las Fuerzas Armadas descansa el fundamento de la seguridad y la independencia nacionales.

La supresión del servicio militar obligatorio se hizo en España, como casi todo, tarde y mal. Era algo ineludible, pero debió producirse con otros modos y distintos ritmos. Hoy disponemos de una tropa profesional y, dicho sea de paso, sus cuadros de mando -jefes, oficiales y suboficiales- son los de más capacitación y mejor formación técnica e intelectual de los que ha dispuesto nuestro país a lo largo del tiempo. Sin olvidar el mérito y la gloria que la milicia le ha dado a la Nación en las muchas y difíciles peripecias en que la ha servido.

Una suerte de complejo antimilitarista, seguramente efecto de la dramática ley del péndulo que rige nuestra convivencia, se ha instalado en los usos y las costumbres. Nuestra pertenencia a la OTAN, junto con los pactos bilaterales con los EE.UU, alivian la responsabilidad gubernamental en materia de Defensa. Se olvida que nuestro flanco sur, el mayor problema estratégico nacional, no está suficientemente cubierto por esos tratados y que un Ejército bien dotado, equilibrado dentro de la dimensión económica y política del Estado, es tan indispensable como la Educación o la Justicia, algo de lo que tampoco disponemos en los niveles deseables y convenientes. Es tal nuestro desapego por los asuntos de Defensa que puede hablarse, sin consecuencias, de la supresión de la Infantería de Marina, la primera del mundo, que fundo nuestro Carlos I y que tuvo servidores tan notables como Miguel de Cervantes.

Ojalá que la celebración, en Santander, de un día de las Fuerzas Armadas invite a la reflexión colectiva y responsable que merece una institución que, por lo que llevamos visto, en los últimos tiempos no tiene suerte con los ministros/as que le tocan en el reparto.

ABC - Opinión

UNAS ELECCIONES PARA QUE TODO SIGA IGUAL

LAS ELECCIONES europeas del próximo domingo no van a suponer ningún cambio relevante en el actual escenario político. Según la encuesta de Sigma Dos que publica hoy EL MUNDO, el PP ganaría con una ventaja de dos puntos sobre el PSOE, un resultado que permitiría a Mariano Rajoy consolidar su liderazgo en el PP sin poner en demasiados aprietos a Zapatero.

Todas las encuestas coinciden en que habrá un resultado bastante ajustado entre las dos grandes formaciones políticas e igualmente todas las predicciones señalan que la participación será baja, en torno al 40%, como también refleja nuestro sondeo.


No hay un clima de movilización en el electorado, que ha podido constatar como los debates y la propaganda electoral se han centrado en temas de política interna. Sin exagerar, podría decirse que Europa ha sido la gran ausente de esta campaña.

En principio, el líder del PP se juega más que Zapatero en estas elecciones en las que tradicionalmente se produce un fuerte voto de castigo contra los Gobiernos que sufren problemas de desgaste. Según refleja nuestra encuesta, Rajoy se va a beneficiar del creciente descrédito del Ejecutivo que preside Zapatero y va a superar probablemente en uno o dos diputados al PSOE.

La derrota no tiene por qué afectar demasiado a Zapatero, que siempre puede alegar que perder por un par de puntos es un buen resultado en medio de una crisis económica tan brutal como la actual, a la espera de una reactivación que le permitiría recuperar apoyos.

Como se demostró en el reciente debate sobre el estado de la Nación, el Gobierno tiene un respaldo suficiente en el Congreso para seguir gobernando, aunque sea a través de pactos puntuales. El PP carece de posibilidades de dar la vuelta a esta situación.

Las elecciones del domingo próximo van a poner en evidencia de nuevo la hegemonía de los dos grandes partidos, PP y PSOE, que cosecharían más del 83% de los votos y se repartirían el 90% de los escaños.

Coalición por Europa, formada por CiU, PNV y los nacionalistas moderados, puede lograr dos eurodiputados, mientras que la Europa de los Pueblos, integrada por ERC, BNG y el nacionalismo radical, sacará seguramente sólo un escaño de los 50 que están en juego.

UPyD, el partido de Rosa Díez, puede alcanzar el 2,6% de los votos, lo que permitiría a Sosa Wagner estar en el Parlamento Europeo, un resultado que no está mal pero que no consolidaría a esta formación como la tercera fuerza política a nivel nacional.

Por último, IU se quedaría con un escaño de los dos que ahora tiene, sin poder frenar el declive electoral iniciado con Gaspar Llamazares y que está a punto de convertir a este partido en una formación marginal.

Todavía queda una semana para que los partidos puedan movilizar a sus electores, aunque no parece que lo vayan a conseguir si la campaña se sigue desarrollando en los mismos términos. Todo apunta, pues, a una elevada abstención y a una victoria apretada del PP, que dejaría las cosas como están.

El Mundo - Editorial

LAS VOCES QUE NO OYE ZP. Por Ignacio Camacho

FELIPE González, Javier Solana y Joaquín Almunia, esos peligrosos neoliberales, se han manifestado contra el cierre de la central de Garoña y a favor de la reapertura del debate nuclear. Su opinión tiene importancia porque son -o eran- gente de criterio en el PSOE, porque su voz se escucha con respeto en Europa y porque formaron parte del Gobierno que decidió la moratoria sobre energía atómica. A estos tipos se les pueden reprochar muchas cosas, pero no falta de pragmatismo ni de experiencia. Su indiscutible alineamiento con la causa socialista no les ha impedido formular críticas -de manera más ácida en privado que en público- sobre el adanismo fundamentalista que impregna la política de Zapatero en torno a ciertos mantras y tabúes de la vieja izquierda.

También el citado Almunia, junto con el gobernador del Banco de España -nombrado por este Gobierno- Miguel Ángel Fernández Ordóñez, el ex ministro -de Zapatero- Jordi Sevilla y el antiguo director de la Oficina Económica del presidente -del presidente Zapatero-, David Taguas, se han pronunciado recientemente sobre la necesidad de una reforma del mercado laboral que, sin apelar ni de lejos al despido libre, unifique los contratos y regule las indemnizaciones según el tiempo de trabajo. Reforma propuesta en abril por un centenar de economistas entre los que figuraba José Manuel Campa, actual secretario de Estado de Economía... del Gobierno de Zapatero. Todos estos ciudadanos son militantes o simpatizantes del PSOE y han recibido nombramientos directos de la Presidencia; ninguno de ellos forma parte del círculo del PP ni ha coqueteado jamás con esa derecha «rancia», «especuladora» y «neocon» denostada hasta la demonización en los vídeos de campaña del PSOE.

Todos ellos, sin embargo, son voces roncas que predican en el desierto de un zapaterismo enrocado sobre la fuerza peronista de los sindicatos, que preparan un contramanifiesto de apoyo a la política social del Gobierno, cuyo principal resultado son siete mil nuevos parados al día. El documento será remitido para su suscripción a la plataforma de artistas -mal conocida como el Clan de la Zeja-que ha prestado respaldo al presidente en pasadas campañas electorales. En dicha declaración, los firmantes darán su aprobación al indefinido nuevo modelo productivo sostenible y expresarán su veto a cualquier modo o fórmula que reforme el actual mercado de trabajo, en quiebra por efecto de la crisis.

Los sindicatos mayoritarios, CC.OO y UGT, así como buena parte de los actores, cineastas y cantantes de la mencionada plataforma se declaran ideológicamente herederos del marxismo. Del marxismo de Carlos Marx. Porque fue otro Marx, apodado Groucho, el que definió la política como el arte de buscar problemas, encontrarlos, formular un diagnóstico falso y aplicar remedios equivocados.

ABC - Opinión

EL MEDIO JUEZ. Por José María Marco

«La actuación de Garzón culminaba la falacia de la "memoria histórica", reescritura legislativa de la historia, como ésta a su vez venía a culminar la mendaz, calumniosa y desacreditada historia progre dominante durante la segunda mitad del siglo XX.»

En otros tiempos, la plaza de París de Madrid, donde tienen sus respectivas sedes el Tribunal Supremo, la Audiencia Nacional y el Consejo General del Poder Judicial, era uno de los lugares más plácidos y deleitables de Madrid. Hoy los contados paseantes deben ir deprisa, bordear las paredes y refugiarse detrás de los árboles para evitar que le alcance alguna bala perdida, de las muchas que se lanzan estas instituciones entre ellas (hay que añadir el Tribunal Constitucional, que utiliza misiles tierra aire).


Probablemente el último episodio de esta guerra, muestra de la fragilidad del llamado poder judicial, es la imputación de Baltasar Garzón por prevaricación por parte del Tribunal Supremo. Pero en fin, allá se las compongan los jueces con sus envidias y sus guerras civiles. Como los políticos, no parecen darse cuenta del descrédito en que han caído por sus negligencias, sus arbitrariedades –traducidas en injusticias brutales– y también por hacer de los tribunales, no el ámbito de la justicia ni de la legalidad, sino una esfera independiente, ajena por completo al resto del mundo, de la que son los únicos y soberanos dueños.

Aun así, el caso Garzón tiene una envergadura algo mayor que los habituales rifirrafes entre jueces. Cuando inició su peculiar causa general contra el franquismo, Garzón debía saber que los posibles imputados habían fallecido, que la ley de Amnistía había acabado con la consideración de delitos para los hechos que quería juzgar, y que estos, en cualquier caso, habían prescrito.

Es obvio que Garzón no aspiraba a hacer justicia. Dejando de lado la petición del certificado de defunción de Francisco Franco, un rasgo de humor negro que no parece suyo, toda su actuación en este asunto está destinada a reescribir oficialmente, es decir judicialmente, la historia de España en los últimos setenta años. Su actuación culminaba la falacia de la "memoria histórica", reescritura legislativa de la historia, como ésta a su vez venía a culminar la mendaz, calumniosa y desacreditada historia progre dominante durante la segunda mitad del siglo XX.

El caso es que la guinda que iba a coronar el pastel, la que iba a poner Baltasar Garzón, el juez metido a cronista histórico, ha sufrido un percance. Tal vez sea momentáneo, pero por ahora la sombra de la prevaricación se extiende sobre el mitómano que quiso aprovechar los tribunales para algo que no les corresponde, como es promocionar una determinada visión de la historia. Los ingleses llaman a un gran hombre "un hombre y medio". Por ahora, Garzón se ha quedado en medio juez.

Libertad Digital - Opinión

NUCLEARES EN SERIO

LA postura de sectores importantes del PSOE, incluido el presidente Gobierno, en contra de la energía nuclear es fiel reflejo de una inmadurez que resulta inaceptable en quienes ejercen altas responsabilidades políticas. El debate sobre el cierre de la central de Garoña ha puesto de relieve las diferencias insalvables que separan a Rodríguez Zapatero de otros líderes como Felipe González o Javier Solana, capaces de tomar en serio la política energética. Bajo la retórica de la economía sostenible y las energías renovables, el Ejecutivo y la fundación que preside Jesús Caldera lanzan mensajes poco convincentes sobre un nuevo modelo siempre impreciso, cuyo objetivo sería al parecer superar la economía del cemento y el petróleo. Es evidente que estas ocurrencias sin fundamento no alivian la suerte de los cuatro millones largos de parados ni generan la confianza necesaria para que España salga de la crisis. Peor todavía, si se tiene en cuenta que -según cálculos solventes- el modelo energético del PSOE multiplicará por diez el recibo de la luz y el coste de la electricidad podría dispararse hasta más del veinte por ciento de la renta per cápita.

La opinión antinuclear se moviliza al amparo de viejos resabios falsamente ecologistas, mientras sigue pendiente el informe preceptivo del Consejo de Seguridad Nuclear sobre la central burgalesa que sólo sería vinculante para el Gobierno en el caso de que aconsejara el cierre de Garoña. Esto deja un amplio margen de discrecionalidad política al Ejecutivo, que tal vez está dispuesto a dar un golpe de efecto en plena campaña electoral con el anuncio de la clausura de ésta y quizá de otras instalaciones. Sería lamentable que Rodríguez Zapatero utilizara un asunto de largo alcance para la búsqueda oportunista de votos de cara al 7-J, pero lo cierto es que los ciudadanos están ya acostumbrados a las maniobras típicas de un presidente que antepone las conveniencias partidistas a corto plazo sobre el interés general. Es realmente absurdo plantear el cierre de nuestras centrales nucleares y pretender luego que esta energía sea adquirida en Francia o que el supuesto desarrollo sostenible se realice a costa del bolsillo de los contribuyentes. Según muchos expertos, la energía nuclear es más limpia y más barata que otras opciones alternativas. En todo caso, un asunto de tanta trascendencia merece un debate serio y riguroso al margen de las urgencias electoralistas de un partido que teme sufrir un varapalo en las urnas europeas.

ABC - Editorial

LAS FUERZAS ARMADAS NO SON UN JUGUETE PROGRE

«En los últimos años asistimos a una cursi y ridícula táctica de deconstrucción de la esencia de la carrera militar.»

Debido tanto a su misión, que no es otra que la defensa del territorio y soberanía nacionales contra las agresiones, como a su funcionamiento, en el que orden, al disciplina y la jerarquía se imponen a otras consideraciones, las Fuerzas Armadas son una institución del Estado especialmente refractaria a los experimentos buenistas a los que el Gobierno de España viene sometiéndola desde la llegada al poder del PSOE de José Luis Rodríguez Zapatero.


Desde la década de los años 90 del siglo pasado, las Fuerzas Armadas han sufrido cambios importantes, algunos positivos, mientras que otros desvirtúan peligrosamente sus objetivos e incluso su razón de ser. Entre las reformas beneficiosas están la incorporación de las mujeres, un hecho que como demuestran los casos estadounidense e israelí no influye negativamente en su nivel de desempeño, la profesionalización de sus cuerpos y su participación en diversas misiones internacionales.

Sin embargo, en los últimos años asistimos a una cursi y ridícula táctica de deconstrucción de la esencia de la carrera militar. En primer lugar, el papel de las Fuerzas Armadas como garantes de la unidad nacional ha quedado desdibujado, cuando no simplemente eliminado, por la retirada en algunas de sus instalaciones de los símbolos y lemas alusivos a esta función fundamental. Además, el Gobierno pretende enmarcar a los ejércitos en una serie de labores de caridad internacional que, lejos que ser su tarea primordial, son en realidad trabajos secundarios. Por último, el ocultamiento del carácter bélico de la institución ha llegado al extremo de suprimir el tradicional desfile del Día de las Fuerzas Armadas con la excusa de un recorte presupuestario, curiosamente el único que el Ejecutivo ha realizado desde que admitió la crisis económica.

Al desprecio que los socialistas han demostrado a las Fuerzas Armadas y a sus efectivos, pendientes de unas mejoras salariales que todavía no se han cumplido, se ha unido la nefasta gestión de la ministra Carmen Chacón, quien no ha dudado en convertir su puesto en un trampolín para su proyección personal. Sin embargo, el resultado hasta la fecha no podría haber sido peor no sólo para sus ambiciones políticas, sino para la imagen y el prestigio y el bienestar de nuestros soldados. Desde el lío de la retirada de las tropas españolas de Kosovo al escándalo de los casos de gripe en el cuartel de Hoyo de Manzanares, el paso de Chacón por el Ministerio de Defensa está siendo un rotundo fracaso.

Más preocupada por los reporteros gráficos que por las vidas de los efectivos bajo su mando, Carmen Chacón todavía no ha llevado a cabo la prometida mejora del sistema de formación de los miembros de las Fuerzas Armadas ni el necesario refuerzo tecnológico de sus operaciones. Mientras tanto, nuestras tropas continúan afrontando riesgos innecesarios en lugares como Afganistán debido a la falta de elementos básicos como los inhibidores. Así las cosas, cualquier comparación entre nuestra ministra de Defensa y otras mujeres que desde hace más de treinta años han ocupado puestos similares en sus respectivos países resultaría humillante para Chacón. Mucho nos tememos que eso le importe tanto como la celebración del Día de las Fuerzas Armadas.

Libertad Digital - Editorial

La asignatura pendiente de la cultura de la Defensa. Por Angel Expósito Mora

SI hay una asignatura que permanece suspendida desde hace más de treinta años en el conjunto de la sociedad española es la Cultura de la Defensa. Reconozcámoslo. Y lo que es peor, las perspectivas pueden no resultar del todo halagüeñas porque, aunque la consideración general hacia las Fuerzas Armadas ha evolucionado mucho y para bien en estos años, no es menos cierto que el distanciamiento de las nuevas generaciones de españoles con nuestros militares resulta preocupante.

De entrada es muy difícil cambiar una tendencia si no se afronta el problema con la firmeza necesaria, o lo que es lo mismo, advertir que de cara a pasado mañana esa relación entre jóvenes y militares será más clave aún, si cabe, que la existente hoy mismo entre la sociedad en general y esos mismos militares. No hay mejor jornada que hoy, día de la Fuerzas Armadas, para pensar sobre la cuestión.

La manera más eficaz de apreciar su trabajo y formación es compenetrarse no ya sobre el terreno de los distintos teatros de operaciones por cualquier lugar del mundo, que también, sino permitiendo la imbricación de la sociedad civil con los profesionales y viceversa. Los colegios e institutos han de abrirse a los soldados, porque si no, la relación a medio y largo plazo de la sociedad española con sus militares será imposible.

¿Nos hemos planteado en algún momento el nivel de capacitación y, por lo tanto, de formación de los protagonistas de un día como hoy? ¿Nos atreveríamos, por ejemplo, a comparar la cualificación de los oficiales de las Fuerzas Armadas con los miembros de los distintos «staffs» periodísticos, incluyéndome yo mismo, por supuesto? No existe un colectivo profesional en España con similar volumen de idiomas, preparación técnica y cultural y capacidad de prospectiva y análisis. Prueben, si no, a tratar con cualquier oficial cuestiones de política exterior, análisis político, geografía o historia. Y comparemos esas calificaciones con las nuestras o las de cualquier otra carrera.

En Estados Unidos, en Reino Unido o en Francia, la interconexión entre milicia y universidades, por ejemplo, es fundamental no sólo para los primeros, sino especialmente para los centros de investigación y de formación de las principales universidades de estos países. ¿Por qué aquí nos cuesta tanto ese proceso si nuestros vecinos lo llevan a cabo con toda normalidad? ¿Nos podemos imaginar la cantidad de avances científicos que encajan en las políticas de I+D+I que han nacido en instalaciones militares? Una vez más, seamos sinceros: el motivo es un complejo atávico que no hemos sabido arrancar de nuestras entrañas. Porque yendo un poco más allá en el razonamiento, y salvo honrosas excepciones, la entrada de militares en determinadas universidades provocaría en sus rectores y responsables la estigmatización absurda de tiempos predemocráticos olvidados, en primer lugar, y sobre todo, por los propios soldados.

Algo se ha conseguido ya con la inclusión de aspectos específicos de esta materia en los temarios de Educación para la Ciudadanía. Y el caso es que en España existen instrumentos y experiencias muy positivas al respecto. Desde centros de enseñanzas medias como el instituto «Al Qadir» de Alcorcón (Madrid), donde se ha logrado una interesantísima experiencia de intercambio entre soldados, profesores y alumnos, hasta universidades concretas o agrupaciones como la Asociación de Diplomados en Altos Estudios de la Defensa Nacional. Desde la otra vertiente, se trata de empujar a que instituciones como el CESEDEN se abran más aún a los civiles porque multiplicaría su influencia y amplificaría el efecto de sus informes y estudios más allá de los uniformados. Ningún «think tank» en España es capaz de fabricar los estudios y ensayos que elabora el CESEDEN ni, por supuesto, tiene organización para desarrollar los cursos y visitas que se llevan a cabo en este edificio del Paseo de la Castellana.

Pero para afrontar todo lo anterior, nos encontramos con otro bastión fundamental, cual es la politización de la Defensa que comienza, por el propio Ministerio y termina con el tratamiento que los medios de comunicación aplicamos al tema. ¿Por qué los ministros mejor recordados en su paso por el Ministerio han sido los menos politizados, más allá del que fuera su color partidista? ¿No debería ser este departamento el menos politizado de todos los sillones del Gabinete, o, dicho de otro modo, el más transversal del Consejo de Ministros? Por supuesto que la Defensa es pieza clave de la política de un país, faltaría más, pero también se debe dar por supuesto que esa alta política habría de estar por encima de una legislatura, y, ni qué decir tiene, mucho más allá de unos comicios electorales. Y es que, yendo a lo que nos ocupa, nada más contraproducente para una auténtica Cultura de la Defensa que la contaminación partidista de esa misma Defensa. Porque Educación, Asuntos Exteriores y nuestro tema no deberían ser transversales -por cierto, qué poco me gusta esta palabra-, sino claves y de larguísimo plazo.

No obstante, y aunque suene a conformarse con poco, la situación puede empeorar si seguimos erre que erre por la linde de un proceso autonómico, cuando no nacionalista, que separa más todavía a sus futuras generaciones de todo lo que suponga un cordón umbilical con el Estado. Y las Fuerzas Armadas son, muy particularmente, un nexo entre los españoles. Quien no quiera verlo se equivoca.

En cuanto a los medios de comunicación, y teniendo en cuenta la mediatización social a la que contribuimos, a la que pertenecemos y de la que vivimos, se debe desarrollar un ejercicio a la vez de autocrítica y de difusión. Porque si hay un colectivo en el que el complejo atávico persiste es en el periodístico, y, por lo mismo, si desde algún vértice del polígono se tendría que acometer el cambio de percepciones hacia los Ejércitos y la Armada, es desde el periodístico. O nosotros, los informadores y opinantes, nos creemos y constatamos que las Fuerzas Armadas han cambiado, o será imposible que la sociedad española se sume a un proyecto verdadero tendente a su reconocimiento.

Hace falta que los militares sepan «venderse». Las Fuerzas Armadas tienen que abrirse más a la sociedad. Los políticos deben facilitar con inteligencia y sin prejuicios esa apertura, su conocimiento y el intercambio. Desde el periodismo hemos de aportar los medios, la crítica y el acceso a su mundo.

Si en primer lugar consiguiéramos avanzar en los colegios con los niños; en segundo término accediéramos a los institutos con los chavales; y, como tercer paso, lográramos penetrar en el corazón universitario, el futuro de esa interrelación entre militares y sociedad civil estaría garantizado y la Cultura de la Defensa se escribiría así, con mayúsculas, en la formación de los españoles.

Seguro que por los militares no va a quedar, porque ellos mismos serían los más agradecidos y beneficiados. Pero somos el resto quienes hemos de dar el paso para permitirles el acceso y, a partir de ahí, aprender con espíritu crítico, conocimiento de la historia y perspectiva internacional.

ABC - Opinión