martes, 2 de junio de 2009

LA LEY DEL MAS NECIO. Por Tomás Cuesta

CARLO María Cipolla (pronúnciese Chipola para ahuyentar la tentación del ripio chabacano) fue uno de los grandes historiadores económicos del siglo pasado y sentó cátedra, en su especialidad, de maestro amenísimo e investigador irreprochable. Autor de una veintena de títulos que, en el ámbito académico, se consideran clásicos, su fama entre el gran público se debe, sin embargo, a un librillo satírico que, en principio, no pretendía ser más que un divertimento de índole privada. La obra en cuestión, como muchos de ustedes saben, se intitula «Allegro ma non troppo» y reúne, en apenas cien páginas, dos auténticas cumbres del panfleto erudito y la ironía en rama. En la primera parte -que analiza el papel de la pimienta en las sociedades medievales-, se pasa la metodología del marxismo por el forro de la irrisión desopilante. Es la segunda, empero, la que le transformó en una celebridad mediática. Un «capolavoro» con el que el lúcido italiano se lució formulando «Las leyes fundamentales de la estupidez humana». A conciencia y con-ciencia: a través de un sistema matemático con sus correspondientes ecuaciones, sus curvas y sus gráficos.

Si han leído ya al profesor Cipolla, reléanlo de nuevo porque nunca defrauda. Y si, por cualquier motivo, no han tenido el placer de estrecharle la mano, acudan sin demora al librero de guardia (se encuentra en el catálogo de Crítica y sale por lo mismo que un par de cañas mal tiradas). Lejos de caducar o apolillarse, las tesis que Cipolla esculpió hace veinte años siguen siendo un retrato fidedigno de lo que padecemos a diario. Este país, en lo tocante a majaderos, es el metro de Tokio a la seis de la tarde: no cabe un memo más ni aún estrujándole. Pero aquí, los mendrugos, en vez del «De profundis», canturrean el «Himno a la alegría» a lomos de sus coches oficiales. Tenemos zampabollos de todos los colores y todos los encastes. No encuentras un lugar en que posar la vista sin que la quemazón de la burricie te abisme la mirada. Babiecas a la izquierda; a la derecha, sandios. Zopencos extremistas, sansirolés equidistantes. O sea, la gripe A. Con «a» de asnos.

En el prefacio de «Las leyes» se estipula que subestimar a un necio es una necedad letal, un error mayestático. Carlo M. Cipolla abre su exposición asegurando que el índice del TPC (Tontos Per Capita) es mucho mayor de lo que sospechamos. Y concluye -tras un proceso lógico que combina rigor y perspicacia- poniendo en evidencia que un imbécil es una bomba de relojería que, antes o después, estalla. Cipolla compartimenta a las personas en cuatro categorías esenciales. Inteligentes: los que benefician al prójimo y salen beneficiados. Incautos: los que practican la bondad y reciben los palos. Malvados: los que siembran la peste y cosechan la pasta. Estúpidos: aquellos que, por perjudicar a los demás, se arruinan a sí mismos sin ningún empacho. Con eso y dos de pipas se monta la escaleta de los telediarios.
Ahora, en lugar de autocrítica, que es un palabro estalinista, chirle y devaluado, hagamos examen de conciencia que es lo cabal y lo cristiano. A Zapatero, a Aído, a Blanco, a la inefable Sinde-Linde de los asuntos culturales... ¿No les hemos tachado de merluzos genéricos siendo en realidad pirañas? Pues, ¿y en el rincón opuesto? ¡Ojalá se quedaran en panolis la jarca de sorayas, de arriolas, de lassalles...! Con la venia del mando, los molondros prosperan y los cacasenos barren. Pasarse de listillos: he ahí el drama. «Mea culpa». Por cierto, ¿dónde diablos está el baño?

ABC - Opinión

CUANTO SE REPITEN. Por José Antonio Vera

Lo peor de los políticos en campaña es que se repiten como el chorizo. Cada uno lleva su musiquilla y su letrilla machacona y a ello se dedican todo el tiempo. Mayor Oreja acusando a López Aguilar de mentir (hasta doce o más veces seguidas) y éste al primero de no ocuparse de la política social, de representar el pasado, de aliarse con los poderes fácticos, de no querer la igualdad. O lo que es lo mismo: venga con el nuevo plan del socialismo, lleno de palabras gordas y largas, incomprensibles para muchos: sostenibilidad, ecologismo, renovables, innovación, gasto social, cambio climático. Eso sí, con un lenguaje denso, extenso, superlativo, interminable. E interrumpiendo sin parar. Los socialistas saben mucho de interrumpir. Es como si hubieran hecho cursos intensivos en la materia. Y acaban haciéndole el eco al discurso del oponente, en este caso un Mayor Oreja al que le sienta mejor la barba un poco más larga, pero el mismo Mayor Oreja sensato y mesurado de toda la vida. Con las ideas claras. Con un mensaje fundamental: en España lo que hay es que crear empleo. Y no se puede decir que eso sea antiguo, por muy moderno que quiera parecer el socialista canario.

La moderadora, Gloria Lomana, aséptica, rápida, directa y al grano. Ni se notó el arbitraje. Justo lo que tienen y deben hacer los buenos colegiados.


La Razón - Opinión

LOS LASTRES AÑADIDOS. Por Hermann Tertsch

EN Berlín acaba de aparecer una momia en el sótano del hospital de la Charité que se sospecha es de Rosa Luxemburgo. Luego no está en su celebrada tumba de Frierdrichfelde. Hace unos días nos sorprendía Alemania confirmando que el policía que mató a un izquierdista en Berlín en 1967 y desencadenó la tormenta de convulsión y crimen durante más de una década fue un agente comunista. Muchas sorpresas con el pasado, pero el futuro parece irse aclarando en Alemania. Quizá, como dice el gran economista Jürgen Donges, porque a los alemanes se les dijo desde el principio la verdad sobre la crisis. Frente a las mentiras del pasado, sinceridad en la visión del futuro, aunque sea dura. Inmensa ventaja que les ayudará, como a tantos otros países, a superar la crisis mucho antes que a España. Tiene otras. Cuentan con un país que sigue prestando atención a las formas en el trato social y humano. El desprecio a las mismas no se fomenta en las televisiones, ni en los colegios. Eso no quiere decir que no haya en Alemania una cantidad considerable de vándalos, maleducados, violentos, ultraderechistas y ultraizquierdistas, asesinos y chusma en general. Pero sí significa que existe un esfuerzo continuado -reforzado después de reconocerse el desastre pedagógico surgido de la generación de 1968- de imprimir en los educandos un cierto respeto por las sensibilidades ajenas, unos mínimos de temor formativo a la autoridad y una valoración del esfuerzo. Cierto que existen allí también muchos pozos negros marginales, especialmente en las ciudades grandes. La falsaria moda del antiautoritarismo y la multiculturalidad destructiva y empobrecedora ha hecho estragos allí. Aun así, es probable que sean en Alemania bastantes menos que los existentes en Francia donde Sarkozy quiere ahora emprender una ofensiva de urgencia ante una situación en la que no se trata de la seguridad en las escuelas sino en las calles de toda Francia.

Otra ventaja envidiable de los alemanes está en que tienen una lengua común que nadie pone en duda. En España, la intoxicación ideológica y nacionalista aún impide que hablemos a las claras del ingente lastre económico, social, formativo y académico que generan el mito y la memez. En los colegios alemanes, en todos sin excepción, se habla el «Hochdeutsch», el alto alemán, cuyas reglas máximas derivan de la asumidas de la Biblia alemana que tradujo del latín Lutero en el castillo Wartburg en el siglo XVI. Es la lengua de todas las instituciones. En casa, con sus familiares, en sus fiestas, con los amigos, en los recreos y en las juergas, los alemanes utilizan decenas de dialectos y lenguas que subsisten y que hicieron su aportación a la lengua franca germánica. Pero hay una lengua del trato oficial y social. Más lastres añadidos. Alemania ha sido cuna de los sindicatos de clase. Pero más allá de su radicalismo activista mil veces probado, nunca han sido los palanganeros de ningún Gobierno. Los alemanes saben lo que significan unos sindicatos verticales, al servicio del poder. Los hubo en el nazismo y en el comunismo en la RDA. Aquí en España ya los tenemos marchando y firmando manifiestos para mayor gloria del poder que los financia. Su nuevo servicio es acallar a los pocos medios que aún se atreven a ser abiertamente críticos con el Gobierno y quebrar las protestas contra el fracaso general del Gobierno reflejado en el empobrecimiento general. Con la educación en descomposición, el país fraccionado por lengua, leyes y disposiciones y el mamporrerismo inmovilista subvencionado por el erario público, todos saben en Europa que tenemos las peores condiciones para enfrentarnos a la crisis. Que el Gobierno esté en permanente lucha con la realidad y su propia preparación parezca resultado de la que promueve son casi trivialidades en esta situación.

ABC - Opinión

ABUSOS DEL PODER. Por M. Martín Ferrand

DICE Felipe González que, si fuera presidente, haría público el uso de los aviones del Ejército en los últimos treinta años. ¿También el de los barcos de la Armada? Tras el uso franciscano y acomplejado con que la UCD ofició en la Transición, la llegada del PSOE a La Moncloa marcó un nuevo entendimiento de las prerrogativas del primer ministro y de su equipo. La ocupación veraniega del «Azor», el yate de Francisco Franco, por parte de González fue el chupinazo inicial de una manera de entender el poder, su correspondiente boato y la ligereza en el gasto público. A partir de entonces la risa ha ido por barrios y no resultaría equitativo atribuirle mayores excesos a ninguno de los dos grandes partidos en los que reside la potencialidad de nuestra alternancia democrática.

Nuestra democracia presente, que hunde sus raíces y muchos de sus modos en un régimen totalitario, no ha sido nunca cuidadosa con las formas y ha propiciado el abuso de los recursos públicos de quienes, en cualquiera de los planos en que ello es posible, son nuestros representantes. Los partidos políticos y los mal llamados agentes sociales -patronales y sindicatos-, los órganos básicos de la participación ciudadana, no satisfacen sus gastos, como debieran, con las cuotas de sus afiliados, sino con cargo al Presupuesto. Admitida esa deformación, ya es difícil andarse con matices. Se confunden valores y rangos y los ciudadanos, no siempre de buen grado, soportamos con nuestros impuestos los gastos -muchas veces caprichosos y nunca bien auditados- de los partidos, los sindicatos, las ONG´s...

Aquí habría que reimplantar los rollos y picotas en los que, antes, se exponían a la vergüenza pública las conductas reprobables. Habría que castigar, con la sabiduría prevista en las Siete Partidas, a quienes abunden en el exceso de lo publico «faziéndoles estar al sol, untados de miel, porque les coman las moscas alguna hora al día». El sueldo, el despacho, los asistentes y transportes y cuantos gastos acarrea la existencia de quienes dicen ser nuestros representantes, se comporten o no como tales, los sufragamos entre todos. En el PP y el PSOE, menos de una quinta parte de sus presupuestos son atendidos por las cuotas de los militantes y los donativos de sus simpatizantes. Publíquense todas las listas que quiera González; pero, ¿no habría que ir cambiando el reglamento del juego?

ABC - Opinión

REPAROS AL ABORTO

El amplio rechazo social del aborto adolescente sin permiso paterno impone una reflexión .

El mayoritario rechazo social que produce en España el aborto adolescente sin permiso parental es un jarro de agua fría para el proyecto de ley del Gobierno socialista. La encuesta publicada ayer por EL PAÍS muestra que el 64% de los encuestados está en contra de que las jóvenes de 16 y 17 años puedan interrumpir su embarazo sin el permiso de sus progenitores o tutores. Otros sondeos difundidos estos días arrojan resultados similares, lo que debe llevar a una serena reflexión sobre este asunto.


El debate se ha abierto ya en el seno del partido socialista, evidenciando las discrepancias internas, pero también señalando los obstáculos y sus posibles soluciones. Todo indica que son muchos los que se resisten a imaginar a una menor de edad tomando sola una decisión tan grave sobre su vida sin el apoyo y el consejo familiar. De hecho, en la práctica, lo normal es que las jóvenes aborten acompañadas de alguien de su entorno.

Sólo las jóvenes que viven circunstancias difíciles (ausencia de los padres, por ejemplo), o las que tienen un entorno incapaz de admitir o gestionar un conflicto como éste, se ven obligadas a interrumpir solas sus embarazos o acudir a clínicas clandestinas que ponen en riesgo su salud. Pero cabe admitir que la propuesta de reforma de la ley, tal como está, podría fomentar indirectamente esa soledad de la joven ante una decisión (la de abortar o la de proseguir con el embarazo) que va a tener una influencia decisiva en su vida. No es, por tanto, descabellado pensar en introducir cautelas que faciliten ese acompañamiento a la hora de sopesar las consecuencias de la decisión. La última palabra debe corresponder siempre a la joven embarazada, principio necesario para evitar que una decisión tan personal, en el sentido que sea, le venga impuesta por los padres: los antiabortistas deberían contemplar también la eventualidad de unos padres que quieran imponer el aborto a su hija menor de 18 años contra su voluntad.

El conocimiento obligatorio de los padres podría producir los mismos problemas que origina la ley actual: el aborto clandestino y la ocultación ante el temor a la reacción familiar. Francia ha establecido la posibilidad de acudir al aborto de la mano de un adulto, aunque éste no sea padre o tutor.

En España, en principio, una joven española que acude a abortar al sistema sanitario dispone de acompañamiento médico y social, lo que le ayudará a reflexionar antes de tomar la decisión definitiva. Reforzar todos esos mecanismos podría reducir el nivel de rechazo social que indican las encuestas y, al tiempo, facilitar la implantación de este irrenunciable principio de otorgar a las adolescentes la misma libertad de criterio de la que ya disponen para casarse y mantener relaciones sexuales desde los 16 años sin permiso paterno. El cambio normativo ha de debatirse aún en el Parlamento, donde la norma puede mejorarse y lograr el consenso deseable en este tipo de leyes.

El País - Editorial

El cuento de la lechera. Por Ignacio Camacho

UNA encuesta de Julián Santamaría que vaticina un empate con ligera ventaja socialista ha venido a recordarle al PP la versión demoscópica del cuento de la lechera, tras la hemorragia de optimismo de un fin de semana lleno de pronósticos favorables. Santamaría, antiguo gurú felipista, tiene fama merecida de ser, si no el pitoniso que más acierta, el que menos se equivoca, sin que su inequívoca inclinación política merme su prestigio profesional. Y lo que su sondeo viene a advertir es que, a poquito que la campaña-basura incentive la participación, el zapaterismo puede aguantar el tirón y salir vivo de la prevista emboscada. Y que la campaña de los vídeos envenenados tiene más efecto del que a simple vista parece.

La posibilidad de que Rajoy embarranque ha estimulado la disidencia. Ayer, en lo de Herrera, le pregunté a Esperanza Aguirre con qué resultado se conformaba y soltó a bote pronto, sin pensarlo un segundo, que con no menos de diez puntos de ventaja. La respuesta llevaba veneno, porque ésa fue la diferencia de Aznar en el 94, con un millón y medio de votos por delante. Luego lo matizó con retórica más corporativa, pero el dardo estaba lanzado. Los críticos del marianismo le están poniendo el listón alto. Con tres o cuatro puntos se mantendrán callados o rezongarán en voz baja, pero con menos le van a apretar las tuercas al líder, cuyo liderazgo despierta en las encuestas un entusiasmo bastante descriptible. En ese sentido, Rajoy se juega más que Zapatero: de puertas adentro no le vale más que una victoria clara que le borre los estigmas de «loser», de perdedor nato.

Para sondear la moral pepera he llamado a un oficial del estado mayor de la calle Génova y le he planteado si piensan en serio en la posibilidad de palmar. «Nosotros, no», me contesta. «Vamos a ganar por un mínimo de dos puntos, y eso que Mayor no es el mejor candidato. En la derrota sólo piensan ellos». En el cainismo de la política, «ellos», o sea, la otredad sartreana, no son los socialistas, sino los disidentes internos. «Pero Rosa Díez, que era su esperanza, no responde como les gustaría. A su candidato no lo conoce nadie y no pasará de un escaño». El interlocutor es amigo, pero me quedo con la duda de si me habrá endilgado una respuesta de conveniencia; los periodistas no podemos tener amigos en la política. Una vez tuve uno y acabó aconsejándome que me comprara un perro. Claro que los políticos ni siquiera pueden ser amigos entre ellos. Son más sinceros los enemigos: vienen de frente y traen la intención de liquidarte escrita en la mirada. Rajoy lleva tiempo pendiente de la retaguardia; si hubiese podido disponer de la energía que le consume ese esfuerzo para emplearla contra los socialistas quizá ya tuviese ganadas las elecciones. El domingo se enfrenta a dos bandos, y el minoritario es el más peligroso porque le pone zancadillas para después acusarlo de romper el cántaro.

ABC - Opinión

LIBERTAD LINGÜISTICA SIN LIBERTAD DE ENSEÑANZA. Por Guillermo Dupuy

Educación

«Aunque considere deseable que Feijóo cumpla su promesa, también sería aconsejable que todos seamos conscientes de los problemas que plantea esta libertad lingüística cuando se establece en el marco de un liberticida sistema educativo estatal.»


Tal vez le esté dando excusas a Feijóo para poder olvidarse de uno de sus más loables compromisos electorales, pero lo cierto es que la libertad de elección de lengua en el campo de la enseñanza, cuando se equipara al poder efectivo de todos los padres para escolarizar a sus hijos en la lengua de su preferencia, puede ser, en no pocos casos, absolutamente impracticable sin elevar considerablemente el gasto público y, en su caso, los impuestos. La misma aula y el mismo profesorado que antes bastaban para enseñar a un determinado grupo de alumnos en una determinada lengua, ahora pueden resultar absolutamente insuficientes si ese grupo se escinde y hay que enseñar por separado a quienes han optado por el gallego y los que han optado por el castellano. En muchos pueblos y en no pocos centros escolares se habrá de decidir por mayoría, violando de esta forma derechos individuales de los minoritarios. Eso o incrementar muy considerablemente, como antes dije, el gasto para garantizar que esa libertad de elección sea además una posibilidad efectiva para todos.


Esto es lo que ocurre en algunos centros escolares en la Comunidad Valenciana, donde muchos padres, al estar en clarísima minoría, no pueden escolarizar a sus hijos en valenciano. Allí también se da algún caso, aunque sea aun más infrecuente, de padres que quisieran escolarizar a sus hijos en castellano y no pueden, por mucho que la ley, como en el caso anterior, también se lo permita.

Aunque considere deseable que Feijóo cumpla su promesa, también sería aconsejable que todos seamos conscientes de los problemas que plantea esta libertad lingüística cuando se establece en el marco de un liberticida sistema educativo estatal, así como de los problemas que también se presentan cuando la libertad para hacer algo se confunde con el poder efectivo de lograrlo. Que sea libre para comprar una cosa no es lo mismo que yo tenga derecho a imponer a nadie que me la venda. Una cosa es lograr que los poderes públicos no nos impongan por ley a los padres la lengua en que se escolarizan nuestros hijos, y otra, mucho más difícil de conseguir, que los padres tengamos derecho a exigir a los poderes públicos que obliguen a los centros escolares a impartir la lengua de nuestra preferencia.

En cualquier caso, que el Estado no financie directamente a los titulares del derecho a la educación y que, a su vez, prohíba a los padres la libre elección de centro educativo para sus hijos, supone una vulneración tan grande de nuestros derechos civiles como el que no nos permita elegir la lengua en la que queremos que enseñen a nuestros hijos. Y tan importante es lograr que todos seamos conscientes de ello como que Feijóo cumpla con su promesa.

Libertad Digital

LOS GIGANTES DEL AUTOMOVIL FRENTE A UN DURO AJUSTE

Obama compareció para explicar la reestructuración del sector del automóvil. Supondrá el cierre de factorías y el despido de trabajadores, pero al menos se salvará una industria vital para EEUU.

GENERAL MOTORS, uno de los símbolos del capitalismo americano, suspendió pagos ayer en el marco de una operación de rescate del Gobierno de EEUU, que pasará a poseer al menos el 60% del capital del gigante de Detroit. Casi al mismo tiempo, el tribunal que tutela la suspensión de Chrysler daba su aprobación a una fusión con Fiat, que controlará el nuevo grupo resultante.


Obama compareció ayer ante los medios para explicar la reestructuración de la industria del automóvil, que según sus palabras, supondrá el cierre de plantas y pérdida de puestos de trabajo, pero permitirá «renacer» al sector. Obama afirmó que la liquidación de General Motors y Chrysler hubiera sido «un desastre» para la economía americana.

Desde su toma de posesión, el presidente de EEUU había concedido ayudas a estas dos empresas por importe de 27.000 millones de dólares, pero esa suma sólo ha servido para ganar tiempo. Tanto General Motors como Chrysler tienen que hacer frente a una drástica reconversión que les permita fabricar coches más pequeños, más baratos, con menos consumo de gasolina y menos contaminantes.

La multinacional italiana Fiat va a absorber la marca y parte de los activos de Chrysler en EEUU, mientras que General Motors procederá al cierre de 14 plantas en ese país tras acordar la venta de Opel a un consorcio internacional. Según los términos del acuerdo con la Administración y los acreedores, General Motors recibirá 30.000 millones de dólares del Estado, que se convertirá en el mayor accionista de la empresa.

Obama aseguró ayer que el Estado no va a intervenir en la gestión de la compañía y que el objetivo es que General Motors retorne a manos privadas en un plazo de siete años. Pero para ello tendrá que volver a ser rentable tras haber perdido la friolera de 88.000 millones de dólares desde 2004.

Los altos costes laborales, la competencia de los fabricantes japoneses, el alza de los precios del petróleo, el excesivo número de marcas y modelos y la gran caída de la demanda desde el verano de 2008 han colocado a los tres grandes de la industria estadounidense del automóvil (GM, Ford y Chrysler) al borde de la quiebra. Las acciones de General Motors, que dejará de cotizar a partir de hoy, valían el pasado viernes menos de un dólar.

Todos los analistas coinciden en que los fabricantes americanos han vivido de espaldas a la realidad durante muchos años y que han sido gestionados sin una visión a largo plazo. El mundo ha cambiado mucho a lo largo de la última década, pero los gigantes de Detroit han sido incapaces de adaptarse a esa transformación. Ahora tendrán que sufrir un drástico ajuste para poder sobrevivir, lo cual exige crear empresas mucho más pequeñas y más competitivas.

Lo que le está pasando al sector del automóvil en EEUU ya le sucedió a la industria siderúrgica en los años 80 o a los fabricantes de hardware en los 90. La economía es un proceso de destrucción creativa y sólo sobreviven los que se adaptan a un entorno tecnológico y social cambiante.

Habrá que esperar para comprobar si el plan apadrinado por Obama da buenos resultados, aunque es cierto que no tenía demasiado margen de maniobra, ya que ningún gobernante hubiera dejado caer la industria que todavía genera más puestos de trabajo en EEUU. Obama pidió ayer a los americanos que compren coches de General Motors, una apelación con una gran carga emotiva pero que no será suficiente para reflotar una compañía que necesita hacer bien sus deberes.

El Mundo - Editorial

LA CORRUPCION DEMOCRATIZADA. Por Cristina Losada

Chaves

«El Estado es visto por muchos como un edificio sin propietario que pide a gritos un buen saqueo. Natural que lo quieran hacer cada vez más grande. Así prospera la cultura del chupe, el chollo y el trinque, y la clientela está contenta.»

Cuando un consejero de la Junta andaluza afirmó que "todos los padres quieren lo mejor para sus hijos" hacía algo más que defender a su antiguo jefe y hoy vicepresidente del Gobierno en un notorio caso de nepotismo. Martín Soler, que tal es el nombre del personaje, estaba apelando a la complicidad. A la complicidad de su clientela, que es aquella parte del electorado andaluz que mantiene desde hace décadas al PSOE en el poder autonómico y que, por tanto, es mayoritaria. Y que también entrega al mismo partido un caudal de votos imprescindible para fondear en el puerto de La Moncloa.


La fórmula del consejero era un llamamiento a la comprensión fundada en la reciprocidad. Hoy por mi hijo, mañana por el tuyo. Es la idea de que cualquier padre que, como Manuel Chaves, quiera lo mejor para sus retoños, puede utilizar el poder político o administrativo fuera de su campo legítimo a fin de conseguir tan enternecedor objetivo. El sistema no sólo funciona con los familiares, pero el parentesco añade la porción extra de nata sentimental. Y se blinda si existe la percepción de que el acceso a tales resortes –ilegales, inmorales, ilegítimos– para obtener prebendas de la Administración no está circunscrito a unos cuantos privilegiados.

La corrupción puede mantenerse a largo plazo por la vía de la dictadura o por la de su democratización. No quiere ello decir que todo el mundo lo haga. Basta con el sobreentendido de que todo el mundo puede hacerlo. Cada uno, claro, a su nivel. Si las prácticas corruptas beneficiaran a unos pocos, surgiría el resentimiento de los excluidos, pero cuando parece que cualquiera puede disfrutar de esas ventajas, ese peligro se reduce. La corrupción, además, deja de considerarse como tal. La desviación se normaliza y la conducta anómala será la de aquellos que no se aprovechen.

En todas partes hay corruptos, pero en el país de la novela picaresca tenemos una tradición que predispone a la simpatía con los que se aprovechan. Será por eso que un Felipe González puede hacer bolos en campaña electoral y dar lecciones de ética. Durante la II República se popularizó el término "enchufe", pero el enchufismo y otros ismos análogos no nacieron entonces ni han desaparecido aún. El Estado es visto por muchos como un edificio sin propietario que pide a gritos un buen saqueo. Natural que lo quieran hacer cada vez más grande. Así prospera la cultura del chupe, el chollo y el trinque, y la clientela está contenta.

Libertad Digital - Opinión

LA CRISIS DE GENERAL MOTORS

EL automóvil ha marcado la vida de la humanidad durante el siglo XX. Desde que Henry Ford ideó el método de la fabricación en cadena, el coche ha sido una especie de herramienta universal, símbolo del progreso y de la libertad. La vida del planeta se ha construido en cierto modo alrededor del automóvil, sobre todo en los países desarrollados, y la industria asociada, la fabricación, reparación y sobre todo el suministro de combustible, ha perfilado -para bien y para mal- la economía del planeta. El anuncio de que el gigante automovilístico General Motors se ha declarado en suspensión de pagos no es solamente el resultado de una crisis de gestión, sino que representa a todas luces el símbolo de que cierta manera de entender el mundo ha llegado a su fin. La prueba de que General Motors es un elemento decisivo para la economía norteamericana es que el Gobierno de Obama se ha tenido que implicar directamente en su gestión: en estos momentos controla más de la mitad de la propiedad de la empresa, en contra de todos los principios liberales que han sido tradición en Washington. En 1955, Charlie Wilson, entonces presidente de la compañía más importante del mundo, estaba lejos de pensar que su famoso lema tendría que ser enunciado al revés: lo que es malo para General Motors, es muy malo para Estados Unidos.

Que la crisis haya tocado más directamente a la industria norteamericana del automóvil era previsible, teniendo en cuenta que en aquel país los ciudadanos llevan mucho tiempo ignorando deliberadamente su dependencia compulsiva del petróleo y viviendo como si esa fuente de energía fuera inagotable e inocua. Pero los grandes motores sedientos de gasolina no son la única causa de la crisis: las reglas de producción impuestas por la globalización, la aparición de nuevos mercados y de economías emergentes, capaces de reducir drásticamente los costes de fabricación, son factores que han provocado un cambio al que no todas las empresas han sabido adaptarse. Demasiado grande, demasiado lento, en términos evolutivos General Motors se ha convertido en un dinosaurio.

Hubo un tiempo en el que España era destino privilegiado de las inversiones de las grandes marcas de todo el mundo, que buscaban una mano de obra más competitiva, y por ello la industria del automóvil supone una parte nada desdeñable de la actividad económica en nuestro país. Puesto que estamos cerca de las elecciones europeas, hay que agradecer a la presión ejercida por la UE con sus requerimientos medioambientales y de seguridad el hecho de que la situación en Europa sea algo mejor que la que se vive en Estados Unidos, lo que no es óbice para que el Gobierno siga con la mayor atención el destino de esas fábricas, especialmente las vinculadas a GM, como la de Figueruelas. En esta línea, parece más que razonable que la industria del automóvil -a ambos lados del Atlántico- aproveche esta crisis para emprender una decidida transformación hacia un modelo sostenible. Para fabricar coches tradicionales, China y otros países están más que preparados, de manera que ni GM ni nadie podrá competir. Lo que se impone no es solamente salvar una empresa, lo urgente es reinventar la industria del automóvil.

ABC - Editorial

ELOGIO DE LA ABSTENCION Por José García Domínguez

Europeas

«Nos tienen por imbéciles. Prevén que la abstención rondará el sesenta por ciento. Esperemos que esa estimación no se confirme: aún sería muy poca.»

Nunca como en esta campaña las oligarquías de los partidos turnantes se habían atrevido a exteriorizar, ya sin disimulos ni ambages, su infinito desprecio hacia eso que insisten en llamar ciudadanía, pero consideran plebe, chusma en el sentido literal del término. Así, imposible descender de ese grado cero de la inmundicia intelectual donde hoy habitan, felices, sus supremos estrategas electorales.


Cada día, un nuevo vídeo diseñado para su exclusivo consumo por débiles mentales. Cada hora, una nueva marrullería barriobajera, cuanto más zafia mejor, con tal de denigrar al adversario. Cada minuto, otra reyerta a berridos, el enésimo guirigay de taberna portuaria repleto de bazofia retórica, descalificaciones ad hominem, consignas mil con destino a los hooligans más descerebrados de las dos aficiones y, sólo si quedara algo de tiempo, un muy somero surtido de trivialidades, única concesión al común. Cada instante, una nueva frasecita ingeniosa, a ser posible un pareado, que ayude a tapar la clamorosa, obscena, impúdica ausencia de ideas durante un momento, el tiempo justo hasta que a los publicistas se les ocurra la siguiente payasada. Cada segundo, en fin, un nuevo insulto a la inteligencia del silente y soberano auditorio.

Y no es que aún soñemos con quimeras peregrinas. Al contrario, lejos de nosotros la tentación de reclamar a los partidos argumentos racionales y pedagógicos que sirvieran para ilustrar a opinión pública, dándole a conocer las discrepancias programáticas entre los distintos aspirantes enfrentados. Eso, bien lo sabemos, supondría caer en el infantilismo más utópico. Y nosotros, ¡ay!, estamos de vuelta de todos los mayos: nunca más pediremos lo imposible. Modestamente, sólo aspiramos a que se nos exonere de seguir siendo vejados con inmisericorde saña durante las dos semanas de penitencia estética que preceden a la jornada electoral. Sólo eso. ¿Es acaso tanto ansiar?

Pues se ve que sí. De ahí, quizá, que nos adviertan, graves, que el ochenta por cierto de todo cuanto se aprueba en las Cortes es mero acatamiento a lo acordado en el Parlamento Europeo y, sin solución de continuidad, indiferentes, den en perorar otra vez sobre sus manidas cuitas domésticas de siempre. Lo dicho: nos tienen por imbéciles.

Prevén que la abstención rondará el sesenta por ciento. Esperemos que esa estimación no se confirme: aún sería muy poca.

Libertad Digital - Opinión

EVIDENCIAS EN PARLA

EL anterior alcalde de Parla adjudicó suelo a empresarios que financiaron actos de su partido en esta localidad madrileña. Tomás Gómez, actual secretario regional del PSOE, tendrá que dar explicaciones muy precisas, porque los datos son concluyentes y están avalados por pruebas inequívocas, según demuestran las facturas que hoy publica ABC. Los socialistas de Parla recibieron dinero privado para organizar la convención municipal de su partido antes de las elecciones que el alcalde ganó por mayoría absoluta, así como para organizar actos reivindicativos de la plataforma «Hospital en Parla Ya». A su vez, las empresas que sufragaron estos gastos tenían o aspiraban a tener intereses urbanísticos y recibieron luego adjudicaciones de suelo para promociones inmobiliarias. Los hechos se remontan a 2002 y 2003 -año en que se celebraron elecciones autonómicas- y afectan a proyectos muy lucrativos para las empresas beneficiarias en un municipio de notable desarrollo urbanístico. Por tanto, no sirve mirar para otro lado y esperar a que pase la tormenta, porque, a la vista de los antecedentes, los ciudadanos exigen una transparencia absoluta en un asunto tan delicado. Como es notorio, la confusión de papeles entre los poderes públicos y los partidos políticos es fuente potencial y real de corrupción. La legitimidad del Estado democrático depende tanto del cumplimiento estricto de las leyes como de un comportamiento ético irreprochable de los titulares del poder.

El PSOE utiliza sin escrúpulo alguno una doble vara de medir: se rasga las vestiduras y exige dimisiones ante cualquier indicio remoto de responsabilidad ajena y, en cambio, no se da por aludido cuando líderes relevantes -como Tomás Gómez- aparecen implicados en operaciones oscuras. Sin embargo, los ciudadanos son muy conscientes de que en el ámbito urbanístico todas las precauciones son pocas para garantizar la imparcialidad y el servicio objetivo para los intereses generales. La sospecha de que un ayuntamiento concede suelo a cambio de financiar al partido que gobierna en el municipio es extremadamente grave y tiene que ser aclarada punto por punto. Mucho más en el caso del socialismo madrileño, cuya trayectoria en esta materia no goza de una imagen positiva ante la opinión pública. Después de muchos intentos por implicar al PP en cualquier asunto confuso, llega el momento de que Tomás Gómez ponga orden en su propia casa, porque las evidencias son muy concretas.

ABC - Editorial

GARZON: DE ACUSADO A ACUSADOR

«Les tacha de franquistas, que ya es ironía la etiqueta cuando este caso va de eso mismo, de franquismo, el franquismo que quiso investigar Garzón a pesar de no ser competente al efecto.»

Poco importa que le hayan cogido en una antológica prevaricación que pasará a los anales de la judicatura española. Poco importa que las pruebas contra él sean de tal número y de tal peso que abochornarían a cualquier magistrado. Poco importa que, a excepción de García Ancos, ningún otro colega de profesión se haya solidarizado con él. Garzón, el juez campeador, el hombre que ha convertido la Audiencia Nacional en un cortijo donde ajusta en público sus cuentas personales, ni se echa para atrás ni espera a que la justicia siga su camino; muy al contrario, contraataca con un patético recurso acusando a los acusadores de ser uno más de sus fantasmas familiares y judiciales.


Era previsible que Garzón respondiese de este modo tras imputarle el Supremo un delito de prevaricación "palmaria, premeditada, consciente y creyéndose impune", básicamente porque Garzón, diosecillo judicial del Olimpo progresista, sigue considerándose bendecido por la impunidad absoluta. Se juega mucho en el brete, por eso reacciona con virulencia contra los que le denunciaron, el sindicato Manos Limpias. Les tacha de franquistas, que ya es ironía la etiqueta cuando este caso va de eso mismo: de franquismo, del franquismo que quiso investigar Garzón a pesar de no ser competente al efecto, y de que los crímenes sobre los que pretendía hacer justicia se cometieron hace 70 años. Alega asimismo animadversión por parte del sindicato, cuando es bien conocida la enemistad que el juez profesa por el Partido Popular y pese a la cual no duda en emprender procesos contra él.

Pero la pataleta de Garzón no por esperada es menos lamentable, y viene a confirmar que el titular del Juzgado Central de Instrucción número 5 no puede continuar siéndolo durante mucho más tiempo. Si prospera la causa incoada por el Supremo y Garzón termina siendo declarado culpable de prevaricación, podría encontrarse con una pena de 10 ó 20 años de inhabilitación, es decir, le inhabilitaría de por vida, habida cuenta de que en 2009 el magistrado cumplirá 54 años. Pero no se debe esperar a esta sentencia ya sea fría, caliente o tibia. El Consejo General del Poder Judicial debería intervenir cuanto antes y poner freno a las expansiones de un juez polémico y con ínfulas de invulnerabilidad. No sólo por la causa que ha admitido a trámite el Supremo, que es de una gravedad máxima, sino por el continuo e indigno espectáculo judicial que Garzón se empeña en dar siempre que se le presenta la oportunidad.

Motivos para investigarle y someter sus muchas correrías a escrutinio sobran, lo que falta a fecha de hoy es la voluntad de detenerlo. Manos Limpias, un pequeño sindicato de la función pública, ha demostrado que el gigante es todo soberbia y que tiene los pies de barro. Toca ahora al Gobierno de los jueces poner punto y final a un Juzgado desde el que se imparte cualquier cosa menos justicia.

Libertad Digital - Editorial

NI MEMORIA NI HISTORIA. Por José María Carrascal

Quienes unieron memoria e historia no sabían lo que hacían o buscaban que no lo supiéramos. Se trata de dos materias completamente distintas, que sólo por casualidad coinciden, aunque la mayoría de las veces difieren e incluso se contradicen. La memoria es individual, particular, incontrastada, con tal porcentaje de subjetivismo que la inhabilita como ciencia y la acerca a la ficción. No somos parciales al juzgar los hechos que hemos vivido, y cuando alguien escribe sus memorias, no nos cuenta lo que ocurrió. Nos cuenta como él o ella lo vivió, que no es lo mismo. Cuando no trata de manipularlo para justificar una acción indigna por su parte o de resaltar inmerecidamente sus méritos. En pocas palabras: la memoria suele ser bella, pero poco de fiar.

La historia es otra cosa. Por lo pronto es, o debería de ser, objetiva, colectiva, contrastable. Se la ha llamado «maestra de la vida» -sin que hayamos aprendido demasiado de sus lecciones- y se la ha usado a menudo como arma arrojadiza contra el adversario, lo que es prostituirla. En su papel más noble, es «la recapitulación de los hechos tal como han ocurrido,» según Ranke. Tremenda labor. ¿Quién puede recapitular lo ocurrido tal como acaeció? El simple hecho de que en la inmensa mayoría de los acontecimientos haya vencedores y vencidos nos advierte que tendremos versiones distintas de los mismos, ya que no pueden haberlos visto con igual perspectiva. A «la historia la escriben los vencedores» podría añadirse «y la fabulan los vencidos». Es su justicia poética. Todo ello no obsta para que la historia esté mucho más cerca de la ciencia que la memoria, y pueda convertirse en ella cuando el historiador, como el científico, reduce su yo a la mínima expresión y se atiene a todas la fuentes disponibles, sin discriminación alguna. ¿Difícil? Sí. Pero no imposible.

En cualquier caso, memoria e historia no pueden meterse en el mismo saco a no ser con ánimo de equivocar o equivocarse. No existe una «memoria histórica» porque la memoria pertenece a los individuos y la historia, a las naciones, habiendo tantas historias como naciones y tantas memorias como individuos. Una incompatibilidad que se acentúa cuando se da a la memoria el rango principal de sustantivo, y a la historia, el secundario de adjetivo, como ocurre con nuestra Ley de Memoria histórica, lo que la inhabilita para el propósito que dice tener: cerrar definitivamente la guerra civil. Como han advertido bastantee expertos nacionales y extranjeros, tanto de izquierdas como de derechas, estamos ante una ley que abre heridas, no las cierra. La controversia que no cesa en torno a ella lo confirma.

Quiero fijarme sólo en un aspecto del debate, ya que abordar todo él llevaría un volumen y, puede, una entera biblioteca. Me refiero al argumento preferido de quienes consideran más viciosos y execrables los delitos del franquismo que los republicanos. «Durante la guerra -es su principal argumento- hubo excesos, barbaridades, crímenes por ambas partes. La misma lucha los propiciaba, y es imposible, por tanto, decir quién fue más culpable. La diferencia surge al finalizar la contienda. Cesa la lucha en los frentes, pero no los excesos franquistas, que fueron amplios, sistemáticos, dándoseles incluso apariencia de legalidad, cuando se trataba de una represión gubernamental en toda la regla. Eso es lo que los hace más condenables y delictivos que los cometidos bajo la República.»

Y eso mismo, añado yo, es lo que demuestra la falacia del argumento. Pues para hacer una comparación se necesita algo con lo qué comparar, que aquí no hay. No sabemos qué hubiera ocurrido en una posguerra republicana, por la sencilla razón de que no la hubo. Pero no creo que, de haberla habido, hubiese sido menos represiva que la España del 1 de abril de 1939 en adelante. Puede incluso que hubiera sido más, pero tampoco vamos a asegurarlo, para no caer en el mismo pecado de quienes arguyen sin bases reales en que apoyarse. Pero tenemos muestras de cómo actuaba esa República en los tiempos previos a la guerra civil, con oficiales de los cuerpos de seguridad saliendo en busca de líderes de la oposición para dejarles muertos ante las tapias de un cementerio y amenazas de muerte en el propio parlamento. Los burgueses de izquierdas que trajeron el gobierno del Frente Popular habían perdido el control de los acontecimientos «antes» de que se produjera el levantamiento, como reconocen la inmensa mayoría de ellos en sus memorias. Si esto era así en julio de 1936, ¿qué hubiera ocurrido al final de la contienda, de haberse impuesto el ejército republicano en el campo de batalla gracias a las armas soviéticas y sometido a la férrea disciplina comunista? España no hubiera sido una «república burguesa». Hubiera sido una «democracia popular» al estilo de las implantadas por Moscú en la Europa del Este al acabar la Segunda Guerra Mundial. Todos sabemos los métodos expeditos que allí se usaban, con purgas que no perdonaban a los propios camaradas «desviacionistas». ¿Por qué creen ustedes que Inglaterra y Francia se mostraron tan renuentes en ayudar al bando republicano y acabaron reconociendo a Franco? No sabemos la magnitud de la represión llamémosla republicana por mantener las formas, tras su hipotética victoria. Pero si nos fijamos en lo ocurrido en su campo durante la contienda -fusilamiento de republicanos moderados, como Melquíades Álvarez, aniquilación de elementos disidentes, como el POUM, persecución sistemática de todo el sospechoso de pensamiento conservador o religioso- no es descabellado pensar que sería bastante peor que la represión franquista. Pero, repito, no caigamos en el mismo sofisma de quienes tratan de vendernos conjeturas como realidades y dejémoslo en que sería, por lo menos, igual. El simple hecho de que ni siquiera los prohombres republicanos, como Alcalá Zamora, todo un ex presidente de la República, no se sintieran seguros en ese bando y prefirieran vivir en el extranjero durante la contienda, es la mejor prueba de las pocas garantías de seguridad que había en él, que no iban a aumentar, sino al revés, a disminuir, de haber terminado la lucha con un triunfo de sus armas. Así que ya está bien de que incluso catedráticos de Historia nos vengan una y otra vez con el argumento espurio de que los excesos republicanos se dieron sólo en el fragor de la lucha, lo que los hace comprensibles, mientras los excesos franquistas continuaron tras callar las armas, lo que los hace imperdonables. Eso es mirar con un solo ojo, utilizar sólo los datos que refuerzan los argumentos de un debate e ignorar los que no interesan. Eso es hacer política, no historia. Y, menos que nada, esa no es forma de superar la Guerra Civil. Ambas partes son igualmente condenables de excesos, y quien sólo los vea en una o intente establecer categorías entre ellos, lo que de verdad está haciendo es soplar sobre los rescoldos que aún puedan quedar de la contienda para avivarlos.

Voy a terminar con una cita de Ortega que viene al caso como anillo al dedo: «Necesitamos la historia en su integridad, no para volver a caer en ella, sino para ver de poder escapar de ella.» Justo lo contrario de lo que estamos haciendo ahora: enfangarnos en una memoria histórica que no es memoria ni es historia. Es un intento inútil de dar la vuelta a ésta, pues lo que pasó, pasó sin remedio. A no ser que lo que se busque sea la revancha. Mala consejera.


ABC - Opinión

CUANDO ERAMOS HONRADOS MERCENARIOS. Por Arturo Pérez Reverte

Eché los dientes profesionales al principio de los setenta, dando tumbos entre lugares revueltos y un periódico de los de antes; cuando no existían gabinetes de comunicación, correo electrónico ni ruedas de prensa sin preguntas. En aquel periódico, los reporteros buscaban noticias como lobos hambrientos, y se rompían los cuernos por firmar en primera página. Se llamaba Pueblo, era el más leído de España, y en él se daba la mayor concentración imaginable de golfos, burlangas, caimanes y buscavidas por metro cuadrado. Era una pintoresca peña de tipos resabiados, sin escrúpulos, capaces de matar a su madre o prostituir a su hermana por una exclusiva, sin que les temblara el pulso. Y que a pesar de eso –o tal vez por eso– eran los mejores periodistas del mundo.

Nunca aprendí tanto, ni me reí tanto, como en aquel garito de la calle Huertas de Madrid, que incluía todos los bares en quinientos metros a la redonda. Algo que no olvidé nunca es que los periodistas –los buenos reporteros, sobre todo– corren juntos la carrera, ayudándose entre sí, y sólo se fastidian unos a otros en el esprint. Ahí, a la hora de hacerse con la noticia y enviarla antes que nadie, la norma era –supongo que todavía lo es– no darle cuartel ni a tu padre. Eso no excluía el buen rollo, ni echar una mano a los colegas. Los directores y propietarios de radios y periódicos tenían sus ajustes de cuentas entre ellos, pero a la infantería esa murga empresarial se la traía bastante floja. Hasta con los del ultrafacha diario El Alcázar nos llevábamos bien, y cuando estábamos aburridos en la redacción y telefoneábamos diciendo «¿El Alcázar? Somos los rojos. Si no os rendís, fusilamos a vuestro hijo», reconocían nuestra voz y se limitaban a llamarnos hijos de la gran puta.

Eran otros tiempos. Y nosotros, a tono con ellos, éramos cazadores de noticias de primera página, conscientes de que la vida nos había llevado a Pueblo como podía habernos llevado a La Vanguardia, Ya, Arriba, Diario 16 o –ignoro si había uno– el Eco de Calahorra. Sabíamos incluso que un día u otro, por azares de la vida, podíamos ir a parar a cualquiera de ellos. Cada cual tenía sus ideas particulares, por supuesto; pero estamos hablando de periodismo. De pan de cada día y de reglas básicas. Éstas incluían aportar hechos y no opiniones, no respetar en el fondo nada ni a nadie, y ser sobornables sólo con información exclusiva, mujeres guapas –o el equivalente para reporteras intrépidas– y gloriosas firmas en primera. En el peor de los casos, los jefes compraban tu trabajo, no tu alma. Ser periodista no era una cruzada ideológica, sino un oficio bronco y apasionante. Como habría dicho Graham Greene, Dios y la militancia política sólo existían para los editorialistas, los columnistas y los jefes de la sección de Nacional. A ellos dejábamos, con mucho gusto, la parte sublime del negocio. El resto éramos mercenarios eficaces y peligrosos.

Con tales antecedentes, comprenderán que ahora, a veces, largue la pota. Es tan perversa la política actual que la frontera entre información y opinión, alterada en las últimas décadas por un compadreo poco escrupuloso con los partidos y la gentuza que en ellos medra, se ha ido al carajo. Contagiados del putiferio nacional, algunos periodistas de infantería se curran hoy el estatus sin remilgos. Tal como está el patio, según el medio que les da de comer, se ven obligados a tomar partido, de buen grado o por fuerza, alineándose con la opción política o empresarial oportuna. Antes podían manipularte un titular o un texto; pero al menos lo defendías como gato panza arriba, ciscándote en los muertos del redactor jefe, que además era amigo tuyo. Un buen periodista podía pasar sin despeinarse de Arriba a Informaciones, o al revés. Lo redimía el higiénico cinismo profesional. Ahora, el salario del miedo incluye succionar ciruelos con siglas e insultar a los colegas como si la independencia personal fuera incompatible con el oficio. Secundar a la empresa hasta en sus guerras y disparates. Así, redactores culturales que antes sólo hablaban de libros o teatro escriben también columnas de opinión donde atacan a este partido o defienden a aquél; y hasta el becario que trajina noticias locales debe meter guiños en contra o a favor, demostrando además que se lo cree de verdad, si quiere seguir empleado. El otro día me quedé patedefuá cuando, en el programa del tiempo de una televisión privada, su presentador –meteorólogo o algo así– introdujo un chiste político a favor de la empresa donde curra. También resulta educativo comprobar que dos o tres columnistas de un prestigioso diario afecto al actual Gobierno, hasta ayer mismo dispuestos a tragárselo todo, han bajado unánimes, como un solo hombre y una sola mujer, el incienso a un punto más tibio, adoptando cautas distancias desde que la página editorial de su periódico empezó a incluir críticas hacia el presidente Zapatero. Obligaciones de empresa aparte, los hay también que nunca pierden ningún tren, porque corren delante de la locomotora.

XL Semanal

Electric Light Orchestra - Roll Over Beethoven