domingo, 28 de junio de 2009

El Príncipe Gitano. Por Arturo Pérez Reverte

Me manda un amigo un vídeo extraordinario, impagable, que está en Internet: el Príncipe Gitano vestido de smoking, con faja negra y pajarita, cantando en supuesto inglés una versión fascinante, friki total, del In the ghetto de Elvis Presley. «Vas a alucinar», me anuncia en el mensaje adjunto. Y no tengo más remedio que decirle: llegas tarde, chaval. A mí del Príncipe Gitano no se me despintan ni los andares. Lo tengo controlado desde hace mucho, e incluso más. La versión del Presley, y la que hizo un poco antes del Delilah de Tom Jones, ésta cantada en español y con estética vídeo años sesenta, que también anda disponible en los ciberespacios infinitos entre algunas otras, como Obladí obladá, por ejemplo, que la borda. Meterse eso en vena ya es droga dura. Pero te diré más, colega. Lo mío con ese jambo es historia vieja. Viene de cuando el Piloto –que se le parecía un poco, ojos azules incluidos, aunque de joven era todavía más guapo–, cuando volvíamos de alguna incursión marítima por fuera de la isla de Escombreras, lastrado su barquito con Winston y Johnnie Walker, me ponía en un chisme de música que había en una taberna del puerto, entre caña y caña, Tani, Cortijo de los Mimbrales y la que para mí siempre fue cúspide del Príncipe: Cariño de legionario, con una letra que empieza, nada menos: «Le di a una morita mora / morita mora / morita de mi alma / cariño... de legionario». Tela.

Pero es que hay más, chaval. A ver si te enteras. Enrique Castellón Vargas, de nombre artístico el suprascrito Príncipe, nacido en Valencia en 1928, hijo de gitanos dedicados a la venta ambulante, tenía una planta soberbia: alto y delgado, elegante –cuidaba mucho los trajes y el vestir–, mirada azul, pelo rizado. Para entendernos: se comía a las pavas sin pelar. Quiso ser torero de joven; pero tenía canguelo, y los cuernos se le daba mejor ponerlos él. También tenía buena voz, así que se dedicó al cante flamenco, del que tocó muchos palos, sobre todo zambras y rumbas. Hizo de torero en el cine –Brindis al cielo, se llamaba la peli–, y actuó con grandes compañías, incluida la de Carmen Morell y Pepe Blanco, y también una propia, con su hermana Dolores Vargas La Terremoto, en la que acogió a jóvenes artistas como Manolo Escobar, Rocío Jurado y Toni Leblanc, que era galán cómico. Con La Terremoto, por cierto, hizo el Príncipe en 1956 otra película, Veraneo en España, que está entre mis mitos del cine hispano por varias razones, lo cutre aparte. Una es cuando canta eso que dice: Un negro vestío / y una mujer sin marío. La otra, que para mí es lo máximo del megatop frikilandio, es cuando, en mitad de la peli, aparece cantando lo de la morita mora, morita de mi alma, vestido de lejía de arriba abajo, con chapiri de borla, despechugada la camisa y fusil al hombro. Sin complejos.

Me encantaba ese tío. Sin reservas. Su pinta de chuleta, su manera de cantar. Tuve, además, el privilegio de verlo actuar en persona. Eso fue a principios de los ochenta, cuando el Príncipe Gitano ya estaba en el tramo final –y absolutamente cuesta abajo– de su carrera artística. Cómo sería lo de la cuesta, que yo iba a verlo, cada noche que podía, a un garito infame que entonces todavía estaba abierto en la Gran Vía de Madrid. No recuerdo ahora si se trataba del J’Hay o de La Trompeta, pero era uno de esos dos. Sitios de música y puterío, con moqueta raída, camareros con pinta de rufianes y mesas donde servían champaña chungo a lumis maduras y jamonas vestidas con trajes largos, como las de toda la vida. Y allí, en un escenario crujiente y cochambroso, pisando cucarachas y alumbrado por un foco, el Príncipe Gitano, cincuentón lleno de arrugas y teñido el pelo, pero todavía gitano fino y apuesto en trajes de corte impecable –entallados, con patas y solapas anchas–, desgranaba una tras otra las canciones que en sus buenos tiempos le habían dado dinero y señoras de bandera. Y yo, emocionado en mi rincón, haciendo como que bebía aquellos mejunjes infames, me calzaba sus actuaciones canción tras canción, disfrutando como un gorrino en un charco. Y juro por las campanas de Linares de Manolo Caracol que las pavas –en aquel tiempo las putas eran casi todas españolas– le tiraban besos y aplaudían como locas, y gritaban: «¡Príncipe, otra!… ¡Canta otra, Príncipe!… ¡El reloj! ¡Tani! ¡Rosita de Alejandría! ¡Los Mimbrales!». Y le decían guapo. Y el artista, obsequioso, chulillo, aún flaco y elegante pese a los años, se erguía en aquel escenario infame, sobre el fondo de polvorientos cortinones de terciopelo rojo y grueso, levantaba una mano haciendo círculo con el índice y el pulgar, y cantaba lo de: «Segá por el brillo de su dinero / dehó ar shiquillo». Y las lumis, lo juro, lloraban como criaditas oyendo el serial de la radio. Y a mí, sentado en mi rincón con el vaso de matarratas en la mano, se me erizaba el pellejo. Y en este momento me ocurre exactamente lo mismo al recordar, mientras le doy a la tecla.



XL Semanal

«Crémer contra Crémer». Por M. Martín Ferrand

HACE un montón de años, en una cena con premios en el Hotel Fernán González, en Burgos, me contó Victoriano Crémer que de jovencito se ganó la vida, en León y tras renegar del oficio de mancebo de botica, acudiendo a fondas y hoteles para servir de amanuense a los huéspedes analfabetos que disponían de las cinco pesetas -¡un duro!- en que cifraba sus honorarios. Escuchaba con atención la letra de los mensajes de aquellos viajeros y luego, pluma en mano, les ponía la música epistolar más conveniente para cada caso. Después amplió el negocio y pasó de las cartas a los discursos, a cincuenta duros la pieza, con los que se lucieron algunos próceres de la región en actos que, por su solemnidad, reclamaban el lujo de la oratoria. El ejercicio de negro literario siempre tuvo un inmenso valor formativo y sirvió de escuela de humildad a los novicios de las letras.

No creo en los horóscopos ni en los efectos fulminantes de los astros sobre nuestras vidas, pero llevamos unas cuantas fechas de notables coincidencias mortuorias. Ayer, amaneciendo, le llegó la hora a Victoriano Crémer, aceptable novelista, gran poeta y maestro indiscutible en la última forma de esclavitud que queda en Occidente, el artículo diario. Con el título que hoy, en su homenaje, encabeza esta columna mantuvo hasta hace muy poco una colaboración diaria, cáustica y brillante en Diario de León. Algo excepcional por su calidad literaria, su ejemplar seguimiento del ritmo de los días y la edad de su autor, que llegó a cumplir los 102 años.

Aunque suelen ser los bilbaínos quienes presumen de nacer donde se les antoja, Crámer era un leonés nacido en Burgos. En plena Guerra Civil, en el diario Proa, de Falange Española, simultaneó el trabajo de linotipista con el de articulista de postín e hizo notorios los pseudónimos de «Asterisco» y «Vick». Luego se desmarcó del ámbito del poder naciente y contra los jóvenes del Régimen que centraban su juventud creadora en la revista Escorial, se unió a los discordantes de Espadaña. Historias que ya no le interesan a nadie porque la memoria decretada por el nuevo régimen se centra en el odio y el revisionismo y no en el reconocimiento del talento, plural y diverso, que despilfarraron los años de esta evocación. La concordia crítica que predicó Crémer. También en la radio, en la Ser, con sus famosas «Cartas a la tía Federica». Mañana será su funeral.

ABC - Opinión

«Gorbeako Gurutzea». Por Alfonso Ussía

«Enfadarse porque el Ejército español haga ondear la Bandera de España en la cumbre de un monte español se me antoja una majadería»

Los del PNV se enfadan últimamente por cosas rarísimas. Se enfadan tanto que formulan preguntas razonablemente cretinas en el Congreso de los Diputados. No les han explicado bien la Historia ni la Geografía.


Han tenido profesores muy poco aplicados. Y a primer golpe de vista, parecen cultos. Prefiero escribir «culto» que «cultivado». Leí semanas atrás una entrevista en la que se decía que determinada actriz del Sindicato de la Ceja es una «mujer muy cultivada». Desde aquella lectura no puedo despegarme de su nueva imagen. Me la figuro con rábanos, pepinos, zanahorias y coles de Bruselas naciéndole de las orejas. Cultivadísima. Lo que decía. Dan el pego y parecen cultos, pero no lo son. Y tienen reacciones de niños tontos, porque hay niños que reaccionan divinamente. El último enfado ha sido consecuencia de unas maniobras del Ejército desarrolladas en las provincias vascas. En lo alto de la gran peña del Monte Gorbea, en la cruz que culmina su dominio, los militares colocaron la Bandera de España. Nada hubiera pasado si el Ejército español, en un arranque de buen humor, hubiese plantado un mástil con la bandera de Mauritania, pero no se dio el caso. Los militares son lógicos, y su Bandera y la de todos los españoles es la que izaron junto a la cruz del Gorbea al finalizar las maniobras. Un insulto para el Partido Nacionalista Vasco. Existe una bella canción, «Gorbeako Gurutzea», la «Cruz del Gorbea», que acostumbro a canturrear cuando no hago nada. Es un precioso y sosegado zorcico. Cuando los días resplandecen de sol y aire limpio, la cumbre del Gorbea, y la gran cruz que la corona, se pueden ver desde muchos puntos de Álava y Vizcaya. El Gorbea es un monte serio, que divide a vizcaínos y alaveses. Entre sus peñas cimeras nacen los ríos Arnauri y Berganza, afluentes del Nervión, y el Bayas y Undebe, que al término de su curso enriquecen al Ebro, el Íbero, el gran río de España. La Geografía es así. Sencilla, pero hay que estudiarla. Preocupado por el enfado de los nacionalistas vascos he acudido a mis fuentes asesoras en montes, ríos y provincias, y todas me han confirmado lo que, en principio, ya sabía pero no me atrevía a escribirlo por si los frenéticos cambios que nuestro planeta protagoniza habían desviado o trasladado el monte Gorbea a oro país. Pero no. Me dice mi principal asesor que las provincias de Vizcaya y de Álava, como la de Guipúzcoa, son tres provincias españolas que conforman la autonomía vasca. Y que el Monte Gorbea, con su cruz y todo, se halla entre las de Vizcaya y Álava, dato que confirma la españolidad de la referida elevación natural. De lo que se deduce que enfadarse porque el Ejército español, para celebrar el final de unas maniobras militares, haga ondear la Bandera de España en la cumbre de un monte tan español como la morena de Romero de Torres o las regatas de traineras, se me antoja una majadería, y más aún, una bobada carente de fundamento para protestarla en el Congreso de los Diputados. De ahí, que recomiende a los enfadados que entonen como quien firma, el armónico zorcico «Gorbeako Gurutzea» y dejen de hacer el chimpancé.

La Razón - Opinión

Lo que está cambiando

Patxi López lidera la respuesta a ETA pese a las reticencias del PNV, que rompen la unidad.

A dos meses de la investidura de Patxi López comienza a verse en qué consiste el cambio sin revancha prometido. Tres fueron las prioridades entonces proclamadas: eficacia policial y deslegitimación de ETA, medidas frente a la crisis, igualdad de derechos. La semana pasada ETA puso a prueba a López en relación al primer asunto con el atentado de Arrigorriaga. La respuesta ha sido generalmente considerada acertada, pero los elogios han sentado mal al PNV, introduciendo un factor de división nada conveniente.


El viernes, el líder de ese partido, Urkullu, compareció con los que fueron titulares de Interior con gobiernos nacionalistas para refutar la acusación de pasividad frente al terrorismo. Todo viene de la aparición en una cadena de televisión de dos ertzainas encapuchados que declararon que sus jefes políticos les ordenaban no detener etarras. Nadie ha avalado esa acusación desde el nuevo Gobierno, pero el PNV se ha dado por ofendido por las menciones de Patxi López al "fin de los espacios de impunidad de los violentos", en referencia a la retirada de fotografías de presos de ETA y otros signos ofensivos para las víctimas que han sido considerados durante años parte del paisaje.

La policía vasca ha detenido etarras, aunque con una efectividad decreciente. En los ocho años en que Atutxa fue consejero de Interior (1991-1998) detuvo a 108 activistas; desde 1999, a 59, si bien en este periodo ha habido dos treguas. En cualquier caso, sería absurdo dar a ETA el gusto de asistir a una pelea sobre la eficacia antiterrorista de la Ertzaintza, cuerpo colocado hace años en su punto de mira. La deslegitimación de ETA es también la legitimación de las instituciones que denigran y atacan los terroristas, incluyendo todas las fuerzas de seguridad.

E incluyendo también al Gobierno vasco nacido de las elecciones. En el debate de investidura, Ibarretxe replicó al que iba a ser su sucesor diciéndole que no lo sería "por los votos de los vascos y vascas" (como había dicho López) "sino gracias al apoyo de esos señores" (señalando al grupo del PP). Como si esos votos fueran menos válidos que los suyos. El PNV no ha dejado de insistir en esa línea de deslegitimación de la nueva mayoría y del nuevo Gobierno, unas veces por la ausencia de Batasuna y otras por lo que considera pacto contra natura con los de Basagoiti.

Pero esa insistencia obsesiva, unida el contraste entre la actitud de López estos días y la habitual de Ibarretxe en el pasado, ha tenido el efecto de convencer a muchos de que el cambio era necesario. No porque el PNV no condenase los asesinatos sino porque tras 30 años en el poder, era cautivo de una serie de tópicos e inercias que le hacían considerar normal cosas que no lo son en absoluto, como que los carteles etarras presidieran las fiestas patronales, se aplicase o dejase de aplicar la ley de símbolos a voluntad, se financiasen las visitas a los presos o se diera por bueno que el fin de ETA requería desbordar la Constitución.

El País - Editorial

La «nueva etapa» del PP, entre Valencia y Bárcenas

EL MITIN de Mariano Rajoy para conmemorar el aniversario de su reelección en el congreso de Valencia revela que el presidente del PP está decidido a hacer valer su triunfo en las europeas con dos objetivos claros: restañar las heridas internas que se abrieron en aquel cónclave y poner a trabajar al partido para derrotar a Zapatero en las próximas elecciones generales.

Sorprende la franqueza con la que Rajoy abordó ayer la siempre delicada cuestión de la división interna, más aún en un acto de autohomenaje y eminente carácter festivo. Lo cierto es que hizo un llamamiento para «superar» lo que denominó «viejas historias» y reclamó a los dirigentes «un esfuerzo para olvidar lo que merece ser olvidado». Incluso se comprometió a «buscar el tiempo necesario para fortalecer la cohesión» y para «cultivar los lazos de lealtad» en el PP. Dicho y hecho, quiso acertadamente ser el primero en dar ejemplo y reivindicó expresamente la herencia de Aznar. Su autocrítica restaña las heridas del pasado y viene a enmendar aquella desafortunada frase dirigida a sus discrepantes: «Si alguien se quiere ir al partido liberal o conservador, que se vaya».

La franqueza de Rajoy para exponer en público la falta de sintonía interna hizo todavía más llamativo su mutismo respecto del asunto que más desgasta hoy a los populares: el caso Gürtel. Ni un solo comentario le dedicó a ese episodio. Hoy publicamos la síntesis de un documento de 25 folios de la Fiscalía del Tribunal Supremo con los indicios que incriminan al tesorero del PP, Luis Bárcenas. El documento incluye entrecomillados de grabaciones hechas a personas implicadas en la trama, declaraciones judiciales comprometedoras, anotaciones de pagos millonarios y datos de un informe de la Agencia Tributaria que dejan en una situación muy complicada a Bárcenas y, de rebote, al PP, que le mantiene en el cargo.

Rajoy presumió ayer de haber recuperado parte del terreno perdido en 2004 y reivindicó su trabajo, que ha permitido al PP imponerse «a la política del aislamiento y el cordón sanitario». Pero por ser ello cierto resulta más desconcertante el cierre de filas en torno a Bárcenas.

Sin embargo, es indudable que el viento sopla a favor de Rajoy. La crisis económica ha dejado grogui a Zapatero, que sigue empeñado en hacer sonar los violines de la ideología pese a que el barco se hunde. Mientras el PSOE se envuelve en la bandera antinuclear, apadrina la nueva ley del aborto y se enroca del brazo de Llamazares para cerrar el paso a una reforma del mercado laboral, el PP sigue creciendo como alternativa.

Ayer los populares conmemoraron un congreso, el de Valencia, que no fue precisamente como para sentirse orgullosos, ya que estuvo condicionado por la falta de democracia interna. Con todo, el presidente del PP eligió desde entonces el camino correcto al apostar por un discurso centrado y un tono conciliador. Eso le ha reportado tranquilidad interna y éxito en las elecciones gallegas y europeas. Ahora bien, Rajoy no debería permitir que la luz que el PP atisba a la salida del túnel la ensombrezcan las personas implicadas en casos de corrupción. Más aún cuando, como ha dicho esta semana González Pons, muchos piensan en su partido como el diputado Martínez Pujalte, que ha cuestionado la continuidad del tesorero. Ayer Rajoy anunció en Valencia una «nueva etapa» para el PP en la que «no sobra nadie». Sólo le faltó decir que será inflexible con lo que realmente sobra: Gürtel.

El Mundo - Editorial

Papá, échame una firmita. Por Pablo Molina

«No hay persona más querida ni apoyada en este mundo que el familiar de un alto cargo socialista, especialmente si no sabe hacer la o con un canuto, en cuyo caso toda protección se antoja insuficiente.»

Manuel Chaves es un padre excelente, casi podríamos decir "un padrazo", que actúa con sus hijos como usted y yo con los nuestros. La única diferencia es que nosotros firmamos a nuestros hijos una autorización para ir de acampada con los profesores y él le firma a su hija una subvención de diez millones de euros. Salvando esa nimiedad, todos actuamos igual cuando nuestros niños nos piden algo. ¡Qué no hará un padre por sus criaturas! (y las madres no digamos).


El fortalecimiento de los lazos familiares es el marchamo de los socialistas cuando están en el poder. Al tiempo que promueven una legislación dirigida a destruir la familia como institución, es enternecedor comprobar cómo, en lo que respecta a la suya propia, siguen perviviendo los valores cristianos de unidad y amor. Y es que no hay persona más querida ni apoyada en este mundo que el familiar de un alto cargo socialista, especialmente si no sabe hacer la o con un canuto, en cuyo caso toda protección se antoja insuficiente.

Por eso resulta hiriente ver al vicepresidente tercero del Gobierno de ZP negar en el Parlamento que haya hecho todo lo que estuvo en su mano para ayudar a su hija Paula, ejemplo de cariño paternofilial del que debería jactarse en lugar de traicionarlo con absurdas declaraciones de inocencia administrativa.

La hija de Chaves no sólo tiene derecho a trabajar, como defendió su padre con gran racanería, sino a trincar subvenciones de la junta de Andalucía en las mismas condiciones que cualquier alcalde o diputado socialista con una empresa a nombre de su cónyuge. Y si hay que cambiar la legislación se modifica con urgencia y a otra cosa. Lo importante es que la familia permanezca unida, como ha entendido perfectamente el ciudadano medio andaluz a juzgar por la reacción general ante el supuesto escandalazo de Chaves. Y dado que los andaluces siguen votando mayoritariamente al partido de D. Manuel desde hace tres décadas, los socialistas no sólo deberán abstenerse de regalar dinero público a sus familiares sino incidir en esa línea que es, al parecer, lo que sus votantes les exigen.

La familia, amigos, es lo primero, también, y muy especialmente, para la Iglesia Católica. Con muchos menos méritos que los Chaves hay quien forma parte del Consejo Pontificio instituido por el Vaticano, organismo romano en el que el vicepresidente tercero haría un gran papel (sus hermanos y demás parentela ni les cuento). Si la nueva COPE decide promover su candidatura, mi firma irá entre las primeras.

Libertad Digital - Opinión

Viejas historias. Por Ignacio Camacho

DESPUÉS de una victoria electoral, y no digamos de dos, cualquier político se siente más importante y hasta más guapo. Los enemigos se difuminan y empiezan a aparecer amigos impensados que de repente han recordado su número de teléfono. Los medios que antes no encontraban hueco para publicar entrevistas convocan foros para agasajar al vencedor, y los grandes empresarios que siempre orbitan en torno al poder sienten inesperado interés por escuchar su programa en almuerzos privados. Todo esto le empieza a pasar a Rajoy, aunque la mayoría de los que le acarician el lomo aún descreen de sus posibilidades reales; pero al menos cuando le echan la mano por la espalda ya es para darle muestras preventivas de afecto en vez de para atizarle una puñalada.

Entre los defectos del líder del PP no está -por ahora- el de la soberbia, de modo que resulta improbable que haya llegado a verse las sienes orladas por un aura de súbito carisma. Pero es cierto que se siente más seguro y se le nota. Le ha aumentado el grado de autoconvicción y empieza a verle la punta a su esfuerzo de resistencia. Con las debidas precauciones de todo buen gallego ha dado por relativamente pacificado el partido y ha decretado el estado de alternativa. Ayer se fue a Valencia a proclamarlo, y ni el lugar ni la fecha eran casuales: quería conmemorar el aniversario del congreso en que decidió volver a darse otra oportunidad a sí mismo.

Rajoy celebra esa efemérides porque sabe que es el punto de inflexión de su peculiar liderazgo. En Valencia ejecutó el mandato freudiano de liquidar al padre, que se despidió con un discurso brutal y bastante rencoroso y enterró el aznarismo sin contemplaciones; pero sobre todo se desprendió de la herencia que hasta entonces había respetado con el catastrófico resultado de una amarga derrota. A su manera suavona ejecutó sin piedad una purga, esquivó conspiraciones de candilejas y tiró, como Hamlet, estocadas a las cortinas. A eso se refería cuando habló ayer de «superar viejas historias»; ahora se siente en condiciones de organizar a su modo el asalto a la Moncloa. Lo hará desde el centrismo, ese indeciso territorio de ambigüedad política que consiste sobre todo en no irritar a la gente. Él lo llama «sentido común», una expresión de la que abusa, pero se le ha oído en privado una declaración algo -sólo algo- más precisa: no meterse en batallas que los españoles no están dispuestos a dar. El resto, cree, lo va a hacer Zapatero, al que se le está yendo de las manos no ya el timón del país, sino el de su propio equipo. El riesgo de esta estrategia (?) está en confiar en que el poder caiga en sus manos por una especie de oleada natural; si algo tiene demostrado el presidente del Gobierno es capacidad para reinventarse.

Y luego están las «viejas historias» de rencor y ambiciones; puede que no sean tan viejas para desaparecer a golpe de voluntarismos.

ABC - Opinión