viernes, 31 de julio de 2009

1984 + 60. Por Jeff Jacoby

El arranque de 1984 es uno de los más famosos de la literatura inglesa contemporánea: "Era un día de abril luminoso y frío, y los relojes marcaban la una". Su frase final es aún más célebre: "Amaba al Gran Hermano".
En junio cumplió 60 años esa novela brillante y amarga de George Orwell, que a pesar del paso de todo este tiempo conserva intacta su poder de conmoción. Su héroe es el decididamente antiheroico Winston Smith, un tipo débil y melancólico que vive en el policíaco, totalitario Estado de Oceanía, en el que gobierna el Partido –personificado por el Gran Hermano, cuya intimidatoria imagen está por todas partes– y la Policía del Pensamiento reprime sin contemplaciones el menor atisbo de disidencia. El Partido impone su voluntad a través de la ubicua vigilancia, la propaganda permanente y la aniquilación de todo aquel que, aun en la intimidad, se rebele contra la autoridad. Winston abraza esa forma de criminalidad al registrar secretamente su odio al Gran Hermano en un diario y, luego, al mantener un romance con una joven llamada Julia. Con el tiempo será detenido, interrogado, torturado y domesticado.




Mil novecientos ochenta y cuatro fue la advertencia de Orwell acerca de lo que puede pasar cuando un Estado disfruta de un poder omnímodo; una advertencia conformada con los horrores registrados en la Alemania nazi y la Unión Soviética, con su desprecio a la vida y la conciencia humanas, su culto a la personalidad, sus crueldades y engaños sin cuento. "No creo que el tipo de sociedad que describo llegue necesariamente a darse, pero sí (...) podría sobrevenir algo parecido", escribía Orwell al poco de dar su libro a la imprenta. "También creo que las ideas totalitarias han echado raíces en la mente de los intelectuales de todas partes, y he tratado de llevar esas ideas a sus consecuencias lógicas".

Orwell era un socialista convencido, e insistía en que Mil novecientos ochenta y cuatro no debía entenderse como un ataque al socialismo o a los partidos de izquierdas. De hecho, aunque la ideología imperante en Oceanía se llama Ingsoc ("socialismo inglés", en la neolengua allí hablada), los objetivos del Partido nada tienen nada que ver con la colectivización de la riqueza, ni con la creación del paraíso proletario ni con ningún otro objetivo socialista.

"El Partido busca el poder por el poder", le dice el funcionario O'Brien a Winston. "No nos interesa el bienestar de los demás; nos interesa únicamente el poder. Ni la riqueza ni el lujo ni una vida próspera ni la felicidad: sólo el poder, el poder sin límite... Sabemos que nadie ha llegado al poder con la intención de acabar renunciando. El poder no es un medio, es un fin. Uno no erige una dictadura con el fin de salvaguardar una revolución; uno hace la revolución para erigir una dictadura. El objetivo de la persecución es la propia persecución. El objetivo de la tortura es la tortura misma. El objetivo del poder es el poder. ¿Empieza usted a entenderme?".

Con independencia de que el pobre Winston lo entendiera o no, desde luego los que sí lo entendieron fueron los totalitarios de aquella hora (1949) y de las posteriores. El Pravda de Stalin hizo una crítica demoledora de Mil novecientos ochenta y cuatro por su presunto "desprecio al pueblo", mientras Masses and Mainstream, el órgano del partido comunista americano, en una reseña titulada "El gusano del mes" lo fustigaba por ser "carroña cínica", una "diatriba contra la raza humana". Ahora bien, en la mayoría del mundo libre fue enseguida aclamada y considerada un clásico. "Ninguna otra obra de esta generación –pudo leerse en el New York Times– nos ha hecho desear la libertad con más vehemencia ni rechazar la tiranía con más firmeza".

Incluso hoy es difícil pensar en una novela que pueda compararse a Mil novecientos ochenta y cuatro en su análisis de la mentalidad totalitaria. Orwell dio con las claves: el deseo insaciable de poder; el uso de la mentira masiva como sustituto de la verdad; la consideración de la libertad de pensamiento como algo delictuoso y enfermizo; la perversión del lenguaje; la manipulación flagrante de la historia; el uso de la tecnología para imposibilitar la intimidad; la represión de la sexualidad; sobre todo, la destrucción violenta de la identidad y la libertad individuales. "Si quiere una imagen del futuro –le dirá O'Brien a Winston es sometido a interrogatorio y tortura–, imagine una bota pateando un rostro humano... permanentemente".

Gran Hermano, Policía del Pensamiento, despersonalización, doblepensar...: no es casual que tantos términos acuñados por Orwell en estas páginas –por no hablar del propio término orwelliano– hayan pasado a formar parte de nuestro vocabulario, y que recurramos a ellos a la hora de hablar de la falta de libertad. Lamentablemente, Orwell murió, a los 46 años, apenas siete meses después de que viera la luz; pero, 60 años después, Mil novecientos ochenta y cuatro conserva intacta su fuerza, y su mensaje de alerta es más perentorio que nunca.


JEFF JACOBY, columnista de The Boston Globe/The New York Times.