jueves, 5 de noviembre de 2009

Observatorio de la corrupción (VIII)

Ofrecemos a nuestros lectores un resumen con los enlaces que les darán una somera idea del clima de corrupción que nos hace la atmósfera política irrespirable.



«Operación Pretoria»
La Vanguardia: "La cama no está hecha"


La Vanguardia: Alavedra y Prenafeta alegan que sus comisiones son legales

ABC: Puede que se les haya ido la mano... (Risas)

Europa Press: El PSOE retira de los Presupuestos 400.000 euros para Santa Coloma

La Vanguardia: Pujol critica a los políticos que sólo buscan poder y reivindica la honradez

ABC: Garzón investiga una operación de Arenys que impulsó Luis García, el «cerebro» de la trama

La Razón: El Cúbics del alcalde de Santa Coloma dejó sin guarderías a 4.000 niños

ABC: Tripartito se muestra reacio a aceptar comparecencia del gerente del Incasol

El Adelantado: El tripartito trata de minimizar las ramificaciones del ‘caso Pretoria’ en la ‘Generalitat’

ABC: Justicia revisa adjudicación de obras a Proinosa sin hallar irregularidades

ABC: Proinosa, germen de la trama

La Vanguardia: Prenafeta y Alavedra presentarán facturas para probar la legalidad de las comisiones que cobraron

La Razón: Prenafeta y Alavedra presentarán facturas para probar la legalidad de comisiones

ABC: Puig recomienda a PSC que se dedique a ver hasta dónde llega trama corrupta

Europa Press: CDC pronostica que habrá más obras de Santa Coloma que se paralizarán


Caso «Palau»
La Vanguardia: El informe final eleva a 31 millones el desvío de Millet en el Palau de la Música

Europa Press: Elevan a entre 25 y 31 millones el desvío de fondos de Fèlix Millet en el Palau

Libertad Digital: El desvío de fondos del Palau de la Música podría ya superar los 31 millones


Caso «Teconsa»
Hipavista: El PP apunta a que Teconsa ha recibido adjudicaciones de tres ministerios


Corrupciones Varias»
ABC: Denuncian la acumulación de cargos de la esposa de Montilla

e-notícies: Todos los cargos de la primera dama

Libertad Digital: La Universidad de Nueva York niega al Tribunal Supremo los datos sobre sus pagos a Garzón

Libertad Digital: Obligan a la Diputación de Málaga a dar datos de asesores que trabajan para el PSOE

Libertad Digital: López Garrido dice que fue “estrictamente neutral” con la Fundación Alternativas

El País: La fundación de Unió multiplica por 40 sus donativos anónimos en dos años

e-notícies: "Se imaginan a Ferrusola de concejal de urbanismo?"

e-notícies: El PSC trata a Colom de ladrón

e-notícies: Todos los cargos de la primera dama

La Vanguardia: CiU reprocha a Montilla que su esposa acumule quince cargos públicos y aconseja al PSC que averigue "hasta dónde llega la trama"

El País: Convergència carga contra la mujer de Montilla

Simpleza y enemigo. Por Alejandro Pérez

Jean-Marie Domenach resumió en su libro "La propagande politique" las reglas que Göebbels y el aparato de propaganda Nazi emplearon de forma sistemática para alcanzar y mantenerse en el poder. Basta con detenerse un poco a analizar los medios de comunicación tradicionales, para reconocerlas en el uso cotidiano.



La primera regla es la de simplificación y del enemigo único. Simplificación. Cualquiera que esté familiarizado con el mundo publicitario sabrá que este concepto es fundamental. Los mensajes deben de ser sencillos, breves. Se debe evitar por todos los medios transmitir una idea compleja, algo que invite a la reflexión, pues se podría arruinar el efecto que se pretende conseguir: si el receptor tiene tiempo y/o la necesidad de pensar sobre el mensaje, puede percibir las contradicciones, lo negativo, lo que le produzca rechazo. Un mantra se repite sin cesar, se transmite sin pensar, y se retiene fácilmente en la memoria. Es el slogan o, en último término, el símbolo, ya sea una cruz gamada, una rosa o una gaviota. El slogan apela directamente a las pasiones y a los sentimientos. Está cuidadosamente estudiado para conseguir unos fines estéticos, y que se quede grabado en nuestra cabeza como esas insidiosas y molestas melodías que a veces asaltan nuestro cerebro.

Y la máxima simplificación debe de darse en el enemigo a batir. Las ideas del partido o grupo contrario, sus propuestas, sus defectos, todo debe de concentrarse en algo concreto, preferiblemente un individuo. Se debe identificar el odio o las esperanzas, la doctrina adversaria, en una sola persona, para reducir así la lucha política a un enfrentamiento personal, a una rivalidad entre individuos. Es más fácil enfrentar personas visibles que ideas. Y es más fácil manipular a la masa si se le hace creer que su adversario es una minoría, un pequeño grupo de disidentes, no un sector amplio de la población. Después, basta con desacreditar al individuo y no hará falta rebatir sus ideas. Se elimina así la necesidad de razonar sobre las propuestas ajenas y argumentar a favor o en contra: la validez del individuo es lo que dará validez a sus planteamientos. El efecto final se consigue cuando se hace recaer sobre ese adversario la culpabilidad por los errores propios: es el triste espectáculo diario que nos ofrecen los líderes del Estado de partidos.


República Constitucional

Miró al soslayo, fuese y no hubo nada. Por José Luis González Quirós

Una buena parte de españoles, salvo víctimas de la ESO, recordarán con facilidad el final del soneto cervantino que da título a esta columna, y que describe la feliz decepción tras lo que se adivinaba como una gran bronca: una gran expectación que parece desvanecerse en el aire. ¿Eso es lo que ha pasado en el Comité ejecutivo del PP? Los primeros ecos del conclave, habitualmente silencioso, allí donde al parecer se debe hablar y nadie habla, registran, por el contrario, una situación de espadas en alto, una Aguirre ausente para que se pueda hablar con libertad del vómito, y un temeroso Cobo que se reafirma en la perversidad de la presidenta, y corre solícito a refugiarse en la lealtad al líder máximo. Todo un espectáculo frente al que, sin embargo, habría que rebajar el tono de las plañideras.

Muchos adoptan ante las rencillas políticas el mismo tono pusilánime que pudiera tener un marciano asustadizo ante la viril entrada de un defensa a un delantero, en un partido enconado, pero la verdad es que, sin gresca cara al público, no hay otra política que la totalitaria. Lo que aquí ocurre es que hay muchos políticos que pretenden que el partido lo ganen los árbitros, que nadie diga nada, y que todos vayamos a votar disciplinadamente y en silencio. Rajoy parece propugnar alguna variante de esta política sin conflicto ni argumentos, tal vez porque suponga que tales minucias, ¡precisamente éstas! pudieren apartarle de la Moncloa. Muchos españoles, acostumbrados, únicamente, a aplaudir a los unos o a los otros, no parecen soportar fácilmente según qué discrepancias, pero deberían ir aprendiendo a hacerlo, pues es la única garantía de que no pierdan del todo el control de sus asuntos.

Me parece que las diferencias entre Aguirre y Gallardón son, por lo demás, perfectamente serias. Eso es lo que creen, por cierto, la inmensa mayoría de los militantes del PP de Madrid, unos ingenuos que creen que algo tendrían que decir en esto.

Pero en el PP se ha producido un fenómeno curioso y es que, ante la pérdida, perfectamente real, de poder nacional frente a las taifas regionales, algunos piensan que la solución está en ningunear a la organización madrileña; pareciera como si los dirigentes nacionales del PP, se hubiesen convertido a esa estúpida idea de los nacionalistas según la cual, no hay separatistas sino separadores; llevados de esa asombrosa presunción, algunos genoveses pretenden algo así como que Madrid (no, al parecer, el amantísimo ayuntamiento) sea el culpable único de la mala imagen del PP, y que conviene, por tanto, que en Madrid no haya otro partido que el que encarne la dirección nacional.

Así que, por procedimientos tan oscuros como torpes, esa dirección pretende mangonear Madrid a través de un personaje que no fue capaz de sacar un porcentaje digno de los votos en un congreso bastante más abierto, todo hay que decirlo, que el de Valencia. Madrid no ha pedido un estatuto homologable a nada, ni quiere embajadas, pero es una Comunidad que se merece un respeto que algunos no profesan, y en la que gana las elecciones un partido perfectamente coherente y organizado.

Populistas-gastones Vs liberales austeros

Hablamos pues, de problemas políticos perfectamente reales, como puede comprobar cualquiera que examine mínimamente las políticas del ayuntamiento, con más déficit que ZP, y las de la Comunidad. Pero el PP nacional parece lleno de gente a la que la política de verdad les da risa, de tan cercana que ven la toma de la Moncloa. Rajoy no debería caer en el error de minimizar esas diferencias políticas, y debiera tener alguna opinión sobre ellas, para que los demás pudiéramos hacernos una idea de lo que pretende. Si se trata de refugiar en la disciplina, en la prohibición y en pelillos a la mar, se equivocará, de nuevo, y de medio a medio, un desliz que no logrará tapar con otro buen discurso.

Por detrás de todo esto, está, sin duda, la persistencia en el seno del PP de un viejísimo enfrentamiento, con los matices que se quiera, entre populistas-gastones, que son de derecha más que nada por cuna, y liberales austeros, que pretenden una cosa un poco absurda para los primeros, a saber, que la política se base en ideas. Se trata de diferencias que tal vez pudiesen enriquecer un proyecto, pero que no debieran ocultarse bajo la alfombra.

Además de política, en los partidos deben imperar las buenas maneras y el respeto a las normas; supongo que Rajoy no dejará pasar el exabrupto del visir gallardoniano; Esperanza Aguirre ha dado ejemplo de sobrada buena disposición en todo este asunto, pero sería excesivo pedirle ataraxia frente a una minimización del salivazo de Cobo. Hay señoritos que creen poderlo todo, y es hora de que se enteren de que también ellos tienen que respetar ciertas reglas. No vale decir esto es lo que hay, porque es algo que no debiera consentirse de ningún modo. El valentón cervantino salió indemne porque los sonetos son cortos, pero la historia es larga y pondrá a cada uno en su sitio.

El confidencial - Opinión

El Sitel, un peligro para las libertades

El 'Gran Hermano' de Orwell ya no es una fantasía. Se parece mucho al sistema que pretende usar Interior para controlar, mediante el teléfono, las comunicaciones.

EL 'GRAN HERMANO' al que hacía referencia George Orwell ya no es la fantasía de un intelectual sino una inquietante realidad que amenaza la vida íntima y las libertades de los ciudadanos.

Esteban González Pons, vicesecretario del PP, anunció ayer la presentación de una proposición no de ley en el Congreso para garantizar la privacidad de las comunicaciones. El dirigente del PP denunció el uso abusivo e ilegal que el Ministerio del Interior está haciendo del sistema Sitel, un ordenador que registra todas las comunicaciones electrónicas.


Además de grabar las conversaciones, el Sitel permite localizar a cada individuo a través de su teléfono móvil, cruzar sus llamadas con las de otras personas y saber las páginas por las que navega en internet o las transacciones económicas que realiza.

La decisión de instalar el Sitel fue adoptada por el Gobierno de Aznar para emplearlo en la lucha antiterrorista, pero tuvo que paralizarlo por informes jurídicos de Justicia, Interior y el CGPJ, que advirtieron de su posible inconstitucionalidad. La Fiscalía de Madrid también se pronunció en contra por su falta de garantías jurídicas.

El Ministerio del Interior está utilizando desde finales de 2004 este sistema para diversas investigaciones policiales. Según Alfredo Pérez Rubalcaba, se emplea siempre con autorización judicial y se destruye aquel material que carece de interés para la causa.

Pero nadie sabe a ciencia cierta dónde están los ordenadores que graban las conversaciones ni cuántos hay, aunque se tiene constancia de que el CNI, al igual que la Policía Nacional y probablemente la Guardia Civil, tiene un equipo de estas características.

Nadie sabe tampoco qué información se archiva en discos, cuál es el criterio de selección, quién determina el material que se entrega al juez y quién custodia esos registros, como González Pons subrayó ayer.

Estamos ante un asunto que suscita enormes interrogantes, máxime teniendo en cuenta los abusos cometidos por el antiguo Cesid, que montó un dispositivo similar para espiar a políticos, jueces, empresarios y periodistas.

Por mucho que asegure el ministro del Interior que el sistema se usa dentro de la legalidad, parece imposible en la práctica garantizar que no se cometan abusos por parte de los servicios secretos o los aparatos policiales, que pueden controlar gracias al Sitel no sólo qué dicen los ciudadanos sino a dónde van y con quién se relacionan.

No dudamos de que el sistema puede ser muy útil para luchar contra ETA o contra las mafias, pero también puede ser instrumentalizado para espiar a personas honestas e incluso para chantajearlas con datos sobre su vida íntima.

Es cierto que el Estado tiene derecho a recurrir a las nuevas tecnologías para ser más eficaz en la persecución del crimen organizado, pero no todo vale. Tiene que haber límites y controles. Por ello, estamos también en contra de la obligación legal de los usuarios de los móviles con tarjeta de prepago de comunicar su identidad, lo que nos parece un exceso. Siguiendo la misma lógica, ¿por qué no forzar a revelar su nombre al que sube a un tren o llama desde una cabina telefónica?

Las enormes posibilidades de crear un Estado policial que ofrecen las tecnologías de la información obligan a abrir un gran debate social y a una mayor transparencia de los poderes públicos. El Parlamento debería entrar a fondo en este asunto que afecta a una cuestión sagrada en una democracia: los derechos de los ciudadanos y su seguridad jurídica.

El Mundo - Editorial

La Chulapona y el petimetre. Por M. Martín Ferránd

ES una lástima que Alberto Ruiz-Gallardón sea reacio al casticismo. Parece que los aromas típicos del Madrid que le eligió como alcalde le sofocan y trata de evitarlos. Ha prescindido de la vara que lucieron en señal de mando sus mejores antecesores y se ha instalado lejos de cualquier verbena y de las praderas -¡a cualquier cosa llaman chocolate las patronas!- que han servido, de San Antonio a San Isidro, como escenario de ingenuas chulerías y simpáticos desplantes entre las parejas que, en su evolución, han convertido un pueblón manchego en una de las grandes ciudades de Europa.

Esperanza Aguirre, por el contrario, es de rompe y rasga. Parece sacada de La Chulapona, habla con letra de Federico Romero y Guillermo Fernández Shaw, y anda con ritmos de Federico Moreno Torroba. Ha superado el complejo de estar sobre un invento administrativo, la Autonomía de Madrid y, de hecho, se beneficia de las competencias que su predecesor, Gallardón, le quitó al Ayuntamiento. Así, el alcalde -alguacil alguacilado- anda hoy mermado de funciones y ve que sus ambiciones se derrumban con el vértigo con que se vienen abajo las de la presidenta.

En uno de esos síndromes que definen la derecha española y que alimentan su debilidad, Aguirre y Gallardón tienen como principal tarea, instalados en la comodidad de sus respectivas y rotundas mayorías, la de destrozarse mutuamente. Es superior a sus fuerzas porque, genio y figura, la izquierda nacional sólo tiene la energía y el poder que les proporciona, desde la Restauración, el caínismo de la derecha, su debilidad. Si estuvieran bien avenidos, serían otra cosa. No cabrían en el PP.

En Madrid, en el de antes de que Gallardón le convirtiera en un túnel interrumpido por grandes zanjas, se le llamaba «manuela» a un coche de alquiler, de un solo caballo como corresponde a la tradicional austeridad capitalina, que usaban las parejas bien avenidas en días de solemnidad y toros. En La Chulapona, el coro canta: «... y si luego tomamos un coche,/ pa que vean que somos de ley,/ recostados en una manuela/ no nos tosen ni el Papa ni el Rey». Ese es el encanto de la avenencia. La unión hace la fuerza. Aguirre, Gallardón y todos los demás, bien limpios de las impurezas que les envuelven y en la razonable unidad de quienes saben lo que quieren, resultarían imbatibles. Mientras tanto, hagámonos a la idea de Zapatero perpetuo. Hasta que amargue.

ABC - Opinión

Derechos, garantías y dobles raseros

La unica razón para este simulacro de sanción es el no querer desairar a un envalentonado Gallardón, quien horas antes de que el órgano disciplinario se pronunciara, ya lo desautorizaba advirtiendo que él, en cualquier caso, no iba a suspender a Cobo.

En lo que parece más un simulacro de sanción que una sanción propiamente dicha, el Comité de Derechos y Garantías del PP ha decidido suspender cautelarmente de militancia a Manuel Cobo por los insultos dirigidos contra Esperanza Aguirre desde el diario El País. Por lo visto, el Comité de marras no tiene todavía los suficientes elementos de juicio y se va tomar un tiempo más para dilucidar si las injurias del segundo de Gallardón contra la presidenta madrileña deben ser consideradas "graves" o "muy graves" –lo cual estatutariamente conlleva en ambos casos la inhabilitación para desempeñar cargos en el seno del partido o en representación de éste– o, por el contrario, no merecen castigo alguno que no sea una mera amonestación.


Es evidente, sin embargo, que el Comité de Derechos y Garantías tiene desde hace muchos días, y como cualquier ciudadano, elementos más que de sobra para enjuiciar las inadmisibles calumnias e injurias que Cobo ha lanzado contra Aguirre. La única razón para no haber tomado ya una decisión definitiva es el no querer desairar a un envalentonado Ruiz Gallardón, quien horas antes de que el órgano disciplinario se pronunciara, ya lo desautorizaba advirtiendo que tomara éste la decisión que tomara, él no iba a suspender a Cobo como vicealcalde y portavoz del partido.

Para no tener que enfrentarse a Gallardón –o por no querer hacerlo– el Comité ha optado por una sanción cautelar sin efecto práctico alguno, ya que ni siquiera obliga de manera cautelar a apartar a Cobo de sus cargos. Este resultado, no sólo permite a Esperanza Aguirre seguir sintiéndose justamente desamparada por la dirección de su partido, sino que también constituye un agravio comparativo con respecto a las sanciones tomadas –por muchos menos motivos– contra Ricardo Costa.

Como si la equiparación que hiciera Rajoy entre agresor y agredida no fuera bastante, y como si tampoco lo fuera el hecho de que Cobo, lejos de retractarse, elevara las injurias afirmando haber llegado a "sentir miedo por mí y por mis hijos", Esperanza Aguirre ha tenido que ver como este miércoles la secretaria general del PP, María Dolores de Cospedal, la criticaba en la radio considerando un "error tremendo" su decisión de no acudir el martes a la reunión del Comité Nacional del partido.

Aun reconociendo como un error, y no como una gentileza, la ausencia de Aguirre –que ésta justificó con el argumento de que sus compañeros pudieran reflexionar con "mayor libertad" sobre un caso en la que ella estaba directamente afectada–, ¿no había determinado Rajoy que las criticas a los compañeros se hacían en el seno del partido? ¿Qué hace, entonces, Cospedal aireando el "tremendo error" de Aguirre ante los micrófonos de Onda Cero y la Cadena Cope? Por otra parte, ¿por qué nadie consideró como un plante, una falta de respeto o un tremendo error la decisión de Camps de no acudir a una reunión anterior del Comité Nacional en el que se iba a tratar el efecto del caso Gürtel en la Comunidad Valenciana?

Lo más criticable, sin embargo, de este simulacro de sanción contra Cobo es, tal y como apuntábamos, el agravio comparativo que supone respecto a las sanciones impuestas a Ricardo Costa. Éste ha sido sin motivo alguno, no sólo suspendido de militancia, sino también aparatado de todos sus cargos. Y lo ha sido en un momento en el que Costa todavía no ha podido comparecer ante el Comité de Derechos y Garantías. En el caso de Cobo, ni Rajoy ni el órgano disciplinario trasladaron la menor objeción a sus injurias contra Aguirre hasta que el Comité Regional de Madrid elevó la queja y solicitó su intervención. Sin ni siquiera tomar medida cautelar alguna, el órgano disciplinario convocó para varios días después su comparecencia y, tras ésta, todavía no ha apartado a Cobo de cargo alguno.

Se dirá que la falta de militancia no impide por sí misma la ostentación de determinados cargos de representación. Sin embargo, Cobo no es un independiente a quien, por razón de prestigio y trayectoria profesional, se le ofrece uno de estos cargos. La "independencia" de Cobo es sobrevenida por haber injuriado a un miembro del partido, y el hecho de que, pese a ello, pueda seguir ostentando esos cargos convierte su sanción en una auténtica tomadura de pelo. Una tomadura de pelo que, por lo visto, no resulta "inadmisible" para Mariano Rajoy.

Libertad Digital - Editorial

Los terribles contrastes. Por Hermann Tertsch

HA sido probablemente lo más reconfortante de esta semana. Angela Merkel ha hablado ante el pleno del Congreso norteamericano, Casa de Representantes y Senado unidos. Ha sido un discurso como el que muchos soñamos escuchar de nuestros propios representantes y líderes. Muy pocos han sido los dirigentes extranjeros que han recibido semejante deferencia en Washington. Se ha dicho que Konrad Adenauer, el padre de la República Federal Alemana, hace la friolera de 56 años, recibió el mismo honor. No es exacto. Adenauer habló ante ambas cámaras, el único canciller alemán hasta ahora en hacerlo, pero no en sesión conjunta. Angela Merkel ha adquirido así un puesto muy especial en la jerarquía de relaciones con la administración norteamericana. Ante actos realmente históricos como éste producen hilaridad cuando no vergüenza los patéticos esfuerzos de algunos de presentar su foto semigótica con Barack Obama como un encuentro planetario. Y el efímero encuentro en el Despacho Oval como el principio de una larga y profunda amistad. Pero eso sucede cuando quien habla no sabe nada de casi nada y mucho menos de historia, de simbolismos, de la profundidad que confiere a las relaciones políticas y humanas una comunión de valores. Cuando no se sabe más que de insidias barriobajeras de trepadores e intrigantes de partido semileninista. Si hay algo que ofende quizás más que la incompetencia y el desprecio a la inteligencia ajena es la ignorancia paleta de la que hacen gala algunos dirigentes de este Partido Socialista nuestro, sobre todo los que más hablan. Ignaros arrogantes con trajes y vestidos nuevos que jamás habrían podido comprarse con un salario merecido en el mercado libre. Ustedes ya saben quiénes son.

El discurso de Merkel no tiene desperdicio por su altura de miras, su calidad humana y su sabiduría política. Por supuesto que muy probablemente no sea todo el texto obra suya. Pero suya es la responsabilidad de haber escogido a la gente adecuada para que el discurso que aprobó y pronunció ante el Congreso en el Capitolio haya sido de lo mejor que se ha podido oír en mucho tiempo sobre los retos y los anhelos de la libertad. Sobre la dignidad de la persona y sobre la grandeza de la política, sobre el sacrificio y sobre la gratitud inexcusable a quienes lo hacen, sobre la fuerza de las ideas y el peligro de su debilidad para todos los valores que los hombres libres han de defender. Decenas de veces fue interrumpida por los aplausos y al final de su discurso toda la sala se puso en pie para brindar a la canciller varios minutos de ovación continua y entusiasta. Merkel habló de su infancia y juventud en una dictadura comunista que aquí aún muchos defienden. Y de sus sueños desde entonces del gran país de las oportunidades infinitas que otorgan el esfuerzo, el talento y la libertad. Habló de la grandeza de la democracia que da vía libre al individuo. Y por tanto de la miseria de los experimentos sociales que desde el Estado reprimen al ser humano en aras de promesas de felicidades futuras imposibles y siempre a la postre sangrientas. Merkel dio una lección de historia de una mujer que, súbdita de una dictadura miserable, ha logrado dirigir a la mayor potencia europea. Y lo hizo dando las gracias a Estados Unidos, que tantos hijos ha sacrificado por la libertad de tierras lejanas a las que sólo los unían sus antepasados. Grandeza había en sus palabras. Vergüenza daba recordar la charlatanería buenista y provinciana de nuestro Gran Timonel en su breve paso por Washington.

ABC - Opinión