jueves, 17 de diciembre de 2009

Independentismo contra catalanismo. Por Valentí Puig

LA disyuntiva entre soberanismo y autonomismo no es un juego de palabras. Tampoco es inútil distinguir entre nacionalismo y catalanismo. Del mismo modo, los vínculos entre independentismo y catalanismo son un lastre arcaico, si estamos hablando de equilibrio entre sociedad global y pertenencia. Dicho de otro modo: el independentismo y no España es el mayor obstáculo para la Cataluña catalanista. La lástima es que los ciudadanos de una sociedad plural como la catalana tengan que llegar a esta conclusión por un hastío y una pérdida de autoestima cívica que se traducen masivamente al lenguaje mudo del abstencionismo.

Incluso lo percibe CiU. Necesita regresar a ese término medio del autonomismo, con ansias ulteriores inconcretas que fueron la identidad del pujolismo, para recuperar la centralidad del votante. A Artur Mas le correspondería articular un giro pragmático, flanqueado por la Unió Democràtica de Duran Lleida. La dificultad está en que el PSC subrayará en ese giro todo lo que pueda interpretarse como futura aproximación de CiU a entendimientos post-electorales con el PP. Sería un giro con riesgos pero muchos más los tiene considerar unos pactos con una ERC que se desintegra, radicaliza y se adentra más por la vía de la irresponsabilidad. Fácilmente entendería la sociedad catalana que la prioridad es salir de la crisis con capacidad competitiva y recuperando el prestigio económico de la Cataluña moderna. Para eso de poco sirven ni Zapatero ni ERC.


Alguien va y le dice a Cataluña: «Date el Estatuto que apetezcas, organízate a tu guisa y bajo tu propia soberanía, que yo no he de meterme en nada más en lo que te afecte, en ese Estatuto que te hayas dado, a tus relaciones conmigo...». Esas palabras suenan a familiares y no muy remotas. En realidad, eran una hipótesis del periodista Salvador Canals al analizar los problemas de la Segunda República en unos de sus mejores ensayos políticos, en 1931. Por contraste, aducía las razones a favor de un planteamiento por el que las Cortes Españolas, «plenamente soberanas, con monopolio de la soberanía en todos los territorios de la España europea, reconociendo aquella realidad de los particularismos geográficos e históricos e históricos que en España conviven, dictara en el Código fundamental normas por las cuales se fuera descentralizando todo lo descentralizable, a medida de la capacidad acreditada de cada una de aquellas personalidades vivas».

En diciembre de 2003, hace seis años, Rodríguez Zapatero, como secretario general del PSOE desde 2000, asiste a la toma de posesión del nuevo presidente de la Generalitat, Pasqual Maragall. A Zapatero le fascina la personalidad de Pasqual Maragall y le entusiasma la concepción del tripartito socialista-independentista-ecocomunista. Entonces se asoma al balcón de la Generalitat y sonríe al pueblo de Cataluña. Acaba de ver la luz. Como es habitual en estos casos, Convergencia criticó entonces la presencia de Zapatero en aquel balcón histórico como el «inicio de la subordinación a Madrid». En realidad, comenzaba la subordinación de Zapatero al tripartito.

Así fue como se llegó a una situación en la que Zapatero diría algo así como: «Enviadme el estatuto que deseeis y yo os lo apruebo». Por el camino, tuvo que engañar -políticamente hablando- a CiU y aferrarse a ERC. Ahora espera que el Tribunal Constitucional avale aquel primer impulso. Curiosa coincidencia, casi literal, entre la hipótesis analítica de Salvador Canals y las ofertas de Zapatero sobre el segundo estatuto catalán. Azares de la conciencia y de la inconciencia históricas.


ABC - Opinión

Lluvia de albóndigas en Cornellá. Por José García Domínguez

Sólo un nueve por ciento de los espectadores eligió las sesiones en catalán. Deserción popular ante la que el consejero de Cultura ha puesto el dedo el la llaga, señalando al único responsable del fiasco: el general Franco.

No saciados con la inminente prohibición de los toros, los pequeños polpotianos del tripartito se han propuesto acabar cuanto antes con el cine; un objetivo estratégico que pretenden coronar por medio de la norma pedánea que obligará a proyectar la mitad de las películas en la lengua propia de José Montilla. En fin, que la idea no es mala lo demuestran los primeros resultados empíricos del asunto.

Así, en la cuna del catalanismo más combativo, esto es, en el municipio de Cornellá del Llobregat, cero parroquianos acudieron a contemplar la versión vernácula de Lluvia de albóndigas. O, mejor dicho, Pluja de mandonguilles, no exactamente un remake de El séptimo sello, por cierto. Ni un alma. Nadie. Un hito más memorable aún si se tiene en cuenta que la entrada resultaba gratis total. Pero ni con ésas accedió el personal a tragarse las pelotitas normalizadas.


Aunque siempre podría aducirse que en Cornellá, como apenas llevan un cuarto de siglo sometidos a la inmersión, quizá no pillen el idioma. Sin embargo, en eso que TV3 llama "la Cataluña catalana" las cifras no resultaron menos esperanzadoras: sólo un nueve por ciento de los espectadores eligió las sesiones en catalán. Deserción popular ante la que el consejero de Cultura ha puesto el dedo en la llaga, señalando al único responsable del fiasco: el general Franco. Pues, como es fama, fue el Caudillo quien prohibió a Hollywood traducir todas sus producciones a los doscientos idiomas y cerca de dos mil dialectos que se hablan en Europa.

Un "déficit democrático" inadmisible que las autoridades locales se aprestan a corregir ahora por medio del preceptivo bálsamo libertario de siempre: amenazas, inspecciones, expedientes administrativos y multas. Al tiempo, y con tal de sosegar a los exhibidores llamados a la quiebra, el consejero les ha explicado un cuento chino que los malos economistas llaman "Ley de Say", la superstición de que toda oferta crea su propia demanda. Una ingeniosa fantasía según la cual hasta sería factible ganarse la vida vendiendo el diario Avui en los quioscos. "¡Que la gente pueda elegir!", ha apostillado Tresserras, que por tal responde el susodicho. Con dos mandonguilles, sí señor. Aunque, ya puestos, sólo le ha faltado recitar su sarcasmo ante la puerta de un colegio.


Libertad Digital - Opinión

Las sotanas de la tribu. Por Ignacio Camacho

QUÉ pena que esas gregorianas voces rebeldes alzadas contra el nuevo obispo de Guipúzcoa no se oyesen en todos estos años de dolor para entonar siquiera un compasivo responso, un piadoso gorigori por las víctimas del terrorismo. Qué lástima de coraje desperdiciado, tan útil como hubiera sido en la cristiana defensa del quinto mandamiento. Qué tristeza de sotanas ausentes en el consuelo, qué malograda energía de pastores callados ante la quijada siniestra de Caín. Y qué despilfarro de bravura este reciente motín diocesano, esta asonada de trabucaires insurrectos, esta sindicada rebelión de parroquias y arciprestazgos que tanto se echaba en falta cuando los báculos episcopales se inclinaban en reverenciosa aquiescencia con los verdugos. Qué asco de hipocresía, qué farisaica blancura de sepulcros podridos.

Esta arriscada clerecía carlistona que ahora recibe con rebrincos al prelado Munilla es la misma que arrastraba sus casullas en acólita sumisión al designio nacionalista. La que cobijaba en sacristías a los cómplices del terror. La que negaba funerales a los asesinados y predicaba comprensión para las razones de los asesinos. La que santificaba la viscosa equidistancia de los setienes y uriartes, la que ejercía de mediadora con los terroristas, la que retiraba su amparo a las víctimas de la coacción y del chantaje. La que siempre encontraba excusas y subterfugios para la violencia, la que siempre eludía con jesuíticos casuismos la condena del crimen, la que enfatizaba el sufrimiento de los perseguidores y minimizaba la angustia de los perseguidos. La que consagraba el vino áspero de las herrikotabernas. La tropilla talar del aranismo más rancio, la guardia vestal de las esencias del soberanismo, la levítica cuadrilla espiritual que amparaba con su doblez el delirio de la hegemonía étnica. La turbia centinela moral de un evangelio hemipléjico en cuya doctrina cabe antes un camello por el ojo de una aguja que un no nacionalista en el reino de los cielos.

Ahora han urdido una conspiración de batzoki contra un obispo euskaldun al que, siendo de su tierra y hablando su lengua autóctona, no consideran uno de los suyos. El viejo resabio tribal del nacionalismo se activa en cuanto atisba señales de discrepancia en el caserío o en la aldea. Coto privado de feligresía unívoca, reserva espiritual, vallado identitario de almas inmaculadamente fieles a la religión del diferencialismo. El recelo cimarrón se agrupa en reflejo de autodefensa para estigmatizar al recién llegado, aunque se trate sólo de un recién regresado al territorio vernáculo en el que goza del mismo derecho de acogida que quienes se consideran sus dueños. Enfermizo estigma de la otredad refugiado hasta en la soledad parroquial de una fe de campanario. Obcecada, prejuiciosa obsesión que convierte la acción pastoral de estos curas montaraces en la confusa hechicería de unos santones de tribu.


ABC - Opinión

Un clima de odio y revanchismo. Por Federico Quevedo

Si no recuerdo mal fue Maruja Torres, columnista de El Pais, quien la pasada legislatura afirmó que todos los votantes del Partido Popular eran unos "hijos de puta", en palabras textuales de la escritora, que también dijo que le gustaría ser presidenta de la Asociación Nacional del Rifle tras la dimisión de Charlton Heston, y no precisamente para coleccionar culatas nacaradas. Siguiendo con el asunto de los rifles, el testigo lo cogió otra insigne escritora, Almudena Grandes, para poner palabras a los deseos de Torres y afirmar que todos los días habría que fusilar al amanecer a tres o cuatro del PP. En esa línea virulenta, el fallecido actor Pepe Rubianes protagonizó una de las escenas más espeluznantes de su carrera en un programa de la TV3, en la que sus insultos a España y todo lo que se opusiera a la idea de soberanismo catalán sobrepasaron todos los límites.

Ya metidos en esta legislatura, fue el alcalde de Getafe, Pedro Castro, el que protagonizó otro de estos excesos verbales tan característicos de los demócratas de toda la vida de la izquierda calificando de "tontos de los cojones" a los votantes del PP, aunque sin duda la última aportación notable a la convivencia pacífica la ofreció el empresario catalán Ramón Bagó al señalar la necesidad de matar a todos los votantes del Partido Popular. Lo cierto es que la política catalana se caracteriza por sus aportaciones al clima de pluralismo y consenso ya desde el final de la última legislatura de Aznar, cuando se intentó ‘linchar’ en una manifestación a Rodrigo Rato y a Josep Piqué, se vertían cubos de porquería sobre las cabezas de dirigentes del PP como Alicia Sánchez Camacho, o ya últimamente –tan lejos como hace mes y medio- se practica el taekwondo callejero con otros políticos ‘populares’ como el presidente de este partido en la comarca del Berguedá, Joan Antón López.

Son algunos ejemplos de la intolerancia con la que cierta izquierda manifiesta su espíritu democrático, ejemplos que últimamente se trasladan también a las pantallas de la televisión en uno más de estos ejercicios de totalitarismo a los que empieza a tenernos acostumbrados la corte de seductores lameculos de Rodríguez Zapatero. Debe ser que hastiado el gran público de los excesos mórbidos de tanto vividor sin oficio ni beneficio que pulula por los platós de algunas cadenas, hay que buscar nuevas fórmulas de enganche atizando sin piedad a una competencia que se caracteriza por manifestar sin complejos idearios diferentes a los de estos campeones del pluralismo que practican la tolerancia a base de puñetazos.

"Tiro al PP"

Ahora la han tomado, por ejemplo, con Intereconomía, quizás porque empiezan a ver con cierto temor como desde un planteamiento liberal-conservador se puede hacer televisión sin que cada programa sea una especie de lucha libre en un lodazal, y encima la audiencia responde porque son muchos los espectadores de este país que estaban deseando sentarse delante del televisor sin el temor a ser sorprendidos con desagradables sobresaltos. No, para estos otorgadores de certificados de democracia, Intereconomía, la Cope y otros medios que no se dejan seducir por el progresismo relativista modelo caca-pedo-culo-pis, no son más que cavernas de retrógrados, nidos de fachas a los que hay que exterminar.

No es extraño que, alentados por tanto llamamiento a la aniquilación verbal del contrario, haya quienes se tomen la injusticia por su mano y pongan en práctica los consejos de sus líderes mediáticos, políticos e intelectuales como el que se decide a seguir los pasos de una receta de Carlos Arguiñano -ya me lo decía una vez María Dolores de Cospedal: "El tiro al PP sale muy rentable electoralmente"-. Verán, yo no tengo ni la más remota idea de si lo que le ha pasado a Hermann Tertsch es fruto de este clima de odio y animadversión contra la derecha que ya desde la pasada legislatura viene alimentando la política frentista de Rodríguez, o es la consecuencia de una pelea de bar. No lo sé porque, entre otras cosas, no he podido hablar con él, así que unos y otros me perdonarán si no entro a valorar el alcance de una agresión que desconozco.

Lo que sí puedo decirles es que nada de lo que haya dicho Tertsch, por afortunado o desafortunado que sea –y hay muchas cosas de las que dice que yo no comparto, o no suscribiría- se merece un trato vejatorio como el que ha sido objeto por parte de otras cadenas simplemente por el hecho de ser una voz discrepante del Pensamiento único. Lo mismo que Intereconomía. Lo mismo que la Cope. Si hay algo en lo que tiene razón Tertsch es en denunciar que ese clima de odio y revanchismo existe, y esa denuncia debemos hacerla cada vez más alto porque de ello depende uno de los fundamentos de la democracia, la libertad y el pluralismo. Aunque, dicho sea de paso, yo nunca lo habría hecho en pijama.


El confidencial - Opinión

Curas contra el obispo

La apuesta de Roma por prelados vascos no nacionalistas solivianta al clero local

Casi el 80% de los párrocos guipuzcoanos se han pronunciado contra el nombramiento de José Ignacio Munilla, actual obispo de Palencia, como prelado de San Sebastián. Critican tanto el "procedimiento" de nombramiento como su "intencionalidad". Es decir, que no se haya tenido en cuenta la opinión de la Iglesia guipuzcoana y del obispo saliente, monseñor Uriarte, y que se pretenda cambiar desde arriba la línea pastoral seguida en los últimos años. Concretamente, la línea marcada por el obispo Setién desde 1979.

Con este nombramiento, culmina una cuidadosa operación de cambio de la jerarquía vasca iniciada por el Vaticano a mediados de los noventa con el nombramiento de Ricardo Blázquez como titular de la diócesis de Bilbao, seguida por la sustitución de Setién por Uriarte en 2000, y el nombramiento de Mario Iceta como auxiliar de Bilbao en 2008. Munilla e Iceta comparten dos rasgos reveladores de la intención de Roma: ambos son nacidos en el País Vasco y hablan euskera, y ambos se alinean con el sector más conservador del episcopado, el identificado con el cardenal Rouco.


Es muy recordado el desdén con que los nacionalistas recibieron al actual obispo de Bilbao. Como rechazarle por no ser nacionalista sonaba muy fuerte, subrayaron con aquel "un tal Blázquez" su condición de forastero desconocedor de la idiosincrasia y la lengua de los vascos. Algo que no podrían decir de Mario Iceta Gabicagogeascoa, nacido en Gernika, ni del donostiarra y durante años cura de Zumárraga José Ignacio Munilla Aguirre. Por eso, la forma de señalar su condición de no nacionalistas ha sido poner el acento en su ideología conservadora.

Ambos lo son, pero no más que el pontífice que los ha nombrado: Benedicto XVI continúa la cruzada de rectificación de la orientación salida del último concilio, iniciada por Juan Pablo II. Pero así como el Papa polaco potenció la idea de las iglesias nacionales, la identidad que interesa al pontífice actual es la cristiana. Incluso como cultura universal.

En los nombramientos últimos, Roma parece haberse guiado también por criterios pragmáticos. Busca otras vías para recuperar feligreses, a la vista de que la fuerte identificación con una población mayoritariamente nacionalista no ha impedido el avance del laicismo. La máxima influencia política de la Iglesia vasca como factor de legitimación y extensión del nacionalismo coincidió paradójicamente con la crisis que vació los seminarios y llevó a cientos de curas vascos a secularizarse.

Esa crisis no se ha superado: hay en las tres provincias 400 curas (más otros 600 jubilados) para 939 parroquias, con una edad media que supera los 50 años; y en 2008 sólo había seis seminaristas. Ante ese panorama, Roma y Rouco han apostado por seguir la línea tradicionalista que ha detenido la crisis en otras diócesis; pero al hacerlo asumen el riesgo de una ruptura entre el clero local y sus pastores. No porque no sean vascos, sino precisamente porque lo son sin ser a la vez nacionalistas.


El País - Editorial

Garzón mintió y vulneró su deber de abstenerse


El juez de la Audiencia Nacional se dirigió al Santander para que financiara sus cursos en la Universidad de Nueva York

HAN SIDO tantas las tropelías, los abusos, los torcimientos de la ley de Baltasar Garzón que sería un error asimilar como un episodio más la información que hoy publica EL MUNDO. Estamos ante unos hechos de una inusitada gravedad, incompatibles con el ejercicio de la función jurisdiccional.


Hay que recordar que el Supremo había reabierto en septiembre pasado la investigación sobre el patrocinio por parte del Banco Santander de varios cursos impartidos por Garzón en Nueva York. El Consejo General del Poder Judicial le había exonerado previamente sin investigación alguna en el plano disciplinario.

Ahora el jefe de la asesoría jurídica del Santander se ha visto requerido por el Supremo a aportar una serie de documentos que demuestran de manera tajante y fuera de toda duda que Garzón se dirigió por iniciativa propia en abril de 2005 a esta entidad para que financiara sus actividades en Nueva York. Garzón había negado siempre este extremo, alegando que él había sido contratado por la Universidad y no había intervenido en el patrocinio.

La documentación revela que Garzón comió en Nueva York el 21 de abril de 2005 con Gonzalo de las Heras, director general del Santander en EEUU, al que le pidió que el banco le financiara un curso en la Universidad de Nueva York. La respuesta no tardó en llegar: el 16 de mayo el Santander transfiere 169.000 dólares a ese centro. El 10 de junio, Garzón escribe una carta a Emilio Botín en la que le da la gracias. En la firma hace constar su condición de «magistrado-juez» para que su destinatario no deje de tenerlo en cuenta. El 20 de enero de 2006, Garzón se dirige directamente a Botín para solicitarle la financiación de un segundo curso sobre derechos humanos. «Te adjunto la propuesta y el presupuesto», escribe. Increíble pero cierto. Diez días después, el juez le da la gracias al banquero por la nueva respuesta positiva a su petición. Se lo agradece con «un gran abrazo».

En total, la aportación del Santander para financiar los cursos de Garzón ascendió a 302.000 dólares. La Universidad de Nueva York le pagó un sueldo de 160.000 dólares por otras actividades mientras seguía percibiendo su nómina de juez.

Tras reintegrarse a su juzgado de la Audiencia Nacional, Garzón recibió una querella contra Emilio Botín por apropiación indebida en una sociedad llamada SCI Gestión. El 27 de noviembre de 2006, Garzón archivó la querella sin abstenerse. Es muy posible que esa querella careciera de fundamento, pero Garzón no estaba capacitado para decidir ni legal ni éticamente. Debería haberse abstenido sin molestarse en leer su contenido. En su pliego de descargos ante el Consejo General del Poder Judicial, Garzón dice literalmente que no abstuvo en esta causa porque no hay «ninguna relación directa ni indirecta con la entidad, ni de carácter económico ni de otro tipo». Su desvergüenza no tiene límites ya que sí había una evidente relación «de carácter económico»: el Santander se había gastado 302.000 dólares en financiar sus cursos a requerimiento suyo.

Garzón siempre se había cubierto con el argumento de que le pagaba la Universidad de Nueva York, pero lo que demuestran estos documentos es que el magistrado se dirigió a Botín -y no a la viceversa- para que el Santander le financiara. Ello destruye la apariencia de imparcialidad con la que cualquier juez tiene que actuar en una causa.

Todo indica que Garzón ha cometido al menos una falta grave al no haberse abstenido en la querella contra Botín, como le obligaba la Ley Orgánica del Poder Judicial, que en el artículo 219.10 establece como motivo de abstención «tener interés directo o indirecto» en el pleito. Pero además Garzón mintió, engañó al CGPJ e intentó ocultar que él había pedido a Botín la financiación de sus cursos, algo absolutamente improcedente en un juez. Veremos si de nuevo sus protectores políticos y mediáticos intentan que su bochornosa conducta quede impune.


El Mundo - Editorial

Nacionalismo exasperado en la Iglesia Universal

¿Forman parte de esas "líneas diocesanas" en Guipuzcoa no acudir a los funerales de las víctimas de ETA, tal y como aconsejó el Consejo Presbiteral al entonces nuevo, y también criticado, obispo de Bilbao, Ricardo Blázquez?

Desde que el pasado mes de noviembre Benedicto XVI nombrara a José Ignacio Munilla nuevo obispo de San Sebastian, tras la renuncia por motivos de edad de Juan María Uriarte, no han faltado dirigentes nacionalistas que hayan criticado el nombramiento. Así, el presidente del PNV de Guipuzcoa, Joseba Egibar, ya consideró que el hasta ahora obispo de Palencia es un "ultraconservador", cuya intención no es otra que la de "despersonalizar, desafectar y desarraigar" la Iglesia vasca. En términos parecidos se expresó el secretario general de Eusko Alkartasuna, Pello Urizar, quien exigió al nuevo prelado "conciencia de la realidad social de Euskal Herria y que de esa manera actúe".


Y es que Munilla, aunque sea donostiarra, tiene un terrible "pecado": No es nacionalista. Y ya sabemos desde los tiempos de Arzalluz que los nacionalistas prefieren antes un "negro, negro que hable euskera" antes que un "vasco que lo desconoce". El caso es que Munilla también habla euskera, pero hemos de reconocer abiertamente, eso sí, que su conocimiento de la "realidad social" de su nueva diócesis no pasa por compartir los delirios nacionalistas entorno a Euskal Herría.

Dada la lamentable penetración del nacionalismo en el clero vasco, no hay que extrañarse, por mucho que sea un grave y delirante gesto con escasos precedentes, que ahora el 77 por ciento de los curas de la diócesis de Guipúzcoa (y 11 de sus 15 arciprestes) hayan querido también expresar públicamente su "dolor y profunda inquietud" ante el nombramiento de su nuevo obispo.

Aunque los firmantes de este escrito de apenas un folio hayan querido disimular las razones ideológicas y políticas de su desaprobación, ¿qué "estilo eclesial" pretenden defender quienes, para empezar, cuestionan un nombramiento hecho por el Papa y que, lejos de dar la bienvenida o hacer determinadas reclamaciones a su nuevo obispo, lo que hacen es descalificarlo cuando ni siquiera ha tenido tiempo de ejercer su cargo? ¿Es acaso ésta una muestra de "fidelidad al espíritu del Concilio Vaticano II" que los firmantes dicen defender? Si es así, será porque confunden lo de aplicar a la vida el principio eclesial de la encarnación en el pueblo con los delirios nacionalistas que han imperado en el País Vasco.

Los firmantes se jactan de "conocer de cerca la trayectoria pastoral" de Munilla, "profundamente marcada por la desafección y falta de comunión con las líneas diocesanas". Lo que es conocido es el historial de buena parte del clero vasco en simbiosis con el nacionalismo y del papel que han tenido los seminarios hasta en la historia de ETA. ¿Forman parte de esas "líneas diocesanas" en Guipuzcoa no acudir a los funerales de las víctimas de ETA, tal y como aconsejó el Consejo Presbiteral al entonces nuevo, y también criticado, obispo de Bilbao, Ricardo Blázquez? ¿Es muestra de comunión con las líneas diocesanas aseverar, tal y como hizo su añorado monseñor Setién, que "la paz y la normalidad en el País Vasco pasa por el ejercicio del derecho a la autodeterminación"? Lo decimos porque no sabemos que ninguno de los firmantes de ahora elevara entonces la más minima protesta ante este u otro de los muchos exabruptos de aquel obispo de San Sebastián.

Esperemos que este nuevo pastor de la Iglesia que se autodenomina católica no se deje influir por quienes han olvidado que "nadie puede estar al servicio de dos amos" y que tenga, a diferencia de sus antecesores, también presentes las palabras de Juan Pablo II cuando advertía de que "Europa está como debilitada por las tendencias al particularismo que van acentuándose y que generan reflejos inspirados por el racismo y el nacionalismo más primitivos. Si la comunidad internacional no se muestra capaz de resolver el problema de los nacionalismos, continentes enteros sufrirán de gangrena".


Libertad Digital - Editorial

Zapatero y Mandela. Por José María Carrascal

Desde el «Bambi» que le colgó Alfonso Guerra, a Zapatero le han llamado de todo: frívolo, improvisador, irresponsable, radical, mentiroso, asustadizo, desleal. Lo último es chantajeable. Hoy, le chantajean Marruecos y Aminatu Haidar, como ayer le chantajearon los piratas somalíes y los gibraltareños, los sindicatos y los nacionalistas catalanes, vascos, gallegos y canarios. Le chantajeó incluso un etarra, De Juana, ¿recuerdan su huelga de hambre? Más algún otro del que no nos enteramos. Suele ocurrir cuando alguien adquiere fama merecida o inmerecida de demasiado complaciente.

No es éste, sin embargo, el rasgo más característico de nuestro presidente de Gobierno. Lo que mueve a Zapatero, lo que persigue desde que llegó al poder con una determinación digna de mejor causa es ganar la guerra que perdió uno de sus abuelos frente al otro. No vino, como nos dijo, a hacer una «Segunda transición». Vino a enterrar la primera, y con ella, el compromiso que representó entre las dos Españas de renunciar a sus posiciones extremas, para encontrar un espacio común, donde pudieran vivir todos los españoles.


El famoso «consenso» del que tanto se habló, la «tercera España» equidistante de las otras dos, por la que suspiraba Antonio Machado, finalmente conseguida. Pero lo que comenzó como sueño alcanzado iba a alejarse con el paso de los años. Las dos Españas que nos hielan el corazón, no estaban por la labor. Una entró a tiros en el Congreso con ánimo de secuestrarlo, intento por fortuna abortado. La otra empezó a cuestionar la Transición. La llegada al poder del nieto de un colaborador de Franco confirmó sus temores de que la derecha volvía, y con ella, la España de siempre. Únanse los que sólo habían aceptado a regañadientes el compromiso por no sentirse españoles -los nacionalistas- y tendrán una combinación explosiva. Faltaba la chispa que la hiciera explotar. Se la proporcionó el 11-M, donde el gobierno Aznar cometió todos los errores posibles: no prever los atentados, dar información errónea sobre ellos, empecinarse en el error. Todo el afán de revancha acumulado durante el franquismo y el resentimiento hacia Aznar estallaron como una olla exprés. La Transición pasó de cuestionada a amortizada, y la Constitución, de terreno común a campo de enfrentamiento .

El hombre para esta nueva etapa era José Luis Rodríguez Zapatero, que representaba el nuevo -¿o era el viejo?- espíritu. No perdió un minuto en llevarlo a la práctica. Su primer cuidado fue expulsar de la escena política al PP, cosa fácil, al haber quedado grogui por la derrota. No contento con eso, «pasó» de todo lo que oliera a derecha en España y estableció lazos con los partidos nacionalistas más extremos, como ERC en Cataluña y el BNGA en Galicia, mientras en el País Vasco iniciaba una negociación con ETA, sin hacer caso de las malas experiencias de gobiernos anteriores, incluido el de Felipe González. Nos salvó el extremismo de unos extremistas que lo querían todo, pues de haber aceptado lo que les ofrecía -a los catalanes, el estatuto que le pidieran, a ETA, más que un estatuto-, a estas horas, España hubiese dejado de ser nación y puede, Estado.

Pero ésta era -¿y sigue siendo?- la «agenda Zapatero». Acabar con la vieja, caduca, retrógrada, España de derechas. Desquitarse de las derrotas, humillaciones y desencantos de la izquierda durante siglos. Para ello encontró ayuda en los muchos resentidos que hay en un país donde la envidia es el pecado nacional y toda contrariedad se torna ofensa personal.

Lo que olvidó este hombre, demostrando que su incapacidad como estadista supera incluso a su capacidad de rencor, es que cometía el mismo error que intentaba corregir: su intento de amputar la derecha le dejaba sin medio país. Y si Franco no consiguió acabar con la izquierda española en un régimen totalitario, menos iba a conseguir él acabar con la derecha en un régimen de libertades. Sin embargo, en vez de desanimarse por ello, se volcó aún más en su proyecto, con el resultado de que olvidó el resto de los problemas de España, sobre todo la necesidad de cambiar un modelo económico fundado en el ladrillo por otro basado en la competitividad, productividad y modernización. Nada de extraño que la crisis económica nos haya cogido prácticamente en cueros y que si en parados estamos a la cabeza de los países de nuestro entorno, en recuperación estamos a la cola. Zapatero ha perdido cinco años negociando con ETA, discutiendo sobre el Estatuto catalán y tratando de acabar con la derecha, por desconocer lo que Publilius Syrus recomendaba: «no te vengues del vecino quemándole la casa, si está al lado de la tuya». Ahora, pide ayuda, ¿adivinan a quién?, al PP para apagar el incendio.

La venganza no ha sido nunca una buena política. Puede traer alguna satisfacción personal, pero en el marco de las relaciones humanas, ha sido siempre una fuente de desgracias, al volverse contra quienes la practican, en un intercambio de golpes sin fin, que termina con ambas partes deshechas, como Goya mostró con brutal realismo en uno de sus aguafuertes. Al parecer, no hemos aprendido.

Me ha sugerido estas reflexiones, aparte de la actualidad española, la película «Invictus», recién estrenada en Nueva York, otra obra maestra de Clint Eastwood. Basada en la vida de Nelson Mandela, nos presenta, con una calidad artística insuperable, no sólo a uno de los personajes más carismáticos de nuestro tiempo, sino también la dimensión moral de su ejemplo, que desborda por los cuatro costados la pantalla. Pese a haber estado 28 años en la cárcel, el primer presidente negro surafricano no accedió al poder con ánimo de revancha, sino dispuesto a ser el presidente de todos sus compatriotas. Para demostrarlo, la primera decisión que tomó fue que sus guardaespaldas serían los de su antecesor, blancos por tanto. Una decisión, como otras por el estilo, que le trajo críticas de sus propios seguidores. Pero Mandela era consciente de que todo intento de ajustar cuentas iba a dar al traste con la frágil democracia que inauguraba y, posiblemente, con el propio país. A diferencia de Zapatero, Mandela sabía que la mejor venganza es no parecernos a quien nos injurió, sino ser mejor que él.

Quien se recrea en ella mantiene abiertas las viejas heridas, y la tarea de todo gobernantes auténtico es cerrarlas. En el film, vemos cómo Mandela insiste en mantener la bandera, el himno y otros símbolos de un régimen que había significado opresión y humillación para los negros, pero necesarios para mantener unido un país amenazado por la secesión e incluso por la guerra civil. La cima de esta política integradora le lleva a adoptar como deporte nacional el rugby, practicado por los blancos y despreciado por los negros. Pero ayudado por el capitán de la selección, papel que Matt Damon borda, logra que Suráfrica sea readmitida en las competiciones internacionales de las que llevaba años excluida y que el país entero vibre al unísono cuando su selección conquista la copa del mundo.

La realidad surafricana no es tan risueña como nos muestra Eastwood en su última película, pero tampoco tan diferente, ya que el país se libró del baño de sangre que muchos le predecían, gracias a la visión de su primer presidente negro.
Aparte de acabar bien, algo de agradecer en nuestros días. Altamente recomendable, pues, para todos los públicos. Cuanto más poderoso, mejor.


ABC - Opinión

La guerra de Irak fue legal y la del Golfo ilegal, según el Gobierno Zapatero. Por Raúl Vilas

Noviembre de 2004. El Gobierno Zapatero elabora un Decreto-Ley para indemnizar a los participantes en misiones en el exterior. Lo firman siete ministros. En él figura que la intervención en Irak de 2003 estaba avalada por tres resoluciones de la ONU; y la guerra del Golfo de 1990, no.



Sólo habían pasado unos meses de las elecciones del 14 de marzo de 2004. El PSOE de Zapatero había llegado al poder aupado por las algaradas callejeras que sucedieron a los atentados del 11-M, culpando al Gobierno de los crímenes por haber apoyado la guerra de Irak. Antes, la oposición socialista durante esa segunda Legislatura de José María Aznar ya había estado centrada en la denuncia de la ilegalidad de la intervención aliada en Irak para derrocar a Sadam Husein. Se acusaba al Gobierno de implicar a España en una guerra injusta e ilegal, pese a que nuestros soldados no participaron en misiones de combate. Nada más llegar a La Moncloa y sin avisar a los aliados, Zapatero ordenaba la precipitada retirada de nuestras tropas, irritando a EEUU y los otros países presentes en el país asiático.

Por ello cobra especial relevancia este Real Decreto-Ley 8/2004, de 5 de noviembre, sobre indemnizaciones a los participantes en operaciones internacionales de paz y seguridad, elaborado por el Ministerio de Presidencia de María Teresa Fernández de la Vega. Está firmado por siete ministros del primer Gobierno Zapatero. Además de la vicepresidenta, vemos las firmas del vicepresidente segundo y ministro de Economía, Pedro Solbes; el de Exteriores, Miguel Ángel Moratinos; el de Defensa, José Bono; el de Interior, José Antonio Alonso; el de Trabajo, Jesús Caldera y el de Administraciones Públicas, Jordi Sevilla.

En la Memoria Justificativa que acompaña al Decreto se incluye un listado de las operaciones del Ejército español en el exterior, en las que figura por un lado aquellas que están amparadas por resoluciones de las Naciones Unidas. Aparecen Bosnia, Burundi, Sudán, entre otras. Hasta ahí normal. Pero la sorpresa llega al ver: Abril 2003. Operación Libertad Iraquí en Irak. Y dice textualmente:

* La participación española, amparada por las Resoluciones 1441 (2002) y 1483 (2003) y 1511 (2003), se concretó el envío de dos diferentes tipos de unidades con la misión de ayuda humanitaria y restablecimiento de la seguridad.

Por tanto, estos siete ministros del primer Gobierno Zapatero, algunos de ellos presentes sólo un año antes en las manifestaciones contra la guerra ilegal e injusta de Aznar, estamparon su firma en un Decreto que reconoce la legalidad de la intervención en Irak. Es más, ni ilegal ni, en lo que a España atañe, guerra, ya que se dice claramente que las dos misiones eran de "ayuda humanitaria" y "restablecimiento de la seguridad". Términos idénticos a los que utiliza ahora el Gobierno para negar que en Afganistán nuestras tropas estén en misión de guerra.

El Decreto nos ofrece una sorpresa más. En el apartado otras operaciones, no amparadas por Resoluciones Internacionales, se incluye la Operación Golfo Pérsico en 1990 en apoyo a la primera guerra del Golfo con una fragata de la Armada Española. Esta sí fue una guerra ilegal, según el propio lenguaje utilizado por los socialistas, de acuerdo con el Decreto elaborado por De la Vega. Entonces gobernaba Felipe González y la oposición apoyó al Gobierno, pese a que existía una gran diferencia: el PSOE envió soldados de reemplazo, no profesionales como los que se movilizaron en la segunda guerra de Irak. La hipocresía socialista queda perfectamente retratada.

El apoyo de España a la Operación Libertad Iraquí de 2003 contó, además, con el respaldo del Congreso de los Diputados que aprobó con 184 votos secretos (uno más de los que disponía el PP) la participación del Ejército español en la misión. Esto desmonta otra de las falacias que repite el Gobierno Zapatero: "ahora es el Parlamento el que, por primera vez, aprueba el envío de militares fuera de España". Es más, en aquel momento no era necesario por ley consultar al Parlamento. Ahora, el Gobierno Zapatero sí ha elaborado una ley en este sentido, cuando, en la práctica, este mismo Gobierno ha aprobado en Consejo de Ministros el envío de tropas a Afganistán antes de que se pronuncie el Congreso. En la injustísima e ilegalísima guerra de Irak fue al revés, sí tenía el visto bueno de la cámara.

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Libertad Digital