sábado, 19 de diciembre de 2009

La oposición os sienta tan bien. Por Maite Nolla

Zapatero convoca a los presidentes de las comunidades autónomas para que le sirvan de coartada. Y los presidentes del PP se levantan, le dejan plantado y encima convocan una rueda de prensa para explicarlo. Vibrante: la oposición haciendo de oposición.

Me estoy poniendo al día en las cosas del fútbol porque mis jefes y compañeros de tertulia me están obligando. Uno de los conceptos que he incorporado a mi repertorio, para aparentar que sé algo, es que los ingleses celebran los córners como si fueran medio gol. Algo indescifrable para una servidora, pero que me han explicado con paciencia. Resulta que los votantes del PP o los que lo fueron, se comportan de igual modo y celebran ya cualquier signo de vida en la oposición. Y esta semana, la oposición ha decidido hacer de oposición y, oigan, hay que decirlo.


La conferencia de presidentes autonómicos convocada por Zapatero acabó de la mejor manera posible: con un fracaso absoluto y un vibrante boicot del PP. Reunir a todos los presidentes autonómicos como si fueran iguales es una pantomima, porque ni son iguales ni los que mandan en España, socialistas y nacionalistas, quieren que lo sean; y lo peor, Zapatero ha promovido todo tipo de normas y de iniciativas políticas para que los españoles no sean iguales por ser españoles, sino que sus derechos dependan de la comunidad autónoma en la que estén censados. La asimetría, que dijo Maragall. El estatuto de la Moncloa, la ley de financiación autonómica o la regulación de los impuestos en el País Vasco, demuestran que vivir en Burgos o en Zaidín, no es lo mismo que vivir en Santa Coloma de Gramenet.

Y como si eso no fuera así, Zapatero convoca a los presidentes de las comunidades autónomas para que le sirvan de coartada. Y los presidentes del PP se levantan, le dejan plantado y encima convocan una rueda de prensa para explicarlo. Vibrante: la oposición haciendo de oposición. Y haciendo de oposición de forma eficaz, tocándole la moral al señor presidente y que se note.

Es verdad que en caso contrario les estaríamos dando las suyas, porque, como han dicho los socialistas en pleno enfado, los presidentes del PP representan a sus ciudadanos y no a su partido. Exacto. Y porque representan a todos, incluso a los que no les han votado, no podían hacer otra cosa que irse. Precisamente por eso, han dejado a Zapatero y a Montilla hablando de sus cosas. Les hubiéramos reprochado, y mucho, pactar cualquier cosa con el que tiene de ministro de Trabajo a Celestino Corbacho y de secretaria de Estado a Maravillas Rojo; el nacionalismo sobrevenido e incompetente plantado en Madrid, y cargado de sinceridad, eso sí. Les recuerdo que el señor Corbacho, emocionado, dijo que él era el que tenía menos instrumentos para luchar contra el paro. Si dice eso el ministro de Trabajo, ¿quién tiene instrumentos para luchar contra el paro? ¿La ministra de Vivienda, que encima no tiene competencias ni sobre vivienda?

Ya ven, nos conformamos con poco y lo celebramos como celebran los ingleses los córners. Es de esperar que Rajoy y sus próximos sientan el vértigo y después de fiestas volvamos a la oposición en standby; pero de momento disfrútenlo.


Libertad Digital - Opinión

Viento de León. Por M. Martín Ferrand

A mitad de camino entre el pensamiento de Proudhon -«la propiedad es un robo»- y la estética expresiva de Ramoncín -«El rey del pollo frito»-, José Luis Rodríguez Zapatero ha dicho en Copenhague que «La Tierra no pertenece a nadie, sólo al viento». Los apologistas del líder socialista, quienes han convertido en oficio el ditirambo sobre el personaje, se han apresurado a subrayar el fondo poético que le anima, su delicada sensibilidad; pero sus hermeneutas, quienes tratan de vislumbrar la verdadera intención que anima la confusa conducta del presidente, sospechan que el brote poético no es otra cosa que un velado ataque a Mariano Rajoy. El líder del PP es, por vocación y por oposición, registrador de la Propiedad. En tal menester, más que en su larga y variada dedicación política, es donde el compostelano tiene acreditada su mayor valía y su mejor capacidad y, ¿cómo se inscribe el viento, que no tiene DNI ni NIF, en un Registro de la Propiedad? Zapatero no da nunca puntada sin hilo y lo que podría parecer un lirismo cursi y trasnochado es, en profundidad, una afilada daga que pretende quitarle a su principal oponente su mayor mérito en el pasado y su mejor oportunidad de futuro.

Cuando Zapatero se aleja del asfixiante ambiente monclovita, en el que la púrpura le abruma y donde le domina una rara pulsión por reescribir la Historia de España y desenterrar todos sus muertos, es como mejor se observa su prístina personalidad y se puede valorar con mayor precisión y justeza la verdadera dimensión ideológica del personaje. Alguien capaz, en tiempo de materialismo encendido y grosero, de apelar al valor del viento y, simultáneamente, sublimar la idea de la propiedad en la que se sustenta, no sin resquebrajamientos y confusiones, el orden establecido no es un personaje para pasarle por alto con una faena de alivio. Gracias a momentos, como la Cumbre del Clima de Copenhague, en donde le vemos lejos de los miembros del equipo gubernamental que tanto le empequeñecen, es cuando Zapatero brilla con luz propia. Hacen falta convicciones profundas y reciedumbre de carácter para, rodeado de dos centenares de líderes mundiales, escoger un abrazo a Hugo Chaves mejor que un apretón de manos a Barack Obama, Angela Merkel o Nicolas Sarkozy... despreciables gentes de derechas con un claro sentido de la tradición cristiana de Occidente e incapaces para el lirismo ventoso.

ABC - Opinión

Escenas de la Guerra Fría. Por José María Marco

La llamada confirma una intuición previa, y es que probablemente todo el asunto ha sido una puesta en escena, por no decir una farsa, y que el Gobierno de Rodríguez Zapatero y la activista iban de la mano, al menos en parte del episodio.

La llamada del Gobierno de Rodríguez Zapatero a la esposa de Saramago, amiga y al parecer representante de la activista saharaui, aclara bastante bien todo el episodio, incluida la petición de las Cortes para que se comprometieran en el asunto hasta las más altas instancias, lo que en lenguaje llano se ha interpretado como una invitación –inédita por su significado– a la intervención de la Corona.


La llamada confirma una intuición previa, y es que probablemente todo el asunto ha sido una puesta en escena, por no decir una farsa, y que el Gobierno de Rodríguez Zapatero y la activista iban de la mano, al menos en parte del episodio. El objetivo explícito era poner el asunto del Sahara en la agenda política internacional. Para eso se ha sacrificado durante unos días la activista, que consigue lo que se había propuesto. Esto incluye, además, la consolidación como representante del llamado "pueblo saharaui" de una minoría relacionada con lo que queda del Frente Polisario. En su origen, el Polisario fue un grupo terrorista antiespañol, hoy vestigio de la Guerra Fría, al igual que el amigo Saramago y como todo el episodio del aeropuerto, que despide un inconfundible aroma a escenificación de cuando estaba vigente la política de bloques.

Por su parte, el Gobierno español ha dado pasto a sus apoyos más izquierdistas y más artísticos, los mismos que viven y se divierten en Marrakech –como siguen yendo a Cuba y antes a Rumanía– pero apoyan al "pueblo saharaui". El mismo Gobierno se ha rehecho un look radical al enarbolar otra vez el slogan de la autodeterminación. También ha acabado por aceptar el statu quo impuesto por Marruecos y se aplaza cualquier posible aplicación de las resoluciones de la ONU al antiguo Sahara español.

¿Hasta qué punto la activista saharaui y sus amigos, entre ellos el Gobierno socialista español, habían previsto este resultado? El futuro lo dirá. Aun así, resulta poco realista suponer que aspiraran a algo más ambicioso. En otras palabras, es probable que la publicidad en pro de la autodeterminación se haya pagado con la consolidación del statu quo.

Si esto es así, el primero que sale ganando es el régimen marroquí. Gana además la elite saharaui, que ahora, en nombre del momentáneo sufrimiento de una activista, exigirá sacrificios sin cuento a "los suyos". Y sale ganando el Gobierno socialista, que ha demostrado estar dispuesto a llegar hasta la humillación –véase el viaje a Washington del ministro Moratinos– en pro de una causa humanitaria, habiendo actualizado además su imagen progresista.

Salen perdiendo, como no podía ser de otro modo, los saharauis. Se les ha sacrificado a los intereses de sus supuestos representantes y, en nuestro país, a la imagen de quienes no pueden dejar de recurrir al tic antiespañol, que es para lo que sirvieron en su día el Frente Polisario y la "causa del pueblo saharaui".


Libertad Digital - Opinión

Causa justa. Por Ignacio Camacho

HA ganado ella. Sólo ella. Marruecos, España y el Polisario han intercambiado concesiones, alivios, renuncias y éxitos parciales, según los casos, pero Aminatu Haidar ha ganado de una forma lineal, manifiesta, transparente y rotunda su terminal desafío de dignidad. Jugó al límite, a una dialéctica descarnada y casi suicida, a una apuesta intransigente sin términos medios por su causa. Victoria o muerte. Y ha sido victoria.

La causa primera de Haidar no era el Sáhara, ni el Polisario, ni la autodeterminación, ni la política. Esas cuestiones estaban sin duda al fondo del conflicto planteado por su huelga de hambre, por la intransigencia marroquí, por la torpeza y la ambigüedad española, pero Aminatu se dispuso a morir por algo mucho más simple y primordial que todo eso. Su causa era la de un derecho elemental y prístino, arrebatado de forma arbitraria por una decisión injusta, ilegal, caprichosa y despótica. El derecho de volver a su tierra sin tener que pedir perdón a un rey medieval por un pecado de desobediencia que ni siquiera había cometido.


Ese derecho es el que motivó la corriente solidaria de simpatía general, al margen de ideologías y sectarismos, por su lucha a cuerpo limpio contra la red de cruzados intereses políticos y de pasteleros juegos diplomáticos que la había dejado como una paria en tierra de nadie. Su reto testarudo era un grito de rebeldía frente al conformismo, un acto supremo de autoexigencia y de decoro que la convirtió en heroína de la resistencia moral. Y que ha terminado en un éxito rotundo. Sin pedir perdón, sin humillarse.

El resto, sí, es política. Una política en la que todos han tenido que ceder: Marruecos, envainándose su rabioso gesto prohibicionista; España, admitiendo la soberanía marroquí sobre el Sáhara tras exigir la autodeterminación y reconociendo su vergonzosa complicidad en la deportación de la activista. Incluso el Polisario, que ha visto reverdecer su causa olvidada, ha sufrido al final el revés de un acuerdo hispanomarroquí propiciado por Estados Unidos y Francia. El desafío solitario de Aminatu Haidar ha involucrado a ministros, embajadores, presidentes, secretarios de Estado y hasta un monarca absoluto. Y a todos los ha doblegado a base de paciencia, sacrificio y coraje, como una Gandhi con hiyab respaldada por el sentido común de la justicia.

A ver qué dicen ahora los pragmáticos, acomodados posibilistas de la izquierda que le pedían a Haidar que desistiera, que depusiese su dignidad, que volviese a comer. Que ya había obtenido una atención suficiente para la demanda saharaui, que no molestase más al progresista Gobierno que había aceptado su expatriación infame. Pero Aminatu continuó porque su lucha era otra más primaria y noble, más íntegra y transparente. La rebelión contra un atropello moral, contra una indecencia humanitaria y contra una arbitrariedad política. Contra una injusticia.


ABC - Opinión

El bumerán del Sáhara golpea a Zapatero en la cabeza. Por Juan Carlos Escudier

Ya fuera por los dictados de la geopolítica, que obliga a la buena vecindad si uno quiere mantener limpio el patio trasero, por afear la conducta de Aznar, que el único viento que bebía por ese país era el duro de Levante, o porque a Felipe González le gusta bajarse al moro y Mohamed VI le trata como a un pachá, las relaciones con Marruecos experimentaron un giro copernicano desde el retorno del PSOE al poder en 2004. Para que no cupieran dudas, Moratinos advirtió en abril de ese mismo año en una entrevista a Le Figaro de cuáles eran las intenciones del nuevo Gobierno: “Es lamentable que se haya dejado crecer una crisis permanente con Marruecos. Nuestra prioridad va a ser establecer una relación privilegiada. Más que nunca, es necesario que haya una complicidad entre España y Marruecos, entre Francia, España y Marruecos y entre Francia, España, Marruecos y el Magreb”. ¿Y los saharauis? Tendrían que conformarse con que algunos de sus niños nos visitaran en verano para que pudieran contar en los campos de refugiados los misterios del aire acondicionado.

Hasta que esa testaruda de Aminatu Haidar vino a recordar a Zapatero que una cosa son los intereses nacionales y otra muy distinta la idea que de la justicia y la dignidad tiene la opinión pública, todo se había desarrollado según lo previsto. Había habido tensiones, como el viaje del Rey a Ceuta y Melilla o las avalanchas de inmigrantes en las sirgas tridimensionales de la frontera, pero la mano izquierda y la billetera habían sido suficientes para aliviarlas. Con Argelia, Túnez o Mauritania se guardaban las formas, pero la decisión de dar preferencia Marruecos no podía ocultarse. Ni una causa perdida como se entendía que era la del Sáhara Occidental ni algo tan etéreo como las violaciones constantes de los derechos humanos debían poner en riesgo los beneficios de una colaboración provechosa en el control del integrismo, la inmigración o el tráfico de drogas. No íbamos a poner peros a los gendarmes marroquíes, a los que además les vendíamos la porra y el resto de abalorios.

Con buen criterio en este caso, el Gobierno entendió que un Marruecos próspero sólo podía favorecernos. Un especialista en el Magreb como el economista Iñigo Moré tenía el asunto bien estudiado: “Si tu vecino es pobre no puedes enriquecerte comerciando con él (…) El fracaso de un vecino pobre se refleja en la vida cotidiana del país rico por muchas vías: un comercio escaso, migraciones masivas o conflcitos bélicos”, afirmaba en un reportaje de El Periódico de octubre de 2004. El PIB español, que en 1970 cuadruplicaba al marroquí, en 2008 lo multiplicaba casi por 19. Algo tan simple como que Marruecos y Argelia abrieran sus fronteras al comercio recíproco, generaría riqueza suficiente en ambos países para aumentar considerablemente sus importaciones a España y elevar en varias décimas la nuestra.

Responsabilidad como ex potencia colonial

Nada que objetar, por tanto, a la estrategia de favorecer el crecimiento de Marruecos y a facilitar su estatuto avanzado con la UE, por mucho que los productores de tomate hayan montado en cólera. Pero la buena vecindad y el trato comercial privilegiado no tendrían que haber derivado en el abandono de la posición tradicional española respecto al asunto del Sáhara. La responsabilidad como ex potencia colonial aconsejaba, al menos, mantener una postura coincidente con las resoluciones de Naciones Unidas, y no utilizar el contencioso como un apéndice de las relaciones bilaterales, de forma que un día se defiende la autodeterminación y al siguiente se acepta que el Sahara sea la provincia marroquí del sur, en función de si estamos de uñas con Mohamed o a partir un piñón.

La dejación de responsabilidades que supuso el vergonzante abandono de la colonia fue la causa de un conflicto armado de varios años y de la tragedia de todo un pueblo que, en su éxodo hacia los campos de refugiados, conservó como recuerdo el DNI que acreditaba su pasada condición de ciudadanos españoles. A partir de ese momento, Rabat se ocupó de abortar cualquier posibilidad de solución al conflicto, desde el Plan de Arreglo al Plan Baker II, con la connivencia ocasional de Naciones Unidas, uno de cuyos secretarios generales, Javier Pérez de Cuéllar, llegó a ser recompensado con un cargo en ONA, el conglomerado de empresas más importante de Marruecos.

A los saharauis les ampara la legalidad establecida por la propia carta de la ONU, que consagra la autodeterminación para los casos de descolonización, como es el del Sáhara Occidental. Argumentar como hace Marruecos que la renuncia de su soberanía sobre la zona desestabilizaría el regimen con consecuencias imprevisibles desde el punto de vista de la seguridad no deja de ser una excusa de mal pagador. Las perspectivas de futuro tampoco son halagüeñas. Imaginar un Marruecos democrático, un Sáhara independiente y un Magreb unido por lazos económicos y políticos similares a los de la Unión Europea no deja de ser un brindis al abrasador sol del desierto.

Un conflicto olvidado

La huelga de hambre de Aminatu Haidar ha servido para recuperar la memoria sobre un conflicto olvidado y para demostrar que los pretendidos avances en democracia y modernidad del reino alauita son poco más que eslóganes propagandísticos. Si algo ha conseguido la dureza del regimen con la activista ha sido aumentar su descrédito y volver a colocar la cuestión del Sahara en la agenda internacional.

Para que su propuesta de amplia autonomía para la región bajo soberanía marroquí fuera creíble debería de ir acompañada de gestos que demostrasen inequívocamente su voluntad de entendimiento. Torturar y encarcelar a quienes defienden la independencia del Sahara o portan su bandera e impedir el regreso de los refugiados no dice mucho a favor de esas buenas intenciones. ¿Qué mensaje transmite quien, tras mantener cuatro rondas de conversaciones en Austria con el Polisario, detiene a ocho de sus militantes que habían visitado Argel y los campos de Tinduf y les acusa de colaboración con el enemigo?

Haidar ya está en El Aaiún. Pocas horas antes de que Marruecos aceptara su regreso, Moratinos reconocía haber sido informado de su expulsión, por lo que sólo cabe interpretar que, ya sea por omisión o por acción, es cómplice de la arbitrariedad. Del inicial desprecio a la actitud de la saharaui, sólo la presión de la opinión pública permitió al Gobierno ser consciente del embrollo en el que se había metido. Intentó todo, desde ofrecer a Haidar el estatus de refugiado o la nacionalidad hasta colarla en Marruecos por la puerta de servicio. Finalmente, a regañadientes, pidió la ayuda de Francia y Estados Unidos, cuya mediación ha sido imprescindible para resolver el caso.

Tenemos un vecino que no nos considera interlocutor suficiente, pese a que le doramos la píldora y le colmamos de atenciones. No es casualidad que bajo la presidencia española de la UE vaya a celebrarse la primera cumbre UE-Marruecos. Sin embargo, nada parece bastante. En lo único que podemos confiar es en la permanente desconfianza de Mohamed VI y de su reino. Y con esa certeza deberíamos mirar al otro lado del Estrecho.


El confidencial - Opinión

Haidar: efectos políticos

Rabat obtiene el reconocimiento de Francia y España, pero desacredita la salida autonómica.

La comunidad internacional ha acogido con satisfacción el desenlace de la crisis que mantenía en el aeropuerto de Lanzarote a la activista saharaui de derechos humanos Aminetu Haidar. El alto número de comunicados oficiales emitidos desde diversas capitales de todo el mundo demuestra que Marruecos cometió un grave error político, además de un atropello contra los derechos humanos, en los que el papel de España ha quedado en entredicho por la actuación, aún confusamente explicada, del ministro Moratinos. Rabat sólo pareció tomar conciencia en los últimos días de que su indiferencia hacia la suerte de Haidar, en huelga de hambre durante un mes, iba traduciéndose en un progresivo descrédito de su posición sobre el Sáhara, y de ahí que haya aceptado finalmente el retorno de la activista.


A juzgar por los comunicados emitidos por los Gobiernos más activos en la búsqueda de una solución (Francia y Estados Unidos, además de España), Rabat ha querido revertir los efectos políticos de la crisis cuando empezaban a alcanzar proporciones inasumibles para sus intereses. De ahí que, en aras de una solución que evitase el fallecimiento de Haidar, los comunicados de los Gobiernos español y francés hayan accedido a hacer el elogio de un régimen que no lo merece en lo que respecta a este caso, y puede que tampoco en la marcha general de la democratización y el respeto a los derechos humanos. Los proyectos modernizadores de Mohamed VI parecen pertenecer más a los buenos propósitos del pasado que a una voluntad política actual, como lo prueban los retrocesos en la libertad de prensa y el endurecimiento de la represión contra los saharauis y el conjunto de la población.

España y Francia también han coincidido en realizar un equívoco reconocimiento sobre la aplicación del derecho marroquí en el territorio del Sáhara. Es obvio que se trata de una concesión política a Rabat para que accediese al retorno de Haidar. Pero no es seguro, desde el punto de vista de la legalidad internacional, que Marruecos pueda extender sin más su ordenamiento al Sáhara, un territorio del que tomó posesión en 1975 y que tiene pendiente el ejercicio de la autodeterminación. Y tampoco es enteramente cierto que, pese a todo, esté aplicando su ley, si es así como se quieren interpretar los comunicados de España y Francia: en este momento siguen existiendo normas específicas que restringen los derechos de los saharauis con respecto a los de los marroquíes.

La secretaria de Estado norteamericana, Hillary Clinton, ha hecho pública, por su parte, una declaración menos comprometida que las de Madrid y París, insistiendo en la vía autonomista como solución al problema del Sáhara. El mayor coste para Rabat de esta crisis es el descrédito de esa salida: para que resultara creíble serían necesarios avances inequívocos en la democratización del régimen. Exactamente lo contrario de cuanto estos días ha quedado al descubierto.


El País - Opinión

No son los toros, es la escalada de antiespañolismo

La propuesta para prohibir las corridas en Cataluña, pulso político más que debate social.

LA PROPUESTA de prohibir las corridas de toros que ha llegado al Parlamento catalán es una iniciativa con trampa. Por eso, cuando la Cámara aceptó ayer debatir en próximas sesiones sobre este punto y votar la posible supresión, cometió un grave error. Nada cabe objetar a quienes consideran que los espectáculos taurinos implican maltrato animal y, en consecuencia, solicitan su erradicación. Pero hasta los promotores de la iniciativa legal para que los toros sean proscritos, así como los diputados que la han apoyado por convencimiento, convendrán que defensores de los derechos de los animales los hay en toda España y en ningún otro lugar se ha llegado tan lejos. La explicación es clara: la legítima aspiración de los antitaurinos ha contado en Cataluña con un aliado de conveniencia que ha visto la ocasión para seguir marcando distancias con el resto de España. Seamos rigurosos; sin el decidido apoyo de los nacionalistas, el envite nunca hubiera prosperado. Eso quiere decir que no estamos tanto ante un debate social -que lo hay, y no hay que temer abordar-, como ante un nuevo pulso político que contamina de raíz la polémica. Si de verdad el interés de los nacionalistas fuera la defensa de los animales, bien podrían plantear una modificación de las corridas para preservar el festejo evitando que muriera el toro, como sucede por ejemplo en Portugal. O añadirían en su empeño otras actividades como la caza, la pesca, el embuchamiento de ocas... Su objetivo es otro. No es casualidad que en las manifestaciones antitaurinas en Cataluña predominen las banderas independentistas, como no lo son tampoco las agresiones que el símbolo del toro, en tanto que emblema de lo español, ha sufrido reiteradamente en esa comunidad.


Resulta muy elocuente que las direcciones del PSC y de CiU dieran ayer libertad de voto a sus diputados, la que no se les ha concedido cuando se ha abordado en el Congreso un asunto infinitamente más sensible y personal como el de la regulación del aborto. Ver ayer a los parlamentarios escondiendo el signo de su voto en los escaños dice muy poco a favor de su compromiso con los ciudadanos que les han votado. No se escondieron los de ERC e Iniciativa, empeñados en extirpar cualquier lazo cultural compartido con España y que lanzan un guiño a sus votantes al poner contra las cuerdas a la fiesta nacional.

En su discurso, los nacionalistas arremeten contra los toros con dos argumentos básicos: dicen que es un signo de barbarie e incultura y que se trata de un espectáculo ajeno a la civilizada Cataluña. Sobre lo primero, baste decir que sociedades más cultas y con mayor tradición democrática como la francesa no se plantean la supresión de los toros. Sin ir más lejos, esta misma semana Luis Francisco Esplá hablaba a los estudiantes en la Universidad de la Sorbona. Es imposible resumir aquí todo lo que de manifestación cultural tiene el mundo de los toros, todo lo que ha contribuido a otras artes y la miríada de intelectuales que a él se ha adherido históricamente. Sobre lo segundo, por mucho que se quiera retorcer la realidad, nadie puede negar que sólo la ciudad de Barcelona ha llegado a tener tres plazas abiertas para satisfacción de los miles de aficionados de Cataluña.

Pero el debate va incluso más allá, porque estamos también, y sobre todo, ante una cuestión de libertad. El problema en Cataluña es que, cuando hay un conflicto de derechos, para la clase política pesa más lo identitario. Surge entonces el espíritu censor, el mismo que ha inspirado otras prohibiciones escandalosas, como la de que el castellano pueda ser lengua vehicular en la enseñanza, que los niños puedan hablarlo en el recreo o que los comerciantes lo usen en sus rótulos. Cataluña está a un paso de prohibir los toros arrastrada por un nacionalismo que mantiene firme su escalada de antiespañolismo, en buena medida por culpa de un PSC acomplejado que ha atizado un fuego que no deja de arder. Ojalá no llegue tarde la advertencia de su diputado David Pérez en el Parlament, que ayer dijo que se está imponiendo la tesis según la cual si te gustan los toros, te gusta Loquillo y no eres del Barça, «no eres catalán».


El Mundo - Editorial

Zapatero, con Marruecos y contra Haidar

Lo más grave del asunto no es que el Gobierno de España haya mostrado una pavorosa debilidad ante una dictadura, sino que haya sido el cooperador necesario de esa dictadura. No estuvimos en el lado de las democracias, sino en el de las autocracias.

Después de más de un mes secuestrada en suelo español y tras una huelga de hambre que la obligó a ser hospitalizada, la activista saharaui Aminatu Haidar regresó ayer a el Aaiún en un avión militar.


Por supuesto, el Gobierno incluso ha pretendido apuntarse el tanto con una de las gestiones más desastrosas que pueda exhibir en su política internacional (que ya es decir). Primero, como incluso el propio Moratinos ha reconocido, colaboraron con las autoridades marroquíes en cometer un acto ilegal, ilegítimo e inmoral como es deportar a Haidar de su país y negarle la entrada. Más tarde, Zapatero, haciendo de su capa pacifista un sayo promarroquí, colocó el "interés general" de sus relaciones como la monarquía alauí por encima del respeto a los derechos humanos de Haidar. Y por último, el Gobierno incluso se dejó vilipendiar y amenazar por la autocracia marroquí para el caso de que pretendiera simplemente cumplir con la ilegalidad internacional.


Zapatero y todo su equipo han demostrado durante esta crisis muy poca firmeza en su defensa de las libertades individuales de Haidar en particular y de los saharauis en general. El desconcierto con el que se gestionaba el asunto y el trato muchas veces despreciativo que se ofreció a Haidar muestran a las claras una absoluta incapacidad, una preocupante falta de influencia de nuestra política exterior –nada de que sorprendernos con Moratinos como jefe de la Diplomacia– y un nulo compromiso con los derechos humanos; nulo compromiso que de nuevo intentó enmascarar De la Vega con su clamoroso silencio durante la rueda de prensa posterior al Consejo de Ministros ante la pregunta de si se respetaban las libertades más básicas en el régimen marroquí.

De hecho, ha tenido que ser el presidente francés Nicolás Sarkozy el que una vez más le haya sacado a Zapatero las castañas del fuego y haya conseguido que Haidar pueda regresar junto a su familia a el Aaiún. Al presidente galo le ha bastado con ofrecerle un acuerdo en materia agraria como contraprestación para que Marruecos transigiera a sus pretensiones.

Ante la inacción y la torpeza de la diplomacia española, la europea ha recurrido a esa táctica política tan poco recomendable como es la de comprar el respeto a los derechos humanos de las dictaduras mediante todo tipo de concesiones económicas. Dicho de otra manera, se premia a las autocracias para que utilicen la represión como baza negociadora con las supuestamente sensibles democracias occidentales.

Sin embargo, como decimos, este obsceno cambalache no habría sucedido si desde un comienzo el Gobierno español se hubiese negado a participar con Marruecos en el secuestro de Haidar, esto es, si hubiese antepuesto la defensa de los derechos humanos a sus genuflexiones ante Mohamed VI.

Lo más grave del asunto no es que el Gobierno de España haya mostrado una pavorosa debilidad ante una dictadura, sino que haya sido el cooperador necesario de esa dictadura. No estuvimos en el lado de las democracias, sino en el de las autocracias. Todo lo que vino después del secuestro de Haidar fue, no un sincero pero torpe intento de rectificación, sino un ejercicio de improvisación ante la indignación que este hecho generó entre la opinión pública.

Desde luego, si Haidar ha vuelto a su casa ha sido no gracias, sino a pesar de nuestro Gobierno. Y la propia Haidar lo sabe. Mala perspectiva para los ciudadanos españoles que seguimos sometidos a la iniciativa legislativa de un Ejecutivo tan descreído en los derechos individuales.


Libertad Digital - Editorial

Torre-cumbre de Babel en Copenhague. Por José Javaloyes

Al recalentado aire de esta Cumbre del Clima, orlada con banderas de una nueva revolución, se ha podido avizorar el riesgo, por no decir el peligro, de que se construyera en Copenhague otra Torre de Babel. No es para menos, al establecerse la previsión de un diluvio de calor planetario del que resucitara aquella Groenlandia, genuinamente verde; con los hielos fundidos, como la del Siglo XII. En la que floreció la vid y, por poco, no lo hizo también el limonero.

Los descendientes de los mismos europeos del Norte que colonizaron dominios del oso blanco (al socaire de aquel calentón multisecular, con fusión de los hielos, que elevó el nivel de los mares y permitió a los otros vikingos remontar los ríos de la Europa del Sur), encontrarían después la muerte por el hambre y por el frío, centurias después, al sobrevenir la llamada Pequeña Glaciación. Un disparado enfriamiento que mediado el XVII cerró el Atlántico Norte a las navegaciones.


Nada tuvieron que ver aquellos procesos, de calentamiento y enfriamiento de las temperaturas en nuestro planeta, en el cómo trataron el medio natural las gentes de entonces. Desde Europa hasta China - dice F. Braudel- (Civilización material, economía y capitalismo, Alianza Editorial, 1984) se compartieron los rendimientos al alza y a la baja, respectivamente, de la agricultura y la ganadería. Traduciéndose en crecimientos y retrocesos de la población.

Los cambios climáticos aquellos fueron ajenos a la actividad del hombre. Ninguna combustión masiva de carbón o petróleo causó el ascenso de las temperaturas en la Edad Media. Tampoco cupo atribuir al hombre el posterior rebote polar de los fríos, bien adentrado el XVII. Tiempo en que la plata de América no llega a su tiempo por los endurecidos temporales atlánticos. Los Tercios no cobran su soldada y se pierde la batalla de Rocroy.

Desde esa punta mayor del frío en los tiempos modernos se inicia una lenta y constante recuperación de las temperaturas. Siguió el ascenso hasta la pasada centuria y continúa ahora, según progresiones que se discuten. Visto el juego de los precedentes históricos, atribuir el calentamiento al proceso de industrialización, al hombre, cabría admitirlo como hipótesis; pero habrá que rechazarlo como tesis irrefutable.

Imputar al hombre la causa del cambio climático no es cuestión académica por los miles de millones que se ventilan. Será lo razonable apuntarse a la idea de que el riesgo de ese cambio existe, y asegurarse frente a ese riesgo tiene un coste; aunque no medie la evidencia de si la mutación, el cambio, será a más calor como al comienzo de la Edad Media; o a más frío, igual que en el siglo XVII. Pero si razonable es asegurarse, necesario es también que el precio de la prima no supere el valor de la cosa asegurada.

Quienes no están por la hipótesis de que sean los gases emitidos a la atmósfera -no sólo el CO2, también la combinación de éste con otros, especialmente el metano- la causa del cambio climático, sino en la prueba -por las sondas espaciales- de que el ascenso térmico afecta al entero sistema solar, acaso por la dinámica de las manchas solares, en la que se incluye la probabilidad de que en unos 20 años tengamos nuevo ciclo frío; quienes por eso son tildados sin más de «negacionistas», forman una minoría de científicos silenciados y un conjunto de minorías resistentes a las trapisondas y las manipulaciones de las muchas tribus adversas a la libertad económica y reticentes a la libertad política, de las cuales no son las relevantes esas que alborotan por la capital de Dinamarca.

La doctrina al uso - cuyos dogmas se ofician en la Cumbre de Copenhague, como antes en Kyoto- expresa el clima de la Tierra como una gráfica que resulta, en lo principal, de lo que los humanos hacemos con nuestro planeta, yendo mucho más allá en sus conclusiones «antropogénicas», de lo que corresponde al daño ambiental en su conjunto. Pero el clima, como resulta históricamente documentado, depende de variables cuya existencia parece como si se quisiera eludir y ocultar. Aparte de la acción del hombre, modificando con su actividad el equilibrio ambiental hasta límites críticos, y de la función determinante de nuestra estrella a través de la actividad de las manchas solares, la Tierra tiene también su propio discurso sobre la realidad de los cambios climáticos.

Para el ecologismo militante y la estructura del negocio, no parece existir tampoco la actividad volcánica. Hay sin embargo ejemplos ilustradores, como los que reúne la «Historia mundial de los desastres» de John Withington (Editorial Turner, primera edición en español, mayo de 2009). Acaso el más elocuente de todos, el del volcán que engendró en Sumatra el lago Toba, hace unos 74.000 años. Una erupción de diez días, eyectó a la atmósfera mil cien kilómetros cúbicos de piedras y cenizas que cegaron la luz del sol durante seis años y provocó un diluvio de precipitaciones ácidas causante de la muerte de plantas y animales, y reduciendo a 10.000 individuos el millón de humanos que poblaban entonces la Tierra. La temperatura cayó a los cinco grados y se entró en el umbral de la última glaciación. Paradójicamente, el fuego volcánico engendró el frío. Pero si aquel volcán estuvo a punto de borrar la Humanidad, otro volcán isleño, el de Laki, en Islandia, a últimos del siglo XVIII, en 1783, con sus emanaciones de 120 millones de toneladas de dióxido de azufre, causó la muerte a unos 250.000 europeos y dejó sin verano la costa Este de América del Norte. Sólo 32 años después, en 1815, otra vez en Indonesia, el volcán Tambora afectó también a la climatología mundial, tras una explosión cuatro veces superior a la del Krakatoa, eyectando a la atmósfera 1,7 millones de toneladas de cenizas y piedras de fuego y rebajando tres grados la temperatura media del planeta. En 1967 el Tambora volvió a pulsar, aunque levemente; sólo como recordatorio de que está vivo. Como el referido Krakatoa: estalló en 1883 con una explosión equivalente a la de 1.000 bombas atómicas. Desapareció el propio volcán, aunque reapareció en 1928; y en 2000, ya se había levantado 400 metros sobre el nivel del mar.

Además de la evidencia de que las manchas solares también aportan en sus ciclos caídas de las temperaturas dentro de nuestro sistema planetario, ¿qué margen de probabilidad se reserva a los volcanes como agentes de enfriamiento atmosférico por la emisión de cenizas más allá de la atmósfera? ¿No hay fórmulas mejores, por más económicas, de preservar el medio ambiente que los ingentes dispendios, perturbadores del crecimiento económico, destinados a combatir la emisión de CO2, mientras al mismo tiempo se hacen ascos a la energía nuclear, o simplemente se la prohíbe? La Cumbre de Copenhague, como la Torre de Babel, viene siendo un monumento a la confusión de las lenguas, las evidencias y los propósitos.


ABC - Opinión