martes, 5 de enero de 2010

Feijóo, un viaje de vuelta. Por Cristina Losada

La montaña parió un ratón. Un ratón complejo y, sobre todo, acomplejado. Aunque su pequeñez no lo ha salvado ni salvará del estallido histérico de la inquisición lingüística.

Núñez Feijóo asumió en su día una gran responsabilidad. Tanto en campaña como tras alzarse con el Gobierno autónomico, prometió libertad de elección entre las dos lenguas oficiales en la enseñanza. Con límites, eso sí. La posibilidad de escoger idioma, siquiera en parte, no se había dado nunca en las regiones bilingües. El modelo vasco fue pervertido por el nacionalismo hasta que nada quedó. Fue la suya, por ello, una apuesta fuerte, de esas que marcan, como suele decirse, un antes y un después. De ahí que si hubiera que examinarla a la luz del opúsculo satírico El arte de la mentira política, del Dr. Arbuthnot, amigo de Jonathan Swift, tendría su lugar entre las que "anuncian prodigios". Pues prodigio sería, al fin y al cabo, que tal libertad se instaurara en España.


A la vista de sus Bases para a elaboración do decreto do plurilingüismo no ensino no universitario de Galicia, hay que decir que es un título largo para un cumplimiento tan corto de los compromisos que adquirió. En el punto 13 de su "contrato con los ciudadanos" se puede leer: "Debe garantizarse la libertad para escoger lengua en todos los ámbitos". La hemeroteca guarda los detalles de cómo pensaba aplicar ese desiderátum. Baste recordar que ofreció la elección de idioma en las asignaturas troncales. La noche antes de tomar las uvas, presentó un borrador que reduce la capacidad de elegir a una o dos materias. Sólo ha mantenido su palabra en un punto: los alumnos podrán usar la lengua oficial de su preferencia en clase y en los exámenes. La montaña parió un ratón. Un ratón complejo y, sobre todo, acomplejado. Aunque su pequeñez no lo ha salvado ni salvará del estallido histérico de la inquisición lingüística.

No era difícil de cumplir. Así lo demostró Galicia Bilingüe con una propuesta equilibrada que combinaba la elección con horas lectivas en la otra lengua. Pero Feijóo ha decidido volver por dónde el PP gallego solía. Hizo ver que rectificaría el rumbo adoptado en la época de Fraga, al que, por cierto, nada opuso la Génova de Aznar, para regresar después a los viejos malos hábitos con una corrección mínima. Más le habría valido ahorrarse ese viaje de retorno y, con él, la indignada decepción de quienes confiaron en sus promesas. La invención de prodigios está al alcance de cualquier Zapatero.


Libertad Digital - Opinión

Empezar con mal pie

LA presidencia española de la Unión Europea empieza con mal pie. El entusiasmo procubano de Miguel Ángel Moratinos suscita lógicos recelos en algunos países, haciendo imposible la unanimidad comunitaria para suprimir la «posición común» ante el régimen de los Castro. Incluso desde la Moncloa han tenido que frenar el ímpetu de Exteriores, porque Rodríguez Zapatero no parece dispuesto a que las maniobras del ministro dificulten las relaciones con Alemania o los apoyos necesarios en otros asuntos. Cuba es una dictadura implacable sustentada por una ideología totalitaria y es absurdo mantener hacia ese régimen una actitud débil y comprensiva, que sólo sirve para reforzar la represión contra los disidentes y para alejar la inevitable transición hacia la democracia en la isla. Muestra de ello es también la nueva bofetada que el régimen castrista ha propinado al Gobierno y al PSOE al impedir la entrada en Cuba del eurodiputado socialista Luis Yáñez. De poco o nada sirve mantener una actitud condescendiente, y hasta humillada, con un régimen como el cubano. Pero el Ejecutivo continúa sin aprender la lección y, lo que es peor, quedando en evidencia ante toda la UE.

A mayor abundamiento, se anuncia para hoy una reunión de «sabios» -más bien veteranos, como Felipe González, Jaques Delors e incluso Pedro Solbes- con el presidente de turno de la Unión. El pretexto es la puesta en marcha de un grupo que aporte ideas para el presente y el futuro, lo cual -si fuera necesario- tendría que haberse planteado hace tiempo para que pudieran servir de algo a la presidencia española. Por tanto, una vez más la única pretensión es reforzar la deteriorada imagen del líder del PSOE, que pretende contrarrestar las malas encuestas a base de fotos y maquillaje. Y para completar un mal día en el terreno de la imagen europeísta que se intenta cultivar desde la Moncloa -por ahora con enorme torpeza, por cierto-, ayer se produjo también un boicot a la página web oficial cuando unos «piratas» informáticos crearon una página similar con la imagen de un famoso actor cómico en sustitución de Zapatero, alentando así en internet mofas contra el presidente del Gobierno. Si el Ejecutivo quiere que esta presidencia sea realmente útil para España y para los 27, tiene que trabajar a fondo, con objetivos concretos y acciones eficaces. De lo contrario, nadie se tomará en serio las sonrisas y los abrazos que el presidente está dispuesto a prodigar, vengan o no vengan a cuento.

ABC - Editorial

Zapatero, principal obstáculo para la recuperación

Zapatero y sus hordas de pródigos ministros, por haberse gastado 230.000 euros por minuto durante el ejercicio pasado, no sólo han lastrado la riqueza de las generaciones futuras, sino que han apuntalado la crisis y retrasado la recuperación.

Suele decirse que las crisis son épocas de oportunidades para aquellos ciudadanos y sociedades que se adapten a los nuevos tiempos. En realidad, la expresión no es del todo exacta. La crisis son períodos en los que las economías deben ajustar sus excesos pasados derivados de la inflación crediticia que impulsaron los bancos centrales. No representan oportunidades, sino una imprescindible catarsis que hay que realizar para volver a crecer de manera sostenible.


El ajuste que necesita una economía que ha entrado en crisis abarca múltiples facetas, pero pueden resumirse en dos: reequilibrio de los precios relativos de los factores de producción y reequilibrio de las diferencias entre ahorro e inversión. Al fin y al cabo, el sistema bancario provocó durante la época del boom que el crédito barato empujara la inversión muy por encima del volumen de ahorros reales y que algunos precios (por ejemplo los de la vivienda) se incrementaran desproporcionadamente y falsearan la rentabilidad de sectores enteros (como el de la construcción). Mientras esos dos ajustes no se lleven a cabo, la economía se encontrará prostrada y paralizada esperando que llegue la requerida liquidación.

Los agentes privados –las familias, las empresas y los bancos– tienen poderosos incentivos para realizar todos estos cambios, esto es, para incrementar sus ahorros hasta niveles compatibles con la inversión y para reducir los precios inflados hasta cifras compatibles con la realidad.

El problema es que los Estados intervencionistas tienen incentivos precisamente para lo contrario: sólo es necesario ver cómo Zapatero está retrasando la reforma laboral para no reducir los costes laborales ("derechos sociales", lo llama) y cómo ayuda a bancos, a los promotores y a las constructoras para contener la caída de los precios de la vivienda.

Claro que para lograr sostener todo este entramado de precios artificialmente altos, las Administraciones Públicas tienen que incurrir en un gasto y en un endeudamiento de tal calibre que en la práctica hacen imposible también corregir el otro desajuste: el fuerte desequilibrio entre el ahorro y la inversión.

Basta con observar las preocupantes cifras que conocimos ayer sobre la contabilidad de nuestras familias, empresas, entidades de crédito y administraciones públicas para darnos cuenta del precipicio por el que el Gobierno está arrojando a la sociedad española. Mientras el sector privado ha realizado un fortísimo ajuste en los últimos años que prácticamente viene a eliminar toda la enorme diferencia que existía entre nuestro ahorro y nuestra inversión interna, un manirroto sector público ha venido a emponzoñar la situación.

Las familias incrementaron su ahorro neto hasta los casi 9.500 millones de euros en el tercer trimestre de 2009 frente al desahorro de 4.550 en 2008 o de 15.600 de 2007. Por su parte, las empresas redujeron sus necesidades de financiación desde los 21.800 millones de euros en 2008 a apenas 5.200. Y, finalmente, las entidades financieras como los bancos o las cajas mantuvieron un aceptable ahorro neto de casi 4.500 millones de euros. Sólo las Administraciones Públicas optaron por no apretarse el cinturón y comenzar a despilfarrar el escaso ahorro que tras varios años los españoles han comenzado a acumular.

Así, entre julio y septiembre la deuda del sector público aumentó en casi 18.000 millones de euros frente al déficit de 3.000 millones que exhibieron en el mismo período de 2008 o al superávit de 20.000 millones de 2007.

En otras palabras, es esencialmente por culpa del Gobierno por lo que el conjunto de la sociedad española ha incrementad su endeudamiento en más de 9.000 millones durante el tercer trimestre de 2009 en lugar de haberlo reducido en 9.000, tal y como habría sucedido si el Ejecutivo se hubiese mantenido en el muy sano equilibrio presupuestario.

El resultado, pues, es que Zapatero y sus hordas de pródigos ministros, por haberse gastado 230.000 euros por minuto durante el ejercicio pasado, no sólo han lastrado la riqueza de las generaciones futuras, sino que han apuntalado la crisis y retrasado la recuperación. Sin los pertinentes ajustes, España nunca saldrá de la crisis y hoy el principal obstáculo para que esos ajustes se produzcan es sin lugar a dudas Rodríguez Zapatero.


Libertad Digital - Editorial

¡Qué década!. Por José María Carrascal

PARECE que fue ayer cuando brindábamos por la llegada del nuevo siglo, y ya hemos dejado atrás su primera década. Una década de infarto, con sorpresa tras sorpresa, la mayoría desagradables. Como en esos cuentos de Chejov en los que todo sale al revés de lo previsto por los personajes, llegamos a 2010 con un mundo totalmente distinto al que nos habíamos imaginado. Un mundo más pobre, más dividido, más peligroso. Nada de extraño que la idea latente en los balances obligatorios de estos días venga a decir: «Contra la Unión Soviética vivíamos mejor».

Terminó el siglo XX en el clima de euforia creado por la victoria del Oeste en la Guerra Fría. Llegó incluso a proclamarse «el fin de la historia», eslogan tan atractivo como falso, con el que un norteamericano de origen japonés proclamaba a todos los vientos que los dos grandes problemas de la humanidad -el político y el económico- se habían resuelto para siempre con la aceptación universal de la democracia y del mercado. La una nos garantizaba la paz eterna. El otro, el crecimiento ininterrumpido. Con lo que se acababan las guerras y la miseria. La historia iba a hacerse tan aburrida que ni siquiera merecería la pena reseñarse.

Pronto nos despertaron de ese sueño, ¡y de qué forma! El atentado contra las Torres Gemelas de Nueva York, el 11 de septiembre de 2001, nos advirtió que habíamos hecho las cuentas de la lechera a escala universal. Podíamos haber derrotado al comunismo y ganado el pulso al gigante soviético. Pero surgía un enemigo mucho más amplio, granítico y peligroso, pues usaba nuestros aviones como misiles, haciendo inútiles nuestros sistemas defensivos. El fundamentalismo islámico nos había declarado la guerra e inflingido la primera derrota en casa.

Posiblemente el primer error fue considerar el fundamentalismo islámico como un enemigo a batir militarmente. Confundir a Saddam Hussein con Osama Bin Laden, cuando eran muy distintos. Bin Laden personifica el islamismo antioccidental. Sadam era un dictador brutal, interesado sólo en el poder, que metía en la cárcel a quien se lo disputase, clérigos incluidos. Podía derrotársele, y de hecho se hizo. Pero al precio de convertir Irak en una olla de extremistas y en un rompecabezas aún no resuelto, por lo que conviene dejar que se la rompan entre sí, antes de que nos rompan la nuestra.

Lo de Afganistán fue aún peor. Es verdad que Bin Laden lo tomó como refugio. Pero no es menos cierto que aquel país ha resistido todo tipo de invasiones. Puede ocupársele, pueden ensayarse todas las estrategias políticas y militares, pueden gastarse allí miles de millones de dólares, pero lo único cierto tras ocho años de combatir aquella guerra, es que el Oeste no la está ganando, sino más bien perdiendo.

Todo, como les decía, por confundir el fundamentalismo islámico con el comunismo y por querer aplicar al nuevo desafío la estrategia de la Guerra Fría. El comunismo, a fin de cuentas, es una invención occidental, una utopía de la filosofía idealista alemana, un producto del capitalismo inglés, al que quiere librar de sus lacras. Sus fundadores, Marx y Engels, no hicieron más que recoger la tradición platónico-judeo-cristiana, empeñada en hacer a todos los hombres iguales y establecer la República perfecta. Quiero decir que, por conocernos y coincidir en ciertas normas, la batalla era menos cruenta, y la victoria, más fácil.

El fundamentalismo islámico es completamente distinto. De entrada, como ala radical de una religión, rechaza cualquier pacto. Pero es que incluso con el islamismo en general, es muy difícil pactar. Se trata de otra civilización, no ya distinta, sino opuesta a la nuestra. Sólo a un hombre con tan poca cultura como nuestro presidente podía ocurrírsele lo de la «Alianza de Civilizaciones». Las civilizaciones son formas de vida y escalas de valores, que cuando entran en contacto chocan como galaxias, imponiéndose la más fuerte a la más débil. Ha ocurrido y ocurrirá siempre. Pueden convivir, pero siempre con una superior a la otra. Aliarse, en cambio, nunca, al ser enemigas naturales.

Hoy, el islamismo se siente amenazado donde nunca se había sentido desde las Cruzadas: en su propio terreno. El intento de Bush de «llevar la democracia a Irak» y, luego, a Afganistán, era un jaque mate al islamismo, al atentar nuestra democracia contra una serie de principios suyos, tanto en el terreno estatal, como en el familiar, como en el individual. De pasarse ambos países al «bando occidental», el islamismo empezaría a resquebrajarse. Únanse los millones de musulmanes que viven hoy en Europa y Estados Unidos, expuestos a las tentaciones que ofrece el estilo de vida occidental, y se tendrá la furiosa respuesta de sus fundamentalistas. Una respuesta en la que usan el arma de los débiles en toda confrontación con los más fuertes: el terrorismo. Contra el que Occidente no ha encontrado aún la forma eficaz de defenderse.

Por si ello fuera poco, el segundo de los pilares en que se basaban nuestras optimistas previsiones también se ha desplomado. El mercado, en vez de ser la fórmula para el enriquecimiento ininterrumpido de naciones e individuos, se convirtió en promotor de su ruina, al dejársele sin freno ni control. La crisis económica, el crash de 2008, fue producto de un mercado desbocado, que convirtió la bolsa en un casino, las entidades financieras, en vendedoras de décimos falsos de lotería, las agencias de calificación, en cómplices del engaño y los gobiernos, en espectadores de una estafa a escala global. Movido todo por la codicia humana, que no tiene límites y ciega mentes. Todo el mundo quería hacerse rico en poco tiempo, y aunque algunos lo consiguieron, la inmensa mayoría perdió proporcionalmente a su avidez. Ha sido una tremenda lección para todos, gobiernos, instituciones financieras, ciudadanos en general, que nos ha recordado algo tan viejo como que en este mundo no se atan los perros con longanizas.

¿Hemos aprendido la lección? Aunque parezca mentira, no del todo. La primera consecuencia de lo ocurrido debería de ser que el mercado necesita controles más estrictos de los que tenía. Pero incluso después del batacazo hay quien se resiste a ellos. Siendo como son imprescindibles para su buen funcionamiento.

Pues la alternativa, pasar a una economía dirigida por el Estado, es aún peor, vista la casi total ineficacia de tales experimentos. Las últimas elecciones europeas muestran que los pueblos siguen confiando más en la derecha que en la izquierda para salir de la crisis, pese a ser aquélla la culpable de la misma. Y es que si la democracia es la menos mala de los sistemas políticos, el mercado es el menos malo de los sistemas económicos. Ahora bien, que nadie se engañe: para salir del foso en que hemos caído, para absorber las enormes pérdidas acumuladas, para recuperar los niveles en que vivíamos antes del tsumani financiero, van a necesitarse bastantes años, y aún así, nada volverá a ser lo que era. Los países que hayan hecho sus deberes subirán, y los que no los han hecho retrocederán. Mucho me temo que el nuestro esté entre los segundos. Pero éste es un análisis global de la situación y de analizar sus distintas partes, perderíamos la perspectiva. Tiempo tendremos de hablar de España.

La primera y casi única conclusión que sacamos de él es que el siglo que empieza está resultando muy distinto al que habíamos imaginado. No sólo hay nuevos actores en escena. También los problemas son distintos, lo que nos obliga a buscar nuevas soluciones. Si las hay. Así que mi único deseo es que el siglo XXI no haga bueno al XX.

Para lo que tampoco debería de necesitarse demasiado.


ABC - Opinión

Mr. Bean se cuela en la web oficial de la presidencia española

Una imagen del mismísimo Mr. Bean se asomó ayer a la página oficial de la presidencia española de la UE («www.eu2010.es») para saludar con un coloquial «Hi there!» que lo mismo puede significar «hola a todos» o «¿qué tal?». Pero no se trataba de un «fichaje» de última hora de Moncloa para dar más lustre a la presidencia española de la Unión Europea, ni siquiera de eso tan sano como es reírse de uno mismo y bromear con el parecido que el cómico británico Rowan Atkinson tiene con José Luis Rodríguez Zapatero, sobre todo cuando arquea mucho las cejas y desorbita los ojos. Era lo que en principio parecía el ataque de un «hacker» que había puesto de manifiesto la vulnerabilidad de una página que va a costar casi 12 millones de euros en mantenimiento y seguridad a lo largo de los seis meses de presidencia.

Anoche, sin embargo, Moncloa informaba de que «el supuesto ataque ha consistido en que se ha empleado una captura de una página de búsqueda del sitio para hacer un fotomontaje al que se ha asignado una dirección (url o enlace) que luego se ha distribuido en Internet, a través de redes sociales y blogs».

Para Moncloa, el revoltoso ha aprovechado «una vulnerabilidad del código fuente denominada XSS (cross site scripting) dirigida a los usuarios de la web y no a la web en sí misma. Este tipo de ataques, para resultar efectivos, deben combinarse con alguna técnica adicional que engañe al usuario de la web para que pinche en un enlace modificado malintencionadamente, por ejemplo, con ingeniería social». Pues eso. Todo está ya clarísimo. O no...


ABC