jueves, 7 de enero de 2010

Una foto que retrata a civiles y militares . Por Federico Jiménez Losantos

Desde que en el Parlamento se lee y los mítines se dan para el Telediario, los discursos políticos nos dicen poco, y eso las pocas veces que nos dicen algo. Para compensar, hemos de fijarnos en el “lenguaje no verbal” que hace décadas estudiara Flora Lewis y que ahora han divulgado las series de crímenes y bioquímica que nos mandan los USA. Esta foto de la Pascua Militar es una joya, casi un joyero de revelaciones sobre algunas de las instituciones básicas que, contra lo que permitirían suponer sus cargos, sueldos y juramentos, están liquidando aceleradamente España, tanto la nación como el Estado.

En primer lugar, el anfitrión, o sea, el Rey, no está. Y tras su penoso discurso de Nochebuena, casi mejor que no esté.. Así no se crean falsas expectativas y no se envaran los invitados, aunque está claro algunos vienen ya envarados de casa. Pero como el Jefe del Estado ha brillado por su ausencia en todo el proceso españicida, que siga ausente y a lo suyo, que, por desgracia, hace mucho tiempo que no es lo nuestro. Al contrario.


Pero vayamos a la foto y empecemos, como es lógico, por la Izquierda. Rubalcaba, eslabón nunca perdido del felipismo, el polanquismo y el zapaterismo sigue encarnando un gobierno que no cumple, gestiona adecuadamente ni llena el cargo. El cuello del chaqué se le va para atrás, como si no fuera suyo o sólo pudiera serlo con cuatro kilos más. Y a falta de esa talla menos, el cuello se le adelanta en un gesto mitad de afecto mitad de buitre, levemente inquietante como a él le gusta parecer, pero que en realidad sólo manifiesta lo evidente: que la responsabilidad le viene grande.

El centro de la foto lo ocupa el Poder, distinto de la rama civil o militar de la Cúpula del Estado. Chacón no es la ministra de Defensa de España sino la ministra de Cataluña en España por deferencia del PSC. Ha ensanchado caderas, y a sus anchas se siente con pantalones, porque no me la imagino abriendo así el compás con falda. Pero mujereando, sintiéndose alta y guapa, se hombrea con los dos varones que la escoltan, atienden y obsequian. Y el gesto es de mando en plaza y aun en plazas: Barcelona y Madrid. Es el suyo un poder real pero brumoso, indudable pero impreciso, amenazante por ilimitado. La única nota discordante en tanta facundia es la que parece amputación de pies o desaparición del contacto con el suelo. Porque zapatos, lo que se dice zapatos, no lleva. Alzas, coturnos o leticios, sí, porque está como encaramada a sí misma, pero como el nacionalismo catalán o el zapaterismo de los que es emblema, no toca “de peus a terra”. Es como un globo que no se sabe si se posa o se eleva y se va. Adiós, adiós.

Pero la postura más elocuente es la del JEMAD, o sea, el jefe técnico o mecánico de los ejércitos españoles, viva imagen de la nación a punto de venirse abajo. ¿Ante qué se inclina don Julio Rodríguez? ¿Ante el Gobierno representado por Rubalcaba? ¿Ante el Poder representado por Chacón? ¿Ante la endecha del Gobierno al Poder, con el que se identifica a medias, como si sus pies juntaran lo que la Ministra separa? ¿Ante el peso histórico de la representación de los ejércitos españoles, tan venidos a menos? ¿Ante la comprometida situación de un estamento, el militar, que tiene como misión última la de garantizar la unidad de España por mandato constitucional y que se reconcome en su impotencia? El gesto es de sumisión clerical, de cura con ambición de obispo o de fraile misionero a punto de que le subvencionen la ONG, razón última de tanta obsequiosidad. Aunque el gesto recuerde a Fernán Gómez adulando al jefe de cualquier cosa, no tiene nada que ver con “Balarrasa”, aquella película de los 40 en la que el golferío civil y la briosa beatitud eclesial se citaban en el más allá de todos los escalafones Este mílite no parece haber roto nunca un plato. Pero, por si acaso, se asoma al suelo para comprobarlo. Este hombre no tiene Poder ni poder, ya no puede ascender más y no podría ser más acicaladamente sumiso. Pero, en su interior, sabe que su uniforme despertará siempre recelo en la Izquierda, por lo que todo mimo siempre será poco. No sabemos lo que le pasa de lumbago para abajo, pero manos tan juntas no veíamos desde la Primera Comunión. De lumbago para arriba, un pálido rubor, un obsecuente sofoco, una virtuosa voluntad de rendición ante todo, aunque sea nada. Salvo el viento, que a lo mejor es lo que le ha torcido el tronco. Es el único que parece invitado a última hora pero agradecidísimo de que le dejen figurar en foto ajena. La Pascua Militar, dicen. Ya.

En fin, sin palabras, esto es lo que hay, lo que sobra y lo que falta. No sé qué pinta peor.


El blog de Federico

La amenaza del oráculo. Por M. Martín Ferrand

EN ocasiones, las menos, el futuro se nos presenta pintado de verde, como la esperanza. Es un augurio de bienes posibles y una renuncia a los males pasados. Las más de las veces el futuro se viste, o le visten, de amenaza y sobrevuela nuestras cabezas ciudadanas como un pájaro negro y temible. Es el pregón de calamidades nuevas o, más terrorífico todavía, la extensión de catástrofes ya experimentadas. Al empezar el año, aunque falten más de dos docenas de meses para las próximas legislativas, gusta hacerse a la idea de los cambios que, al menos en teoría, mejorarían nuestra existencia, aliviarían el paro, crearían riqueza, engordarían libertades y, en su conjunto, subrayarían nuestra condición ciudadana con el renacer democrático y la decadencia de la oligarquía partitocrática en la que estamos instalados.

José Blanco acaba de advertirnos, con aires de amenaza, que, con vistas al 2012, en el PSOE nadie contempla otras hipótesis que la de José Luis Rodríguez Zapatero como aspirante a un tercer mandato al frente del Ejecutivo. Blanco es un oráculo fiable. No suele gastar pólvora en salvas y su extemporáneo anuncio más parece una advertencia de orden interno que una proclama dirigida al público en general. En ninguno de los dos grandes partidos nacionales es posible la existencia próspera sin la cobertura y el apoyo de sus líderes actuales y esa es una de las razones de nuestra paupérrima vida política.

Zapatero y Mariano Rajoy comparten el demérito de haber eliminado cualquier nombre que pudiera darles sombra. Uno está instalado en la fuerza corruptora del poder y el otro, en la de su ambición, que no es menos demoledora y estéril. Malo es un partido político que, como dice Blanco, no contemple más de una posibilidad para su perpetuación en el poder y, aunque nuestra normativa vigente no le ponga límites a la permanencia en La Moncloa, la experiencia de Felipe González y la práctica de José María Aznar demuestran que más de ocho años resultan negativos. La contumacia es la más perversa de las formas de corrupción. Ni siquiera conlleva beneficios para quien persevera en el error y arrastra y pulveriza los logros anteriores. Si lo que ha hecho Blanco es, según el folclore socialista, lanzar un globo sonda para pulsar el ambiente conviene que tenga claro lo que ello tiene de provocación. En caso contrario es cosa de echarse a temblar.


ABC - Opinión

¡Bienvenido, Mr. Bean!. Por Federico Quevedo

La verdad es que el estreno de la Presidencia española de la UE no podía haber sido más tronchante. Es cierto que la imagen del rostro del actor y humorista británico Rowan Atkinson, más conocido como Mr. Bean, dando la bienvenida en la página oficial de esa presidencia patria, en lugar de la de Rodríguez Zapatero, tuvo una presencia corta, pero fue suficiente para que todo el mundo –en este caso mundo entendido como globo terráqueo- cayera en la cuenta de la hilaridad del parecido. Tal y como publicaba ayer este diario, hasta en Singapur se hicieron eco los medios de comunicación del hecho. Un hecho que, por cierto, más pronto o más tarde tenía que acabar sucediendo. Aquí en España ya habíamos caído en la extraordinaria coincidencia física entre ambos personajes –en este mismo Dos Palabras he dado cuenta de ese singular parecido en más de una ocasión, creo recordar-, pero ahora ya es público y notorio fuera de nuestras fronteras que Mr. Bean tiene un doble que a veces, incluso, le supera en ocurrencias, con la única diferencia de que las del humorista inglés nos hacen reír, y las del presidente español, sufrir.

Rodríguez-Mr. Bean, Mr. Bean-Rodríguez… Sin embargo, y al contrario de lo que cabría suponer, no es el presidente español quien debiera sentirse molesto por la comparación, sino el genial humorista inglés: desde un punto de vista personal, que a uno le destaquen su parecido con el campeón del paro en la UE no es ninguna alabanza, sino más bien todo lo contrario. Pero no está mal que haya sido así, porque de alguna manera este hecho ha venido a poner las cosas en su sitio respecto a un asunto que el Gobierno tenía intención de explotar hasta la saciedad, es decir, la Presidencia española de la UE.

Rodríguez tenía y tiene, y ahora ya me van a permitir que me tome esto en serio, un problema muy grave de imagen y aceptación en el ámbito internacional, que se corresponde con el fortísimo deterioro de nuestra presencia como país en los distintos órganos decisorios a este y al otro lado del Atlántico y que ni siquiera nuestra presencia a hurtadillas en las dos últimas cumbres del G-20 ha podido contrarrestar. Hoy en día España no tiene papel alguno en la escena internacional, no es un país de referencia, ni siquiera en asuntos en los que antaño teníamos el marchamo de ser imprescindibles como son los que afectan a Iberoamérica, al Norte de África e, incluso, a Oriente Medio. Hace ya tiempo que dejamos de ser lo que en el lenguaje internacional se conoce como un ‘país fiable’, y acontecimientos recientes como el secuestro del Alakrana o el ‘caso Haidar’ han contribuido a empeorar aún más la opinión que se tiene de nosotros fuera de nuestras fronteras. Francamente, lo único que puede decirse hoy por hoy es que solo servimos como lacayos de Washington para decir ‘sí’ a todo lo que surja como propuestas bélicas de la Casa Blanca, y sin derecho a poner los pies encima de la mesa del Despacho Oval.

Al nivel de los países postcomunistas


A esa pérdida indudable de presencia internacional, de papel en la resolución de conflictos y la toma de decisiones, se une además la opinión cada vez más extendida entre los organismos internacionales de que Rodríguez es un presidente en horas bajas por culpa de su gestión interna. De cara al exterior, lo que más llama la atención es cómo un país que había conseguido en muy poco tiempo asombrar al mundo con un espectacular desarrollo económico ha sido capaz de tirar por la borda todo lo conseguido en estos años atrás para situarse al nivel de los recién llegados a la UE, países post-comunistas que en muchos casos recuerdan a la España de los años 70 y 80. El ‘milagro económico español’ es ahora el ‘desastre económico español’: 4,5 millones de parados que doblan la tasa de la UE, una economía en recesión que amenaza con ser la última que despegue de toda la Unión y una tasa de déficit público y endeudamiento insostenibles. Las medidas del Gobierno no han servido para nada, y lejos de enmendar sus errores Rodríguez parece dispuesto a perpetuarse en ellos a tenor de sus propias declaraciones estos días. Todos los organismos nacionales e internacionales le han exigido reformas que el presidente no está dispuesto a acometer en la dimensión que precisan.

¿Y con esos mimbres quiere construir una Presidencia de la UE que lidere la salida de la crisis? Era lógico, completamente lógico, que a alguien se le ocurriera dar al ambicioso proyecto del Gobierno español la dimensión que precisa: la de una broma de mal gusto. Y no por Mr. Bean, sino por Rodríguez.


El confidencial - Opinión

Obama ya no sonríe. Por José María Carrascal

POR primera vez hemos visto enfadado a Obama, al anunciar al país que los servicios de información fallaron el día de Navidad, al no detectar el intento de atentado terrorista. No porque faltara información, sino por no saber evaluarla. Como el 11-S. Entonces no se prestó atención a la advertencia de una analista de la CIA sobre unos estudiantes musulmanes que tomaban extrañas clases de vuelo. Ahora ha sido el propio padre del terrorista quien advirtió de las peligrosas andanzas de su hijo. Sin que tampoco se le hiciera caso. ¿No se ha aprendido nada en ocho años?, se preguntan los norteamericanos, ¿De qué ha servido el gigantesco, costoso e incómodo mecanismo alzado para protegernos de los terroristas, si al final tienen que ser los propios pasajeros quienes se defiendan?

Aunque el verdadero héroe del episodio es el padre de ese terrorista, que tuvo el valor de acercarse a la Embajada norteamericana en Nigeria para comunicar que su hijo se había ido al Yemen para encontrar «el verdadero islam», según le decía por carta, y participar en la «gran yihad», la guerra santa, «que restablecerá el imperio musulmán sobre el mundo».

No sabemos si fue un error del funcionario de la Embajada, que no tomó en serio la denuncia, o del Departamento de Estado, que no le dio curso, o de los servicios de inteligencia, que no la evaluaron debidamente. El caso es que Omar Faruk Abdulmutalab, ese era el nombre del joven, no figuraba en la lista de personas que tienen prohibida la entrada en Estados Unidos y pudo tomar un avión para Detroit con una carga explosiva en la entrepierna. Primer error.

El segundo fue que, nada mas conocerse el caso, se dio a conocer el nombre, la profesión y el domicilio del denunciante. Convirtiéndolo en blanco de los compañeros de su hijo, que si son capaces de asesinar en Europa, más fácil lo tendrán en un poblado nigeriano. Esa no es forma de combatir el terrorismo.

Y hay todavía un tercer error. El del propio Obama. El presidente norteamericano ha criticado a sus servicios de inteligencia. Pero no ha dicho que Omar Faruk fue posiblemente adiestrado en Yemen por alguno de los presos de Guantánamo que él ha puesto en libertad, en cumplimiento de su promesa electoral de cerrar aquella prisión. Y como no tiene dónde enviarlos, los envía a sus países de origen. Para que vuelvan a las andadas.

Las promesas electorales hay que cumplirlas. Pero no al precio de poner en peligro la ciudadanía mundial. Y si esas promesas eran equivocadas, se admite y se anulan. Obama lo ha admitido implícitamente al suspender la repatriación de los 91 presos que aún quedan en Guantánamo, aunque insistiendo en que quiere cerrar la prisión. Pero tiene buenas razones para no sonreír. Como nosotros. Estamos perdiendo la guerra contra el terrorismo islámico por errores de bulto, remilgos ideológicos y galbana.


ABC - Opinión

Mr. Bean. Por Ignacio Camacho


LAS bromas sobre apellidos o parecidos físicos suelen ser injustas porque se trata de dos cosas que nadie elige, aunque el maestro Wilde decía que a partir de los cuarenta todo el mundo es responsable de su cara. Sentado este principio de rechazo a esa tendencia tan celtíbera de hacer sangre con nombres y semejanzas involuntarias hay que admitir que el tipo que ha encajado el careto de Míster Bean en la página web de la flamante europresidencia española ha dado en el clavo con tanto tino como mala leche. Y no sólo porque su destreza de hacker ha sido tan eficaz que ha dejado K.O. el sitio durante un par de días, sino porque su malévola chanza ha tenido la vitriólica propiedad de universalizar un secreto que hasta ahora sólo sabíamos los españoles. Y no me refiero al parentesco fisonómico, sino a la analogía conceptual.

Lo que vuelve hiriente la burla, el factor clave de su puntería sarcástica, no es que Zapatero se dé un aire a Míster Bean, sino que su hueca gestualidad retórica otorga a la proximidad facial el carácter de una parodia política. Y aún se podría añadir que el cómico tiene en la comparación la ventaja de que su impostada hilaridad es muda, sin la facundia vacía que en ocasiones aproxima a nuestro presidente al ridículo. Ridículo es, en efecto, que al día siguiente de proclamar muy solemnemente que va a sacar a Europa de la recesión las estadísticas le coloreen la frase con cuatro millones de parados, el doble de la tasa media de la UE. O que apenas veinticuatro horas después de anunciar el Gobierno su intención de suavizar el rigor comunitario con Cuba los cubanos devuelvan con un portazo en las narices a un conocido diputado socialista. Cuando eso ocurre de forma tan flagrante e inmediata, y además sucede en medio de una rimbombante palabrería autocomplaciente, lo lógico no es sólo que se le ponga a uno cara de Míster Bean, sino que existe el riesgo de que los demás tiendan a verlo con ella.

Así lo ha puesto de manifiesto el «Financial Times», con su demoledor editorial sobre la «España torpe», y así lo ven dentro y fuera muchos observadores alarmados ante el fatuo adanismo que pretende transformar el simple turno de coordinación directiva en un liderazgo hemiplanetario. Es ésa petulancia tan ufana, esa engreída falta de contención autocrítica y no la identidad de las cejas elevadas lo que concede verosimilitud a la caricatura convirtiéndola en un trampantojo político. Y lo que ha acentuado la popularidad de una mofa que por sí misma no pasaría de ser una vulgar travesura cabronzuela.

Claro que existe en el asunto una variable más antipática. La que se deriva de la reflexión de que acaso el problema no consista tanto en que Zapatero se parezca a Míster Bean, sino en cómo un tipo que se parece a Míster Bean puede ganar dos elecciones seguidas. Arrojar la cara importa, que el espejo no hay por qué, decía Quevedo.


ABC - Opinión

Yáñez nos trae malas noticias de Cuba. Por Antonio Casado

Luis Yáñez es un profesional de la política que también hace turismo. O un turista cuya dedicación profesional se desarrolla en el campo político. Algo absolutamente legítimo en cualquier país donde las libertades de expresión, reunión y asociación sean de curso legal. ¿Se imaginan que Zapatero vetara unas vacaciones de George Bush en Mallorca porque además pensara reunirse con su amigo Aznar para hablar de política? Algo así le ha ocurrido al eurodiputado socialista Luis Yáñez. Las autoridades cubanas le prohibieron entrar en la isla porque, además de disfrutar unos días de vacaciones, pensaba reunirse con disidentes como Cuesta Morúa y Elisardo Sánchez.

El episodio retrata la naturaleza del régimen cubano implantado por Fidel Castro hace más de medio siglo. El país lleva la dictadura en el sustantivo. Pero tiene a España como primera potencia en el ranking de la inversión extranjera. Crucen ustedes estos dos elementos de la realidad con nuestro ramalazo sentimental pro-cubano. Y entonces verán que es una simpleza despachar el caso Yáñez con una primaria apelación al carácter dictatorial del régimen. Apelación nada inocente. Se trata de convertirla en el justificante de una política de aislamiento, como la que preconizaba Aznar en línea con la de EEUU durante el mandato de Bush. La misma simpleza es referirse al portazo a Yáñez como prueba de cargo contra la política de acercamiento inspirada por el ministro Moratinos, con la pretensión de contagiar a la Unión Europea.

El asunto es bastante más complejo. Durante el semestre de presidencia europea que España acaba de estrenar, Zapatero quiere suavizar la política común de la UE hacia Cuba, inspirada por Aznar en 1996. El régimen castrista siempre la consideró una injerencia en sus asuntos internos. Ahora marca el territorio ante las presentidas condiciones que Europa piensa exigir en materia de apertura política y respeto a los derechos humanos, a cambio de mejorar su trato a Cuba. La descortesía con el eurodiputado significa que, en esas condiciones, Europa se puede meter la revisión de la política común por donde le quepa.

Castro y demás jerarcas del régimen cubano no aceptan una bronca internacional por su distraída gestión de los derechos humanos y la falta de libertades públicas. La dictadura cubana le está diciendo a Europa que no le interesa la revisión de la famosa política común si el precio es aparecer ante el resto del mundo como un país donde se violan los derechos humanos. En estas estábamos cuando Luis Yáñez y su esposa, la diputada Carmen Hermosín, pasaron por allí. Y se convirtieron en mensajeros ocasionales de un régimen que vuelve a buscar en el cierre de filas su defensa frente al acoso exterior.

El problema ahora lo tiene España en términos diplomáticos porque lo de Yáñez debilita su capacidad de persuasión ante sus socios europeos. Desde la presidencia semestral quiere favorecer la política de acercamiento de la UE a Cuba, como ya lo viene haciendo el Gobierno Zapatero en el plano bilateral. Pero no es España la que fija unilateralmente las condiciones exigibles al régimen castrista para promover el diálogo. Suecia, Alemania, Reino Unido y los países de la antigua órbita soviética no son tan complacientes como España. Tampoco lo fueron cuando se trataba, también a instancias del Gobierno de Zapatero, de suprimir las sanciones adoptadas por la UE en 2003, a raíz del encarcelamiento de 75 disidentes. Y menos al ver que la propia Cuba solo aceptaba la supresión de las sanciones como un rasgo de justicia y no de generosidad.

Algo parecido está ocurriendo ahora. Solo aceptarán la mejoría de las relaciones con Europa como una decisión unilateral de la UE, pero no a cambio de examinarse previamente en derechos humanos y apertura política. Yáñez nos trae malas noticias en ese sentido.


El confidencial - Opinión

La amenaza preventiva de Montilla

El presidente de la Generalitat redobla su presión al Supremo con una carta a 201 instituciones y asociaciones.

EL PRESIDENTE de la Generalitat ha dado otra vuelta de tuerca a la presión que viene ejerciendo, junto a los nacionalistas, independentistas y los principales medios catalanes, sobre el Tribunal Constitucional para intentar lograr, con amenazas varias, que los magistrados avalen la constitucionalidad del Estatuto y no rebajen el contenido del texto. Montilla ha redoblado la intimidación al tribunal aprovechando el insólito editorial conjunto de finales de noviembre en el que 12 diarios catalanes advertían al Constitucional que sería un ataque contra la «dignidad» de Cataluña una posible sentencia desfavorable al Estatut tal y como fue aprobado en referéndum. El presidente de la Generalitat ha enviado una carta a 201 instituciones y asociaciones políticas, académicas, empresariales, culturales y deportivas en la que agradece su respaldo a las tesis del editorial al tiempo que les convoca a responder al unísono, se supone que en caso de una sentencia desfavorable a las pretensiones del Gobierno catalán. «Si llega el momento en el que hay que dar una respuesta política y cívica, clara y unitaria, estoy seguro de que Cataluña podrá contar con tu apoyo y con el de la institución que representas», advierte Montilla a los destinatarios de la misiva con un lenguaje que no deja lugar a dudas: estando conmigo, estás con Cataluña.


Puesto que aún el tribunal no ha fallado sobre el recurso de inconstitucionalidad presentado contra el Estatuto, sólo cabe interpretar la carta como una amenaza preventiva contra los magistrados. Con esta iniciativa, Montilla se revela como un aprendiz aventajado de los partidos nacionalistas que intentan ahogar la pluralidad de la sociedad civil -con prohibiciones, con subvenciones o con ambas cosas- para convertirla en correa de transmisión de sus planteamientos políticos. Lo cual en el caso del actual presidente de la Generalitat no deja de sorprender, ya que -siendo natural de un pueblo de Córdoba- llegó al cargo como representante del sector menos nacionalista del PSC, en contraposición con su antecesor, Pasqual Maragall.

Sin embargo, durante los cuatro años que dura ya su mandato al frente de la Generalitat, Montilla -con la furia propia del converso que se avergüenza de sus orígenes- ha ido cayendo en la deriva de sus socios, ERC e ICV, haciendo frente común con los nacionalistas de CiU en la defensa de «los objetivos del Estatut que nos tiene que permitir avanzar nacionalmente», según expresó en la toma de posesión del Consell de Garanties Estatutariès, un pseudo tribunal constitucional emanado del texto recurrido.

Pero sería una ingenuidad no vincular directamente este llamamiento de Montilla a la sociedad civil catalana-ofreciéndose como líder de la «respuesta unitaria»- con las elecciones autonómicas que están previstas para otoño de este año. Las encuestas no son precisamente favorables ni al presidente -cuya valoración como líder no acaba de despegar- ni al tripartito, ya que la mayoría pronostica la victoria de CiU con una ventaja sobre el PSC que le permitiría gobernar con el apoyo parlamentario del PP. Esta caída en la intención de voto de los socialistas catalanes no es ajena, sino todo lo contrario, a la deriva nacionalista protagonizada por Montilla, puesto que es un axioma electoral que los votantes prefieren al original antes que a la copia. Por eso es más grave la responsabilidad histórica del presidente de la Generalitat, que ha desaprovechado una ocasión de oro para poner en marcha una alternativa al nacionalismo catalán.


El Mundo - Editorial

Justa condena a Vera; justo rapapolvo a Garzón

Este respaldo de Estrasburgo a la justa condena de Vera nos debe recordar que el afán de notoriedad que empujó a Garzón a la arena política es el mismo que le empujó a aceptar como juez una causa de la que debería haberse inhibido.

El Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo acaba de dictaminar que la condena al ex secretario de Estado de Seguridad, Rafael Vera, por el secuestro del ciudadano hispanofrancés Segundo Marey, retenido durante 10 días por los GAL en 1983, fue justa, al tiempo que admite, no obstante, que el magistrado Baltasar Garzón estaba contaminado por imparcialidad para instruir el caso en el que debió abstenerse.


Aunque ambas consideraciones pudieran parecer, a primera vista, contradictorias, no tienen por qué serlo y, de hecho, consideramos que no los son en absoluto. En primer lugar, fue notoria la enemistad y hostilidad que Garzón y Vera llegaron a profesarse desde que el magistrado decidió en 1993 dar rienda suelta a su ambición política y presentarse por Madrid como número dos de González en las elecciones generales de ese año. Bien fuera porque constatase la poca predisposición de la cúpula socialista a tomar medidas enérgicas contra la corrupción, bien fuera porque hubiera aspirado a ser ministro de Justicia, el caso es que Garzón decidió abandonar su carrera política poco después de que Belloch se hiciera con las riendas de la fusión de los Ministerios de Justicia e Interior. Es de esos tiempos en los que Garzón, como secretario de Estado para el Plan Nacional sobre Drogas, coincidió con Vera en el Ministerio del Interior de donde arrancan las malas relaciones alegadas por este último para argumentar la falta de imparcialidad del magistrado.

Ahora bien, por mucho que Garzón debería haberse abstenido cuando le llegó la causa contra su enemistado compañero de Gobierno, ello no borra el hecho, como bien han recordado ahora los magistrados de Estrasburgo, que el Tribunal Supremo no se limitó a reproducir la instrucción de Garzón sino que ordenó una segunda instrucción del sumario a cargo del juez Eduardo Móner en la que pudieron corregirse los posibles defectos de la anterior.

Por mucho que en el actual dictamen de Estrasburgo haya votos discrepantes que consideran que la falta de imparcialidad de Garzón contaminó toda la instrucción sin posibilidad de reparación, lo cierto es que no hay nada que demuestre la falta de imparcialidad y probidad de Móner, de quien hay tan pocos motivos de duda como las hay sobre las pruebas que evidenciaron que Vera era, ciertamente, culpable de un secuestro ilegal y de malversación de caudales públicos.

Con todo, este respaldo de Estrasburgo a la justa condena de Vera nos debe recordar que el afán de notoriedad que empujó a Garzón a la arena política es el mismo que le empujó a aceptar como juez una causa de la que debería haberse inhibido. Bueno es que lo recuerde también Garzón, ahora que sigue como instructor del caso del chivatazo policial a ETA, a pesar de la notoria amistad que le une con el representante del Gobierno socialista que señaló ese delito de colaboración con banda armada como prueba de buena voluntad del Ejecutivo de Zapatero ante la banda terrorista.


Libertad Digital - Editorial

Pascua Militar

DE acuerdo con una arraigada tradición, el acto solemne de la Pascua Militar supone el comienzo del año para la actividad oficial de las instituciones del Estado. En su discurso de ayer, Don Juan Carlos recordó la nueva realidad internacional, que exige hacer frente a «amenazas complejas e inciertas», lo que requiere, como es lógico, determinación política para dotar a las Fuerzas Armadas de los medios necesarios y lograr una mayor eficacia en la acción exterior. Son reflexiones muy acertadas a la vista del actual panorama internacional y enlazan, sin duda, con el reconocimiento de la sociedad española hacia el cumplimiento ejemplar por parte de los Ejércitos de las funciones que tienen a su cargo, de acuerdo con la Constitución y las leyes. En especial, los ciudadanos muestran su orgullo por la imagen de España que transmiten nuestras misiones militares en el exterior, modelo de profesionalidad y en ocasiones de heroísmo. El Gobierno es responsable del desarrollo de una política de defensa a la altura de las circunstancias. Sin embargo, las máximas instancias políticas del departamento mantienen por desgracia un discurso lastrado por criterios ideológicos.

Ayer mismo, Carme Chacón reconocía la dureza de la situación en Afganistán, pero la ministra -en línea con Rodríguez Zapatero- sigue sin admitir que allí se libra una verdadera guerra contra el terrorismo. Para que las cosas salgan bien, lo primero es llamarlas por su nombre y no utilizar eufemismos que a estas alturas no engañan a nadie.

En este sentido, los recortes presupuestarios en Defensa y la normativa sobre la carrera militar crean dudas fundadas sobre la gestión de una ministra cuya retórica no siempre se corresponde con la realidad implacable de los hechos. Carme Chacón anunció ante las más altas instituciones del Estado y de las Fuerzas Armadas que no habrá ley sobre los derechos y obligaciones de los militares hasta que no exista consenso parlamentario. Hay que tomar buena nota de una promesa formulada en ocasión tan solemne, porque estamos ante un asunto de Estado y en este terreno tan sensible no se puede legislar a base de maniobras y alianzas coyunturales, como acostumbra a realizar el Grupo Socialista en los últimos tiempos.


ABC - Editorial