jueves, 14 de enero de 2010

Vic: el problema no resuelto de los 'sin papeles'

El que el Ayuntamiento se Vic se niegue a empadronar a inmigrantes irregulares revela no sólo indisciplina, sino un problema mayor que sigue sin solucionar.

La determinación del Ayuntamiento de Vic (Barcelona) de negarse a empadronar a inmigrantes en situación irregular destapa un problema acuciante ante el cual la Administración ha cerrado los ojos hasta ahora: el de qué hacer con los sin papeles. Aunque el equipo de gobierno del consistorio de Vic -formado por CiU, PSC y ERC- mantiene que la propuesta es «legal», la Ley de Bases de Régimen Local y la Ley de Extranjería son claras, y ordenan que hay que incorporar al padrón «a los extranjeros que tengan su domicilio habitual en el municipio», sin especificar su situación administrativa.


Es verdad, sin embargo, que hay una contradicción de fondo, por cuanto la Ley de Extranjería también prevé la expulsión de todo inmigrante que esté en España de forma irregular. Por lo tanto, mientras por un lado se ordena a Interior que repatríe a los ilegales, por el otro se obliga a los ayuntamientos a garantizar su permanencia, y hay que tener presente que demostrar arraigo es una de las vías que contempla la ley para legalizar a los sin papeles, y la que la mayoría utiliza como coladero.

El alcalde de Vic aduce para justificar su posición que la ley dispone que el extranjero que entra en España deberá estar en posesión del «pasaporte visado» que acredite su identidad, y que él debe por tanto exigir esa documentación. Se trata de un argumento falaz, porque lo que se pide a los ayuntamientos es que se ocupen no de los que pretenden «entrar» en España, sino de los que ya están dentro. Ahora bien, la paradoja está ahí: ¿Puede la Administración proteger y tapar con una mano a quien persigue con la otra?

No es casual, de cualquier forma, que el equipo de Gobierno municipal de Vic se haya percatado repentinamente de este problema y haya decidido implantar de la noche a la mañana estos «nuevos criterios de empadronamiento». Sin duda hay motivos económicos, ya que la Administración local carga con los gastos que la ineficiente política de repatriación de ilegales por parte del Gobierno le acaba ocasionando. Pero dado que la medida afecta en Vic a sólo al 2% de los inmigrantes, según los datos del propio Ayuntamiento, la respuesta hay que buscarla también en la política. Y sucede que en Vic, donde la población extranjera supera ya el 14%, la principal fuerza en la oposición es un partido xenófobo, Plataforma per Catalunya. Así se entiende que el alcalde, Vila d'Abadal, de CiU, haya manifestado que con su nueva política pretende «poner orden» en el municipio.

Esta decisión de impedir el empadronamiento de los inmigrantes le crea un problema al Ejecutivo. Primero, porque revela que la legislación en materia de inmigración está obsoleta. El empadronamiento debería ser el primero de los derechos de quien llega a España de forma legal, y no la trampilla por la que puedan colarse quienes no tienen papeles. Tal y como está la legislación, se incita el efecto llamada. Pero dado que la iniciativa está avalada por los socialistas catalanes, Zapatero aparece vinculado además a un discurso retrógrado. ¿Qué no se diría si cargos políticos del PP impulsaran una medida así?

Se da la circunstancia añadida de que la vicepresidenta De la Vega y el ministro Corbacho alertaron hace días de la ilegalidad de esta normativa municipal, por lo que hay también un caso de indisciplina. Con todo, lo que revela esta polémica es que un problema tan sensible y de tanto calado como el de la inmigración sigue lejos de estar resuelto en España, lo que permite que haya políticos dispuestos a sacar rédito al peligroso caldo de cultivo que éste genera. Zapatero debería ser el primer interesado en propiciar un gran pacto para resolver, desde el realismo, esta situación. Desde luego, la solución nunca podrá salir de Vic ni de ningún otro ayuntamiento.


El Mundo - Editorial

Catástrofe y poesía. Por Hermann Tertsch

NO hace falta asomarse a los infinitos riscos de tiza terrena de Caspar David Friedrich en el Mar del Norte, en la somnolienta peninsula de Rügen, a aquellas pinturas de la emoción total del hombre ante el sinfín del mundo, ante el vacío que nuestra existencia nos sugiere, para intuir que la tragedia para el ser humano siempre es, por necesidad, fruto de la lealtad espiritual, inminente, necesaria y en tantas ocasiones bellísimamente serena. Otras, sin embargo, al final derivan en drama sin belleza alguna. Sin siquiera ese manido romanticismo. Sin más aspavientos que el cristal roto. El dolor es sólo dolor y nada puede adornarlo. Lo ha sido estos días en Haití -por Dios, en Haití-, el peor sitio para que miseria se sume al drama, a la herida abierta y a la tragedia, al pozo negro, al siniestro destino y al horror directo.

No vamos a hacer ahora disquisiciones sobre la pobreza y el dolor. Los tenemos aquí, en gran parte producidos por la arrogancia y la miseria moral de los comandantes en jefe, de los estupendos inventores de nuevas realidades sociales, de los necios de cultura de solapa, de los tristes mediocres que quieren ordenarnos tanto la vida que nos la acaban mutilando, de la prepotencia infinita de seres menores que disfrutan en el abuso del poder. Las miserias, grandes o pequeñas, públicas o privadas, nos surgen y crecen entre los dedos. Los miserables brotan por su cuenta y ocupan, con su procacidad inepta y su soltura siempre impertinente, todos los espacios del discurso y pensamiento. Mientras se lloran muertos y se despiden certezas de un mundo que ha sido mejor porque supo tenerse respeto a si mismo. En el bienestar y en la tragedia. Haiti era inevitable. El drama español no.

Hoy hay tragedias para todo el que sea capaz de sentirlas. También consuelos. Por qué no. Están realmente repartidos en el globo. Prefieres ser de Somalia o Haití, de Senegal o Pakistán. O te parece mejor ser de Hamburgo o Paris, la estación de esquí de Gstaad o las playas de Saint Tropez. Nosotros sabemos la contestación. Hay quien entiende la belleza. La serenidad que hace de nuestras vidas una calidad diferente de las tragedias sufridas por tantos y una posibilidad, tan sólo posibilidad, de generarnos una vida bella durante nuestra breve existencia y una perspectiva amplia, infinita, de gozo en otra vida que trasciende por completo a nuestra percepción humana. Pero los enemigos del sosiego, de la trascendencia en paz y del amor definitivo son muchos. Buenos, malos, tristes, fanáticos o cobardes. Y combaten todo lo que queremos y respetamos. ¿Por qué? Nadie puede explicarlo con rotundidad. No son pobres ni desahuciados. Han nacido en Kensington, barrio nada incómodo de Londres, y están en una cueva en Waziristán, sitio en el que no les recomiendo ni para tomar café. Ni para comer piedras. Han estudiado en Oxford y quieren morir matando. Los pozos del odio se abren infinitos y no sólo se alimentan del fanatismo simple y necio del islamismo o de los nacionalismos de diverso pelaje. También viven de la debilidad definitiva de aquellos que en Gstaad o Saint Tropez, en Moncloa o Doñana, no quieren saber que los problemas existen. Los parados existen, los inhabilitados existen y también están todos aquellos que han sido marginados por una política miserable, económicamente irresponsable, que sólo buscaba triunfadores entre los peores. Así, los reinos de Pajín o Aído, las tristes mentecatadas de Blanco o Salgado, de De la Vega o del propio irrisorio Gran Timonel, son una mendacidad que insulta minuto a minuto a los españoles y sus necesidades.


ABC - Opinión

La confusión de Babel. Por M. Martín Ferrand

UNO de los muchos encantos que ofrece el ser español, compensador del sufrimiento político que conlleva tal condición, reside en la diversidad. España tiene la variedad geográfica, climatológica, monumental, cultural y lingüística... de todo un Continente. Aquí caben montañas de más de 3.700 metros de altura, huertas feraces y páramos inmensos, cálidos o fríos según los gustos. Reconforta pensar que al mismo tiempo que se levantaba el Pórtico de la Gloria de la catedral compostelana crecía la altura de la Giralda de Sevilla y que aquí, avenidos o enfrentados, hemos crecido moros, judíos y cristianos, poetas inmensos y bobos de solemnidad, liberales grandiosos y tiranos despreciables... Se supone que todo ello debiera conducir a nuestro gozo y satisfacción; pero, últimamente, los fervores nacionalistas vienen utilizando la diversidad como una maza hostil.

Diez senadores del poliédrico PSC y los veinticuatro que componen en la Cámara Alta el mosaico inequívocamente nacionalista han unido sus fuerzas para -¡otra vez más!- promover la posibilidad de que, mediante la traducción simultánea, los inútiles debates de la Cámara superflua puedan celebrarse en castellano, catalán, gallego y vascuence, a elegir por el interesado. Es otra muestra más del síndrome babélico que nos acosa. Como enseña el Génesis, cuando la humanidad quiso revelarse contra los designios de Yavé y, en lugar de repartirse por todo el planea, pretendió construir una torre que los llevara hasta el cielo, el Señor los confundió y de hablar todos una misma lengua pasaron a no entenderse los unos con los otros. En eso parece que, en una ridícula pirueta anacrónica, estamos ahora.

Lejos de utilizar la abundancia como potencialidad, no faltan mentecatos que quieren convertirla en limitación y, en ejercicio del más clásico caciquismo, aspiran a jefes de tribu y poblado mejor que a líderes de un Estado fuerte, alma de una Nación poderosa y, expresado sin nostalgia alguna, motor de una Patria que almacena, entre otros, el tesoro del plurilingüismo. Arrastran tal confusión de ideas que confunden idioma con Estado y que, al hacerlo, empequeñecen el territorio que tratan de engrandecer. Es, y más todavía en tiempos tan difíciles como los que atravesamos, un desvarío culpable del encanijamiento nacional que ya cansa y asfixia y que no hará más prósperas a las partes con el empobrecimiento del todo.


ABC - Opinión

El retorno de los brujos. Por José García Domínguez

Tras el crepúsculo nazi en la Segunda Guerra Mundial, la actual eclosión del indigenismo supone la rehabilitación política, intelectual y moral del racismo.

En alguna parte le he leído a Vargas Llosa que la más arraigada tradición política de América Latina es el repudio de lo real y lo posible en nombre de lo imaginario y lo quimérico. De tal modo, incapaz de establecer una mínima relación de eficiencia con el universo fáctico, el continente todo se habría encomendado a los mil y un delirios del irredentismo utópico. Viaje a ninguna parte que, a decir del propio Vargas, nadie definió mejor que el poeta peruano Augusto Lunel. Aquel iconoclasta criollo que en las primeras de cambio de un muy airado Manifiesto proclamó: "Estamos contra todas las leyes, empezando por la ley de la gravedad".

Un propósito en absoluto original, por cierto. Recuérdese al respecto que ya a finales del siglo XIX, cierto padre Ibiapina lideró en Brasil una sangrienta revuelta contra el sistema métrico decimal. Aquellos conjurados destruían las balanzas, metros y kilos que encontraban a su paso para así exorcizar al siniestro diablo del comercio internacional, maléfica criatura unificadora de pesos y medidas apenas lactante por entonces. Un modus operandi, el del capellán tronado y su feligresía, nada distinto al de esos recios rucios antiglobalización que ahora dan en tirar piedras contra su propio tejado durante las cumbres de la OMC.


En fin, con tal historial clínico a sus espaldas nadie debiera extrañarse de la súbita fiebre alienígena que padece Evo Morales tras asistir a un pase de Avatar en La Paz. "Es una profunda muestra de la resistencia al capitalismo y la lucha por la defensa de la naturaleza", aberró el primer presidente cocalero de Bolivia tras abandonar, en apariencia sobrio, la sala de butacas. Aunque de esa Pachamama cósmica made in Hollywood lo que más ha de poner a Morales no debe ser el conflicto de clase, ignoto en la cinta, sino la lucha de razas, el inequívoco hilván que da cuerpo al guión del cómic.

Al cabo, tras el crepúsculo nazi en la Segunda Guerra Mundial, la actual eclosión del indigenismo supone la rehabilitación política, intelectual y moral del racismo. Herrumbroso estandarte, el del etnicismo, que ahora enarbola con necio entusiasmo la izquierda latinoamericana. Y tras ella, más necia aún, la socialdemocracia europea, que, ciega, se apresta a abrir las puertas al retorno de los brujos. Y si no, al tiempo.


Libertad Digital - Opinión

Cueste lo que cueste. Por Ignacio Camacho

EN la Roma clásica distinguía a los miembros del Senado la virtud de la sensatez y la prudencia, pero en nuestra empobrecida democracia los senadores son en su mayoría mediocres políticos a medio amortizar a los que todavía deben algún favor los aparatos de sus respectivos partidos. Sin mayor operatividad a falta de una reforma constitucional que le dé algún sentido, la Cámara Alta languidece como presunto ámbito de un debate territorial que suele derivar, ante la indefinición de competencias, en refugio de extravagancias a la mayor gloria de un nacionalismo indesmayable para el que no hay detalle que carezca de importancia si refuerza su imaginario simbólico de la nación de naciones. La última de ellas, por ahora, ha sido la iniciativa de contratar un servicio de traducción permanente para las lenguas cooficiales con el objeto de que sus señorías periféricas puedan a todas horas expresarse en ellas... y el resto entenderlas en el único idioma común que todos comparten.

Habida cuenta de que tal Babel lingüística, propia del Parlamento Europeo, ocasionará un notable gasto suplementario, los proponentes -todos ellos nacionalistas y miembros del PSC, que viene a ser una redundancia- arguyen que se trata de un derecho y que los derechos «no tienen costes» (sic), por lo que exigen no reparar en ellos; incluso una representante vasca se ha mostrado partidaria de llevar adelante el expediente «cueste lo que cueste». Cuestión -o coste- de principios, pues, aunque principio por principio quizá conviniese hablar un poco del principio de austeridad pública, y derecho por derecho podría la brillante minerva euskaldun considerar también el derecho de los contribuyentes a que no se dilapide su siempre escaso dinero.

En la actualidad, el Senado ya cuenta con traducción vernácula en varios debates de política autonómica (al precio aproximado de 7.000 euros por sesión), algún discurso del presidente y los escritos de los ciudadanos, por lo que no puede decirse que se trate de un derecho laminado en la Cámara. Ocurre que existe en España una lengua común en la que todos los españoles pueden entenderse, y con arreglo a tal principio y al de la economía pública no cabe considerar la inversión en un servicio de interpretación universal y permanente sino como un despilfarro. Pero qué sentido tiene hablar de derroche a quienes han hecho del dispendio un sistema, gastando en políticas identitarias caprichosas y a menudo excluyentes millones de euros que detraen sin remordimiento de los servicios básicos para apuntalar su obsesivo designio de «construcción nacional». Se trata de los derechos, ya saben. Y en la España pseudofederal del zapaterismo rigen unos derechos para los nacionalistas y otros para el resto de los ciudadanos. Incluido, por supuesto, el derecho a priorizar lo superfluo. Cueste lo que cueste.


ABC - Opinión

Zapatero está recogiendo los frutos de su insolencia . Por Federico Quevedo

Lo de José Antonio Alonso, portavoz socialista en el Congreso, es antológico. Pocas veces me he encontrado con alguien tan capaz a la hora de retorcer la realidad y reconvertirla a su antojo. Según él, el debate sobre la sucesión de Rodríguez es cosa del PP… Claro, que el diario El País introdujera en su último sondeo demoscópico una pregunta en ese sentido –que arrojaba un nada despreciable 66% que estimaba que Rodríguez no debía ser el candidato socialista en 2012-, es un pequeño detalle sin importancia, oiga… Una casualidad… Y el resto de los mortales somos tontos de capirote, según la visión alonsiana de las cosas.

Pues no. Alonso será un sectario y lo que ustedes quieran, pero lo que no puede por mucho empeño que ponga en el intento, es esconder la realidad, y la realidad es que en el seno del Partido Socialista se ha abierto el debate sobre la sucesión de Rodríguez. Y fíjense, es lo que menos le conviene a Mariano Rajoy a quien, a estas alturas, lo que de verdad le interesa es tener a Rodríguez de contrincante dado el fuerte deterioro de imagen del presidente. A día de hoy, y les aseguro que esto no va a cambiar a mejor para el PSOE –en todo caso a peor-, Rodríguez es una garantía de derrota.


¡Cómo cambian las cosas! Hace dos años debatíamos sobre la sucesión de Rajoy, y sin elecciones de por medio ya nos estamos planteando la de Rodríguez. Pero en el fondo era algo inevitable. Rodríguez siempre fue un mal candidato –y peor presidente-, pero tuvo la habilidad de estar en el lugar adecuado en el momento adecuado, y contar a su favor con unas circunstancias excepcionales porque, de otro modo, nunca habría llegado al poder. Lo que le está ocurriendo en esta segunda legislatura no es más que la evidencia de su incapacidad, la demostración de que no sirve y de que cualquier cosa que haga reunirá todas las garantías para el desastre.

Eso pasó desapercibido en sus primeros cuatro años porque el país conservaba un ambiente de bonanza que adormecía cualquier espíritu crítico, y borrachos como estábamos de consumismo y narcisismo patrio, ¿para qué íbamos a cambiar las cosas, si según parecía todo el mundo nos envidiaba? Nos creímos aquello de la champions league, y eso otro de que éramos la envidia de Francia, Italia y Alemania. Y ahora se toman la revancha, como no podía ser de otra manera. Rodríguez siempre ha sido un tocahuevos, y recién inaugurado el semestre español en Europa, le toca recoger los frutos de su insolencia.

Porque lo cierto es que gracias a Demoliciones y Derribos Zapatero, S.A., en la Unión Europea se han enterado por fin de lo que tenemos aquí. Hasta ahora les hacia cierta gracia el personaje, incluso les caía bien con esa pinta de no haber roto en su vida un plato, la jeta de alma cándida y pelín tímido…, y eso les llevó a perdonarle sus gracietas, sus excesos e, incluso, sus insolencias. Pero ahora se ha descubierto como lo que es: un absoluto incompetente que puede poner en riesgo el proceso de recuperación en Europa si el resto de los socios le permite hacer de las suyas, razón por la cual los países serios le han parado los pies antes de empezar a andar.

Para que ustedes lo entiendan: ha entrado en el bar en plan chulo pretendiendo poner la música que a él le gusta, y se ha llevado una manta de palos que le han puesto los ojos a la virulé. En poco más de una semana ha quemado, abrasado, la Presidencia española de la Unión. Haga lo que haga le van a mirar con lupa, y de esta no le salva ni Obama. Es tal el ridículo, tan patética la imagen que como país hemos trasladado al exterior, que no es de extrañar que en sus propias filas se empiece a plantear darle un puntapié más abajo del coxis. Le guste o no a su compañero de pupitre José Antonio Alonso.


El confidencial - Opinión

El "nuevo" Mariano Rajoy. Por Fernando Jáuregui

Me dio la impresión de que Mariano Rajoy advertía este lunes a los dirigentes de su partido, iniciando su curso político, que no creen dificultades "de manera gratuita", se supone que refiriéndose al Gobierno. O a la propia dirección del PP, quién sabe. El caso es que Rajoy se alinea ya para la carrera que, cree él -y creen muchos de los preguntados en las encuestas que publican estos días algunos medios--, le conducirá a La Moncloa.

El problema de Rajoy, parecen decir estas encuestas, es el propio Rajoy. No convence, los sondeados critican su manera de hacer oposición y, sin embargo, así de veleidosa es la diosa opinión pública, la mayoría lo ven de presidente del Gobierno. El desgaste de Zapatero es tan brutal, podría decirse, que sobrepasa incluso al del jefe de la oposición.

Siempre dije que me parece injusta la pésima opinión que las encuestas indican acerca de los dos principales líderes políticos españoles, Zapatero y Rajoy. Decir que son dos personas patentemente honestas, que buscan lo mejor para su país, es, ya lo sé, poco. La gente quiere aciertos, pero los aciertos, con el viento de cara, siempre son más difíciles.


Para mí, lo peor de todo es la falta de grandeza política que muestran ambos, por personalizar en ellos. Que sean incapaces de llegar a acuerdos sólidos que susciten la confianza de la ciudadanía me parece tremendo, máxime cuando consta que las recetas económicas de los dos partidos, digan ellos lo que digan, no están tan, tan distantes. Y no creo que una "entente" entre ambos resulte imposible por motivos "ideológicos" (ZP dixit): ¿la nueva normativa sobre el aborto? ¿la buena sintonía con los sindicatos? ¿Es esa la ideología que los separa? Las líneas que separan a derecha e izquierda son cada vez más tenues en este mundo globalizado, descreído, en el que el conflicto es más bien de civilizaciones. Y esa línea, desde luego, desaparece cuando del bien común hablamos.

Claro que no abogo por una desaparición de la dialéctica poder-oposición, en la que se basa el primer escalón de la democracia. Lo que sí creo que podría intentarse es un acuerdo coyuntural, aprovechando que este año no es electoral, para fijar las cosas en asuntos como la reforma laboral e incluso ir hilvanando algunas reformas en la normativa electoral y hasta en la Constitución. Algo "sonado" tendrán que hacer, porque, desde luego, las malas notas que les está poniendo la ciudadanía resultan, crea usted en las encuestas o no, de lo más espectacular.

De momento, el "nuevo" Mariano Rajoy -de ZP ya ni hablamos_ no es tan nuevo como me parece que sería de desear. Yo, de su primera salida al ruedo tras estas intensas vacaciones, y tras los varapalos demoscópicos, esperaba más, la verdad.


Periodista Digital - Opinión

Los kulaks de Pepiño. Por Cristina Losada

Un Gobierno que concede fondos a bancos y cajas sin discutir ni divulgar los sueldos de sus jefes, publica cuánto cobran los controladores y amenaza con desvelar lo que ingresa cada uno de ellos.

El ministro de Fomento está en plena cruzada contra los privilegios. Aunque el blanco de sus iras no son sus privilegios, sino los ajenos. En concreto, los que disfrutan, a su decir y al de otros, los controladores aéreos por cobrar cuantiosos sueldos. Y es que don José ha descubierto un agujero enorme en las finanzas de AENA y ha dado en atribuírselo a quienes velan para que no nos estrellemos. Denuncia que tiene su público en un país donde ganar mucho dinero provoca gran resentimiento y abunda el igualitarismo inconsecuente.


Así, un Gobierno que concede fondos a bancos y cajas sin discutir ni divulgar los sueldos de sus jefes, publica cuánto cobran los controladores y amenaza con desvelar lo que ingresa cada uno de ellos. ¡Vean qué privilegiados son esos tunantes!, clama Blanco, acreditado defensor del interés general cuando sale de su exclusivo ático en Arosa. Puede que Pepiño no lo sepa, pero está fabricando a sus kulaks. El kulak era un campesino que poseía dos vacas, unas gallinas y un pedazo de tierra. Suficiente para que los comunistas –soviéticos, chinos, vietnamitas– decidieran acrecentar a su costa la "conciencia de lucha de clases" del pueblo. En suma, su liquidación por "terratenientes". Se trataba de azuzar a unos contra otros, como aquí, mutatis mutandis, se pretende.

Hay en España, por lo visto, cantidad de personas capaces de determinar quién gana demasiado por su trabajo. Confieso que yo no tengo ni idea. Pero sé que la demagogia es sospechosa siempre. Y que AENA se embarcó en inversiones fastuosas y algunas sólo se explican por politiquerías. Blanco quiere endilgar el marrón a los controladores y arrojarlos como pitanza a la opinión pública al grito de ¡abajo los privilegios! Los sindicatos "de clase", encantados. Odian a los sindicatos profesionales.
Qué ironía. Unos socialistas que culpan de la crisis a los neocon o a los neoliberales, que ni en eso se aclaran, y tienen por monstruos a Thatcher y a Reagan, se hallan a un paso de hacerse reaganitas a cuenta de los controladores aéreos. Antes de que nos toque el "modelo de control de bajo coste" que el ministro propugna, que lo prueben ellos. Total, ya aterrizan como pueden.


Libertad Digital - Opinión

La hidra etarra

EL etarra Pedro María Olano sólo era conocido por haber amenazado de muerte a la brava alcaldesa de Lizarza, Regina Otaola, delito por el que fue condenado. Olano era, hasta ahora, otro matón más de la red social proetarra, integrada por esas cuadrillas de chivatos, colaboradores, correos y palmeros que tan eficazmente han contribuido con la estrategia de ETA de «socializar el miedo». Desde luego lo consiguieron. El descubrimiento de que Olano fue pieza clave de los tres atentados frustrados con misil contra el ex presidente del Gobierno, José María Aznar, ha confirmado que ETA siempre está detrás de cualquier forma e intensidad de violencia en el País Vasco contra los no nacionalistas y que todo batasuno encierra, en potencia, a un terrorista dispuesto a pasar de la algarada callejera al misil SAM-7, como hizo Olano. Afortunadamente, ETA falló en su triple intento de asesinar a Aznar y a sus acompañantes durante la campaña electoral de 2001. Cuatro intentos, en total, sumando el de 1995, de acabar con la vida de quien ETA siempre ha considerado su bestia negra, aun antes de que fuera presidente de Gobierno. Por eso no fue oportuno ayer Felipe González al afirmar -en relación con la causa contra Ibarretxe y López por sus conversaciones con Batasuna, cerrada ya por Supremo- que él, Aznar y Zapatero ordenaron hablar con ETA. Tampoco dijo toda la verdad, porque tanto él como Zapatero hicieron con ETA mucho más que «hablar» y porque Aznar creó los instrumentos legales que ahora están derrotando a ETA.

Mejor que reescribir la propia historia es asegurarse de que en el futuro no se cometan los errores del pasado. Las andanzas de Olano, bajo apariencia de «borroka» bravucón, son fruto en buena medida de no haber aplicado la ley siempre con rigor, y aunque ahora los resultados policiales de la lucha contra ETA son excelentes, el Gobierno sigue instalado en la pasividad legislativa. Y hay cosas que mejorar en la lucha contra ETA, como los flecos de las ilegalizaciones de partidos y candidaturas. La trama etarra de ANV aún tiene ayuntamientos bajo su control: o se disuelven estos consistorios o se expulsa a los electos de la lista ilegalizada, pero no se pueden dejar las cosas como están. No habrá reforma como esta que cuente con mayor respaldo social y parlamentario, con suficiente base constitucional -la defensa de la sociedad democrática- y con mejores credenciales de eficacia para acabar con ETA.

ABC - Editorial