sábado, 23 de enero de 2010

"Señor ministro Gabilondo me suspenden por utilizar el español en el colegio"

La impaciencia y el éxtasis. Por Ignacio Camacho

EN la sociedad de la impaciencia era previsible que las mesiánicas expectativas despertadas por Obama deflactasen al contacto con la realidad del poder, que tiene una lógica y un tempo diferente al de las volátiles ilusiones de la opinión pública. Para mantenerse a la altura de la esperanza hipertrofiada que agitó en la campaña habría tenido que ser un verdadero demiurgo; ni siquiera JFK logró en el primer año remontar el vuelo de sus balbuceos de principiante. Y eso que Kennedy vivía y gobernaba con el turbo puesto: mandaba invadir Bahía de Cochinos mientras se metía con Marilyn en la bañera de espuma y saltaba de la piel de Angie Dickinson al puente aéreo sobre el muro de Berlín. Ese vértigo de por sí asombroso resultaba tanto más trepidante en cuanto que iba a contramano de un ritmo social mucho más pausado; en cambio, Obama parece marchar a cámara lenta porque actúa bajo las urgencias de un mundo acostumbrado a las respuestas inmediatas como quien aprieta un interruptor.

En este primer cuarto de mandato mucha gente se ha decepcionado al descubrir que el anhelado superhombre carecía de propiedades mágicas, y ese desencanto irracional ha superado a la evidencia de que Obama es simplemente un político bastante mejor que los demás. Tiene un discurso sólido, un carisma magnético y esa clase de liderazgo innato que le hace destacar en cualquier paisaje. Lo que sucede es que después del éxtasis quimérico y milagrero que proyectó su ascenso y envolvió su llegada, los que esperaban que caminase sobre las aguas sienten cierta quisquillosa frustración al verlo enredarse en problemas tan insignificantes como el terrorismo islamista o la mayor recesión en noventa años.

A un personaje así, poliédrico y seductor, todo el mundo lo quiere asimilar a sus propios prejuicios, lo que suele desembocar en un general sentimiento de desengaño. Ésta es la hora en que los conservadores recelan de su abstracción buenista y los progres abominan de su conversión pragmática. El tipo desde luego es un funámbulo de primera, un artista de los juegos malabares capaz de recoger el -inmerecido- Nobel de la Paz con un discurso de justificación de la guerra. Su problema no va a ser conceptual sino práctico: pasado el período de pruebas empieza a necesitar algún éxito claro.

Entrar por primera vez en el Despacho Oval debe de ser como sentarse sin experiencia en la cabina de un Jumbo; si tocas el botón equivocado aquello sube y baja entre el pánico del pasaje. Por ahora Obama no se ha liado con los mandos; sólo tarda en alcanzar la velocidad de crucero. Al menos en eso ya sale beneficiado frente a cualquier comparación contemporánea: no ha jugado al adanismo frívolo como ZP ni se ha emborrachado de gloria como Sarko. Ha preferido pasarse de prudente que de osado. Quienes soñaban un fenómeno planetario van a tener que esperar al cometa Halley.


ABC - Opinión

Obama, contra la Banca

EL comportamiento de muchos bancos norteamericanos, que han seguido remunerando a sus ejecutivos con sumas faraónicas después de haber recibido fondos del Gobierno para evitar su quiebra, resulta sencillamente inmoral. No se puede justificar que aquéllos cuyas temerarias operaciones financieras estuvieron en gran medida en el origen de la crisis puedan hacer eso con las ayudas públicas, como si los millones de personas que han perdido su puesto de trabajo fueran un mero incidente estadístico. La indignación de Barack Obama es comprensible y seguramente la comparte la inmensa mayoría de los ciudadanos, para quienes es muy difícil aceptar que con los impuestos que tendrán que pagar durante muchos años ciertos bancos cuadren sus balances con beneficios estratosféricos y premien a sus gestores.

Lo que no dice Obama -cuya ofensiva fue ayer respaldada desde Europa, aunque con matices- es que esas ayudas no les cayeron del cielo, sino que fue él mismo quien se las concedió sin poner las debidas condiciones, que ahora reclama con tanta contundencia. Cuando llegó a la Casa Blanca, hace ahora un año, escogió la opción de inyectar dinero público para salvar a los bancos, endeudando aún más unas finanzas públicas que ya estaban exhaustas. Lo que está viendo ahora son los efectos de aquella política concreta, de la que es directamente responsable, para lo bueno y para lo malo. El dinero no se lo dieron los ciudadanos a los bancos, como dice, sino que pertenece a los ciudadanos; a los bancos -resulta innegable-se lo dio él. Tal vez ahora que empieza a conocer las hieles del desencanto y navega con las encuestas en contra, Obama pueda estar pensando en un gesto populista para recuperar el electorado que le ha abandonado. Después de la derrota demócrata en Massachusetts, lo único que ha quedado claro es que todos sus planes de reforma pueden saltar por los aires en las elecciones legislativas parciales de este año, y que si antes de noviembre no ha sido capaz de cambiar esta tendencia puede tener que hacer frente a una espinosa segunda parte de su mandato. Sin embargo, el mensaje que le envían los electores no es pedirle que radicalice su agenda de reformas, sino, precisamente, todo lo contrario.

ABC - Editorial

La sociedad mileurista. Por José María Marco

Se forma a los futuros mileuristas, los mismos que, conformándose con relativamente poco, aunque suficiente y bien complementado, seguirán votando a quien garantiza este pasar mediocre y agradable, sin grandes riesgos ni grandes preocupaciones.

Parece que a Obama le empieza a salir mal su proyecto de establecer una hegemonía demócrata para los próximos treinta años. En España, ese mismo proyecto, liderado por Rodríguez Zapatero, tiene bastantes más posibilidades de salir adelante. Continuará así la hegemonía socialista –interrumpida por algún sobresalto– de las últimas tres décadas.


Una de las bazas a favor del proyecto de Rodríguez Zapatero es la continuidad. Los socialistas no interrumpen ni cambian nada: modifican algunas cosas, es verdad, pero sobre todo prolongan y profundizan las fundamentales. Y una de estas, probablemente la más importante, es la creación en España de una amplia capa social, una coalición interclasista, de apoyo a los socialistas. Una parte sustancial de esta coalición la forman los llamados mileuristas, y el proyecto socialista de Rodríguez Zapatero consiste en consolidar y cuidar esa base social que le garantiza su permanencia en el poder en una sociedad nueva, la sociedad mileurista.

Según cifras del mes de agosto, en España 18,3 millones de personas perciben unos ingresos brutos mensuales inferiores a 1.100 euros. De esos 18,3 millones hay que descontar 1,6 millones de profesionales y empresarios, por razones obvias. Quedan 16,7 millones de personas que cobran menos de 13.400 euros al año.

En vista de estas cifras, suele cundir la indignación acerca de la escualidez de los salarios en España y la precariedad de nuestras estructuras económicas. Para devolver a las cosas a la realidad, conviene tener en cuenta que un salario de 1.100 euros al mes no es tan despreciable como muchas veces se oye decir, al contrario. Para pagarlo, el empresario correspondiente hace un esfuerzo suplementario de unos 300 euros.

Hay más. Como todo el resto de los españoles, estos mileuristas tienen acceso prácticamente gratis a un surtido de servicios básicos, entre ellos algunos tan importantes como la sanidad, la educación (desde la guardería a los estudios de postgrado), el transporte (en parte) y el ocio, desde las fiestas patronales a las vacaciones del Inserso, pasando por todas las ofertas culturales de los múltiples gobiernos y administraciones españoles, y eso sin contar la televisión –ahora ya sin anuncios– e internet. También hay vivienda protegida, es decir subvencionada.

Si mil euros son un sueldo escaso, pero respetable, la casi gratuidad de estos servicios lo hace aún más importante. Se cobra relativamente poco, pero se reciben prestaciones importantes. Servicios que son de buena calidad, en general, aunque requieran cierta tolerancia por parte del usuario, en particular en la enseñanza. Habrá buenas instituciones de enseñanza y otras, cada vez más, que se hundan en la mediocridad, pero no se trata de seleccionar o aprovechar la diversidad de aptitudes y vocaciones, sino de igualar. Se forma a los futuros mileuristas, los mismos que, conformándose con relativamente poco, aunque suficiente y bien complementado, seguirán votando a quien garantiza este pasar mediocre y agradable, sin grandes riesgos ni grandes preocupaciones.

Este proyecto político y social tiene costes, en particular entre los jóvenes bien preparados, cada vez más numerosos, que no pueden superar el techo mediocre que se les impone. A cambio, ofrece sus ribetes culturales radicales, como para añadir algo de aventura a una vida limitada. Tiene difícil alternativa, porque requiere romper un círculo vicioso en el que se refuerzan la dependencia, la falta de responsabilidad y un vivir aceptable, todo engalanado con la retórica de los derechos sociales. Es curioso que en general, las comunidades con mayor dependencia (Extremadura, Andalucía, Canarias), son aquellas en las que hay más mileuristas. Madrid, la que menos tiene.


Libertad Digital - Opinión

Un recado de Aznar. Por M. Martín Ferrand

JOSÉ María Aznar ha entrado en una nueva dimensión. Sin cumplir todavía los cincuenta y siete años, tan vigoroso como vigoréxico, prefiere ser un recuerdo que una posibilidad y, en su nueva condición de paseante en Cortes, escribe cartas persas al estilo del barón de Montesquieu y les manda recados tanto a sus amigos como a sus enemigos. Ayer, en TVE, estuvo acertado cuando dijo que la nueva generación de estatutos de autonomía «no ha sido una buena idea» y especialmente cuando, con precisión de entomólogo, atravesó con el alfiler de los diagnósticos la mariposa de la coyuntura: «(En España) hemos dejado de discutir la organización de la pluralidad para discutir lo común». Ahí está el detalle y, con él, el señalamiento de la quiebra democrática que acompaña a la alarmante situación económica que nos aflige como ciudadanos y nos disminuye como Nación al tiempo que el Estado, hueco de competencias, asiste a su propia destrucción.

Dijo Aznar que «el Estado se está deshilachando». La imagen es rotunda si dejamos claro que las hilachas que va perdiendo el paño español no son consecuencia de su mucho uso, sino capricho de sus usuarios periféricos con saña centrífuga. Cuando, como nos pasa, se pretenden simultáneamente una cosa y su contraria surge el despropósito y llega la catástrofe. Piénsese en la ridícula polémica energética que genera la actualidad. Tenemos, en una esquina del ring a José Luis Rodríguez Zapatero, campeón de las energías renovables y costosas, y en la otra a Mariano Rajoy, aspirante al título de la sensatez nuclear. Entre ambos han convertido en ideología lo que es un asunto meramente técnico y económico. A mayor abundamiento, los cuidadores del aspirante consideran un infierno el hecho inevitable y lógico de que si hay energía nuclear tendrá que haber almacenes para sus residuos y se niegan a tenerlos en sus jurisdicciones. No es raro que Aznar no quiera volver a la política activa y combatiente. Cuando la razón brilla por su ausencia y los intereses comunes no le importan ni a sus beneficiarios, cuando todo son apriorismos y militancias ciegas, un líder en edad de merecer debe quedarse en cama. La experiencia, eso que tan poco valoramos, le habrá enseñado que, aquí y ahora, España es una idea demasiado grande para unas mínimas, jibarizadas, cabecitas políticas en las que cabe poco más que el nombre del municipio de su nacimiento.

ABC - Opinión

El Gran Guayardoning. Por Pablo Molina

Los exabruptos a los periodistas críticos es el peaje que Guayardoning paga gustosamente para seguir siendo el tontito útil de la izquierda que le odia, a él y a todos sus votantes.

Si algo ha quedado claro tras el episodio grotesco protagonizado por el alcalde de Madrid contra nuestra compañera Adriana Rey, es que los varios cientos de asesores contratados por Alberto Ruiz Gallardón con el dinero de los madrileños no son suficientes. Alguien debería explicarle al alcalde que cuando se intenta hacer una broma no te puedes reír en primer lugar, porque entonces quedas aproximadamente como la tonta del bote. Si la sonrisa que eres capaz de esbozar es, además, conejil y esquinada, el resultado es aún más lamentable como podemos comprobar en el video que hemos publicado en nuestro periódico.


Su admirado Wyoming debería dedicar un par de tardes a explicarle a su primer fan los rudimentos básicos de la caricatura política, por supuesto con cargo al bolsillo de los madrileños, que la izquierda anticapitalista no gasta bromas con el tema del parné. Mejor aún, lo que debería hacer Guayardoning es contratar a su ídolo como portavoz municipal y dejarle a él el trabajo de insultar a los medios ajenos al cotarro progresista, que es lo que hace en su labor diaria en La Secta, con escaso éxito de audiencia, es cierto, pero al menos con gran aplicación.

Los exabruptos a los periodistas críticos es el peaje que Guayardoning paga gustosamente para seguir siendo el tontito útil de la izquierda que le odia, a él y a todos sus votantes. Su agresividad contra esRadio, ante una pregunta exquisitamente formulada, contrasta con el trato lisonjero que dispensa a los enemigos jurados de los ciudadanos que le mantienen en el cargo con su voto, pero esa es una contradicción que los votantes del PP en Madrid tendrán que resolver algún día.

Jamás un político había protagonizado una escena de bochorno como aquella vez que Guayardoning, anormalmente eufórico y con aparentes problemas psicomotrices, declaró su fascinación por el showman de La Secta que, si por algo se distingue, es por su odio proteico hacia lo que representa la derecha en España. Miento. Hubo otra ocasión, protagonizada también por el alcalde madrileño, que superó en degradación a ese episodio. Fue cuando, en plena guerra de Irak, los comicastros reunidos en el Palacio de Bellas Artes le invitaron a marcharse porque no querían estar junto a un "genocida", y el mismo que muestra contra los periodistas de nuestra casa una agresividad tan desdeñosa se limitó a obedecerles no sin antes ponerse a sus pies, él y las instalaciones municipales que se financian con el dinero de la derecha madrileña, porque, como es sabido, la izquierda altermundista no paga impuestos.

Y para rematar su particular show a cuenta de nuestros periodistas, va el discípulo torpe de Gila y hace una broma sobre submarinos. En su caso no habría podido elegir una metáfora más apropiada.


Libertad Digital - Opinión

Inmigración, debate social

EL Gobierno y el PSOE se están rasgando las vestiduras por las propuestas del Partido Popular sobre inmigración ilegal, pero el detonante de esta polémica, la decisión del Ayuntamiento de Vic no de empadronar a inmigrantes sin papeles, fue apoyada por los concejales socialistas y el resto del arco político catalán. Es evidente que al Gobierno le incomoda el debate sobre inmigración y que pretende eludirlo poniendo otra vez al PP como cortafuego frente a la opinión pública. Dijo ayer la vicepresidenta primera del Gobierno que «el debate es oportunista y malintencionado», demostrando nuevamente que el Ejecutivo es un equipo sin hechuras para afrontar los problemas más importantes de la sociedad española. Ya no basta agitar el fantasma de la derecha xenófoba para que los ciudadanos dejen de ver las cosas como son.

Vic ha sido un acontecimiento ocasional, que ha desvelado las contradicciones del sistema jurídico y de la acción política sobre inmigración. El hecho de que ahora este consistorio haya decidido volver a empadronar a inmigrantes sin papeles no cancela los problemas de fondo. Para empezar, muchos ayuntamientos no tienen medios económicos para prestar las asistencias sociales a las que tanto acude el presidente del Gobierno. Si se quiere integrar, las administraciones municipales necesitan más dinero. Pero, además, la izquierda sigue despreciando el factor sociológico. La generación en pocos años de unas amplias comunidades inmigrantes, ahora azotadas por el paro, provoca problemas totalmente explicables en su integración en pequeños municipios. No es, ciertamente, una situación generalizada, pero sí concentrada allí donde hay tasas altas de población inmigrante.

Por otro lado, la última reforma de la ley de Extranjería no sólo desmonta las críticas del Gobierno hacia el PP -tan necesario es el debate que Bruselas tiene la inmigración ilegal como un asunto prioritario y constante-, sino también demuestra que el modelo inmigratorio ha fracasado. En España no existe una inmigración laboral en sentido estricto. Es una inmigración familiar y social, y esto es muy distinto de dar trabajo a inmigrantes.

Zapatero sí ha distorsionado el debate al vincular derechos sociales y empadronamiento. La respuesta de Rajoy lo ha dejado en evidencia: que se garantice a los inmigrantes la salud y la educación sin necesidad de empadronarse. Por desgracia, el Gobierno tiene miedo al debate social sobre la inmigración y lo rehúye como ese método sectario de utilizar a la derecha para intimidar a los ciudadanos.


ABC - Editorial

Ahora que puede, algunos no quieren que Rajoy gane . Por (Federico Quevedo

Obviamente, porque no tendría sentido que fuera así, no me refiero a los socialistas. No se quién dijo aquello de “líbrame Dios de mis amigos, que de mis enemigos ya me cuido yo”, creo que la frase se le atribuye a Churchill, aunque también a Pío Cabanillas de quien recuerdo aquella otra de “cuidado, que vienen los nuestros”. Lo cierto es que en la vida diaria de la derecha española ambas frases son aplicables sin muchos condicionantes: el cainismo al que nos tiene acostumbrados la derecha española sigue estando ahí, y aflora como lava hirviendo cuando quien dirige los pasos del hoy principal partido de la oposición tiene más cerca que nunca la posibilidad de ocupar el poder. Son pocos, es cierto, incluso diría que a día de hoy caben en un taxi, pero hacen mucho ruido. Tanto, que logran llamar la atención de los medios -por otro lado muy proclives a ver problemas donde no los hay cuando del PP se trata- y distraerla de los asuntos verdaderamente importantes, principalmente los que ocupan a la errática labor de un Gobierno en cuyo declive ha decidido arrastrarnos a todos.

Hay principalmente tres asuntos que han hecho saltar al sector que agrupa la intolerancia de la derecha activado por el resorte de la intransigencia: el decreto sobre bilingüismo de la Xunta de Galicia, el documento sobre Educación y el debate con Rodríguez en el Parlamento Europeo. Del segundo asunto ya escribí largo y tendido el pasado jueves -ver artículo-, pero la idea inicial me sigue resultando válida para éste, sobre todo teniendo en cuenta que hubo quienes no entendieron o no quisieron entender la ironía del titular. Aquí se pueden hacer dos cosas a la vista del desastre de país que nos está dejando Rodríguez: o actuar al modo del radicalismo -más o menos como nos tienen acostumbrados los intolerantes de la izquierda y el nacionalismo- e incendiar La Moncloa, o introducir algo de sensatez en el debate político. Lo primero tiene como consecuencia que actúa como despertador de los sentimientos más enconados de ambas partes, y ahí suele perder la derecha. Lo segundo activa, sin embargo, la atención de esa mayoría silenciosa que huye de radicalismos, que está harta de Rodríguez y que necesita el asidero de un proyecto político que le aporte tranquilidad y serenidad.

Y en esa segunda derivada el partido de Rajoy parece encontrarse bastante cómodo. ¿Implica eso abandonar o traicionar los principios, como se afirma desde el talibanismo derechil? No, pero sí implica tomar decisiones que a veces pueden resultar no muy fáciles de entender para ciertos sectores duros de mollera, pero que convencen a buena parte de la población de que se encuentran ante un partido con sentido de Estado y en consonancia con la mayoría. El decreto aprobado por el Gobierno de Núñez Feijóo en Galicia es, probablemente, uno de los descubrimientos jurídicos del momento, por la habilidad con la que la Xunta ha conseguido conjugar la convivencia equilibrada de dos lenguas, ambas oficiales según la Constitución, sin que ninguna de ellas se pueda ver o sentir marginada por la otra. La decisión ha molestado sobremanera a un extremo y al otro del nacionalismo, hasta el punto de coincidir ambos en la crítica exacerbada y, en el caso de la izquierda, violenta contra el nuevo Gobierno de la Xunta. Cuando los extremos coinciden, quiere decir que quien ocupa el centro ha acertado en su decisión, sin lugar a dudas.

Ese mismo mensaje de sentido de Estado, equilibrio y moderación es el que ha querido hacer llegar el PP a la mayoría de los ciudadanos rehusando a utilizar de modo partidista el debate de Rodríguez en el Parlamento Europeo. ¿Significa eso que el PP comparte la política de Rodríguez? Cabría alguna duda si en el Parlamento español los ‘populares’ mantuvieran alguna clase de ambigüedad, pero es evidente que no. Las críticas que diputados de otros países hicieron a Rodríguez por su política errónea e incapacidad de liderazgo de la UE para salir de la crisis son suficientemente implacables como para necesitar que también los eurodiputados españoles del PP hurguen en la herida. El ensañamiento suele ser muy mal consejero, y Rodríguez está lo suficientemente ‘tocado’ como para permitir al PP un gesto de entereza que lejos de hacerle perder votos, le hace ganar en responsabilidad y sentido común. Pero nada de todo esto convence a ese sector que Ignacio Villa llamaba el viernes por la mañana desde los micrófonos de la COPE “la derecha de la derecha”, y que por intereses partidarios, o espurios, o simplemente porque en el fondo viven mejor en la oposición a Rodríguez, han vuelto a las andadas contra Mariano Rajoy.


El confidencial - Opinión

Menos demagogia y más coherencia en el debate nuclear

Los partidos políticos deben aparcar la hipocresía y el populismo: dado que utilizamos energía nuclear, hay que hacerse cargo del almacenaje de sus residuos.

LA UBICACIÓN del cementerio nuclear que quiere construir el Ministerio de Industria ha suscitado una polémica en los partidos, donde los intereses locales chocan con la posición fijada por las direcciones nacionales.

El caso más evidente es el PP, dividido tras la decisión del ayuntamiento de Yebra (Guadalajara) de presentar su candidatura para acoger este cementerio donde se enterrarían los residuos nucleares de todas las centrales de España. Anteayer, Dolores de Cospedal -que es tanto la secretaria general del PP como la responsable en Castilla La Mancha- amenazó con expulsar al alcalde y a los concejales que votaron a favor de la instalación. Ayer su teóricamente subordinado Javier Arenas dijo lo contrario: que no serán sancionados. Al mismo tiempo, Mariano Rajoy declaraba que no tiene una opinión formada sobre el asunto.


Las posiciones en el PSOE tampoco son homogéneas porque hay municipios dispuestos a albergar la instalación mientras que sus dirigentes regionales son reacios. El principal opositor al cementerio de Yebra es José María Barreda, que defiende que se instale en otra comunidad.

José Montilla, en cambio, ha adoptado la posición contraria: es favorable a que el proyecto se ubique en Ascó (Tarragona), donde se ha abierto un debate muy similar, que ha dividido también a sus habitantes. Los concejales del PSC son partidarios del almacén de residuos y los de CiU están abiertamente en contra.

No es extraño, sin embargo, que muchos barones socialistas como el citado Barreda se opongan a estos cementerios en su región, teniendo en cuenta la beligerante postura del propio Zapatero en contra de la energía nuclear hasta el punto de haber llegado a desautorizar al propio ministro de Industria, Miguel Sebastián, que sí está a favor de la inversión en nuevas centrales.

La decisión la tiene que tomar el Gobierno, que ha convocado un concurso abierto a todos los ayuntamientos de España, que, además de beneficiarse de la creación de puestos de trabajo y otra serie de ventajas, ingresarán un canon anual por acoger este almacén.

España ya tiene un cementerio nuclear en El Cabril (Córdoba), pero necesita otro para depositar los residuos radioactivos que ahora están enterrados en Francia. Ello cuesta unos 40.000 euros al día, por lo que el Congreso aprobó en 2004 la construcción de ese nuevo almacén nuclear, hasta ahora demorada por falta de acuerdo político.

Según informa hoy nuestro periódico, el coste del almacenamiento pasará a ser de 60.000 euros al día a partir del 21 de diciembre de este año. Ello supondrá pagar al mes la friolera de 1,8 millones de euros (21 millones al año).

La intención del Gobierno es elegir la sede del nuevo cementerio en el próximo mes de abril y comenzar inmediatamente las obras, que en cualquier caso no terminarán antes de finales de 2014. Hay, pues, poderosos motivos económicos para no demorar una decisión que se debería haber adoptado hace cuatro o cinco años. Puesto que en España existen centrales nucleares y se producen residuos, no hay ninguna razón para no acometer la construcción de ese cementerio.

Desde este punto de vista, resultan incoherentes los recelos de muchos dirigentes políticos a esta instalación, que es absolutamente necesaria, máxime si va a seguir existiendo la energía nuclear. Lo único que cabe es que el Gobierno elija la mejor ubicación en base a criterios objetivos, sin que nadie tenga derecho a demonizar a los ayuntamientos que consideran que sus ventajas priman sobre sus hipotéticos inconvenientes.


El Mundo - Opinión

Los principios de Aznar frente a los complejos de Rajoy

Han bastado unos minutos en televisión para que el discurso liberal de Aznar que mejor conecta con las bases naturales del PP brillara con luz propia frente a un cada vez más taciturno y acomplejado Rajoy.

La situación política, social y económica de España es ciertamente crítica. El consenso constitucional sobre el que se asentó la democracia se ha ido desmembrando de manera progresiva hasta prácticamente desaparecer. Ya sucedió durante los gobiernos de Felipe González cuando trató de recrearse el modelo mexicano del PRI (la dictadura perfecta, en palabras de Vargas Llosa); un proceso que, por fortuna, fue abortado en 1996 por la victoria de José María Aznar y su conato de regeneración institucional y democrática: la Segunda Transición, tal y como la denominó el ex presidente del Gobierno en uno de sus libros.


Zapatero, sin embargo, ha continuado y radicalizado la obra que dejó inacabada González. De hecho, pocos serán quienes no vean que el imperio de la ley se está disolviendo en los enjuagues de una partitocracia cada vez más liberticida. El PSOE tomó el poder en 2004 y lo mantuvo en 2008 mediante el pacto y las cesiones a partidos contrarios a las instituciones constitucionales actuales, como Izquierda Unida o Esquerra Republicana de Cataluña. Todos los límites al poder político, a su poder político, han ido estallando uno a uno en un intento de eliminar todos los contrapesos: la justicia, la educación, los medios de comunicación, internet, las víctimas del terrorismo, la Iglesia o incluso la oposición política.

Esto es, precisamente, lo más grave que ha sucedido en esta segunda legislatura de Zapatero: no que el líder socialista haya proseguido con este proceso de boliviarización de la vida política española, sino que la oposición haya renegado de su papel y se haya sumado entusiasta al proyecto zapateril por pensar que así heredará los escombros del régimen.

A las ya conocidas renuncias a combatir el nacionalismo, a defender la libertad lingüística, a proponer un modelo económico alternativo al socialismo, a fiscalizar la política antiterrorista del Gobierno, a buscar la verdad en el 11-M, a impulsar una justicia independiente del poder político, a purificar su organización de cualquier sospecha de corrupción, a defender del derecho a la vida para todos los seres humanos, incluido el nasciturus, a eliminar el adoctrinamiento educativo o a promover un uso nacional del agua, el PP ha añadido esta semana dos nuevas afrentas contra los valores y principios de sus votantes.

Primero fue el apoyo entusiasta a la Ley Sinde, ese proyecto por el que el PSOE pretende cercenar las libertades de los españoles en internet con la excusa de proteger un "derecho fundamental" inexistente como es el de la propiedad intelectual. Más tarde hemos tenido que contemplar cómo la secretaria general del PP, María Dolores de Cospedal, volvía a actuar como candidata del PP a la presidencia de Castilla-La Mancha al tratar de expedientar a los ediles populares de la localidad de Yebra por postular a ese municipio como sede del Almacén Temporal Centralizado. En otras palabras, pese a que el PP supuestamente defiende el uso de la energía nuclear, el nuevo PP está siendo el primero en sumarse a la típica retórica antinuclear de los grupos ecologistas.

Frente a esta confusión del PP de Rajoy contrasta la claridad con la que José María Aznar ha afrontado algunos de los principales temas de actualidad en la entrevista que el realizaron ayer en TVE. En unos pocos minutos, el ex presidente del Gobierno ha dejado meridianamente clara su opinión sobre el obstáculo que suponen las políticas keynesianas de Obama para la recuperación económica, sobre el proceso de desmembración nacional a través de los nuevos estatutos o sobre la política antiterrorista del Gobierno que, más bien, vino caracterizada por el abierto entendimiento.

Han bastado unos instantes para que el discurso liberal que mejor conecta con las bases naturales del PP brillara con luz propia frente a un taciturno y acomplejado Rajoy. Lo que la nueva dirección popular no termina de entender es que para encauzar el desnortado rumbo que está siguiendo España de la mano de Zapatero no basta con ganar las elecciones a los socialistas, sino que se vuelve imprescindible imprimir unos nuevos principios a nuestra democracia; principios que Rajoy y los suyos están importando del PSOE y que Aznar sabe extraer del ideario liberal sobre el que se fundamentan todas las sociedades libres, avanzadas y prósperas.

Sería deseable que el nuevo PP se fijara más en el antiguo PP, el único que hasta la fecha le ha proporcionado éxitos a su partido y a España. De momento, sin embargo, parece que prefiere emular al PSOE, la única estrategia que ni les ha traído éxitos a ellos ni a España.


Libertad Digital - Editorial

¿Ayuda al desarrollo o a uno mismo?. Por José María Carrascal

El primero que puso en duda la «ayuda al desarrollo» fue Freimut Duve, hace ya cuarenta años, en su libro «Entre el hambre y el miedo». Sebastián Haffner la descuartizó en su ensayo «Escepticismo ante la ayuda a los países en desarrollo», publicado poco después, en la revista «Konkret». Lo que no ha impedido que tal ayuda se haya multiplicado hasta el punto de que, a estas alturas, forma ya parte de la escena mundial, con todo tipo de canales, nacionales e internacionales, gubernamentales y privados, conocidos por el nombre genérico de Organizaciones No Gubernamentales u ONG. Con un resultado tan poco efectivo como el de una gota de agua en una plancha al rojo. La pobreza en el Tercer Mundo ha aumentado de tal manera que ha habido que inventar un Cuarto Mundo, para designar el infierno donde viven aquellos a los que falta no sólo lo más elemental, ropa, agua, comida, medicinas, techo, sino también la seguridad básica que garantiza que, en cualquier momento, no llega un individuo que te asesine, para quitarte las cuatro cosas que tienes o, simplemente, por pertenecer a otra tribu.

Si nos ponemos a evaluar fríamente, la ayuda al desarrollo ha sido el mayor fracaso colectivo de los últimos tiempos, al no haber alcanzado no ya su objetivo final -elevar el nivel de los pueblos a que va destinada-, sino su objetivo mínimo: lograr que sus habitantes se queden en sus países y no inunden los nuestros como una inmensa marea. Hoy, siguen llegando, sin importarles las barreras que se les ponen ni los riesgos que corren en el viaje. Pues siempre será preferible vivir al raso en la Plaza de España de Madrid o bajo un puente del Sena que en Conakry o Accra. Es la mejor prueba del fracaso de la ayuda a los países en desarrollo.

Sin embargo, dicha ayuda continúa. Incluso con más intensidad que nunca, en parte, en un esfuerzo inútil para contener esa avalancha, en parte, en un intento ya más logrado de acallar nuestras conciencias. Y aquí debo aclarar dos cosas importantes. La primera: que hay ONG y ONG. Mientras algunas cumplen una labor admirable -pondría a la cabeza Médicos sin Fronteras, junto a las monjas que de antiguo vienen ayudando a pobres sin discriminación alguna-, hay otras que, más que ayudar a otros, ayudan a sus patronos, y digo esto por conocer a algunos de ellos que han hecho de su ONG un medio de vida muy confortable. En cualquier caso, las ONG no resuelven el problema de la miseria en el mundo, aunque puedan resolver algunos casos particulares. Es incluso posible que sean analgésicos que calman el dolor de esos pueblos, pero no curan su enfermedad, condenándolos para siempre a ella. El segundo punto que deseo aclarar es que la ONU tampoco es una solución para este problema. Ni para ninguno. Veinticuatro años como corresponsal en ella me han enseñado que la ONU sólo sabe enterrar muertos y poner de acuerdo a los que ya lo están. Si una de las partes en conflicto rechaza el compromiso, el conflicto sigue abierto. Tan simple como esto. O sea que creer que la ONU puede acabar con la pobreza es tan iluso como creer que puede traer la paz al Oriente Medio o impedir la nuclearización de Irán. La ONU es nuestra coartada para convencernos de que hacemos algo sin hacerlo, y cuanto más apelemos a ella, más ingenuidad o hipocresía destilaremos. Apelar a la ONU, en fin, es como apelar al Rey en una democracia parlamentaria para que resuelva nuestros problemas. En una democracia parlamentaria, el Rey no tiene poderes ejecutivos. Los tienen los partidos, los tribunales, las Cámaras. Como tampoco los tiene la ONU, donde quienes mandan son los Estados miembros. Y los Estados miembros van cada uno a lo suyo. En resumen, que esperar de la ONU que resuelva la miseria del mundo es aún más ilusorio que esperar que la resuelvan las ONG.

Aclarados estos dos puntos, podemos entrar ya en el meollo de nuestro asunto. ¿Cómo es posible que pese al aumento constante de la ayuda y cooperación internacional, los países ricos sean cada vez más ricos y los pobres, cada vez más pobres? ¿Cómo se explica que el foso entre ellos se haga cada vez mayor? Freimut Duve lo apuntó acertadamente ya hace casi medio siglo en el libro citado: la causa es que, mientras el precio de las materias primas bajan, el precio de las manufacturas se multiplica. Lo que reciben por su café, su cacao, su azúcar, su mineral de hierro, de cobre, etc., etc., los países subdesarrollados no cubre ni de lejos lo que les cuestan los productos que compran en los industrializados. Y la ayuda que reciben de éstos, advierte Duve, no es más que una parte ínfima de esa diferencia abismal entre sus balanzas comerciales, algo así como una propina. Si a ello se añade que muchas materias primas, desde la lana a la madera, han sido sustituidas por productos sintéticos, como la fibra y los plásticos, y que tanto la agricultura como la ganadería han evolucionado de tal forma que el Primer Mundo no necesita importar tales productos del Tercero, tendremos una situación desastrosa para éste, agravándose, además, cada año que pasa. Esto es así por pertenecer a la misma naturaleza de las cosas, incluida la naturaleza humana, y no hay forma de cambiarlo.

La única forma de superarlo no es con «más ayuda para el desarrollo» tal como venimos practicándola, que en el fondo no se diferencia mucho de aquellas benditas organizaciones caritativas de señoras pudientes, que intentaban aliviar la miseria de los pobres de su ciudad con tómbolas benéficas y partidas de canasta, antes de existir una red social por parte del Estado. Aquellas organizaciones caritativas se llaman hoy ONG, sin mucho más éxito en resolver el problema de la pobreza en el mundo.

La única solución es que esos Estados que meramente subsisten, y a veces ni siquiera eso, se industrialicen y puedan competir con los ya industrializados en un plano de mayor igualdad. Pero la industrialización es un proceso largo, lento, complejo, aparte de «cruel, inhumano incluso,» según Haffner, ya que obliga a transformar una sociedad campesina en otra completamente distinta. Centroeuropa lo hizo en el siglo XIX, y las novelas de Dickens y Zola nos dan cuenta de los sufrimientos experimentados por buena parte de la sociedad inglesa y francesa hasta alcanzar ese nivel de desarrollo, montado en el capitalismo más salvaje. Que no se diferenciaba mucho del capitalismo del Estado o comunismo, cuyo proceso de industrialización en la Unión Soviética, China y Cuba tampoco le anduvo a la zaga en cuanto a sufrimiento de la población. Lo que difieren son los resultados. En Rusia, mediocres. En China, mejores. En Cuba, desembocando en un callejón sin salida.

Aunque también nosotros que nos encontramos en ese callejón. La «ayuda al desarrollo», tan como venimos practicándola, es ayuda, pero no desarrollo, y Haití es el mejor ejemplo de ello. Ahora bien, el «capitalismo del Estado» tampoco garantiza el éxito, manteniendo en cambio la miseria. Tal vez una solución sería un «colonialismo a la inversa», esto es, poner a los países subdesarrollados bajo la tutela de sus viejas potencias coloniales, pero no para que éstas se beneficien de sus riquezas, como hicieron, sino al revés, para que se encarguen de su desarrollo, estableciendo allí los sistemas educativo, legal, sanitario, administrativo, industrial, que les permitan empezar a funcionar como Estados hechos y derechos, que hoy no son, ni lo serán nunca de continuar por el camino que van. Se trataría, en fin, de llevar a la práctica el proverbio chino «Si das a un pobre un pez, comerá hoy. Si le das una caña y le enseñas a pescar, comerá toda su vida.»

Pero ¿quién regala una caña y enseña a pescar en los jorobados tiempos que corren?


ABC - Opinión

Entrevista íntegra a José María Aznar en Los Desayunos de TVE



Entrevista íntegra a José María Aznar en Los Desayunos de TVE