domingo, 24 de enero de 2010

El caballo de Troya. Por Francisco Serrano

He tratado de proteger a las mujeres maltratadas desde antes que cumpliera la mayoría de edad la actual ministra de Igualdad que censura a quienes se atreven a contradecir su doctrina y religión de pensamiento único y monolítico.

Resulta obvio que la libertad, sobre todo la libertad de expresión, consiste en la posibilidad de decir lo que otros no quieren oír. Constituye ese reconocimiento un derecho fundamental que ampara a todos los ciudadanos sin ningún tipo de restricciones salvo las que son necesarias para evitar la conculcación de otros derechos, como es el derecho al honor, la dignidad y estima de otras personas.


La libertad de opinar, la de expresar dentro del respeto las propias ideas y pensamientos, se extiende a toda la ciudadanía, incluidos los jueces, porque ciertamente venimos obligados a acatar y cumplir y hacer cumplir las leyes, pero como ciudadanos que somos, expertos en las áreas sociales que son objeto de nuestro ejercicio jurisdiccional, resulta lícito y legítimo que también se pueda hacer un juicio crítico sobre su contenido, porque cuando se advierte que una norma no produce los bienintencionados efectos pretendidos por el legislador, es cuando se pone en práctica mediante su aplicación. Al igual que, y eso a nadie parece extrañarle, un miembro del poder ejecutivo puede comparecer manifestando que acata una sentencia pero que critica y muestra disconformidad con su pronunciamiento.

Por ello, en una democracia como la nuestra se ha de calificar como inadmisible que se haya querido pisotear, mediante el insulto, la descalificación y la amenaza de ser represaliado, a quien sólo ha expuesto su propia experiencia y los datos recopilados en la sombra de la clandestinidad no oficialista... y además corroborando su versión políticamente incorrecta con sólidos argumentos y razones. Un juez cuya voz ahora se ha hecho peligrosa que sea oída, pese a que llevo años diciendo lo mismo en conferencias, publicaciones y medios de comunicación. Mas ahora después de cinco años, mi voz que sólo tenía eco en ambientes reducidos, allí a donde sólo había alcanzado la injusticia que afirmaba se había de corregir, ha transcendido porque la sociedad ya ha podido tomar consciencia del problema; mi voz ahora es como la de Casandra, que vaticinó la toma de Troya por el engaño de un caballo de madera, pero cuando Ulises y sus colegas corren por dentro de las murallas de la ciudad condenada.

Ahora sí nos creen. Y ello gracias a que los medios de comunicación han sido, en gran medida, y hasta ahora, cómplices de ese pacto de silencio sobre un tema social tabú, conocido de sobra por todos, pero sobre el que no resultaba políticamente correcto y adecuado hablar. Ello gracias al silencio de los profesionales que no se han atrevido a contar, también, la verdad que refleja su experiencia. Muchos sólo me contaban a mí las tragedias de que habían sido testigos pero sin enfrentarse a tener que transmitirlo en público. Altísimas instancias del Estado y estamento judicial, anónimas voces políticamente correctas, en reservado, me han comentado: "Sí, de acuerdo tienes razón, la Ley de Violencia tendría que reformarse, pero no podemos decirlo". Unas veces, la inmensa mayoría, por miedo a sufrir el mordisco de la represión, el auto de fe de la nueva inquisición que ha dictado la norma no escrita de censurar lo que no quiere oír el santo oficio. Mas, en otras, por puro y duro interés y oportunismo.

Más curioso aún cuando precisamente mi preocupación por temas de calado social, especialmente con incidencia en los derechos de los niños, no se ha centrado en las críticas a la Ley de Violencia de Género, sino que también he participado activamente en otras propuestas de reformas legislativas, en materia de acogimiento y adopción, sin que a nadie pudiera en tal caso parecerle mal que un juez especialista y experto en la materia pudiera dar su opinión al respecto.

El intentar aportar ideas para mejorar, el intentar abrir debate para encontrar nuevos planteamientos y soluciones a los problemas y las injusticias, el intentar rectificar errores para seguir avanzando en igualdad, sinceramente no creo que merezca como respuesta el cadalso. Siempre he luchado por defender los intereses de los más débiles e indefensos, y mi condición de juez me ha dado la satisfacción de que, muchas veces, he logrado esa defensa efectiva. Siempre en favor de los niños y siempre en favor de las mujeres que sufren real maltrato por encontrarse en situación de discriminación, desigualdad, miedo y relación de poder frente al canalla maltratador, y ese empeño desde antes que cumpliera la mayoría de edad la actual ministra de Igualdad que censura a quienes se atreven a contradecir su doctrina y religión de pensamiento único y monolítico, que es la que atribuye el carácter de experto a quien sólo la profesa.

No estoy contra las mujeres maltratadas, siempre he tenido las puertas abiertas para brindarles amparo en mi Juzgado. Me opongo, eso sí, a quienes se aprovechan de sus miserias, me rebelo contra las que abusan y las perjudican, sin pretender que se reduzca el número de denuncias de mujeres maltratadas sino de las formuladas por mujeres que no sufren ningún tipo trato discriminatorio en su relación de pareja. Proclamo que se redefina el concepto de maltrato para evitar cientos de miles de injusticias, comenzando por el que se irroga a las víctimas de auténtico maltrato, el que deja cicatrices en el alma. Reclamo que los recursos y fondos para atender los servicios que garanticen el derecho a la asistencia social a las mujeres víctimas de violencia de género no se distribuyan en base a criterios en los que se tenga en cuenta prioritariamente el número de denuncias presentadas, porque ello supone un efecto llamada a la presentación de denuncias infundadas que colapsan los juzgados. Solicito que se reconozca la existencia de mujeres que denuncian por despecho y venganza, debiéndose articular medidas eficaces para sancionar esas conductas desviadas. Requiero que el ámbito de protección de la norma se extienda a todos los que sufren violencia en el ámbito doméstico, con independencia de su raza, edad, creencia y género.

En fin, un disparate que merece la quema del hereje. Que cada uno saque sus conclusiones, dicho lo dicho, de quien extrae beneficio de la actual situación, que, insisto, requiere de debate y reflexión, comenzando por el del propio legislador; pues como ciudadano estoy orgulloso de que las normas se aprueben por unanimidad, pero más orgulloso estaría de que ese legislador fuera capaz de reconocer que se pueden cometer errores y que resulta preciso, a veces, rectificar el rumbo para alcanzar el destino deseado.

Francisco Serrano es juez titular del Juzgado de Familia número 7 de Sevilla


Libertad Digital - Opinión

Los simpapeles con papeles. Por Antonio Burgos

YO sabía que en Vich había buenos salchichones, pero desconocía que hubiese también correderos de liebres. En Vich ha saltado la liebre. Sí, Vich. La que muchos cretinetes, expresándose en castellano, escriben Vic. Con lo que en vez del nombre castellano de la patria del salchichón, escriben una marca de bolígrafo con falta de ortografía. Sí, Vic naranja escribe fino, Vic cristal escribe normal. Sabía servidor también que Vich era desde tiempos de Rege Carolo causa de un gran debate nacional: el del salchichón. Vich divide a España. Los españoles no somos de izquierdas y de derechas, del Madrid o del Barcelona, no. Hay una división mucho más irreconciliable: la de quienes prefieren el buen salchichón de Vich cortado en rodajas y sus aguerridos oponentes, aquellos otros que, por el contrario, se empecinan en defender con toda suerte de argumentos y citas de autoridad que es mucho mejor en taquitos, ¿dónde va a parar?

Y cuando esa disputada cuestión de si salchichón en rodajas o salchichón en tacos aún no está resuelta, con grave inquietud de quienes se preocupan por estas fundamentales cuestiones patrias, nos llega desde Vich una incógnita casi irresoluble: ¿puede un simpapeles tener papeles? ¿Puede un simpapeles seguir siendo simpapeles si su nombre figura en el padrón municipal? Lo más progresista, por lo visto, es que mandemos a la lógica de vacaciones en el avión oficial de la vicepresidenta Fernández de la Vega, que se sabe solo el camino del chébere que chébere, y aceptemos como normal la contradicción lógica del simpapeles con papeles, esto es, inscrito en el padrón.

A los simpapeles, antes que protestaran las asociaciones dedicadas al ejercicio de la xenofilia, les llamaban ilegales. «Ningún ser humano es ilegal», dijeron, y acuñaron lo de simpapeles. Menos papeles que una liebre. Que la liebre que ha saltado en Vich. A cuyo Ayuntamiento han llamado de todo, simplemente por ejercer la pura lógica: ¿cómo vamos a inscribir en el padrón a unos señores que no tienen permiso para estar en España, ya que entraron con pasaporte turístico aproximadamente al mismo tiempo que Tarik y Muza cuando inauguraron el servicio de pateras del Estrecho de Ultramar? (Ultramar es como Karmele Marchante llama en el Sunami a Gibraltar («punta amada de todo español»), debajo de su glamur de Pop Star Queen no se le vean los pololos de la cantidad de guardias que ha debido de pelar en el Castillo de la Mota con la Sección Femenina de Falange, aunque ahora vaya de progre. Más Sección Fememina que la señora madre de un vicepresidente del Gobierno que yo me sé.)

La postura del ayuntamiento de Vich chorrea lógica, un bien tan escaso hoy en España como el esfuerzo o el culto a la excelencia. Salvo, claro está, que los simpapeles con papeles de Vich sean parte de nuestro I+D. Ya saben, como el pan sin gluten, la cerveza sin alcohol, el turrón sin azúcar, el café sin cafeína o el Gobierno sin vergüenza, pero al revés: los simpapeles con papeles. ¿Quién me compra este misterio de que estén en el padrón quienes ni siquiera pueden estar en España? Y digo yo: si ese padrón lo tiene hasta la ETA, que se los entregan a los hijoputas en los ayuntamientos vascongados donde están sus compadres, ¿por qué no lo tiene la Policía, y así acaba con el problema de los simpapeles, ya que los ayuntamientos los ficharon? Pero me dicen: «Ah, ¿usted no sabe ese principio de «un hombre, un voto» (y en el Valverde del Camino, dos botos)? ¿Usted no sabe que queremos que los simpapeles sean con papeles del padrón electoral para que nos aseguremos su voto de progreso en las municipales, que están a la vuelta de la esquina?». Ahora, que hablando del padrón, como no quiero líos, no me vayan a llamar xenófobo, me quedo con las gambas de Padrón que vendía El Pipo en su marisquería de la calle de la Plata de Córdoba, qué gambas, señores.


ABC - Opinión

La guerra de los corresponsales. Por Carmen Rigalt

El viernes por la mañana, una crónica firmada por Jacobo G. García, colaborador de EL MUNDO, disparó las alarmas en internet. Era una crónica airada y rabiosamente crítica sobre los enviados especiales a la tragedia de Haití. Una crónica de corresponsal contra corresponsal. Ahora que las exclusivas ya no existen (desde que reina internet, casi nadie llega primero a la noticia), la habilidad de los corresponsales se demuestra en el particular enfoque que cada uno confiera a su crónica. A medida que se van contado los muertos y ordenando los vivos, el periodista agudiza su ingenio para diferenciarse. Entonces pasa lo que ha pasado.

Jacobo G. García ilustraba su crónica con ejemplos brillantes y eficaces. Y preguntaba: ¿Se puede llegar a un terremoto con maleta de ruedas? Sí, se puede. ¿Puede una revista de maquillajes y joyas enviar a un periodista para la cobertura del terremoto? Sí, puede. ¿Puede la AECID (Agencia Española Internacional de Cooperación y Desarrollo) llevar a más de 20 periodistas dentro de un avión de emergencias? Sí. ¿Y puede el Ministro de Exteriores buscarles casa para que trabajen con plena seguridad? Sí, también.

En realidad Jacobo se preguntaba (y se respondía) más cosas, pero no contento con eso, incluyó un artículo de Arturo Pérez Reverte en el que repartía estopa con el arrojo de «macho man» al que nos tiene acostumbrados. Arturo es mucho Arturo y no se calla ni debajo del agua. Su artículo había sido publicado antes del terremoto, pero tambien era un alegato contra algunos periodistas poco curtidos en tragedias. En esta profesión pocos se atreven a meterles mano a los compañeros, tal vez por temor a que la respuesta les deje escaldados. Las armas de uno son también las del otro. Lo que hizo Jacobo (con la ayuda de Perez Reverte) fue recoger (y vocear) una inquietud existente en ciertos círculos de corresponsales, molestos por la masiva llegada de periodistas nacionales a Puerto Príncipe, unos para inspirarse, otros para grabar entradillas a pie de avión y todos para hacer uso legítimo de su derecho a informar. Entre medias, a Jacobo se le escapó un zarpazo contra el beatífico Pedro Piqueras, que se había trasladado al aeropuerto de Puerto Príncipe con la intención de abrir su telediario desde allí.

El caso es que los foros se animaron y todo el mundo prorrumpió en elogios hacia los autores de las diatribas. Nunca he visto mayor unanimidad en la red, con lo que le gusta a la gente llevar la contraria. Los foros de internet suelen ser una reproducción de las dos Españas, y si uno dice blanco siempre hay otro que responde negro.

A los corresponsales no hay quien les tosa. Bueno: a mi tampoco hay quien me tosa, y eso que sólo soy corresponsal en mi casa. En general, la prepotencia es inherente al periodismo, pero se nota más entre los corresponsales de guerra. A ellos les presuponemos el valor, como a los soldados. Si un corresponsal no tiene «cohones» (o tiene los justos, o sea, dos), enseguida cría fama de hacer las crónicas desde el hotel. Famosos por su valor y en algunos casos, por atribuirse la potestad de desautorizar a quienes no parecen tenerlo, son (o han sido) Pérez Reverte, Fran Sevilla, Jon Sistiaga, Mercedes Gallego. Más cuestionados han sido Alfonso Rojo o Angela Rodicio. Se sabe que Manu Leguineche no daba brincos por las trincheras ni pasaba hambre, pero fue respetado como un Papa. Era un gran contador de guerras. No estaba en el periodismo para hacer de Indiana Jones, ni falta que le hacía.

Hay que ser de una pasta especial para moverse en los escenarios de conflicto. Tener estómago, coraje, incluso inconsciencia. No todos los corresponsales de guerra (o de tragedias: Haití hubiera tenido que sufrir muchas guerras para superar la cifra de muertos del terremoto) reaccionan igual. Los hay que reproducen el modelo del periodista/héroe idealizado por las películas sobre Vietnam: saben buscarse la vida y se excitan con el riesgo. A veces hasta protagonizan la noticia con su propia muerte. Pero también hay periodistas que cuentan las batallitas acodados en la barra de un bar, como Hemingway. No es cuestión de valentía sino de arte.


El Mundo - Opinión

Leguina. Por Jon Juaristi

LA editorial Alfaguara anuncia el último libro de Joaquín Leguina, La luz crepuscular, como unas «memorias noveladas» que cuentan la historia de «un partido».

No se trata de publicidad engañosa, porque hay algo de eso, efectivamente, pero es quizá lo menos importante, y ya Leguina lo había contado con más morbo y cabreo en unas memorias anteriores poco noveladas (Conocer gente). Lo que se cuenta en La luz crepuscular es, ante todo, la biografía de un tiempo, el de Joaquín Leguina. Un gran filósofo francés nacido en Lituania, Emmanuel Lévinas -cuyo apellido parece un eco báltico y judío del vasco leguina, que significa «ladera», aunque valga, en realidad, por «hijo de Leví»- definía el tiempo como la experiencia de la relación del yo con los otros. De manera que, según esta definición, el libro que comento habría podido titularse también Conocer gente, o Conocer más gente, pero lo de La luz crepuscular, que es un homenaje al bolerazo aquél de Jorge Sepúlveda, Mirando al mar, no le queda nada mal y sugiere, desde la portada, el tono dominante en el relato.


Total, que el marbete publicitario despista lo suyo, y está de sobra incluso lo de «memorias noveladas», porque es una novela que explota, eso sí (y es cierto que más de lo que suele ser normal), una prolija veta autobiográfica. Todo autor es libre a la hora de elegir el género, y, sin duda, Leguina ha quemado con este libro las posibilidades de escribir unas verdaderas memorias, lo que, en el fondo, da lo mismo, pues La luz crepuscular se lee muy a gusto como lo que es: una muy estimable novela histórica.

Unamuno, que escribió una sola novela histórica, se armó un lío en el prólogo de la segunda edición de Paz en la guerra, dudando si definirla como una novela histórica o una historia novelada. Al lector, este tipo de vacilaciones le suele dejar frío, y si el lector es además un historiador o alguien con serio interés en el conocimiento de la Historia no dudará en aceptar una buena novela como fuente digna de confianza, cuando comprueba que lo que se cuenta está suficientemente documentado y el autor lo trata con honestidad, que no siempre implica distancia.

El tiempo de Leguina (o el de su alter ego en la novela, Ángel Egusquiza) se asemeja bastante a los tiempos de otros muchos de su generación. Tomando este concepto en su generosa cuantificación orteguiana, me siento incluido en la misma, la de los nacidos en la amplia posguerra, si bien el rigor cronológico del novelista (y doctor en Demografía por la Sorbona, no se olvide) me adscribiría a otra cohorte, no tan lejana de la suya, sin embargo, como para no haber conocido y tratado a muchos de los personajes cuyas vidas se cruzaron con la de Ángel Egusquiza, al menos desde su época de estudiante de Económicas en Bilbao. Y también lo suficientemente iluminada por la luz crepuscular para distinguir entre las traiciones inevitables de los recuerdos personales o incluso la tendencia comprensible a figurar en el lado honroso de los conflictos -lo que nos pasa a todos en mayor o menor medida- y la fabricación deliberada de memorias históricas y otros dispositivos maniqueos por parte de quienes sólo conciben el pasado como arma arrojadiza y proceden a inventárselo desde la estúpida irresponsabilidad que les otorga su confinamiento (por edad o mala fe) en lo que Marianne Hirsch ha denominado una «posmemoria», es decir, un conglomerado conformista de leyendas muy apto para convertirse en discurso público dominante. Sobra decir que la última y magnífica novela de Joaquín Leguina constituye un ejemplo de todo lo contrario.


ABC - Opinión

Zapatero no puede esperar mucho para despejar la duda

La incógnita de si el presidente del Gobierno repetirá como candidato en las próximas elecciones le perjudica a él y al PSOE, ya que la incertidumbre genera inestabilidad.

LA MERA hipótesis de que Zapatero pudiera renunciar a encabezar por tercera vez el cartel electoral de las generales está originando zozobra e inquietud en las filas socialistas. A pesar de que la dirección del PSOE ha culpado al PP de abrir ese debate, lo cierto es que si la sucesión del presidente del Gobierno está en boca de todos es porque él no ha querido despejar la incógnita, argumentando que todavía no es el momento. Sin embargo, es previsible que la presión ambiental aumente conforme se acerquen los procesos electorales, por lo que será difícil que Zapatero pueda esperar a 2011 para anunciar su decisión. Unas declaraciones de Bono en 2007 en las que dijo que el presidente no tenía intención de optar a un tercer mandato y diferentes testimonios de personas cercanas a él permiten pensar que Zapatero contemplaba la opción de seguir el ejemplo de Aznar y no optar a otra reelección.


Sin embargo, la virulencia de la crisis económica y, sobre todo, las cifras de paro han cambiado el escenario imaginado por Zapatero para su segunda legislatura, y ahora su margen de maniobra para decidir únicamente por razones familiares o personales es más estrecho. Aunque sólo fuera por la notoriedad de su figura, el secretario general es, de lejos, el mejor activo del PSOE, a pesar del desgaste sufrido tras seis años en el poder. Es por ello que el número dos socialista, José Blanco, asegura hoy en una entrevista en este periódico de manera muy gráfica: «A Zapatero lo va a suceder Zapatero». Es obvio que con éstas y otras declaraciones que estos días han hecho los máximos dirigentes del PSOE -a las que se ha sumado también por cierto Felipe González- la cúpula del partido pretende frenar en seco un debate que es perjudicial para sus intereses electorales. Una hipotética sucesión de Zapatero originaría un auténtico caos dentro de esta formación, ya que no se avista, ni de lejos, un relevo claro. ¿Quién se puede imaginar el escenario de un posible candidato a la Presidencia elegido por el PSOE unos meses antes de las generales, con Zapatero en La Moncloa?

La ley en España no establece limitación alguna de mandatos, por lo que los candidatos al Gobierno, a las autonomías y a los ayuntamientos pueden presentarse cuantas veces quieran. Hay argumentos -dignos de consideración- en favor de restringir legalmente a ocho años la permanencia en el poder de los presidentes -Aznar se lo aplicó a sí mismo en un loable ejercicio de responsabilidad-, pero mientras la ley no se reforme es perfectamente legítimo que los aspirantes a La Moncloa repitan por tercera vez. En el caso de Zapatero, y al margen de las críticas que merece su gestión política reflejadas cada día en estas mismas páginas, no existe inconveniente alguno para que opte a la reelección. Con todos sus errores, no hay nada censurable desde el punto de vista democrático en su forma de ejercer el liderazgo dentro de su partido y no ha cultivado el personalismo tanto como sus predecesores. La prueba es que hubo felipismo y aznarismo, pero nadie habla de zapaterismo.

Sea como fuere, el mantenimiento de la incógnita sobre su futuro no le favorece ni a él como líder, ni a su partido, ni a la estabilidad política, por lo que cuanto antes despeje las dudas, mejor.


El Mundo - Editorial

Los autores y la propiedad. Por M. Martín Ferrand

CUANDO, puestos a decir cosas desagradables, decimos «esgae» -SGAE- manejamos un acrónimo impreciso y cambiante. Sus fundadores, músicos y autores teatrales, crearon en 1899 la Sociedad de Autores y, más tarde, en 1940, al calor de un privilegio del franquismo que le otorgó la exclusiva de la explotación de derechos, nació la Sociedad General de Autores de España. A partir de ahí, en una complicada evolución de discutible legalidad y fea presentación, la Sociedad General pasó a ser de Autores y Editores, un vestigio vertical equivalente a encerrar en la misma jaula al galgo y al conejo. Pero; que quede claro, Autores de música y teatro -de cine y televisión por analogía escénica- y Editores musicales. Los novelistas y editores de obras literarias, los ensayistas y quienes les publican, los pintores y galeristas y cuantos crean sin música y editan sin pentagrama no son, salvo que escriban teatro o guiones audiovisuales, ni autores ni editores.

¿Qué es eso de la propiedad intelectual? Miguel de Cervantes dedicó la primera edición de Don Quijote, en 1605, al sexto duque de Bejar, Alfonso López de Zúñiga. Lo mismo hizo con sus Soledades Luis de Góngora. Han pasado los siglos y Pedro de Alcántara Roca de Togores y Salinas, el actual y vigésimo duque de Bejar, mantiene viva la gloria de su ducado, su escudo y -supongo- los bienes raíces de que no hayan querido prescindir sus antepasados. La «propiedad» de Cervantes y Góngora caducó con el tiempo y hoy ni tan siquiera sabemos quiénes son sus descendientes.

¿No debiera ser perpetua la propiedad intelectual que, por no tangible, se considera, como al yogur, con fecha de caducidad? Sería un gran acelerador de la cultura y el conocimiento. Del mismo modo que quienes heredaron de sus mayores una finca rústica o un edificio urbano los cuidan, mantienen, pagan sus impuestos y obtienen sus rentas, los herederos de la obra de Fray Luis de León o de Benito Pérez Galdós, de Juan Valera o de José de Espronceda cuidarían la obra de sus ancestros y tratarían de obtener de ella alguna renta divulgando lo que hoy muchos ignoran y promoviendo la publicación de títulos que resultan inalcanzables. También los músicos, por supuesto, debieran beneficiarse de unos planteamientos más avanzados y justos sobre la propiedad de su creación; pero no van por ahí, por lo trascendente, las inquietudes de la SGAE y sus voraces administradores.


ABC - Opinión

Víctimas sin amparo. Por Ignacio Camacho

SE trata de una deuda de responsabilidad. Toda la simpatía emotiva que la sociedad española siente hacia la familia de Marta del Castillo, la madre de Sandra Palo, el padre de Mari Luz Cortés y demás víctimas de crímenes relevantes por su crueldad, su barbarie o su saña carece de un correlato jurídico y ético que dé amparo a su desconsuelo y evite la sensación de impunidad relativa de los culpables, ese desasosegante efecto de arbitrariedad que extiende la sospecha de una justicia incompleta. La arrogancia jactanciosa de los malhechores, la exhibición complaciente de detalles morbosos en los medios de comunicación o la libertad prematura de algunos condenados provocan en el cuerpo social la impresión de un intenso desequilibrio entre delito y pena que favorece a quienes causan el mal frente a quienes lo sufren, y deja a éstos aislados en la afligida, amarga soledad de la incomprensión, el quebranto y la zozobra.

El manifiesto desabrigo moral de los familiares de Marta del Castillo, sentenciados a un año de angustia que ni siquiera han cumplido en la cárcel la mayoría de los implicados en su escabrosa desaparición, simboliza ese triste fracaso de la justicia que parece naufragar ante los límites del derecho, burlados por un grupo de jóvenes descarados capaces de filtrarse con fría insolencia por las rendijas garantistas de la ley. Todo el aparato policial y judicial del Estado ha quedado en evidencia frente a la petulante estrategia de confusión urdida por unos acusados inmunes a todo atisbo de sensibilidad humanitaria que manejan con destreza en su beneficio un arsenal de trucos procesales lejanos del alcance de sus víctimas. Ese estatus clamorosamente abusivo no sólo impide su adecuado castigo sino que aplica a los deudos la pena suplementaria del desvelo y la congoja, negando a la parte perjudicada los derechos elementales -en este caso, además, el de conocer el paradero del cuerpo- que sin embargo protegen ante la indignación general a los agresores.

Tras la costosa dignificación de las víctimas del terrorismo y del maltrato de género, estas otras víctimas de una violencia oscura, desalmada y en ocasiones patológica requieren una reparación social y moral a la altura de su exacerbado y gratuito sufrimiento. Esa deuda sólo puede saldarse desde un sentido razonable de la justicia que pase por el concepto expiatorio de la pena e impida el escarnio mediático, la burla legal y la profanación accesoria de la dignidad. Una sociedad que se aprecie a sí misma tiene que ser respetuosa con el dolor. Y estos casos lacerantes de jactancia criminal, de agravio adicional o de impune recochineo suscitan un sentimiento desalentador de rabia, una profunda desesperanza y una áspera amargura que se parece mucho a la del triunfo del mal y a una derrota sin remedio de la razón, de la equidad y de la justa conciencia.


ABC - Opinión

Patxi López y la conquista de la normalidad en Euskadi. Por Antonio Casado

En el País Vasco ya no mandan los nacionalistas pero nadie ha cambiado de sitio el árbol de Guernica. No se ha visto pasar llorando a ninguna vieja ni sangran las piedras de Arrigorriaga. Sin embargo el nacionalismo saliente sigue viendo a Patxi López como un intruso y el euskobarómetro pregona una mayoritaria desafección de los vascos por un Gobierno socialista que apoya el PP. La normalidad está todavía en rodaje. También la normalidad necesita un tiempo para incorporarse a las costumbres de este atormentado rincón de la España diversa.

En el desayuno de ayer en Madrid, el lehendakari se limitó a precisar que “el euskobarómetro está superado por la sociedad” y que, al contrario de lo que se dice, “la sociedad vasca ha asumido rápidamente al nuevo Gobierno”. Puede ser. Sin embargo, los estados de opinión recogidos en la mencionada encuesta, incluida la preferencia por una eventual coalición de socialistas con nacionalistas (PSE-PNV), se limitan a reflejar las respuestas de los ciudadanos consultados. No se las inventa Francisco Llera ¿Estamos entonces ante un breve paréntesis político antes de la restauración nacionalista?

Más bien parece que no ha terminado la cura de desintoxicación. Lo que proyectan las respuestas del último Euskobarómetro es un temor y no un deseo. El temor de que el doble brazo del nacionalismo (el que va de buenas y el que va de malas) impida el crecimiento de un proyecto no excluyente, comprometido con el Estatuto y respetuoso con la Constitución. No el deseo de que Patxi López se vuelva rápidamente por donde vino.

El temor descrito es más fuerte que el deseo de que López fracase. Una visión pesimista que se irá corrigiendo con el tiempo y la comprobación de que el fin del largo reinado nacionalista no ha sido la fuente de desgracias que algunos anunciaron. La realidad es otra. Se emite el mensaje navideño del Rey y aumenta la audiencia. Se decide suprimir las subvenciones oficiales para visitar a los etarras encarcelados fuera del País Vasco y no pasa nada. Euskal Televista deja de politizar la geografía en los mapas del tiempo y no se colapsa la centralita con las protestas de los telespectadores…

Y así sucesivamente, Pero, en fin, es una opinión. Una opinión basada en la constatación de una realidad diaria, que evoluciona hacia un escenario cada vez más apacible y un debate cada vez más “acorde con las verdaderas necesidades de la sociedad vasca”, como decía ayer Patxi López, y cada vez más alejado de una confrontación permanente por cuenta de esa unidad de destino en lo universal soñada por los nacionalistas. Tampoco ha pasado tanto tiempo. Solo hace ocho meses que Patxi López se instaló en el Palacio de Ajuria Enea. Y recordemos que entonces se hablaba de “golpe de estado institucional” y de coalición anti-natura, mientras se auguraba un vuelo muy corto al nuevo Ejecutivo autonómico.

El nuevo Ejecutivo debe su estabilidad al apoyo del PP liderado en el País Vasco por Antonio Basagoiti. Su presencia en la intervención pública del lehendakari, ayer, en el Foro Nueva Economía, en Madrid, es un excelente síntoma de la sintonía alcanzada a escala autonómica por las dos grandes fuerzas políticas nacionales. “Somos antagónicos pero hay principios y valores que nos unen”, dijo López, para añadir a renglón seguido que, desgraciadamente, ni Antonio Basagoiti ni él han conseguido contagiar a Zapatero y Rajoy. Si hay espacios comunes de acuerdo en el País Vasco, también debería haberlos a escala nacional. Pero esa es otra historia.


El confidencial - Opinión

El terremoto de Massachusetts. Por José María Carrascal

SI el terremoto de Massachussets se ha sentido con tanta intensidad en Washington es porque los perdedores no fueron Martha Coakley, ni los Kennedy, ni los demócratas, sino el mismísimo presidente. No han sido unas elecciones parciales, sino un referéndum sobre Obama, que éste ha perdido. ¿Qué ha pasado para que en tan poco tiempo cambiaran tantas cosas? Contra la opinión de la mayoría de los analistas, no creo que haya habido deserciones en masa demócratas, ni multiplicación de los republicanos. Todo lo más, algunos demócratas se quedaron en casa, el resto votó como siempre. El epicentro de este terremoto estuvo en los independientes, que son los que deciden hoy las elecciones. Si en noviembre de 2008 apoyaron a Obama, el martes le dieron la espalda. ¿Por qué? Indudablemente, porque Obama no ha satisfecho las esperanzas que había despertado. En otras palabras: el Obama candidato fue el mayor rival del Obama presidente. Y éste ha salido derrotado.

Sus todavía seguidores arguyen que las expectativas depositadas en él eran exageradas, que no se pueden resolver en un año todos los problemas de su país y del mundo. Y tienen razón. Pero en un año puede demostrarse liderato, capacidad de mando y firmeza en tomar decisiones. Que es lo que Obama no ha mostrado.

Se debe posiblemente a la idea errónea que teníamos de él. Se le había presentado como un líder brillante, audaz, carismático, capaz de transformar nuestro planeta con su aura. La derecha había exagerado sus poderes hasta el punto de presentarle como el hombre que iba a implantar el socialismo en Estados Unidos. La izquierda le presentaba como un mesías de su menguante ideario. Pero Obama no es una cosa ni otra. No es un ideólogo, sino un pragmático, que no impone, sino pacta. Un conciliador que intenta satisfacer a todas las parte en conflicto, dándoles algo para que cedan algo. Un moderado, en suma.

Lo malo es que los problemas de su país y del mundo no admiten medias tintas. Requieren decisiones claras y firmes. A los fundamentalistas islámicos, a los talibanes, a los banqueros, a los opuestos a una sanidad pública no se les convence con gestos suaves ni con palabras amables, sino con puñetazos en la mesa y mano dura. Cuando Alejandro Magno cortó el nudo gordiano que le presentaban, Cesar cruzó el Rubicón, Truman ordenó el puente aéreo a un Berlín sitiado o Reagan despidió a todos los controladores de una tacada, demostraron su capacidad de liderato, que conlleva tomar decisiones arriesgadas, aunque necesarias. Pero un año después de haber llegado Obama a la Casa Blanca, la reforma sanitaria sigue sin pasar y todavía hay presos en Guantánamo.

Los norteamericanos no sujetos a la férula de un partido le han retirado la confianza que le habían dado como candidato. Puede todavía recobrarla. Pero tendrá que cambiar de forma de gobernar. Si puede y sabe.


ABC - Opinión

«El modorras». Por Alfonso Ussía


No queda bien dormirse durante un discurso del jefe superior. Igual si se trata del jefe superior en una inmobiliaria, en una fábrica de tapones para botellas, en el salón de consejos de un banco o en la sede del Parlamento Europeo. Si la falta de interés y atención al jefe superior determina el ingreso en la pública modorrra, transposición o letargo, es motivo suficiente de cese inmediato. En las Cortes franquistas se sentaban tres o cuatro representantes de los saharauis. En un discurso de Franco, el saharaui más cercano a la presidencia se durmió profundamente, emitiendo toda suerte de ronquidos, desde los sopladores a los estertores preagónicos. Fue violentamente zarandeado por Girón de Velasco, que a punto estuvo de soltarle una colleja. Finalizado el acto, Franco comentó: «Eze berebere ez zuztituíble». Y se le sustituyó, claro está.

Diego López Garrido, el tránsfuga de Izquierda Unida que amaneció una mañana socialista de toda la vida, no está afortunado últimamente. Dos domingos atrás, efectúo como Secretario de Estado para la cosa europea el saque de honor de un partido de Liga en el Bernabéu y fue objeto de una de las mayores pitadas que se recuerdan en el Estadio del Real Madrid. Abucheo unánime y perforante. Y hace pocos días, mientras su jefe superior, Rodríguez Zapatero, hablaba como presidente semestral de la Unión Europea a los representantes de todos los países de la Comunidad, López Garrido se durmió. Se hallaba a un metro de distancia de su jefe superior y le entró la canóniga y la soñarra. No llegó a roncar, como el saharaui procurador por el Tercio Familiar, pero se ausentó de la vida plácidamente. Y tuvo un buen sueño, porque sonrió en varias ocasiones, sonrisas claramente inoportunas por cuanto Zapatero no pronunció en su horizontal alocución nada moderadamente gracioso o divertido. Nunca he sido partidario de los ceses fulminantes, pero me pongo en la piel de Zapatero, y debo reconocer que me asalta la duda. Me figuro hablando en la sede de la Unión Europea en calidad de Presidente de la misma, desgranando con escasa suficiencia oratoria un discurso que me han escrito otros, procurando atraer la atención de italianos, polacos, húngaros y alemanes, y cuando albergo la esperanza de haberlo conseguido, miro a mi derecha, y observo a mi directo subalterno, a mi Secretario de Estado, durmiendo la mona, y admito que mi reacción podría ser de estupor momentáneo con fatales consecuencias a «porteriori». Es decir, que hubiera aceptado con regocijo el aplauso de cortesía de los representantes europeos, y posteriormente, sin intercambiar gesto ni palabra con el modorras, le habría hecho llegar por el conducto reglamentario –que no es el de Zerolo–, la desagradable carta de gratitud por los servicios prestados que a renglón seguido anuncia el cese en el cargo en beneficio de la nación. López Garrido, que como todo tránsfuga es más pelota que los demás, se ha comportado groseramente con el jefe superior, que es cierto que duerme a las ovejas, pero no es excusa. Un Secretario de Estado puede abrazarse a Morfeo cuando lo estime oportuno, siempre que el abrazo no se produzca cuando el jefe superior cree estar pronunciando un discurso importante ante un auditorio poco habitual. Es lógico lo que hizo, pero no admisible. Modorras, modorritas, modorrete.

La Razón - Opinión

Los controladores aéreos y la demagogia de Blanco

Mientras el ministro dedique su tiempo a comparar su sueldo con el de unos trabajadores que tienen en sus manos las vidas de miles de pasajeros, los sindicatos seguirán manejando a su antojo un sector vital para cualquier país avanzado como el nuestro.

AENA es una empresa pública con pérdidas anuales cuantiosas y una deuda acumulada que ronda los siete mil millones de euros. En una situación de recesión económica es evidente que la principal necesidad de una empresa de estas características, aunque tenga al Estado detrás como principal financiador, es reducir los costes de forma drástica. Pero una cosa es aplicar una política racional de costes y otra muy distinta hacer uso de la demagogia más grosera, que es la estrategia elegida por el actual ministro de Fomento, José Blanco, para hacer frente al problema.


En primer lugar, no es cierto que los controladores aéreos españoles ganen los sueldos que Blanco les atribuye y, en todo caso, el ministro debería acusar del despropósito a sus predecesores en el cargo, que voluntariamente aceptaron unas condiciones salariales que, y en esto sí tiene razón Blanco, duplican las de sus colegas de los aeropuertos europeos, a pesar de ofrecer un nivel más bajo de productividad en términos comparativos. En todo caso, acusar a unos trabajadores de tener unos sueldos desproporcionados suena a la peor de las demagogias en boca de los políticos, que en plena crisis siguen gozando de sus habituales prebendas a despecho de una productividad que roza el cero absoluto, como puede comprobar el ciudadano en las imágenes de un hemiciclo que permanece habitualmente desangelado excepto en ocasiones puntuales.

El problema con los controladores aéreos es que gozan de un poder de intimidación que no debería concederse a ningún grupo de trabajadores, por más importante que sea su función para el país. Hace muy pocos días, el presidente del sindicato que agrupa a la mayor parte de estos trabajadores se jactaba en las páginas de un medio nacional de ser el único colectivo capaz de derribar un Gobierno. Lo peor es que es cierto, pero lo es gracias a que ningún Gobierno ha querido introducir criterios de racionalidad en un sector que es controlado férreamente por una cúpula sindical capaz de determinar muchos aspectos relativos a la prestación del servicio cuya decisión debería recaer en exclusiva sobre la empresa que los contrata y mantiene.

La decisión del Ministerio de poner en marcha el sistema AFIS de control computerizado del tráfico aéreo no va a solucionar el problema, puesto que su uso sólo es posible en aeródromos con escaso tráfico aéreo y, además, resulta ineficiente en condiciones de baja visibilidad.

Urge por tanto dejar de lado la demagogia salarial, como vergonzosamente hace Fomento por boca de su titular, y establecer unos sueldos acordes a la productividad de cada puesto concreto, especialmente en un sector como el de la navegación aérea que ofrece un amplísimo rango de responsabilidades y obligaciones según el aeropuerto en el que se opere. Mientras el ministro dedique su tiempo a comparar su propio sueldo con el de unos trabajadores que tienen en sus manos las vidas de miles de pasajeros, los sindicatos seguirán manejando a su antojo un sector vital para cualquier país avanzado como el nuestro. Y es que en materia de demagogia, ni siquiera un ministro socialista es rival para ellos.


Libertad Digital - Editorial

CiU ya no veta al PP

EL candidato de Convergencia i Unió a la Generalidad de Cataluña, Artur Mas, anuncia en la entrevista que publica hoy ABC que no habrá más compromisos contra el Partido Popular ante notario, como el que él mismo firmó antes de las últimas elecciones autonómicas. Este gesto no significa, ni debe hacerlo mientras no haya clarificación de criterios por parte de CiU ante asuntos capitales para el Estado, que la coalición nacionalista y el PP estén encaminados a una alianza en Barcelona y Madrid para desbancar a los respectivos gobiernos socialistas. El Estatuto de Cataluña representa para ambos partidos una diferencia sustancial en la percepción del Estado, e incluso en aspectos importantes del modelo social, que los convergentes cedieron a un planteamiento netamente izquierdista, a cambio de un sistema político nacionalista. También es cierto que una vez que el Tribunal Constitucional alumbre su sentencia sobre el Estatuto catalán, sea cual sea su orientación, se habrá despejado del camino de convergentes y populares un obstáculo ahora insalvable.

Por tanto, son varias y sustanciales las condiciones que gravan la viabilidad de un pacto entre ambas formaciones. En todo caso, a CiU le tienen que pesar su experiencia en la oposición y la mansedumbre con la que acudió al rescate de Rodríguez Zapatero para salvar su proyecto político de Estatuto para Cataluña. Al final, pese a las promesas de La Moncloa, sólo le sirvió políticamente para permanecer cuatro años más en la oposición, después de décadas de gobierno hegemónico.

En el lado del PP, las perspectivas de ganar en 2012 se consolidan y harán falta compañeros de viaje, como a José María Aznar en 1996. El compromiso de Rajoy con los principios y los votantes de su partido le impiden tanto acceder incondicionalmente a un pacto con los nacionalistas como renunciar de antemano a todos los esfuerzos negociadores que permitan, en última instancia, clausurar cuanto antes estos dos mandatos de mal gobierno socialista. Debe ser posible que el PP, modelo para la refundación del centro derecha en Europa, esté en condiciones de celebrar pactos, ética y políticamente aceptables, con otras fuerzas minoritarias para acceder al Gobierno de España. Son legítimas las reticencias de importantes sectores de la derecha ante pactos con los nacionalismos, pero la licitud política de estos pactos dependerá de las condiciones y los objetivos que se marquen. Por ahora, lo que dice Mas en ABC sólo es un paso.


ABC - Editorial