lunes, 25 de enero de 2010

Por el placer de la lectura. Por Jose Luis Sampedro

Cuando yo era un muchacho, en la España de 1931, vivía en Aranjuez un Maestro Nacional llamado D. Justo G. Escudero Lezamit. A punto de jubilarse, acudía a la escuela incluso los sábados por la mañana aunque no tenía clases porque allí, en un despachito que le habían cedido, atendía su biblioteca circulante. Era suya porque la había creado él solo, con libros donados por amigos, instituciones y padres de alumnos. Sus "clientes" éramos jóvenes y adultos, hombres y mujeres a quienes sólo cobraba cincuenta céntimos al mes por prestar a cada cual un libro a la semana. Allí descubrí a Dickens y a Baroja, leí a Salgari y a Karl May.

Muchos años después hice una visita a un bibliotequita de un pueblo madrileño. No parecía haber sido muy frecuentada, pero se había hecho cargo recientemente una joven titulada quien había ideado crear un rincón exclusivo para los niños con un trozo de moqueta para sentarlos. Al principio las madres acogieron la idea con simpatía porque les servía de guardería. Tras recoger a sus hijos en el colegio los dejaban allí un rato mientras terminaban de hacer sus compras, pero cuando regresaban a por ellos, no era raro que los niños, intrigados por el final, pidieran quedarse un ratito más hasta terminar el cuento que estaban leyendo. Durante la espera, las madres curioseaban, cogían algún libro, lo hojeaban y veces también ellas quedaban prendadas.


Tiempo después me enteré de que la experiencia había dado sus frutos: algunas lectoras eran mujeres que nunca habían leído antes de que una simple moqueta en manos de una joven bibliotecaria les descubriera otros mundos. Y aún más años después descubrí otro prodigio en un gran hospital de Valencia. La biblioteca de atención al paciente, con la que mitigan las largas esperas y angustias tanto de familiares como de los propios enfermos fue creada por iniciativa y voluntarismo de una empleada. Con un carrito del supermercado cargado de libros donados, paseándose por las distintas plantas, con largas peregrinaciones y luchas con la administración intentando convencer a burócratas y médicos no siempre abiertos a otras consideraciones, de que el conocimiento y el placer que proporciona la lectura puede contribuir a la curación, al cabo de los años ha logrado dotar al hospital y sus usuarios de una biblioteca con un servicio de préstamos y unas actividades que le han valido, además del prestigio y admiración de cuantos hemos pasado por ahí, un premio del gremio de libreros en reconocimiento a su labor en favor del libro.

Evoco ahora estos tres de entre los muchos ejemplos de tesón bibliotecario, al enterarme de que resurge la amenaza del préstamo de pago. Se pretende obligar a las bibliotecas a pagar 20 céntimos por cada libro prestado en concepto de canon para resarcir -eso dicen- a los autores del desgaste del préstamo. Me quedo confuso y no entiendo nada. En la vida corriente el que paga una suma es porque: a) obtiene algo a cambio. b) es objeto de una sanción. Y yo me pregunto: ¿qué obtiene una biblioteca pública, una vez pagada la adquisición del libro para prestarlo? ¿O es que debe ser multada por cumplir con su misión, que es precisamente ésa, la de prestar libros y fomentar la lectura? Por otro lado, ¿qué se les desgasta a los autores en la operación? ¿Acaso dejaron de cobrar por el libro vendido? ¿Se les leerá menos por ser lecturas prestadas? ¿Venderán menos o les servirá de publicidad el préstamo como cuando una fábrica regala muestras de sus productos?Pero, sobre todo: ¿Se quiere fomentar la lectura? ¿Europa prefiere autores más ricos pero menos leídos? No entiendo a esa Europa mercantil. Personalmente prefiero que me lean y soy yo quien se siente deudor con la labor bibliotecaria en la difusión de mi obra.

Sépanlo quienes, sin preguntarme, pretenden defender mis intereses de autor cargándose a las bibliotecas. He firmado en contra de esa medida en diferentes ocasiones y me uno nuevamente a la campaña.

¡NO AL PRÉSTAMO DE PAGO EN BIBLIOTECAS!


El rincón del Trotamundos

Caleidoscopio

Lo que Yebra enseña. Por Félix Madero

YEBRA (Guadalajara) tiene un alcalde al que le va la marcha. Se llama Juan Pedro Sánchez y quiere para su pueblo un almacén temporal centralizado, un ATC, dicen por lo cursi; por lo rápido, un cementerio de mierda nuclear. Antes deberá explicar si es o no parte interesada, porque Sánchez estaba a sueldo de la central de Zorita, propiedad de Unión Fenosa-Gas Natural. Al cerrarse, pasó a depender de la Empresa Nacional de Residuos Sólidos (Enresa), que es la encargada de pilotar el cementerio por el que el alcalde puja. Sí, algo huele a podrido y no es en Dinamarca.

Hablé la semana pasada con el regidor, y la entrevista que se escuchó en Punto Radio sonó creíble y sensata. Esgrimía razones convincentes; desparpajo y sentido común que apoyaba en el entusiasmo de sus vecinos, seguros de que el cementerio traerá inversiones y empleos. Por una razón insuficiente tendemos a pensar que el alcalde de un pequeño pueblo tiene que ser políticamente menor. No, Juan Pedro se explica bien cuando admite estar en la cosa nuclear y militar en un partido que defiende esta energía. Es la paga que le da Enresa la que lo sitúa en la sospecha y la duda. La que uno observa al asistir al combate entre Cospedal y Arenas, ambos dirigentes de un partido lejos del «nuclearnogracias»; duda y sospecha ante la coincidencia de la número dos de Rajoy, aspirante a la presidencia de Castilla-La Mancha, con el socialista Barreda.

¿Por qué se oponen Cospedal y Barreda? No se sabe. Hay más amenazas que razones. Creen que el apoyo al cementerio les quitará votos. Por eso hemos de agradecer al alcalde que haya puesto en evidencia a los que viven a base de encuestas y expectativas electorales. Nos pasamos la vida criticando el poder de los aparatos y la falta de democracia interna en los partidos, hasta que llega alguien y dice que él se debe a su pueblo -¿será verdad?-, y que hará lo que más conviene a sus vecinos -¿será verdad?, vuelvo a preguntarme-, y los pone en evidencia. El de Yebra, al que razonablemente le parece sospechosa tanta coincidencia entre su jefa y Barreda, ha dejado desnudos e inermes a los prebostes de la política regional, y no sólo a ellos. Lo peor, con mucho, es la respuesta de Mariano Rajoy cuando le preguntan: «No tengo opinión fundada», responde. ¿Qué me dicen? Se dispone a heredar el gobierno de España, pero no tiene opinión. De esta masa quebrada está hecha la política. No es lo peor el dichoso ATC. Lo verdaderamente preocupante es el cementerio residual que da cobijo a tanto político. Ahí están viendo los días pasar. Con opinión o sin ella.


ABC - Opinión

La insostenible levedad de Rajoy. Por Emilio Campmany

Aznar expresa ideas y Rajoy, cuando le preguntan, se esfuerza por no hacerlo para no enemistarse con nadie, por improbable votante suyo que sea.

Muchos son los votantes del PP que critican a quienes hacen lo propio con Rajoy y su equipo. Sus argumentos parecen incontestables. Es posible que Rajoy sea un problema en el sentido de no ser el hombre indicado para dirigir a España conforme a los ideales de la derecha. Pero de lo que se trata no es de elegir líder de la derecha, que es cosa que no está al alcance de los militantes por falta de democracia interna en el PP. De lo que se trata es de si a partir de 2012 seguirá o no siendo presidente del Gobierno el actual titular. Los que no lo deseen sólo disponen de una alternativa y esa alternativa se llama Rajoy, por alicaídos que sean los entusiasmos que el personaje despierta. Criticar a Rajoy y a su equipo por parte de quienes desean librarse de Zapatero es un error, pues Rajoy es el único que en la práctica puede librarnos del hijo del viento.


Este planteamiento es erróneo. Aunque en muchas ocasiones lo parezca, Zapatero no es malo por sí mismo, sólo es malo por lo que hace. Si hiciera cosas distintas podría no ser tan malo. Que deje de ser presidente de Gobierno no es algo intrínsecamente positivo. Sólo lo será en la medida en que quien le sustituya haga cosas mejores de las que está haciendo Zapatero. Si el que venga ha de hacer lo mismo o peor, que por difícil que sea no deja de ser posible, carece de sentido desear que el actual presidente deje de serlo.

Todos aquellos que creen que Rajoy es la única alternativa razonable a Zapatero deberían reflexionar acerca de lo ocurrido con la entrevista que en Televisión Española le han hecho a Aznar. El ex-presidente no ha contestado a ninguna pregunta de una forma que no fuera perfectamente previsible para los que han seguido su trayectoria política. Y, sin embargo, sus declaraciones, las de una persona que no tendrá ya la oportunidad de volver a dirigir nuestro país, ni de influir en quienes lo hagan, han acaparado muchos más titulares que las de Rajoy a cuenta de inmigrantes y nucleares, los temas que consumen los debates en los medios estos días. ¿Por qué? Por una sencilla razón: Aznar expresa ideas y Rajoy, cuando le preguntan, se esfuerza por no hacerlo para no enemistarse con nadie, por improbable votante suyo que sea. Aznar tiene una idea clara, equivocada o no, eso es otra cosa, de cuál debería ser la política española respecto de la energía nuclear o de cualquier otra cosa y Rajoy, la tenga o no la tenga, se niega a expresarla.

Mañana Aznar volverá a su FAES, a sus viajes y a sus conferencias en inglés y Rajoy podrá volver a ocupar la primera plana de los periódicos y los primeros minutos de los telediarios, pero eso no evitará que el primero siga diciendo cosas, cuando le acerquen los micrófonos, y que el otro siga sin decirlas por mucho que siempre tenga uno delante.

Lo inadecuado de Rajoy como líder de la derecha española es algo tan obvio que el otrora Pepiño y hoy don José Blanco, en una entrevista concedida a El Mundo, ha dicho: "Deseo que Rajoy sea el candidato en 2012; en eso estoy de acuerdo con el PP". ¿Por qué será?


Libertad Digital - Opinión

Política esquizofrénica. Por José María Carrascal

ESO de exigir a los ayuntamientos empadronar a los inmigrantes ilegales y, al mismo tiempo, ordenar al Ministerio del Interior devolverlos a sus países de origen resume una política gubernamental que vamos a llamar extravagante, por no llamarla sencillamente tramposa. Como enviar navíos de la Armada a defender nuestros pesqueros, y prohibirles que disparen contra los piratas. O liderar la recuperación europea siendo los últimos que vamos a recuperarnos. O lanzar planes de investigación, y recortar el presupuesto de investigación. O despachar un buque-hospital a Haití, faltando camas en nuestros hospitales. O tantas otras incongruencias, contradicciones e incompatibilidades de un gobierno cuya única política es, por un lado, presumir y por el otro, mentir. Claro que, si no miente, ¿cómo va a presumir? Ahí tienen a la vicepresidenta acusando al PP de «oportunista» y «malintencionado». ¿Hay alguien más oportunista y malintencionado que quien sigue negociando con ETA tras haber cometido ésta dos asesinatos, por citar sólo un ejemplo de la doblez y estulticia de un gobierno que, a estas alturas, lo único que hace es tratar de resolver los problemas que él mismo ha creado?

El mayor oportunista en España hoy es José Luis Rodríguez Zapatero, que igual aprueba las leyes más permisivas de aborto para presumir de progresista y acude al Desayuno de la Oración para estrechar la mano de Obama. Que lo mismo monta un cordón sanitario en torno al PP para excluirle de la escena política española, que reclama su ayuda cuando se encuentra entre la espada y la pared. Que duda de la existencia de la nación española en Cataluña, y se envuelve en la bandera española en Madrid. Que presume de «política social», cuando su única política social consiste en dar subsidio de desempleo a los que antes ha enviado al paro.

He calificado esa política de «esquizofrénica», y me arrepiento. La esquizofrenia, a fin de cuentas, es una enfermedad, y las enfermedades, por lo que tienen de involuntarias, requieren comprensión y compasión. Pero la política de nuestro presidente es voluntaria, buscada, planeada incluso. Su cara amable es sólo la tapadera de la otra cara mendaz y sin escrúpulos, que viene practicando en España desde hace cinco años ahora intenta exportar a Europa con la misma desfachatez. Menos mal que los europeos están curados de este tipo de gobernantes nigromantes, y ya le han dicho que mucho cuidadito con los cuentos. ¿Tiene cura? Difícilmente. Va con el carácter, y el carácter, por mucho que se intente cambiar o enmascarar, permanece, marcando nuestra conducta, queramos o no.

Pocas veces habrán ido más del brazo la incompetencia política y la maña para venderla. ¡Dios mío, qué hemos hecho para merecer esto!


ABC - Opinión

Los residuos nucleares entran en política . Por Antonio Casado

La inmigración y el almacenamiento de los residuos nucleares son dos capítulos abiertos de la escopeta nacional. Es de ver y no creer el espectáculo de demagogia y oportunismo que está ofreciendo nuestra clase política en dos temas que de ninguna manera deberían estar en la puja electoral. A la cuestión del empadronamiento de inmigrantes ilegales ya me he referido un par de veces. Hoy toca comentar la nueva oportunidad de hacer el ridículo que no quieren perderse gobernantes y dirigentes de partido de diferente mando territorial.

La polémica sobre el futuro emplazamiento del ATC (Almacén Temporal Centralizado de Residuos Nucleares) debería estar centrada en su necesidad, en los riesgos que corre la población más o menos próxima y en las medidas de seguridad previstas para eliminar o minimizar esos riesgos. Sin embargo, está centrada en el enfrentamiento de María Dolores de Cospedal con Javier Arenas, dirigentes del PP con diferentes clientelas y diferentes posturas sobre la candidatura del Ayuntamiento de Yebra (Guadalajara) a quedarse con el ATC.

Cospedal, secretaria general, se propone expedientar al alcalde, Pedro Sánchez. Como el vicesecretario general, Javier Arenas, se declaró partidario de respetar la voluntad del citado municipio, a Cospedal no le quedó otra que poner a Arenas en su sitio: “Ni Arenas ni nadie impedirá abrir ese expediente”, tronó ayer desde la portada de un diario nacional.

Todo eso, por la derecha. Por la izquierda, otro tanto de lo mismo. En vez de centrar el debate en las ventajas o desventajas de contar en la zona con el mencionado almacén de residuos nucleares, el ruido político y mediático se orienta hacia la insumisión del presidente de Castilla-La Mancha, el socialista José María Barreda, lo que le hace coincidir con su principal adversaria en las próximas elecciones autonómicas, Cospedal, pero discrepar de su compañero de partido, José Montilla, en su día instigador del ATC (qué remedio, era el ministro de Industria) y a su vez enfrentado a sus socios en la Generalitat.

Si en Castilla-La Mancha es Yebra, en Cataluña es Ascó (Tarragona). Va camino de ser el segundo municipio que aspira a quedarse en concurso público con el ATC. La votación está prevista para mañana a las 11.00, con el voto favorable de los concejales de la mayoría nacionalista (CiU) y el apoyo del concejal socialista (PSC). Como en el caso de Yebra, los ecos de la aspiración de Ascó a quedarse con el ATC se limitan a glosar esta nueva amenaza sobre la continuidad del “tripartito”, pues los socios de Montilla, la izquierda verde de Saura y los republicanos de Puigcercós, antinucleares de nacimiento, recuerdan al president una moción del Parlament contraria al ATC en Cataluña (marzo de 2008, el PSC se abstuvo, todo hay que decirlo) y le amenazan con una reprobación si lo consiente, y menos en una zona ya saturada de instalaciones nucleares y plantas petroquímicas.

Lo dicho. Mientras nos divertimos con los extraños cruces de posturas en función del partido, del territorio y de los cálculos electorales de unos y otros, se nos escapa vivo el debate sobre los riesgos, la seguridad, las inversiones, los puestos de trabajo, la divulgación de lo que es un ATC y cómo funciona, etc. De eso, nada de nada. Por ejemplo, ni una palabra sobre la calidad del terreno o sus condiciones geológicas. No es lo mismo una composición geológica que otra para la instalación del almacén. Pero todo eso da igual. Aquí sólo importa el cabreo de Cospedal con Arenas o la posibilidad de que el ATC de Ascó haga saltar por los aires el tripartito de Montilla. Y no es eso, no es eso.


El confidencial - Opinión

Días contados. Por Carlos Rodríguez Braun

De la Vega incurre en la clásica y pueril contradicción de pretender que la intervención que se presenta como solución no tiene nada que ver con el problema. Y esto es falso, porque el dinero negro es en buena medida causado por la intervención política.

La polémica sobre el dinero negro y sus posibles estimaciones dio lugar a declaraciones más o menos rimbombantes y absurdas, y entretuvo al personal unos días. En ese sentido benefició al Gobierno, porque todo lo que contribuya a desviar la atención del paro resulta a la postre ventajoso para las autoridades. Pero además sirvió para ilustrar un aspecto interesante del socialismo de todos los partidos, que es la ignorancia de las limitaciones y contradicciones de la política contemporánea. Así, leí en El Mundo que la vicepresidenta primera del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega, había asegurado que el dinero negro tiene "los días contados".


Este disparate podría no serlo si el Gobierno se dispusiera a abrir todos los mercados y reducir el intervencionismo a su mínima expresión. Cabe razonablemente suponer que no es tal la intención de Smiley y su banda. Por lo tanto, podemos concluir que la señora vicepresidenta quiere acabar con el dinero negro con aún más intervencionismo. Esto ignora en primer lugar las limitaciones del Gobierno, que aunque pretenda cambiar el mundo a golpe de leyes, y a leyes de golpe, es claro que no puede hacerlo. Y en segundo lugar incurre en la clásica y pueril contradicción de pretender que la intervención que se presenta como solución no tiene nada que ver con el problema. Y esto también es falso, porque el dinero negro es en buena medida causado por la intervención política y legislativa.

Esto no es reconocido en la política actual, que nos brinda, por ejemplo, el triste espectáculo de unos políticos que presumen de "luchar contra el paro" cuando son sus principales responsables. En estas historias de bomberos pirómanos los momentos más bochornosos pasan precisamente por dicha elusión de responsabilidades políticas. Tomás Cuesta apuntó en ABC una variante ilustrativa de esta actitud al evocar el cuento del parricida que, como atenuante de su crimen, alegó ante el juez que, después de todo, él era un pobre huérfano.


Libertaad Digital - Opinión

«El Baltasar», sin problema. Por Gabriel Albiac

ES terrible que la policía cometa un acto delictivo. En una democracia. Es terrible y trivial. Va en la lógica material de las cosas que el poder abuse de sus recursos. Que abuse infinitamente, cuando ese poder es infinito, como sucede en los Estados modernos -sea cual sea su forma política específica-, que son la mayor concentración de poder material y simbólico que ha conocido la historia humana. Es terrible y trivial: no rompe la integridad constitucional, precisamente porque la integridad constitucional prevé esa lógica y fija una red de controles y castigos ejemplarmente duros para tal tipo de violaciones. A eso se llama división y autonomía de poderes, desde que Montesquieu cristalizó su bella fórmula: «es preciso que, por la fuerza de las cosas, el poder contrarreste al poder». Pero, aquí, Montesquieu fue asesinado en los años ochenta por una patulea de analfabetos arrogantes y cursis. Es terrible y trivial que el ejecutivo delinca. Pero, si se da un paso más, si quien incurre en delito -o quien lo encubre- fuera un juez, si lo hiciera al dictado del poder político, y si el delito quedara impune..., entonces sí, la democracia habría sido destruida.

Lo que pudo haber hecho -de momento, no hay más que indicios, pero ¡cuán aplastantes!- un sector de la cúpula policial en el delito -que no «caso»- Faisán es envilecedor para quienquiera fuese el que dictó la orden. Si ese quienquiera acaba en presidio, en nada habrá sufrido el sistema de garantías democrático: el ejecutivo, a través de sus aparatos específicos de control y violencia, habría infringido gravemente la ley y habría sido, en la proporción misma, castigado conforme al código: las penas para un delito de esa envergadura son altas. Si ese quienquiera no es siquiera llevado ante los jueces, todos despertaremos empantanados en un estercolero. Si quien hubiese decidido que así sucediera fuese un magistrado, entonces más nos vale salir todos en fuga hacia el exilio, antes de que el edificio entero del Estado se nos caiga encima. Y que nadie se engañe, no existe catástrofe natural que se compare en crueldad a la devastación que eso produce.

En otro país del occidente de Europa, suponer siquiera algo así revelaría quizá mala voluntad o excesivo puntillismo. Pero aquí vivimos en el Estado que viene de los GAL; pero aquí es ministro del Interior un hombre de Felipe González. Y después del GAL, de Amedo, Vera, Barrionuevo, González y compañía..., sospechar de quien gobierna es un deber ciudadano. Que alguien que fue ministro con González pueda impunemente regir el ministerio del Interior es algo que helaría la sangre a cualquier habitante de un país con tradición garantista; aquí, ni siquiera nos asombra. En otro país del occidente de Europa, que un magistrado pudiera hacer la diezmillonésima parte de lo que ha venido haciendo Garzón, provocaría una crisis total de Estado; aquí, sólo produce una siniestra risa histérica. No hay un solo ciudadano que esté a salvo -aunque tantos, con ingenuidad, crean estarlo- mientras que un policía pueda tranquilizar a otro, que teme ser cazado por la ley, con ese compadreo de coleguis que transcribía ayer el titular de ABC: «Tranquilo, que con el Baltasar no hay problema».

No. No hay problema con «el Baltasar». Él solo es el problema. Y yo no sé, desde luego, cómo terminará esta historia. Sé -porque eso son verdades que se aprenden en la biblioteca, de la cual ya apenas salgo- que, en el punto al cual llegaron las cosas, la alternativa es: o Faisán o democracia. Asisto a esa paradoja con asco. Con curiosidad académica también. ¿A qué ocultarlo?


ABC - Opinión

El PSOE y el Dinero. Por José García Domínguez

Hemos escuchado el silencio con esos 33 millones de euros que los mandarines de la banca han tenido a bien regalar al PSOE, igual que quien arroja unas piastras al botones de un hotel por andarse presto con el servicio de recogida de equipajes.

Cuentan los más viejos del lugar que cuando una inclemente noche de invierno se congelaron las cataratas del Niágara, todos los habitantes de las cercanías despertaron víctimas del pánico: por primera vez en sus vidas, habían escuchado el sonido del silencio. Y algo parecido ha venido a ocurrir en estos páramos con esos treinta y tres millones de euros que los mandarines de la banca han tenido a bien regalar al PSOE, igual que quien arroja unas piastras al botones de un hotel por andarse presto con el servicio de recogida de equipajes.


Así, de los terribles Savonarolas del libre mercadeo que predican su fe en la Villa y Corte, ensordecedora jaula de furibundos grillos por lo común, cabría recitar aquello tan manido de Neruda: "Me gustas cuando callas porque estás como ausente..." . Y es que pocos silencios tan atronadores recuerda uno como el de tan dóciles corderitos durante las últimas horas. En fin, es sabido, aquí, en la patria del Buscón Don Pablos, la afición se postula en extremo librecambista, sobre todo, de cintura para abajo. Pero en cuanto la devota piedad hacia Adam Smith alcanza la altura de la chequera, la feligresía descubre al súbito modo que, de vez en cuando, la famosa mano del escocés resulta ser invisible por la sencilla razón de que no está ahí.

Sin ir más lejos, tal ocurre con el sector financiero más sólido del mundo. O el más renuente a ceder ni un mísero céntimo al prójimo, que tanto monta. ¿Aunque para qué habría de hacerlo si puede ganarse la vida tomando préstamos al uno por ciento en el BCE e invirtiéndolos, un segundo después, en deuda del Estado al cuatro? Corporativo alarde de heroico patriotismo que, por ciento, recibirá justo reconocimiento con los 140.000 millones de euros de los contribuyentes que se le inyectarán gratis et amore, ora vía FAAF, ora vía FROB. Un déjà vu que en tiempos de Solchaga respondía por el latiguillo falaz de la única política económica posible, y ahora se repite, siempre igual a sí mismo, bajo el fulero mantra del único plan de rescate posible. Como si no hubiera sido ni deseable ni factible auxiliar, por ejemplo, a los titulares individuales de hipotecas, tan ajenos ellos, ¡ay!, a la larga mano de Ferraz.


Libertad Digital - Opinión

La España de los caciques. Por Ignacio Camacho

HAY un hilo que cose, como un factor común invisible, conflictos tan aparentemente dispares como el del cementerio nuclear en Yebra y el de los inmigrantes de Vic, que en sus lógicas distintas y sus motivaciones diferentes simbolizan como un avatar uno de los grandes problemas de la política española: la desestructuración del discurso nacional a favor de un magma fragmentado de intereses territoriales que suplanta o minimiza cualquier política de Estado. Las grandes cuestiones que deberían vertebrar la estrategia de los partidos de gobierno -energía inmigración, agua, hacienda, justicia- han quedado solapadas por una turba de reivindicaciones regionales o locales lideradas por monterillas levantiscos dispuestos a aplicar en sus feudos la ley suprema del electoralismo de aldea, guiados por un cantonalismo montaraz que reduce las estructuras de sus organizaciones a un vago remedo confederal. Cuando la opinión pública demanda grandes pactos transversales que hagan frente a los grandes desafíos de la nación olvida esta lacra sobrevenida que impide todo acuerdo de alcance: antes de pactar con la fuerza adversaria, nuestros dirigentes tienen que tratar de ponerse de acuerdo con las taifas de sus propios poderes neofeudales.

Quizás el caso de Yebra haya alcanzado el paroxismo de la esquizofrenia en tanto que una misma personalidad política suscribe como secretaria general del PP lo que rechaza como candidata autonómica en Castilla-La Mancha, pero no pasa día sin que quede en evidencia en un partido u otro la falta de una autoridad única que articule un mismo concepto de la gobernanza. El peso de los votos en comunidades y ayuntamientos ordena las prioridades por encima de necesidades y programas nacionales, y subordina al interés inmediato de los territorios cualquier decisión de índole estratégica. Se trata de un problema común de cualquier administración descentralizada que en España se ha convertido en la clave de bóveda del Estado contemporáneo. Sin un sistema de valores comunes, basados en la ideología, los principios o el simple análisis de realidad, no existe política de Estado porque el Estado queda reducido a una mera entelequia retórica, a una vaga abstracción redefinida en la práctica por la yuxtaposición y la amalgama.

En un principio el problema lo crearon los nacionalistas, pero el crecimiento hipertrofiado de los regímenes periféricos y su enorme capacidad de distribución de recursos ha eliminado de hecho el concepto de partidos de Estado, reduciéndolos a vastas organizaciones dispersas, a menudo contrapuestas en sus intereses, y a menguados aparatos centrales que a duras penas logran embridar, como en Vic, los primarios impulsos tacticistas de unos jefes de tribu asimilados por conveniencia a la dinámica egoísta y alicorta del nacionalismo. El problema es que en las tribus los que mandan se llaman caciques.


ABC - Opinión

La indefendible posición de la baronesa Cospedal

Si España necesita un almacén residuos, tan buena es a priori la candidatura de Yedra como la de cualquier otro municipio español. Otra cosa es que Cospedal quiera llegar al Gobierno de Castilla-La Mancha a lomos de la demagogia antinuclear y antinacional.

Hasta la presente legislatura, uno de los rasgos que más claramente diferenciaban al PP del PSOE era que el primero poseía un discurso y un proyecto nacional que compartían todos sus cargos electos y el segundo era una amalgama de Taifas con sus propios intereses y agendas, a menudo contradictorios y antagónicos entre sí. En otras palabras, el primero pensaba España y el segundo huía de España.


Cuando decíamos que el PP era el único partido nacional que quedaba en nuestro país simplemente resaltábamos una realidad palmaria: dentro del PSOE cada caudillo regional diseñaba su propio discurso político, autónomo del resto de las Administraciones Públicas y muy a menudo espoleado por una demagogia nacionalista que veía al resto de sus conciudadanos como enemigos extranjeros.

Célebre fue el caso del Plan Hidrológico Nacional, donde las federaciones socialistas de Aragón y Cataluña azuzaron el odio contra los invasores españoles que venían a robar el agua de su río, mientras en Valencia, Murcia o Almería los socialistas trataban de calmar a sus bases fingiendo que contaban con el respaldo de Zapatero y que el agua finalmente llegaría.

El PP, en cambio, optó por mantener el mismo discurso en Murcia, Valencia, Aragón y Cataluña: el agua no pertenece a los territorios, sino al conjunto de los españoles, de modo que es lógico que se redistribuya desde las cuencas excedentarias a las deficitarias.

En parte esta decisión le costó al PP el Gobierno de Aragón, gracias a la bien articulada demagogia socialista. Pero se sacrificaron unos altos cargos en aras de vertebrar un discurso nacional.

Mucho ha cambiado el nuevo PP de Rajoy, el del "liberalismo simpático" que ni es liberalismo ni simpático, con respecto al anterior PP de Aznar, el de un liberalismo pragmático que favoreció la modernización de España, pero sin duda uno de los cambios más destacados se ha dado en la desmembración de la unidad del partido derivada de la renuncia a mantener un único discurso nacional.

En parte, esta desaparición de la idea de España del ideario popular se ha debido a una necesidad preventiva de llegar a pactos con aquellos que quieren acabar con España; una táctica que parece estar ya dando sus primeros frutos. Sin embargo, semejante irresponsabilidad es sólo una porción de la explicación; la otra tiene nombre y apellidos: María Dolores de Cospedal.

Cada vez resulta más evidente que nunca debería haberse colocado al frente de la Secretaría General nacional del PP a la secretaria general de una sede regional del partido. La persona encargada de articular el discurso nacional de la formación no puede ser la misma que tiene intereses electorales directos en una de las regiones que conforman España, en este caso Castilla-La Mancha. En esas circunstancias, la tendencia natural será que los intereses nacionales desaparezcan de facto al quedar subordinados a los regionales.

Durante las últimas semanas hemos tenido abundantes ejemplos de cómo el nuevo PP parece ser el resultado de zurcir los harapos de los de las reivindicaciones autonómicas desde la perspectiva de la dirección popular castellano manchega. Así, el PP ha pasado a ver con buenos ojos el blindaje del Tajo –lo que supone el punto final al trasvase Tajo-Segura– y a proponer la sanción a los ediles de la localidad de Yedra por, supuestamente, perjudicar las expectativas electorales de Cospedal al prestar un encomiable servicio al conjunto de los españoles.

Si el nuevo PP sigue considerándose un partido relativamente favorable a la energía nuclear y si entiende, por boca de Rajoy, que el Almacén Temporal Centralizado de residuos nucleares "a algún sitio tiene que ir", resulta incomprensible que Cospedal utilice la Secretaría General nacional del PP para también blindar a Castilla-La Mancha de la supuesta deshonra de ser la sede del mismo. Si España necesita un Almacén Temporal Centralizado de residuos –y a tenor del coste de no tenerlo, parece que así es–, tan buena es a priori la candidatura de Yedra como la de cualquier otro municipio español. Otra cosa es que Cospedal quiera llegar al Gobierno de Castilla-La Mancha a lomos de la demagogia antinuclear y antinacional que creíamos que era patrimonio exclusivo de la izquierda.

A la vista del desaguisado, o Cospedal deja de ser secretaria general y candidata del PP de Castilla-La Mancha o abandona la Secretaría General nacional del PP. Lo que es insostenible es tener a una baronesa regional a las riendas de la dirección nacional.


Libertad Digital - Opinión

Un puesto a cambio de silencio

LA preocupación del Gobierno por la evolución del sumario sobre el «caso Faisán» -las últimas revelaciones periodísticas de ABC colocan al Ejecutivo socialista en una situación cada vez más incómoda- es la causa más probable de la proposición que ha recibido el magistrado de la sala Segunda del Tribunal Supremo Luciano Varela para ser miembro del Tribunal Constitucional. El juez Varela es el instructor del procedimiento penal contra Baltasar Garzón por la presunta prevaricación cometida por éste al incoar el sumario por los desaparecidos del franquismo, pese a ser evidente que no tenía competencia para esta investigación. La información que hoy publica este diario sobre las presiones al juez Varela revela una injerencia en la independencia judicial de tal magnitud que debe ser objeto de explicaciones inmediatas por parte del Gobierno. No es admisible en un Estado de Derecho que el Ejecutivo ande trapicheando puestos en las más altas instituciones para cerrar procesos que le incomodan y «apaciguar» a los jueces que le quitan el sueño. No hay que confundirse. El problema del Gobierno no se llama Garzón.

Se llama «Faisán», y si su preocupación no fuera creciendo por días, no se explicaría la osada iniciativa de tentar a un magistrado de la Sala Segunda del Tribunal Supremo con un trueque de cargo por silencio. Además, aun en el caso hipotético de que se archivara la causa contra Garzón, las acusaciones personadas siempre podrían recurrir ante la Sala Segunda. En el Constitucional no hay plazas para tantos.

Las aguas están turbias en estos procedimientos. Llevan demasiado tiempo empantanados. Garzón mantiene el sumario del «caso Faisán» con una actividad mínima, a la espera de acontecimientos y sin resolver sobre las pruebas que le han pedido las acusaciones ni sobre la petición de archivo que ha presentado el Ministerio Fiscal. El caso contra Garzón está en la misma llamativa inactividad, pese a tratarse de un proceso en el que se investiga un posible delito de prevaricación, el cual, por su propia naturaleza, requiere una investigación muy limitada. Cualquiera que sea la razón de estas dilaciones judiciales, hay mecanismos internos para corregirlas. Lo que no es tan fácil de evitar -y, por esto mismo, es un hecho muy grave- es la intromisión desestabilizadora del Ejecutivo en la Justicia, al que no basta con tener una Fiscalía siempre presta a sacarle de los apuros, y que ya necesita llegar al límite de ofrecer prebendas a los jueces.


ABC - Editorial

`Dans les oeufs´. Por Arturo Pérez Reverte

Como se veía venir –consideren lo de se veía como bordería facilona–, la moda de los restaurantes donde se come a oscuras ha sido saludada con alborozo en España. Faltaría más. En la vanguardia de Occidente. Y háganse cargo del flash: completamente a oscuras, camareros ciegos que te llevan de la mano y sirven platos que no puedes ver, todo a base de tacto, gusto, oído y olfato. Con mucho contacto físico, se añade como incentivo. Hasta para hacer pipí te lleva de la mano un ciego o ciega –no me pillarás esta vez, Bibiana–. Y oigan. De clientes no sé cómo andan esos locales; igual hay bofetadas para meterse dentro. No me extrañaría en absoluto. Los elogios mediáticos son, desde luego, rutilantes. En las páginas de Cultura, por supuesto. Dónde, si no. A fin de cuentas, comer donde Ferrán Adriá equivale a leer tres páginas del Quijote, por lo menos. O cuatro. Dicen. Como los desfiles de moda y el mus. Y las tres en raya. Todo a Cultura. Con foto del restaurante entre el museo Thyssen y la última novela de Saramago. Y lo de zampar a oscuras, además, encima de venir avalado por franquicia con precedentes en París, Londres y Moscú –Dans le Noir, capten el astuto juego de palabras–, tiene ese puntito a medio camino entre museo de Diseño de Zúrich y corrección política que lleva a algunos al límite del orgasmo múltiple. Ahí va una de las reseñas, cuyo recorte atesoro: «La necesidad de experimentar nuevas emociones y el afán de descubrimiento no están reñidos con la conciencia social y la sensibilidad hacia las discapacidades». Con dos cojones.

Iría, lo juro. De no estar un poco mayor para estas cosas –«La experiencia no es apta para quien no ama el contacto físico, ya que el tacto es el sentido estrella de la noche»–, les aseguro a ustedes que caería a cenar allí, sólo por ver cómo se las arregla uno cuando, en la oscuridad, dice: «Camarero, hágame el favor. Necesito miccionar», y el de la ONCE llega, te palpa, te coge de la mano y te conduce a través de la noche procelosa hasta el lugar, supongo que también dans le noir, donde puedes aliviar la vejiga. He visto una foto publicitaria en alguna parte, y es que de verdad dan ganas de abalanzarte al sitio: los clientes apoyados unos en otros y el camarero delante, como bailando la conga. Todo elegante y solidario que te rilas, a base de mucho tacto y contacto físico, como debe ser. Desplegando tu conciencia social y sensibilidad solidaria camino del baño, en alegre camaradería con otros clientes que en ese momento sientan ganas de lo mismo. Guiados todos por camareros invidentes pero expertos, que cual Virgilios abnegados te guíen por la selva oscura de la vida, al fondo a la derecha. Orientándote el chorro una vez allí, supongo. Con paciente esmero.

Lo mejor de todo esto es que me ha dado un par de ideas. Estoy por llamar a mi amigo Félix Colomo –el que me pidió autorización para abrir en el Madrid de los Austrias su Taberna del Capitán Alatriste– y decirle que debería ampliar sus negocios gastronómicos con nuevas fórmulas para forrarse. O para forrarse más, si cabe. Una de ellas podría ser una franquicia de restaurantes que desde ahora mismo le propongo. Sin manos, sería el nombre. Y la gracia del asunto consistiría en que ningún cliente podría usar las manos para comer. Ni de coña. Al entrar se le atarían a la espalda y degustaría las delicias locales sin cubiertos ni nada, agachándose directamente con la boca sobre el plato. Slurp, slurp. Eso haría que el tacto, el gusto y el olfato fuesen protagonistas indiscutibles del asunto. Además, para realzar la conciencia social y la sensibilidad sensible, todos los camareros serían mancos, y servirían los platos sosteniéndolos entre los dientes. Para extremar el concepto, no habría servilletas, y los clientes se limpiarían los morros unos a otros con sonoros lengüetazos. Eso daría lugar a una enriquecedora interacción emocional, que como su propio nombre indica, sería mutua.

Tengo otras ideas igual de gilipollas. O más. Algunas podrían triunfar a tope en esta Europa tonta del ciruelo; donde, como dice mi vecino de página Carlos Herrera, si llega un imbécil más, nos caeremos al agua. Por ejemplo: un restaurante llamado Dans les Couilles, aunque una versión más pedestre –Dans les Oeufs– tendría más garra en España. El toque maestro consistiría en cobrar doscientos euros por cubierto exclusivo para fanáticos del megapijodiseño, soplapollas en general y políticos con Mastercard o Visa Oro del partido. Los políticos, sobre todo, acudirían en enjambres, como suelen. Dans les Oeufs ofrecería emociones y sensibilidad social a mantas. Todo el rato, camareros cuidadosamente seleccionados entre los más robustos y robustas –chúpate ésa también, Bibiana– de los parados que frecuentan comedores de caridad o hurgan por la noche en cubos de basura y contenedores de supermercados, estarían dándoles patadas en los huevos.


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