viernes, 29 de enero de 2010

Zapatero en Davos. Por M. Martín Ferrand

UN sapo en el desayuno es un complemento alimenticio que conviene a los profesionales del poder, a quienes viven más expuestos a los efectos demoledores del halago que a la vivificante dicha fría de la crítica implacable. José Luis Rodríguez Zapatero habrá tenido hoy la oportunidad de desayunarse con uno bien grande, viscoso y repugnante. En Davos, la ciudad más alta de Europa, el Foro Económico Mundial se los sirve junto con las tostadas y el café con leche a quienes, con responsabilidades de Gobierno, no brillan por sus resultados y España, para nuestra pena, es uno de los problemas a los que tiene que enfrentarse la Unión Europea, precisamente durante el turno figurón que le corresponde al presidente del Gobierno de España, y toda una amenaza para el futuro del euro, la moneda con la que se grapa la todavía no encuadernada realidad común del Viejo Continente.

Zapatero, siempre a contrapié, como los más torpes de cada gimnasio, no puede llegar a entender la sabia propuesta de Nicolás Sarkozy -«refundar la moralidad del capitalismo»- porque los tres conceptos que se funden en tal formulación contradicen los vectores de acción y fuerza en los que se ha instalado el líder socialista español. No hay nada que refundar para un inventor de la Historia que niega los cimientos morales de occidente y que, por fanatismo socialdemócrata, no puede comulgar con el capitalismo, sin el que no hay solución económica en una privilegiada eurozona bendecida por el Estado de Bienestar.

Cuando, hace diez años, José María Aznar asistió al Foro de Davos pudo hacerlo sacando pecho, orgulloso del ritmo y recuperación de la economía española alcanzado en su primera legislatura presidencial; pero Zapatero, ahora, ha tenido que asistir ante tan singular congregación con las orejas gachas y mirando al infinito para no cruzar la mirada con personajes que, como Nouriel Roubini, han descubierto y anunciado el peligro que España significa para la entereza y continuidad del euro y lo que la moneda común significa. Edipo, ciego y desterrado, llegó a Colono para que Sófocles pudiera escribir Edipo en Colono, y Zapatero, prepotente y convencido, incapaz para la autocrítica y la acción reparadora que España precisa y la economía exige, se ha ido a Davos para hacerse una foto y conseguir que la propaganda consiga lo que la iniciativa gubernamental no acomete. Otro imposible metafísico.


ABC - Opinión

Obama ante la democracia. Por Raúl Vilas

Nada más patético que el progre ibérico dando lecciones de democracia a los USA. Se ponen estupendos –¡cómo les gusta!– para despotricar de los yanquis. Lo más triste es que se lo creen.

Alexis de Tocqueville se salvó de milagro de la guillotina. Su familia aristócrata sufrió la brutal represión institucionalizada por los revolucionarios franceses. Si hubiese nacido unos años antes, Robespierre le habría segado el pescuezo. Uno más. Por fortuna no fue así. Ya como magistrado, en 1831 viajó a EEUU para estudiar su sistema penitenciario, se quedó prendado de una sociedad, esta sí, democrática, que es mucho más que elegir cada cuatro al Gobierno de turno. No deja de ser paradójico: Tocqueville fue a conocer las cárceles y descubrió la libertad. Lo puso negro sobre blanco en su imprescindible La democracia en América, tan vigente hoy como entonces. Hay quien ve con asombro que sólo en un año la popularidad de Obama haya caído en picado. Seguro que no ha leído a Tocqueville.


A este gran liberal francés le impactó el triunfo de una revolución, la americana, que alumbró una Nación mucho más libre que la francesa, con la cabeza de todos sus ciudadanos en su sitio, sobre los hombros. Zapatero no tiene guillotina, tampoco más escrúpulos que los revolucionarios franceses, pero el contraste entre ambos lados del charco no ha cambiado mucho. No corta cabezas nuestro Gobierno, pero colabora con una banda terrorista que las revienta cada vez que puede y aquí no pasa nada.

Nada más patético que el progre ibérico dando lecciones de democracia a los USA. Se ponen estupendos –¡cómo les gusta!– para despotricar de los yanquis. Lo más triste es que se lo creen. En estos casos hasta dan penita, tan cándidos, tan burros. Piensan que esta cosa de aquí es mucho más democrática, pero muxo, muxo. Y, claro, lo dicen.

Esta cosa de aquí es, siendo benévolo, una partitocracia. Ni impera la ley, ni la justicia es independiente, ni prensa libre –salvo honrosas excepciones–, ni un sistema representativo digno de tal nombre, ni, mucho menos, una sociedad civil, siempre y cuando no llamemos así a los rebaños ávidos de gambas.
Son estas premisas, que sí están presentes en la sociedad estadounidense, las que explican que un año de mala gestión haya transformado el entusiasmo que aupó a Obama a la presidencia en desconfianza. Por mala gestión y en un año, no por corrupción galopante, crimen de Estado, empobrecimiento desbocado... Quince años se tiró Felipe González en Moncloa y Zapatero, si Sonsoles no lo evita, ni se sabe. Pero es que nosotros sí semos democráticos, semos los mejores.


Libertad Digital - Opinión

Realismo en la Casa Blanca. Por José María Carrascal

LOS norteamericanos son una extraña mezcla de realismo e idealismo, que hace difícil gobernarlos, pues exigen ambas cualidades a sus gobernantes. Barack Obama aprobó como candidato en idealismo, pero, como presidente, ha suspendido en realismo. Al iniciar su segundo año de mandato, trata de salvar la prueba. ¿Cómo? Pues de la forma más sencilla: dejándose de grandes planes globales y nacionales, para concentrarse en las necesidades más inmediatas de sus compatriotas. O, si lo quieren sin rodeos, gobernando para la mayoría, no para la minoría. Ello va a traerle críticas de la izquierda y muy posiblemente no va a granjearle el aplauso de la derecha, que le odia. Pero él piensa en el ciudadano medio, en ese norteamericano que sufre la recesión y está pagando las guerras en el exterior, los pillajes de los banqueros, los despilfarros de los políticos, y ha decidido ponerse a su lado.

Ya hubo un aroma de ese nuevo realismo al recibir el Premio Nóbel de la Paz, donde anunció que hay guerras que deben librarse, pero no, como hasta ahora, para extender la democracia a países no interesados en ella, sino para defenderse de los ataques que desde allí vengan. Lo mismo, con los banqueros. Lo peor de los banqueros no son esos escandalosos sobresueldos que vuelven a asignarse, después de haber provocado la mayor crisis financiera en tres cuartos de siglo. Lo peor es que vuelven a las andadas, empaquetando productos dudosos y tratando de colocarlos entre sus clientes, con lo que podemos tener otro descalabro. Hay que atarles corto, porque esa gente parece no haber aprendido y el ciudadano medio, que ha pagado su salvación con dinero público, está muy cabreado con ellos. En cuanto a la política nacional, ¿cuáles son las mayores preocupaciones del norteamericano hoy? ¿La reforma sanitaria? No. El 85 por ciento de los norteamericanos tienen ya seguro médico. Lo que preocupa a la mayoría es la recesión, el paro, el déficit. ¿Y cómo se abordan la recesión, el paro, el déficit? Pues movilizando la economía norteamericana con más productividad, con más iniciativa, con más estímulos en los puntos precisos y más recortes del gasto público en aquellos otros donde se está derrochando.

Durante su primer año de mandato, Obama ha mirado demasiado a los políticos y demasiado poco a la «mayoría silenciosa» de sus compatriotas. Con el resultado de haber perdido buena parte de la confianza de estos. En el segundo, trata de recuperarla. ¿Lo conseguirá? Depende de que recuerde que ya no es el candidato a la presidencia, sino el presidente. Como tal, tiene que vender hechos, no palabras, por hermosas que sean. «¡Es el realismo, idiota, el realismo!», podría gritar Obama a sus ayudantes.

Lo importante es que lo practique él.


ABC - Opinión

La doctrina Pedreira. Por Emilio Campmany

El art. 24 de la Constitución dice que todos sin excepción tienen derecho a la defensa y el derecho a la defensa incluye el secreto de las comunicaciones con el propio abogado. Y una norma genérica como la que alega Pedreira no puede derogarlo.

Según Antonio Pedreira, instructor del caso Gürtel en la Audiencia Provincial de Madrid, un juez instructor pude ordenar la intervención de las conversaciones de un imputado con su abogado. Esto es precisamente lo que hizo el juez Garzón cuando fue instructor de la causa. Don Baltasar lo hizo en base al artículo 51.2 de la Ley General Penitenciaria, que lo que hace es prohibirlas, salvo casos de terrorismo. Es obvio que tal artículo no autoriza las escuchas practicadas porque Gürtel no es un caso de terrorismo. Por eso, Pedreira, para salvar la instrucción, adivina que donde en realidad quería fundarse Garzón es en el 579 de la Ley de Enjuiciamiento Criminal, que autoriza en general los pinchazos sin establecer ninguna prohibición para las comunicaciones entre acusados y abogados. No explica Pedreira por qué, al resolver la contradicción entre las dos normas, lo hace en favor de la norma general y no de la especial, como debe hacerse.


Además, la resolución de un recurso no puede basarse en normas distintas de las aplicadas en el auto recurrido. De hacerse así, como hace Pedreira, condena al recurrente a la indefensión, ya que un recurso sólo puede combatir la fundamentación alegada y no cualquier otra que el que ha de resolver pueda imaginar y que sólo se conocerá cuando se resuelva el recurso. A lo más que podría haber llegado Pedreira es a decir que la intervención habría sido legal si se hubiera fundado en el artículo 579 de la Ley de Enjuiciamiento Criminal, pero que, al basarse en el 51.2 de la Ley General Penitenciaria, es nula.

Pero tengamos manga ancha con Pedreira y aceptemos que se puede resolver contra el recurrente fundándose en preceptos diferentes de los que empleó el auto recurrido. La cuestión es si una norma general autoriza la intervención de las comunicaciones entre los acusados y sus abogados, ¿por qué la Ley General Penitenciaria se toma la molestia de decir: "Las comunicaciones de los internos con el abogado defensor (...) no podrán ser suspendidas o intervenidas salvo por orden de la autoridad judicial y en los supuestos de terrorismo"? Porque el artículo 24 de la Constitución dice que todos sin excepción tienen derecho a la defensa y el derecho a la defensa incluye el secreto de las comunicaciones con el propio abogado. Y una norma genérica como la que alega Pedreira no puede derogar un derecho constitucional. Tanto es así, que, para poder hacerlo en los casos de terrorismo, hubo que redactar una norma como el artículo transcrito.

Donde finalmente Pedreira se estrella es cuando dice: "La profesión de la abogacía es digna, pero no puede disfrutar de privilegios discriminatorios frente a otras profesiones. De la misma forma que se puede adoptar la medida motivada de entrada y registro en los despachos profesionales, pueden de forma motivada acordarse las intervenciones de comunicaciones". El juez olvida que lo que se está preservando no es ningún privilegio de los abogados, sino el derecho a la defensa de los ciudadanos. Una cosa es que se puedan intervenir las conversaciones o registrar el despacho de un abogado cuando es acusado de un delito y otra cosa muy diferente es que pueda hacerse cuando el acusado no es él, sino uno de sus clientes.

¿Por qué nace la doctrina Pedreira? Porque sin ella Gürtel se viene abajo. Son tantos los intereses alrededor del caso, que el mismo Colegio de Abogados de Madrid ha olvidado la irritación que le produjo enterarse del pinchazo de las conversaciones de sus colegiados con sus clientes. Mal asunto.


bertad Digital - Opinión

Ser y no ser Obama. Por Ignacio Camacho

POCA falta hacía que Elena Salgado proclamase en Davos que ella no es Obama; las diferencias saltan a la vista y no proceden sólo del sexo o el color de la piel. Tampoco Zapatero es Obama, aunque él trate de asimilarse al presidente americano y se le pegue en las fotos a ver si recibe una transfusión de carisma. Pero no, definitivamente no es Obama. Ni se le parece.

Porque Obama, aunque ande mermado de atractivos por el rápido desgaste del poder y por la sobredimensión de sus expectativas, tiene y conserva una formidable capacidad de liderazgo. Obama emprende reformas estructurales para luchar contra la crisis, aunque se equivoque o encalle con alguna de ellas, y cruza el pasillo simbólico de la ideología para buscar el apoyo de los independientes y de los adversarios políticos. Obama congela el gasto público para frenar el déficit. Obama llama guerra a la guerra y la defiende como un mal necesario para alcanzar la paz. Obama parte de una formación intelectual y jurídica de élite. Obama habla con una convicción contundente que proclama principios sin perderse en la retórica de las tautologías y las obviedades. Obama predica la ética del esfuerzo y enaltece el espíritu de sacrificio. Obama respeta la religión de sus conciudadanos y comparte con ellos sus ritos y simbologías. Obama nunca diría que su nación es un concepto discutido y discutible.


Para parecerse a Obama es menester algo más que apostura física y voz grata, y hacer algo más que vestir camisas blancas de puños elegantes. Hay que tener determinación y coraje para afrontar los problemas de un país y anteponer los objetivos comunes al sectarismo de partido. Hay que ser consciente de que el Gobierno es para todos los ciudadanos y no sólo para los propios votantes. Hay que disponer de una visión estratégica que trascienda el oportunismo táctico. Hay que huir de la mentira como instrumento de política cotidiana. Hay que abordar la amarga realidad de frente y sin pintarla de colores ni negarla.

Es cierto que algunos de los defectos de Obama son similares a los de Zapatero: su tendencia a la abstracción y a la oquedad, su gestualidad algo vagorosa, esa impresión que empieza a transmitir de cierta impostura en el personaje y una querencia, hasta ahora bien sujeta, al impulso demagógico. Pero cuando se elige un modelo es para imitar sus virtudes; si no, lo que queda es un vacuo remedo de superficialidad desnuda, de frívola apariencia emulativa. Y además se nota el embeleco.

A nuestro presidente se le ve el cartón del sucedáneo cuando se arrima a Obama o corre a rezar -¡a rezar!- junto a él en busca de una transferencia de prestigio; a su lado, su discurso parece la psicofonía de un alma en pena y su estampa, la ecografía borrosa de un liderazgo. No, no hace falta que Salgado ni nadie lo aclare; todo el mundo sabe quién es Obama y quién trata en vano de parecerlo.


ABC - Opinión

Aguirre aún espera que Cobo se retracte. Por José Cavero

La presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, ha tardado unas pocas horas en reaccionar a la decisión de su partido de privar de militancia en el PP, durante un año, a su enemigo declarado Manuel Cobo, vicealcalde de Madrid, que hace algunos meses, en declaraciones a El País, calificó de "vomitiva" la actuación de Aguirre sobre la designación de Rato como presidente de Caja Madrid. La presidenta de la Comunidad de Madrid y del PP en esta región, Esperanza Aguirre, aseguró que el vicealcalde de Madrid, Manuel Cobo, que la criticó con dureza, "ha tenido tiempo para retractarse y no lo ha hecho".

En declaraciones a "su propia cadena", Telemadrid, Aguirre se refería al planteamiento de los instructores del Comité Nacional de Derechos y Garantías del PP de sancionar a Cobo con un año de suspensión de militancia, después de que éste dijera que le parecía "de vómito" y de "ausente de vergüenza" la actitud de Aguirre en el conflicto entre comunidad y ayuntamiento por el control de Caja Madrid. Para la presidenta regional, se trata sólo de una propuesta de los instructores de los expedientes, ya que el "Comité Nacional de Conflictos no se ha reunido todavía". "Lo que conviene decir -añadió Aguirre- es que los órganos del partido funcionan, que se está cumpliendo con la legalidad y que hasta que no se produzca una sanción, que no se ha producido todavía, no haré ninguna otra valoración", dijo Aguirre.

Precisamente, Caja Madrid celebra esta misma tarde una asamblea en la que, previsiblemente, Rodrigo Rato será elegido presidente. Y sobre este particular, Aguirre ha señalado: "Es muy positivo el que haya una lista única en la que todas las instituciones que estamos representadas en la Caja nos hayamos puestos de acuerdo y que esa lista la encabece Rodrigo Rato". Abortó algunas otras cuestiones de actualidad, como la reforma de la Ley del Menor, al hilo de casos como el de Marta del Castillo o Sandra Palo. La dirigente popular ha afirmado que es un tema "muy complejo. Es verdad que (a los menores delincuentes) no se les puede tratar como a un adulto, pero no es menos verdad que la sociedad tenga que protegerse ante este tipo de actitudes". "Ahí es donde las Administraciones Públicas y las personas que hemos sido elegidas por los ciudadanos tenemos la obligación de cambiar las leyes. Casos como éstos, revelan a la sociedad española que debemos abrir el debate de la cadena perpetua. Bien es verdad que revisable, pero que no se puedan reducir la pena a una máxima", ha agregado.

Por lo que se refiere a la sanción contra Manuel Cobo, Esperanza Aguirre hubiera aspirado a dos cosas: que Ruiz Gallardón lo destituyera de alguna de sus competencias de vicealcalde, como la de portavoz, y que la sanción le impidiera presentarse como candidato en las elecciones del año que viene. Y, por supuesto, que Manuel Cobo se rindiera a sus pies y le pidiera perdón públicamente. Telemadrid hubiera retransmitido la escena docenas de veces...


Periodista Digital - Opinión

Delincuencia televisiva. Por Cristina Losada

Se ha convertido en ortodoxia cultural la quimera progresista según la cual fue la sociedad, y no El Rafita y sus colegas, quien secuestró, violó, torturó y asesinó a Sandra Palo. De ahí que se victimice a los criminales y se criminalice a las víctimas.

Pronto, la administración de Justicia será reemplazada por un sistema más sencillo. El engorroso procedimiento judicial se dilucidará del mismo modo que la elección de candidatos a Eurovisión. En un plató televisivo depondrán, por riguroso turno, los presuntos delincuentes y sus víctimas, y los espectadores pronunciarán sentencia vía sms. Tal es la espantosa visión que he tenido al hilo de la entrevista de Telecinco a uno de los asesinos de Sandra Palo. Presentado en su hogar, pobre y "desestructurado", el criminal explicaba cuán dura es su vida, se declaraba inocente y pedía perdón. Una víctima de las injusticias sociales, que para más se arrepiente. Natural que, conmovido por el testimonio, Pedro Piqueras señalara la falta de generosidad de la otra parte: "pero la madre no parece muy inclinada a perdonar". No hay duda de cuál es el veredicto televisivo.


En tiempos, la canallada periodística consistía en acudir a la casa de la víctima de asesinato y arrancar unas lágrimas de la madre, instante que se aprovechaba para la fotografía. Eso sería hoy juego de niños. La deontología de nuestros días prescribe ir a casa del criminal, ablandarlo con zalemas y algo más consistente, y escuchar con ternura y afecto cuanto quiera comunicar al mundo. Sin forzarlo, que el pobre ya lleva encima lo que lleva. Todo con tal de levantar unos puntos de share. Pero el indecente episodio representa algo más, por sintomático. Se ha convertido en ortodoxia cultural la quimera progresista según la cual fue la sociedad, y no El Rafita y sus colegas, quien secuestró, violó, torturó y asesinó a Sandra Palo. De ahí que se victimice a los criminales y se criminalice a las víctimas.

De aquella subcultura de los sesenta que llegaría a ver en los delincuentes a una disidencia frente un orden social alienante y criminal, él sí, destilan las creencias que se han vuelto dominantes. Hay una fascinación secreta, y no tan secreta, por la violencia criminal y una desorientación moral que impulsa a exculpar y hasta a identificarse con quienes la practican. La elevación de El Rafita al Olimpo televisivo merecería, en países con una sociedad civil, las únicas sanciones que el negocio entiende: la pérdida de publicidad y audiencia. Me temo que no caerá esa breva.


Libertad Digital - Opinión

Un Obama diferente

UN año después de su histórica toma de posesión, el mundo no ha cambiado tanto como se pensó entonces. El Barack Obama que ha comparecido ante el Congreso norteamericano, sin embargo, ya está muy lejos de aquel candidato que despertó una ola de entusiasmo planetario y que ahora ha tenido que reconocer sus limitaciones. No ha logrado prácticamente nada de lo que se comprometió a cumplir en su primer año y por eso en el discurso ha intentado volver a conectar los restos de su agenda de reformas, que después de un baño de realismo se le han ido quedando desperdigados en medio de un panorama político mucho más desfavorable. Obama es consciente del aumento de la desafección que se ha producido durante este último año en una buena parte del electorado que le llevó con entusiasmo a la Casa Blanca y de las consecuencias que esto puede tener en las elecciones legislativas parciales de noviembre.

El presidente ha pasado un año muy difícil, pero el que le espera no será seguramente más fácil. En el interior del país, la solución a la crisis financiera está apenas empezando a perfilarse, la reforma de la sanidad se ha quedado comprometida por la pérdida de la mayoría cualificada en el Senado y en el exterior la lista de problemas graves (la guerra de Afganistán, la amenaza nuclear de Irán, el conflicto de Oriente Medio) está lejos de reducirse. Sabe que los que él creía que eran enemigos de su antecesor no renuncian a combatir a los ideales que representa Estados Unidos y que las amenazas que pesan sobre Occidente no han disminuido.

Sus imprecaciones contra la atmósfera de los políticos de Washington han sido la parte más enérgica del discurso y eso hizo que sonasen como un pretexto para justificar sus tropiezos, en un tono en cierto modo populista. La tentación de seguir por ese camino sería la peor opción para el resto de su mandato, porque confirmaría la desafección de la clase media norteamericana, que hace un año vio en él la solución de sus problemas y en ese caso podría empezar a identificarlo con la causa de sus dificultades. Si quiere recuperar el consenso no tiene más remedio que seguir flexibilizando su discurso.


ABC - Editorial

La juez y un juguete roto llamado Arnaldo Otegi . Por Antonio Casado

Millones de españoles se han sentido identificados con la reacción de la magistrada ante un reo llamado Arnaldo Otegi. Ellos hubieran hecho lo mismo. Por eso aplauden a la juez Ángela Murillo, presidenta del tribunal que juzga por enaltecimiento del terrorismo a quien fuera cómplice del Gobierno Zapatero en el último intento de negociar el final de ETA. La vista se reanuda hoy, después de que ayer se proyectase un video en euskera del que “la sala no ha entendido ni papa”, dijo su señoría.

Las pantallas de la tele y de miles de ordenadores personales han propagado estos dos últimos días el gesto despectivo de la presidenta del tribunal mientras exclamaba: “Por mí, como si quiere beber vino”. Eso dijo cuando la abogada de Otegi, Jone Goricelaia, le pidió licencia para que su defendido pudiera beber agua porque “está en huelga de hambre”.

En la repetición de las mejores jugadas, el desparpajo de su señoría reapareció por segunda vez en la sala. Fue al hacerle la pregunta ritual al veterano dirigente de Batasuna: “¿Condena usted la violencia de ETA?”. Como Otegi se negara a responder (“No voy a responder a esa pregunta”, dijo), Ángela Murillo apostilló en el mismo tono coloquial utilizado en el lance anterior: “Ya lo sabía”.

Algunas críticas podrían hacerse al comportamiento de la jueza. Y se han hecho, desde ciertas asociaciones profesionales por las “formas” y algunas “expresiones desafortunadas”. Seguramente con razón. El tono de sus comentarios no fue el más adecuado en una sala de juicios. Pero ahí va a quedar la cosa. Si se lo reprochan será con la boca pequeña. Porque a estas alturas nadie está dispuesto a permitirse nada que pueda atenuar la chulería que los etarras y sus amigos políticos cuando comparecen ante los tribunales, debidamente concertados con sus abogados de plantilla.

De todos modos, como tantas veces ocurre, la categoría queda camuflada en el episodio de una juez poco cautiva de las formalidades. La identificación de la inmensa mayoría de los españoles con la actitud de Ángela Murillo alumbra una buena noticia: ya nos da igual que Otegi y los presos de ETA estén en huelga de hambre y ya nos da igual que Otegi condene o deje de condenar a ETA. “Ya lo sabíamos”, podíamos haberle dicho todos a coro cuando se negó a responder ante el tribunal, pero acompañando el mismo gesto de aburrimiento que apareció en la cara de su señoría.

La doble secuencia de lo ocurrido el miércoles en la Audiencia Nacional se reprodujo ayer hasta la saciedad en las teles y en los ordenadores. Ha servido para hacer unas risas. Pero el salto de la anécdota a la categoría es esa buena noticia: la general indiferencia de la ciudadanía, la clase política y los medios de comunicación por las manifestaciones del dirigente de la llamada izquierda abertzale. En otro momento hubiera desembalsado ríos de tinta. Ahora, que Otegi lleve unos meses en la cárcel, que al parecer él su gente están en huelga de hambre o que no condene la violencia terrorista, nos deja fríos a todos.

Tantos amagos de desmarque de ETA para luego acabar apuntándose a una enésima movilización de presos. Quien le ha visto y quien le ve. Un juguete roto que, ante una juez poco complaciente y una sala semivacía, ha machacado el clavo de la “solución-pacífica-al-conflicto-que-pasaría-por-el-reconocimiento-al-derecho-de-autodeterminación-la-liberación-de presos-políticos-y-el-reconocimiento-de-la-identidad-nacional”. Qué pesadez.


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Una medida tan justificada como improvisada

El Gobierno se propone retrasar la edad de jubilación a los 67 años.

EL GOBIERNO se dispone hoy a retrasar la edad de jubilación, que pasaría de los actuales 65 a los 67 años. La idea del Ejecutivo es aplicar la medida de forma gradual: la jubilación empezaría a demorarse dos meses por año a partir de 2013, de suerte que en 2025 toda la población dejaría de trabajar a los 67 años.

Lo primero que hay que señalar es que Zapatero no ha consultado para formular esta propuesta -que afectaría a todos los trabajadores mayores de 62 años- ni con la gran mayoría de los ministros, ni con los sindicatos, ni con la patronal, que ayer no sabían nada hasta que se enteraron por los medios de comunicación. En julio del año pasado, el propio ministro de Trabajo había manifestado que retrasar la edad de jubilación de forma forzosa «no es el camino».


Habrá que esperar unas horas a ver cómo se concretan los planes del Gobierno, aunque José Blanco defendía la necesidad de «hacer sacrificios y ajustes», dado el deterioro de la situación económica, mientras Zapatero anunciaba en Davos un drástico recorte de gasto público para no defraudar «la confianza» de los mercados.

El alargamiento de la vida laboral y el tijeretazo en el gasto -que el Gobierno explicará hoy- suponen un auténtico bandazo en la política económica de Zapatero, que hasta ahora se había comprometido a no tocar el actual nivel de prestaciones sociales y había mantenido una relación cordial con los sindicatos. Resulta difícil de entender que el mismo Ejecutivo que se jactaba de haber impulsado la costosísima Ley de Dependencia decida ahora alargar la vida laboral, una iniciativa que siempre ha suscitado el rechazo de UGT y CCOO. Y también es complicado comprender por qué Zapatero exige este sacrificio a los trabajadores cuando ha sido incapaz de reducir los dispendios de las comunidades autónomas y otros entes públicos.

Al margen de estas consideraciones, existen dos razones nada desdeñables que pueden haber impulsado al Gobierno a plantearse este importante cambio: la caída del superávit de la Seguridad Social, muy cerca de entrar en números rojos, y el fuerte envejecimiento de la población española.

Ayer, el INE hacía público un estudio -seguro que no de forma casual- que concluía que en 2049 la población menor de 16 años y mayor de 64 será equivalente a la que está en edad de trabajar. Estas estadísticas siempre están sujetas a un amplio margen de error, aunque la tendencia es clara: en 1975 había tres millones de pensionistas y ahora hay casi nueve millones, si bien la población activa sólo se ha duplicado.

Muy parecidas perspectivas tienen otros países como Alemania y Holanda, que ya han decidido retrasar la edad de jubilación para evitar que el sistema entre en quiebra, dado que en Europa Occidental las expectativas de vida están ya por encima de los 80 años de edad. Hoy existen muchas personas que gozan de excelente salud física y mental a los 65 años, lo que convierte en razonable el alargamiento de la vida laboral, para el cual se han creado ya incentivos legales positivos. Desde 2003, las personas que retrasan su jubilación en nuestro país obtienen un 2% más de pensión por año hasta cumplir los 70.

La inevitable tendencia a este alargamiento choca, sin embargo, con las prejubilaciones que han realizado en los últimos años grandes empresas españolas como Telefónica y los bancos. RTVE jubiló con su sueldo íntegro a 4.200 empleados mayores de 52 años, lo cual resulta contradictorio con la medida que se quiere tomar ahora. Dado que las prejubilaciones se financian en parte con el dinero de todos los contribuyentes, el alargamiento de la vida laboral debería comportar poner coto a esta nefasta práctica.

Habrá que ver cómo reaccionan los sindicatos y la oposición -sobre todo, el PP- a esta propuesta del Gobierno que ha cogido a todo el mundo con el paso cambiado. Lo que es seguro es que el debate no ha hecho más que comenzar.


El Mundo - Opinión

Los culpables tienen que pagar

Quienes se preocupan más por personas como Rafael García que por María del Mar Bermúdez no hacen sino sembrar la semilla para que existan más delincuentes, que no temerán el castigo, y venganzas al margen de la ley.

Existe cierto debate sobre la conveniencia de entrevistar o no a los terroristas. Pese al indudable interés que puedan tener, lo cierto es que el terrorismo tiene una evidente función propagandística, a cuyo objetivo se sirve de altavoz cuando se les da una oportunidad de expresarse en público. No sucede lo mismo con otro tipo de criminales. Y, sin embargo, la entrevista que ha hecho Telecinco a uno de los asesinos de Sandra Palo ha provocado una justificable indignación no ya a los padres de la víctima, sino a buena parte de la sociedad.


El problema ha sido el tratamiento que ha recibido "Rafita" por parte de los periodistas que han participado. Pese a que la autora de la entrevista asegurara que su trabajo no es "entrar a valorar nada, sólo contar historias", lo cierto es que resulta imposible no hacer valoraciones en un caso así, y las suyas permearon todo el reportaje. El mero hecho de considerar un niño a una persona de 14 años que viola, tortura, atropella y finalmente quema viva a una chica con deficiencia mental ya supone hacer una valoración; mucho más si se habla de su "hogar desestructurado" y se asegura que Rafita cuenta "el horror de aquel día", como si él fuera la víctima.

No obstante, lo más grave es que el modo en que se ha hecho y emitido esta entrevista revela una manera de pensar que, entre otras cosas, ha producido engendros como la Ley del Menor, esa que ha permitido que Rafael García esté en la calle delinquiendo, y en 2011 cumplan sus penas otros dos más. Una visión que lleva a tratar a autores de crímenes repugnantes como si hubieran robado un caramelo en una tienda de golosinas. Una visión que tiende a despreciar el sufrimiento de las víctimas y sus familiares, y centrarse en el culpable, al que con frecuencia consideran como una víctima de la sociedad y de su entorno, y no como una persona responsable de sus propios actos y que debe pagar por ellos.

Sin duda no deja de ser un avance en la civilización que hayamos dejado de tomarnos la justicia por nuestra mano y hayamos delegado en un sistema en el que son los profesionales los que se encargan de perseguir y castigar a quienes hacen daño a los demás, ofreciendo garantías suficientes de que no paguen justos por pecadores. Pero cuando el origen y la justificación de nuestro sistema penal se pierden en el tiempo, existe el riesgo de confundir la función del mismo, que no es reinsertar al delincuente, por más que lo diga nuestra Constitución, sino castigarlo. De hecho, si el único propósito de una pena de prisión fuera la reinserción, no tendría sentido imponer un tiempo determinado de privación de libertad; el preso debería estar allí hasta que se le considerara arrepentido y se concluyera que no volverá a las andadas.

Es un milagro que con tantos casos flagrantes de injusticias cometidas a favor del criminal no hayamos tenido en España casos sonados de padres, hermanos o parejas que decidan vengarse del delincuente favorecido por nuestras leyes o nuestros jueces. Y lo es porque se han dado motivos más que sobrados para perder por completo la fe en la justicia española. Quienes se preocupan más por personas como Rafael García que por María del Mar Bermúdez no hacen sino sembrar la semilla para que existan más delincuentes, que no temerán el castigo, y venganzas al margen de la ley, al saber las víctimas que ésta no las atenderá. No hay mejor manera de multiplicar el número de unos y otras.

La única víctima es el inocente, y quien comete un delito debe ser castigado en proporción a su culpa. Ésa debe ser la base de todo sistema penal justo. De ahí que lleve resultando urgente reformar la Ley del Menor, que no se basa en ese principio, desde que se aprobó en las Cortes.


Libertad Digital - Editorial

El sitio del «Guernica»

BAJAN revueltas las aguas en el Ministerio de Cultura después de la información publicada ayer por ABC sobre los planes del Museo del Prado de trasladar el «Guernica» de Picasso desde el Reina Sofía al antiguo Museo del Ejército, cuyo Salón de Reinos forma parte del proyecto museológico de la primera pinacoteca española. No son nuevas, por supuesto, las controversias en torno a la ubicación del famoso cuadro, pintado hace ahora setenta y tres años y que llegó a España en plena Transición, como símbolo de la recuperación de las libertades. Después de un tiempo en el Casón del Buen Retiro, el «Guernica» parecía haber encontrado su lugar definitivo en 1992, como centro y eje de la colección del CARS. A todo ello se suma el delicado estado de conservación de una obra que sufrió múltiples daños en traslados poco rigurosos y que fue declarada «inamovible» por expertos de todo el mundo ante la solicitud de un préstamo temporal por el Guggenheim de Bilbao. Ya entonces se produjo un choque político de alto voltaje, que provocó un lamentable comentario de Xabier Arzalluz sobre las bombas y las obras de arte. Lo cierto es que nadie había cuestionado hasta ahora ese dictamen pericial, elaborado -entre otros- por la actual jefa de Restauración del Prado.

A pesar de su autonomía administrativa, las dos instituciones que se disputan el cuadro dependen del Ministerio de Cultura. Al margen de la opinión de los respectivos directores y patronatos, la ministra González-Sinde debía pronunciarse con claridad sobre una disputa que no debería ventilarse en público, y así lo hizo ayer. Se trata en realidad de una cuestión de política cultural. Una vez definido el modelo de museo que se pretende implantar, será el momento de adjudicar las obras correspondientes a una u otra institución. Lo contrario es empezar la casa por el tejado para atender a necesidades de corto plazo. El propio proyecto del Salón de Reinos debe ser objeto de un debate a fondo, sobre todo si se pretende que «La rendición de Breda» de Velázquez y otros grandes lienzos -hoy día en el edificio Villanueva- vuelvan a su lugar de origen. El famoso pacto parlamentario por el cual el Museo del Prado queda al margen de la controversia partidista no debe ser obstáculo para que se produzca un pronunciamiento expreso del Ejecutivo y de la oposición sobre un asunto de máxima importancia política y cultural, con el fin de evitar movimientos interesados que no benefician a nadie.

ABC - Editorial