jueves, 4 de febrero de 2010

El piadoso impostor. Por M. Martín Ferrand

REZAR, como nos enseñaba el Catecismo del padre Astete, «es elevar el corazón a Dios y pedirle mercedes con humildad y confianza». En el Catecismo del padre Ripalda, el de la otra media España, era el alma y no el corazón lo que se debía elevar; pero, tratándose de textos de dos buenos clérigos del XVI, lo del corazón es previo a la cardiología y lo del alma, anterior al psicoanálisis. Para rezar basta con una voluntad piadosa y esperanzada y un mínimo de fe en Dios. ¿Coincidirán esas condiciones en José Luis Rodríguez Zapatero cuando esta mañana asista al desayuno de oración que tiene convocado The Family Fellowship, presidido por Barack Obama, o se trata de una nueva impostura del personaje que nos gobierna?

Hace muchos años, un dinámico cura irlandés puso en marcha una «cruzada» -así la llamaron entonces- para inducir al rezo del rosario en familia. El lema de la campaña -«La familia que reza unida permanece unida»- originó en Madrid la mayor concentración de personas de la que tengo memoria hasta la llegada de Juan Pablo II, por encima de las exhibiciones patrióticas y las demostraciones sindicales propias de la época. ¿Qué familia pretenderá mantener agrupada el sobrevenido devoto Zapatero? Su insensatez federal niega, con los hechos, la hipotética pretensión de la unión entre los españoles y la contestación que comienza a notarse en las filas del PSOE desmiente la de la familia socialista. Todo sea por una foto que compense, en Washington, la ausencia, en Madrid, de la que nos tenía anunciada en grandiosa conjunción planetaria para el próximo mes de mayo.

Lourdes o Fátima tienen probada una mayor y más antigua capacidad milagrera que Washington; pero Zapatero, que mira el pasado con rencor y el futuro con esnobismo, prefiere peregrinar a Washington. Está en su derecho, como lo está al hacerse acompañar de distinguidos acólitos del periodismo español para que le lleven el cirio y, llegado el caso, puedan escribir la crónica de su conversión a la doctrina del imperio de las barras y las estrellas. San Pablo, cuando cayó del caballo, empezó el camino de la santidad; pero sospecho, a partir de la lectura de sus epístolas, que era más habilidoso jinete de lo que pueda serlo el de León. No es lo mismo Damasco que Washington y las caídas equinas no necesariamente hacen brotar la fe. En la mayoría de los casos conducen, únicamente, a la deslomadura.


ABC - Opinión

Pacto por la imposición. Por Cristina Losada

La audacia con que el nacionalista profiere falsedades en la capital del Reino tiene razones. Una razón: cuelan.

El ministro Gabilondo está empeñado en hacer más democrático y ameno el sistema educativo. Es otra manera de aplicar aquel exabrupto anti-intelectual que soltó Solís en pleno franquismo: "Menos latín y más gimnasia". Con ese lúdico objetivo en mente ha de escuchar estos días a los partidos nacionalistas, por lo cómico de negociar un pacto de Estado con quienes tiene por objetivo destruirlo. El BNG y ERC han desvelado cuáles son sus prioridades para ese acuerdo en materia de enseñanza: las de siempre. Exagero con el plural. Les preocupa una sola cosa. Mantener y extender la proscripción del español de las aulas, los libros, los pasillos, los claustros o los recreos. Ni el fracaso escolar, ni la baja calidad, ni la falta de autoridad les quitan el sueño. El único pacto al que aspiran es aquel que garantice la permanencia de la imposición lingüística.


Para hacer pasar la píldora, recitan los nacionalistas en Madrid palabras que empiezan por "pluri". El BNG ha hecho saber que no apoyará ningún pacto que no respete el carácter plurilingüistico y pluricultural del Estado. Y Esquerra ha manifestado inquietud por la "voluntad de uniformizar" que, barrunta, anida en el proyecto. Ninguno de los dos partidos muestra respeto alguno por la pluralidad lingüística de los ciudadanos de Galicia y Cataluña. Ambos son partidarios de uniformizar a la población bajo una sola lengua. Pero en Madrid se presentan como ardientes defensores de lo plural sin que nadie les rechiste. Y aún se permiten más, como la diputada del Bloque al asegurar, contra toda evidencia, que nadie, y menos los suyos, reniega (sic) de la enseñanza en la lengua de Cervantes.

La audacia con que el nacionalista profiere falsedades en la capital del Reino tiene razones. Una razón: cuelan. Allí, prescinde de proclamas incendiarias, asume pose respetable y explota el sentimiento de culpa por el centralismo, aún décadas después de una descentralización completa. Luego, gracias a la miopía, tantas veces voluntaria, de las instituciones del Estado, consigue que su odiado Madrid le permita casi todo y no se entere de casi nada. El ministro de la Educación divertida no promete ser una excepción a esa regla. Él no quiere "dramatizar" los problemas lingüísticos y su Gobierno no reconoce que existen.


Libertad Digital - Opinión

En barrena. Por Ignacio Camacho

ZAPATERO se ha ido a rezar con Obama pero el lío que ha montado no lo arregla ni Dios. El Gobierno -o lo que queda de él porque hay ministros desaparecidos- ha entrado en barrena: nada le sale bien y se mueve en el más absoluto caos, un errático descalzaperros del que sería benévolo decir que es confuso. Por todas partes está cundiendo una pavorosa sensación de alarma nacional que va mucho más allá de las emociones subjetivas porque se fundamenta en las devastadoras estadísticas del paro y un déficit ante el que los mercados europeos han empezado a tocar las sirenas. El presidente puede huir de sí mismo pero el país no tiene para dónde escapar y sólo cabe rogar a quien cada uno rece para que este desbarajuste no termine de mala manera.

La última ocurrencia de desgobierno ha sido la propuesta retráctil de alargar las bases de la jubilación, que La Moncloa no ha sido capaz de sostener más allá de unas horas después de meter el susto en el cuerpo a los sindicatos y ante el probable veto de éstos. Forzado a rectificar su discurso con un ajuste en el que no cree, Zapatero da bandazos como un piloto enloquecido tocando a la vez todos los botones del cuadro de mandos. Si el objetivo era inspirar confianza a los mercados estos vaivenes deben de inspirar pánico: a ver quién le compra deuda a una nación gobernada (?) a tumbos por dirigentes sumidos en un abracadabrante desconcierto.


Con el Gobierno oliendo a chamusquina, algunos barones socialistas empiezan a poner pies en polvorosa tratando de que no les salpiquen los escombros. El manchego Barreda se empieza a ver en el espejo cara de perdedor y ha apuntado hacia arriba para señalar responsabilidades. El cambio de gabinete que ha pedido no es más que una impugnación en toda regla del actual, bajo cuya sombra se siente oscurecido. El desmarque tiene pinta de huida de un edificio en ruinas pero la opinión de Barreda es un clamor dentro y fuera del PSOE: con este equipo incompetente y quemado el Partido Socialista se hunde y el país detrás. El problema es que el presidente puede hacer una crisis pero no se puede cambiar a sí mismo.

La situación es crítica, y en parte acaso irreversible. Este colapso nacional va a dejar secuelas profundas en la estructura productiva, un retroceso de lustros en la escala socioeconómica de España. El asunto va mucho más allá de la lucha por el poder: estamos ante una coyuntura de auténtica emergencia que puede sumirnos en un marasmo de décadas, y el Gobierno permanece aislado y bloqueado, en conflicto con su propia esencia, incapaz de tomar decisiones estratégicas. El zapaterismo era un estilo para la política superficial, para gestos livianos y audaces a favor de corriente, pero carece de recursos y de enjundia para enfrentarse a los estragos de una crisis tan seria. Esto va a acabar mal y cada día tiene menos margen de arreglo.


ABC - Opinión

Zapatero, en Washington, con un monigote en la espalda. Por Antonio Casado

Gobierno acorralado y a la defensiva. Bracea como puede para no hundirse en medio del discurso político y mediático que describe con detalle un estado de emergencia nacional. En el discurso vale todo, incluida la falta de respeto a las personas. Por ejemplo, decir desde una tribuna pública que a estos ministros los han sacado de un estercolero. Maravilloso. Y, por supuesto, lo más socorrido, ese tono despectivo especialmente dedicado a Zapatero. Hoy, más expuesto que nunca, por su jornada americana junto a las elites del país más poderoso de la tierra.

El presidente del Gobierno se ha ido a Washington con cientos de agujas clavadas en muñecos de trapo parecidos a Mister Bean. A lo largo de la jornada queda abierto el concurso para encontrar la forma de ridiculizar su paso por la capital del imperio. En la fiesta religiosa del creacionismo, en el almuerzo-coloquio con la patronal norteamericana (US Chamber of Comerce) o, ya por la noche, su conferencia ante el Atlantic Council, en la que Zapatero cultivará el fetichismo trasatlántico. Da igual. Una foto, un gesto, una frase, una situación. Cualquier cosa servirá para hacer unas risas con el presidente del Gobierno de la Nación. Sería imperdonable dejarle volver de rositas ahora que lo tenemos contra las cuerdas.


El tiempo se come a la doctrina, dice mi paisano, León Felipe. La escenificación es la clave del acto político. Escenificar lo que se hace es ya tan importante, o más, como lo que se hace. Una foto con Barack Obama o la verbalización de la novedad que sitúa a Zapatero como el primer español que va de invitado especial al Desayuno Nacional de la Oración, por ejemplo, pueden jugar a favor de Zapatero. O de lo que representa como embajador de la Unión Europea y presidente del Gobierno de España. Lo saben los agitadores de esta despiadada ola de agresividad contra él y por eso lo imaginarán con un monigote a la espalda en su jornada americana. Les gustaría ponérselo de verdad, pero lo disimulan. No pueden ignorar las posibilidades encerradas en su agenda de Washington y no están dispuestos a permitir su aprovechamiento. Sufrirían un nuevo ataque de contrariedad, pequeño, eso sí, uno más, a modo de réplica, como en los terremotos, después del masivo chasco del 14 de marzo de 2004.

Llamado a hacer el ridículo

Así que ni orgullo nacional, ni sentido de Estado, ni imagen de España ni gaitas. El de la ceja está llamado a hacer el ridículo, como en Davos cuando falló el sistema de tradición simultánea. Y así será. Está escrito de antemano. Sobre todo en lo que se refiere al Desayuno de Oración, el primero de los tres actos previstos en la agenda de Zapatero. Un laico sorprendido en la desvergüenza de aceptar una invitación de carácter religioso, que además está incapacitado para comunicarse en un acto privado por su desconocimiento del inglés.

En la propia naturaleza del acto, desde los tiempos de Eisenhower, se inscribe el fomento del diálogo y la integración entre diferentes. Lo decía hace unos días el flamante embajador norteamericano en Madrid después de referirse a la “química entre Obama y Zapatero”. Decía Solomont que el acto refleja la diversidad norteamericana y las distintas formas de creer en Dios, aunque también caben los ateos.

Así es, efectivamente, desde que el acto se celebró por primera vez en 1953. En cambio aquí le negamos a Zapatero el derecho a dialogar e integrarse con diferentes. O le negamos a los anfitriones el derecho a dialogar e integrarse con el laico Zapatero. Hay que joderse.


El confidencial

Falta rigor político

No habrá recuperación de la confianza si el Gobierno transmite inseguridad en lo que hace.

El Plan de Estabilidad enviado por el Gobierno español a la Comisión Europea suscita dudas muy razonables sobre la capacidad del Ejecutivo para reducir el déficit público, situado a finales de 2009 en el 11,4% del PIB, hasta el 3% en 2013 y de la posibilidad de controlar el intenso crecimiento de la deuda pública, que alcanzará el 74% del PIB en 2012. La credibilidad del Gobierno se resiente además de la extrema confusión política de sus propuestas.

Ayer, tuvo que anunciar que eliminaba el párrafo, contenido en el documento remitido a Bruselas, en el que precisaba que en la propuesta de reforma de las pensiones -una de las medidas decisivas para controlar el déficit y la deuda junto con el programa de recorte de gasto público- se aumenta el periodo de cómputo para el cálculo de las pensiones desde los 15 años actuales hasta los 25 años. Una torpeza política de esta magnitud reduce las posibilidades de negociación con los agentes sociales de una medida necesaria para garantizar el futuro del sistema de pensiones.


La condición inexcusable para que los ciudadanos, los mercados y Bruselas confíen en la solvencia de la economía española es que los mensajes de reforma sean verídicos y claros. El Gobierno ha burlado ambos requisitos. A la vista de la indiscreta revelación en el documento de una medida desconocida en España y de su eliminación posterior, da la impresión de que el equipo económico juega con globos sonda y se complace en el despiste. No es que el cambio de rumbo anunciado en el Consejo de Ministros del viernes pasado y ratificado en el plan enviado a Bruselas sea incorrecto. Por el contrario, el recorte del gasto y la reforma de las pensiones son el mensaje que esperan los mercados y las agencias de calificación. El problema es que la nueva dirección de la política económica requiere algo más que declaraciones; exige, además, rigor político, explicaciones detalladas sobre dónde, cómo y en qué cuantía se reducirá el gasto y un plan creíble sobre la relación futura entre pensionistas y cotizantes, entre aportaciones y pensiones, para que los inversores renueven la confianza en la deuda española.

Al Gobierno le falta tacto político y le sobra la presunción frívola de que los anuncios genéricos de medidas económicas bastan para combatir la recesión o restaurar las finanzas públicas. Un plan de estabilidad creíble no puede fundamentarse tan sólo en recortes de gasto poco precisos o el nuevo cálculo de las pensiones; exige una previsión sobre la generación de suficientes ingresos públicos, porque el balance entre ingresos y gastos del Estado muestra la debilidad de la estructura fiscal española. Por ello es imprescindible que el Gobierno se pronuncie sobre un plan efectivo contra el fraude fiscal o aclare si será necesario subir los impuestos antes de 2013; y por eso es tan necesario mantener un margen de inversión pública para facilitar la recuperación y reducir el paro. Sin reactivación, no aumentarán los ingresos y el paro elevado deteriorará las finanzas públicas y la solvencia bancaria.


El País - Editorial

De la economía sostenible a un país insostenible

Los datos del paro no pueden ser más deprimentes y obligan a tomar decisiones urgentes a un Zapatero que tiene, esta semana, la oportunidad de demostrar que es consciente de la gravedad de la situación.

LOS DATOS de los Servicios Públicos de Empleo y del Ministerio de Trabajo que constatan un incremento de casi 125.000 nuevos parados en enero y la pérdida de 257.000 afiliados a la Seguridad Social son demoledores. Pese a que enero es tradicionalmente un mal mes para el empleo, el aumento del número de parados en esta ocasión es catastrófico: nos retrotrae al ritmo de destrucción de puestos de trabajo de marzo del año pasado, es decir, a tiempos previos a la entrada del Plan E, que frenó la caída libre. Se pone así de manifiesto que el país no ha tocado fondo y que el paro continúa sin desacelerarse.


Especialmente preocupante es la pérdida de cotizantes a la Seguridad Social, que deja ahora la cifra de afiliados en 17,5 millones. Eso supone retroceder a datos de 2005, cuando la población en España era inferior en casi dos millones. Estos números dibujan un país insostenible en el que hay casi 8 millones de pensionistas, 4 millones de parados y 3 millones de empleados públicos, por 14,5 millones de trabajadores en el sector privado. Hay que advertir que por primera vez en España hay 4 millones de parados registrados oficialmente y también, por vez primera, hay más de 3 millones de personas que cobran un subsidio de desempleo. Eso quiere decir que el Estado debe afrontar al final de cada mes el pago de cerca de 9.000 millones de euros sólo para atender pensiones y subsidios. Se entiende así el giro radical del Gobierno, que ha pasado del discurso de la gran política social, de la economía sostenible y de los brotes verdes al aumento de impuestos, primero, y ahora al pensionazo.

Pero tan grave como el deterioro de la economía es la velocidad con que se produce. En agosto de 2007 había la mitad de parados que ahora y hace sólo ocho meses, en mayo de 2009, había casi dos millones de afiliados más a la Seguridad Social que hoy. Lo mismo puede decirse de la rapidez con la que se disparan la deuda y el déficit públicos. El Gobierno había calculado en los presupuestos de 2009 un déficit del 1,9%, y el ejercicio se ha cerrado con el 11,4%, lo que supone una desviación de 95.000 millones de euros sobre lo previsto.

Ante este panorama no es de extrañar que el FMI avise de que España deberá afrontar «grandes sacrificios» entre los que incluye, en todo caso, la bajada de salarios, o que la OCDE advierta de que la reforma del sistema de pensiones necesita «esfuerzos complementarios» a los ya anunciados de elevar la edad de jubilación y revisar el cálculo de la pensión.

Las luces de alarma están encendidas y hay que tomar decisiones. El nerviosismo no sólo está en la calle, se palpa también en el PSOE. El presidente castellanomanchego Barreda animaba ayer a Zapatero a acometer una «remodelación importante del Gobierno» para formar un equipo que combata mejor la crisis. Al margen de que sus declaraciones puedan ser consideradas oportunistas, revelan el debate interno que sacude las filas socialistas. Pero es el momento también de que la oposición esté a la altura. La tentación de acomodarse en el cuanto peor, mejor, no sirve, porque el PP corre el riesgo de heredar un país destrozado el día que llegue al Gobierno.

Esta semana Zapatero tiene una oportunidad de demostrar que es consciente de la gravedad de la situación. El Consejo de Ministros aprobará el viernes sus propuestas de reforma del mercado laboral. Desde luego, la situación no se va a desbloquear con medidas cosméticas. Veremos si, como pedía ayer la vicepresidenta De la Vega, se apuesta por «medidas valientes», que en este caso sólo pueden ir por la flexibilización en la contratación y el despido. Si tras haber dejado pasar un año Zapatero no se siente en condiciones de abordar esas reformas, debería pensar en convocar elecciones.


El Mundo - Editorial

Un hombre valiente. Por José García Domínguez

La derecha española, siempre tan proclive a la pirotecnia retórica y la jarana patriotera, nunca ha sido menos generosa que la izquierda, llegado el punto de vender los derechos de los castellanoparlantes de Cataluña a cambio de un atajo a La Moncloa.

Los pocos restos de la dignidad civil catalana que aún quedan en pie comparecerán el próximo viernes ante el Juzgado de lo Contencioso-administrativo número 9 de Barcelona con el loable propósito de sacar los colores a Zapatero y a su igual, Aznar. Así, el ciudadano Manuel Nebot, otra víctima de las redadas gramáticas de los nacional-sociolingüistas del Tripartito, ha decidido llevar ante los tribunales de justicia el simétrico oportunismo moral de uno y otro.


Que tanto monta. Y es que la derecha española, siempre tan proclive a la pirotecnia retórica y la jarana patriotera, nunca ha sido menos generosa que la izquierda, llegado el punto y hora de vender los derechos de los castellanoparlantes de Cataluña a cambio de cualquier atajo a La Moncloa. De ahí, por ejemplo, que no resulte discutida ni discutible la efectiva renuncia del Partido Popular a promover un recurso de inconstitucionalidad contra la Ley de Persecución Lingüística. Vergonzante olvido que, oh casualidad, vendría a coincidir con la digestión del pacto del Majestic, aquel primer matrimonio de conveniencia –con estricta separación de bienes– entre el PP de siempre y los nacionalistas dizque moderados de toda la vida. Que de aquellos polvos, estos lodos.

Ocurre, por lo demás, que en el relato catalanista no cabe la objeción de conciencia semiótica del ciudadano Nebot. Para ellos, esa obscena ortografía castellana que luce, impúdica, en el rótulo de su comercio emerge tan ajena y hostil como los ejércitos otomanos que destruyeron Bizancio. Al cabo, su suprema bestia negra no es España, sino el español. La maldita lengua impropia, funesta lacra fonética que diera en infectar las laringes pedáneas a partir del aciago mes de septiembre de 1714. Y no han de descansar hasta lograr recluirla en la más estricta intimidad doméstica de los insumisos.

Razón ésa de que los derechos constitucionales del ciudadano Nebot terminen justo donde comienza la paranoia morfosintáctica de la devota cofradía de San Pompeu Fabra. Y como siempre resulta mucho más llevadero permanecer au dessus de la mêlée que a la altura de las circunstancias, ahora, don Mariano seguirá escondido tras los floreros de Génova mientras, en solitario, el coraje cívico del ciudadano Nebot pugna por recomponer los cristales rotos del Estado de Derecho.


Libertad Digital - Opinión

Ausencia injustificada

AYER se celebró en Barcelona un emotivo funeral en memoria de John Felipe Romero Meneses, el soldado español de origen colombiano que perdió la vida en acto de servicio el pasado lunes en Afganistán. La presencia del Príncipe de Asturias refleja la relevancia institucional del acto, al que asistieron también la vicepresidenta segunda del Gobierno, la ministra de Defensa, el líder de la oposición y el presidente de la Generalitat, entre otras autoridades. Carece de justificación la ausencia del presidente del Gobierno, que habría tenido tiempo de sobra para desplazarse a Barcelona antes de emprender viaje a Washington para participar en el Desayuno de Oración, donde tendrá la oportunidad de encontrarse con Barack Obama. La inmensa mayoría de los ciudadanos se encuentra legítimamente orgullosa de la misión que cumplen nuestros soldados en el exterior, siempre eficaz y a veces heroica. Romero Meneses, como todos sus compañeros, desempeñaba allí su actividad al servicio de España, en un territorio particularmente conflictivo. Por ello, el presidente del Gobierno tendría que haber estado presente en el cuartel del Bruch en homenaje a un miembro del Ejército que ha sabido cumplir con su misión a costa del máximo sacrificio.

Rodríguez Zapatero se sitúa en cabeza de los gobernantes europeos que han accedido a la petición del presidente de Estados Unidos de enviar más soldados a Afganistán. Asume con ello una importante responsabilidad en el desarrollo de una guerra que está empeñado en no reconocer como tal. Por eso debería ser especialmente cuidadoso en estas situaciones que exigen sentido de Estado y cercanía a las familias de las víctimas. Las Fuerzas Armadas cumplen de forma ejemplar las funciones que les encomienda la Constitución y el resto del ordenamiento jurídico. Cuando actúan en el exterior, dejan el nombre de España a la altura de los mejores ejércitos del mundo. Por eso se ha equivocado Rodríguez Zapatero al no encontrar un hueco en su agenda para contribuir al merecido homenaje a una nueva víctima en la lucha por la libertad de todos, precisamente en un país en el cual el Gobierno no muestra reticencia alguna para comprometer la presencia de nuestros soldados.

ABC - Editorial

Palos de ciego contra las pensiones

Lo criticable del Gobierno es que no informe con transparencia a las demás fuerzas políticas y a la Comisión Europea de qué es lo que quiere hacer y que, en su lugar, se dedique a dar palos de ciego, para intranquilidad de pensionistas presentes y futuros.

El bochornoso espectáculo que está dando el Gobierno de Zapatero con sus vaivenes y falta de transparencia en un asunto tan serio como el de las pensiones tampoco parece tener límites. Durante años, y frente a quienes alertaban de la insostenibilidad del actual sistema de pensiones, el Gobierno de Zapatero presentaba su irresponsable inmovilismo como si de una protección a los "derechos sociales" se tratara. Hace unos días, sin embargo, Zapatero nos anunciaba su propósito de elevar forzosamente la edad de jubilación de los 65 a los 67 años como forma de garantizar el futuro de las pensiones.


A pesar de la docilidad con la que el PSOE arropó este innegable cambio de discurso de Zapatero, la oposición social y, en menor medida, política a esta medida propuesta al margen del Pacto de Toledo parecía haber llevado al Ejecutivo a recoger velas sin dejar claro si su propósito seguía o no en pie.

En esas estábamos cuando este miércoles hemos sabido que el Gobierno ha enviado a la Comisión Europea la actualización del Programa de Estabilidad 2009-2013, en el que el Ejecutivo español asegura que también quiere ampliar el periodo de cálculo de las pensiones desde los 15 años actuales hasta los 25.

Aunque esta nueva base de cálculo podría favorecer a algunos trabajadores que puedan perder su empleo en sus últimos años de vida laboral, se estima que esta medida conllevaría una reducción media del 10% en el importe de las pensiones, pues la mayoría de los trabajadores tienen su mayor retribución salarial, y por tanto hacen su mayor cotización, en los últimos años de su vida laboral.

Sin embargo, la lluvia de criticas que le ha caído al Gobierno nada más conocerse esta nueva iniciativa de la que nada se decía en la propuesta de reforma del sistema aprobada el pasado viernes, ha llevado al Ministerio de Economía a emitir un surrealista comunicado en el que aseguraba que esta ampliación en diez años para el cómputo de las pensiones de jubilación se trataba tan sólo de un "ejemplo", a modo de "simulación", y no de una "propuesta concreta"; por lo que el Ejecutivo ha decidido eliminarla del documento y así se lo había comunicado a la Comisión Europea.

Con todo, si el Gobierno ha suprimido del documento esta medida con la que estimaba obtener un ahorro del 2% del PIB en el pago de pensiones, y si tenemos en cuenta que ese mismo ahorro es el que pretende obtener con el retraso de la jubilación a los 67 años, no se explica que el documento mantenga el párrafo en el que sigue haciendo referencia a su "ambiciosa" propuesta de ahorrar un 4%. ¿En qué quedamos?

En Libertad Digital ya hemos dejado fijada nuestra posición de que la auténtica solución a la insostenibilidad del sistema público de pensiones, cuya evidencia ha adelantado la desastrosa política económica de Zapatero, pasa por la transición a un sistema de capitalización individual, en el que las cotizaciones de los asalariados sirvan para acumular un patrimonio propio que crezca de manera exponencial hasta el momento en que decidan jubilarse.

No vamos a negar, por tanto, que quien tiene como objetivo prolongar el actual y deficiente sistema público de reparto, en las que las cotizaciones sirven para pagar a los jubilados actuales, tenga que acometer medidas que pasen por alargar la edad de jubilación, reducir el importe de las pensiones, o una combinación de ambas cosas.

Lo criticable del Gobierno es que no informe con transparencia a las demás fuerzas políticas de qué es lo que quiere hacer y, en su lugar, se dedique a dar palos de ciego, para intranquilidad de los pensionistas presentes y futuros. Parecería que el Gobierno intenta o bien engañar a la Comisión Europea tranquilizándola con medidas que luego no va a tener el coraje de tomar, o bien engañar a los españoles haciéndoles creer que estas medidas son sólo "ejemplos" de los que nos podemos olvidar, cuando en realidad sí los va a llevar a la práctica. Conociendo a Zapatero, no es de extrañar que trate de engañar a todo el mundo. Lo que está por ver es que eso no nos pase una factura que, dadas las jubilaciones de oro de nuestros políticos, tampoco él va a tener que pagar.


Libertad Digital - Editorial

Hagan caso a Caamaño

TENÍA razón el actual ministro de Justicia cuando, siendo aún secretario de Estado de Relaciones con las Cortes, dejó escrito en 2004 que la creación de veguerías «obligaría a una reforma de la Constitución». Claro que esto lo dijo antes del «cepillado» que dio al proyecto de Estatuto de Cataluña, que contempla la veguería como unidad de organización del territorio catalán. El análisis de Francisco Caamaño coincide con el que hizo el gabinete jurídico de la Diputación de Barcelona a finales de 2009, que consideraba inconstitucional la creación de veguerías al margen del Parlamento nacional. El Gobierno tripartito de Cataluña no ha tenido en cuenta estas y otras reservas y ha aprobado un proyecto de ley que suprime las cuatro provincias catalanas y las sustituye por siete veguerías. Aunque el tripartito afirme que no supondrá más costes ni funcionarios, la historia reciente demuestra que nunca una nueva administración es más barata que la anterior. Además, resulta llamativo que mientras se crean «espacios europeos» y áreas de cooperación multinacional, la coalición de socialistas y nacionalistas en Cataluña apueste por reorganizar esta comunidad con un modelo fragmentario de la Edad Media. Ahora bien, mientras el Tribunal Constitucional no resuelva los recursos contra el Estatuto de Cataluña, el gobierno de José Montilla tendrá la base legal para seguir engordando un desarrollo estatutario que hará mucho más difícil la reposición del orden constitucional en la comunidad catalana, siempre que la sentencia declare la inconstitucionalidad, total o parcial, del Estatuto. La parálisis del TC deja libre el camino al tripartito para demostrar que el Estatuto no es una norma de gobierno autonómico, sino un texto de efecto constituyente que ha alterado el modelo constitucional del Estado español al margen de los procedimientos de reforma de la Constitución, diga lo que diga el TC.

Por otro lado, el proyecto del tripartito responde más a una nueva concesión al radicalismo nacionalista, porque la creación de veguerías no es necesaria administrativamente ni es demandada socialmente. Además, su tramitación y posterior entrada en vigor ocupará un tiempo superior al que resta hasta las elecciones autonómicas de octubre, si no hay adelanto electoral. Por tanto, parece una cierta frivolidad plantear nada menos que una reorganización territorial de Cataluña -y del Estado, por supuesto- sin esperar a la sentencia del TC, ni al resultado de las próximas elecciones, aunque todo puede explicarse si se trata de una apuesta meramente electoralista para mantener el apoyo de los sectores nacionalistas más radicales. Como hasta ahora.

ABC - Editorial