sábado, 6 de febrero de 2010

Rezar lo que sabe y donde no debe. Por Tomás Cuesta

Que Zapatero haya querido interpretar la Biblia como si fuera un manual de relaciones laborales es una grosería tragicómica y un ejercicio de ligereza irresponsable. Que haya tomado en vano el nombre de Cervantes para reivindicar el español allende el charco mientras fomenta la tiranía deslenguada en un lugar de Europa de cuyo nombre no quiere acordarse supone rizar el rizo del descaro. Que haya quien considere que se ha ganado a pulso figurar en el Éxodo como undécima plaga es una triste gracia y un chiste barato, pero tampoco merece más el personaje. A fin de cuentas, el desayuno de oración ha sido un tentempié irrisorio que ni nos sacará de pobres ni nos redimirá de la insignificancia. Lo que no tiene perdón de Dios -ni de los hombres, a nada que se sigan respetando- es que alguien se haga pasar por piadoso después de cometer un sacrilegio infame. O por civilizado, tras incurrir en la barbarie.

No parece probable que al señor presidente -pese a los arrebatos quijotescos que sufre de cuando en cuando- le ocurra igual que al desventurado hidalgo «que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio; y así, del poco dormir y el mucho leer, se le secó el celebro, de manera que vino a perder el juicio». De lo cual se deduce que, aunque no sea muy leído, Rodríguez Zapatero, «ora et labora», tampoco es un orate: no hay mal que por bien no venga. Queda, pues, excusado de zambullirse en L_vy-Strauss, o en cualquier antropólogo que le quede cerca, a fin de averiguar por qué al irse a Washington y desertar de las exequias del último caído en la no-guerra ha puesto a la virtud a barato y la moral en almoneda. Una comunidad que deshonra a los muertos está herida de muerte, se agosta en la tisis ética. ¿Acaso la soldada ensucia y el jornal ennoblece? ¿Acaso le amedrenta el pacifismo que reina en los cementerios?

Metidos a alternar la sopa boba con la sopa de letras, la receta de Homero es inefable, es olímpica, es... ¡Homérica, en efecto! «¡Congratulations, Chapatero!» La cosa va de que Odiseo y sus compinches consiguen escapar de las garras de Circe (una bruja perversa que seducía a los incautos y luego los transformaba en cerdos. Tal cual Fidel Castro, que diría Cabrera) abandonando los despojos del desdichado Elpénor que tornará, en espíritu, a reclamar lo que le adeudan: «Sé que, partiendo de acá, la morada de Hades, fondearás tu nave en la isla de Eea. Yo te ruego, ¡oh rey!, que al llegar me recuerdes. No partas sin llorar mi cadáver, no ofendas a los dioses con la impiedad de los que no recuerdan. Quema mi cuerpo junto a las armas que me pertenecieron y erígeme un túmulo en la ribera del espumoso mar de modo que la memoria de este hombre se perpetúe en los venideros. Hazlo así y clava en el túmulo aquel remo que pulieron los años y el esfuerzo».

Zapatero, por contra, ni siente, ni padece. Encarna el arquetipo cínico que Oscar Wilde acuñó en una paradoja espléndida: «Conocer el precio de todo y el valor de nada», ésa es la ecuación de la miseria. Rezar lo que no se sabe allí dónde no se debe, formulado en cristiano adusto y evangélico.


ABC - Opinión

El Gobierno vuelve a eludir sus responsabilidades

La reunión entre Zapatero y los agentes sociales no sirvió para discutir ningún plan de reforma concreto, como se esperaba.

EL GOBIERNO había creado la expectativa a lo largo de las últimas semanas de que ayer iba a presentar una serie de medidas concretas para reformar el mercado laboral. Al término del Consejo de Ministros, la propia vicepresidenta De la Vega afirmó que el Ejecutivo «tiene un plan» y que el presidente explicaría por la tarde su contenido tras informar a la patronal y a los sindicatos.

Pero la montaña parió un ratón. No hubo tales medidas, ni siquiera propuestas dignas de tal nombre, porque el Gobierno se limitó a presentar a los agentes sociales un documento genérico e inconcreto, cuyo título ya lo dice todo: «Líneas de actuación en el mercado de trabajo para su discusión con los interlocutores sociales en el marco del diálogo social».


En realidad, lo que el Gobierno hizo ayer es plantear una especie de guión para la discusión entre la patronal y los sindicatos, que coincidieron en valorarlo como una buena base de partida para negociar.

En el documento, lo más concreto que propone el Gobierno es «examinar la posibilidad de ampliar la utilización del contrato de fomento de la contratación indefinida», algo abierto al debate como el propio Zapatero reconoció expresamente. O sea que ni siquiera está claro que se vaya a ampliar a los jóvenes algo tan tímido como el contrato con 33 días de despido por año.

Esta ambigüedad del texto es lo que permitió a los líderes de UGT y CCOO subrayar que en el citado documento «no hay referencia a nuevas modalidades de contratación ni abaratamiento del coste del despido», mientras que el presidente de CEOE afirmaba que «va en la buena dirección». Sorprende la complacencia de Gerardo Díaz Ferrán ante un simple borrador que no contempla ninguna de las medidas que ha venido proponiendo la patronal si bien tampoco las descarta. ¿Habría reaccionado de la misma forma si sus circunstancias personales fueran distintas?

El hecho es que el Gobierno no sólo no se ha atrevido a tomar medidas concretas, como era su obligación, sino que vuelve a situarse como una especie de intermediario entre los agentes sociales, a los que ayer el presidente pidió un rápido acuerdo. Una cosa es que se intente gobernar con consenso y otra que se supedite al consenso el ejercicio de la responsabilidad.

Dadas las profundas diferencias de partida, mucho nos tememos que no va a haber ningún pacto, como ya sucedió este verano. ¿Qué ha cambiado desde entonces? Lo único distinto es que la situación se ha deteriorado mucho más y que el número de parados supera ya los cuatro millones. Pero ni la CEOE ni los sindicatos han flexibilizado sus posiciones.

A Zapatero se le escapó ayer algo muy significativo: que no gobierna «para los mercados», como si éstos fueran un poder fáctico que intenta doblegar al Ejecutivo. No, los mercados no son un monstruo malvado sino que reaccionan en función de los datos objetivos que reciben. Y esos datos de la economía española son desastrosos. Según el Banco de España, nuestra economía cerró el año pasado con un crecimiento negativo del 3,6%. Son ya siete trimestres consecutivos de descensos de la riqueza nacional. Ningún país de la zona euro tiene un récord tan dañino.

Sigue dando la impresión de que Zapatero no es consciente de la magnitud de la crisis. Los ciudadanos esperaban de él ayer una serie de decisiones concretas y efectivas para flexibilizar el mercado de trabajo y lo que hizo fue arrojar la pelota al tejado del diálogo social.

No son los sindicatos ni la CEOE quienes tienen que sacar a España de esta crisis. Quien tiene que tomar medidas y asumir responsabilidades es el Gobierno, cuyo comportamiento sigue siendo muy decepcionante en una situación que requiere una determinación que no se vislumbra.


El Mundo - Editorial

Sinceridad rural. Por Maite Nolla

El presidente de la diputación de Lérida, de ERC, han descubierto que las provincias son un elemento español, pero que el sueldo de presidente no está nada mal. Y, claro, de suprimir la diputación, nada de nada.

No es cierto que las veguerías sean un capricho. Las veguerías son un símbolo nacionalista que pretende hacer desaparecer a las provincias porque son un elemento extraño a Cataluña. Así se decía, más o menos, en una ley que aprobó Pujol en los años ochenta. Y tampoco tengo muy claro que sean una forma de resucitar a la conurbación de Barcelona. En realidad, creo que más bien lo que pretenden es castigar el voto urbano. Las veguerías, entre otras cosas, se crean con una finalidad electoral que es servir de circunscripción. En la medida en que la ley obliga a asignar un mínimo a cada circunscripción, un diputado por la veguería del Alto Pirineo será mucho más barato que un diputado por Barcelona. Y eso favorece a CiU y a ERC y perjudica a los demás.


Les pido disculpas por la pesadez, pero que se haya presentado un proyecto de ley relativo a las veguerías es culpa del Tribunal Constitucional que lleva casi cuatro años tocando el violón. Efectivamente, el Estatuto de Cataluña regula las veguerías y prevé que éstas sustituyan a las provincias y, por ende, a las diputaciones, cosa que hoy en día sólo se puede hacer por ley del Congreso. Además, sabemos que el Ministerio de Justicia ha elaborado un informe que dice que las veguerías son poco menos que inconstitucionales y, como mínimo, inviables. Mientras el Estado utilice la provincia como referente para organizar juzgados, audiencias, la Agencia Tributaria o la Seguridad Social, las dichosas veguerías no tienen más sentido que el que les anunciaba unas letras más arriba. Sí, sí, yo también me pregunto por qué si el Gobierno tiene este informe el estatuto se aprobó con las veguerías en su seno.

El caso es que el proyecto de las veguerías ha desatado las disidencias como en La Vida de Brian o en Asterix y los Godos. En el PSC, algunos alcaldes, como el de Lérida, consideran esto una inutilidad si no va acompañada de la supresión de otros entes y la disminución de funcionarios y de cargos. Lo cual está muy bien y es muy sensato, si no fuera porque estaban más que avisados de su inviabilidad y porque, como parte de la comedia del editorial conjunto, firmaron un manifiesto de alcaldes a favor del estatuto en fechas recientes.

Otros, como el presidente de la diputación de Lérida, de ERC, han descubierto que las provincias son un elemento español, pero que el sueldo de presidente no está nada mal, sobre todo si tenemos en cuenta que gobierna porque los socialistas, que son mayoría, le han entregado el poder. Y, claro, de suprimir la diputación, nada de nada.

Otros han abierto interesantes debates de alto nivel político: ¿la veguería de Tarragona debe llamarse "Tarragona" o "Camp de Tarragona"? O, ¿dónde está la veguería del Penedés?
Pero a mí el que más ternura me despierta es el alcalde del bonito pueblo de Sort, famoso por la lotería y porque mi marido es natural de allí, por más que diga que es de Valladolid. Pese a ser nacionalista, el alcalde se ha caído del caballo y ha dicho que lo que necesita el Pirineo no es una veguería sino una carretera. Sinceridad rural.


Libertad Digital - Opinión

Heroísmo político. Por M. Martín Ferrand

Sospecho que, llegado el momento de las grandes decisiones, una gran duda debe asaltar la conciencia de un líder político solvente y responsable: actuar según los intereses prioritarios de la Nación, obrar conforme a los supuestos del partido a que pertenece, considerar sus propios intereses personales y de perpetuación en el cargo o, como nos demuestra la experiencia del aquí y el ahora, pastelear entre las diversas opciones para, independientemente de los objetivos que se pretenden, disgustar al menor número posible de personas y tratar de contentarnos a todos. José Luis Rodríguez Zapatero es un maestro del género. Se resiste a ser antipático y ello le descalifica como líder para un momento de gran tribulación. Sabe Zapatero, y no lo ignoran ni sus ministros -incluido el de Trabajo-, que el momento exige una drástica reforma laboral que corte privilegios absurdos e, incluso, que atente contra legítimos derechos adquiridos; pero eso cuesta votos e irrita a los «agentes sociales» con poderes desproporcionados a su realidad representativa.

Cabe entender también que la tribulación decisoria alcanza a los líderes de la oposición. ¿Qué hacer desde la responsabilidad sin agrandar el tamaño y gravedad de los problemas que nos afligen? En lo que afecta a Mariano Rajoy, si no incurrimos en el pecado de la política utilitaria y carente de intención moral y didáctica, entiendo que cabría exigirle la presentación de una moción de censura que traslade al Parlamento, tan vacío de presencias como de funciones, el debate descarnado que exigen las circunstancias. Del mismo modo que Zapatero no acometerá los recortes presupuestarios y las reformas laborales que España precisa, pero que podrían costarle la reelección, Rajoy no presentará -salvo que fuese con la difícil garantía de su prosperidad- una moción de censura. Ninguno de los dos está por el heroísmo, una virtud que alumbra la grandeza de los líderes capaces de trascender la anécdota de su momento, y que no necesita espada ni pistola. El heroísmo político consiste en hacer lo que se debe, lo que conviene a la Nación y pueda fortalecer al Estado, al margen de banderías partidistas e intereses personales y electoreras. El sacrificio que requiere la ya desesperada situación presente, y nos afecta a todos, ha de comenzar por quienes resumen en sus nombres -¡todavía!- más del ochenta por ciento de los votos ciudadanos.

ABC - Opinión

La Nueva Era Progresista. Por José María Marco

Hace dos años reventó una burbuja especulativa instigada por el laxo comportamiento de los gobiernos. Ahora está quebrando el neokeynesianismo salvaje de los aprendices de brujo progresistas.

Al final, el encuentro planetario de los dos liderazgos progresistas trasatlánticos ha acabado en un acto –repugnante– de oficiosidades y adulaciones de Rodríguez Zapatero a Obama, con el Antiguo Testamento y una secta evangélica de por medio. Aun así, la vileza de la estampa permite comprobar en qué ha parado las relaciones políticas entre Estados Unidos y España y tomarle la temperatura a la nueva era progresista que adelantaron los socialistas en España y culminaría Obama en Norteamérica.


Ninguna de las dos cosas sale, por ahora, bien parada. La Nueva Era Progresista anda quebrada en España y camino de estarlo en Estados Unidos. Los socialistas de Rodríguez Zapatero habían puesto grandes ilusiones en el nuevo presidente norteamericano. Obama, en buena parte, no les ha defraudado: el aumento del gasto y del intervencionismo son en Estados Unidos tan espectaculares como aquí, ha cambiado la estrategia en la lucha contra el terrorismo y Obama, con todo su angelismo, sigue practicando el zarandeo anti Bush como aquí los socialistas siguen haciendo oposición al PP y a Aznar. El repunte conservador y la estampida de los electores independientes en las últimas elecciones parciales confieren a Obama un especial significado, como si de pronto fuera más frágil de lo que parecía. Razón de más para que los socialistas españoles le demuestren su afecto y su comprensión...

Y sin embargo, el plan no está saliendo como estaba previsto. Ni en Estados Unidos ni en España se está solucionando la crisis con el gasto del Gobierno. En su momento hubo dinero para contener la ruina del sistema financiero. No lo hay para instaurar un nuevo sistema económico, ni, en realidad, hay ningún nuevo sistema económico que valga. Hace dos años reventó una burbuja especulativa instigada por el laxo comportamiento de los gobiernos. Ahora está quebrando el neokeynesianismo salvaje de los aprendices de brujo progresistas.

No lo reconocerán... hasta que no tengan más remedio que hacerlo. Por fortuna, ya no estamos en los años treinta del siglo pasado, cuando se podían tomar medidas proteccionistas y la economía mundial estaba prácticamente reducida a unos cuantos países occidentales. De hecho, una de las enseñanzas más importantes de la crisis es la capacidad de recuperación de las economías emergentes frente a la de los países desarrollados, con economías insostenibles por exceso de gasto, de deuda, de parasitismo. (Y queda por ver hasta qué punto los despilfarradores sistemas democráticos al uso –la Unión Europea tiene ahora mismo ¡tres presidentes!– no van a quedar inutilizados y desprestigiados por la crisis).

De Davos ha salido una foto interesante: los representantes de los países ricos hablaron de rectificación y doma del capitalismo, mientras que los países emergentes mostraban su voluntad, e incluso su impaciencia, por seguir practicando el capitalismo liberal, con unas mínimas concesiones retóricas. En resumen: la Nueva Era Progresista, iniciada en España hace Seis Años, se ha abierto en Estados Unidos con la llegada al primer plano político y económico de países y nuevas potencias que no están dispuestos a seguir los modelos occidentales, ni a acatar su liderazgo: ni siquiera el de Obama, y mucho menos, claro está, el de Rodríguez Zapatero.
Se entiende que Obama no haya querido venir a Europa, que en vista de la situación ha dejado de interesar a Estados Unidos, y que llegara tarde a saludar a Rodríguez Zapatero y a su séquito. Eso sí, aceptó los halagos con complacencia.


Libertad Digital - Opinión

Crisis de coherencia. Por Ignacio Camacho

Que nadie se extrañe si acabamos viendo a Zapatero defender el despido libre y a Rajoy protestando por ello detrás de una pancarta. La política española se ha desquiciado y anda dando tumbos por un despeñadero de incoherencias. La economía, que tiene fama de imprevisible y siempre deja en mal lugar a los profetas aunque se disfracen de expertos, se está comportando de una manera mucho más lógica: el empleo se derrumba por falta de productividad y el déficit se dispara por exceso de cobertura social. La Bolsa cae víctima de la desconfianza general y el dinero huye del sistema porque sus dueños no encuentran garantías de conservarlo. Nadie puede decir que el estemos ante un rumbo económico sorpresivo, aunque sí dramático, pero el derrotero político se ha vuelto definitivamente majareta. Después de ver a Zapatero rezar una plegaria laica con los integristas yanquis, aquí puede pasar ya cualquier cosa.

Si quedase un ápice de coherencia, los dos grandes partidos afrontarían la crisis nacional con un pacto de Estado obedeciendo el clamor que brotaría de la opinión pública. Pero es que falla incluso la segunda premisa: el electorado ni siquiera reclama un acuerdo de mayorías porque está profundamente dividido en dos bloques de un sectarismo inamovible, a los que hay que añadir la impermeable cerrazón nacionalista. Lo único que se mueve en las encuestas en el desencanto de un millón largo de votantes socialistas que han perdido el empleo o temen por él y se entregan a un pesimismo abandonista y melancólico. El resto lo que quiere es que se hunda el adversario y pasarle por encima aunque sea sobre los escombros de un país en quiebra. Nos podemos quejar de la mediocridad de los políticos, de su falta de empuje y de su incompetencia para salir del atolladero; sin embargo esta dirigencia sin generosidad ni coraje no es más que el reflejo de una sociedad sin pulso ni ambiciones. Los sondeos retratan a un pueblo que descree de sus líderes y los juzga con un despectivo suspenso, pero se muestra dispuesto a votarlos por un enconado ardor faccioso.

El Gobierno está catatónico y la oposición pretende rematarlo con la puntilla de su propia inepcia. La única lógica que articula la política es la batalla por el poder, y en el fragor de ese combate descarnado podemos asistir a contradicciones extravagantes que ojalá no se tornen dramáticas. Consumado el fracaso del populismo subsidial de Zapatero, la izquierda afronta un ajuste forzoso en el que va a tener que enfrentarse a sus peores demonios, mientras la derecha se perfila como displicente espectadora de un naufragio. Lo triste es que en esta dialéctica de contrarios nadie se ha preocupado de hacer pedagogía y los ciudadanos aún no entienden hasta qué punto son necesarios los sacrificios. Acostumbrados a políticas indoloras se van a rebrincar cuando vean venir a los cirujanos.


ABC - Opinión

Zapatero pone a la Biblia por testigo de sus ideas. Por Antonio Casado

Figura en la declaración de principios de los organizadores. Todas las formas de creer en Dios quedan igualmente arropadas por los mantenedores de la cumbre creacionista de ayer en Washington. Los anfitriones habrán detectado en el presidente del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, una de esas modalidades de fe. Sobre todo después de verle poner a la Biblia por testigo de sus convicciones. Declamó por enésima vez aquello de la explotación del hombre por el hombre. Pero sin remitirnos al Manifiesto Comunista, hasta ahí podíamos llegar, sino al Deuteronomio. Tal cual: No explotarás al jornalero pobre y necesitado. Amén.

Tampoco le importaría a Dios, ni a quienes creen en El de muchos modos diferentes, decir amén a esa concepción de los hombres como “seres vulnerables y fraternos” expuesta ayer por Rodríguez Zapatero en el Desayuno de la Oración. Vulnerables y fraternos como los inmigrantes, los homosexuales, los parados, los que tienden a quedarse en la cuneta. Ama al prójimo como a ti mismo. Se lo enseñaron en la escuela y luego aprendió a decirlo de otro modo. Y aún formulado de modo diferente también reclama el amén de la parroquia civil y religiosa.

El amén y los aplausos se oyeron entre los asistentes al acto presidido por Obama, que siguieron con atención y respeto la cuidada intervención de Rodríguez Zapatero. Nadie apeló a la necesaria profesión de un credo religioso para ser estrella invitada sin desentonar. No son tan aldeanos. Además, no es garantía de nada ser creyente. En nombre de Dios también se cometen muchas barbaridades. Osaba Bin Laden es un creyente que reventó las Torres Gemelas en nombre de Dios ¿Le concede eso más títulos de acceso al Desayuno de la Oración que un agnóstico peleado con los obispos españoles?

Aún así, tengo entendido que los del Fellowship Foundation han declarado en diversas ocasiones que les gustaría invitar a Ben Laden si se pudiera. Quiero pensar que con la benemérita esperanza de reencontrarse en el Dios único, el de los judeo-cristianos o el del Islam. El mismo al fin y al cabo. Sin embargo, apuesto a que las 3000 personas que ayer rezaron junto a Zapatero –por la solidaridad, la fraternidad, la tolerancia, la libertad y el diálogo entre civilizaciones-, no se hubieran sentido tan cómodas con un siervo de Dios que hace cosas del demonio, como se sintieron con un agnóstico amante de la paz.

Lo cual viene a cuento de las inequívocas alusiones de Zapatero al fundamentalismo religioso, en las muy distintas formas de practicarlo. Tantas como las muy distintas formas de creer en Dios que en el mundo son y han sido. Por suerte, Zapatero no entró en detalles. Mejor para todos. Se limitó a condenar “la utilización espúrea de la fe religiosa para justificar la violencia” que, sin ir más lejos, asestó en el corazón del pueblo americano la dolorosa puñalada del 11 de septiembre de 2001. Ningún lugar tan apropiado para denunciar el fanatismo religioso como un club de hombres influyentes y adeptos de la voluntad divina. También en eso estuvo acertado ayer el presidente del Gobierno.


El confidencial - Opinión

El problema es Zapatero. Por Cayetano González

No estoy muy seguro que nuestro presidente del Gobierno, entre oración y oración junto a Obama, haya tenido un minuto para reflexionar sobre el ciclón que se ha desatado en España en torno a lo que tiene que hacer para salir de la grave crisis política y económica en la que estamos. Los hechos son los siguientes: algún barón socialista, como el presidente de Castilla-La Mancha, ha pedido públicamente a Zapatero que proceda cuanto antes a un cambio profundo de su Gobierno. Esperanza Aguirre solicita elecciones anticipadas; los "guerristas" -que nadie sabe muy bien ni quiénes ni cuántos son- creen que ha llegado el momento de hacer un Gobierno de concentración nacional con el PP. Y los populares no descartan una moción de censura, que necesitaría el apoyo de los nacionalistas vascos y catalanes para salir adelante. El panorama para el presidente es, pues, como para que tome la decisión de quedarse en Washington unos días y seguir rezando para que escampe pronto.

¿Realmente un cambio de gobierno arreglaría algo las cosas? Sinceramente creo que no, porque el problema no es la incapacidad manifiesta de algunos ministros/as, sino la del capitán de la nave. En cuanto al gobierno de concentración nacional propuesto por los "guerristas", en teoría no es una mala idea, pero no sé porque me da que no veo a Zapatero aceptando la idea de que tiene que pedirle ayuda a Mariano Rajoy. La moción de censura del PP es algo que está previsto en la Constitución y que tiene una doble virtualidad: en caso de salir adelante, el presidente no tendría otro remedio que dimitir y convocar elecciones, y en el supuesto contrario, al menos serviría para que los populares y mas específicamente Rajoy pudieran presentar en sociedad su alternativa de gobierno, que en algunos extremos todavía permanece difusa.

Por lo tanto, parece evidente que la solución mas aconsejable desde el punto de vista democrático sería la de las elecciones anticipadas. Es decir, ante la situación de grave deterioro económico e institucional que sufre España, dar la palabra a los ciudadanos para que estos pudieran decidir si quieren que la nave del Gobierno la siga pilotando el actual presidente o, si por el contrario, consideran que ha llegado el momento del cambio. Esta solución sólo tiene un problema y es que la potestad de adelantar o no unas elecciones corresponde, según la Constitución, al propio presidente y no parece que Zapatero esté por la labor.

Ningún presidente del Gobierno suele suicidarse, políticamente hablando. Zapatero sabe de sobra, y así lo corroboran todas las encuestas, que si ahora convocara elecciones el PP las ganaría por un margen de entre tres y seis puntos. El presidente querrá fiar su suerte a que en estos dos años que quedan hasta las elecciones generales del 2012 la recuperación económica sea una realidad o a que la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto de Cataluña no le deje con las "vergüenzas" al aire, o vaya usted a saber en qué confía el presidente. Pero lo que está ya meridianamente claro es que Zapatero ya no forma parte de la solución del problema. El es, en carne mortal, el auténtico problema.


Periodista Digital - Opinión

No puedo, Ramón. Por Alfonso Ussía

A Zapatero le sucede con Obama lo que a mí con un viejo amor imposible de mi juventud donostiarra. Que Obama no le hace caso. Lo despachó del Desayuno de Oración sin entrevista particular. Le dijo que llegaría a las siete para hablar con él y lo hizo a las ocho, ya con el acto comenzado. Terminado el acontecimiento orante, Obama abandonó junto a Michelle el lugar a toda pastilla. Y mientras Zapatero hablaba, Obama meditaba. Ojos cerrados, más proclives al sueño que a la concentración devota.

Aquella mujer me hizo mucho daño. Los lectores que me han seguido durante los últimos lustros saben de mi traje de baño color mandarina. Una obra de arte. Se ajustaba perfectamente a mi cuerpo y me regalaba un paquete de gran envergadura. Modelo «Bermudas». La palanca, el trampolín fijo de la piscina del Real Club de Tenis de San Sebastián, sito en la falda del Monte Igueldo, era una palanca casi olímpica. Quince metros de altura, por lo menos. Ella se encontraba tomando el sol en las cercanías de la palanca, y yo hice por llamar su atención. Mi traje de baño no admitía la indiferencia por su vivo color. En lo alto del artilugio, procedí a ejecutar una breve tabla gimnástica. Creo que ella me observó un poco. Finalmente, para ablandar su corazón pétreo, salté con impulso muelle, dibujé haciendo el ángel una bella parábola en pos del agua, y entré en el líquido elemento como un clavo. Bajo el agua, elegí para emerger la zona donde ella se hallaba, y cual no sería mi sorpresa, cuando al hacerlo, ella había abandonado su sitio y se encontraba con un maromo en el bar tomando una cerveza y un pincho de tortilla. Alma quebrada, futuro negro, lágrimas a punto de cauce. Lo mismo que Zapatero con Obama. Pero algo hay que nos reúne anímicamente a Zapatero y a mí. La empecinada insistencia. Haciendo de tripas corazón, me presenté en el bar.


Igual que Zapatero en Washington. Escaso rendimiento para tan alto esfuerzo. Ella, como Obama a Zapatero, me dedicó una sonrisa. Pero no tenía nada que ver la sonrisa que me dedicó comparada con las que acompañaban a sus miradas al maromo. –¿Vienes por fin a España a la cumbre europea?–, le preguntó Zapatero a Obama aprovechando que entreabría los ojos. –No puedo, José María–, le respondió Obama confundiendo su nombre. Cuando se confunde un nombre hay que hacerlo con mejor intención. Si Obama le llama a Zapatero Pedro Ernesto, se trata de una equivocación, y basta. Pero decirle «José María» es propio de mala persona. Así que ella tomaba su pincho de tortilla con el maromo, y yo, que me había lanzado a los aires con vocación de inmersión limpia con un traje de baño color mandarina, decidí no darme por vencido. Tampoco Helena de Troya se convenció en un momento, y después la que armó. Me pudo el empecinamiento. –¿Quieres cenar conmigo esta noche?–. La pregunta no admitía dudas. La respuesta, por desgracia, tampoco. –No puedo Ramón. Otro día–.

Comprendo a Zapatero completamente. Y sufro con su padecimiento. El tiempo cura las heridas, José Luis.


La Razón - Opinión

No más retrasos

La reforma laboral debe negociarse y aplicarse con rapidez para crecer de nuevo con empleo.

La reforma del mercado de trabajo es la condición necesaria y urgente para frenar la destrucción de empleo y el crecimiento del paro. Por una razón muy sencilla: la crisis del mercado laboral eleva el coste de la protección a los desempleados hasta niveles insostenibles para las finanzas públicas a medio plazo; a la vez, reduce los ingresos por cotizaciones sociales y genera dificultades financieras en el sistema de pensiones. Así pues, el Gobierno obra cuerdamente al proponer un esbozo de reforma laboral, cuyos criterios genéricos son poco discutibles. En ese marco abierto de debate que ayer anunció el presidente del Gobierno -en el que falta sin duda concreción-, valen todas las propuestas en esta línea, desde combatir la temporalidad o cambiar el contrato a tiempo parcial para explotar la veta de empleo en ese mercado hasta crear un programa específico que favorezca el empleo juvenil o debatir el modelo alemán de reducción de jornada.


La urgencia de la reforma proviene no sólo de la necesidad perentoria de generar empleo, sino también de la no menos acuciante de transmitir a la sociedad (y a los mercados tras el castigo sufrido el jueves en la Bolsa) la idea de que la recuperación será más consistente y creará más puestos de trabajo gracias a una flexibilización bien meditada de las normas laborales. La misma argumentación cabe aplicar a la reforma de las pensiones, rechazada con virulencia por los sindicatos. En contra de lo que piensan UGT y CC OO, un debate sobre la edad de jubilación o el periodo de cómputo de cada pensión en nada deteriora la solvencia financiera del sistema; al contrario, es obligado para garantizarla; y es justo ahora cuando hay que suscitarlo.

Por todo ello, no es sensato seguir retrasando la aplicación de cambios legales en el mercado de trabajo. Sindicatos y empresarios son conscientes de que deben trabajar con rapidez. El marco está fijado y no ha lugar a más excusas: la negociación sectorial de convenios tiene que dejar paso a la negociación en las empresas y las prioridades deben centrarse en aumentar la contratación fija y a los más jóvenes. Ayer, los sindicatos avanzaron un acuerdo rápido sobre la negociación colectiva; sería deseable que esas expectativas se cumplieran.

No es un secreto que el mayor esfuerzo para comprender el cambio han de hacerlo los sindicatos. Tienen que decidir entre mantener la defensa a ultranza de sus afiliados con contratos fijos y resistirse a cualquier cambio en el modelo de negociación o bien aceptar y facilitar unas relaciones laborales más flexibles. Para el Gobierno, es la hora política crucial. Si de verdad "tiene el timón" político controlado, como dijo ayer la vicepresidenta De la Vega, hará valer sus condiciones de reforma laboral, urgirá el prometido acuerdo rápido entre los agentes sociales y mantendrá la exigencia de debatir la reforma de las pensiones. Deberá procurar, sobre todo, que sus propuestas se concreten en medidas eficaces y evaluables. Incluso a riesgo de perder el apoyo de UGT y la complacencia de Comisiones. No hay que olvidar que el descrédito del Gobierno y la debilidad que transmiten los activos de la marca España proceden de la frecuencia con que los hechos frustran los tibios mensajes de optimismo del Gobierno y ridiculizan la resistencia oficial a racionalizar las finanzas públicas.

El tiempo apremia y no hay excusa para más dilaciones. La economía española sigue en recesión (0,1% de contracción del PIB en el último trimestre de 2009), lo estará técnicamente al menos hasta el tercer trimestre de 2010 y, en la consideración de los inversores, está cayendo en la imagen de economía más deteriorada de Europa después de Grecia. El paro registrado afecta a 4.048.000 personas y seguirá aumentando durante los próximos meses. Está justificada la reflexión, pero no caben ya más demoras, errores ni ambigüedades.


El País - Editorial

Zapatero miente incluso cuando acierta.

Todavía está por ver si el ambiguo párrafo se traduce es preceptos legales que favorezcan la recuperación económica y del empleo, pero desde luego no cabe ninguna duda de que no contemplaremos a Zapatero diciendo la verdad sobre los mismos.

Durante la última semana la economía española ha estado sometida a todo tipo de críticas por parte de los más variados economistas nacionales e internacionales. España se está convirtiendo en una rémora para la estabilidad y la recuperación de la zona del euro, para muchos potencialmente más seria que la que supone Grecia.


El estancamiento y la falta de ajustes de nuestra estructura productiva tras el estallido de la burbuja inmobiliaria se debe esencialmente al brutal incremento del gasto público que ha implementado el Gobierno de Zapatero y a la excesiva rigidez de nuestros mercados de factores productivos, incluyendo el laboral. Además, sobre nuestra economía ha pesado históricamente la carga de una demografía cada vez más envejecida que amenazaba con acabar con el sistema de pensiones públicas.

Zapatero, escudado tras la típica retórica populista que rehuye la realidad, se había negado durante años a acometer cualquiera de estas tres imprescindibles reformas para nuestra economía. Pero al parecer, la presión de los mercados financieros y probablemente de las autoridades monetarias le hicieron rectificar durante los últimos días en algunos de estos puntos. Así, el viernes pasado se anunció tras el Consejo de Ministros una reducción del gasto público cifrada en 50.000 millones y una reforma del sistema de pensiones conducente a rebajar el gasto futuro.

Quedaba por ver si la reforma laboral que el Ejecutivo prometió presentar ayer iba a quedarse en un simple apaño cosmético o si, por el contrario, atacaría alguno de los puntos básicos de nuestra rígida regulación laboral. En apariencia, al finalizar la reunión con los sindicatos y la patronal, todo apuntaba a que nos encontrábamos ante el enésimo apaño entre Gobierno y agentes sociales para evitar cualquier reforma y que todo siguieran tan mal como estaba. En las respectivas ruedas de prensa, todos aparentaron que no se había adoptado ningún acuerdo en firme y que cualquier cosa podía ser acordada a lo largo de los próximos días dentro de las muy vagas directrices generales aprobadas por el Ejecutivo.

Sin embargo, leyendo la letra pequeña de la propuesta del Gobierno, puede encontrarse un párrafo bastante confuso en el que se sugiere incrementar el número tasado de causas por las que puede despedirse de manera procedente a un trabajador e incluir algunas de razón económica. En la actualidad, el despido procedente por causas económicas sólo puede tener un carácter colectivo –esto es, un ERE– o, si es individual, ir ligado a la amortización del puesto de trabajo (esto es, a la suspensión del puesto que ocupaba el trabajador despedido). En otro caso –despidos individuales sin amortización del puesto de trabajo– el despido será considerado improcedente y llevará aparejada una indemnización de 45 días de salario por año trabajado.

Zapatero, por tanto, podría haber encontrado una fórmula para abaratar en la práctica el despido, no reduciendo la indemnización del improcedente, sino incrementando el número de causas que lo hacen procedente. Tal treta avalaría la hipótesis de que las presiones de Bruselas tienen mucho que ver con un cada vez más evidente cambio de actitud del Ejecutivo que, no obstante, él se niega a reconocer. Así por ejemplo, Zapatero ha declarado rotundamente durante la rueda de prensa que no piensa rebajar el coste del despido ni recortar los derechos de los trabajadores. Pero obviamente, si extiende las causas de despido procedente estará logrando efectos muy parecidos.

La medida en sí misma no es criticable y de hecho podría proporcionar parte de la flexibilidad que precisa nuestra maltrecha economía. Es necesario reajustar empleos y salarios y cualquier válvula de escape que no nos encorsete en la catástrofe debe ser bien recibida. Cuestión distinta es la presentación (o mejor dicho, la no presentación) de tal medida, con la clara voluntad de ocultar a la ciudadanía lo que realmente se está tramando por las altas instancias.

Si Zapatero cree que la medida es beneficiosa para los trabajadores, por mucho que desmienta toda su retórica anterior, debería ser capaz de defenderla con valentía sin demasiadas dificultades, pues existe un consenso general en que ésta es la dirección que debe emprender nuestra economía. Pero si, en cambio, Zapatero sólo está aprobando esta reforma porque le ha venido impuesta desde Bruselas y cree que va a empeorar el futuro de los españoles, tendría que negarse a aplicarla o dimitir de manera inmediata. Lo que no es de recibo es que engañe masivamente a los españoles prometiendo una cosa y haciendo la contraria o que imponga regulaciones que considera nocivas.

Es más, la recuperación de la confianza de los mercados financieros no nacerá de comportamientos tan demagogos como éste cómo, pues la impresión que se ofrece es que ni el Gobierno, ni los sindicatos ni la sociedad van a ser capaces de digerir una reforma laboral tan ocultada como necesaria y que, por tanto, su viabilidad pende de un hilo. No sólo es imprescindible adoptar las medidas correctas, sino hacerlo con convicción; algo de lo que Zapatero, enquistado en su dogma socialista, carece. Todavía está por ver si el ambiguo párrafo se traduce es preceptos legales que favorezcan la recuperación económica y del empleo, pero desde luego no cabe ninguna duda de que no contemplaremos a Zapatero diciendo la verdad sobre los mismos.


Libertad Digital - Editorial

El parto de los montes

DE nuevo el Gobierno ha jugado con las apariencias e ignorado la gravedad de la situación al dejar pasar una oportunidad para tomar una de las iniciativas, la reforma del mercado de trabajo, que se le vienen reclamando insistentemente por organismos internacionales y organizaciones empresariales. Ayer, el Consejo de Ministros no aprobó reforma laboral alguna, sino una serie de líneas generales -mejor cabría decir «genéricas»- que fueron la excusa para que Rodríguez Zapatero organizara un acto de presentación con empresarios y sindicatos. Mucha propuesta, pero pocas medidas concretas, quizá porque la necesidad apremiante de dar confianza a los mercados cedió el paso a la necesidad apremiante de combatir las encuestas con apariencia de movimiento sin compromiso. Habría bastado para cambiar la percepción de confusión que ahora transmite que el Gobierno hubiera aplicado a la reforma laboral el mismo empeño y diligencia que demostró ayer con los controladores aéreos, zanjando sus protestas por Real Decreto-Ley, que es un mecanismo de legislación excepcional y urgente. Parece, sin embargo, que el problema que plantean unas docenas de controladores -siendo grave y costoso como es- resulta de mayor entidad que el que tienen millones de trabajadores y parados. El rescate bancario y el plan de obras locales también merecieron un Real Decreto-Ley.

Más de cuatro millones de parados y una tasa de desempleo de 18,8 por ciento son razones suficientes para no esperar más a que sindicatos y empresarios se pongan de acuerdo. Si con dos años de recesión -ayer se confirmó que el PIB del último trimestre de 2009 también fue negativo- el diálogo social no ha dado frutos, la responsabilidad de no introducir reformas en el sistema laboral es del Gobierno. Con el gesto de ayer -sólo eso, un gesto- el Ejecutivo quiere traspasar la carga de la reforma del mercado de trabajo a los agentes sociales, que no responden democráticamente ante los ciudadanos, ni se someten a la publicidad del Parlamento. Ganar tiempo parece la consigna de un Gobierno decidido a no tomar decisiones ingratas. El Ejecutivo no ha aprendido de sus propios errores y ya no sirve refugiarse en el argumento de que sus repuestas se producen al ritmo de los acontecimientos, porque la reforma laboral es una iniciativa que se le ha venido reclamando desde antes de que comenzara la crisis. Y hoy el paro es un problema mucho más grave por la insoportable pasividad de un Gobierno perdido.

ABC - Editorial