domingo, 7 de febrero de 2010

Remedio ZP para la crisis: negarla. Por José María Carrascal

¿Es posible la cuadratura del círculo, convertir la noche en día o que dos y dos sean cinco? Pues sí, para Zapatero es posible, según nos muestra su último plan contra la crisis, presentado con toda fanfarria a los agentes sociales, que lo han acogido con complacencia. Un plan, coinciden todos, generalista, inconcreto, ambiguo, equívoco incluso. Los detalles se los deja a sindicatos y empresarios. Ese es, precisamente, su punto flaco. Porque el demonio se esconde en los detalles y los equívocos llevan derecho a las equivocaciones. Sindicalistas y empresarios han leído en las propuestas del presidente sólo lo que les conviene. Unos leen que no habrá rebaja en las indemnizaciones por despido; otros, que podrá haberlas. Unos deducen que se aumentará la contratación indefinida; otros, que habrá más flexibilidad en la contratación.

Unos, que los trabajadores no perderán ningún derecho adquirido; otros, que se recortarán. Estos, que el gobierno no tomará medidas drásticas; aquellos, que las tomará. Todo ello incluye el vagaroso, amorfo, suculento informe presentado por el presidente, pródigo en párrafos que empiezan «Debería ser posible examinar si...» o «No debiéramos desechar el debate sobre...», un amagar y no dar que se pierde en el alambicado mundo de la especulación y la fantasía, en el que todos ganan y nadie pierde, tan grato a Zapatero. Cuando la única forma de gobernar es que todos pierdan algo para que todos puedan ganar algo. Pero ese no es el mundo de Zapatero, nunca lo ha sido. Estamos ante una de esas afortunadas criaturas que nada de cuanto ha conseguido le ha costado el menor esfuerzo, incluida la presidencia del gobierno. Le ha caído del cielo regalada, y piensa que todo tiene que funcionar así, sea acabar con ETA, vertebrar España, aliar civilizaciones y, ahora, salir de la crisis. No es un optimista antropológico, como viene diciéndose. Es un producto de su privilegiada experiencia vital, que le ha conformado, como a cada cual la suya. Para él, es posible, como apunta en su documento, extender la contratación a tiempo parcial y, al mismo tiempo, penalizar la temporalidad, reducir la jornada laboral y fomentar la contratación de jóvenes, mantener los derechos adquiridos y crear otros nuevos, contentar a los críticos de fuera y satisfacer a los de dentro. Por creer, incluso cree que es posible importar modelos laborales de Alemania, como si los españoles fuéramos alemanes y nuestros sindicatos y empresarios fueran empresarios y sindicatos alemanes.

La realidad que le espera fuera de la sala donde se reunió con los agentes sociales va a decirle que lo que no puede ser, no puede ser y, además, es imposible, como decía el torero. Claro que él es antitaurino. Y anticrisis. Es su forma de vencerla: negándola. «Estamos en el umbral de la recuperación», dijo al salir de la reunión. ¿No les suena?


ABC - Opinión

El hundimiento. Por Jesús Cacho

Lo cuenta la impresionante película Hirschbiegel, y lo han contado infinidad de autores que han rastreado los últimos días del gran dictador en su búnker berlinés: Iracundo y tembloroso, el dictador aun esperaba, apenas 24 horas de pegarse un tiro en la sien, la llegada milagrosa de inexistentes ejércitos dispuestos a salvarle del asedio de los soldados soviéticos que, al mando del mariscal Zhukov, ya se encontraban en los arrabales de Berlín. “Pero, ¿dónde está Steiner? ¿Por qué no ataca? ¿Y qué pasa con el 9º Ejército de Wenck…?” Rodríguez Zapatero también reclama ahora la presencia de tropas celestiales dispuestas a hacer realidad el milagro de sacarle de esta pesadilla. Nuestro insensato general creyó primero que la burbuja española era eterna; luego negó a pies juntillas que hubiera crisis; más tarde acusó de la misma a los norteamericanos; después imaginó haber hallado el bálsamo de Fierabrás inyectando dinero público a mansalva (“¡no me digas, Pedro, que no hay dinero para hacer política…!”), y finalmente, con la soga al cuello, pensó que del lío nos iban a sacar alemanes y franceses creciendo a ritmo bastante para tirar de nuestras exportaciones.

Como al monstruo austriaco, también a ZP se le han ido derrumbando sus ejércitos de arena. Escena contemplada el jueves en Washington tras el Desayuno Nacional de Oración, ese templo del cristianismo USA más conservador en el que el ateo Zapatero trató de poner el huevo de su relativismo moral como Erasmo puso el de la Reforma. Ante un grupo de empresarios hispanos que obedientemente le ha acompañado al acto (“es que no hemos podido decir que no; Bernardino León ha llamado personalmente uno por uno”), ZP muestra su extrañeza por lo que, según le cuentan, está ocurriendo en la Bolsa de Madrid.

- Pero no entiendo por qué le están dando al Santander de esta forma, si ha presentado unos resultados cojonudos…

- Presidente, el problema no es el Santander, sino el riesgo España.

- ¿Ah, sí…?

Y con gesto perplejo y sin mediar explicación se da la vuelta para preguntar no sé qué cuestión a sus aides de chambre, dejando a los empresarios con la palabra en la boca. A pesar de la tormenta que se estaba gestando sobre las cuentas públicas españolas, todo iba casi bien para ZP hasta que, a cuenta de esa presidencia de la UE de la que pensaba sacar pecho y provecho, fue necesario exponerse al general escrutinio de la opinión pública europea, mercados financieros incluidos. Han sobrado unas semanas, desde Copenhague a esta parte, para que Europa se diera cuenta del paño que guardaba el arca presidencial española. El ridículo alcanzó su máxima cota en Davos, donde el muy osado no tuvo ocurrencia mejor que aparecer en un panel al lado del griego Papandreou y del letón Zatlers, dos campeones de la ortodoxia fiscal. En el escenario alpino donde a primeros del XX iban a curar la tuberculosis los ricos del viejo continente, Zapatero terminó por meter a España en el club de los tísicos de Europa, poniéndole en la lupa de mercados financieros y analistas como firme candidato a entrar en una situación de insostenibilidad de sus finanzas públicas.

Tan asustado volvió el genio de Davos que por sorpresa anunció un recorte de 50.000 millones de gasto público, alrededor del 5% del PIB, reconociendo así el fracaso de su política (?) fiscal y presupuestaria para salir de la crisis. Y es que si Grecia, al borde de la suspensión de pagos, va a la quiebra, el riesgo de contagio será muy alto para las economías con escenarios macroeconómicos similares, léase Portugal, Italia e Irlanda. Con la diferencia de que los irlandeses se han embarcado en un drástico proceso de austeridad y los italianos tienen una tasa de ahorro doméstica descomunal. España, por contra, encabeza hoy el Indice de Miseria de Moody´s, esto es, la combinación de déficit y paro más alta de toda la OCDE.

-“Es que fíjate”, decía una asustada Trini Jiménez al abandonar el Consejo de Ministros del viernes 29, “lo que hemos tenido que hacer para ganar credibilidad en los mercados…” De eso va el plan de consolidación presupuestaria anunciado por Zapatero. De movimiento desesperado dirigido a calmar la
ansiedad de mercados y gobiernos europeos ante el agudo y creciente deterioro del binomio déficit/deuda español. Como con la famosa Ley de Economía Sostenible, el Ejecutivo ha fabricado un titular sin nada detrás, porque nadie sabe qué partidas presupuestarias se recortarán ni cómo ni cuándo; nadie sabe que contribución, si alguna, harán CC.AA. y corporaciones locales –responsables de 2/3 del gasto público total- a ese esfuerzo de contención, y nadie se cree, por irreal, el cuadro macroeconómico en que se sustenta ese pretendido recorte del déficit, con proyecciones de crecimiento del PIB en 2012 y 2013 francamente increíbles.

Sacrificios radicales

Con un déficit del sector público situado a finales del 2009 en el 11,4% del PIB (que al final resultará del 12%, como poco), el plan contempla un recorte del mismo, tras descontar los efectos cíclicos, del 5,7%, con el objetivo final puesto en un déficit del 3%, lo cual significa que el déficit estructural es del 8,7% del PIB, guarismo que viene a poner de manifiesto una estructura presupuestaria tan gigantesca como insostenible, desde luego incompatible con la estabilidad de las finanzas públicas. En otras palabras: España SA tiene unos costes fijos que no puede permitirse, lo que hace inevitable acometer reformas de calado en las grandes partidas del gasto, tal que los programas del Estado del Bienestar, número y remuneración de los funcionarios, etc.. No vale un mero maquillaje contable para salir del aprieto. Hacen falta sacrificios radicales en un país que ha vivido por encima de sus posibilidades. ¿Puede un Gobierno sin crédito acometer estas reformas? La respuesta es no.

La última prueba la tuvimos el viernes. Camino de los cinco millones de parados y con el empleo cayendo más que la propia actividad económica, el Ejecutivo fue incapaz de adoptar una sola medida concreta de reforma laboral, a pesar de haberlo anunciado. No se atrevió. No se atreve con los sindicatos (la “ideología”, como él mismo reconoció), de forma que no habrá reforma laboral, al menos inmediata. El Gobierno, en efecto, se limitó a entregar a sindicatos y empresarios un documento que no es más que una exposición de motivos sobre la necesidad de la reforma: “Líneas de actuación en el mercado de trabajo para su discusión con los interlocutores sociales en el marco del diálogo social”. ¡Tócate las narices, Ruperta! ¿Puede un país con el agua al cuello, necesitado de medidas de choque radicales e inmediatas, perder otro año en discusiones bizantinas sobre si el despido de los trabajadores fijos, los que quedan, debe costar 20, 33 o 45 días por año? No es eso, señores, no es eso. Se trata de empezar a crear empleo cuanto antes, algo que nunca van a hacer Toxo y Méndez, el llamado “cuarto vicepresidente” del Gobierno Zapatero.

No hay más salida que la política

Esto tiene muy mala pinta. España necesita el dinero exterior para seguir funcionando (emisiones brutas en 2010 por importe de 211.500 millones de euros), apelando a unos mercados que cada día recelan más de la solvencia de un cuadro macroeconómico que muchos juzgan insostenible, con la consecuencia inmediata del encarecimiento de esa financiación. Se trata de un problema de credibilidad y confianza en España, cualidades que Zapatero ha contribuido a arruinar en el exterior con su sola presencia. El riesgo país no es un resfriado: es un cáncer, una enfermedad para la que ya no hay más salida que la política, es decir, la convocatoria urgente de elecciones generales, a menos que Emilio Botín (“La crisis española es como la fiebre de un niño; pasará pronto”, junio de 2008) mande otra cosa, claro está.

Poco o nada que esperar del PSOE. Aunque el desconcierto es total en sus filas (“Es raro el día que no recibo de anteriores colaboradores míos o bien el currículum o bien el lamento de no haberse ido cuando yo me fui”), quienes se quejan y protestan, generalmente en privado, ya no tienen mando en plaza. Los que, por contra, mantienen poltrona, siguen firmes alrededor del jefe y con él caminarán por el viacrucis por el que transita España hasta ese Gólgota donde, todo perdido, serán ellos mismos quienes le apliquen, tu quoque, Brute?, mortal puñalada. En el PSOE sucede con ZP algo parecido a lo ocurrido en el pasado con algunos apóstoles del progresismo, caso de Rousseau: cuanto más resentimiento generan, más sumisión reciben.

Y dos notas de esperanza en plena tormenta de pesimismo. Por un lado, el valor personal y político que ha demostrado Don José Blanco, ministro de Fomento, al poner a los controladores aéreos en su sitio vía Decreto Ley. Pepiño For President. Por otro, el mismo valor cívico demostrado por el magistrado Luciano Varela, del Tribunal Supremo, poniendo a Baltasar Garzón, arquetipo de casi todos los males que aquejan a la Justicia española, con pie y medio en el banquillo de los acusados, para desespero de Cebrianes y Rubalcabas. Hay vida más allá de Zapatero.


El confidencial - Opinión

El indeciso patológico. Por M. Martín Ferrand

José Luis Rodríguez Zapatero se ha instalado en la indecisión. La duda es una semilla desde la que pueden germinar los aciertos más rotundos o los fracasos más dañinos; pero, llegado el caso, quien no es capaz de tomar ninguno de los caminos que se le ofrecen está renunciando al éxito posible para enfrentarse a la frustración segura. Un error puede enmendarse con otra decisión más oportuna y cabal; pero el irresoluto se instala en la perplejidad y difícilmente podrá escapar de ella. José Blanco acaba de darnos un ejemplo de eficacia resolutiva: ha zanjado con un decreto ley los excesos y la provocación de los controladores aéreos. Asume el riesgo de que el Congreso no le respalde, como permite el procedimiento elegido, e, incluso, que los controladores se encastillen en la defensa de su abusiva posición; pero, de momento, los 2.300 controladores de AENA ya saben que ha cambiado la dirección del viento y, en el peor de los casos, le habrán visto las orejas al lobo y actuarán con mayor prudencia y menor altanería.

Zapatero no ha sido capaz de decidir. Los «agentes sociales» le tienen comida la moral y quieren fundamentar la esperanza del futuro en la perpetuación de los malos hábitos del pasado, todo un imposible. Caben tres hipótesis para tratar de entender los paños calientes con los que el presidente trata de enfrentarse a la gravísima situación social y económica -la política va por otros derroteros- que padecemos: a) Está tan poseído por su anacrónica fe socialdemócrata que, inmerso en el fanatismo, se niega al raciocinio y a los modos que se llevan en la eurozona; b) Es un insensato convencido de que el tiempo lo arregla todo y prefiere ser querido por su debilidad que admirado por sus aciertos; y c) Los sindicatos, convertidos en el cuarto poder del Estado, le tienen esclavizado con sus amenazas movilizadoras. Cualquiera de esos supuestos resulta demoledor y, más todavía, si los consideramos en su conjunto o en sus posibles combinaciones de dos en dos. Así no nos redimiremos del paro que asfixia nuestra realidad, ni el Estado aliviará su déficit demoledor, ni se incrementará la competitividad en los mercados internacionales, ni -mucho menos- aumentará la productividad nacional; pero, quizá, Zapatero pueda seguir instalado en el machito. Así debe tenerlo calculado porque ese es el método y el consuelo de los irresolutos patológicos.

ABC - Opinión

Cuestión de liderazgo

El fin de la presidencia europea puede ser la última ocasión de Zapatero para variar el rumbo.

El liderazgo del presidente del Gobierno se encuentra en su punto más bajo desde que llegó al poder hace seis años. La crisis económica que Zapatero se negó a reconocer durante meses, y que ahora trata de gestionar con anuncios que se atropellan unos a otros, amenaza con convertir lo que resta de legislatura en un calvario para el Partido Socialista, que parece estar interiorizando un resignado horizonte de derrota. Entretanto, el Partido Popular duda entre mantenerse a la espera o forzar los acontecimientos reclamando un adelanto electoral. Lo que ha descartado es hacer aquello que lo convertiría en una alternativa de Gobierno y no en un apático recambio por incomparecencia del adversario: definir el proyecto político que representa, más allá del oportunismo de agitar espantajos demagógicos y populistas cada vez que Zapatero y sus ministros se libran a una nueva comedia de enredo con motivo de los subsidios, los impuestos o las pensiones.


Los desalentadores datos sobre la situación política que arrojan las encuestas, incluida la que publica hoy este diario, no son argumento suficiente para reclamar el fin anticipado de la legislatura. No son los estados de opinión, sino el juego de las mayorías parlamentarias, lo que debe tomar en consideración el jefe del Ejecutivo para adoptar una decisión que le corresponde en exclusiva. Pero, además, jalear la idea del adelanto electoral en este caso sólo significa reclamar a cara descubierta el poder por el poder, puesto que los ciudadanos muestran hacia la oposición superior desconfianza que hacia el Gobierno. No es una desconfianza sin motivo: éste es el momento en que el país supera los cuatro millones de parados, y en que sus cuentas públicas comienzan a bordear todas las zonas de alarma, sin que el PP haya avanzado una sola propuesta, dando a entender que sólo cifra su éxito electoral en la calamidad colectiva.

La esperanza que representó para el Gobierno socialista la presidencia de turno de la Unión Europea se ha convertido en una rémora para intentar cualquier salida política, que deberá esperar, cuando menos, a que termine el semestre. Esta inoportuna e inevitable parálisis es el resultado de haber superpuesto una política económica errática a una sostenida política exterior hacia ninguna parte, que ha dilapidado los meses previos soñando con obtener de la presidencia europea lo que ésta nunca podría dar; en particular, después de la entrada en vigor del Tratado de Lisboa. Zapatero cometió el error de imaginar que un semestre de protagonismo infundiría fuerza a su Gobierno, en vez de componer un Ejecutivo fuerte con el que hacer frente al más importante desafío diplomático de esta legislatura; que, por la situación de crisis internacional, era además un desafío económico. Los resultados de esta estrategia para los intereses generales del país saltan a la vista.

Puede que el final de la presidencia europea sea una de las últimas oportunidades de las que dispondrá Zapatero para corregir el rumbo político. A partir de ese momento no bastará con azuzar al peor PP con una mano mientras que, con la otra, se convoca a los ciudadanos al voto del miedo. Ése es el camino seguido por el jefe del Gobierno cuando el viento soplaba a favor y podía sacar a escena asuntos legítimos y hasta necesarios, pero utilizados de manera que pusieran en evidencia las reminiscencias ultramontanas del Partido Popular. Pues bien, hoy ese PP es el que adelanta a los socialistas en las encuestas, sin haber hecho otra cosa que dejar que el Gobierno aparezca bajo los focos realizando contorsiones. Sin restablecer la credibilidad del liderazgo político, las dificultades para que España salga de la crisis serán aún mayores. El de Zapatero se deshilacha, pero el de Rajoy, según la misma encuesta, es inexistente.


El País - Opinión

Veloz desgaste del Gobierno y petición de elecciones generales

Si hoy se celebrarán elecciones generales, el PP ganaría con 5,8 puntos más que el PSOE.

HAY POCAS DUDAS de que Zapatero atraviesa por su peor momento político desde que llegó a La Moncloa, a pesar de que la legislatura que comenzó el 9-M de 2008 aún no ha llegado a su ecuador. Así lo certifica la encuesta que publicamos de Sigma Dos-EL MUNDO. Si hoy se celebraran elecciones generales, el PP ganaría al PSOE con una ventaja de 5,8 puntos en intención de voto. El sondeo ofrece muchas vertientes para el análisis. Es verdad que tras unas semanas en las que el Gobierno no ha dado ni una, cabría suponer que la intención de voto de los socialistas descendiera en más de siete décimas en relación con nuestra anterior encuesta. Y también cabría deducir que el avance del PP tendría que situarse por encima de esas tres décimas que sube, puesto que es la única alternativa de gobierno.


Sin embargo, lo más significativo -a la vez que lo más preocupante para el Gobierno- no son los aspectos cuantitativos de la encuesta, sino los cualitativos. El espectáculo de errores, contradicciones, improvisaciones y falta de coraje por miedo a los sindicatos que ha protagonizado el Ejecutivo sólo en la última semana empieza a pasarle factura. No son los mercados internacionales los únicos que no creen en la solvencia del Gobierno español. El sondeo refleja un desgaste galopante del Gobierno -el 52% cree que su gestión es mala o muy mala-, un deterioro de la imagen de Zapatero sin precedentes -por primera vez Mariano Rajoy le saca ventaja, aunque sea poca- y una sensación creciente de que el Gobierno carece de credibilidad y de capacidad para encarar una crisis económica tan profunda como la que atravesamos. Hasta el punto de que el 65,8% de los ciudadanos reclama una remodelación -opinión compartida por el 46,9% de los votantes socialistas- a pesar de que no hace ni un año que Zapatero cambió a sus ministros.

Como consecuencia del hartazgo ante la falta de solvencia del Gobierno, muchos españoles empiezan a pensar que la única solución a la doble crisis, económica y política, es la convocatoria de elecciones generales. El 51,1% así lo considera y aunque esta opinión es abrumadora entre los votantes del PP -un 92,3%-, también es significativo que el 19,3% de los electores de Zapatero quiera poner ya punto y final a la legislatura.

A pesar de que es difícil que se puedan encender más luces de alarma -incluso dentro de sus propias filas reina el más absoluto desconcierto-, Zapatero parece empeñado en restar importancia al descrédito de nuestro país en los mercados o atribuirlo a una conspiración, y no al resultado de sus políticas, más erráticas cada día que pasa. La mejor prueba de que este Gobierno da muestras de haber entrado en barrena son las declaraciones que hace hoy a este periódico el secretario de Estado de la Seguridad Social. Octavio Granado confía en que el Gobierno -o sea, él- cambie «el planteamiento de partida» de la propuesta de alargar la edad de jubilación hasta los 67 años. Puesto que la medida fue aprobada por el Consejo de Ministros, cabe preguntarse si el Gobierno ha resignado el poder ejecutivo que le atribuye la Constitución para convertirse en una instancia que elabora documentos -pensiones, reforma del mercado laboral- con el fin de negociarlos con los sindicatos, que son quienes tienen la última decisión.


El Mundo - Editorial

La semana negra. Por Ignacio Camacho

Esta semana convulsa, trastornada, peligrosa, tremenda, ha recordado a los peores momentos del peor Suárez. Aquellos días de hace treinta años en el que país sin timón parecía irse por el sumidero de la zozobra. Con clamor de elecciones anticipadas, voces de gobierno de concentración y rumor de mociones de censura. Con una prensa unánime en el vapuleo de un Gobierno desaparecido, titubeante, colapsado. Con el pánico desatado a un crack económico , con el paro rampante, la deuda en el aire y los especuladores jugando al pim-pam-pum con la Bolsa. Y con un presidente atónito, bloqueado, ausente, enrocado sobre sí mismo y dando palos de ciego. Una sensación general de deriva, de caos inminente, de rumbo perdido. Esa clase de atmósferas espasmódicas que agitan Madrid -«el pequeño Madrid del poder»-, que dice Javier Cercas- hasta ponerlo en estado de shock.

Comparado algunas veces con Suárez por su audaz desparpajo, nunca Zapatero se le había parecido tanto. No al Adolfo intrépido que salía indemne de los escollos más arriscados de la política, sino al que acabó hundido en el descrédito y la desconfianza. Al que provocaba la conspiración de los suyos y generaba un clima de errático desasosiego. Sí, hay tres diferencias esenciales con aquellos días trémulos: ni ETA, ni los militares ni la inflación constituyen una amenaza desestabilizadora. Pero lo que aproxima estos días críticos a aquel enero del 80 es la figura de un presidente aislado, desorientado, aturdido, falto de pulso y de criterio, incapaz de hacerse con el timón del Estado. Un dirigente cuestionado por propios y extraños en su capacidad fundamental de ejercer el liderazgo.

No por casualidad han sido los guerristas quienes, apegados aún al mecanismo mental de la Transición, han desempolvado la idea de un Gobierno transversal para estabilizar un país desnortado. Aunque el zapaterismo ha tratado siempre de impugnar la Transición como marco de referencia democrática, también en eso ha fracasado: los esquemas de aquella época continúan funcionando de manera eficaz en el subconsciente colectivo de los españoles. Y la idea de unos pactos de Estado al estilo de los de la Moncloa flota en la melancolía del imaginario nacional como idealizada solución para una emergencia.

No habrá tal. Es demasiado tarde. Se han roto en estos años demasiados consensos para reconstruir puentes. Zapatero está solo, sostenido apenas por la cada vez más dubitativa guardia pretoriana de los sindicatos, a expensas de su propia inconsistencia sin recursos. Esta semana atroz lo ha retratado: enfrascado en la frivolidad de una falsa plegaria ante los cristianos de Washington mientras el país se despeñaba por un barranco de quiebra. Y aún preguntaba perplejo -a González, el del BBVA- cómo es posible. Es posible porque cuando no se sabe gobernar hasta las soluciones se convierten en problemas.


ABC - Opinión

El doble plantón de Obama

El doble plantón de Obama no es una anécdota puntual, sino el fiel reflejo de la opinión que Zapatero despierta en los países que aún sienten cierto respeto por la libertad.

La decisión del presidente norteamericano de no acudir a la cumbre de la Unión Europea y los Estados Unidos es la respuesta lógica a la irrelevancia internacional del Gobierno anfitrión, en este caso el de España, presidido por un Zapatero que preside la Unión durante su turno de seis meses. Hasta para el socialista más partidario de Zapatero debe ser evidente que la decisión de Obama hubiera sido distinta si la cumbre tuviera lugar en Alemania, Francia o Gran Bretaña, tanto por el peso específico de sus economías, como por el nivel de influencia de sus gobiernos actuales en la escena internacional.


Sin embargo, Zapatero apostó desde el principio por convertirse en adulador de personajes totalitarios, sometió nuestra política internacional al dictado de su sectarismo ideológico y, como colofón, alumbró como propuesta estrella en materia exterior una absurda alianza de civilizaciones que, nadie salvo él, toma en serio. No cabe extrañarse, por tanto, que la diplomacia española, con Zapatero a la cabeza, reciba una afrenta tras otra cada vez que intenta situarse en un papel al que él mismo ha renunciado con su alocada política desde que llegó al poder.

Pero no es sólo que el presidente norteamericano haya prescindido de visitar España dada la escasa significación de su actual Gobierno, sino que, para que quede clara la importancia que Obama concede a un voluntarioso Zapatero empeñado en sacarse fotos a su lado, ni siquiera acudió a tiempo a los prolegómenos del Desayuno Nacional de Oración para charlar unos minutos con su invitado. “Bye”, es prácticamente la única palabra que Obama dedicó a Zapatero en su estancia en Washington, un bochorno institucional sin paliativos por más que las terminales socialistas y algunos medios de comunicación coincidan, con entusiasmo digno de mejor causa, en el éxito de la visita de Zapatero al Distrito de Columbia.

El papelón desempeñado por la mayoría de periodistas y medios que acudieron invitados (por Zapatero) al acto religioso presidido por Obama, es también digno de análisis por la sumisión mostrada al personaje tras su vuelta a España. Dejando aparte lo inoportuno de la cita bíblica seleccionada por los asesores de Zapatero –en una congregación de evangelistas lo correcto hubiera sido citar el Nuevo Testamento, en lugar del libro más reaccionario del Antiguo-, cabe destacar la extraordinaria hipocresía mostrada por el presidente español en su discurso, aspecto que ha pasado desapercibido en la mayoría de medios nacionales, groseramente obsequiosos a despecho de la realidad.

Su apelación encomiástica a la libertad y a los Estados Unidos como nación garante de su disfrute por todos los ciudadanos hubiera sido admisible si en España pudiera ejercerse esa misma libertad, aunque fuera en menor medida. Sin embargo, la política de José Luis Rodríguez Zapatero ha tenido como objetivo desde el principio socavar los reductos de libertad individual que aún quedaban en nuestro país tras medio siglo de franquismo y socialdemocracia rampante.

En la España gobernada por Zapatero hay regiones en que los padres no pueden educar a sus hijos en la lengua materna y en las que el uso de la lengua común de todos los españoles está proscrito. Hay niños que le escriben suplicándole que sus colegios les permitan examinarse en la lengua oficial sin castigarles con un suspenso inmerecido y ciudadanos que se ven obligados a requerir el amparo de los tribunales para rotular los negocios en la lengua propia, por cierto, la misma que utilizó Cervantes en el fragmento que nuestro desnortado presidente incluyó en su discurso. En la España de Zapatero, en fin, se niega el derecho a la vida de los más desamparados, con una legislación que permite acabar con seres humanos sin la menor traba jurídica dejando la decisión a criterio de menores de edad.

José Luis Rodríguez Zapatero ha hecho del sectarismo ideológico el eje fundamental de su política, tanto de puertas para adentro como en materia exterior. Eligió libremente dar rienda suelta a su radicalismo, propio de adolescentes atolondrados, y ahora le toca recoger los frutos de su labor, tan metódica como destructiva. Si en España hay todavía quién le aplaude por su osadía, fuera de nuestras fronteras ha quedado caracterizado como un político extremista del que no conviene fiarse ni frecuentar demasiado. El doble plantón de Obama no es por tanto una anécdota puntual, sino el fiel reflejo de la opinión que Zapatero despierta en los países que aún sienten cierto respeto por la libertad.


Libertad Digital - Editorial

España necesita un Gobierno

La imagen del Gobierno español esta última semana ha sido nefasta; sus decisiones, lamentables. No ha entendido nada. El problema se llama «riesgo España», pero matar a los mensajeros resulta inútil. En el exterior circula la sensación de que el nuestro es un país insolvente, y el Ejecutivo tiene buena culpa de ello. La imagen de desconcierto, improvisación, incapacidad política, cesiones sindicales —electoralismo, en resumen— es justo lo que los mercados necesitan para seguir desconfiando de España.

Los inversores internacionales han volcado su atención en los inmensos niveles de deuda pública acumulados como consecuencia de la estrategia fiscal de «barra libre» con que se respondió a la crisis financiera, y han concluido que algunos países, y singularmente España, tendrán serias dificultades para hacer frente a sus obligaciones si no cambian radicalmente sus políticas. La presión no va a ceder. Los mercados financieros actúan como una jauría de lobos y, a la más mínima señal de debilidad, se abalanzan sobre su presa. El Gobierno ha dado repetidas muestras de incapacidad: sabe lo que tiene que hacer e incluso lo pone por escrito, pero su presidente es un rehén ideológico y ha decidido inmolarse, y con él a todos los españoles, en el altar de los sindicatos. Por evitar una posible huelga general que sólo entenderían sus convocantes nos arriesga a todos a una crisis de la deuda, a la quiebra fiscal del Estado y a una larga recesión.

Tres son las líneas de acción urgentes que habría que acometer: resolver el problema financiero, hacer sostenibles las cuentas públicas y modificar el funcionamiento del mercado de trabajo. En las tres, el Ejecutivo ha presentado propuestas tan insuficientes que ha sido peor el remedio que la enfermedad, ya que ha evidenciado internacionalmente sus limitaciones. Por eso España sigue siendo comparada con Grecia. Recuperar el funcionamiento normal del sistema bancario español exige acabar con los problemas que afectan a su balance y reducir el exceso de capacidad instalada en la industria.

El Gobierno ha optado por una estrategia gradualista y políticamente correcta que mantiene la presencia dominante del sector público autonómico en las entidades financieras. Lo menos que se puede decir del FROB es que no ha funcionado, que no ha servido para provocar la reestructuración ordenada de las Cajas de Ahorros. Se ha acabado el tiempo del voluntarismo. El Banco de España ha de actuar con energía y sin dilación, utilizando los mecanismos disponibles de regulación, supervisión e intervención. Supondrá un coste fiscal, bien lo saben nuestros acreedores, y por eso nos exigen un recorte de gasto adicional.

El problema del déficit público es estructural. Surge de considerar ingresos ordinarios lo que no eran sino fruto extraordinario de la burbuja inmobiliaria, y de embarcarse en una política de más gasto público, como si la restricción presupuestaria no existiese para un Gobierno con voluntad social. Hoy tenemos un déficit público que se estabilizará en el entorno del 10 por ciento del PIB y una dinámica explosiva de la deuda, más aún si incluimos los gastos derivados del saneamiento financiero y del envejecimiento de la población. No es posible rebajarlo sin reducir el tamaño de las Administraciones públicas, sin abandonar la filosofía de derechos ilimitados y gratuitos. Sin reflexionar seriamente sobre mecanismos de copago en sanidad, educación y servicios sociales, y sin repensar la estructura de competencias y de toma de decisiones de gasto en el Estado de las Autonomías.

Nuestros acreedores saben que con cuatro millones y medio de parados el país no es viable a medio plazo. Por eso nos exigen una reforma del mercado de trabajo, ya que nuestro Gobierno parece complacido en limitarse a subsidiar parados indefinidamente. Lo aprobado el pasado viernes estaría bien hace seis años; hoy urge legislar para acabar con la dualidad del mercado de trabajo mediante un contrato único, reformar la negociación colectiva para incentivar los convenios de empresa y modificar el sistema de prestaciones por desempleo para que sirva de estímulo a la búsqueda de trabajo y desincentive el paro de largo plazo. Ello supone reconocer que el Estatuto del Trabajador de 1980 está obsoleto y hay que cambiarlo.

En definitiva, recuperar la confianza internacional va a requerir bastante más que una campaña de imagen. El Gobierno está perdiendo el partido fuera: basta ver los diferenciales de deuda y, en casa, la encuesta del CIS. Ha generado una emergencia económica y parece creer que puede responder con vagas declaraciones de intenciones y vacuas apelaciones al diálogo social. Es demasiado tarde. Hacen falta decisiones valientes, aunque puedan resultar impopulares. Es a este Ejecutivo a quien compete liderar el país, señalar la dirección adecuada y comprometer su menguado capital político. Si no se considera dispuesto, que asuma su incapacidad y actúe responsablemente, adelantando elecciones. España es una gran nación con un futuro esperanzador, pero si no se adoptan medidas urgentes, lo peor puede estar por venir.


ABC - Editorial