sábado, 13 de febrero de 2010

De estrella a satélite. Por Ignacio Camacho

LAS grandes expectativas conducen a grandes decepciones. No es menester haber leído a Gracián -lectura de moda entre los ejecutivos aficionados al coaching- para ser consciente de que mientras más alta se proclame una aspiración más notorio será el fracaso de no alcanzarla. A nuestro inefable presidente del Gobierno le puede, sin embargo, la pulsión infantiloide de dibujar el mundo a la medida de sus deseos de grandeza, una vanidad frívola y un poco peterpanesca que a menudo lo estrella sonriente contra el muro de una terca realidad contradictoria. Le pasó en las negociaciones con ETA -«el año que viene estaremos mejor»-, le sucedió también con las previsiones de empleo -«la peor de nuestras cifras será mejor que la mejor de Aznar»-, le volvió a ocurrir cuando se atrevió a hacer pronósticos sobre la crisis que acababa de negar -«estamos a punto de empezar la recuperación»- y ahora le pasa de nuevo con esa Presidencia semestral europea desde la que prometió alegremente enseñarle a la Unión la fórmula para salir de la recesión y encontrar un nuevo modelo productivo socialdemócrata.

El clamoroso ninguneo al que los líderes de la UE han sometido a Zapatero en la cumbre sobre Grecia sólo ha sido la penúltima bofetada a esta vocación adanista. El presidente de turno ha olvidado la célebre advertencia de su correligionario (?) Alfonso Guerra sobre las contraproducentes ínfulas de protagonismo: el que se mueve no sale foto. Por moverse con excesiva ambición de notoriedad lo han dejado literalmente fuera del retrato de familia, en contundente y casi cruel evaluación colectiva de su supuesto liderazgo. El presidente de turno es tan importante que los verdaderos líderes del continente, los que tiran del carro y toman decisiones, no tuvieron a bien invitarlo a posar con ellos en la fotografía corporativa. Debe de ser porque su relevancia es de otra escala: planetaria, por supuesto.

Y todavía debe estar agradecido de que no lo tomasen en consideración, porque cuando lo han hecho ha sido, como en Davos, para sacarle los colores, echarle un rapapolvo y colocarlo en el furgón de cola del protocolo. Todo lo que podía fracasar en la sobrevalorada presidencia ha fracasado; las cumbres sectoriales pasan sin pena ni gloria, nadie estima la presunción agrandada del presidente, Obama ha descartado venir a encender la traca final en Madrid y la visibilidad exterior que buscaba el zapaterismo ha resultado contraproducente. Merkel y Sarkozy marcan el paso y las distancias, el oscuro Van Rompuy pugna con firmeza por delimitar su nuevo territorio político y el resto de los socios contemplan el papel español con la indiferencia de un simple turno de coordinación burocrática. La trascendental confluencia de galaxias ha acabado con el presunto astro convertido en un mero satélite.


ABC - Opinión

El Rey lo intenta, pero ni Zapatero ni Rajoy ayudan

Idéntico rechazo de PSOE y PP a la atinada iniciativa del Monarca de impulsar un pacto de Estado contra la crisis.

LA TENTATIVA del Rey de impulsar un gran pacto de Estado contra la crisis ha servido para poner en evidencia el rechazo que suscita esta idea en Gobierno y PP, igualmente interesados -aunque por razones diferentes- en que fracase la iniciativa del Monarca.

Horas después de que Don Juan Carlos recibiera ayer en La Zarzuela a los líderes de UGT y CCOO tras haber declarado el día anterior que «es hora de amplios acuerdos», la vicepresidenta Fernández de la Vega arrojó un jarro de agua fría a quienes esperaban una acogida favorable de la iniciativa del Rey.

De la Vega subrayó que «la responsabilidad de abordar acuerdos es exclusiva del Gobierno» y que el Monarca no está efectuando una ronda de contactos para impulsar un pacto sino haciendo «una labor institucional de mantenerse informado».


Por la reacción de la vicepresidenta, resulta evidente que la iniciativa del Rey no le ha gustado nada al Gobierno, tal vez porque pone de manifiesto su incapacidad para combatir la crisis económica y desarbola la coartada «ideológica» esgrimida por Zapatero para no pactar con Rajoy.

El PP tampoco disimuló su frialdad ante ese pacto. Dolores de Cospedal afirmó que sólo sería posible mediante un giro radical de la política del Gobierno y declaró que Mariano Rajoy no espera ninguna llamada del Rey. Sus palabras pueden ser interpretadas como una invitación a que Don Juan Carlos no le llame porque el PP no ve que existan condiciones para un pacto de ese calado con el Gobierno.

Una de las cosas que ha podido provocar el recelo del PP es que el Monarca haya dado este paso a cinco días de la comparecencia de Zapatero en el Congreso. Rajoy sabe que es una gran oportunidad para poner contra las cuerdas a su adversario en unos momentos en los que los datos económicos son devastadores y parece lógico que reserve para ese día cualquier hipotético ofrecimiento de colaboración.

La reacción del PSOE y del PP es simétrica porque pone en evidencia que ninguno de los dos va a mover un dedo para que se produzca ese pacto de Estado que reclamaban partidos como CiU y un amplio sector de la opinión pública que se da cuenta de que la única forma de adoptar las dolorosas medidas que requiere la situación es con un amplio consenso político.

Los sindicatos tampoco están dispuestos a facilitar ese pacto porque ayer, antes de acudir a su cita con el Rey, anunciaron la convocatoria de manifestaciones el próximo día 23 de febrero para protestar contra el retraso de la edad de jubilación. Su reacción es desproporcionada porque se trata de una medida inevitable, que ya están adoptando otros países como consecuencia del alargamiento de las expectativas de vida. Cualquiera puede comprender que la edad de jubilación no puede ser la misma hoy que hace 100 años, cuando el promedio de supervivencia era 30 años más bajo.

Si al Gobierno no le interesa pactar con el PP por razones «ideológicas» o porque considera que es una estrategia equivocada, si el PP no quiere tender la mano al Gobierno porque cree que Zapatero se quiere aprovechar y va a capitalizar políticamente ese acuerdo y si los sindicatos no quieren ceder en nada y se oponen a cualquier recorte del gasto social, por muy razonable que sea, la conclusión es que ese gran pacto de Estado es imposible.

Ayer decíamos en estas páginas que era muy tarde para el acuerdo, pero que la iniciativa del Rey propiciaba una última oportunidad de alcanzarlo. Ya está claro que ni Zapatero ni Rajoy van a poner las cosas fáciles. Pero uno y otro deben ser conscientes de que la gravedad de la situación exige soluciones y no clichés. Tal vez después de que se vapuleen el miércoles aún quede una remota esperanza de que el atinado planteamiento del Rey se abra camino por su propio peso.


El Mundo - Opinión

El artículo 3. Por Maite Nolla

Acusó además Montilla a Rivera de no hacer propuestas. Yo tengo una: que Montilla ponga un cine, de verano mismo, y así podrá exhibir sus cosas, incluido un documental a lo Michael Moore sobre los cargos de su señora esposa.

Hace días, con motivo de la propuesta de ley del cine, tuvo lugar un agrio enfrentamiento, como se suele decir, entre Albert Rivera y Montilla en el Parlamento de Cataluña. A Montilla le prepararon la respuesta a la interpelación de Rivera con otra pregunta. La cosa es que Montilla espetó a Rivera que si le parecía normal que sólo un tres por ciento de las películas que se proyectaban en Cataluña fueran en catalán. Como pueden comprender, al oír tres por ciento a los diputados de CiU les entró un sudor frío, pero me cuentan que fue momentáneo.


La verdad es que si me lo hubiera preguntado a mí no hubiera sabido qué decir. No tengo datos. No sé si tres por ciento es mucho o poco, teniendo en cuenta que el cine no deja de ser algo parecido a un bien de consumo, como los zapatos de Bimba y Lola. Me cuesta entrar en el pensamiento de Montilla, pero supongo que a lo que se refería es que si al diputado Rivera le parece normal que a un señor que tiene un cine le obliguen a echar unas películas que él nunca compraría y le amenacen con multarle en caso de incumplimiento. Desde luego, a mí no me parece ni medio normal. Acusó además Montilla a Rivera de no hacer propuestas. Yo tengo una: que Montilla ponga un cine, de verano mismo, y así podrá exhibir sus cosas, incluido un documental a lo Michael Moore sobre los cargos de su señora esposa.

Es cierto que lo de la ley del cine se puede ver desde la vertiente de que la administración no es nadie para decirle al propietario de un cine lo que tiene que vender, pero en Cataluña los motivos hay que buscarlos en otra parte. Y es que el pobre artículo 3 de la Constitución se ha convertido en el puchinbol favorito por estos lares. A lo del cine sumen ustedes que se quiere exigir el nivel "C" a los profesores de universidad o que el rector de la universidad de Lérida ha dicho que hay que examinar a los futuros médicos de catalán, harto como está de formar a "gente de fuera". Por "gente de fuera" quiso decir aragoneses, por ejemplo. Debe ser que ha oído a Alicia Sánchez-Camacho decir que en Cataluña no cabemos todos; brillante.

Pero en Cataluña siempre hay lugar para las sorpresas. Desde que una alcaldesa socialista, en teoría feminista y laica, ataque a una mujer amenazada por un extremista o integrista –cómo se llame– por ser mujer, hasta que en el Tripartit se hayan cansado de ellos mismos, como le ha pasado al hermano de Maragall. Aunque la que yo les quería traer a colación es para mí la mejor de esta semana. Resulta que un senador de Ciu por Lérida ha pedido en forma y por escrito que se pueda hablar catalán en el Senado. Si quieren hablamos de ello otro día, aunque les avanzo que a mí, realmente, no me parece mal; para esto está la lengua común, pero en todo caso si el Congreso y el Senado fueran algo parecido a lo que deben ser, si a un diputado o a un senador no se le entiende es su problema. El caso es que no les añadiré nada, pero ¿quieren saber qué es lo que alega el senador convergente para que le dejen hablar catalán en el Senado? El artículo 3.


Libertad Digital - Opinión

Rajoy contra Rajoy. Por Tomás Cuesta

MARIANO Rajoy, ayer, supo estar en su sitio, al lado de las víctimas, del lado de los héroes, en tanto que Zapatero, una vez más, desertó del dolor bellacamente dejando a la decencia en cueros vivos, por no mentar los muertos. Pero el mejor escribano echa un borrón y el señor Rajoy, qué es un especialista en escrituras, a la hora de rajar se raja, o blandea, cuando menos. Bien es verdad que, a estas alturas del partido, hay lo que hay: lentejas. Si quieres las tomas y si no las dejas. Pero también es cierto que no conviene confundir pachorra con paciencia, ni dejar arrumbada la ira en astillero. La santa ira, por supuesto. Recuérdese que Job, tan recordado últimamente, nunca fue un santurrón sino un descomunal rebelde que se las tuvo tiesas con Yahvé y, lejos de resignarse, le cantó las cuarenta. Claro que cada uno es cada cual y el carácter se lleva en los adentros, aunque luego se pula o se moldee. «Quod natura non dat, Salmantica non praesta», afirma la clásica sentencia y no nos vamos a envainar un latinajo precisamente cuando viene a huevo.

«Decíamos ayer» (pasar por Salamanca sin pasar por Fray Luis sería un desdén sacrílego, ministerial y obsceno) que don Mariano supo estar en su sitio y, para que no haya dudas, lo diremos de nuevo. Así que redicho queda, porque, tras los loores, llegan los improperios. El líder del PP perdió la compostura y extravió el papel que se supone que interpreta al convertir en una fe de errores el catálogo de horrores del Gobierno. Lo que ocurrió en el bar Faisán no puede calificarse de «espectáculo» a conciencia quitada y de buenas a primeras. No se puede pedir que el pudridero de la infamia albergue a los gusanos que se han de comer los jueces. Es indigno vestir la alta traición con los harapos de la amnesia. Es de cajón (de pino) que los espectros de la farsa y la tragedia, amén de viajar en trenes diferentes, nunca coinciden en el mismo apeadero. La tesis es de Marx que se la había fusilado a Hegel: aquí -o sea, allí, en la acera de enfrente- el que no disparata, vuela.

El espíritu sopla donde quiere, pregona el Evangelio. Rodríguez Zapatero, que, además de sentar plaza de seráfico, ahora aspira a una cátedra evangélica, algo habrá de aportar a la encendida controversia -«disputatio» sería lo académico- en torno a los soplidos, los soplones, los chivos lenguaraces y los chotas a la viceversa. Porque lo del Faisán ni es un «espectáculo», ni cabe clasificarlo de historieta. Cualquier estado es capaz de perpetrar un crimen y de endosarle la factura a la defensa impropia, a la ley del Talión, a los dictados del Deuteronomio o a los de Maquiavelo. Mudan las coartadas y las condenas menguan. En el «affaire» Faisán, por contra, no existen criterio alguno que redima la pena. Al Estado, al transformarse en cómplice de la manada carnicera, le salpica la sangre derramada y la que nos abrumará si Dios no lo remedia y la virtud no vence.

Concedamos, no obstante, que las declaraciones de Rajoy -realizadas en una emisión de radio a bote tempraneo- son consecuencia de un desgraciado «lapsus micro» y no una irresponsable ligereza. Apear del cartel un espectáculo antes de averiguar la trama y el elenco equivale a prescindir de la moral y abismarse en la anomia a tumba abierta. Puñeteros micrófonos: o te apuñalan de improviso o te desnudan a sabiendas.


ABC - Opinión

“Cabreo gordo del PP con Zarzuela”. Y con razón . Por Federico Quevedo

Es evidente que no escarmienta, y en lugar de aceptar y reconocer humildemente sus errores, Rodríguez ha vuelto por los fueros que le guiaron durante la pasada legislatura en un nuevo intento de aislar al Partido Popular en el Parlamento. Conociéndole, no es de extrañar, pero lo sorprendente en esta ocasión es que en lugar de pactos del Tinell utilice para sus fines nada más y nada menos que a la Corona, y en concreto al Rey Juan Carlos, que se ha puesto al servicio arbitrario y partidario de Rodríguez como si de un lacayo se tratara en lugar de un monarca. Lo cual, por otra parte, no deja de ser una manifestación más del nivel que ha alcanzado la Corona en nuestro país, formando parte de este sistema enfermo del que no se salva ninguna institución, todas ellas sometidas de modo vergonzante al poder político actual.

Es probable que acuciado por el escándalo del divorcio de la infanta –a cuyo ex marido sólo falta que lo tachen del registro civil, como si nunca en la vida hubiera existido- y por la degradación de la Monarquía, el Rey necesitara un ‘lavado de imagen’ que ha creído oportuno encargar al equipo técnico habitual que se ocupa de la puesta a punto de la de Rodríguez, porque en caso contrario no se entiende semejante metedura de pata que ha conseguido que, en lugar de limpiar la imagen, haya ahora mismo unos cuantos millones de votantes y simpatizantes del PP acordándose de toda su familia, y no precisamente para bien.

Había empezado titulando este Dos Palabras de la siguiente manera: El Rey, comparsa de una trampa para aislar al PP. Pero ayer por la tarde un destacado dirigente de Génova 13 me envió un mensajito al móvil con la siguiente frase: “Cabreo gordo del PP con Zarzuela” y, francamente, me pareció mucho mejor, dónde va a parar. Y es lógico ese cabreo. Comprendo también que, por sentido de Estado y responsabilidad política, de puertas para afuera y ante los micrófonos y las cámaras se mantenga la corrección política, pero me consta que de ese cabreo ya se ha dado traslado a Zarzuela, como corresponde.

Aislamiento del PP

Y es que son millones las personas, los votantes y simpatizantes del Partido Popular, que empiezan a estar hasta los bemoles de la actitud complaciente del Rey con la izquierda, de sus trapicheos y de sus compinchadas con una progresía republicana que está esperando el momento de darle la patada, y que se la va a dar cuando menos se lo espere, y para entonces no tendrá ni siquiera el respaldo de la derecha moderada de este país porque en lugar de cultivar su aprecio ha conseguido soliviantarla hasta el extremo. Nunca he sido monárquico pero, que quieren que les diga, hasta ahora soportaba la institución como un mal menor, pero llegados a este punto de contubernio entre la Corona y Rodríguez, casi que me inclino porque se busquen otro trabajo en lugar de seguir viviendo de nuestros impuestos, y eso que nos ahorramos en tiempos de crisis: lo propongo como punto de partida del pacto.

Un pacto que, como decía, no es más que una trampa saducea para de nuevo buscar el aislamiento del Partido Popular en el Parlamento ahora que las encuestas sitúan a la formación de Mariano Rajoy casi siete puntos por delante del PSOE y al borde de la mayoría absoluta. La semana que viene Rodríguez y Rajoy se van a ver las caras en la Carrera de San Jerónimo con la peor crisis que haya atravesado nunca nuestro país como telón de fondo de ese debate. Es evidente que para evitar el chaparrón que le iba a caer encima, el presidente necesitaba reaccionar de alguna manera, y qué mejor estrategia que la de sacarse de la manga una oferta de Pacto de Estado contra la crisis que amainara la tormenta.

Una oferta que no podía salir de labios del propio Rodríguez porque eso hubiera implicado tener que descolgar el teléfono de inmediato para llamar a Rajoy, porque tan sólo horas antes de que el Rey la lanzara había dicho que no era necesaria, y porque, además, es lo último que le interesa salvo como improvisado mecanismo cortoplacista destinado a matar el debate del miércoles antes de que se celebre. Ese pacto solo tendría sentido si lo firmaran el PSOE y el PP, y sobre unas bases comunes casi imposibles de acordar en la medida que Rodríguez no va a estar dispuesto nunca a asumir los sacrificios que exige esta crisis. ¿Se acuerdan de lo que dijo hace pocas semanas? Yo sí, que nunca pactaría con el PP por una cuestión de ideología, y eso da la medida de su engreído sectarismo.

¿A qué viene, entonces, esta oferta hecha por el Rey y aplaudida por toda la corte de lameculos de Rodríguez, plumillas incluidos? Sin duda alguna la propuesta va a encontrar muchos oídos en el arco parlamentario dispuestos a escucharla, pero también es seguro que por parte del Gobierno no va a haber ninguna rectificación a su política de más gasto, más impuestos y cero reformas para hacer frente a la crisis, lo que significa que en el camino del acuerdo no va a buscar ninguna vía de acercamiento a las posiciones del PP, orillando por lo tanto a esta formación política con la única finalidad de que aparezca ante la opinión pública como insolidaria y negativa en lugar de arrimar el hombro junto al Gobierno para salir de la crisis.

La marcha de Zapatero, única solución

Lo que pasa es que creo que la trampa, por vieja, es menos trampa y más muestra de la impotencia e ineptitud de este Gobierno ante la difícil situación que sufre España y la desesperación de esos más de cuatro millones de parados a los que nadie puede dar una esperanza inmediata. Nuestra economía atraviesa horas muy bajas y hay una amenaza real y cierta de que en un momento dado pueda entrar en riesgo de default, razón por la que la comparación con Grecia, siendo odiosa, también es justa. Los mercados nos han dado un respiro, pero es más que probable que las turbulencias de la semana pasada vuelvan a repetirse en el futuro, pero para entonces los gestos improvisados de Rodríguez acudiendo a la ortodoxia como tabla de salvación ya no serán creíbles.

Es verdad, la economía española, y no sólo la economía sino otros tantos problemas que afectan al modelo de Estado que nos dimos en la Constitución y que Rodríguez ha violado con su política rupturista y rencorosa, requieren de un gran Pacto de Estado entre los dos grandes partidos para ponerles solución, pero ese pacto es imposible mientras esté Rodríguez en el poder y se guíe por la ideología, una ideología que podría resumirse en ‘nada con el PP’. Él es el problema, hoy por hoy, y la única solución pasa por que se vaya, y eso es lo que debería decirle Rajoy el próximo miércoles desde la tribuna del Congreso.

Hay un grupo en Facebook que se denomina amigos de que Zapatero sea el primer ser humano en pisar Marte… Hombre, sin llegar tan lejos, una larga temporadita lo más distanciado posible nos haría un gran bien a todos, y si el Rey tiene tanto interés en compartir con él sus aventuras y dado que la familia ya tiene experiencia acumulada a la hora de hacer las maletas, no tiene más que decirlo que seguro que los españoles estaremos encantados de hacerle un hueco en el avión y ahorrarnos ese presupuesto que buena falta nos hace… Total, para lo que sirve… Eso, o que de verdad se ponga la corona y trabaje por el interés general, y no por el particular de un presidente que nos ha llevado a la ruina y todavía tiene la caradura de jactarse de su política y continuar abundando en sus mentiras y en sus engaños.


El Confidencial - Opinión

El activista. Por José María Marco

Tal vez nos hacía falta algo así, tener un adolescente inmaduro al frente del Gobierno, para darnos cuenta de lo que es de verdad la democracia. Si es que para entonces Rodríguez Zapatero y sus compañeros, sus compis, no se la han llevado por delante.

Rodríguez Zapatero es un activista, un iluminado. Esta convencido de que tiene una misión que cumplir en el mundo y cree que la democracia es el sistema perfecto para llevarla a cabo. Ni que decir tiene que sabe, como se saben las cosas básicas, intuitivamente, más allá de cualquier posible razonamiento, que tenemos que estarle agradecido: por su presencia, por su compromiso, más aún, por llevar la democracia al grado sumo de perfección, que es servir de palanca para un cambio de sociedad e instaurar al fin el Socialismo, socialismo inédito del que Rodríguez Zapatero es el profeta.


El planteamiento tiene varios inconvenientes, entre ellos uno muy serio: la democracia no sirve para un proyecto de cambio radical de la sociedad. Al revés, la democracia, la democracia liberal, se entiende –es decir, el modelo de democracia que se quiso instaurar en España en los años 70– no encaja bien con un proyecto de esas características. Más bien al contrario: las democracias sobreviven cuando se cuidan las instituciones, cuando se escucha a la opinión pública, cuando se tiene en cuenta que existen tradiciones, alternativas y políticas diversas, tan legítimas como la propia. La democracia es, según la definición clásica, una forma pacífica de resolver los problemas y no un sistema para imponer la propia visión del mundo a los demás.

En otras palabras, y en contra de la tradición de una parte muy importante de la izquierda española de la que Rodríguez Zapatero es por ahora el último avatar, la democracia es un sistema político que impone frenos y equilibrios, que respeta las realidades, que tiende naturalmente a las posiciones de moderación: un sistema mucho más conservador que revolucionario o radical. Y que vive de los pactos, los acuerdos y los consensos.

Por eso resulta tan significativa la intervención del Rey al llamar a las fuerzas políticas a un acuerdo para intentar poner freno a la crisis económica. La deriva visionaria de Rodríguez Zapatero ha llevado al sistema democrático, pluralista por naturaleza, a una tensión que no es capaz de aguantar. Con el objetivo de salvarse de la crisis económica, está hundiendo todas las posibilidades de recuperación que tiene la economía y la sociedad española. Antes de eso ya había abierto una crisis institucional inédita. Y paralelamente había destruido el crédito internacional de España, como está dejando claro la patética presidencia de la Unión Europea y las no menos patéticas relaciones con Washington.

Tal vez nos hacía falta algo así, tener un adolescente inmaduro al frente del Gobierno, para darnos cuenta de lo que es de verdad la democracia. Si es que para entonces Rodríguez Zapatero y sus compañeros, sus compis, no se la han llevado por delante.


Libertad Digital - Opinión

La prudencia del gallego. Por M. Martín Ferrand

Aconsejarle prudencia a un gallego suele ser tarea inútil. Precisamente, la sobredosis de cautela es la razón que históricamente viene limitando la tremenda potencialidad humana, geográfica y económica de Galicia. Aconsejársela a Mariano Rajoy es rizar el rizo de lo innecesario porque su actitud política, supongo que distinta de la vital, ha sido siempre la de esperar y dejar que el tiempo decida por sí mismo y actúe para el remedio o para el olvido. Ese es el mayor defecto de su liderazgo porque, como decía mi abuela Rafaela -también paisana-, sobredosis ni de agua bendita.

Dicho lo anterior, me contradigo -aparentemente- para darle al líder del PP un consejo que no me ha pedido y que, por supuesto, no necesita; pero al que me siento obligado en razón del paisanaje y, desde la vocación liberal, en función de mi condición exclusiva de espectador de la vida pública española. Del Rey abajo todos demandan un gran pacto de Estado que nos ayude a superar la crisis. «Es hora, ha dicho Don Juan Carlos, de grandes esfuerzos y amplios acuerdos»; pero, ¿qué es un acuerdo? El jefe de la gaviota debe tentarse la ropa ante un órdago de tan buena presentación.


La experiencia demuestra que José Luis Rodríguez Zapatero, atrapado según su propia confesión en una jaula ideológica antes que en un compromiso con la totalidad de los españoles, no quiere pactos, ni los busca. Exige adhesiones inquebrantables, como las que tanto daño nos han hecho a lo largo de la Historia. La furia socialdemócrata, como demuestran Angela Merkel y Nicolas Sarkozy, no es la mejor medicina para atajar el mal que nos afecta y, menos todavía, si se pretende aplicar con el obsoleto criterio sindical que ilumina al Gobierno y sin romper los huevos que exige la tortilla que puede regenerar la situación.

Unos y otros, próximos y distantes, le plantean a Rajoy una trampa saducea, de esas en que se manipulan la verdad y la realidad para enmarcar la torpeza de la víctima pretendida. Si el del PP nos hubiera anunciado ya, como debiera, su plan anticrisis serían más fáciles la situación e, incluso, el pacto; pero, en ningún caso, la solución puede pasar por una conversión socialdemócrata de la otra mitad de los españoles representados en los dos únicos grandes partidos nacionales. Eso es algo que sólo conviene a los nacionalistas centrífugos y, tanto más, cuanto mayor sea su fe conservadora y liberal.


ABC - Opinión

Los cómplices se manifiestan. Por Pablo Molina

Si los sindicatos tuvieran vergüenza exigirían una reforma profunda del sistema de pensiones para realizar una transición al modelo de capitalización, el único que realmente es justo, solidario y decente.

Los sindicatos de clase (alta) nunca han defendido los intereses de los trabajadores y menos aún de los jubilados españoles, así que esta protesta callejera anunciada contra la medida del Gobierno de retrasar dos años la edad de jubilarse no es precisamente una excepción.

Dicen los secretarios generales de los dos sindicatos mayoritarios, dentro de la insignificancia que refleja la afiliación sindical en nuestro país, que el objetivo es que ZP dé "un pasito atrás". Es decir, el objetivo es seguir apoyando el sistema público de pensiones, que en pocas palabras es la mayor estafa y el latrocinio más cruel que ningún estado ha puesto jamás en marcha contra sus ciudadanos, y lo único que piden a Zapatero es que matice un poquitín su decisión de seguir esclavizando a los trabajadores, situación ésta con la que nuestros sindicatos están absolutamente de acuerdo.


A los trabajadores se les obliga a entregar al Estado una porción mensual de sus ganancias legítimas, a cambio de que cuando ya no sean útiles para la economía productiva el Gobierno de turno les devuelva unas migajas, siempre que quede algo que repartir llegado el momento de su jubilación, claro. Cualquier trabajador acumula a lo largo de su vida un capital en cotizaciones sociales más que suficiente para disfrutar de una vejez confortable. Es un dinero que le pertenece, que ha ido entregando mes tras mes, y que el Gobierno dilapida con absoluta desvergüenza, en virtud de un proceso de reparto que acumula en sí mismo todas las características que definen a una situación como injusta, insolidaria e inmoral.

La izquierda en general, y los sindicatos en particular, deberían ser los primeros en denunciar la estafa piramidal que supone el actual sistema de previsión social por el daño que provoca en las clases más desfavorecidas. Sin embargo, son los que con más entusiasmo defienden un sistema que roba a los trabajadores el fruto de su esfuerzo, asustándolos con la absurda amenaza de que fuera de la Seguridad Social, tal y como está concebida, serían presa de la miseria.

Al contrario. El infortunio de los trabajadores es precisamente verse privados de su derecho a disfrutar en el ocaso de sus vidas del dinero que han ido acumulando mientras han formado parte del mercado de trabajo. Sólo hay que examinar cualquier otra alternativa para darse cuenta inmediatamente de que el sistema de pensiones es un robo que, encima, otorga a los políticos el poder de determinar el futuro de los pensionistas en función de sus cálculos electorales.

Los sindicatos, supuestos defensores de los trabajadores, no son más que los cómplices necesarios de la clase política para seguir manteniendo el embeleco de un sistema destinado a quebrar, no sin antes haber vaciado meticulosamente el bolsillo de los futuros perceptores. Si tuvieran vergüenza exigirían una reforma profunda del sistema de pensiones para realizar una transición al modelo de capitalización, el único que realmente es justo, solidario y decente. Por cierto, no podrían haber elegido mejor fecha para manifestarse que el 23-F. Tratándose de un ataque a la libertad de los ciudadanos es, desde luego, el día más indicado.


Libertad Digital - Opinión

Un veto inoportuno

EL Parlamento Europeo ha escogido mal la ocasión para empezar a ejercer sus nuevas prerrogativas. El veto al acuerdo sobre cesión de la información sobre transferencias bancarias a las autoridades de seguridad de Estados Unidos no sólo perjudica a la lucha antiterrorista -lo cual es extremadamente grave- sino que puede dañar en el peor momento las necesarias relaciones entre Washington y la Unión Europea como tal. A pesar de todos los argumentos que han salido a relucir en el pleno de Estrasburgo, el debate sobre el límite entre seguridad y libertades es algo que no estaba siendo discutido. Lo que se proponía a los eurodiputados no era que ratificasen un texto en el que hay mucho que mejorar en lo que se refiere al respeto a las leyes europeas de protección de datos, sino que aceptasen aplazar el voto para mantener en vigor este acuerdo provisional, de modo que hubiera habido una continuidad en la labor de las fuerzas de seguridad, sin interrumpir el proceso de negociación de un nuevo acuerdo en el que se pudieran recoger sus aspiraciones.

Con su actitud intransigente, sin embargo, los eurodiputados que han tumbado el acuerdo sobre la transferencia de los datos de SWIFT han debilitado las posibilidades de negociación de un futuro acuerdo y -mucho peor aún- han abierto la puerta a que Estados Unidos ignore deliberadamente a la UE y opte por volver a la política de tratados bilaterales con los 27 países por separado o sólo con algunos, lo que no puede considerarse una opción europeísta en ningún caso.

Censurar en el Parlamento Europeo este acuerdo de cooperación policial no es un gesto de rebeldía antinorteamericana como muchos han querido entender, sino, al contrario, se trata de un ataque contra un documento que -con sus indiscutibles defectos- había sido aceptado por la totalidad de los gobiernos de los países miembros, ante los que muchos diputados deberían tener que rendir cuentas. A fuerza de acostumbrarse a pronunciamientos estériles cuando carecían de poder real, se diría que algunos eurodiputados no han medido adecuadamente el alcance de una decisión que sólo puede beneficiar a los terroristas.


ABC- Editorial

Los sindicatos, de nuevo contra los trabajadores

A los sindicatos les interesa más conservar hoy sus privilegios que asistir dentro de unos años a la bancarrota de la Seguridad Social; no defienden los derechos de los trabajadores, sino sus propias prebendas.

Es un lugar común que los llamados "representantes de los trabajadores" o "agentes sociales" se han convertido simple y llanamente en partidos políticos que no concurren a las elecciones. Su influencia y su poder derivan de sus privilegios legales, de sus presiones sobre los gobiernos de turno y de su capacidad para empujar al país a la parálisis un día mediante la celebración de una huelga general a golpe de piquetes poco informativos.


Estos privilegios legales sobre los que asientan su potestad sobre los trabajadores, empresarios y, en general, el conjunto de los españoles proceden de ese mito socialista tan extendido de que el bienestar de los proletarios no depende de que durante los últimos cien años hayamos experimentado un crecimiento económico sin parangón en la historia, sino de la dura lucha sindical. Así, los sindicatos se convierten en unos actores idealizados que favorecen el progreso de las clases más desfavorecidas con su continua presión contra unos capitalistas explotadores.

En realidad, los sindicatos deberían ser simples representantes de los trabajadores, del mismo modo en que podría serlo una asesoría jurídica. Aquellas personas que quisieran ser defendidas por profesionales especializados en esta tarea podrían afiliarse voluntariamente y pagar por los servicios prestados. De este modo, los liberados sindicales serían empleados mantenidos sin coacción alguna por los trabajadores que realmente quieren ser representados.

Pero todo parece indicar, a partir de las bajísimas cifras de afiliación actual, que con este modelo basado en las relaciones voluntarias entre trabajador y sindicatos, la riqueza, poder y privilegios de estos últimos serían mucho menores que en la actualidad. De ahí que sea necesario alimentar recurrentemente ese mito de su lucha contra el recorte de "derechos sociales".

Así, ayer viernes los dos principales sindicatos de este país, CCOO y UGT, anunciaron que por primera vez se manifestarían contra el Gobierno ideológicamente afín de Rodríguez Zapatero. El motivo no es que las nefastas decisiones económicas de ZP y su frontal oposición a liberalizar el mercado laboral hayan abocado a este país a padecer unas cifras de parados que los 4,5 millones, sino que Zapatero, por una vez, amagaba con ser mínimamente responsable y reformar un sistema de pensiones insostenible.

Como ya puso de manifiesto en este periódico José Barea, uno de los mayores expertos de España en este tema, el sistema público de pensiones no podrá mantenerse en el tiempo a menos que sea sometido a una drástica reforma que pasa, en esencia, por incrementar la edad de jubilación y ajustar las pensiones al plazo y a la cuantía efectivamente cotizados por cada trabajador.

Obviamente, por mucha simpatía que guarden los sindicatos al PSOE, se hacía necesario algún tipo de reacción contra este ejercicio de realismo. No una huelga general como la que le montaron a Aznar en una situación infinitamente más favorable a la actual, pero sí algún tipo de acto que atrajera a las cámaras y a la prensa. Al fin y al cabo, los sindicatos no pueden permitir que la gente se dé cuenta de que los llamados derechos sociales no dependen de la voluntad de los políticos (configurada por las presiones sindicales), sino de la riqueza de una sociedad. Si, como dice el profesor Rodríguez Braun, un derecho social es aquel que tiene que pagar otro, parece claro que éstos sólo podrán mantenerse mientras haya gente que los pague.

Pero con las pensiones públicas y en un contexto demográfico adverso, no va a ser así, motivo por el cual, si es que el PSOE quiere mantener el sistema de reparto, hay que reformarlas. A los sindicatos, sin embargo, les interesa más conservar hoy sus privilegios que asistir dentro de unos años a la bancarrota de la Seguridad Social; no defienden los derechos de los trabajadores, sino sus propias prebendas.

De hecho, si los sindicatos estuvieran realmente preocupados por promover el bienestar general de la sociedad y muy particularmente el de las clases trabajadoras, haría tiempo que habrían reivindicado la transición hacia un sistema de capitalización, mucho más provechoso y rentable a largo plazo que el de pensiones.

Pero no, dado que la posición y las rentas que obtienen estas centrales sindicales no dependen del bienestar efectivo de aquellos a quienes dicen representar sino de preservar el mito del "buen salvaje sindical", seguirán alimentando a este último aun cuando atenten contra el primero. El próximo 23 de febrero volverán a hacerlo.


Libertad Digital - Editorial

Por qué no hay pacto

EN la condición de árbitro y moderador que le confiere la Constitución, el Rey está cumpliendo, desde hace meses y con acierto, su misión de hacer llamamientos a la unidad de todos los agentes políticos, sociales y económicos frente a la crisis. Sin embargo, el de pacto de Estado es un concepto político en proceso de degradación desde marzo de 2004. Después de los acuerdos de Estado en el segundo mandato de Aznar, desde la llegada de Rodríguez Zapatero al poder no ha sido posible uno solo sobre los grandes asuntos que conciernen al país (inmigración, educación o política territorial), a salvo el precario y poco ejemplar sobre la renovación del Poder Judicial. Las razones de este fraude político se están reproduciendo estos días en relación con la crisis económica, utilizada como ocasión propicia para que el Gobierno intente nuevamente buscar cómplices para su fracaso o corresponsables para sus culpas. España sufre la crisis económica desde hace dos años y, a pesar de la propaganda socialista, el PP ha apoyado las principales medidas de rescate bancario, estímulo del empleo y cobertura a los parados, y continuará apoyando las que considere acertadas para salir de la recesión. Así, el reproche que el PSOE dirige al PP de no arrimar el hombro es tan falso como los emplazamientos del PSOE a pactar una salida conjunta de la crisis. Si este ofrecimiento hubiera sido sincero, Mariano Rajoy no llevaría año y medio sin ser convocado por Zapatero para escenificar, al menos, una apariencia de predisposición al acuerdo. Si realmente hubiera habido voluntad de pacto, el Gobierno habría aparcado sus prejuicios ideológicos para convenir con el PP los Presupuestos Generales. Pero Zapatero prefirió, como siempre, a unas minorías -de intereses localistas- para aprobar unas cuentas públicas que el tiempo ha demostrado que eran una entelequia sin sentido. Si se quiere pacto, a ningún gobierno sensato se le habría ocurrido fustigar a los empresarios y encomendarse a las recetas de unos sindicatos aburguesados en la comodidad de la subvención y de la sumisa complicidad con el poder. El Gobierno es consciente de que no hay salida sin medidas traumáticas y busca coartadas para esconder su responsabilidad o, si sale bien, liderar el éxito. Pero llega tarde y tampoco se sabe bien qué quiere. Por eso no hay pacto. Y conviene no llevarse a engaño: el pacto no es la única salida a la crisis. La democracia goza de medidas purgantes como las elecciones anticipadas, la moción de censura o la cuestión de confianza para recibir el respaldo a un programa de medidas urgentes que no se puede seguir hurtando a los ciudadanos.

ABC - Editorial