domingo, 14 de febrero de 2010

Esas vidas desnudas. Por Arturo Pérez Reverte

Acaba de recordármelo una fotografía tomada tras el hundimiento de un edificio en Madrid: la huella de sus habitaciones y de las vidas que las poblaron, impresa en las paredes del edificio contiguo como en el corte vertical de una tarta de varios pisos, o esas antiguas casitas de muñecas que podían abrirse para ver el interior con muebles diminutos. Huellas de peldaños que ya no llevan a ninguna parte, fotografías enmarcadas, un sillón en precario equilibrio sobre una cornisa de suelo roto, un dibujo sujeto con chinchetas junto a una cama infantil, la pared del cuarto de un joven con diana de dardos en la pared, estante con libros y póster de grupo roquero... Restos de existencias arrancadas de allí por el azar, la desgracia, la mano oculta de un jugador desprovisto de sentimientos que mueve piezas en un tablero frío como el universo. Que mata, hiere, rompe, mutila, porque el bien y el mal se funden en su implacable simetría. En su terrible naturaleza. La imagen, que coincide con otras que llegaron hace poco de Haití, me transporta a tiempos y lugares donde esa clase de imágenes, por repetidas hasta la monotonía, ni siquiera eran noticia; sólo paisaje habitual a uno y otro lado de las calles por las que caminaba pisando cristales rotos, espantado no por el horror inmediato –a todo se hace uno con el hábito y la lucidez forzosa–, sino por la mano despiadada que había tajado sin que le temblara el pulso, con su cuchillo de carnicero cósmico, aquellos edificios y las vidas que contenían. La regla helada, impasible, que se advertía detrás de aquella desolación y aquel silencio.

También está la melancolía. Otro recuerdo de los suscitados por esa fotografía tiene que ver con un antiguo edificio que durante muchos años fue escenario de mi infancia familiar, y que más tarde, derribado casi por completo, mantuvo demasiado tiempo alguno de sus muros desnudos impúdicamente expuesto a la mirada pública, con mi memoria impresa en él, visible cada vez que me detenía allí: huellas de muebles, apliques de lámparas y cuadros en las paredes, empapelado, azulejos de la cocina, restos de baldosas y escaleras. Rastros de un paisaje entrañable, de juegos infantiles, de calor y de cobijo. Del paraíso perdido del que tarde o temprano te expulsa el tiempo. Ante aquel triste aspecto de un lugar para mí tan amado y conocido, cuyo plano y detalles podía –todavía puedo– reconstruir minuciosamente en la memoria, llegué a experimentar, a veces, intensos sentimientos de nostalgia. De pérdida irreparable. Y si en mi caso el despojo se debía exclusivamente a la convicción del paso de los años y la ausencia paulatina e inevitable de seres queridos –nada especialmente dramático cuando se considera con arreglo al orden natural de las cosas–, imagino el desconsuelo de quienes contemplan las huellas de sus propias vidas en las paredes de antiguos hogares después de sucesos trágicos, pérdidas graves, golpes brutales de los que aniquilan cuanto el ser humano posee, o cree poseer.

Ésa es la razón de que las imágenes de esas existencias desnudas, los cortes verticales de edificios descubiertos de un día para otro por catástrofes naturales, guerras o siniestros azares del destino, me conmuevan especialmente. Me pongan –disimulen la mariconada– algo blandito por dentro. Más, incluso, que los cuerpos sepultados bajo los escombros. Hay en esas paredes algo que revela la parte indefensa, y tal vez la mejor, del ser humano. De cualquiera. De todos. A ver qué miserable o canalla entre los millones que adornan el paisaje, por mucho que lo sea, no tiene un rincón noble en alguna parte. Una retaguardia íntima, privada, hecha, incluso para los peores entre nosotros, de afectos, lecturas, músicas, sueños, amores, ternuras. La habitación de un hijo, el dormitorio de una madre con su crucifijo en la pared, el póster del Ché, la foto de boda de los padres o los abuelos, el retrato de un niño que fue feliz o no lo fue, la cama donde se ama, se sueña o se tienen pesadillas, la estantería con libros que ayudan a vivir otras vidas, a planear futuros o a consolar pasados. Asomarme involuntariamente a esa parte al descubierto de cada uno de nosotros me conmueve e incomoda, pues hace vacilar la confortable certeza, tan útil en tiempos de crisis –y todos los tiempos lo son– de que el ser humano tiene siempre lo que se merece. Esa exhibición desconsiderada, impúdica, de tantas vidas desnudas, dispara también curiosos mecanismos de solidaridad frente al verdugo cósmico que juega con nosotros al ajedrez. Con fotografías como la que comento, con paisajes parecidos, o peores, que a mi pesar conservo en la memoria, me gustaría tener delante a ese jugador improbable y decirle: oye, desvergonzado hijo de la grandísima puta. A un ser humano se le mata, si tales son las reglas. De acuerdo. Pero no se le humilla. No se le desnuda así, en público, en lo que es y lo que fue.


XL Semanal

Ni pacto ni Estado. Por José María Carrascal

IGNACIO Camacho ha vuelto a dar en la diana al decir que para lograr un pacto de Estado se necesita tener algo que los españoles no tenemos: una idea común de Estado. Y una idea común de pacto, añadiría si me lo permite. Porque aquí todos hablan de pacto, pero nadie está dispuesto a admitir que los demás pueden tener una solución tan buena o mejor que la suya. Empezando por el Gobierno, que por boca de su presidente ha llegado a descalificar la fórmula del PP, no por razones económicas, sino ideológicas. La ideología anda en España hasta entre los pucheros. Así están ellos.

Pacto significa ceder algo para alcanzar algo, pero los españoles equiparamos cesión a derrota, hoy más que nunca, cuando intenta deshacerse incluso lo ya pactado. La Transición fue un pacto entre vencedores y vencidos de la guerra civil para desmontar el Estado salido de ella y establecer otro de nueva planta, en el que todos los españoles tuviéramos los mismos derechos y deberes, absolviéndonos mutuamente de los daños infligidos unos a otros.


Pero Zapatero llegó al poder con el propósito de liquidar la Transición para ajustar viejas cuentas, bajo el nombre genérico de Memoria Histórica. Rompiendo con ello el consenso alcanzado y haciendo imposible el compromiso en todos los aspectos de la política y de la vida. Cuando la vida se funda precisamente en el compromiso, que hemos de practicar a diario, no sólo con los demás, sino también con nosotros mismos.

Le ha servido en la política, metiendo al principal partido de la oposición, y con él a media España, en un lazareto, con la ayuda de los que no se sienten españoles. Pero cuando se ha dado de bruces con la economía, la cosa ha cambiado radicalmente. La economía no entiende de ideologías. No hay panes de izquierdas y panes de derechas, el pan es siempre el mismo. Lo que ocurre es que las derechas lo producen más barato. Y Zapatero se encuentra con que le faltan panes y le sobran parados, no quedándole otro remedio que pedir ayuda a los que metió en el lazareto para salir del pozo en que se ha y nos ha metido.

Entiendo perfectamente la renuencia del PP ante ese pacto, primero, porque mientras Zapatero no renuncie a su fórmula, que consiste en más subsidios y más parados hasta que los demás tiren de nosotros, no habrá recuperación. ¿Un ejemplo? Ahí lo tienen: ¿convenía apoyar sus últimos presupuestos, como reclamaba, inservibles a los dos meses? Sería como dar aguardiente a un alcohólico. Aparte de que se adjudicaría cualquier éxito que se alcanzase, negándoselo a los demás. Pactar, decía al principio, es ceder. Y Zapatero no ha dado la menor muestra de ceder en cinco años. Lo único que ha hecho es dividir y mentir. No sólo a Rajoy, a todos. Con alguien así, no se va a ninguna parte. Un pacto de Estado no es una emboscada.


ABC -Opinión

Golpe sindical. Por M. Martín Ferrand

HUBO un tiempo en que los trabajadores sintieron la necesidad de agruparse, de sindicarse, para hablar con una voz común, mejorar sus condiciones laborales y elevar el nivel de sus salarios. La fórmula fue mágica y buena parte del progreso social que disfrutamos viene de ahí. El Estado de bienestar, ese lujo colectivo de tan difícil mantenimiento, es fruto de aquella remota semilla sindical. En nuestros días, y en nuestro privilegiado mundo occidental, se han invertido las tornas y los trabajadores ya no pretenden un sindicato que les redima. Son los sindicalistas, lógicamente empeñados en mantener su poder, su privilegio y su empleo, quienes buscan trabajadores que les respalden y que, en gran falsificación representativa, mantengan viva como continuidad del pasado la ficción del presente.

Ese sindicalismo de cargo y pandereta, de subvención y bicoca, de liberados ociosos, necesita periódicamente, en especial si vienen mal dadas, exhibir su presencia con alguna ruidosa concentración que subraye la apariencia de su fuerza para poder mantener su acuñado y falsario estatus de «agente social». Cualquiera que no haya perdido el oremus democrático, y aun considerando la escasez representativa de nuestros muchos Parlamentos, puede sentirse más próximo a un diputado, nacional o autonómico, sea cual fuere su color, que a esos líderes de diseño y tosquedad impostora que, cuando ya no tenemos prole, mantienen un modelo sindicalista caducado para la defensa del proletariado. Para mayor desfachatez, tienden a ignorar a los parados y los inmigrantes, a quienes más necesidades acumulan y de quienes, con propiedad, puede hablarse de injusticia social. ¿Por qué les gustarán tanto a los sindicatos los funcionarios con un puesto de trabajo inexpropiable y los empleados de las difícilmente concursales empresas públicas?

En concordancia con lo dicho más arriba, los sindicatos quieren, para mantener sus costumbres, poner el grito en el cielo y ya anuncian manifestaciones multitudinarias -para mayor inri, el 23-F- en protesta contra un plan de reforma de las pensiones y retraso en la edad de jubilación que todavía no ha sido aprobado y que, dada la endeblez del Gobierno Zapatero, no es fácil que llegue a cuajar, como sería necesario, en una ley de drásticas rebajas en los derechos y de mayor exigencia en las obligaciones. Como si fuéramos europeos.


ABC - Opinión

El consenso inviable. Por Ignacio Camacho

EL triunfo más incontestable de Zapatero consiste en la liquidación del espíritu de la Transición como mecanismo fundacional de la democracia española. Para la nueva generación socialista que representa el presidente, el pacto constitucional no fue más que una claudicación más o menos forzosa de la izquierda, que por miedo o prudencia renunció a la ruptura para conformarse con una libertad imperfecta; por ello a lo largo del último sexenio el zapaterismo se ha aplicado a desmantelar de la vida pública cualquier vestigio de consenso que pudiese proporcionar cohesión institucional y política, y apoyándose en minorías radicales ha sustituido los acuerdos básicos entre mayorías para aplicar al Estado del 78 una agenda de deconstrucción rupturista.

Ésa es la razón cardinal que ahora vuelve inviable un acuerdo anticrisis bajo la dirección política del hombre que ha dinamitado todas las alianzas vigentes, tácitas o explícitas, para enrocarse en un acentuado divisionismo ideológico. La confianza mutua de los dos grandes partidos se ha quebrado al eliminarse el modelo común que sustentaba sus visiones de España. El espíritu de la ruptura ha devuelto a la vida pública española el trincherismo banderizo que la Transición supo evitar, y que consiste en la identificación del adversario como problema primordial; al pairo de ese hálito cainita, millones de españoles anteponen su deseo de derrota del rival -socialista o popular- al de la recuperación económica, o simplemente asimilan un objetivo con el otro. Un diabólico marco de encono civil que vuelve una quimera la colaboración en una tarea de reconstrucción nacional.

El bloqueo ha alcanzado ya incluso a la figura del Rey, cuyo margen de actuación se ve peligrosamente estrechado por las suspicacias sectarias. Ha bastado que el Monarca, alarmado por la severidad de una crisis que amenaza con un grave retroceso social y económico, se limite a cumplir con su función constitucional de arbitraje para que se desaten a derecha e izquierda violentos celos políticos que cuestionan la neutralidad de la Corona. La oposición entiende que las gestiones de Don Juan Carlos suponen un aval al Gobierno, y éste se siente madrugado en su capacidad de iniciativa pese a que no la ejerce. Ni por asomo contemplan unos ni otros la hipótesis de que esta iniciativa mediadora represente la única decisión de verdadera responsabilidad que alguien ha tomado aquí en los últimos tiempos.

Un pacto de Estado sería, sin duda, la solución más razonable a mayor o menor plazo para una crisis que ya no es sólo económica, sino política e institucional. El problema es que ese acuerdo resulta imposible con Zapatero de por medio, porque él es el alfa y la omega del conflicto, el principal factor de discordia. Y ésa es, exacta y desgraciadamente, la única vertiente del asunto que el Rey está obligado a no tener en cuenta.


ABC - Opinión

Ataque crucial en Afganistán

POR primera vez en los más de ocho años de guerra, la OTAN ha tomado la iniciativa junto al Ejército afgano y se dispone a intentar expulsar de zonas vitales de la provincia de Helmand a los talibanes que se han atrincherado cómodamente en sus posiciones. Por primera vez, las tropas occidentales, las norteamericanas más exactamente, han roto esta especie de tradición que suponía que en invierno se detenía la guerra porque los talibanes no podían moverse debido al mal tiempo y las fuerzas de la OTAN preferían no molestarles. En vez de esperar la tradicional ofensiva de primavera, por fin han sido las fuerzas occidentales las que determinan cuál es la dirección de la guerra. La decisión del general Stanley McChrystal es el paso más relevante que se ha dado en Afganistán desde el derrocamiento de los talibanes.

Después de que la comunidad internacional hubiera asumido en la Conferencia de Londres los planes del presidente afgano, Hamid Karzai, para negociar con los insurgentes que acepten dejar las armas e integrarse pacíficamente en la vida política del país, era necesario enviar a los talibanes un mensaje claro y contundente como éste para que la oferta no se pudiera interpretar como un síntoma de debilidad. Que los soldados afganos participen en primera fila en esta ofensiva constituye también un examen de su capacidad para llegar a hacerse cargo de la seguridad de su propio país. El presidente norteamericano, Barack Obama, ha aprobado una estrategia que tiene como objetivo permitir a las tropas occidentales contemplar una salida a medio plazo. Pero para ello es necesario que antes quede claro que la OTAN no está dispuesta a salir de allí sin haber cumplido su misión.

El ataque lanzando ayer no está exento de riesgos, pero desde el puno de vista militar era lo que había que hacer. Es muy probable que a los talibanes no les haya cogido por sorpresa y que tengan preparada su respuesta, sobre el terreno o en forma de atentado terrorista, en esta u otra zona, incluyendo las áreas donde se encuentran las tropas españolas. Sin embargo, para Estados Unidos y la OTAN el éxito en esta ofensiva es vital y de ello dependerá el destino de la guerra.


ABC - Editorial

Por qué la reforma laboral está condenada al fracaso . Por Carlos Sánchez

La histéresis es una propiedad de los metales bien conocida por los físicos. Se suele definir como la tendencia de un material a conservar una de sus propiedades en ausencia del estímulo que la ha provocado. El ejemplo más conocido tiene que ver con el hierro, capaz de mantener su magnetismo una vez que el campo magnético que ha suscitado esa propiedad ha sido retirado, por ejemplo, un imán.

No sólo los físicos utilizan este vocablo. Los expertos laborales vienen hablando desde hace muchos años de la histéresis en el mercado de trabajo, que se produce cuando una economía es incapaz de crear empleo aunque cambien las circunstancias económicas que explicaron la destrucción de puestos de trabajo. Eso es, precisamente, lo que ocurrió en España durante los primeros años 90, cuando el mercado de trabajo era insensible al nuevo contexto macroeconómico y seguía comportándose como si la economía continuara en recesión.


Por aquel tiempo, España sólo volvió a crear puestos de trabajo en el segundo trimestre de 1994, cuando el PIB aumentaba ya a un ritmo elevado: nada menos que el 2,6% en términos anuales, una quimera en las circunstancias actuales. En ese trimestre se crearon 98.000 empleos, pero después de haber perdido casi un millón de ocupados, lo que dice muy poco en favor de la economía para salir de la inercia de la recesión. Con razón, muchos expertos decían en aquella época que el mercado de trabajo español estaba ‘enfermo’.

«Las expectativas son fundamentales y una reforma laboral diferida en el tiempo conducirá a muchos empresarios a retrasar la posibilidad de nuevas contrataciones»

La enfermedad se curó con reformas laborales y económicas, pero sobre todo con la entrada en euro, que obligó a España a hacer políticas económicas sensatas ajenas al tipo de cambio para ganar competitividad, las célebres devaluaciones. Algo inusual en un país que ha despreciado sistemáticamente el rigor presupuestario, al menos desde que hace un siglo Fernández Villaverde ocupara la cartera de Hacienda.

Pero hete aquí que el Gobierno acaba de presentar una reforma laboral sorprendente. Sorprendente no por su contenido -que también- sino por el hecho de que al no aplicarse de forma inmediata va tener efectos perversos sobre el empleo. Todo el mundo sabe (y la vicepresidenta económica también) que los agentes económicos se mueven por expectativas, presumiblemente racionales. Y por eso cabe pensar que una reforma laboral diferida en el tiempo conducirá a muchos empresarios a retrasar la posibilidad de nuevas contrataciones. Precisamente porque de esta manera podrán aprovecharse de la nueva legislación, que se supone será más beneficiosa para sus intereses.

Se trata de una distorsión innecesaria que habría podido evitarse si el Gobierno hubiera publicado ya en el Boletín Oficial del Estado -y a modo de terapia de choque- algunos de los temas menos polémicos de la reforma, como es la extensión del contrato de fomento indefinido a toda la población laboral. Las reformas laborales son como las devaluaciones, no se anuncian, y hay que publicarlas cuanto antes en el BOE precisamente para evitar distorsiones. Como por cierto ha hecho Fomento en su pelea con los controladores.

¿Quiere decir esto que hay que gobernar a golpe de decreto? Desde luego que no. La historia ha demostrado que las reformas avaladas por sindicatos y empresarios son más eficaces que las que nacen sin apoyo social. Pero eso no es incompatible con la acción gubernamental.

Una reforma continuista

La falta de premura del Gobierno es todavía más preocupante si se tiene en cuenta que estamos ante una reforma laboral continuista que no va a resolver el problema de fondo del mercado laboral: la famosa dualidad entre contratos indefinidos y eventuales. El profesor Samuel Bentolila, uno de los mayores expertos laborales de este país, ha hecho una lúcida disección en Nada es Gratis y no estaría de más que alguien se la hiciera llegar al presidente del Gobierno.

¿Y por qué se mantendrá la dualidad en el mercado de trabajo? Básicamente porque la reforma no actúa sobre la jungla de contratos que existe actualmente; lo cual, dicho sea de paso, sólo favorece a quienes pululan en torno al mercado de trabajo y que sólo encarecen el factor trabajo. La actual legislación da carta de naturaleza a nada menos que una veintena de modalidades de contratación que en su inmensa mayoría deberían ser eliminadas, y cuya aplicación inunda los juzgados de lo social por la alta litigiosidad. Provocando, además, unos fraudes de ley que ningún Gobierno está en condiciones de abordar, salvo que corra el riesgo de colapsar los tribunales, y claro está, después de contratar a miles de inspectores de trabajo para acabar con los abusos en el encadenamiento de contratos. Habría que caminar, por lo tanto, hacia un modelo más simple en el que convivan tres únicas modalidades de contratación.

La primera debería englobar a todo tipo de circunstancias laborales incorporando una indemnización creciente en función de los años trabajados. Se trataría de un contrato sin causalidad en su ejecución pero en todo caso garantizando el control judicial cuando la extinción del contrato afecte a derechos fundamentales. La segunda modalidad iría destinada a mantener los actuales derechos adquiridos de los trabajadores con contrato indefinido ordinario, los célebres 45 días. Y la tercera tendría que ver con una regulación específica dirigida a encauzar el empleo de jóvenes con menos de 30 años vinculada a programas de formación y ligado a actividades empresariales. Con el objetivo de que estos colectivos no se conviertan en mano de obra barata simplemente por razones de edad.

El ejemplo holandés

El pensar que el contrato a tiempo parcial es la solución es puro voluntarismo. Este tipo de contratos sólo triunfan en países con un mercado laboral sano -caso de Holanda- en el que hay flexibilidad entre oferta y demanda de empleo, lo que permite que un trabajador permanezca poco tiempo en situación de paro. Y por eso Holanda es el país que mejor ha campeado el temporal del empleo. No es el caso español, donde la inmensa mayoría de los contratos a tiempo parcial se hacen para ahorrar costes, y no porque los trabajadores quieran estar ocupados menos tiempo que la jornada laboral ordinaria. O dicho en otros términos, la mayoría de los empleados quisiera trabajar más horas pero no pueden hacerlo.

Para lograr esa flexibilidad no hay más remedio que legalizar de una vez por todas las agencias privadas de colocación, lo cual permitía reforzar el papel de los servicios públicos de empleo, reorientando sus funciones hasta convertirlos en grandes centros de formación de los trabajadores.

Se echa en falta, igualmente, una actitud más decidida en favor de eliminar el farragoso sistema de bonificaciones que sólo ha servido para rebajar las cuotas sociales por la puerta de atrás, y que no han servido para crear empleo. Desde luego que hubiera sido más eficaz destinar los 10.000 millones de euros largos que se ha gastado este país en los últimos tres años en todo tipo de bonificaciones a rebajar las cuotas de la Seguridad Social, pero de forma general y no de manera arbitraria.

Lo peor que puede hacer este país es una vez más poner paños calientes a la reforma laboral y confiar en que el incremento de la actividad derivado de la normalización económica en Europa -que se producirá- resuelva los problemas. Si se opta por ese camino, el batacazo en la próxima recesión está asegurado.


El Confidencial - Opinión

La OTAN, al ataque

Invertir la relación de fuerzas en Afganistán es la condición para cualquier salida política.

La OTAN ha lanzado en la localidad afgana de Marjah la ofensiva más importante desde el inicio de la guerra en 2001. Según la previsión de los mandos militares, el desenlace podría demorarse varios días o incluso semanas, pero las fuerzas internacionales, apoyadas por un contingente afgano de 1.500 efectivos, prevén proseguir las operaciones hasta hacerse con el control de este enclave estratégico para los talibanes. Además de su importancia en el comercio del opio, una de sus principales fuentes de financiación, la región de Marjah ha ido consolidándose desde el inicio de la guerra como arsenal y base logística en la que los talibanes han adiestrado a buen número de sus combatientes. Hasta este ataque, se trataba de un territorio en el que las fuerzas internacionales no se aventuraban.


Las operaciones en curso obedecen a dos lógicas distintas aunque inseparables. El presidente Obama necesitaba dejar patente a efectos internos su condición de comandante en jefe, desmintiendo las acusaciones de que su apuesta por la vía diplomática en contenciosos como el de Irán, o por la de la negociación con algunos grupos talibanes, según se acordó en la reciente conferencia de Londres, era consecuencia del temor o la debilidad. Desde la estricta lógica militar en la conducción del conflicto afgano, Obama necesitaba, además, pasar a la ofensiva contra los talibanes para deshacer cualquier equívoco que pudiese llevar a interpretar la retirada prevista en 2011 como una derrota y también para que el relevo en las tareas de seguridad se produzca en las mejores condiciones para las tropas dependientes de Kabul.

Sobre el terreno, el ataque supone un intento de romper la asimetría con que venía desarrollándose la guerra y que favorecía sobre todo a los talibanes, militar y políticamente. Hasta ahora, las fuerzas internacionales parecían condenadas a mantenerse en posiciones defensivas y resistir el acoso de los talibanes; ahora son los talibanes quienes están obligados a adoptarlas para no perder un territorio que les resulta imprescindible a la hora de sostener su estrategia de desgaste, ensayada durante los años de invasión soviética. Si logran rechazar la ofensiva, la OTAN tendrá serias dificultades para imponerse antes de la retirada en 2011.

Pero si los talibanes pierden Marjah, las fuerzas internacionales habrán logrado algo que ha faltado dramáticamente en esta guerra: la obtención de una victoria precisa porque precisos eran, a su vez, los objetivos perseguidos. Se trata, pues, de una ofensiva que puede resultar trascendental para el desenlace de la guerra. También para el futuro de la región: Obama necesita recomponer cuanto antes la capacidad de disuasión convencional del Ejército más poderoso del mundo. La estrategia de "la guerra contra el terror" no calculó las consecuencias de permitir que quedase atrapado en escenarios como el iraquí o el afgano, dando ocasión a que proliferasen otras amenazas.


El País - Editorial

UE: una moneda única requiere un gobierno económico único

El derrumbe de la economía griega evidencia la incapacidad de Bruselas para imponer medidas correctoras a sus socios.

EL DERRUMBE de la economía griega, más allá de corroborar que los sucesivos gobiernos helenos han hecho pésimas políticas durante años, pone de manifiesto uno de los fracasos de la Unión Europea, incapaz de imponer medidas correctoras a sus socios que permitan mantener la estabilidad y armonía económica del conjunto.

Era sabido que Grecia caminaba directamente hacia el precipicio: hace un lustro que su deuda pública se mueve por encima del 100% del PIB. Sin embargo, a esa gestión suicida las autoridades europeas sólo han respondido con amonestaciones retóricas, aunque es cierto que los Estados miembros de la UE son naciones soberanas e independientes y por tanto la capacidad de presión sobre ellos es limitada.


La perversidad de la actual situación es que los países que cumplen con los planes de estabilidad y mantienen una política económica rigurosa se ven obligados a salir al rescate de aquellos otros que por la mala gestión de sus gobiernos crean zozobra en el sistema. Se trata de una realidad manifiestamente injusta, que fomenta además que haya gobiernos manirrotos, dado que pueden confiar en que siempre habrá quien llegue en su auxilio.

No es de extrañar, por ello, que líderes como Sarkozy vengan reivindicando la necesidad de crear un gobierno económico de la UE. Zapatero dio un paso inspirado en esa filosofía cuando, coincidiendo con la inauguración oficial del semestre de la Presidencia española, reclamó que pudieran concretarse unos objetivos económicos obligatorios para todos los países de la UE, cuyo cumplimiento fuera exigible bajo la amenaza de sanciones.

La propuesta de Zapatero fue recibida con críticas de algunos Gobiernos europeos, como el alemán, pero seguramente más por una cuestión de forma y de matices que de fondo: la medida no se había pactado previamente, olvida que la UE es incapaz de imponer ahora ese tipo de decisiones y obvia la poca legitimidad de España para levantar la mano y pedir multas, dado que, llegado el caso, seríamos de los primeros en tener que rascarnos el bolsillo.

Aunque las críticas recibidas llevaron entonces a miembros del Gobierno español a asegurar que Zapatero nunca habló de sanciones, la verdad es que, cada día más, se abre paso la idea de que hay que cambiar la situación actual. En la opinión pública alemana o francesa, por ejemplo, empieza a cundir el hartazgo por el agravio que supone que, mientras unos gobiernos europeos se aprietan el cinturón, otros insisten en políticas insostenibles de gasto público, incapaces de asumir la impopularidad de las necesarias medidas de ajuste.

La ayuda que la UE va a prestar a Grecia puede marcar un punto de inflexión en la manera en la que ha venido dirigiéndose la política económica en el continente. Por primera vez, los técnicos de la Comisión europea van a ejercer un control detallado sobre las cuentas de un país miembro. Las cosas han ido demasiado lejos y, a cambio del salvamento financiero, se va a exigir austeridad y seriedad en la gestión.

Y es que, puesto que Europa ha dado el paso de tener una moneda única, lo razonable sería que hubiera un único gobierno económico para toda la eurozona. De esa forma se acabaría con la asimetría actual que generan las distintas políticas financieras y laborales, y también con el libertinaje que en esta materia exhiben algunos Ejecutivos, especialmente sangrante en épocas de vacas flacas.

No es de recibo, por ejemplo, que el plan de austeridad del presidente Zapatero se haya quedado este año en el 8,5% de lo prometido a Bruselas, cuando España tiene un déficit público del 11,4% del PIB. Por eso, sólo imaginar a una Merkel o a un Sarkozy liderando la política económica de Europa sería un alivio y un acicate para muchos países y para millones de ciudadanos.


El Mundo - Editorial

Zapatero nos avergüenza ante las víctimas

Las víctimas del terrorismo han pedido a los políticos que “no caigan en la confusión entre víctimas y verdugos”, algo por desgracia muy usual cuando los objetivos políticos de un partido sin escrúpulos se imponen a cualquier imperativo moral.

A José Luis Rodríguez Zapatero siempre le han molestado profundamente las víctimas del terrorismo. Incapaz de mostrar la mínima empatía con los que más han sufrido por atentados terroristas, su tarea desde que llegó al poder ha sido siempre hacerlas desaparecer del escenario público. Probablemente porque ellas son, con su ejemplo, la prueba sufriente de que no se puede pactar bajo ninguna circunstancia con asesinos.



Zapatero ha conseguido desactivar a la asociación que aglutinaba a la mayor parte de nuestras víctimas del terrorismo, y protagonizó la más vergonzosa rendición del Estado de Derecho ante un la ETA en el llamado “proceso de paz”, sin que hasta el momento haya mostrado el menor arrepentimiento, ni por lo uno ni por lo otro. Pero no era suficiente. Hacía falta demostrar una vez más su profundo desprecio hacia la parte más noble y sufrida de la sociedad española, negándose no ya a acudir al VI Congreso Internacional celebrado esta semana en Salamanca, sino tan sólo a acusar recibo de las invitaciones que la organización le ha hecho llegar de forma reiterada.

Sólo el anuncio de la presencia de los Príncipes de Asturias le disuadió de llevar a cabo su plan inicial de enviar a un cargo político de tercera fila. En el último momento, y forzado por las circunstancias, envió al ministro de Justicia, precisamente el hombre más cuestionado por las víctimas tras el episodio del chivatazo del Bar Faisán, un nuevo desdén que han debido sufrir por parte del Gobierno socialista, cuya propensión al desprecio hacia los familiares de nuestros asesinados parece inagotable.

Pero la sociedad española no olvida fácilmente a las víctimas del terrorismo, como lo demuestra el éxito de participación en el congreso y el emotivo acto celebrado en la Plaza Mayor de Salamanca, con la asistencia de miles de ciudadanos anónimos que quisieron de esta forma manifestar su apoyo y respeto hacia los que han sufrido en sus carnes y sus familias el azote terrorista.

Víctimas del terrorismo de todo el mundo presentes en el congreso han pedido a los políticos que “no caigan en la confusión entre víctimas y verdugos”, algo por desgracia muy usual cuando los objetivos políticos de un partido sin escrúpulos se imponen a cualquier imperativo moral. El caso de los familiares de los asesinados por el terrorismo montonero de Argentina es, en esta tesitura, tal vez el ejemplo más flagrante de las simas de abyección a las que puede descender un Gobierno que premia a los asesinos con cargos políticos y los ensalza por sus acciones, mientras niega a los asesinados y sus descendientes el derecho a existir en la esfera pública.

Ningún gesto de apoyo, respeto y cariño hacia las víctimas será nunca suficiente, y quien quiera hacer una distinción entre ellas por motivos ideológicos o de cualquier otro tipo estará haciéndoles un favor a los asesinos. Por otra parte, la voz de los que han sido mutilados o han perdido un familiar por acciones terroristas ha de ser escuchada siempre en primer lugar , pues una paz que la condene al olvido sólo será una rendición. Por nuestra parte, y con toda modestia, seguiremos defendiendo su memoria y su dignidad. Las mismas que Zapatero les viene negando desde hace ya seis años.


Libertad Digital - Editorial

El suelo se mueve en el socialismo

LO que menos podía esperar la dirección socialista nacional es que el más pesimista de los diagnósticos acerca del gobierno tripartito catalán pudiera venir de dos pesos pesados del socialismos catalán: Ernest Maragall y Antoni Castells, consejeros de Educación y Economía, respectivamente. Ambos defendían el agotamiento de la coalición del PSC con Esquerra Republicana e Iniciativa por Cataluña. Incluso Maragall se refirió a la «fatiga» ciudadana por el tripartito que dirige Montilla. Esta doble confesión no sólo demuestra la debilidad que atraviesa el Ejecutivo autonómico, cada vez más rezagado de CiU en las encuestas, sino también la caducidad de la obra cumbre de Rodríguez Zapatero, el «pacto del Tinell», aquella alianza del socialismo con el nacionalismo extremista para perpetuarse en el poder. Por eso, las críticas de Maragall y Castells afectan al proyecto ideológico que ha vertebrado la política de coaliciones de Rodríguez Zapatero, que ya empezó a quebrarse en el País Vasco, con el apoyo del PP a Patxi López.

El episodio va más allá de una crítica coyuntural. El PSOE sigue sin orden ni concierto en las comunidades de Madrid y Valencia. Su gobierno en Baleares pende de un hilo. En Andalucía se ha dividido entre seguidores de Chaves y Griñán. Un histórico del socialismo vasco, Jesús Eguiguren, alecciona en público a Zapatero. Los socialistas canarios buscan sustituto a la fracasada apuesta de López Aguilar. Y el presidente manchego, José María Barreda, sigue reclamando un cambio de gobierno. No hacen falta muchas más pruebas para constatar la inestabilidad del PSOE, que en poco menos de año y medio tendrá que enfrentarse a los comicios catalanes y a las elecciones autonómicas y locales de 2011.

Este escenario de nerviosismo e inseguridad es lo que ha intentado neutralizar la dirección socialista con los llamamientos a la unidad interna en las sucesivas reuniones del Comité Federal y de los grupos parlamentarios; y, sobre todo, con la renovada estrategia de señalar al PP como culpable de que no haya un gran acuerdo contra la crisis. Sin embargo, estos síntomas de agotamiento interno ya no tienen tanto que ver con la necesidad de un chivo expiatorio externo, sino con la incipiente desconfianza en los mandos socialistas sobre las posibilidades electorales de Rodríguez Zapatero para 2012. Que algunos líderes del PSC se hayan sumado públicamente a esta exhibición de dudas -aunque sea con una lectura sólo catalana-, supone para el PSOE una pésima noticia en su mejor granero de votos.


ABC - Editorial