domingo, 21 de febrero de 2010

Conferencias chungas. Por Arturo Pérez Reverte

El truco funciona. A uno se le ocurre un ciclo de conferencias sobre un asunto cualquiera, con más o menos gancho. Por ejemplo: La carga de la caballería austrohúngara y su influencia en la menopausia de la pava. Acto seguido, acude a la concejalía del ayuntamiento de turno, al banco de su pueblo, a la fundación o ministerio que pille más cerca. A cualquier sitio donde haya viruta disponible para estas cosas. Allí dice buenos días y plantea la cosa. El cebo para incautos. Traeremos, asegura, al último premio Nobel de Física, a Mario Vargas Llosa, a Elsa Pataky y al presidente Obama si consigue despejar un poco la agenda. Un ciclo de conferencias con mesas redondas y coloquio en el aula de cultura de Caixa Boixos Nois, que va a ser la pera limonera. Eso sí: cuesta tanto. Con suerte, si la entidad correspondiente tiene viruta disponible para el evento y el pájaro se lo curra con persuasión, habilidad y un cuñado concejal, que siempre ayuda mucho, la respuesta es afirmativa. De acuerdo, dicen. Ahí va la tela y móntalo. La foto del alcalde o el consejero, o quien suelte la mosca, con la Pataky, incluso con Obama, vale esa pasta y más. Y aunque no haya foto, en el anuario del ayuntamiento, la fundación o la entidad, quedará de perlas. Pero ojo que son caros, advierte el gestor del asunto. Obama, por ejemplo, cobra un huevo de la cara, y hay que pagarle el hotel y el billete en primera, y las horas extras de los guardias municipales que se encarguen de la seguridad. ¿Y eso a cuánto sube?, preguntan el alcalde, el concejal o el consejero tragando saliva. A tanto, dice el otro. Pero no te preocupes. Te hago un presupuesto general por el ciclo completo y lo arreglamos.

El siguiente paso es anunciarlo a bombo y platillo: «El premio Nobel de Física, Vargas Llosa, Elsa Pataky y Obama bin Laden –gazapo del periodista local, que es medio sordo– participarán en el ciclo de conferencias Tal y Cual». Con eso queda cubierto el objetivo principal: justificar la pasta trincada por el listillo y tener un dosier de prensa. Por supuesto, a esas alturas no se ha contactado todavía con ninguna de las personas anunciadas; ni siquiera con sus secretarios, agentes o lo que sea. Con el tiempo, cuando llega la fecha, se hacen algunas gestiones, sin matarse mucho, a través del amigo de un amigo. Y claro. La editorial de Vargas Llosa responde que el autor está presentando un libro en Sydney, el agente de la Pataky dice que rueda una película con Viggo Mortensen, y cosas así. Del Nobel de Física no consiguen ni el teléfono; y de Obama, lógicamente, no vuelve a hablarse más. Al fin se inaugura el ciclo de conferencias con la agradable presencia supermegamediática de María Antonia Iglesias, de un noruego al que no conoce ni su padre pero que se apellida Bjornasmullersön y escribe novelas policíacas, de una pedorra de Gran Hermano y de un poeta local, finalista del premio Villaconejos con el soneto Eres mala, Pascuala. Y cuando el público asistente, mosqueado con el elenco, pregunta qué pasó con los conferenciantes anunciados, los organizadores, poniendo cara de circunstancias, responden: «Es que, a última hora, Vargas Llosa nos dejó tirados».

Cuento todo esto porque, en plan mucho más modesto –nadie me apunta a ciclos con Elsa Pataky, aunque ya me gustaría–, me ocurre a menudo, como a unos cuantos más que conozco: académicos, escritores y gente del cine. Pregúntenle a Javier Marías, por ejemplo. O a Saramago. De pronto un amigo comenta que en tal o cual sitio vas a dar una conferencia de la que no tenías ni remota idea, y luego te manda el recorte de prensa o el enlace de Internet anunciando día y hora de tu intervención. Y te quedas a cuadros. Lo último mío es un ciclo taurino organizado en Sevilla, con firma incluida de manifiesto a favor de la fiesta, donde figura mi nombre junto a los de Enrique Ponce y Cayetano Rivera; cosa que me honra mucho, pero de la que no tenía noticia. Y sigo sin tenerla. Otros casos son más irritantes. Hace poco me enteré por un periódico de que iba a dar una conferencia en Ponferrada, dentro de un ciclo sobre el reino medieval de León, nada menos. Y el verano pasado, cierto hijo de la grandísima puta, cuyo nombre reservo cuidadosamente para cuando se ponga a tiro –entonces quizá salgamos otra vez los dos en los periódicos–, organizador de uno de esos ciclos fantasma, tuvo la desfachatez de justificar mi inasistencia a una conferencia, de la que nunca tuve noticia previa, afirmando que a última hora me había echado atrás al no satisfacerse mis «elevadas condiciones económicas»; cuando es notorio, entre quienes me tratan, que en las rarísimas ocasiones en que me presento en público lo hago sin cobrar un euro. Por la cara.

Así que ya lo saben. Cuidado con las conferencias chungas. Muchos organizan esas cosas –importantes y necesarias, por otra parte– con seriedad y rigor. Pero también hay golfos oportunistas que las convierten en negocio personal. En una estafa como otra cualquiera.


XL Semanal

La sonrisa del asesino, una burla para las víctimas

Muchos se preguntarán, viendo las fotografías en las que De Juana sonríe por su nueva vida en Belfast, si la justicia española agotó todas las vías para evitar la salida de un terrorista que nunca se arrepintió de sus crímenes.

EL MUNDO reproduce hoy varias fotografías del asesino De Juana Chaos con su mujer en Belfast. En una de ellas, ambos se miran con arrobo y sonríen de felicidad. El etarra disfruta de la vida en la capital de Irlanda del Norte gracias a la ayuda del Sinn Fein -o sea del IRA- y del subsidio que le paga el Gobierno regional, mientras se decide la petición de extradición formulada por la Justicia española.

Hemos sabido que un juez le acaba de denegar un permiso para conducir un taxi en una empresa de la antigua banda terrorista irlandesa por ocultar sus antecedentes penales.

Las familias de sus 25 víctimas y muchos lectores de EL MUNDO sentirán una lógica indignación al constatar como el terrorista que, tras el asesinato del matrimonio Giménez Becerril en 1994, comentó que «los lloros» de las familias de las víctimas de ETA «son sus sonrisas» vive ahora cómodamente en Belfast tras haber alegado que sufre jaquecas para eludir la acción de la Justicia española.


El futuro de De Juana depende en estos momentos del pronunciamiento de un juez irlandés, que tiene que decidir si concede la extradición para que sea juzgado por la Audiencia Nacional por un delito de enaltecimiento del terrorismo, cometido en agosto de 2008 en el homenaje que se le prestó al salir de la prisión. Él no estaba presente pero se leyó un texto en su nombre en el que asumía las consignas del histórico Txomin.

La cuestión que suscitan las fotografías que publicamos hoy es si la Justicia española agotó todos los medios legales para evitar la salida de la cárcel de este asesino que jamás se ha arrepentido de sus crímenes y que fue condenado a 3.129 años de prisión.

De Juana fue juzgado en base al Código Penal de 1973, que establecía un máximo de cumplimiento por todas las penas de 30 años. Esta cifra podía ser sustancialmente reducida por la prestación de trabajo y servicios sociales, de suerte que este etarra -jefe del comando Madrid- entró en la cárcel en enero de 1987 y tendría que haber salido en 2005 si no fuera porque fue acusado de otro delito de amenazas a funcionarios de prisiones. Pagó en total 18 años por 25 asesinatos, lo que supone 8 meses por cada uno de sus crímenes.

De Juana tuvo que seguir en prisión porque la Audiencia Nacional le condenó a 12 años y siete meses por dos artículos aparecidos en Egin en los que amenazaba de muerte a funcionarios de prisiones. En plena tregua, el 12 de febrero de 2007, el Supremo rebajó su condena a tres años a petición de una Fiscalía que defendía entonces que «las togas se tenían que manchar con el polvo del camino».

El etarra comenzó después su segunda huelga de hambre hasta que el 1 de marzo de 2008 Interior le concedió la prisión atenuada y fue trasladado a un hospital de San Sebastián. El 2 de agosto salió de la cárcel a la que había regresado y se marchó ilegalmente a Irlanda del Norte, dejando pendiente la causa por la que ahora se le reclama.

A la luz de este relato, resulta evidente que De Juana se benefició del garantismo de nuestro Estado de Derecho y, muy especialmente, del clima político en el que el Supremo le redujo el castigo de 12 años a solo tres y Zapatero cedió parcialmente a su chantaje.

De Juana hubiera cumplido los 30 años de prisión íntegros de habérsele aplicado la doctrina Parot, por la que las reducciones de penas se establecen respecto a cada una de ellas de forma individual. Pero esta doctrina fue aprobada por el Supremo un año después del cumplimiento de su castigo.

Tras su última reforma, el Código Penal establece una pena efectiva de 40 años en prisión por los asesinatos cometidos por terroristas, pero De Juana tuvo la suerte de ser juzgado por otra legislación mucho más benévola, beneficiándose del principio de no retroactividad de las leyes penales.

Si el Supremo no le hubiera reducido el castigo por amenazas en el contexto de la tregua de ETA y si la doctrina Parot se hubiera aplicado un año antes, De Juana estaría hoy en la cárcel. Había posibilidades legales de retener en prisión a este frío e irredento asesino, pero a los jueces les faltó sensibilidad y a los políticos, voluntad.

Ya sólo cabe trabajar para conseguir su extradición y que vuelva a ser juzgado por la Audiencia Nacional. Entre tanto, esa sonrisa burlona de su rostro provocará el llanto de más de una de sus víctimas y seguirá produciéndonos tristeza a todos los demócratas.


El Mundo - Editorial

Y ahora, el despilfarro de la TDT. Por Antonio Burgos

CUANDO empezaba la televisión en España, José María Pemán contó una historia muy divertida de una tía suya, me imagino que una Pemartín, de los Pemartín de Cádiz de toda la vida. Todo el Cádiz burgués se estaba comprando un televisor. Marca De Wald, que era la más famosa en Cádiz, hasta el punto que sacó la primera chirigota de sólo mujeres de la mano del genial Austin González «El Chimenea», a quien he citado aquí únicamente como inventor del pelachicharos, del partebabetas y del ablandacoles. El Chimenea, pues, no sólo inventó esos prodigios de la nueva cocina pre-Bulli y pre-Basque Culinary Center, sino la igualdad de género en el Carnaval con el «Show De Wald», un mojón pa ti, Bibiana Aído.

Contaba Pemán que aquella tía suya no quiso comprarse un televisor, al contrario que todas sus amigas. Y como le preguntaron la razón de su negativa, les dijo:

-Hijas, ¿cómo voy yo a meter en mi casa un aparato que me va a llenar la salita de gente que no conozco de nada y que no me ha presentado nadie?

Le pasaba a la tía de Pemán como a la abuela de Isabel mi mujer, que cuando tras el Concilio Vaticano II comenzó el rito de darse la mano en la paz en misa, le dijo a la señora que estaba a su lado en la parroquia y que le tendía la suya:

-Perdone, pero ¿la conozco yo de algo para que me salude usted?

A mí me ha ocurrido ahora como a la tía de Pemán en Cádiz y como a la abuela de Isabel en Pueblonuevo del Terrible. Sin que nadie me la haya presentado, se me quiere meter en la salita una tía a la que no conozco de nada y que no tengo el menor interés de que entre en casa: la TDT. Esa televisión nueva con nombre de insecticida. ¿No estaba prohibido el DDT? ¿Por qué entonces es ahora obligatoria su prima hermana la TDT, que tiene nombre como de matar cucarachas?

Y encima, amenazando. Y encima, sin contar con nadie, cada dos por tres te sale en la pantalla de la TV un faldón conminatorio que te dice que a partir del 10 de marzo no hay tu tía sin TDT. ¿No era después de Semana Santa? Vamos a ver, ¿en qué pleno del Congreso de los Diputados se ha aprobado que tengamos que tirar ya mismo los televisores actuales a la basura o gastarnos un dinero en el adaptador de la TDT? Para cosas mucho menos importantes en nuestras vidas se exige una ley orgánica, y ahora esa dictadura tecnológica la imponen por una razón españolísima: porque sí. ¿O es una directiva europea? Peor todavía, unos gachós de Bruselas a los que no ha votado nadie ni ha elegido nadie y que nos están cambiando nuestros modos de vida del modo más dictatorial.

¿Cuánto nos va a costar el cambio a la TDT? ¿Le ha metido alguien el lápiz? ¿Qué necesidad había, con lo bien que se ve la tele con mi televisor de toda la vida, de pantalla ancha, bien profunda, para que mi gato Remo se pueda poner encima calentito a dormir la siesta mientras de vez en cuando le echa una miraíta abajo, a lo de Belén Esteban? Con la crisis que hay, ¿tiene España posición como para permitirse este lujo tecnológico precisamente ahora? ¿Que crea puestos de trabajo? ¡Tequiarcarajo! Como no sea en China y donde fabrican los televisores. Creará puestos de funcionarios, en ese organismo que tiene un nombre de broma: «Oficina Nacional de Transición a la TDT». Transición... Vamos, como lo de Suárez, pero en TDT y sin ducado. Dicen que ya funcionan 26 millones de sintonizadores. ¿Cuánto dinero hemos tirado en eso? ¿Que eso es I+D+I? Antier. Eso es dinero para los chinos, o para los coreanos, que son los que los fabrican. A ver, que levante la mano el que tenga un sintonizador de TDT fabricado en España. Si todavía esto de la TDT fuera como el rótulo de la sombrerería de Padilla Crespo: «Artículo español, jornal para los nuestros»...


ABC - Opinión

Adán en la City. Por Ignacio Camacho

ESA foto de Zapatero y Gordon Brown con sus corbatas rojas en la puerta del 10 de Downing Street parecía un retrato de época: socialdemócratas al borde del abismo. Faltaba Papandreu, que al menos acaba de ganar las elecciones aunque es probable que ya se haya arrepentido al abrir los cajones del poder y encontrárselos llenos de facturas vencidas. Los tres compusieron en Londres una estampa de fracaso empecinado, de obstinación deficitaria en un modelo de quiebra social. Brown tiene señalada la fecha de caducidad en el día que él mismo elija para celebrar elecciones, ZP es ahora mismo un chicharro electoral y el primer ministro griego representa la estampa viva de la pesadumbre. Eso es la socialdemocracia europea de hoy: un grupo triste de dirigentes en horas bajas aferrados con patético encono ideológico a sus propias recetas derrotadas. Sostenella y no enmendalla.

El orgullo irresponsable del presidente español en Londres, tan ufano en una cumbre de perdedores arruinados, demuestra que no se entera de nada. O no se quiere enterar, que es peor. No se quiere enterar de que el déficit del 11 por ciento incapacita la recuperación y acogota las inversiones productivas y estructurales. No se da por aludido sobre la necesidad de ofrecer respuestas creíbles a los inquietos compradores de nuestra deuda. Y no capta, sencillamente porque no lo sabe, que eso que él llama «los mercados» no son un grupo de plutócratas ultraliberales conjurados en las Bolsas para fastidiar sus políticas de progreso sino complejas redes de inversores privados que buscan en la compraventa de valores el modo más eficaz de obtener beneficios para el dinero que invierten, entre otras cosas, en prestarle a su Gobierno recursos con los que sostener sus dádivas clientelares. A esto no le debieron llegar las dos tardes con Jordi Sevilla, pero al menos Brown, que ha sido ministro de Hacienda, le podía haber tirado de la manga antes de que se vistiese de atrabiliario Quijote rojo para arremeter con su retórica lanza de cartón contra los molinos capitalistas en la sede del mundo financiero.

Cuando el presidente hablaba sólo para el mercado interior, para nuestro celtibérico cuerpo electoral de consigna y trinchera, la escalofriante levedad zapaterista podía provocar una sensación de vacío intelectual y de proyecto pero no causaba más repercusiones que las del adelgazamiento del ya escuálido debate doméstico. Ahora, sin embargo, investido del protagonismo de la presidencia de la Unión, su superchería conceptual, su mondo adanismo y su rancia simpleza ideológica causan, expuestos al criterio europeo, un riesgo severo a la propia credibilidad del país y extienden una inquietante duda sobre los filtros de selección que rigen aquí en la vida política. Y esa desgraciada visibilidad no sólo nos hace pasar cierta vergüenza, sino que va a acabar costándonos dinero.


ABC - Opinión

Vuelta a la nada. Por José María Carrascal

¿A qué ha ido ese hombre a Londres, con la que hay armada en Madrid? ¿A cortejar a los mercados o a enseñarles el dedazo, como Aznar a sus «fans» en Oviedo? ¿A fotografiarse con Brown o con Papandreu? ¿Por qué crea una comisión triministerial para reunirse con los dirigentes de los demás partidos, si el portavoz del suyo ya se está reuniendo con ellos? ¿Por qué no ha citado a Rajoy, si dice que es tan importante su colaboración? ¿Y a qué tantas reuniones, si la cosa está encarrilada y a final de año empezará a crearse empleo? ¿Va a seguir las recomendaciones de los expertos o a seguir actuando por su cuenta? ¿Recortará todos los gastos o sólo algunos? Y, sobre todo, ¿vamos a tener que hacer sacrificios o no? Pues esa palabra, como antes la de crisis, no la ha pronunciado todavía. Y hay quien dice que los sacrificios son la clave de la situación.

Los mentirosos patológicos como él, sin embargo, creen que puede engañarse a la realidad con sólo cambiar el nombre de las cosas. Cuando se les acaban las palabras, intentan sustituirlas por gestos, y al acabárseles los gestos, entran en un estado cataléptico, próximo a la histeria, en el que ya se encuentra nuestro presidente, al que tan pronto vemos aquí como allá, sonriente o airado, parando golpes o propinándolos, humilde o altanero, inclinándose a la izquierda o a la derecha, seguro de sí mismo o huidizo. ¿De qué huye este hombre? Pues huye de sí mismo. Huye del Zapatero que negó la crisis, y hoy se ve obligado a calificarla de grave; del que descalificó todas las recetas del PP, y ahora no tiene más remedio que copiárselas; del que proclamaba una gloriosa presidencia española de Europa, y tiene que vivirla como un vía crucis; del que anunció que pronto superaríamos a Francia, tras superar a Italia, y ahora tiene que contentarse con superar a Grecia; del que mimó a los sindicatos, y ve que se le amotinan; del que espera la recuperación como el personaje de Beckett esperaba a Godot; del Zapatero, en fin, que engañó a todo el mundo, y ahora sólo puede engañarse a sí mismo. Por eso está tan irritado, tan nervioso, tan contradictorio, tan errático, confundiendo a sus propios colaboradores. Es la suya esa desesperación del que ha llegado al cabo de la calle, la del que ya no encuentra a nadie que le crea. La angustia del que busca a quien echar la culpa de sus errores, y se da cuenta de que ha agotado todos los posibles culpables. El pánico del que sólo percibe alrededor desdén y desconfianza. Los únicos dispuestos a ayudarle son los pocos que vienen compartiendo su andadura desde el principio y los que esperan poder sacar tajada de su desahucio. Su caída es tan vertical como fue su ascenso. Esa es la escueta realidad. Por eso la odia y la niega Todo apunta, sin embargo, que más pronto que tarde, volverá a la nada.

ABC - Opinión

De la soledad de Zapatero y ‘El motín del Caine’. Por Federico Quevedo

Cierto que en poco puede parecerse Rodríguez al genial Humprey Bogart, pero sí que hay uno de sus personajes que a la vista de lo que ocurre en este país podría tener cierto parangón con el presidente del Gobierno. Se trata del capitán Queeg, aquel hombre a mando de un navío que acabó encerrado por sus propios hombres tras un motín a bordo. Me vino a la memoria la magnífica película de Edward Dmytryk, adaptación de la novela de Herman Wouk, cuando el pasado miércoles en el Congreso de los Diputados un Mariano Rajoy investido de una primordial solemnidad se dirigió a los bancos de la izquierda de la Cámara y les conminó: “Ustedes, que ganaron las elecciones, que tienen una mayoría legítima en esta cámara, que con esa mayoría y con ningún voto más, invistieron como presidente de gobierno al señor Rodríguez Zapatero, reconsideren su posición”. Y cuando un poco más adelante, al final de su turno de réplica, insistió ante esos mismos diputados para recordarles que si el presidente no rectifica, “también tienen una responsabilidad ante la nación”. La responsabilidad de cambiar las cosas.

Quizá a fecha de hoy ese recurso de Rajoy pueda parecer una exageración, o como el propio Rodríguez dijo en su turno de réplica a Rajoy, una falta de coraje para presentar una moción de censura, pero lo cierto es que lejos de ser esas cosas la intención de Rajoy tenía mucho más contenido de fondo que de forma. Tal y como está establecida la moción de censura en nuestro país, la misma no responde a la motivación que indica su nombre ya que realmente se convierte en un examen a quien la presenta que muy difícilmente tiene posibilidad de ganarla, luego si de lo que se trata es de introducir un cambio de rumbo en un política errática y que se está demostrando equivocada hasta el punto de que la ciudadanía así lo percibe y por eso castiga al PSOE en las encuestas –y lo hará en las siguientes convocatorias electorales-, las únicas alternativas pasan porque Rodríguez convoque elecciones o que quienes le votaron modifiquen su decisión.

Lo primero es como pretender que el capitán Queeg, superado por la tormenta, incapaz de tomar las decisiones justas, en un arranque de responsabilidad y sentido común dejara el mando del barco a alguno de los suyos. En lo que recuerda Rodríguez a Queeg es, precisamente, en eso, en que el personaje que encarnó Bogart era un paranoico, un hombre que quiso cambiarlo todo hasta el punto de conminar a sus hombres con aquella frase mítica: “En este barco hay cuatro maneras de hacer las cosas: la buena, la mala, la de la Marina y la mía”. Rodríguez ha ejercido un poder sobredimensionado durante todo este tiempo, ha sometido todo lo que le rodeaba a sus exigencias y a sus designios hasta el punto de haber desnaturalizado la esencia misma de la democracia y la división de poderes. Pero, sobre todo, se ha movido sobre esa “estrecha senda de decisiones justas y de buena suerte, que bordea un abismo sombrío de posibles errores”, en el que ha caído finalmente cuando la tormenta se ha echado encima del navío sin posibilidad alguna de escape.

La tormenta de Rodríguez se llama crisis económica y ha actuado, al igual que la tormenta de El Motín del Caine, como el detonante que ha puesto de manifiesto lo peor de la conducta del capitán que dirige esta nave, enfrentándole a sus peores decisiones, conduciéndole a sus mayores errores y equivocaciones.

Rajoy exige un golpe de timón

En la medida en que Queeg se niega a reconocerlos y asumir su responsabilidad, sus compañeros deciden dar un golpe de timón y relevarle de cargo. ¿Tenían motivos? Si. También los tienen quienes ahora apoyan a Rodríguez, y una enorme responsabilidad ante el país. Si algo dejó claro el debate del pasado miércoles es que Rodríguez sigue instalado en la exaltación de sus propios errores, que sigue empeñado en convencerse y convencernos de que gracias a él lo peor ha pasado ya y lo mejor está por llegar, que como el capitán Queeg ha contado todas y cada una de las fresas que hay en el armario y ante la sospecha de que alguien –en este caso el PP- ha podido robar algunas, exige que sus hombres se desnuden y abran las puertas de sus armarios en esa comisión sacada de la chistera de las improvisaciones y con la que pretende hacernos creer que de esa manera todo se arreglará y volverá a encauzarse por el camino correcto de la recuperación y la creación de empleo.

Mentira, como ha puesto de manifiesto el último informe del Banco de España que no es precisamente un organismo enemigo del Gobierno. La realidad es que seguimos instalados en la misma recesión, sin que nada de lo que hace el Gobierno, sin que el rumbo que ha ordenado el capitán de la nave nos lleve a puerto seguro.

¿Hará caso la bancada socialista de la exigencia de Rajoy? Hoy no, sin lugar a dudas, pero no es menos cierto que detrás de la fachada disciplinaria que esa bancada presenta como un aparente muro de cemento armado, las columnas del edificio se resquebrajan a modo de comentarios en tertulias y confidencias de pasillo, por no decir que algunos críticos empiezan ya a tener claro que con Rodríguez es imposible que el PSOE pueda llegar a algún sitio seguro. Habrá que esperar todavía unos meses antes de que las palabras de Rajoy vuelvan a sonar en nuestros oídos con mucho mayor sentido del que pudieron ofrecernos el pasado miércoles, pero la propia reacción de Rodríguez y los gestos encubiertos de algunos de sus diputados pusieron de manifiesto que Rajoy había tocado una tecla acertada. Quizás ese sea el mayor riesgo que corre Rodríguez Zapatero, un capitán solitario bajo una falsa apariencia de sociabilidad al mando de un partido que se resiste a perder el poder y que cuando vea que esa pérdida es más que inevitable, a lo mejor se plantea seriamente la idea de cambiar de timonel. Claro que quizás para entonces puede ser demasiado tarde. O no.


El Confidencial - Opinión

La peineta. Por Alfonso Ussía

Pues a mí, qué quieren que les diga, me gustó la peineta de Aznar. Resulta curiosa la manía que le tienen a este hombre los paniaguados del presumible progresismo. Le llamaban «asesino» unos mamarrachos y respondió con una higa monumental. Libertad de expresión y de opinión. Ámbito universitario. Javier Solana ha comprendido y defendido la libertad de expresión de Aznar. Años atrás, un grupo de proterroristas de Batasuna recibieron al Rey con el mismo cariño que a Aznar el grupillo de revolucionarios bables. Y el Rey les dedicó una higa abutifarrada y a casi todos nos cayó muy bien. Pero hay chicos de la izquierda, tan abiertos y libres, que por un gesto callado en respuesta a un gravísimo insulto se escandalizan como monjas. Pudo haberse ahorrado el gesto, pero no lo hizo. También podían haberse ahorrado la pancarta los gamberros, y acompañaron su mensaje con gritos y berridos.

Es la Universidad, muchachos. María Teresa Fernández de la Vega también se ha mostrado indignada. Prefiere que a un ex presidente del Gobierno de España le llamen «asesino» a que un ex presidente del Gobierno de España protagonice una peineta vertical, que también las hay diagonales y paralelas. Los bálticos dominan la higa paralela, que es más agresiva que la vertical, por cuanto el dedo corazón amaga un movimiento de flecha hacia el objetivo que no resulta agradable. Una higa vertical sólo conmueve al techo o a las nubes, y tampoco es para tanto. A estos escandalizados de «look» de falsa izquierda, que tanto gustan de la transgresión y el macarrismo urbano, se les agitan las correntías cuando alguien que carece de su permiso y benevolencia hace un gesto tan culto como macarra, según se mire. Entonces tachan al protagonista de la peineta de «pijo», porque para ellos no existe otro argumento ni otra descalificación cuando les fallan las ideas. Pijo o facha. Se consideran dueños y custodios de las extralimitaciones. La señora De la Vega, exiliada en su despacho por Zapatero, ha dicho que la higa de Aznar a los que le llamaban «asesino» «daña la imagen de España». Aquí, doña María Teresa, los únicos que dañan, destrozan, hacen añicos y pulverizan la imagen de España son el presidente del Gobierno y los miembros del mismo, usted incluida, a pesar de su destierro en los ámbitos influyentes. Eso sí que es macarra. El Gobierno. Y además, pijísimo, con más horas dedicadas a las «boutiques» que a los Consejos de Ministros. Y el daño que están haciendo a la imagen de España, y a España sin imagen, es demoledor.

Responder con una higa a un insulto tan grave como necio es muestra inequívoca de amable tolerancia, y más aún en un espacio universitario, donde la libertad de expresión es sagrada. Es gesto interpretativo, y si va acompañado por una sonrisa, abierto a cualquier probabilidad. Es cierto que puede ser analizado como un resorte de público desprecio, pero poco aprecio merecen los que se dedican a insultar, y menos aún los que critican al insultado y no a los insultadores. Una higa bien resuelta, una peineta estéticamente culminada, puede llegar a ser una obra de arte. Los italianos, como en casi todo, son auténticos artistas en la belleza de su procedimiento. ¿Tiene voz y palabra una higa? La tiene, y no supera el «¡Anda ya!», o a lo sumo, «¡tu padre!». Pero estos chicos de la izquierda con caspa de marca son muy mirados e intolerantes en ocasiones. Bien por la higa.


La Razón - Opinión

El papel de la política

No basta con fijar prioridades; no habrá salida de la crisis sin sacrificios y reformas dolorosas.

De la ausencia total de pactos hemos pasado a activar toda una batería: el de Toledo, el de la concertación social, el que pueda salir de la ronda del portavoz socialista, la comisión ministerial para explorar un posible pacto global anticrisis. Pero ya se adelanta, partiendo de las posiciones expresadas en el debate del pasado miércoles, que no sería realista esperar de esa comisión un acuerdo que vaya más allá del clásico entre el partido del Gobierno y los nacionalistas de CiU y el PNV.

Es decir, que no estará el PP. Y sin ese partido, hay objetivos esenciales del pacto que quedarán en el aire. En lo general, avalar reformas necesarias pero impopulares; y en lo particular, la necesidad de comprometer en el esfuerzo de reducción del gasto a las autonomías, todas ellas gobernadas ahora, salvo Canarias, por PSOE o PP.

Se da por supuesto que Rajoy no tiene interés en comprometerse en acuerdos que serían contradictorios con su estrategia de dejar que Zapatero vaya cociéndose en la salsa de la crisis y proponer, como único programa, la retirada del actual presidente. Pero, si la situación es tan mala como dice, y con las encuestas electorales a favor, debería ser el más interesado en cooperar para evitar un mayor deterioro, al que tendría que hacer frente cuando llegase a La Moncloa. Y para llegar necesitará aliados, como CiU, que le exigen compromisos anticrisis; aparte de que para ganar necesita asegurarse el apoyo del electorado de centro, el más favorable a una política de concertación.

Pero las vacilaciones de Zapatero facilitan la pasividad de su contrincante. Hasta hace medio año el consenso entre los economistas situaba como prioridad el estímulo económico con fondos públicos, incluso al precio de un aumento del déficit. También se advertía de la necesidad de una estrategia de retirada de esos apoyos antes de que las cuentas públicas se descontrolaran. Los datos conocidos a comienzos de año (un déficit del 11,4% del PIB) más la reacción de los mercados en relación con la deuda forzaron el giro.

Pero hace dos días, en Londres, un Zapatero cada vez más empeñado en acreditar la caricatura simplista que sus enemigos han hecho de él se adapta al público al que se dirige y vuelve al punto de partida afirmando que se preocupará del déficit cuando la recuperación de la economía sea efectiva. Sin embargo, la experiencia reciente ha puesto de manifiesto que la contención del déficit (para evitar la espiral de que su aumento encarezca la deuda, lo que provoca más déficit) es condición para poder abordar las otras medidas.

Por supuesto que los mercados financieros abusan de su posición, pero eso no se resuelve con sermones. Tampoco con jaculatorias como las de Dolores de Cospedal o de Rajoy cuando plantean como solución bajar los impuestos a fin de estimular la iniciativa empresarial, lo cual, fabulan, creará empleo y aumentará los ingresos fiscales. La reducción del déficit depende ahora de la del gasto y no del aleatorio aumento de los ingresos; y dado que una gran parte del mismo está legalmente comprometido, difícilmente podrá ser consistente sin tocar las inversiones y los gastos de personal. Retirar inversiones puede ser contradictorio con el objetivo de cambio del modelo productivo, y congelar los salarios de los funcionarios, a cambio de su seguridad en el empleo, planteará fuertes resistencias sindicales.

Lo único seguro es que la salida requerirá hacer ver a la población la gravedad de la situación. A partir de ahí puede plantearse desde el Gobierno un plan de ajuste acorde con las prioridades del momento; o intentar aprovechar que la mayoría desea ver a Gobierno y oposición unidos contra la crisis para intentar un acuerdo sobre cuáles son esas prioridades como base para un impulso social compartido. Pero en ambos supuestos, la condición será decir a la población que no hay solución sin sacrificios y reformas dolorosas.


El País - Editorial

¿A quién ha salvado Zapatero?

Zapatero no ha salvado nada ni a nadie, salvo a sus amistades políticas por intereses electorales y mediáticos, por lo que carece de la más mínima autoridad moral para abroncar a quienes todavía le prestan dinero para sus caprichos presupuestarios.

En la cadena de despropósitos que lleva protagonizados el Gobierno socialista desde que arreció la crisis, la última aportación del presidente Zapatero ha consistido en reprender a los inversores internacionales por insinuar la necesidad de que lleve a la práctica exactamente lo mismo que anunció la vicepresidenta económica en su última gira europea. Y como el personaje hace gala de una soberbia sin precedentes ni justificación, ha adornado el discurso con una referencia a su papel de salvador de los mercados internacionales que sólo puede provocar hilaridad entre quienes conocen cómo funciona realmente la economía mundial.

José Luis Rodríguez Zapatero no ha contribuido a salvar a ningún mercado internacional, en contra de lo que afirma con su facundia habitual. Lo único que ha salvado Zapatero es la expectativa electoral de su partido en la comunidad de Castilla-La Mancha, financiando el pufo astronómico que la caja de ahorros dirigida por un ex alto cargo del PSOE dejó a los impositores, y el negocio mediático de sus amigos de baloncesto, inyectando dinero público en las cuentas de la caja de ahorros catalana encargada de financiar los procesos de fusión en que están inmersos. Fuera de esas dos acciones puntuales, ajenas a cualquier criterio de ortodoxia económica, la aportación de Zapatero a la lucha contra la crisis económica es inexistente, como lo demuestran las cuentas de su Gobierno que ahora se niega a discutir con quienes, precisamente, necesita que sigan comprando su deuda pública para no acabar como el presidente del Gobierno griego.

Zapatero rechaza que los inversores le exijan un recorte del déficit público como única posibilidad para iniciar la salida de la recesión, pero eso es precisamente lo que Elena Salgado se comprometió a realizar sin demora con el fin de recuperar la escasa confianza que los mercados otorgan a la España de Zapatero, una esperanza que él mismo se ha encargado de arruinar con su afirmación de que la culpa del déficit, como siempre, no es suya si no de la generosidad con que ha actuado para evitar no se sabe qué males mayores. Si había decidido proseguir su alocada huída hacia delante a despecho del ejemplo exitoso de los países de nuestro entorno ¿A qué envió a su responsable económica de gira por Europa? Pues naturalmente a mentir en su nombre, como él mismo se ha encargado de acreditar en su alocución a los participantes en el seminario laborista celebrado en Londres esta semana.

Las instituciones que prestan dinero a España, para que su Gobierno lo siga dilapidando en un sector público monstruoso que nadie parece dispuesto a corregir, tienen todo el derecho a exigir un mínimo aval que les garantice su inversión, aunque a Zapatero, inmune a cualquier crítica, tal actitud le parezca una intromisión intolerable es necesario rechazar.

Si la financiación del déficit público español, cada vez más galopante, depende de la confianza que Zapatero despierte en los mercados internacionales, sus asombrosas declaraciones de esta semana van a tener exactamente el efecto contrario. La consecuencia inevitable es una subida de los intereses que todos los españoles habremos de pagar, para que Zapatero pueda continuar agazapado en La Moncloa a la espera de que la inercia de la economía mundial comience a hacer notar sus efectos en una España devastada.

Zapatero no ha salvado nada ni a nadie, salvo a sus amistades políticas por intereses electorales y mediáticos, por lo que carece de la más mínima autoridad moral para abroncar a quienes todavía le prestan dinero para sus caprichos presupuestarios. Si continúa con esta actitud, y todas las evidencias así lo indican, el ejemplo de Grecia está mucho más cercano a España de lo que hasta ayer suponíamos. Para las próximas elecciones generales todavía faltan dos años pero, teniendo en cuenta la capacidad incendiaria de Zapatero, hasta ese plazo podría ser insuficiente para salvarle de una derrota que, hoy por hoy, merece tanto como España la necesita.


Libertad Digital - Editorial

La brecha y el ninguneo. Por M. Martín Ferrand

ASEGURA el diario que nació siendo independiente de la mañana, y que ya no lo es a ninguna hora del día, que «Rajoy intenta abrir una brecha en el Gobierno ninguneando a De la Vega». Podría ser y, si lo es, ¿el señalamiento cursa con intención de halago o de censura al líder del que era principal y ha devenido en único partido de la oposición? El menosprecio a la vicepresidenta primera, de existir, será cosa de José Luis Rodríguez Zapatero, que no la ha incluido en el trío que debe marear la perdiz y simular grande preocupación ante las distintas formaciones parlamentarias.

Ocurre que Soraya Sáenz de Santamaría, en un pellizco más propio de una colegiala traviesa que de portavoz del PP, nos ha dado a entender que, en las sesiones de control al Gobierno, interpelará a la vicepresidenta segunda en lugar de hacerlo, como hasta ahora, con la primera. Son ganas de descender de categoría, como si el pesado Joe Frazier hubiera renunciado a enfrentarse con George Foreman -que le arrebató el título mundial- para hacerlo con el ligero Pedro Carrasco.

La hipótesis de una brecha en el errático equipo de Zapatero impone la tesis de que, aunque fuera por un instante, ha sido un Gobierno conjuntado, equilibrado antes en sus funciones que en su paridad, sólido y con responsabilidades y competencias ciertas en cada una de sus carteras. Algo que se niega por sí solo a poco que se contemple la deslabonada conducta de los miembros y las miembras encastrados en un torso raquítico sobre el que luce una cabeza diminuta.

En puridad, no tenemos Gobierno, sino un mero resultado electoral, el fruto de una mayoría solitaria, que, atemorizada por el poder sindical, no se atreve a poner en marcha las medidas de austeridad, reducción del gasto, sacrificio colectivo y garantizada impopularidad que podrían reconvertir una crisis que no se supo ver venir y que no se difuminará entre los recuerdos del pasado con la facilidad con que el día sucede a la noche. En los hechos, la comisión que formalmente encabeza Elena Salgado, realmente dirige José Blanco e integra el nunca bien ponderado Miguel Sebastián tiene la función de los payasos que, en el circo, entretienen a los espectadores mientras se instala la jaula de las fieras y el domador, con un batín sobre sus galas profesionales, comprueba la seguridad del montaje. Desde la política establecida no tiene otra posibilidad.


ABC - Opinión