miércoles, 24 de febrero de 2010

Zapatero se arruga ante un tigre de papel

El 'pinchazo' en la manifestación contra la reforma de las pensiones denota que los otrora poderosos sindicatos a los que se pliega Zapatero son tigres de papel

NADIE puede discutir el derecho de los sindicatos a convocar manifestaciones contra la ampliación de la edad de jubilación a los 67 años, por muy irresponsable que nos parezca protestar por una medida que es adecuada a la gravedad de la crisis y cuya entrada en vigor está prevista a medio plazo, en 2013, y de forma progresiva. No se puede decir que las protestas celebradas ayer por la tarde en Madrid y Barcelona -donde la manifestación se adelantó una hora porque la lucha sindical no está reñida con el amor al Barça- hayan sido un éxito de convocatoria para UGT y CCOO, sino todo lo contrario. La Policía cifró en 9.000 los asistentes a la manifestación de Madrid. El mal tiempo y la lluvia pueden ser la excusa perfecta para que las centrales justifiquen este fracaso de público manifestante, pero si los ciudadanos contrarios a este cambio en la edad de jubilación no han acudido al llamamiento de Méndez y Fernández Toxo es por la escasa credibilidad de los sindicatos, ganada a pulso con su pasividad ante el mayor drama de la crisis, que es el paro. En efecto, los sindicatos han asistido prácticamente impávidos a la mayor destrucción de puestos de trabajo de la historia en España sin alzar la voz contra el Gobierno. Solamente salieron a la calle el pasado mes de noviembre y lo hicieron contra los empresarios, en una especie de autoafirmación provocada por las numerosas críticas recibidas.

Hasta ahora, UGT y CCOO no han protestado contra el Gobierno porque Zapatero se ha plegado a todas sus exigencias y ha satisfecho todas sus peticiones, además de aumentarles la financiación. Las subvenciones directas a las centrales aumentaron el 50% entre 2005 y 2008 hasta superar la cifra de 15 millones de euros. Sería incierto concluir que las manifestaciones de este 23-F suponen una quiebra entre el Gobierno y los sindicatos. No estamos, ni mucho menos, ante una reedición -siquiera mínima- del grave conflicto que dio lugar a la huelga general del 14-D del 88 y provocó la ruptura del Ejecutivo de González con la UGT de Nicolás Redondo. Las complacientes reacciones con las que la dirección del PSOE ha acogido estas protestas, la comprensión mostrada por Zapatero y la inaudita declaración de la portavoz socialista en la Comisión del Pacto de Toledo -mostrándose dispuesta a acudir a la manifestación en protesta por una medida que propone su propio Gobierno- indican que podemos estar ante una escenificación teatral -ruidosa y con muchos globos y pancartas- de un enfrentamiento que en realidad no existe. No al menos con esa virulencia. La única voz socialista que ha recordado a los sindicatos que las leyes las hace el Parlamento, y no ellos, es la de José Bono.

De hecho, y a pesar de que el pinchazo de las movilizaciones evidencia que los otrora poderosos sindicatos se han convertido en un tigre de papel, hay algunos indicios de que Zapatero está dispuesto, si no a «rectificar» -como le exigieron los líderes sindicales en sus intervenciones-, sí a echar el freno a la iniciativa de alargar la edad de jubilación, una medida imprescindible para garantizar el futuro del sistema público de pensiones, como bien recordó ayer el gobernador del Banco de España. Zapatero dijo, incluso antes de que se celebrara la manifestación, que escuchará a los sindicatos porque su Gobierno no es de «decretazos» y que la negociación sobre las pensiones es «a largo plazo», por lo que bien podría seguir abierta hasta que acabe la legislatura. Ello indica que prefiere una paz social -por otro lado engañosa- que afrontar su responsabilidad como gobernante.


El Mundo - Editorial

Maquiavelo se va de «mani». Por Edurne Uriarte

El Maquiavelo de León titula José García Abad su demoledor retrato de Zapatero. El libro no descubre nada diferente de lo que hemos dicho del personaje los que jamás nos fiamos de él. Pero sí introduce una novedad y es que quienes ahora componen el nefasto y temible perfil son los suyos, los socialistas. Y no la derecha y los conspiradores que van a por él, que diría José Blanco.

El Maquiavelo de León llegó a las librerías ayer, precisamente uno de esos días en los que el personaje daba toda la talla de su maquiavelismo a cuenta de la manifestación contra el «pensionazo». Primero propuso una medida rechazada por los sindicatos, la elevación de la edad de jubilación, y luego se apuntó a irse con ellos de manifestación. Que es lo que explicó su diputada Isabel López i Chamosa el lunes en la Comisión del Pacto de Toledo, durante la comparecencia de Corbacho. Señores, para que les quede claro, yo también me iré mañana a la manifestación. Y no es que la diputada se hubiera vuelto loca. Lo suyo fue puro zapaterismo, estoy con mi propuesta y con la contraria.

García Abad escribe que «Maquiavelo reconocería la capacidad del leonés para mantenerse en el poder a toda costa y a cualquier precio. Negociando con ángeles y demonios y, llegado el caso, engañando a todos».

Hasta un amigo como su antiguo profesor José Manuel Otero Lastres, que no oculta su nombre, lo corrobora: «Él está en el poder por el poder. No quiere hacer nada que sea impopular, aunque sea necesario, y así lo ha demostrado en la gestión de la crisis económica».

Estos son los mimbres con los que Zapatero pretende liderar el Pacto de Estado. Desde el Gobierno y desde la manifestación sindical. Con una propuesta y con la contraria. E intentando que otro cargue con la impopularidad, el más desprevenido o el más tonto de los que se siente mañana en la Comisión.


ABC - Opinión

Sindicatos. Los martes a la sombra. Por Juan Morote

El entusiasmo con que han apoyado la manifestación algunos destacados socialistas, casi la deja con menos credibilidad que a Cagancho en Almagro.

Allá por el año 2002, Fernando León de Aranoa a la dirección, y Elías Querejeta en la producción, depusieron una proyección cinematográfica denominada Los lunes al sol. Perpetraron esta basura fílmica seis años después de haber llegado Aznar al poder, haber enderezado el rumbo de nuestra economía y haber dado trabajo a dos millones de los parados que dejó Felipe González. Por si esto no fuera suficiente para estos progres, España fue capaz de absorber socialmente y proporcionar empleo a más de un millón de emigrantes.

Claro, para el credo progre esto era manifiestamente intolerable. No podía ser que un señor de derechas generase las condiciones idóneas para crear empleo y, además, fuese el artífice de la entrada en el euro, y por si lo anterior fuera poco, hubiese conseguido que España obtuviese un papel relevante en el concierto internacional. Como muestra de agradecimiento le rodaron Los lunes al sol, justo cuando avistábamos el pleno empleo.

Ayer salieron nuestros heroicos sindicalistas a las calles de las principales ciudades a deponer otra producción, esta vez para las televisiones. Las dos actuaciones tienen bastantes puntos en común. Veamos: en primer lugar, ambas, tanto la peli para el cine como la mini manifestación de ayer, se han sufragado con dinero público. En uno y otro caso ha sido indiferente el éxito de público, ora Querejeta ora los sindicatos y sus liberados, todos pastan en el presupuesto. Y lo que es más grave, en entrambas se trata de mostrar adhesión inquebrantable, y muy prietas las filas, al credo progre.

Tiene bemoles que el lema de la pantomima de manifestación haya sido: "En defensa de las pensiones. No al retraso de la jubilación. La solución no es recortar la protección social". Habría que preguntarles a estos individuos qué entienden por protección social. Parece que no se han dado cuenta que la edad media de vida y, por tanto, la edad media de vida laboral operativa se ha alargado en más de veinte años; en cambio, en idéntico período, la vida laboral se ha recortado. Si a esto unimos un descenso considerable de la natalidad, y que la asfixiante presión impositiva está empujando a una parte importantísima de la actividad económica (supera el 23%) a pasarse al lado oscuro de la economía sumergida, nos hallamos ante un problema irresoluble para la izquierda.

Cuando en este país los sindicatos deciden moverse, o sea, salir en defensa de sus liberados, que es lo único que les importa, los gobiernos suelen padecer repentinamente flojera de remos. Es decir, les tiemblan las piernas tal que castañuelas. Si bien no es el caso. Se trata de una mera representación, aunque el entusiasmo con que han apoyado la manifestación algunos destacados socialistas, casi la deja con menos credibilidad que a Cagancho en Almagro. Estos escasos manifesteros han salido martes por la tarde, no vaya a ser que si la convocan un domingo por la mañana, a la gente, que está hasta el gorro del Gobierno, le dé por ir y genere la impresión de que los sindicatos están dispuestos a poner en un aprieto al Gobierno.

José Luis Rodríguez ha vuelto a insistir en que quienes han convocado la manifestación saben que el Gobierno les escucha, ¡no hombre no, ni siquiera les oye! La AVT de José Alcaraz sacó a la calle a más de un millón de ciudadanos y los chicos de Zapatero se mofaron de ellos, con Bono de actor principal, y unos policías de reparto. Ahora que cinco millones de personas se pasan los lunes y todos los demás días al sol, salen estos paniaguados a protestar por el retraso en la edad de jubilación, eso sí, martes y a la sombra.


Libertad Digital - Opinión

Blanco y Zapatero. Por José María Carrascal

HA causado sorpresa el ascenso de José Blanco en el escalafón ministerial, donde, tras desplazar a la vicepresidenta primera, según unos, ocupa ya la posición de valido, según otros. Se quedan cortos. José Blanco no es una invención de Zapatero. Zapatero es la invención de José Blanco.

No pueden darse dos personalidades más distintas, física, humana e intelectualmente. Zapatero es un señorito de Valladolid que se buscó un pedigrí republicano-obrero en León para lograr un escaño socialista en el Congreso, donde iba a eternizarse, hasta que Blanco lo descubrió y convirtió en príncipe de las Españas.

A diferencia de Zapatero, a Pepe Blanco nada le ha sido regalado en la vida. Nacido en el corazón de la Galicia rural, tierra de políticos, dejó los estudios de Derecho para hacer carrera en el PSOE desde el último peldaño, e irlos subiendo uno a uno hasta la Secretaría General. Nadie conoce mejor su partido que él; puede que Alfonso Guerra, pero Guerra es ya historia. Mientras Blanco es el presente. Un «apparatchik» en el más estricto sentido de la palabra, ha hecho favores a todos y todos se los deben. Sin él, que muñó la coalición entre descontentos con el viejo aparato y guerristas, Zapatero nunca hubiera sido candidato a la presidencia en 2004. Aunque también es verdad que sin el 11-M, tampoco Zapatero hubiera ganado las elecciones. Pero la suerte es de quien la busca, y Pepe Blanco sabe buscarla como pocos.


De su maestría en el manejo de tiempos, personas y lugares habla que no quisiera ocupar un cargo de relumbrón en la primera legislatura de Zapatero, contentándose con seguir al frente del partido. Su aparición en la segunda, como ministro de Fomento, desde donde se distribuyen las mercedes, y, ahora, como «primer ministro» en la sombra, advierte de la emergencia que vislumbra, a la que intenta atajar. Su principal problema no es el PP, paralizado por sus luchas internas, ni siquiera la crisis, con ser gravísima. Es su criatura, que ha empezado a actuar por su cuenta y riesgo, y en vez de seguir las pautas cautelosas de su creador, da bandazos, como esos muñecos a los que se les ha saltado la cuerda y tanto van en un sentido como en otro, contradiciéndose cada día, alarmando a los mercados, espantando a los suyos y dando munición a los rivales. Al frente de ese gabinete de crisis que es la comisión triministerial, José Blanco va a tratar de que los sindicatos no se desmanden, los inversores no huyan, los banqueros obedezcan y el PP siga siendo la casa de tócame Roque o como te llames. Pero su tarea más urgente es controlar a su pupilo, que ha terminado creyéndose un estadista capaz de solucionar los problemas seculares de España, aliar las más enfrentadas civilizaciones y resolver las mayores crisis, cuando es la simple creación de un chico listo de Palas de Rey.

ABC - Opinión

El jueves ¿milagro?. Por Andrés Aberasturi

Que se haga verdad el título de la inolvidable película de Berlanga "Los jueves, milagros" no va a ser fácil.

El milagro, claro, sería que este jueves, en la primera reunión del triunvirato Salgado, Blanco y Sebastián con la oposición, hubiera un mínimo acuerdo entre el Gobierno y el PP para un pacto anticrisis, una brizna de voluntad por ambas partes, un poquito de por favor al menos. Lo que viene sucediendo en las vísperas no sólo no presagia nada bueno sino que todo hace pensar en que ni el uno ni el otro tienen el menor interés en que el milagro se produzca. No se explica que cuando faltan horas para esa reunión se dediquen descalificaciones mutuas de muy grueso calado y todos invoquen el bien de España para justificar sus pretensiones. Mal asunto cuando algo que debería ser tan racional y científico como es un pacto económico, se tiene que refugiar tras conceptos tan sentimentales.

No vamos bien y esto no es más que una lucha contra el tiempo, una apuesta a futuro por saber quién va a acabar antes: si la crisis con Zapatero o Zapatero con la crisis. En cualquier caso es un problema de ZP en el que Rajoy, asista como asista, ya sea de espectador o de abajo firmante de un posible pacto, tiene las papeletas hipotecadas. Contemplemos los supuestos.


Es posible que la crisis remita antes de las elecciones. El triunfo se lo apuntará en todo caso el Gobierno tanto si el PP hubiera participado en ese pacto como si no. Si no participa y la crisis acaba, sería peor, claro, pero no mucho peor que si hubiera entrado.

La otra posibilidad -según los expertos, más creíble- es que la crisis continúe más o menos instalada hasta la elecciones. El Gobierno, entonces echará la culpa al PP de no haber contribuido sumándose al pacto. Pero si se suma y la crisis no termina, a Rajoy no le quedará discurso alternativo porque se habrá convertido en socio de una política incapaz de acabar con el problema. No lo tienen fácil los de Génova y menos aun si a la vez que miran el calendario electoral con el ojo derecho, contemplan con el izquierdo las fechas posibles de su particular vía crucis llamado Gürtel.

Lo malo de todo lo que he escrito es que sólo lo hago desde la óptica de unas elecciones y no desde el interés general de la gente. Pero es que es así como los miran los partidos y que nadie espere que ninguno de ellos de una puntada sin hilo, un voto de confianza a cambio de nada o un apoyo gratuito por el bien de la comunidad (a no ser su comunidad autónoma).

Y además, sigue vigente el complicado tema ideológico del que en su día hablara Zapatero. Traducido a medidas concretas posibles para el jueves-milagro: ¿cómo poner de acuerdo a quien está convencido de que es necesario subir impuestos con quien cree que lo fundamental es bajarlos? Y esto no es más que un ejemplo. Tal vez sí pudieran ponerse de acuerdo en alguna cosa concreta, pero eso no bastaría.

Lo dejo para el final porque sé que lo que voy a decir no tiene ninguna posibilidad: lo que está en quiebra técnica es el modelo de estado autonómico, no su idea, que me parece bien con reparos, sino su financiación. Se nos ha ido de las manos y ese es un hecho al que nos tendremos que enfrentar alguna vez. O hacemos un estado federal con todas sus consecuencias, o limitamos el poder devorador de las autonomías. Lo que no puede sostenerse es este invento raro que no es ni una cosa ni otra y del que solo sabemos que nos sale carísimo.


Periodista Digital - Opinión

Contra el mundo laboral. Por José Antonio Martínez-Abarca

Los sindicatos están para sumar filas, no al cuerpo laboral, sino al escaqueo de él. A imagen y semejanza de sus dirigentes. Cómo van a dejar reformar una legislación laboral que está hecha para evitar que nadie se someta de nuevas a ella.

Cuando yo empezaba en esto de la tecla, quise saber, durante la última huelga general que los sindicatos le montaron al Gobierno de Felipe González, por qué las delegaciones de UGT y CCOO de mi localidad habían hecho una tradición, en fechas similares, de ir a montar el principal pollo a El Corte Inglés provistas siempre de sus principales figuras. No se me ocurrió otra cosa que infiltrarme en el piquete que se metió en el citado gran almacén una vez echadas las persianas de acero. Entonces se me apareció esplendente la verdad sobre las no muy evolucionadas cabezas de los entonces secretarios generales de las dos chupipandis en holganza, que iban megáfono en mano.

Y era ésta: los sindicatos UGT y CCOO de mi localidad no podían soportar a El Corte Inglés, por entonces una de las pocas grandes empresas saludables que aguantaban en España, pero no porque los jefes de departamento no se apuntasen a la protesta ni el seguimiento de la misma entre las dependientas fuese escaso, sino porque allí se cometía habitualmente la obscenidad de pretender trabajar, y encima con todas las garantías legales: menuda burla. Hombre, como si las garantías legales no hubiesen sido puestas para que ningún empresario incurriera en ellas. "Cómo se nota que aquí trabajáis a gusto todo el año", les gritaban indignados, azulados, casi apopléticos, los piqueteros informativos, a voz en vena. Ahí estaba la cuestión: lo intolerable, para UGT y CC.OO, no es que alguien tuviese la indelicadeza de trabajar durante una huelga general, sino precisamente el resto del tiempo.

No envidiaban a los trabajadores de "El Corte Inglés" porque éstos tuviesen lo que los temporales consideraban un buen trabajo seguro. Era porque no parecían ser porosos a lo que en realidad han pretendido siempre los sindicatos: una superestructura pública, sin empresas, que se retroalimente mágicamente a sí misma y donde no dé el callo ni Blas. Desde aquella lejana huelga general, los sindicatos "de clase" no han hecho sino confirmar aquella revelación. Están para sumar filas, no al cuerpo laboral, sino al escaqueo de él. A imagen y semejanza de sus dirigentes. Cómo van a dejar reformar una legislación laboral que está hecha para evitar que nadie se someta de nuevas a ella. Evita que nadie entre, mucho más que el que nadie salga.

No es que la concepción de los procesos de producción que tienen los sindicatos se haya quedado anticuada o decimonónica. Es que detestan, en origen, esos procesos, porque dan mal ejemplo y amenazan con extenderse. Los liberados no están para ampliar el mundo del trabajo ni unos derechos como vallas electrificadas, están para reducirlo todo lo que puedan, y, si un presidente de Gobierno lo pone en sus manos, acabar de una vez por todas con él. Están a punto de conseguirlo.


Libertad Digital - Opinión

La soledad de Neira. Por Gabriel Albiac

ES como si todo el envilecimiento de la España en la cual vivimos se hubiera condensado en un solo punto.

Y le hubiera tocado a Jesús Neira pagar el precio. No se perdona a aquel que, al atenerse a normas dignidad moral básicas, nos muestra a todos, como un agrio espejo, hasta qué subsuelos fue tragada nuestra dignidad moral. Mejor romper el espejo. Eso empezaron a hacer, desde el primer día, los televisores. Eso consuma un juez ahora. Aquel en cuya perseverancia se hace presente todo cuanto fuimos incapaces de salvar del colectivo naufragio, debe ser destruido. No lo logró la agresión física. Sólo casi. Puede que la agresión moral sea más eficiente.

Porque, en el inicio de este drama, hay algo que nuestros padres o abuelos hubieran juzgado elementalísimo. Ni siquiera corajudo o ejemplar. Elemental, sí, en el más alto grado. Alguien agrede a alguien en la vía pública. A la vista de todos, como lo más normal, el fuerte maltrata al débil. Que se trate de un macho y de una hembra de la especie es secundario. Esta historia trata del intemporal placer que la bestia humana extrae de humillar, de infligir daño. No es enfermedad ni azar. Es la horrible condición humana. La que traza su raya coherente, desde el linchamiento del niño «raro» en cualquier patio de colegio hasta el masivo exterminio de «sujetos raros», en el cual el siglo veinte ha mostrado su virtuosismo más alto. Sé que duele decirlo, porque es sin remedio doloroso mirarse ante el espejo y no cerrar los ojos, pero nadie ha dado de esa tragedia humana razón más justa y fría que el Sigmund Freud de después de la Gran Guerra: «llevamos el placer de matar en nuestra sangre». Ser animal predador y hablante, amar la muerte y poseer inteligencia para planificarla, es una condición de la cual tal vez sólo los pocos narradores de los campos de exterminio han sabido dar razón. La especie humana de Robert Antelme debiera ser el único obligatorio libro de texto en los parvularios de después del siglo veinte. Aunque siembre nuestras noches de pesadillas. Mejor la pesadilla que ciertas realidades.

Neira erró. Pensó, al defender al más débil (la más débil) del más fuerte que ése era el fundamento de cualquier sociedad. Eso han pensado todos cuantos, en la edad moderna, vieron la ley como sabio artificio que reduce fuertes y débiles a un solo criterio constrictivo. Erró. Porque puede que la ley siga existiendo. Pero es muchísimo más dudoso que exista la ciudadanía. Y Neira estuvo solo. Solo sigue. Es lo que de verdad da miedo en esta historia. Que, frente a un animal que exhibe su placer predador en público, nadie moviera un dedo. Salvo Neira. Y que, cuando la bestia humana proyectó su placer de herir sobre aquel que lo cuestionaba, ni un solo dedo fuera movido por nadie para detenerlo.

Neira erró. Pensó, al defender al débil agredido (agredida), contar con su comprensión al menos. Pero el siervo (la sierva, en este caso) anhela más que nada la crueldad del amo. Y Neira fue su espejo. Y, para no odiarse a sí misma, tuvo que odiar a Neira. Y ese odio no se extinguirá jamás. Sin él, lo que la sierva vería cada día ante el espejo le sería demasiado repugnante.

Erró. Eso le dice el juez. Ahora. Y hubiera podido el juez citar al gran Étienne de la Boétie, que en los hondos confines del siglo XVI escribió las páginas definitivas sobre este espanto de ser un bicho humano: anhelo de servidumbre. «La libertad, los hombres no la desean. Bastaría con desearla para tenerla». Y, sí, claro que tiene razón Neira. Este país sólo deja en el alma de los hombres libres un desesperado deseo de huir de él. Y de olvidarlo.


ABC - Opinión

Los sindicatos abren el paraguas

Primera protesta contra el Gobierno en dos años de crisis y con un paro desbocado

Los sindicatos rompieron ayer su atronador silencio callejero hacia el Gobierno en más de dos años de crisis económica. UGT y CC OO se movilizaron en distintas ciudades contra la reforma del sistema de pensiones sugerida por el Gobierno, en un primer momento, y luego matizada hasta quedar convertida en un proyecto etéreo cuyo destino parece la papelera. Sea con el objetivo de ponerse la venda antes que la herida, sea por una actuación prácticamente por imperativo formal después de un periodo de colaboración plena con el Ejecutivo, Méndez y Fernández Toxo vendieron ayer la protesta como la respuesta a iniciativas como la prolongación de la vida laboral hasta los 67 años o la ampliación del periodo de cálculo de las jubilaciones.

Si por los sindicatos fuera, nada se tocaría, porque, según ellos, el sistema público de pensiones es sostenible financieramente hablando y goza de una estabilidad y una salud de hierro. Este diagnóstico resulta, sin embargo, opuesto al que han realizado los principales organismos internacionales y nacionales. Hasta el Gobierno parecía disentir de las centrales o, al menos, ésa era su actitud hasta la fecha, aunque después de escuchar al presidente Zapatero todo es relativo.


Ayer mismo, el secretario general de la OCDE, Ángel Gurría, defendió la necesidad de que España consolide las finanzas y los cambios estructurales. Citó expresamente la reforma del sistema de pensiones, una iniciativa que conllevará una mejora de la calificación crediticia del país. El gobernador del Banco de España, Miguel Ángel Fernández Ordóñez, se pronunció también ayer en términos similares y avaló que la propuesta de elevar a los 67 años la edad de jubilación «contribuiría de forma significativa al equilibrio financiero del sistema». En su opinión, las modificaciones en el mercado de trabajo son «urgentes» e «imprescindibles». Por tanto, la uniformidad de los análisis dentro y fuera de nuestras fronteras ha sido tan apabullante como ha sido incomprensible que el Gobierno haya tardado dos años en comprender a su manera este juicio. En cualquier caso, habrá que ver hasta dónde está dispuesto a llegar el Ejecutivo, más allá de esa retórica que le permite deambular en un terreno de nadie, en el que demora la toma de decisiones y gana todo el tiempo posible. Nos parece poco probable un escenario real de tensión entre el presidente Zapatero y Méndez y Toxo, cuando los tres han sido cómplices en la política económica y social de la recesión y de los cuatro millones y medio de parados, y la discrepancia no ha pasado de meros matices. Lo dijo ayer el presidente, «no habrá decretazos», «y menos, en el ámbito de las relaciones laborales y de la protección social». Las intenciones del Ejecutivo parecen muy lejanas de la cirugía profunda que la economía precisa en busca de estímulos que impulsen la recuperación. Quedarse corto con medidas superficiales sería casi tan contraproducente como no hacer nada.

Si el Gobierno se deja guiar de nuevo por Méndez y Fernández Toxo, si comparte los diagnósticos de los sindicatos y sus respuestas ante las reformas estructurales, se volverá a equivocar. Los socialistas y las centrales han sido corresponsables de una política fracasada, que ha convertido a España en una máquina de destrucción de empleo y en el último país de Europa en salir de la recesión. Con esos precedentes, que UGT y CC OO abrieran ayer el paraguas para que todo siga igual a riesgo de que la Seguridad Social se colapse fue un pésimo servicio al interés general


La Razón - Editorial

"Arrimar el hombro". Por José García Domínguez

En España siempre ha sido norma arrimar el hombro durante las cogorzas en comandita. Pero de ahí a exigir al prójimo que se revuelque en una charca de fango con tal de arrimar el hombro aún media un trecho.

Lo confieso, jamás he sabido qué es un "agujero". Me refiero a esos enigmáticos "agujeros financieros" de los que siempre hablan los periódicos con muy rutinaria naturalidad, dando por obvia la definición del concepto. Además, y con tal de no pasar por un tonto, tampoco me he atrevido nunca a preguntar a los expertos que pululan en las redacciones qué se quiere significar con el término. Así que, a mis casi cincuenta años, aún continúo en la absoluta inopia sobre tan misteriosas fosas patrimoniales.

Con la voz "burbuja" me viene a ocurrir otro tanto de lo mismo. Recuerdo que cuando estudiaba Económicas nos explicaron que la gente invierte su dinero con la esperanza, a veces vana, de obtener ganancias. Aquello no sólo lo comprendí sino que hasta me pareció razonable y sensato. El problema, digamos epistemológico, vino después, cuando los mismos cátedros nos revelaron que las "burbujas especulativas" suponen la fatal consecuencia de invertir pensando únicamente en lograr beneficios; el justo castigo a la avaricia, que diría el Solemne. Llegados a ese punto, descubrí que me había equivocado de profesión, aunque ya era algo tarde para aprender un oficio serio. Así que continué con la cosa hasta que me dieron el título.


En fin, venía a cuento el excurso porque tampoco uno alcanza a descifrar el preciso contenido semántico de la expresión "arrimar el hombro", ese cargante soniquete con que los socialistas nos mantienen acongojado a don Mariano. Y es que en España siempre ha sido norma arrimar el hombro durante las cogorzas en comandita, cuando, tambaleante ya, el personal da en arremolinarse antes de entrarle al "Asturias, patria querida". Pero de ahí a exigir al prójimo que se revuelque en una charca de fango con tal de arrimar el hombro aún media un trecho.

¿O acaso presume alguien que los bancos patrios reabrirían la espita del crédito por ver a Rajoy chocando esos cinco con Zapatero, el ínclito Duran, la señorita de Nafarroa Bai y el resto de la tropa? ¿Por ventura, gracias a una risueña foto de familia en La Moncloa, el sistema financiero más sólido del mundo dejaría de cargar con las valoraciones inmobiliarias más fantasiosas del planeta? ¿A tal extremo llegan las rémoras del pensamiento mágico por estos lares? País.


Libertad Digital - Opinión

Guardar las distancias. Por M. Martín Ferrand

ESPELUZNA la ligereza con la que muchos de los santones de nuestra vida pública reclaman un «pacto de Estado» para atajar la crisis que nos sacude y compensar con él las escaseces que evidencia el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero.

Tendría sentido, aquí y ahora, un pacto de tal naturaleza, especialmente entre el PP y el PSOE, si se tratara de generar grandes transformaciones en los supuestos fundamentales de nuestra convivencia. Por ejemplo, una revisión constituyente de la Constitución del 78 que pusiera limites al vigente Título VIII y reservara para la Administración central del Estado competencias insensatamente transferidas a las Autonomías y la derogación del espíritu del «café para todos», constituiría un gran bien para la Nación. Justificaría sobradamente el esfuerzo y las renuncias que para conseguirlo tuvieran que hacer los dos grandes partidos que, con más o menos fundamento, siguen diciéndose nacionales y los periféricos que, en alarde de buen sentido y servicio a sus electores, quisieran sumarse a tan saludable, benéfico y meramente hipotético proyecto.

Por el contrario, y por graves que sean las crisis social y económica que nos sacuden, el pacto entre los dos partidos en los que se sustenta la posibilidad de la alternancia para atajar problemas de mero gobierno resultaría insensato y temerario. Cada palo político debe aguantar la vela de sus propias decisiones para que los ciudadanos que practican el voto inteligente, no el de la adhesión inquebrantable, puedan observar las diferencias y, sobre todo, para que un probable fracaso gubernamental, como el que ya esboza el PSOE, no nos deje huérfanos de posibilidades y relevos. De ahí que resulten alarmantes algunos chascarrillos en circulación, al estilo de los de Esperanza Aguirre, la presidenta que prefiere la política nacional a la autonómica con la que está comprometida. Su insistencia en que el PSOE debiera entregarle al PP las carteras de Trabajo y Economía en razón de lo bien que, en sus días, lo hizo José María Aznar es un chiste sin gracia. El mayor de los males democráticos que pueden generarse en una partitocracia escasamente representativa, como la nuestra, es la concupiscencia entre las fuerzas en presencia. Es lo más parecido al partido único. Instalados todos en el centro y sin más ideología que el Estado de Bienestar, dos -a falta de tres o cuatro- son mejor que uno.

ABC - Opinión

El penoso estreno de Cospedal como senadora. Por Antonio Casado

Lamentable estreno de la senadora María Dolores de Cospedal, número dos del PP, en una sesión de control.

Casi dos años después de ocupar su escaño, ayer tomó la palabra para formular una pregunta al Gobierno. En las condiciones que lo hizo, le habría compensado seguir practicando el absentismo. Mal favor a su partido y a su propia causa electoral en Castilla-La Mancha. Tampoco era necesario empeñarse en acreditar ese recado demoscópico que sitúa a la clase política como el tercer problema de los españoles, lo cual sea dicho sin reparar en siglas. En ese empeño Cospedal no es la única.

La secretaria general del principal partido de oposición preguntó a la ministra de Defensa, Carmen Chacón, si el Gobierno piensa autorizar una base militar norteamericana en el aeropuerto de Ciudad Real. El derecho a preguntar no está reñido con el rigor y la seriedad exigibles a cualquier parlamentario. Con más razón a un alto dirigente político. Pero el caso es que Cospedal preguntó eso con el mismo fundamento que pudo haber preguntado si es verdad que Rodríguez Zapatero piensa vender a Barack Obama el barrio de La Moraleja.


La falta de fundamento no es una opinión del abajo firmante. Es el acta de la sesión. Léanse ustedes la pieza de Daniel Forcada publicada ayer en El Confidencial (Chacón abronca a Cospedal por tardar 22 meses en hacer una pregunta en el Senado) y lleguen a una conclusión por ustedes mismos. A partir de la respuesta de la ministra, que fue un rotundo “no” por tres razones: primero, el Gobierno español no tiene interés; segundo, el Gobierno de EE UU tampoco ha demostrado ningún interés, y tercero, lo impide la legislación vigente.

Si aparcamos tanto las maliciosas apostillas verbales de la ministra, con la indisimulada intención de ridiculizar a Cospedal ante la Cámara, como los intentos de ésta de defenderse frente al ataque de Chacón, y nos quedamos únicamente con el fondo de la pregunta, enseguida echaremos de menos la base con la que Cospedal acudió al Senado para ejercer su derecho a controlar al Gobierno ¿Cuáles fueron sus argumentos para acreditar la sospecha de que el Gobierno piensa convertir dicho aeropuerto en una base militar norteamericana? ¿En qué se basa la sospecha? ¿Qué información tiene el PP para que se justifique esta pregunta en la Cámara Alta? Nada, absolutamente nada más que la propia verbalización de la sospecha en el formato de la pregunta. Ningún documento, ninguna razón. Solo balbuceos, nervios, caras de circunstancias entre los senadores del PP, risas y cuchufletas entre los del PSOE mientras jaleaban a la ministra.

¿Entonces? Ah, todo procede del recorte de un diario madrileño de inequívoca tendencia derechista, La Gaceta de los Negocios, que en su día anunció que el Gobierno quería convertir el aeropuerto de Ciudad Real en una base militar norteamericana. Noticia desmentida al día siguiente por el Ministerio de Defensa, por la embajada de los Estados Unidos y por los mismos propietarios del aeropuerto. No sirvió de nada. Cospedal tuvo tiempo suficiente para haber retirado la pregunta, una vez comprobada su falsedad. Pero no lo hizo. Prefirió correr el riesgo de que a su partido le sigan acusando de hacer oposición con los titulares de los periódicos afines.

Y si miramos a la parroquia electoral de la candidata del PP a presidir la Comunidad de Castilla la Mancha, nos encontramos con la segunda en la frente. La primera no es menos chusca. Me refiero a un voto de Maria Dolores de Cospedal en la asamblea autonómica contrario a sus propias declaraciones. El 19 de enero dijo públicamente que el PP regional no aceptaría la instalación de un cementerio nuclear en ningún municipio ni en ninguna provincia de la Comunidad. Once días después los socialistas castellano manchegos presentaron una resolución plagiando la declaración de Cospedal, aunque sustituyendo “PP” por “Comunidad de Castilla la Mancha”. Y el PP, con Cospedal al frente, votó en contra. Cosas que pasan.


El Confidencial - Opinión

El pensionazo y otras hipérboles. Por Ignacio Camacho

Para evaluar la intensidad y energía de la movilización laboral de anoche, lluvias aparte, basta con observar el nulo grado de contrariedad que le ha causado a un Gobierno que se siente más cómplice que víctima de las reivindicaciones sindicales y las utiliza para frenar sus propios y tímidos impulsos reformistas.

Todavía no habían salido a la calle las huestes de los sindicatos más subvencionados de Europa, acompañadas de algunos diputados de la mayoría contra la que se supone iban dirigidas las protestas, cuando Rodríguez Zapatero expresaba gozoso su disposición a escucharlas; a eso se le llama eficacia preventiva. Los compadres Toxo y Cándido podían haberse ahorrado el remojón tomando un taxi hasta la Moncloa, donde son siempre son bien recibidos, para ver el partido del Barça. No hace falta que salgan de paseo contando con un presidente tan solícito a sus inquietudes, y que además de las explicaciones pertinentes siempre tiene a punto, en tardes de meteorología desapacible, un café caliente, unas pastitas y alguna subvención. Pasad y ponéos cómodos.

Sucede que en inviernos tan crudos, que invitan a quedarse en casa, hay que salir a estirar las piernas para que no se oxide la musculatura en el sillón. Y que las pancartas se apulgaran si no les da un poquito el aire. Conviene tener a la gente entrenada para cuando gobierne el PP. Los sindicatos, que al fin y al cabo están organizados como tropas, necesitan salir de maniobras de vez en cuando para probar su capacidad operativa y hacer simulacros de fuerza que sirvan de advertencia al enemigo. Con munición de fogueo para no herir a nadie próximo, que se trata de mero ejercicio logístico.

Como en la retórica sindical es importante el aumentativo, la hipérbole nominalista que dé rango y carácter de hosca amenaza al pretexto de las manifestaciones, las centrales se han inventado eso del pensionazo para denominar a una timorata y alicorta propuesta de reforma jubilar que probablemente ni siquiera acabe de tomar cuerpo. Del mismo modo, el presidente desempolva el recuerdo del decretazo aznarista olvidando el que no hace ni tres semanas le aplicó él mismo a los controladores. (En materia de pensionazos bien podría por cierto preguntarle a Chaves, que en Andalucía se legisló uno para recibirlo él solito a perpetuidad sin que le protestaran los vigilantes de la sufrida clase obrera). Con la misma lógica semántica cabría llamar el sueldazo al salario de ciertos liberados, y el desempleazo al insondable agujero negro de los cuatro millones de parados, pero entonces no iba a haber más remedio que organizar un poco de jaleo, siquiera para pedir cuentas y disimular la pasividad ante un drama social tan notorio, y los amigos y compañeros del Gobierno se podrían enfadar o sentirse injustamente señalados. Hasta ahí podíamos llegar; ningún ser bien nacido muerde la mano que le da de comer.


ABC - Opinión

Patria y Estado. Por Alfonso Ussía

Los nacionalistas, da igual que sean catalanes, vascos o gallegos, no odian al Estado. El Estado es para ellos un chollo, un instrumento de mejor vida, la llave victimista que abre de par en par la puerta de sus despensas.

Pero sí odian a España, la Patria común con un milenio de unidad a sus espaldas. El Estado es el administrador. El que recauda y distribuye, no siempre con justicia y responsabilidad, el dinero de los españoles. El que pacta canonjías territoriales y nunca desciende de sus alturas de poder para situarse al nivel de la ciudadanía. Y España es el sentimiento, la Historia, los hechos, los héroes y los villanos. El Estado es la subvención, la notificación, la multa, la sanción y el despilfarro. España es la pintura, la poesía, la arquitectura, la literatura, la historia, la geografía y la ciencia. Es también la guerra y la paz, la alegría y la tristeza, el gozo y la tragedia. El Estado es el papel, y España es el alma. El Rey es el Jefe del Estado, pero ante todo y sobre todo, es el Rey. El Rey de España. Representa lo que odian los nacionalistas e independentistas. Lo que lleva a éstos a exteriorizar su estúpida contradicción. Cuando un nacionalista catalán, o vasco, o gallego –ésos son menos–, abuchea y silba al Rey y al Himno, se está insultando y abucheando a sí mismo. Tiene plena libertad para hacerlo. No lo hizo cuando estaba prohibido. Cobardía se llama esa figura.

El Estado es el carísimo aparato del funcionariado ruinoso y excesivo. España es la calle. Y los paisajes. Ese milagro que se da en nuestra Patria de la diversidad de hombres y tierras. España es un paisaje que anda. El Estado es una máquina que todo lo vigila, lo analiza y que actúa a su antojo. España es la emoción y el Estado la presión. Y España es la unidad y el Estado la desunión, el egoísmo y la ventaja. De ahí que los pitos al Rey –Anson acierta en su brillante «Canela Fina»– se reunieron en su persona por cuanto a España representa. El Rey es un protagonista de la Historia de España, no un edificio recaudador de impuestos o un rótulo en catalán. Y además, un brillante protagonista de nuestra Historia, impulsor de la libertad y de la concordia. Al abuchear al Rey, abuchean al mapa. El que hemos estudiado y querido desde nuestra infancia.

A los jóvenes nacionalistas e independentistas de hoy se les ha envenenado desde la infancia con el odio a España. No al Estado. España da y el Estado recibe. Posteriormente, el Estado, la gran máquina, distribuye, y España, la gran emoción, no tiene derecho ni a abrir la boca. Los Reyes sabían que su presencia en Bilbao, con una mayoría de jóvenes nacionalistas vascos y catalanes en las gradas del pabellón de Baracaldo, no iba a ser bien recibida. Pero se presentaron a pesar del riesgo. Y su entrada en el recinto significó la presencia de España. Reyes e himno. No se presentó el Jefe del Estado acompañado de su mujer, sino el Rey y la Reina. Y no sonó la canción local, sino el Himno de España. Los pitos fueron para el concepto, la historia y lo que los Reyes representan. Ser objeto de groserías entra también en el sueldo. Se insulta al Rey porque se insulta a España.

Ésa es la diferencia. España y el Estado. La misma que se establece entre una madre y un hijoputa.


La Razón - Opinión

Respuesta emocional

El Gobierno debe mantener su propuesta sobre la edad de jubilación a pesar de la presión sindical

Las manifestaciones sindicales contra la ampliación de la edad de jubilación desde los 65 a los 67 años suponen el primer conflicto político entre el Gobierno y los sindicatos. No es casual que en varias intervenciones de los convocantes se pusiera en valor la paz social disfrutada durante las últimas legislaturas y se amenazara con que "esto no quedará así" si el Gobierno no retira la propuesta. Saben los sindicatos que el Gobierno es sensible a la amenaza de una huelga general; y calcula el Gobierno que los sindicatos no se atreverán a convocarla como respuesta a una reforma a largo plazo de las pensiones. Los sindicatos se han comportado sensatamente al firmar el pacto salarial con la CEOE y están dispuestos a negociar una reforma laboral (sin abaratamiento del despido); pero han cavado las trincheras para oponerse a cualquier reforma de las pensiones contributivas, que ellos denominan pensionazo.

La respuesta sindical parece emocional y desproporcionada. Eso es lo que se deduce de las acusaciones de "agresión injustificada a los derechos sociales" o de los temores expresados ayer sobre una supuesta privatización del sistema. Arguyen CC OO y UGT que la propuesta del Gobierno "crea una alarma injustificada" en la solvencia del sistema; pero el caso es que el Gobierno no propone una reducción inmediata de las pensiones, sino que se abra una discusión en las instituciones políticas y sociales pertinentes para aplicar cambios que se han probado en otros países. Ese debate se hará en el Pacto de Toledo y si se llega a un acuerdo por mayoría, se negociará con los agentes sociales. No habrá pues decretazos (el presidente del Gobierno ha insistido en ello) y, por tanto, la respuesta sindical parece desmedida.

El argumento sindical de que hay que rechazar el recorte de los derechos tropieza con la realidad. Los españoles se incorporan tarde al mercado de trabajo, lo abandonan pronto y su expectativa de vida tras la jubilación es elevada. Cualquier simulación razonada de la evolución de la Seguridad Social con previsiones moderadas de envejecimiento permite asegurar que el superávit actual irá disminuyendo poco a poco y que en torno a 2020 se corre el riesgo de incurrir en déficit. No es que el sistema vaya a quebrar, como dicen los catastrofistas y ridiculizan los sindicatos; es que si no se corrigen las prestaciones y el periodo de cálculo (reforma a la que ha renunciado por ahora el Gobierno), las pensiones que percibirán los jubilados durante las próximas décadas se reducirán a la mitad.

Puesto que prorrogar la edad de jubilación no es una medida irracional, ni un trágala político, el Gobierno debe mantener su propuesta y aceptar el riego de que el conflicto con los sindicatos se encone. Y no sólo porque los inversores internacionales vigilen el gasto público futuro, sino porque la reforma de las pensiones, junto con la del mercado laboral y la de las cajas de ahorros son las que toca hacer en este momento. La laboral y la financiera son urgentes; la de las pensiones puede y debe pactarse con tiempo y serenidad.


El País - Editorial

La manifestación de los cómplices

Parece que los cientos de miles de liberados sindicales con los que cuentan UGT y CCOO están exentos hasta de acudir a las manifestaciones que sus dirigentes convocan.

Parece que los cientos de miles de liberados sindicales con los que cuentan UGT y CCOO están exentos hasta de acudir a las manifestaciones que sus dirigentes convocan. Apenas nueve mil manifestantes en Madrid; muchísimos menos aun en Cataluña y en la Comunidad Valenciana. A eso se reducen las manifestaciones que este martes habían convocado los sindicatos para protestar, supuestamente, contra el Gobierno y su propuesta de elevar hasta los 67 años la edad de jubilación.

De ello no hay que deducir, obviamente, que sea escaso el malestar social ante la política del Gobierno, en general, o ante su propuesta de hacer sostenible el sistema público de pensiones a costa de los pensionistas. Lo que sucede es que nuestras privilegiadas y bien remuneradas élites sindicales, corresponsables de una política tan antisocial como la que ha generado en nuestro país cuatro millones y medio de parados, lo que han pretendido con esta manifestación, más que liderar y dar cauce a la protesta, ha sido neutralizarla. Y lo han hecho con el doble objetivo de que el Gobierno de Zapatero no resultara especialmente perjudicado por ella, al tiempo de simular cierta independencia y capacidad de critica ante la que nos está cayendo.

No hay que extrañarse, pues, de que incluso varios diputados del PSOE se hayan sumado a este paripé, ni que Zapatero haya comentado la manifestación recordando lo muy "agradecido" que está a los sindicatos. No es para menos. Los sindicatos han hecho durante estos años algo aún peor que guardar silencio ante una política que despilfarraba el dinero del contribuyente tanto como condenaba al paro a millones de trabajadores: los sindicatos han exigido esa empobrecedora política como si de una muestra de defensa de unos mal llamados derechos sociales se tratara.

En cuanto a las pensiones, somos los primeros en poner objeciones a los planes del Gobierno de alargar coactivamente la edad de jubilación o de reducir la cuantía de las pensiones a través de otro cómputo para el cálculo de las mismas. Pero si esto no es solución, menos aún lo es ignorar el problema, tal y como hacen los sindicatos al no querer ver a dónde nos está llevando el ineficiente, por no decir estafador, sistema público de pensiones. Claro que este no es un problema para nuestras élites sindicales, bien sea debido a sus privilegiadas retribuciones, o porque ellas mismas hacen un lucrativo negocio gestionando planes de pensiones privados.

Tampoco es un problema para ellos la insostenible rigidez que padece nuestro mercado laboral que condena a millones de personas a un paro estructural al disuadir la nueva contratación por las elevadas indemnizaciones por despido. Tampoco es un problema para ellos que los trabajadores no puedan representarse directamente a sí mismos para negociar cuáles son sus condiciones de trabajo o la cuantía de su indemnización ante un eventual y futuro despido. Por el contrario, para los sindicalistas es una forma de vida la conculcación de los derechos individuales de los trabajadores que dicen representar.

A este respecto, es necesario destacar las declaraciones que ha hecho el gobernador del Banco de España en defensa, no sólo de los parches propuestos por el Gobierno en el tema de las pensiones, sino también a favor de la reducción del gasto público y de la reforma de la negociación colectiva para que los sindicatos y las patronales "den libertad" a empresas y trabajadores para que fijen sus condiciones laborales al menos durante los próximos tres años.

Está visto, sin embargo, que para los sindicatos ni la falta de austeridad, ni la legislación laboral que disuade la contratación, ni la falta de libertad de los trabajadores constituyen un problema. No nos extrañemos, pues, del paripé de su manifestación y de su escasa afluencia.

Lo único que podríamos añadir y denunciar es el vacío que deja la oposición al Gobierno, que es la que debería encauzar y liderar el huérfano pero creciente malestar ante la política de Zapatero, también en la calle. Sin embargo, dado que las protestas del PP –cuando las hay– se limitan al parlamento, tampoco nos ha de extrañar que ese vacío contra el Gobierno lo ocupen en la calle sus cómplices.

El Gobierno se deja maniatar por unos grupos de radicales mantenidos por el erario público precisamente para que ejerzan de radicales e impidan a los empresarios volver a crear riqueza y empleo. Va siendo hora de que algún Gobierno agarre al toro por los cuernos y que, al igual que hizo Thatcher en su momento, arrebate a estas minorías los injustificados privilegios con los que cuentan. No sólo nos ahorraríamos varios cientos de millones de euros, también nos volveríamos más libres y prósperos sin su reacción continua a cualquier cambio y mejora social.


Libertad Digital - Editorial

El pacto es con los sindicatos

EL presidente del Gobierno mostró ayer las razones por las que los sindicatos le tienen cogida la medida al Ejecutivo

La mínima presión ejercida por UGT y CCOO con las manifestaciones de ayer -comedidas y hasta amigables con el Gobierno- ha tenido la respuesta esperada porque Zapatero, antes de que comenzaran las movilizaciones, vino a zanjar cualquier reforma del sistema de pensiones o de otras políticas sociales que no tenga el visto bueno de las organizaciones sindicales, a las que calificó como «decisivas» para el consenso. Las posibilidades de una nueva política económica y laboral se esfumaron con este nuevo abrazo de Zapatero a la «paz» sindical. Poco sentido tiene seguir insistiendo en ofrecer a los grupos políticos un pacto que, en todo caso, debe superar el filtro de unos sindicatos que ya han establecido sus líneas rojas.

Zapatero ha optado por tener las calles limpias de manifestaciones a cambio de mantener anquilosado el mercado laboral y bloqueado el futuro de las pensiones, entre otros problemas estructurales. Entre el mensaje lanzado en Londres -habrá todo el déficit que haga falta hasta que empiece la recuperación- y el de ayer -sin el apoyo de los sindicatos no hay acuerdo social-, Zapatero ha armado un discurso no sólo retrógrado e ineficaz, sino contradictorio con los que han emitido altos cargos y ministros de su Gobierno. No es compatible lo que está diciendo Zapatero con lo que su equipo económico vende a los inversores de Londres o Nueva York. Pedir al PP, en estas condiciones, que arrime el hombro es una frivolidad, porque lo primero que tendrá que saber el PP es qué propuesta tiene que apoyar. No menos difícil es la tarea que tiene por delante la peculiar comisión por el consenso -Salgado, Blanco y Sebastián-, cuyo horizonte de propuestas se agota donde empieza el veto sindical.

Mientras tanto, los problemas siguen su curso y las instituciones mantienen sus alertas. Pero ya importa poco, después de la renovada alianza de Zapatero con los sindicatos, que el gobernador del Banco de España insista, como lo hizo Fernández Ordóñez, en reclamar una reforma laboral y de la jubilación en profundidad para facilitar la recuperación de la economía. La indiferencia del Gobierno hacia quienes le piden rigor y realismo ha provocado el desprestigio de los organismos que, como el Banco de España, tienen autoridad para, al menos, ofrecer pautas de política económica desde posiciones de independencia y asesorar en tiempos turbulentos. Este Gobierno empieza a moverse únicamente por instinto de supervivencia.


ABC - Editorial