miércoles, 31 de marzo de 2010

El euro, entre la espada y la pared. Por Emilio J. González

Detrás de Grecia puede venir el verdadero gran problema: la España de Zapatero, que se niega a hacer los ajustes económicos y presupuestarios que exige su situación.

La Unión Europea pretende hacer tortilla sin romper huevos y eso es imposible. Después de mucho darle vueltas al asunto, los líderes comunitarios han llegado a la conclusión de que si no salvan a Grecia, el euro, y sus economías, van a sufrir las consecuencias, pero nadie, empezando por Alemania, quiere rascarse el bolsillo para ayudar a unos helenos que han mentido como bellacos en lo referente a la situación financiera del país y pretenden que sean otros, concretamente el FMI, el que ponga sobre la mesa la mayor parte de los recursos necesarios pero sin dictarle a Grecia condición alguna para obtener la ayuda. Por el contrario, pretenden que sea Bruselas quien dicte a los griegos lo que tienen que hacer y, como es lógico, el organismo financiero multinacional ha dicho que naranjas de la China y que quien paga la factura pide la música. Lo cual abre un nuevo periodo de incertidumbre acerca del futuro de Grecia y de la propia unión monetaria europea.

Todo viene porque los alemanes, como es lógico, dicen que sus contribuyentes no tienen por qué pagar la factura de los desmanes de otros Estados, que han querido estar en el euro sin aceptar sus normas de funcionamiento –Grecia– o sin estar preparados para ello –España y Portugal. Tienen toda la razón. Los problemas griegos se los han creado ellos solitos por no hacer sus deberes y, además, engañar a los demás miembros del club del euro. En estas circunstancias, lo lógico sería expulsarles de la moneda única. Lo malo es que los tratados europeos no contemplan semejante posibilidad y para que fuera posible hacerlo, habría que modificarlos, lo que requiere el voto afirmativo de todos los países para hacerlo, incluida la propia Grecia. Pero no parece posible que los griegos vayan a estar de acuerdo con ello y voten a favor de algo así como su suicidio económico, a pesar de que se han dedicado a jugar a la ruleta rusa con sus finanzas.

Esto lleva a una segunda cuestión: si no se puede echar a Grecia del euro, entonces o la Unión Europea la salva, o decimos adiós al euro, lo cual no es tan sencillo. La unión monetaria europea tendrá todos los defectos que se quiera pero si ahora se rompe, lo único que se conseguirá es que los desordenes monetarios reinen en una economía mundial que aún no se ha recuperado de la crisis financiera. Vamos, una situación similar a la que produjo y explica la Gran Depresión. Y todos tienen que perder, y mucho, con semejante escenario, incluidos los propios alemanes. Por tanto, la salida más lógica, guste o no, sería salvar a los helenos. El problema es cómo se explica esto a unos alemanes que, desde el primer momento, vieron con recelo al euro, temiendo que pudiera llegar a suceder lo que ahora está pasando con Grecia, España, Portugal e Irlanda y que tuvieran que ser ellos nuevamente quienes, con sus impuestos, arreglaran las cosas. La canciller Angela Merkel, desde luego, no quiere hacerlo pero, por desgracia para ella, se encuentra entre la espada y la pared: o Alemania acepta que se ayude a Grecia, o se prepara para que los mercados castiguen muy duramente a todos los países del euro y acaben por largo tiempo con los primeros brotes verdes que empiezan a aparecer al otro lado de los Pirineos. Porque si ahora se deja caer al euro, los mercados van a empezar a especular rápidamente contra los países más débiles y a apostar por la ruptura de la unión monetaria, como hicieron en 1992 con la ruptura del sistema monetario europeo que costo a Europa la peor crisis económica desde la del petróleo de 1973. Ahora las cosas en la economía están mucho peor y el golpe, no cabe duda, sería mucho más duro.

A la Unión Europea, por tanto, puede que no le quede más opción que salvar a Grecia. Pero debe hacerlo aprendiendo la lección, esto es, creando verdaderos mecanismos para afrontar este tipo de situaciones y procediendo a una reforma institucional que abarque, incluso, forzar a un país a tomar las medidas que su Gobierno rechaza o la posibilidad de expulsarle del euro si no hace lo que debe. Y la UE debe hacer esto cuanto antes porque detrás de Grecia puede venir el verdadero gran problema: la España de Zapatero, que se niega a hacer los ajustes económicos y presupuestarios que exige su situación.


Libertad Digital - Opinión

No puede. Por Ignacio Camacho

SI Jaume Matas hubiese reunido en 2007 los escasos miles de votos que le separaron de la mayoría absoluta en Baleares, o si la también procesada Antonia Munar no hubiese encontrado mejores socios a los que alquilar su apoyo mercenario, la reputación del PP estaría hoy triturada bajo un escándalo capaz de invalidarlo como alternativa.

La presunción de inocencia del ex presidente balear había quedado pulverizada el lunes con el gélido «si puede» de Rajoy, pero el combativo -y quizá poco objetivo- auto del juez instructor ha acabado reduciéndola a escombros con la contundencia de un martillo de demoliciones. Es tal la cascada de acusaciones y reproches que se diría que de todos delitos de corrupción que puede cometer un gobernante, Matas no ha logrado evitar ninguno. Su arrogancia defensiva sólo ha servido para ponerle cara de presidiario: si evita la cárcel pagando la fianza-trampa de tres millones, habrá confesado la posesión encubierta de un patrimonio ilícito. Ése es quizá el punto moralmente más débil de todo su andamiaje de excusas; ha encontrado alambicadas justificaciones teóricas para los extraños indicios de operaciones irregulares, pero su suntuoso tren de vida plantea preguntas incontestables para quien sólo vivía de un cargo público. En ese sentido, aunque el cruel despecho de Rajoy obedezca a la repugnancia de quien se siente engañado, resulta necesario interrogarse también sobre la perezosa ceguera del Partido Popular ante las manifiestas evidencias de enriquecimiento que rodeaban a uno de sus más destacados dirigentes regionales.

Cómo mínimo, falló la responsabilidad «in vigilando». Durante varios años, la dirección nacional soslayó las sospechas clamorosas de comportamientos deshonestos y abusos de poder en las islas. Había contratas confusas y sobreprecios clamorosos; el presidente se mudaba a un inmueble de superlujo y su mujer pagaba en metálico en las joyerías de la calle Jaume I. Llovía sobre mojado; en los años noventa, Aznar tuvo que cortar la cabeza de Gabriel Cañellas para evitar que su carrera hacia la Presidencia del Gobierno embarrancase en la oscuridad del túnel de Sóller. Lo fulminó en una sobremesa sin dejar caer la ceniza del puro. El liderazgo marianista, en cambio, era tras la derrota de 2004 una confusa amalgama de virreinatos regionales, sin fuerza para imponer soluciones expeditivas. Incluso con Matas fuera de la política, el partido se ha resistido a convencerse de lo que en Mallorca era un secreto a voces, zanjado ahora por Rajoy con la glacial distancia de un desengaño.
Los americanos dicen que si algo anda como un pato, grazna como un pato y tiene pico y plumas, conviene fiarse de las apariencias: lo más probable es que se trate de un pato. El PP ha desperdiciado un tiempo sustancial en agarrarse a la posibilidad de que Matas acabase resultando un cisne. Pero en la vida real los cuentos casi nunca acaban como nos merecemos.


ABC - Opinión

Un puñetazo.... Por Alfonso Ussía

Un puñetazo en la mesa a tiempo arregla muchos problemas. Pero hay que darlo.

No es una acción agresiva ni violenta. El roble, el pino y el castaño soportan el golpe sin pestañear. Hubo un ministro malhumorado y de temperamento volcánico que lanzaba a la cabeza de su subsecretario la Guía Telefónica. No hay que llegar a tanto. Mariano Rajoy es la síntesis de la cordialidad y las buenas maneras. Inteligente, preparado, con un sentido del humor socarrón y gallego, además de tolerante. Pero de cuando en cuando se echan de menos sus puñetazos en la mesa. Un partido político es un lío. El PP funcionó a la perfección como partido cuando su Secretario General golpeaba las mesas y no se casaba con nadie, a pesar de su afición a los matrimonios. Me refiero a Francisco Álvarez-Cascos, al que tanto se añora. Con Álvarez-Cascos, Jaume Matas habría causado baja en el Partido Popular al ser público el menor indicio de posible corrupción.

No se hubiera producido el desfase argumental de los trasvases. Como ha dicho con acierto el Presidente de Murcia, el trasvase Tajo-Segura no es de Castilla-La Mancha a Murcia, sino de España a España. Pero están los intereses electorales y mi apreciada María Dolores de Cospedal combate en dos trincheras enfrentadas, lo cual es un despropósito amén de una extravagancia. A Rajoy le ha fallado el puñetazo en la mesa ante la clamorosa incoherencia de Gallardón y Cobo. Dice Ana Mato que, a pesar de su suspensión de militancia, Cobo puede seguir siendo el portavoz del PP en el Ayuntamiento de Madrid. Pues no, lo sentimos. Mientras Cobo se encuentre en suspensión de militancia no puede representar al partido en el que no milita. El mantenimiento de su cargo se lo debe a la chulería institucional del Alcalde y al pasotismo de Rajoy. Puñetazo en la mesa, don Mariano. Un asunto, a primeras luces de menor importancia, pero que ha dañado la estética y la ética del PP ha sido el protagonizado por Nacho Uriarte y su control de alcoholemia. Mala suerte. Uriarte es un buen chico y lo que le sucedió puede ocurrirle a cualquiera. Una inoportunidad del destino. Pero tendría que haber dimitido, y de no hacerlo, invitado a abandonar su escaño y su Comisión en el Congreso. Con la única persona que Mariano Rajoy ha dado puñetazos en la mesa es con Esperanza Aguirre, que representa mejor que nadie los valores liberales del partido conservador. Creo que el problema del Partido Popular está en su estrategia de vestimenta. Ese camino hacia el centro es un camino que no lleva a ninguna parte. El complejo de siempre. Un partido de derechas es tan democrático –o más–, que un partido de izquierdas. El PCE no puede dar lecciones de democracia al PP, entre otras razones, porque la Historia demuestra que el comunismo y la democracia, que el comunismo y la libertad y que el comunismo y los derechos humanos jamás han coincidido. El partido Conservador inglés no se define de centro, sino de derechas. Y nos estamos haciendo un lío. El Partido Popular cuenta con el apoyo de más de diez millones de votantes, número que ha aumentado considerablemente, no por los aciertos de sus dirigentes, sino por las gamberradas del PSOE en el poder. Puede ganar las próximas elecciones, pero tiene la obligación de mantener una disciplina y un criterio objetivo y frío en sus adentros. Una cosa es la tolerancia y otra una casa de putas. Rajoy tiene que dar puñetazos en la mesa. La cordialidad, hacia fuera. La firmeza y la contundencia hacia fuera. Los complejos, a la basura. Y en el partido, disciplina, coherencia y aunque resulte desagradable, inflexibilidad con quienes se saltan las normas y reglamentos. Eso, un puñetazo en la mesa.

La Razón - Opinión

Matas que hay que cortar de raíz

Ante imputaciones como las que nos ocupan, la dirección del PP no puede limitarse a animar a sus miembros a defender su inocencia "si pueden", tal y como ha hecho Rajoy en el caso de Matas. Debe cortar de raíz con aquellos de cuya inocencia se dude.

La verdad es que el juez instructor del caso Palma Arena, José Castro, no se ha andado con contemplaciones en su demoledor auto de más de cien páginas en el que imputa al ex presidente balear Jaume Matas doce delitos de corrupción penados con 64 años de cárcel y para el que decreta prisión provisional bajo fianza de tres millones de euros.

Con independencia, no obstante, de si es o no el momento procesal oportuno para que el juez sea tan extremadamente explícito en sus acusaciones, y al margen también de la astronómica cuantía de la fianza –la más alta de las interpuestas a un político por un caso de corrupción–, lo cierto es que el ex dirigente del PP no ha podido hacer la menor refutación, mínimamente seria, a los múltiples indicios que le señalan como presunto autor de siete delitos de malversación de caudales públicos, falsedad en documento oficial, prevaricación administrativa, fraude a la Administración, blanqueo de capitales y un delito electoral.

Ante estos hechos, no podemos más que afirmar, una vez más, que la corrupción no conoce de siglas y que ante esta lacra no sólo es exigible el coraje moral sino reformas que sometan a quienes detentan el poder público al menor número posible de tentaciones. La falta de fiscalización del gasto público y su amplio grado de discrecionalidad es terreno abonado para que los políticos incurran en delitos como de los que se acusa al ex presidente balear y ex ministro de Medio Ambiente.

No menos lamentable es el hecho de que, a pesar de los múltiples y graves indicios contra Matas, la dirección del PP haya esperado a que sea el propio imputado quien este mismo lunes se diera de baja en el partido. Así mismo, resulta impresentable que en la nueva dirección del PP balear, presentada este martes por su presidente, José Ramón Bauzá, figuren cinco ex consejeros de Matas, dos de ellos imputados, como el ex presidente, en casos de corrupción. Se trata de Jaume Font, imputado en el caso del Plan Territorial de Mallorca, que continuará como portavoz en el Consell insular de Mallorca, y el ex consejero de Industria y Energía, Josep Joan Cardona, que será el coordinador sectorial en esta materia a pesar de estar imputado por corrupción en el Consorcio de Desarrollo Económico de Baleares.

Y es que ante indicios e imputaciones como las que nos ocupan, la dirección del PP no puede limitarse a animar a sus miembros a defender su inocencia "si pueden", tal y como ha hecho Rajoy en el caso de Matas. Por el contrario, debe cortar de raíz con aquellos de cuya inocencia se dude.


Libertad Digital - Opinión

Ojalá me equivoque. Por José María Carrascal

OJALÁ me equivoque porque, si no me equivoco, la crisis económica va a ser un catarro comparado con el cáncer que puede llegarnos desde el nuevo Estatuto catalán.

Una crisis económica gira en torno al dinero, poderoso e importante caballero, pero que puede recuperarse si se pierde. O sea, algo ajeno al sujeto, que no lo define ni determina. Una constitución, en cambio, define lo que es una nación, y si la constitución se licua o gasifica, tras ella va la nación. Es lo que tememos ante las noticias que corren sobre la sentencia cocida y recocida del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto catalán. Que no nos diga claramente si es constitucional o no. Peor incluso: que nos diga que es y no es constitucional al mismo tiempo, convirtiendo la Constitución española en plastilina, al dejar sus más controvertidos artículos al albur de eso que llaman «interpretación conforme», pura camelancia, pues hay tantas interpretaciones como pareceres, con lo que nos quedaríamos como estábamos, sólo que peor. Es lo que me temo: que se salve el conjunto del estatuto con parches aquí y apaños allá. Un enjuague, una componenda, un chanchullo con la «carta magna» nada menos.

No se puede aceptar el término «nación» en un preámbulo y añadir luego que la constitución no admite otra nación que la española. No se puede aceptar el uso del catalán en todos los ámbitos de la vida pública catalana y aceptar al mismo tiempo que el español es la lengua del Estado, teniendo derecho todo español a usarla y conocerla en todo el ámbito estatal. Dejar puntos como estos al arbitrio interpretativo es puro sofisma e instalarse en el campo opuesto a la razón y al Derecho. O sea, en el de la sinrazón y en el del derecho torcido. Que de ser ciertas las habladurías, es lo que nos espera.

El Tribunal Constitucional tiene sólo una función: decirnos si la conducta de un ciudadano o lo legislado por algún organismo del Estado es constitucional. Pero si nos dice que esa conducta o esa legislación puede ser constitucional o no según se interprete, no nos servirá de nada, ni lo necesitamos a él para nada. Al revés, nos servirá tan sólo para crear más confusión, más frustración, más controversia de la que ya tenemos, y este país tiene ya demasiado de las tres cosas para permitirse el lujo de aumentarlas. Ocurriría lo mismo en un tribunal ordinario, si el juez sentenciase que el inculpado es culpable, pero al mismo tiempo, inocente. Quedando al criterio de cada cual el decidirlo. ¿Se lo imaginan?

Es la consecuencia de haber puesto en la cima de la Justicia española un tribunal político, que mira de reojo al gobierno en vez de tener una venda sobre los ojos para no dejarse influir por las circunstancias. El desprestigio que ha acumulado desde aquella primeriza sentencia sobre Rumasa es inmenso. Pero nada comparable a lo que pudiera ocurrir si decidiese que la Constitución es vasalla de un estatuto. Ojalá me equivoque.


ABC - Opinión