viernes, 2 de abril de 2010

Potemkin en España. Por José María Carrascal

Y para Haití, 346 millones de euros. Es lo que ha prometido España para la reconstrucción del devastado país caribeño.

La tercera aportación, tras la de Estados Unidos y Canadá. La mayor de Europa, más que la de la rica Alemania, casi el doble que la de Francia (180 millones), que tantos lazos tiene con Haití. Y ante tanta generosidad me pregunto: ¿Estamos en condiciones de prestar esa ayuda? Pues con la mayor tasa de paro en la Comunidad Europea después de Letonia y el Banco de España advirtiendo que no sólo este año, sino también el que viene serán malos, ya me dirán ustedes si estamos para tales dispendios. Bien está la caridad, pero tiene que empezar por casa, y con millones de españoles que han perdido el empleo y otros a punto de perderlo, estos alardes no es que sobren, es que resultan escandalosos.

Pero representan el paradigma de la política de Zapatero. Una política basada en los deseos más que en los hechos, en el talante más que en las cifras, en las fantasías más que en las realidades. «Castillos en España» llaman los ingleses a este tipo de figuraciones. Hay otra expresión sacada de la historia que las define mejor: «Poblados Potemkin», las falsas villas que Grigori Alexandrovich Potemkin, favorito y primer ministro de Catalina de Rusia, iba montando en las riberas del Volga al paso de la zarina. Zapatero, sus potemkines y potemkinas levantan a diario una economía de bambalinas ante nuestros ojos maravillados. Los españoles hacemos que nos lo creemos, por no confiar ya en nuestros políticos, pero mientras el Gobierno siga gastando el dinero a chorros, iremos tirando. Pero los extranjeros, no. En el extranjero, estos alardes de un Gobierno y de un país que todos saben en apurada situación económica producen una impresión penosa. Y no me refiero sólo a ayudas como la de Haití. Me refiero al boato que estamos desplegando en conferencias de todo tipo a la sombra de la presidencia de turno europea.

Ningún país de la comunidad, y menos en tiempos de crisis como los que corren, se ha gastado más en reuniones de este tipo durante su presidencia rotativa, tan efímera como precaria. Son encuentros de rutina, y así se celebran. Como ninguno se ha mostrado tan espléndido a la hora de aportar ayuda a cualquier iniciativa internacional, con tal de que suene bien y luzca mucho. Si sirve para otra cosa que para figurar en el club de los ricos y poderosos no parecen preguntárselo. Les importa la apariencia, no la sustancia. Recuerdan aquellos hidalgos arruinados que repartían con énfasis limosnas entre los pobres a la salida de la iglesia, aunque luego tuvieran que prescindir del almuerzo. Con una importante diferencia: aquellos hidalgos daban su dinero a los pobres. El Gobierno de Zapatero les da el nuestro.


ABC - Opinión

El problema principal. Por Agapito Maestre

Los políticos españoles son la principal carga del sistema democrático. Los ciudadanos no confían, sencillamente, en sus políticos, porque ocupan las instituciones en beneficio propio.

Salvo raras excepciones, los políticos españoles conforman una casta que está acabando con la política y, por supuesto, tiene secuestrado el sistema democrático. Nadie más entusiasta de la política que este cronista, pero pocos serán más críticos que yo con la casta política que tiene secuestradas todas las instituciones. Por fortuna, empiezan a ser reiterativas las encuestas del CIS en un asunto que confirman mi diagnóstico político. El CIS lleva tiempo interpelando a los políticos con los resultados de sus investigaciones, pero la mayoría de ellos no quiere tomarse en serio el asunto, o peor, ocultan con engaños, mentiras y falsificaciones el "espíritu profético" de esta institución. He ahí otra prueba, por si no fueran suficientes los datos aportados por Instituto Oficial sobre la "maldad" que perciben los españoles en los políticos.

Pocos son los profesionales del poder que se sienten concernidos por esos resultados y, por desgracia, abundan los que se ocultan lo obvio con un cínico: "Los políticos son un reflejo de la sociedad". Mentira. La sociedad ha descubierto ya esa mentira como indican estas encuestas que tienen poderes proféticos. En efecto, estoy de acuerdo con Maquiavelo cuando mantiene que todo gran acontecimiento ha sido siempre, de un modo u otro, anunciado. Y si en verdad el espíritu profético es natural al hombre, entonces ninguna encuesta que se precie renunciará jamás a penetrar en el porvenir. El gran acontecimiento de nuestro sistema político es que los políticos tienen bloqueado el sistema democrático.

Las encuestas del Centro de Investigaciones Sociológicas son paradigmáticas, e incluso reiterativas, en esa predicción, a saber, la "clase" política es un problema. Es la principal conclusión del último barómetro del CIS. La mayoría de los encuestados consideran que la situación política general de España es mala. Por quinta vez consecutiva, en efecto, los políticos aparecen como uno de los principales problemas de los españoles, según el barómetro de marzo. Y, junto con el "movimiento ocupa", los partidos políticos son estimados, o mejor, desestimados por los encuestados hasta ocupar los últimos lugares en una escala de 0 a 10.

Pero, por favor, nadie se engañe con datos y más datos, quédense con lo fundamental: los políticos son un problema. Ojo que no se trata de que los ciudadanos responsabilicen o culpen a los políticos de muchos de sus problemas, sino de que la casta política es percibida como un problema. He ahí el asunto central de la encuesta, pero la hipócrita casta política tergiversa el asunto. El paro, el terrorismo y los políticos son, repitamos las veces que haga falta, los tres grandes problemas.

En fin, los políticos españoles son la principal carga del sistema democrático. Los ciudadanos no confían, sencillamente, en sus políticos, porque ocupan las instituciones en beneficio propio y están lejos de cualquier proyecto sensato para regenerar el falso tejido democrático.


Libertad Digital - Opinión

El retorno de Cascos. Por M. Martín Ferrand

NI sus más encarnizados adversarios políticos, que los tiene dentro y fuera del PP, podrían decir que Francisco Álvarez Cascos sea un personaje vaporoso, inconsistente.

El que fue secretario general del partido que refundó José María Aznar, es un hombre sólido y nada vanilocuente. Es decir, lejano de la fauna militante y rectora de la que, con pocas excepciones, se ha rodeado Mariano Rajoy en su larga carrera hacia ninguna parte. La compañía de los fuertes y cabales es incómoda para los líderes sin hambre de victoria y, quizás por eso, Cascos pudo ser un perfecto lugarteniente de Aznar, el hombre que estructuró el gran partido del centro derecha español, y difícilmente podría dormitar en el balneario político en que se han instalado quienes parecen preferir el sosiego de la oposición a la abrupta dureza del ejercicio del poder.

Escondidas en la paz más vacacional que procesional de la Semana Santa, suenan voces que anuncian el retorno de Álvarez Cascos a la política activa. En Asturias ya dan por hecho que será la cabeza del PP en la próximas elecciones autonómicas. Según sus íntimos, no anda escaso de ánimo y, militante disciplinado, sólo aguarda el modo y las formas oportunos para volver por donde solía.


No seré yo quien se entrometa en asuntos de familia, que estas gentes del PP son díscolas con los próximos, lejanas con los cercanos y especialmente arisca con quienes les recuerdan que representan a más de diez millones de votantes y constituyen la alternativa que sustenta la democracia en la que estamos instalados.

La vuelta de Cascos sería una buena noticia en nuestra lánguida vida política en la que cada cual, como en el juego de Antón Perulero, atiende a su juego. A Rajoy, como se comprueba en sus seis largos años de jefe de la oposición, no le gustan las compañías bravas y enérgicas, capaces y tozudas. De hecho, las ha ido apartando y neutralizando como principal constante en su quehacer partidista; pero la guerra necesita combatientes y la Nación, líderes capaces de ilusionar a los ciudadanos y pretender metas de progreso y bienestar. Supongo que, en la calle Génova de Madrid, el aparato funcionarial de la gaviota estará temblando, pero no tiene por que inquietarse. Cascos, si es que vuelve, lo hará para ser presidente del Principado y culminar una larga historia familiar de presencia astur. En Génova podrán seguir sesteando.


ABC - Opinión

La debacle española. Por Florentino Portero

El proyecto Zapatero-Moratinos está definitivamente muerto porque, aunque sigue contando con un apoyo interior importante, fuera de nuestras fronteras ha perdido todo crédito y autoridad.

Nos hicieron vivir con ansiedad la llegada de la presidencia española de turno de la Unión Europea. Iba a ser la gran tapadera que ocultaría el desastre de la gestión económica del Gobierno, al tiempo que daría la oportunidad a Rodríguez Zapatero de, por fin, demostrar en sede europea su innato liderazgo. Cuando todavía no ha concluido el semestre español no sólo no se ha producido aquél fenómeno astrofísico que nos adelantó –ella sí que es un fenómeno– la señora Pajín, es que hemos dejado de hablar del tema. Nuestro presidente ha sido apartado de la alta magistratura a la que había accedido por mérito temporal en una discreta maniobra de los estados que mandan, Francia y Alemania, y los personajes que tratan de asentar sus reales, Van Rompuy y Lady Ashton. La liviandad intelectual de nuestro insigne líder, las ocurrencias de nuestro canciller y el currículo económico presentado nos ha llevado al rincón de los torpes, donde quedan relegados los que carecen de la autoridad requerida para participar en la dirección de los asuntos de común interés.

Un hecho reciente no sólo prueba esta triste situación, sino que además nos sirve de adecuado marco para escenificar la debacle de la diplomacia española ensayada por Moratinos y auspiciada por Rodríguez Zapatero. El primero se propuso dirigir a la Unión por el camino de la modernidad, levantando la Posición Común sobre Cuba y facilitando al régimen comunista, dirigido por los hermanos Castro, unas cómodas relaciones con Europa. Otra cosa, como señaló en sede parlamentaria, sería un anacronismo, un ejemplo de formas superadas de ejercicio diplomático. No sé si tamaño enunciado llevará a nuestra izquierda a una revisión de sus posiciones historiográficas hasta el punto de agradecer al Vaticano y a Estados Unidos el giro dado en 1953 con la aprobación del Concordato y los Convenios, que según parece eran avanzadillas de una nueva diplomacia que nuestros progres no supieron entender a tiempo. Lo que sí parece bastante claro es que nuestros socios europeos prefieren acogerse a las viejas fórmulas, lo que implica dejar como está la Posición Común y esperar a que los comunistas cubanos muevan ficha antes de realizar cambio alguno.

El ridículo ha sido de dimensiones históricas. Moratinos convocó una cumbre Unión Europea-Cuba en su calidad de jefe temporal de la diplomacia europea. El pobre no se había enterado que de la presidencia europea no quedaban ya ni las raspas. Ni Lady Ashton ni los dirigentes cubanos han mostrado intención de asistir. Eso sí que es capacidad de convocatoria. No sé si la señora Pajín lo calificaría de ridículo galáctico, pero nadie le puede negar sus repercusiones globales. Desde la Transición hasta hoy nunca habíamos tocado tan bajo y lo malo es que no se intuye cuándo saldremos de este túnel.

El proyecto Zapatero-Moratinos está definitivamente muerto porque, aunque sigue contando con un apoyo interior importante, fuera de nuestras fronteras ha perdido todo crédito y autoridad. Y falta lo peor, la bronca económica que nos espera a la vuelta de la esquina. Atrás queda el abandono de una visión sólida de los intereses de España en el mundo y la implantación de una política alternativa asentada en prejuicios progres. En el mejor de los casos tardaremos décadas en recuperar el prestigio perdido. Lo malo es que ese caso no se va a dar.


Libertad Digital - Opinión

Cuba y el terrorismo

LA posición de Estados Unidos sobre la relación del régimen castrista con diferentes grupos terroristas y las consecuencias políticas que ello ocasiona constituyen un marco de referencia extraordinariamente valioso.

España debe estar agradecida por esa posición inconfundible de Washington en lo que nos afecta más directamente y ha de extraer las consecuencias de lo que significa que Cuba siga en la lista de los países que apoyan el terrorismo. Por un lado, el intercambio de cartas entre la Casa Blanca y el congresista McGovern demuestra que la Administración Obama no ha tenido ningún plan para allanar el camino de las relaciones con Cuba más allá de los intentos de resolver problemas migratorios que se conocen, y en segundo lugar, que en Washington sí que se toman en serio el hecho de que haya miembros de la banda terrorista ETA fuera de control en territorio cubano. Es por lo menos sorprendente que Estados Unidos se tome más interés que el actual Gobierno español en un asunto que nos afecta directamente. Y si el argumento para intentar normalizar las relaciones de la UE con Cuba era que Obama podría tomarnos la delantera, ya se ha visto que no hay nada que temer.

Por extensión de este principio, se puede deducir que lo que está pasando en Venezuela puede acabar teniendo los mismos efectos. Es decir, que lo que hace el Ministerio de Asuntos Exteriores buscando todos los pretextos para dilatar la reclamación del juez de la Audiencia Nacional Eloy Velasco, es lo contrario de lo que hace Washington con Cuba. Venezuela no está en la lista de países que apoyan el terrorismo, pero las pruebas que se acumulan sobre la relación entre el régimen chavista y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) -incluyendo las que provienen de la Audiencia Nacional- pueden obligar a la Casa Blanca a cambiar las cosas, a pesar de las implicaciones económicas que podrían desencadenarse. La cuestión para el Gobierno español es si está dispuesto a apoyar a Estados Unidos, si llega el caso, o preferirá seguir ignorando el daño que causan a la estabilidad de toda Iberoamérica sus atrevidas relaciones con Hugo Chávez y todos sus satélites.

ABC - Editorial

El caso Neira. Por Rafael Torres

Nada de lo que diga Jesús Neira, ni siquiera que va a pedir una licencia de armas, empañará el valor del acto cívico que casi le costó la vida.

Sin embargo, muchos de quienes admiraron su conciencia y su valentía el oponerse de palabra al maltrato que un tipo infligía en la calle a su novia, lamentan la deriva del profesor, al que un micrófono, ciertamente, le sienta como a un cura dos pistolas.

La popularidad buena que se granjeó por su acción, por la cobarde agresión de que fue objeto y por su largo tormento hospitalario, se va desdibujando con las cosas que dice y, sobre todo, por cómo las dice, con un desabrimiento innecesario aunque pudiera ser comprensible, de suerte que a la mayoría le es difícil reconocer en éste Neira aquél otro que dió una lección de ciudadanía. O dicho de otro modo: éste Neira cae tan mal como bien cayó cuando la gente supo, en circunstancias tan dramáticas, de su existencia.


Jesús Neira, en efecto, cae fatal, e incluso en ciertos sectores del PP, ese partido que practica un peligroso populismo fichando política y sectariamente a toda clase de víctimas, incomoda su tono un punto arrogante y dos histriónico. Sin embargo, convendría conjurar el riesgo de demonización del personaje no sólo por lo inicuo que es de suyo demonizar a las personas, sino porque podría darse la circunstancia de que el señor Neira dijera algo interesante.

Es más; ya la ha dicho, concretamente que la Constitución del 78 fue "una anomalía democrática" pues no se eligieron Cortes Constituyentes para elaborarla, como debe hacerse en democracia. El hombre, que es profesor de Derecho Constitucional, sabe técnicamente de lo que habla, pero hete aquí que alguien del PSOE ha pedido su destitución del cargo que le regaló Esperanza Aguirre por decir cosas feas. Podría darse el caso, incluso, de que Neira, desagradable y todo, haya dicho otra cosa puesta en razón: que sus debeladores son, en el caso que nos ocupa, una pandilla de ignorantes.


Periodista Digital - Opinión

Estado -generalizado y doblemente preocupante- de corrupción. Por Federico Quevedo

Algunos lectores de este diario se empeñaron el otro día en no entender mis razonamientos sobre el caso Matas, a pesar del empeño que puse en reiterar que en ningún caso pretendía exculpar su comportamiento que deberá ser objeto de atención judicial. Pero el caso Matas y las circunstancias que le rodean ponen de manifiesto que no se trata de un hecho aislado -ojalá lo fuera-, sino una evidencia más de que nuestra democracia sufre de una grave enfermedad llamada corrupción, corrupción generalizada e insertada en prácticamente todas las esferas de poder del país.

Hay corrupción en la política, sin lugar a dudas, y es probablemente ahí donde se percibe en mayor medida y donde convergen todas las formas de corrupción, desde la económica hasta la sistémica. Hay corrupción en la justicia, donde se vulneran de manera sistemática las reglas de juego del Estado de Derecho y se ha enterrado la división de poderes. Hay corrupción en los medios de comunicación, entregados a causas impropias de su deber para con la sociedad y dedicados a tapar la corrupción de unos para resaltar la del contrario. Hay corrupción institucional, de la cabeza a los pies del sistema, desde la Corona hasta el último ayuntamiento perdido en lo más inhóspito de nuestros parajes.


Hay corrupción pequeña y grande. Hay quien se vende por un plato de lentejas y quien lo hace por ciento y miles de millones de euros, hay quienes abandonan el poder y se dejan seducir por empresas que les utilizan como lobistas de lujo, hay quienes se escudan en su poder institucional para actuar contra los principios y las reglas del juego democráticos, hay quienes se amparan en sus cargos como funcionarios públicos para creerse por encima de la misma ley que dicen aplicar y defender. Hay quienes obvian el mandato de las urnas para hacer lo que les viene en gana, hay quienes desoyen a los parlamentos y a los ciudadanos porque creen que una vez elegidos están ahí por méritos propios y no por delegación de la soberanía nacional, hay quienes retuercen las leyes y las normas para aplicarlas a su antojo, hay quienes piensan que el dinero público no es de nadie y pueden hacer con él lo que quieran...

Todo esto ocurre todos los días a nuestro alrededor, en nuestros ayuntamientos, en nuestros parlamentos, en nuestros gobiernos autonómicos y central, en nuestros juzgados, en nuestra policía, en nuestros altos tribunales, en nuestra función pública, en nuestro sistema financiero, en nuestras empresas, en nuestros organismos de control y de regulación, en nuestros medios de comunicación... Prácticamente no se salva nadie.

Hartazgo ciudadano con el sistema

¿Qué hacemos? Aparentemente esta sociedad aborregada y aletargada parece limitarse a observar y mirar para otro lado ante tanta evidencia de abuso de poder y corrupción, pero en los últimos meses los sondeos de opinión empiezan a reflejar un cierto hartazgo social de nuestra clase política, y creo que los ciudadanos cuando sitúan a los políticos como el tercero de sus problemas, por detrás del paro y la situación económica, lo que están haciendo es personificar en nuestros parlamentarios, ministros, concejales, alcaldes y presidentes de gobiernos su malestar y su desencanto generalizado con el sistema.

Con todo el sistema, desde el Rey hasta el último concejal de nuestro país, desde el sistema parlamentario hasta el judicial, desde la prensa hasta los bancos y las cajas, desde los sindicatos hasta los empresarios, porque todos ellos parecen haberse instalado en una especie de dolce farniente del sistema en el que es muy fácil recibir sin dar nada a cambio, y en ese nada a cambio se incluyen las obligaciones propias de los cargos para los que son elegidos.

El caso Matas es un paradigma de todo esto, no solo en lo que afecta al propio ex presidente del Govern Balear, sino por todo lo que le rodea, desde el juez que instruye el caso, hasta la clase política de las islas, pasando por los medios de comunicación, los empresarios, los mecanismos de control, los partidos políticos... Lo que hagamos para superar esta crisis del sistema democrático va a depender de nosotros mismos, no de los políticos y sus pactos imposibles. No puede atacar la corrupción del sistema quien la ha favorecido y potenciado, de ahí que esa exigencia deba partir de la propia sociedad y de mecanismos alternativos a la política para ponerla en práctica.


El Confidencial - Opinión

Los delirios de Gómez. Por Alfonso Ussía

Tomás Gómez, ese ser anodino que se mueve por Madrid en nombre del socialismo, no sabe qué hacer para arremeter contra Esperanza Aguirre.

Ahora ha tenido la ocurrencia de hacerlo utilizando al profesor Neira, lo que da idea de su poca clase y peor gusto. Gómez va de un lado al otro despotricando mientras la ciudadanía no se interesa por la identidad del despotricador. Lo primero que tendría que hacer Gómez para que sus despreciables exabruptos tuvieran impacto y acogida es colgarse del cuello un cartel en el que pudiera leerse sin faltas de ortografía el siguiente y fundamental mensaje: «Soy Tomás Gómez». De esa manera, la buena gente de la calle, o al menos, una parte de ella, tendría opción de preguntar a la persona más cercana en ese preciso y circunstancial momento. «¿Quién es Tomás Gómez?».

Así, poco a poco, llegaría a los aledaños de las elecciones con un mediano porcentaje de conocimiento popular, que en estos momentos es bajo. Claro, que una cosa es el conocimiento y otra la popularidad y la aceptación social, insignificantes ambas en la persona de Gómez. Preocupados andan en el PSOE con el candidato que eligieron para Madrid. Tan preocupados que todavía no es ni candidato oficial. Para mí, que no voy a votar a las listas socialistas ni con una pistola besándome una oreja, que es mejor candidata Maru Menéndez, la rellenita. Tiene algo de pechugona y castiza que gusta al pueblo. Es arrabalera y faltona, muy del agrado de las viejas corralas y rincones de mentideros. Sucede que entre las corralas y los rincones de los mentideros de Madrid no se alcanzan ni quinientos votos, y de esos quinientos, cuatrocientos son para el Partido Popular. Madrid se le ha atragantado al PSOE, y el PSOE se atraganta aún más con sus precipitaciones en busca de la persona adecuada para combatir a la mujer liberal del Partido Popular. Un tipo que insulta y da lecciones a un ciudadano ejemplar como el profesor Jesús Neira para herir el prestigio de Esperanza Aguirre no tiene nada que hacer.

Por lógica, cuando un «progresista» intenta envilecer la figura de un hombre que ha defendido a una mujer de una agresión machista, y por defenderla bordea durante meses la muerte, sufre innumerables intervenciones quirúrgicas, vegeta en una Unidad de Vigilancia Intensiva y combate diariamente por una recuperación total casi imposible, los colectivos feministas «progresistas» tendrían la obligación de salir en su defensa. Pero no. A las feministas profesionales les parece muy bien –de acuerdo con su silencio estremecedor–, que al profesor Neira le hayan dado una paliza por defender a una mujer maltratada –que salió batracia, pero es mujer–, y que Gómez se ría del defensor. Estas feministas son muy raras, y tengo para mí que antes que feministas son mujeres sometidas y humilladas por las dependencias y las mamandurrias. Para una feminista de verdad, el profesor Neira habría de ser un icono intocable, porque pocos hombres exponen su vida para salvar la de una mujer –salió batracia, pero es mujer– desconocida.

Y Gómez, el que no se pone el cartel, además del desprecio le da lecciones de constitucionalismo al profesor Neira. «Veo clarísimo que Jesús Neira no está de acuerdo con la Constitución». ¿Quién es Gómez para ver clarísima semejante tontería? ¿Quién es Gómez para, en caso de verla, hacerla pública con tan descarada indecencia social? ¿Quién es Gómez para poner en duda la calidad ciudadana de un ciudadano admirable? Y sobre todo y ante todo: ¿Quién coños es Gómez?
Urge el cartel.


La Razón - Opinión

Las miserables palabras de Cayo Lara

La única doble vara de medir es la que la izquierda de este país demuestra cada vez que habla de derechos humanos, que para ella sólo pueden ser violados por dictaduras de derechas, o democracias como la estadounidense.

La autoproclamada intelectualidad progresista de España dejó claro su doble rasero con las miserables declaraciones del actor Willy Toledo, despreciando al preso político cubano Orlando Zapata poco después de su muerte, hechas en un acto en solidaridad con el Sáhara Occidental. No hacía mucho tiempo, todo la izquierda –y la derecha– había apoyado las reivindicaciones de Aminetu Haidar, en huelga de hambre como Zapata, pero por una causa distinta. Sus reivindicaciones, por lo que se ve, le parecían a nuestra izquierda mucho más justas que la lucha que llevan librando desde hace más de medio siglo quienes se rebelan contra la tiranía cubana.

Sin embargo, es cierto que el actor no representa a nadie, al menos oficialmente, de ahí que hubiera quien creyera algo exagerado darle tanta importancia a lo que pudiera decir. Pero desgraciadamente, la repulsa tenía no sólo razones morales para elevar el tono, sino también políticas, ya que sus ideas totalitarias son compartidas por demasiados españoles. No ha tardado demasiado el líder de Izquierda Unida, Cayo Lara, en darnos la razón.

El coordinador federal de IU ha defendido a Toledo, a quien ha definido como una persona comprometida con los derechos humanos y la causa cubana; es decir, castrista. Ha defendido también al Gobierno de Hugo Chávez, responsable no sólo de cobijar a fugitivos etarras sino de colocarlos en su Ejecutivo. Y, por supuesto, ha defendido a la tiranía cubana, echándole la culpa de todo lo malo que acontece en la isla-cárcel a Estados Unidos.

Pero Cayo Lara ha ido aún más lejos, burlándose del sacrificio de Guillermo Fariñas, dispuesto a morir por la misma libertad que desprecia el dirigente comunista. Y ha vuelto a recurrir a la consigna de echar balones fuera, afirmando que existen tanto otras injusticias y violaciones de derechos humanos en el mundo como una supuesta "doble vara de medir" que perjudicaría a Cuba, que sería poco menos que una víctima inocente del imperialismo yanqui.

En realidad, la única doble vara de medir es la que la izquierda de este país demuestra cada vez que habla de derechos humanos, que para ella sólo pueden ser violados por dictaduras de derechas, o democracias como la estadounidense, principal responsable de la caída de su añorada Unión Soviética. Con ello demuestran que la libertad no tiene en su visión más que un valor meramente instrumental: es buena mientras sirva a sus fines y un mero obstáculo a retirar cuando no es así.

No cabe duda de que todos los Estados del mundo han cometido violaciones de los derechos humanos en alguna ocasión. Pero, por más que nos quieran enredar con ese argumento, lo cierto es que no es lo mismo una mancha en un traje blanco que ir completamente vestido de negro.

Mas, en algo sí debemos darle la razón a Cayo Lara. El problema, ciertamente, es que existe una doble vara de medir. La que califica de "derecha extrema" al PP cuando la extrema derecha realmente existente cuenta con una presencia meramente testimonial, tanto en las urnas como en la vida política española. La que, al mismo tiempo, beatifica a una extrema izquierda que rozó el millón de votos en las elecciones generales de 2008 y se muestra siempre dispuesta a perdonar los crímenes de los dictadores de su cuerda y justificar sus tropelías. Una hemiplejía moral a la que ningún demócrata de verdad debería dejar pasar ni una.


Libertad Digital - Opinión

Radiografía del pesimismo

LA última encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) revela que la preocupación de los españoles por el paro ha llegado a un nivel histórico, al situarlo el 82,9 por ciento de los encuestados como el mayor problema actual de España.

Hace un año, la misma encuesta reflejaba que los españoles que consideraban el desempleo de esta manera alcanzaban el 76,1 por ciento. Pero el dato que más radiografía el pesimismo ciudadano sobre la situación, y que más concierne a Rodríguez Zapatero como presidente del Gobierno, es que en marzo de 2004, cuando aún gobernaba el PP y ya se habían celebrado las elecciones generales, los encuestados que señalaban el paro como el principal problema eran el 51,7 por ciento. Este balance de los dos mandatos socialistas -y aun cuando falten dos años para los próximos comicios generales- pesa como una losa sobre las expectativas a medio plazo, porque si el 76,8 por ciento de los encuestados piensan que la situación económica es hoy mala o muy mala -en marzo de 2004 sólo el 14,3 por ciento tenía esta opinión -, el 37,4 por ciento cree, frente al 21,1 por ciento, que las cosas irán a peor en los próximos meses.

Este pesimismo se retroalimenta por la desconfianza en la clase política, tercer problema nacional, según los encuestados, por detrás del paro y la crisis económica. El dato es nefasto para una sociedad que necesita ilusión y liderazgo para afrontar los sacrificios que exigirá la recuperación de la economía. Si el sistema de partidos y el Gobierno no inspiran confianza, es imposible que los ciudadanos vean en el horizonte motivos de optimismo. Y lo peor de todo es que la realidad explica esta actitud sombría de los ciudadanos, a la vista de las nuevas previsiones a la baja del Banco de España sobre la evolución del empleo y el crecimiento económico.

La percepción de ineficacia del Gobierno se contagia al sistema político en su conjunto y contamina la regla de la alternancia porque la oposición es vista, injustamente, como coprotagonista de la falta de soluciones a la crisis. Este efecto perverso de la gestión del Ejecutivo -sin ideas, sin ofertas- amenaza con separar a los ciudadanos de sus instituciones. La respuesta puede ser la abstención, por lo que la encuesta también es una advertencia al PP para que su estrategia de oposición se diferencie claramente de la imagen obstruccionista que presenta el Gobierno. El barómetro del CIS retrata a una sociedad que necesita imperiosamente una alternativa política.


AbC - Editorial