sábado, 24 de abril de 2010

Ahora la ley no actúa. Por Maite Nolla

Las leyes amparan, protegen y garantizan que los políticos como el señor Mas puedan hacer de la política un medio de vida. La ley les otorga unos privilegios que están muy por encima de su productividad, en muchos casos limitada al propio beneficio.

En el resto de España deben tener ustedes una mezcla de sentimientos con lo que les llega de Cataluña. Deben estar entre hartos, fritos, asombrados, asustados y con ganas de crear un grupo en Facebook de apoyo a Boadella para dar a Cataluña la independencia con sólo enviar un sms. Los que vivimos aquí ya estamos acostumbrados. Curiosamente, el mejor ejemplo de la descomposición de la clase política catalana no son las declaraciones de Artur Mas, o las de Jordi Pujol, o las de Joan Herrera o la nueva legalidad que quiere crear Joan Puigcercós. El mejor ejemplo de que los políticos que nos han caído en suerte funcionan con un fusible averiado, es ver a Manuela de Madre apoyando al juez que ha metido en la cárcel a su sucesor en la alcaldía de Santa Coloma y que, hasta hace dos días, era el segundo de su señor esposo en la diputación de Barcelona. Al pobre Bartu le tiene que haber sentado regular. Garzón fue responsable de la imagen del alcalde de Santa Coloma esposado recogiendo una bolsa de basura; Manuela de Madre estaba en primera fila aplaudiendo a los trasnochados que apoyan a Garzón.

Entiendo que son más importantes las declaraciones de Artur Mas, aunque hasta eso podamos discutirlo. Para empezar, ni siquiera es una idea original suya. En octubre del año pasado, Joan Ridao ya registró una solicitud similar. Entonces pasó desapercibida, pero ya dijo Ridao que quería sustraer al Constitucional del enjuiciamiento de los estatutos de especial singularidad, como el vasco y el catalán. Sirva este artículo como denuncia y que la SGAE le pase la factura a CiU. Pero es que además de estar copiada, la propuesta del señor Mas no es muy diferente de la teoría sobre la presunción de constitucionalidad que creó el ministro Caamaño y que, al menos, suena un poco más suave que lo de acabar con las atribuciones del Constitucional. "Es constitucional lo que hemos aprobado nosotros" es más amable que "no podéis revisar lo que hemos aprobado nosotros", aunque sea lo mismo.

El problema al señor Mas le viene cuando se mete a elucubrar sobre la prevalencia entre la ley y la voluntad del pueblo. Dar prevalencia a la voluntad de un pueblo, parte de otro, sin contar con ese otro y por encima de la ley, es una propuesta que Artur Mas no puede sostener. Por ejemplo, la ley permite regularizar las deudas tributarias a los que han recurrido a los paraísos fiscales para pagar menos impuestos. Sin duda, la voluntad popular hubiera llevado al defraudador a la cárcel y si hubiera tenido un hijo consejero de Economía, a éste al paro.

Las leyes amparan, protegen y garantizan que los políticos como el señor Mas puedan hacer de la política un medio de vida. La ley les otorga unos privilegios que están muy por encima de su productividad, en muchos casos limitada al propio beneficio. De verdad, no les conviene abrir algunos melones. No quieran saber cuál es la voluntad popular.


Libertad Digital - Opinión

El español en España. Por Ignacio Camacho

LA víspera del Día de Cervantes, el ministro de Educación y los responsables de la enseñanza en las autonomías discutían con la mayor naturalidad y el menor consenso sobre las dificultades para normalizar la enseñanza del español en España.

Algo grave ha pasado en este país para que la lengua nativa de cuatrocientos millones de hablantes represente un conflicto político capaz de bloquear un elemental acuerdo de bases educativas en la misma nación que le da nombre. Un conflicto absurdo, errático, disparatado y febril, que niega en su propia formulación la existencia de una memoria de expresión colectiva que ni siquiera nos pertenece a los españoles en la medida en que no somos más que una pequeña, aunque esencial, parte de esa inmensa comunidad social que encuentra en el castellano el eje vertebrador de su cultura. Un debate estéril que nos enreda en estúpidas controversias y nos aleja del orgullo de liderar el segundo idioma del planeta, cuestionado en su propia tierra de origen por un aberrante prurito de particularismo identitario.

«La lengua en que nací es mi única riqueza». Son palabras aún frescas de José Emilio Pacheco, el último Premio Cervantes, un poeta mexicano de irrebatible compromiso moral y sentimental con los ideales de la izquierda. Palabras lúcidas de un hombre dolorido y pesimista que apenas si confiesa encontrar ante la tristeza del mundo otro consuelo que el compartir con millones de personas la posibilidad de expresarse en una misma lengua. La de Quevedo y Neruda. La de Antonio Machado y Octavio Paz. La de Galdós y García Márquez. La de Cernuda y Borges. La de Juan Ramón Jiménez y Miguel Ángel Asturias. La que se habla en los rutilantes rascacielos del nuevo Madrid y en las deprimidas villas-miseria del Gran Buenos Aires. Una patria común y abierta, integradora y libre; un tesoro gratuito, extenso y versátil cuyo disfrute integral se deniega o se cercena a los estudiantes en algunos territorios de España por culpa de un delirio fragmentario que ha troceado la universalidad del castellano en un desquiciado puzle de aldeanismos y desigualdades.

Esta descabellada incongruencia, que dilapida sin lógica ni razón un caudal expresivo y cultural impagable, es posible debido a una rendija de confianza que quedó abierta en la Constitución por un exceso de lealtad mal correspondida. Por ese resquicio se ha colado el designio miope de ciertos nacionalismos hasta convertirlo en una zanja de convivencia donde puede quedar enterrada parte de nuestra más viva cultura. Cada vez parece más claro que los padres constituyentes se dejaron abierto un grifo por el que está vaciando no sólo la integridad territorial del Estado, sino el patrimonio inmaterial más valioso que nos ha legado la Historia.


ABC - Opinión

Un Gobierno muy piadoso. Por Pablo Molina

Para los sociatas, la religión islámica no es el opio del pueblo sino el canuto de grifa de la juventud creyente para socavar el orden establecido. El enemigo no es la religión como hecho cultural y espiritual, sino únicamente la religión católica.

La polémica por el uso del velo en los centros educativos ha permitido a los socialistas blasonar de respeto por las preferencias religiosas de los ciudadanos, siempre que no correspondan a la confesión practicada mayoritariamente por los españoles, en cuyo caso toda traba se les antoja insuficiente.

Vaya por delante el derecho de cualquier mujer musulmana a degradarse cubriendo permanentemente su cabeza en señal de sumisión a Alá y a su maromo (al de ella), pero lo que sorprende es que sean los socialistas, laicos hasta las trancas, los que aplaudan esta expresión de piedad. Aquí algo no cuadra. Quiero decir que el respeto por la religión es algo propio de los practicantes de alguna de ellas, no de los que consideran que la visión trascendente del ser humano es una lacra impuesta por la jerarquía religiosa para sojuzgar al ser humano. Pero es que, para los sociatas, la religión islámica no es el opio del pueblo sino el canuto de grifa de la juventud creyente para socavar el orden establecido. El enemigo no es la religión como hecho cultural y espiritual, sino únicamente la religión católica.


Cuando el Gobierno decidió por ley retirar los crucifijos de los espacios públicos no pensó en respetar a todos aquellos a los que ese símbolo no les parece insultante. Al contrario, con gran abuso del concepto, decidieron que un Estado aconfesional exige la supresión de toda simbología en las instituciones dependientes del Estado. Sin embargo, el que las niñas musulmanas acudan a los centros públicos exhibiendo ese distintivo de la religión más inflexible que se conoce les parece un canto al multiculturalismo del que ningún grupo social debe ser privado. Que está muy bien, oiga, pero no para que lo diga un laicista de izquierdas como el protocura Gabilondo.

Y es que lo menos que se le puede pedir al Gobierno es que sea coherente en su maldad. Por ejemplo los mapas del clítoris, a cuya confección ha dedicado la ministra de Igualdad numerosos esfuerzos y fondos públicos, serían un excelente medio para liberar a la mujer musulmana, al fin y al cabo tan oprimida como la occidental. Tan sólo es cuestión de enviar a unas cuantas ONGs con folletos a la puerta de las mezquitas para ilustrar a los imanes sobre la riqueza sensorial y cultural de este órgano, tan amenazado por los practicantes más ortodoxos de esa confesión. No será por falta de subvenciones.


Libertad Digital - Opinión

Gabilondo y el Parto Educativo. Por Tomás Cuesta

SE veía venir que lo del Parto Educativo iba a ser una reedición del Pacto de los Montes, y a la viceversa. Se veía venir y, sin embargo, el texto que presentó anteayer don Ángel Gabilondo (en vísperas del Día del Libro, ¿casualmente?) es tan insustancial, tan chirle, tan desestructurado y tan grotesco que, más que mirárselo con lupa, hay que divisarlo con anteojeras.

Ver para no creer: nuestra capacidad de asombro aún no está colmada, pese a lo que sostiene Steiner. El ministro del ramo -o del ramal, puesto que la burricie es de su competencia- ha perpetrado un documento en el que se declara especie protegida al genuino lerdo ibérico y se corre, de paso, un estúpido velo, un «hiyab», por más señas, sobre la incuria del presente. Sesenta y cuatro páginas de jerigonza inane, de aviesos solecismos, de anacolutos héticos y de comatosa verborrea (qué le vamos a hacer si el ágrafo de turno no ha dejado una coma con cabeza), son la última oferta de aquel que fue rector y nunca anduvo recto.

Encampanado y doctoral, el garitero del consenso ha distraído la baraja después de limpiar la mesa. Hasta aquí hemos llegado, advirtió el jueves mismo a la modosa oposición, tensando el ademán y engatillando el ceño. Y ésta -que, al igual que Rimbaud, ha perdido la vida «par délicatesse»-, cuando no se acoquina, al menos titubea. «Pero, jopé, si no hemos llegado a nada: el roce hace el cariño, a lo mejor nos entendemos». No sabe, por supuesto, y ahí le duele, que la nada es el terruño existencial de cualquier hegeliano que se precie. La nada, la pura nada, la ausencia de determinación, el vacío perfecto... ¡A Gabilondo le van a amedrentar con naderías siendo primo carnal de Hegel! Primo por molondro, desaborío y primavera. Carnal porque su padre (el de Gabilondo, claro, no el de Hegel) regentaba una carnicería espléndida. O sea, que la carne se hizo verbo y así, por obra y gracia de la dialéctica, nos retrotraemos al comienzo. Hasta el parto del pacto y a la viceversa.


«Parturient montent, nascetur ridiculus mus», sentenció el viejo Horacio después de aprobar un curso de latín sin esfuerzo. Quién le iba a decir que, al cabo de los siglos, en lugar de un ratón, las cordilleras parturientas traerían al mundo a un topo ciego. Porque ceguera intonsa es, a fin de cuentas, suponer que un Gobierno de necios deslenguados, lamerones impúdicos y cómicos de la lengua está dispuesto a preservar el español cuando ha puesto el solar en almoneda. Heraldos del fascismo de la vulgaridad, urracas del espíritu, truchimanes de almas, tratantes de conciencias, se nutren de la idiocia y en la estupidez prosperan. La ignorancia es sumisa, la inopia agradecida, la miseria moral es el tesoro de los déspotas. ¿Qué interés movería a formar hombres a aquellos que siempre han pretendido criar siervos? ¿A santo de qué desempolvar la alta cultura desempeñándose con tanta habilidad en la bajeza?

Dejémoslo estar y sálvese el que pueda. Lo que es un imposible metafísico, una broma ontológica y un chiste hermenéutico es fiar en que don Ángel Gabilondo redimirá a los memos después de haber dado vía libre a párrafos del jaez de este: «Los poderes públicos determinarán, con la participación de la comunidad educativa, las necesidades de escolarización de las distintas zonas, enseñanzas y etapas educativas en el marco de esta programación; y será en el ámbito de este diálogo con los sectores afectados en el que las Administraciones deberán considerar los distintos condicionantes de la oferta educativa: desarrollo demográfico de una zona y demanda de puestos escolares y de enseñanzas».

¿Solución? La gallina. Turuleta e implume, evidentemente.


ABC - Opinión

Libertad Religiosa. Por José maría Marco

El Gobierno socialista de Rodríguez Zapatero ha hecho todo lo posible por destrozar aquellos pactos, que no sirven a su proyecto político y sobre los que pesa la acusación de reaccionarios y mixtificadores.

Se suele decir que la Transición, y con ella los pactos que condujeron a la Constitución de 1978, resolvieron varias de las cuestiones históricas que tenía pendientes nuestro país. Una de ellas era la cuestión religiosa. Con un amplio respaldo político y social, quedaron deslindados entonces los terrenos de lo religioso y lo político, y se instauró una libertad religiosa que hacía normal en la ley lo que era normal en la calle. Desde entonces hemos vivido de esos pactos, que nos han permitido una libertad muy amplia y han permitido que la sociedad española hiciera realidad su vocación de pluralismo, y eso sin demasiados traumas –más bien al revés–, como corresponde a uno de los países más avanzados y por tanto más complejos del mundo.

El Gobierno socialista de Rodríguez Zapatero ha hecho todo lo posible por destrozar aquellos pactos, que no sirven a su proyecto político y sobre los que pesa la acusación de reaccionarios y mixtificadores. Lo ha conseguido del todo en lo que era el eslabón más frágil del edificio constitucional español, como es el Estado de las Autonomías. Lo está intentando con todas sus fuerzas, que son muchas, en los pactos económicos y en los históricos, los que abrieron definitivamente la economía española y nos reconciliaron con nuestro pasado, de tal pasado que no tuviéramos que seguir pensando el presente como una rectificación de la Historia. (Ver Miguel Ángel Quintanilla, El ángulo ciego: contra un pacto para la ruptura, en Cuadernos de Pensamiento Político, nº 26). Es muy probable que ponga también en marcha su trágica máquina de devastación en la cuestión religiosa.

Es más que probable que en este último caso, el de la cuestión religiosa, el Gobierno socialista no vaya a una confrontación directa, en la que tendría demasiado que perder. Resulta más verosímil pensar que el Gobierno seguirá la estrategia que, de hecho, ya ha puesto en marcha hace tiempo. Se trata de enarbolar el necesario pluralismo, del que el Ejecutivo socialista se hace portaestandarte y representante único, para acorralar a la Iglesia católica, principal presa en toda esta maniobra, y forzarla a refugiarse en una posición que aparezca ante la opinión pública como nostálgica del papel que en algunos momentos del pasado jugó la propia Iglesia, nostálgica también de la unanimidad perdida, de una sociedad ajena al pluralismo.

No hay por qué caer en una trampa tan grosera como esta. En España, el catolicismo tiene una presencia pública gigantesca, como corresponde a la historia y a la naturaleza de nuestro país. Que el Gobierno socialista quiera recortar esa presencia en algunos ámbitos de orden político o simbólico –que no son todos los ámbitos públicos, ni mucho menos–, es una cuestión que se puede considerar grave, pero que en última instancia es negociable. (Es posible que el Rey, como jefe del Estado español, heredero y representante de una dinastía católica, tuviera algo que decir en este asunto).

El pluralismo, por otra parte, es un hecho irreversible, y positivo. A veces, por razones casi biográficas, lo relacionamos con una etapa reciente de la vida española, casi con la instauración de la Monarquía parlamentaria o con las consecuencias de la crisis moral de los años sesenta y setenta. Y sin embargo, es un hecho más profundo, que viene de mucho más lejos, y al que la sociedad española, a pesar de las apariencias, a pesar de todo lo que se ha hecho para impedirlo, no ha sido nunca ajena en su historia reciente. Tampoco lo ha sido la Iglesia católica, al menos desde los años sesenta, ni, desde mucho antes, lo ha sido el pensamiento católico. Es posible incluso que los católicos españoles vayan en esto por delante de la jerarquía, hayan asumido con naturalidad una situación en la que se sienten cómodos, y esperen un discurso adecuado a la actual circunstancia. No hay por tanto razón alguna para dejarse encerrar en ese papel tan cómodo para el Gobierno socialista. El Ejecutivo aprovecha una crisis de fondo, de la que se cree protagonista, para adelantar posiciones ideológicas y electorales, pero esta crisis, y el pluralismo actual, también abren oportunidades nuevas para todos.


Libertad Digital - Opinión

Comer y callar. Por M. Martín Ferrand

LUCIANO Varela, el magistrado progresista al que zahieren los progres por no serlo suficientemente, ha expulsado de la causa abierta contra el juez Garzón a uno de sus acusadores: Falange Española y de las JONS.

Hay razones procesales suficientes para ello; pero eso no le quita un ápice de legitimidad a Falange Española -a lo que quede de ella- para personarse allí donde acuerden sus mandos; juzgados, festivales, elecciones o actos públicos. Ya veremos en que termina el triple procedimiento que revisa la conducta de Garzón; pero, de momento, resulta democráticamente inadmisible la descalificación de la acusación de FE contra el juez estrella en razón de su autoría.

Llevado al absurdo, lo que en ocasiones ayuda a recomponer la inteligencia, la diferencia de una dictadura como la franquista y una democracia, aunque sea tan imperfecta como la nuestra, reside en que en las dictaduras no caben los partidos políticos y, por el contrario, en las democracias pueden existir, y hasta disfrutar de subvenciones públicas si alcanzaron el suficiente porcentaje de votos, organizaciones como Falange. Por eso resulta escandaloso que los apasionados defensores de Garzón, muy dueños de serlo, hayan venido descalificando la denuncia falangista no por su contenido, sino por el membrete del papel que la soporta.


Entra todo esto en el ruido, aparentemente provocado e inducido -nada natural-, de las dos Españas enfrentadas entre sí. Algo superado que el zapaterismo ha reverdecido en su propio interés, como máscara y disimulo de su ineficacia. Para quitarle hierro y dolor a tan insensata situación, me permito evocar a Robert Burns, un poeta escocés del XVIII, al que sus paisanos recuerdan únicamente como autor de la letra de una canción -Auld Lang Syne- que, todavía hoy, cantan en las fiestas de despedida. Algo parecido a nuestro «adiós con el corazón, que con el alma no puedo». Burns era un rebelde y acuñó unos versos para bendecir la mesa que molestaron mucho a los calvinistas y, en general, a las gentes de orden de su tiempo. La traigo aquí a manera de bálsamo lenitivo del escozor nacional reinante: «Unos tienen carne y no quieren comerla, / otros, no teniéndola, la quisieran. / Nosotros, que la tenemos y la queremos, / al Señor damos gracias por ella». Es decir, en referencia al abrumador y cansino aire perdonavidas de la izquierda propietaria de la verdad: come y calla.

ABC - Opinión

Merkel: una advertencia que también vale para España

El nivel de vida de los griegos se hundirá porque tendrán que empezar a pagar el derroche pasado de sus políticos. La deuda pública tiene sus consecuencias, no es gratis, y en breve los helenos lo empezarán a comprobar.

Los políticos europeos hacía tiempo que estaban decididos a salvar a Grecia. Después de haber rescatado a sus propios sistemas bancarios, no cabía esperar otro comportamiento de la suspensión de pagos de un socio comunitario que iba a repercutir directamente en las inversiones de sus bancos nacionales. El problema es que la certeza de que un país va a ser rescatado en caso de que quiebre es una llamada a la irresponsabilidad del resto de Estados europeos. Lo mismo sucedía y sucede con los bancos: los fondos de garantía de depósitos incentivan un "riesgo moral" que los lleva a adoptar decisiones irresponsables y muy arriesgadas bajo la perspectiva de que en el futuro papá Estado acudirá con el dinero del contribuyente.

Con tal de aplacar algo esta sensación de impunidad por la que los responsables de cualquier inversión calamitosa no tienen por qué hacerse cargo de sus consecuencias, en ocasiones los políticos tratan de dar una imagen de dureza que no siempre se ve correspondida más tarde por los hechos. El pasado jueves, por ejemplo, Obama anunció un inadecuado plan de reforma del sistema financiero y avisó a los bancos de que a partir de su aprobación ya no se iban a producir más rescates bancarios generalizados. Por supuesto, todo el mundo en Wall Street sabe que el presidente estadounidense iba de farol, porque en caso de que se repitieran acontecimientos como los de 2008 (y el plan elaborado por los demócratas en nada lo impide), Obama haría exactamente lo mismo –o peor– de lo que hizo Bush.

En la zona euro sucedía algo similar. Merkel adoptó una posición muy dura contra la posibilidad de rescatar incondicionadamente a los países que suspendieran pagos: avisó de que podían contar con su auxilio, pero siempre y cuando siguieran un plan serio –y severo– de consolidación fiscal y mejora de la competitividad. Lo que era opinable es si a la hora de la verdad, cuando Grecia realmente estuviera al borde de la quiebra, Merkel mantendría su posición de dureza o se ablandaría para ayudar a los helenos.

No ha sido este último el caso. La canciller alemana ha aceptado las peticiones griegas, pero siempre que corrijan el caos en sus finanzas públicas; objetivo harto complicado después de casi 10 años de un irresponsable despilfarro gubernamental. El ajuste será muy complejo y sufrido, pues con una deuda pública que roza el 120% del PIB, los pagos de intereses pueden absorber prácticamente todo su crecimiento económico nominal. Pensemos que si el tipo de interés medio de su deuda fuera del 5% (el interés prometido por el plan de rescate de la UE-FMI), los pagos en intereses se llevarían para sí todo crecimiento nominal del PIB que fuera inferior al 6%. Una expansión menor de la economía llevaría a que la ratio entre deuda total y PIB no deje de aumentar, volviendo al final impracticable la amortización de todas sus obligaciones.

El panorama es oscuro cuando menos, pues hoy Grecia lejos de crecer, decrece, y la inflación (que podría contribuir a aumentar el crecimiento nominal) ha desaparecido de la escena. Por consiguiente, el país necesitará construir enormes superávits presupuestarios (que pueden ascender al 10% del PIB) partiendo del mayor déficit de la zona del euro (más del 13% del PIB en 2009). Es decir, habrá que reducir salvajemente el gasto público y con mucha probabilidad aumentar en igual medida los impuestos. Al final, pues, el nivel de vida de los griegos se hundirá porque tendrán que empezar a pagar el derroche pasado de sus políticos. La deuda pública tiene sus consecuencias, no es gratis, y en breve los helenos lo empezarán a comprobar, pues la alternativa –la suspensión de pagos– sería aún más dolorosa.

La loable firmeza de Merkel debería mover a la reflexión a Zapatero. Durante los últimos meses se especuló con la posibilidad de que el presidente del Gobierno español estuviera esperando a observar las condiciones del rescate griego –a comprobar si al final los alemanes daban su brazo a torcer– para saber a qué atenerse. Pues ya lo sabe: Merkel no cederá ni un milímetro en sus muy razonables exigencias (¿para qué habría de rescatar a un país que se niega a reconducir su errático rumbo?) y el ajuste que Zapatero se niega a implementar tendrá que producirse, sí o sí. La diferencia está en que cuanto antes tenga lugar, más pronto dejaremos de añadir deuda pública a nuestro balance nacional y menos doloroso será ese cambio. De haber empezado en 2008, nos habríamos ahorrado como unos 120.000 millones de euros. No convendría aguardar a 2011 o 2012, porque entonces puede ser muy tarde.

La primera semana de febrero los mercados ya nos lanzaron una advertencia que la verborrea internacional de Zapatero y Salgado logró calmar. En julio toca refinanciar alrededor de 25.000 millones de deuda pública. Veremos qué opinan los inversores internacionales entonces. Convendría haber llegado con unos deberes bien hechos a esa crítica fecha, pero el Gobierno, como los malos estudiantes, sigue dejándolo todo para el próximo curso.


Libertad Digital - Editorial

Cuando las barbas de tu vecino...

GRECIA ha solicitado formalmente a la Unión Europea que haga efectiva la ayuda prometida.

Después de varios intentos fallidos de calmar a sus acreedores con declaraciones retóricas, necesita ahora dinero contante y sonante. Necesita tiempo para no tener que acudir al mercado -próximamente vencen 23.000 millones de euros- y poner en marcha un programa creíble de ajuste fiscal que impondrá nuevos sacrificios. Hay dudas razonables sobre si la sociedad está preparada para ello. Existe también el peligro real de que si los acreedores se salen con la suya -no olvidemos que la última colocación de deuda pública se ha hecho por encima del diez por ciento- se vuelquen sobre su próxima presa. Portugal y España son los más firmes candidatos. No es catastrofismo ni antipatriotismo, sino puro realismo.

No hay una entidad financiera sensata que no esté preparando planes de contingencia. España necesita un shock de credibilidad que despeje cualquier incógnita sobre la capacidad de las finanzas públicas de hacer frente a sus compromisos externos. Y sobre la voluntad del Gobierno de tomar las medidas necesarias. El plan de estabilidad presentado hace pocas semanas a Bruselas, y vendido con gran espectáculo, es ya hoy papel mojado. De las medidas anunciadas sólo queda en pie la subida del IVA, probablemente la más inconveniente.

El retraso de la edad de jubilación y el aumento del período de cómputo en el cálculo de las pensiones duermen en el seno de la Comisión para la reforma del Pacto de Toledo; la reforma laboral sigue empantanada porque el Ejecutivo no se atreve a retirar el derecho de veto a los sindicatos; el presidente se dedica a restarle importancia y urgencia y los distintos Ministerios barajan borradores como si de una tesis doctoral se tratase; la reducción de gasto público, lejos de concretarse, es desmentida a diario con anuncios de nuevas subvenciones y nuevos proyectos de gasto no incluidos en los Presupuestos. Además, las hipótesis de crecimiento y empleo sobre las que se calculaban las necesidades de ajuste, y los tipos de interés a los que España podía esperar financiar su deuda, si eran entonces excesivamente optimistas hoy son sencillamente irresponsables. La capitulación de Grecia es un ejemplo de lo que les espera a los países que siguen instalados en la ficción de que lo peor ha pasado ya y la recuperación es sólo cuestión de tiempo. Es cierto: nuestra situación es mejor que la griega, pero en lugar de aprender de la desgracia ajena, estamos cometiendo algunos de los errores que la han llevado al borde de la quiebra.


ABC - Editorial