lunes, 26 de abril de 2010

Alfonso XIII, ese franquista. Por Arturo Pérez Reverte

Si es que te la dan hecha. La página, quiero decir.

Con la náusea adjunta. Igual que si te metieran los dedos en el gaznate. Luego escriben cartas a XLSemanal, quejándose cuando los llamas gentuza y te refieres a sus muertos. Como una tal señora Cunillera, creo que se llamaba, o llama, que se descolgó una vez por el buzón de nuestro cartero con grititos de dignidad ofendida. Cómo se atreve, etcétera. El rufián.

Hoy me relamo con otra perla parlamentaria, y no me resisto a compartirla con ustedes. Especialmente porque, si no me equivoco, pasó casi inadvertida en la prensa: media tímida columnita en un rincón, y poco aire de la clase política. Entre bomberos, supongo que se dijeron, no vamos a pisarnos la manguera. La soltó un pavo llamado Joan Herrera, diputado de Iniciativa por Cataluña Verde, me parece que es, pero podía haberla facturado cualquier otro individuo de los que frecuentan el garito. O buena parte de ellos. De esos a los que alguna vez encuentro en la rotonda o los restaurantes del Palace –yo pago allí con mi dinero, y ellos también pagan con el mío y con el de ustedes–, y me veo obligado a oír sus conversaciones telefónicas o de viva voz. Como ya apunté en esta página alguna vez, España debe de ser el único país de Europa, o de por ahí cerca, donde para sentarse en las Cortes no hace falta tener ni el bachillerato.


En pregunta parlamentaria, hace un par de semanas, ese tal Herrera inquirió, muy serio, si bajo los supuestos de la ley de Memoria Histórica de 2007, que impone la retirada de objetos, monumentos o menciones conmemorativas que exalten la sublevación militar de 1936, el Gobierno tiene previsto cambiar el nombre de la Base Alfonso XIII de Melilla: que a su juicio, y de acuerdo con la citada ley, «supone una exaltación franquista». Respondió el Gobierno que, aunque se han tomado muchas medidas acordes con lo establecido en esa ley, la figura de Alfonso XIII no está incluida en ella, puesto que el abuelo del actual monarca dejó de reinar en España con la proclamación de la II República, que fue anterior a la Guerra Civil y a la dictadura del general Franco. Lo que, dicho en bonito, venía a significar que el diputado Herrera se había tirado un planchazo de órdago, mezclando dictaduras –la de Primo de Rivera sí fue bajo Alfonso XIII– y liándose más que el tobillo de un romano.

No vayan a creer ustedes que Herrera, azote implacable –y verde– de dictadores y dictaduras, pidió disculpas por meter la gamba hasta la ingle, o en sincero auto de fe salió al día siguiente en el telediario admitiendo: soy un indocumentado y un cantamañanas. Nada de eso. Se dio por satisfecho, y con la solemne impavidez del tonto, supongo, miró al soslayo, fuese al bar y no hubo nada. Quede claro de todas formas, diría su gesto seguro y la sonrisilla satisfecha, que aquí mis votantes y yo no dejaremos pasar ni una. Faltaría más. A esa puta y facha España.

Opino, sin embargo, que el Gobierno, aunque diligente, anduvo escaso en la respuesta. Mañana mismo, algún otro insobornable martillo de dictadores puede sentir curiosidad por franquismos parecidos, y esta clase de cosas es mejor prevenirlas. Lo de Alfonso XIII es más que una simple anécdota: delata caudales de rancia estupidez nacional, aliada con ignorancia y oportunismo político. Individuos que hacen preguntas como ésa, indigentes intelectuales de semejante calibre, votan leyes y deciden, con sus pactos, alianzas y pertinaz desvergüenza parlamentaria, nuestro presente y el futuro de varias generaciones. Habría convenido, por tanto, aprovechar la respuesta gubernamental para explicar a los vigilantes de la playa, y compañía, que Franco fue un dictador culpable de muchas cosas; pero que España es un lugar complicado y viejo, con tres mil años de verdadera memoria histórica, donde antes de la Guerra Civil, fecha a la que aquí se remite toda referencia y clave de nuestros males, ocurrieron otras cosas. Aunque despachara a moros y cristianos, por ejemplo, el Cid no era franquista. Ni Cervantes, aunque escribió en castellano. Tampoco los Reyes católicos, que expulsaron a los judíos, o Felipe III, que echó a los moriscos. Y la bandera roja y amarilla, pásmense todos, no la impuso Franco en 1936, sino Carlos III –que era un rey ilustrado– en 1785, inspirada en la antigua señal del reino de Aragón. Todo eso está en los libros de Historia, explicado muy clarito. Los hay de bolsillo, baratos. Cuando hagan otro de esos caros viajes protocolarios internacionales con avión en clase preferente, hotel y dietas a que tan aficionados son nuestros diputados, en vez de ponerse ciegos a canapés en las salas Vip de los aeropuertos, podrían leer alguno.


XL Semanal

No somos Grecia, pero.... Por José maría Carrascal

EL Gobierno puede decir cuantas veces quiera «España no es Grecia», pero estamos en el mismo bote.

«Grecia y ¿cuál será el siguiente?», titulaba ayer su editorial el New York Times, que arrancaba: «Mientras Grecia se escora aún más hacia la bancarrota, los asustados inversores se apresuran a soltar bonos de Portugal, España e Irlanda, también en dificultades». Y sin tomar las medidas oportunas, podría haber añadido. Pues cuantas han tomado, al menos en nuestro caso, no nos alejan del precipicio. Nos acercan a él.

El problema de Grecia, como el problema de España, es haber considerado esta crisis uno de esos baches periódicos del capitalismo, al que seguirá automáticamente la recuperación. Y si no éramos capaces de salir de él, ya nos sacarían nuestros socios, que para eso lo son.


Así que pese a los cuatro millones largos de parados, el déficit galopante y la advertencia de los expertos, nuestro Gobierno sigue diciendo que la recuperación está a la vista, que los demás se equivocan y que nuestro caso no es el griego. En efecto, no es el griego. Es más grave. Nuestra economía representa casi un 13 por ciento del PIB de la Comunidad Europea, mientras el griego es insignificante. Los cálculos que algún listillo en La Moncloa puede haberse hecho son: «A Grecia pueden dejarla caer porque apenas tendría repercusión, pero a nosotros, no, porque el golpe sería tremendo para la Comunidad». Pero la lectura puede hacerse también desde el ángulo opuesto: «A Grecia la salvamos por ser pequeña. Pero España es demasiado grande, y nos arrastraría a todos».

En cualquier caso, la receta para Grecia y para España es la misma: un plan de ajuste creíble, unos recortes convincentes. Es lo que ha exigido Alemania a Atenas para recibir la ayuda que pide. Y lo que nos están pidiendo implícitamente a nosotros, sin que hagamos otra cosa que poner parches y recortar el chocolate del loro. Con lo que seguimos estancados, mientras los demás van saliendo de la situación.

Y es que el pecado original se mantiene: aquella presunción de que no había crisis; de que si la había, no nos afectaría; de que si nos afectaba, sería mínimamente; de que estábamos en situación de resistir la embestida. De aquellos polvos vienen estos lodos. Sin que nadie se atreva a decírselo a Zapatero. Solbes prefirió largarse antes de decírselo. Su sucesora, o no se atreve o cree en él como Bibiana Aído. Por eso sigue diciendo que nuestras cifras, no las del FMI, son las correctas y que estamos dispuestos a ayudar a Grecia. Aunque puede que todo sea producto de la desesperación. Estamos dispuestos a ayudar a Grecia, pensando que otros vendrán a ayudarnos a nosotros. Algo que puede ocurrir o no. Ya han oído a la Merkel: «Ayúdate a ti mismo, para que te ayudemos». Pero ¿cómo se ayuda a un país que prefiere manifestarse por Garzón que por sus parados?


ABC - Opinión

Escuela de blanditos. Por Emilio Campmany

Rajoy parece participar de las ideas y principios liberal-conservadores, pero cree que, ocultando que los tiene, le será más fácil vencer. Cameron, que cree lo mismo, está demostrando que los dos se equivocan.

En Gran Bretaña llevan ya dos debates entre los líderes de sus partidos. La tele ha lanzado al estrellato a un outsider, Nick Clegg. Según las encuestas, gracias a él, los liberales tienen en esta ocasión la oportunidad de ser necesarios para gobernar tras las elecciones del 6 de mayo. Esto, y el estar casado con una española, lo han convertido en personaje predilecto de la prensa española.

Pero esto no es, me parece mí, lo más interesante de la campaña británica. El dato más relevante es el batacazo que Cameron se está dando en las encuestas. Es verdad que sigue encabezándolas, pero lo hace por un puñado de puntos después de haber tenido veinte de ventaja sobre Gordon Brown. ¿Y qué tiene esto de interesante para los españoles? Pues muchas cosas.


Gran Bretaña padece una crisis económica similar a la nuestra. Sus ciudadanos pechan con un Gobierno de izquierdas que apenas tiene respuestas para la crisis. Y su candidato de la derecha, y esto es lo que me interesa destacar, ha basado toda su estrategia en lo que podríamos llamar "la táctica del blandiblup". Consiste ésta en eludir el compromiso todo lo que sea posible y esperar a que el rival, en el Gobierno, se cueza lentamente dentro del caldero de la debacle económica. Igualico, igualico que Rajoy, sólo que éste no tiene veinte puntos de ventaja, sino sólo seis.

Pues bien, con tanto melindre y tanto mírame y no me toques, a dos semanas de las elecciones, los laboristas casi alcanzan a los conservadores en intención de voto. Incluso parece que algunos electores de ideas conservadoras, antes que votar a Cameron, prefieren a Clegg, a pesar de ser éste esencialmente de izquierdas. Si el torpe Brown ha sido capaz de enjugar una ventaja de veinte puntos con Cameron, ¿se imaginan lo que puede hacer Zapatero con Rajoy?

Lo que está ocurriendo en Gran Bretaña debería enseñar al gallego que edulcorar el mensaje, aguar las ideas y envolver los principios no trae ni un sólo voto. A fuer de ser inútil, ni siquiera vale para apuntalar la abstención del adversario. Para lo único que sirve es para sofronizar a los propios electores.

Los políticos parecen convencidos de que en España, con principios, no se va a ningún lado. Quizá tengan razón. Pero a mí me da la impresión de que, en lo que se refiere al electorado de derechas, principios no faltan. Lo que falta es un partido y un líder que se presente como el sincero defensor de los mismos.

Puedo estar equivocado y resultar que presentarse como el defensor de ideas liberal-conservadoras aboca al fracaso. ¿Y qué? ¿De qué sirve ser presidente de Gobierno sin una idea que aplicar? A Rajoy le hace ilusión ser presidente. Pero, ¿por qué ha de hacérsela a sus potenciales votantes?

Y encima, la experiencia de Cameron demuestra que ser blandito ni siquiera sirve para ganar. Sólo hay oportunidad de hacerlo y sólo merece la pena intentarlo si es para desarrollar buenas ideas inspiradas en grandes principios. Rajoy parece participar de las ideas y principios liberal-conservadores, pero cree que, ocultando que los tiene, le será más fácil vencer. Cameron, que cree lo mismo, está demostrando que los dos se equivocan. Éste ya no tiene tiempo para cambiar. Rajoy, sí, pero no querrá.


Libertad Digital - Opinión

La fuga de Baltasar Garzón. Por Gabriel Albiac

SON tres los procedimientos en curso contra Baltasar Garzón:

a) Prevaricación por intento de apertura de instrucción penal contra crímenes amnistiados por la ley de 1977.

b) Prevaricación por solicitar y obtener ayuda económica a un banquero cuya causa él instruía.

c) Prevaricación por intercepción de comunicaciones entre abogados defensores y clientes.

b) y c) son acusaciones altamente deshonrosas. Moralmente obscena y jurídicamente difícil de llegar a puerto b): los hechos están constatados, la relación causal podrá siempre ser negada. c), letal de necesidad para cualquier juez: destruir el principio de confidencialidad en las comunicaciones entre abogado y cliente es reducir a nada la garantía judicial básica. No hay jurista español -incluido más de uno de los que han firmado estos días manifiestos de apoyo al Garzón «héroe antifranquista»- que tenga la menor duda acerca del desenlace: jurídicamente hablando, Garzón está muerto desde el día mismo en que dictó tales intervenciones.


Queda a), que es una prevaricación por causa de delirio; de ese delirio por el cual son poseídos los extremadamente ignorantes y, al mismo tiempo, extremadamente vanidosos. Tan evidente como c) en la calificación jurídica -no hay juez en sus cabales que pueda argumentar desconocimiento de la Ley de Amnistía del 15 de octubre de 1977-, tiene una enorme ventaja para la agit-prop, que ha sido el único arte en el cual Garzón ha sobresalido: la prevaricación del juez puede ser fácilmente recubierta con el manto respetable de la lucha contra el dolor acumulado bajo la dictadura. Y hacer que la inhabilitación que c) -y, en su caso b)- acompañarían de la más alta ignominia que a un juez quepa, quede solapada por la -en el peor de los casos- comprensible locura de un hombre cegado por sus buenos sentimientos progresistas.

Si a Garzón le queda un mínimo instinto de superviviente -y eso siempre lo ha tenido- jugará exclusivamente sobre esta carta. Sabe que nadie de sus actuales amigos lo defenderá si se probara que se embolsó dinero de Botín. Sabe que ni un solo jurista respaldará su violación totalitaria del derecho a la confidencialidad de la defensa... Sabe que pocos, sin embargo, se atreverán a decir lo esencial en este primer caso: que un juez no legisla; que la Ley de Amnistía del 77 puede ser revocada; por el Parlamento; y que quienes por ella se sientan heridos no tienen más que exigir a sus diputados que así lo hagan, en una Cámara en donde el PSOE de Zapatero tiene mayoría holgada; que un juez que asume de facto funciones legislativas y se erige en justiciero por encima de la ley, es lo más parecido a un golpista. Garzón juega a que el ruido de a) borre la abyección de b) y de c). Y al envidar por actores interpuestos al Supremo, fuerza ser expulsado por lo que él juzga la puerta más rentable para su futuro. Profesional y político.

Todo lo dicho estos días por los escénicos farsantes que corean a Garzón es falso. Garzón no ha sido procesado por abrir fosas ni por recuperar memoria alguna. La apertura de fosas por los familiares que así lo soliciten está protegida por la ley, sea cual sea el origen y filiación política de los enterrados; en cuanto a la memoria, la memoria es un legado que cada uno de nosotros lleva en su carga afectiva y que nadie, ni juez ni ley, podrá modificar nunca. El juez de la Audiencia Nacional Baltasar Garzón ha sido procesado por pretender abrir procedimiento penal acerca de hechos amnistiados. No es asunto moral. Es violación de ley. Deliberada. Lo peor en un juez.

a) es lo mismo que b) y que c): burlar la ley. Lo demás es retórica.


ABC - Opinión

"¡No pasarán!". Por José García Domínguez

Para el partido, aquél era un día normal, uno como otro cualquiera, quizá con la única salvedad de que un anarquista de veintisiete años iba a ser ejecutado, garrote vil mediante, en pleno centro de la capital de Cataluña.

Inconfundible, reconozco en las portadas la imagen de Salvador Puig Antich, también él estampa necrófila de esa tropa otoñal que, heroica, desfila por calles y plazas pugnando por labrarse un pasado antifranquista. Puig Antich. En Barcelona, su ciudad, hubo una manifestación, sólo una, cuando lo mataron. Transcurrió por la Diagonal, a la altura de zona universitaria. Eran los guerrilleros de Cristo Rey, festejando el "castigo ejemplar" dictado por el Régimen y, de paso, postulando el paredón para Tarancón y otros notorios rojos. Nadie más movió un dedo. La dirección del partido, ese mismo que acaba de apropiarse de su memoria, había transmitido órdenes muy precisas a todas las células: no hacer nada. Ni octavillas, ni saltos en la calle, ni huelgas, ni encierros en la Universidad, ni abajofirmantes. Nada de nada.

Para el partido, aquél era un día normal, uno como otro cualquiera, quizá con la única salvedad de que un anarquista de veintisiete años iba a ser ejecutado, garrote vil mediante, en pleno centro de la capital de Cataluña. Apenas eso. Una anécdota trivial que en modo alguno habría de impedir que Manolo Vázquez Montalbán y los alegres chicos del PSUC celebraran su gran fiesta en La Oca. Allí, en el restaurante de la aún Plaza de Calvo Sotelo, a un tiro de piedra de la cárcel Modelo, donde Puig Antich ya aguardaba al verdugo, la crema y nata de la progresía regaría en champán el nacimiento de Por Favor, una nueva revista política. Ferozmente antifascista, of course.

La velada fue deliciosa, a decir de los muchos invitados. Así, cuenta Joan de Segarra que a Antonio Fraguas ‘Forges’, venido desde Madrid para el sarao, le preguntó un plumilla local qué sensación le producía Barcelona. Fraguas, siempre tan chistoso, respondió: "¡Cinco a cero!" (la reciente victoria del Barça frente al Real Madrid). Concluye, en fin, el mentado Segarra: "Llamé a mi amigo Jaume Perich y le dije que había llegado el enterado, que Puig Antich estaba en capilla. Perich me dijo que lo sentía mucho, pero que no podía desconvocar la presentación de la revista y por consiguiente la cena. Le dije a Perich que me disculpase, que no me veía con ánimos de ir a esa cena". Sería el único. Ningún otro convidado falló.


Libertad Digital - Opinión

Letanía de los errores. Por Ignacio Camacho

ESTABAS equivocado. Cuando corrías delante de los grises y te forraban a palos por pedir la amnistía, estabas equivocado.

Cuando defendías en nombre del Partido la política de reconciliación que os predicaba Carrillo, estabas equivocado. Cuando te emocionabas ante aquel cuadro de los abrazos de Genovés te estabas traicionando a ti mismo por culpa de unos sentimientos ofuscados. Cuando participaste en aquel encierro por el que te quitaron la beca de estudios cometiste un lamentable error de enfoque. Cuando creíste que la libertad llegaría con el mutuo perdón estabas en la más profunda de las confusiones. Cuando te sentías orgulloso de aquella lucha de tus mejores años sólo engañabas a tu propia conciencia. Acéptalo: todo aquello por lo que entregaste la juventud no fue más que una bajada de pantalones.

Eso es lo que te dicen ahora ésos a los que nunca viste en las manifestaciones. Los que se quedaban en sus casas cuando volaban los botes de humo y las pelotas de goma. Los que cuando cargaban los caballos no sintieron jamás a sus espaldas el ruido siniestro de las herraduras en el asfalto. Los que no iban a ver en la cárcel a los compañeros presos para que no apuntaran sus nombres en el registro de visitas. Los que en los buenos colegios a los que tú no fuiste habían compartido pupitre y juegos con los vástagos de la dictadura. Los que acabaron sus carreras mientras muchos de los tuyos se dejaron las suyas por el camino. Ésos son los que ahora te llaman calzonazos, los que juzgan tu empeño de entonces como una medrosa claudicación, como un vergonzante sometimiento entreguista, como una concesión asustadiza y resignada.

Qué hermoso tiempo perdiste creyendo en una causa fallida. Podías haber escurrido el bulto, pasar inadvertido y haber llegado luego al poder como llegaron ellos, pisando con los zapatos limpios el sendero abierto por vuestras huellas. Podías haber disimulado tu militancia para fraguarte un porvenir confortable desde el que cuestionar todo aquel esfuerzo con la displicencia desenvuelta de un ideólogo de la posmodernidad. Pero te equivocaste y cargaste a tus espaldas con un compromiso irreparable. Y lo peor es que te sentiste bien, que incluso llegaste a creer que aquel sacrificio de generosidad y aquel acuerdo de esperanza habían valido la pena al fin y al cabo.

Ya lo ves, sin embargo: fue un fracaso, un triste autoengaño, una capitulación vergonzante que disteis por buena agarrotados de miedo. Lo que tomaste por un nuevo tiempo sin reproches no era más que una vulgar renuncia acongojada. Por suerte has vivido para ver este luminoso horizonte de rupturas que enmendará en tu nombre tus propios fallos. Cuánto te habría gustado, no obstante, ver a estos bizarros héroes retroactivos agitando sus banderas cuando las tuyas se quebraban sin que nadie llegase a echarte una mano.


ABC - Opinión

El silencio del presidente

Bastaría poner de relieve la estética frentepopulista y anticonstitucional, con profusión de banderas republicanas y eslóganes de la Guerra Civil como «No pasarán», para que la manifestación celebrada el sábado en Madrid en apoyo a Garzón se descalificara por sí misma y no mereciera mejor consideración que la convocada, unos metros más allá, por la Falange.

En ambos casos se trató de una mirada hacia atrás con ira, una apología del guerracivilismo y una reivindicación rabiosa del revanchismo. Sin embargo, no cabe ignorar que la movilización de la izquierda radical forma parte de una brutal campaña contra las instituciones judiciales, sobre todo el Tribunal Supremo y el Tribunal Constitucional, columna vertebral del Estado de Derecho puesto en pie hace treinta años en virtud de un pacto de reconciliación entre los españoles. Con el pretexto de sostener a un juez tres veces encausado por un delito de prevaricación, esa izquierda que va desde el PSOE hasta los antisistema, pasando por los independentistas y los nostálgicos comunistas, se ha arrogado la representación de todas las víctimas republicanas de la Guerra Civil, a las que utiliza para deslegitimar a los más altos tribunales y para presentar al PP como el heredero directo de los verdugos.

Para estos guerracivilistas, la Ley de Aministía no fue más que una claudicación ante la amenaza golpista, como si de ella no se hubieran beneficiado notorios criminales de la República y terroristas de ETA, alguno de los cuales no tuvo empacho en encabezar la manifestación del sábado. Asistimos, por tanto, a una radicalización de la izquierda, que ha encontrado en la guerra fratricida su principal alimento intelectual y moral. Nada de todo esto debería preocupar a la sociedad española, instalada en la moderación e identificada con la Monarquía constitucional que encabeza el Estado de Derecho. Pero resulta que el PSOE y el propio Gobierno, lejos de apartarse de esta izquierda rabiosa y de descalificar sus oníricos viajes al pasado español más sangriento, se han dedicado a justificarla y alentarla. Ayer mismo, el vicepresidente tercero del Gobierno, Manuel Chaves, se sumaba sin rebozo alguno a la campaña contra el Tribunal Supremo; y el ministro de Fomento, José Blanco, cometía la insidia de ligar al PP con los falangistas. Es evidente que si la izquierda se está radicalizando hacia el frentismo populista es porque la pésima situación económica, con más de cuatro millones y medio de parados, está golpeando especialmente a sus militantes. Pero en vez de reclamar al PSOE, prefiere agitar el espantajo de Franco para aglutinar a los frustrados y movilizar a los desencantados.

De ahí que el Gobierno vea con simpatía la sucesión de aquelarres guerracivilistas y manifestaciones de estética apolillada y reaccionaria.
España tiene muchos problemas, pero entre ellos no está el franquismo. Y si las víctimas de aquel régimen aún están pendientes de reparación, a quien hay que pedirle cuentas es al Gobierno que hizo una ley de Memoria Histórica ridícula, inservible y crispante. La culpa no la tiene el Supremo, sino un Gobierno que se esconde tras millones de parados y un presidente que calla y otorga.


La Razón - Editorial

Garzón, un ariete contra la democracia

La causa general contra el franquismo que inició Garzón se está transformando en una causa general contra lo que la izquierda reputa "herederos del franquismo". A saber, la derecha y la democracia española en su conjunto.

Como cabía esperar, las marchas en defensa del derecho de Garzón a prevaricar concluyeron en ataques directos contra las instituciones democráticas y contra la esencia de la democracia misma. Las proclamas oscilaban desde pedir la ilegalización del PP hasta procesar a los miembros del Tribunal Supremo. Nada, por cierto, que no cupiese anticipar desde que quien fuera fiscal en tiempos de Franco, Jiménez Villarejo, acusó a los miembros del alto tribunal de ser cómplices de las torturas.

Al final, certificada la muerte de Franco, parece que la causa general contra el franquismo que inició Garzón se está transformando en una causa general contra lo que la izquierda reputa "herederos del franquismo". A saber, la derecha, que siempre les ha sobrado en su camino hacia la revolución, y la democracia española en su conjunto, sucesora directa de la reforma, que no ruptura, del régimen anterior.


Suele decir Carrillo que la derecha actual es idéntica a la del 36. Pero si algo se está volviendo cada vez más calcado a esa época es la izquierda y su pose crecientemente guerracivilista. No sólo por las consignas del estilo "No pasarán", sino por ese sentimiento de que las instituciones deben emplearse para acorralar a los enemigos de clase y que, cuando éstas fracasan en tal empeño, deviene legítimo rebelarse contra ellas. Sucedió en el 34 y se repite ahora, a menor escala, ante el temor de que el PP regrese al poder o lo mantenga allí donde no lo ha perdido todavía –de ahí la desproporcionada inquina contra Esperanza Aguirre– y ante lo que consideran una afrenta del Supremo contra uno de los suyos. Por eso Blanco, ministro de Fomento del Reino de España, se congratulaba equiparando al PP con los falangistas, porque así permite que la izquierda exhiba su lado más totalitario sin que una derecha caricaturizada como extremista la pueda acusar de ir contra la democracia.

Y es que la izquierda no parece entender, o no quiere aceptar, que en democracia todo el mundo debe estar sometido a las mismas leyes y que los fueros o los privilegios personales son algo propio del Antiguo Régimen o de las dictaduras modernas. Pero lo que buscan es precisamente la impunidad para los suyos, de modo los equilibrios institucionales y los contrapesos que conforman de un sistema democrático son obstáculos en el camino.

Por ejemplo, aparte de la mentira descarada ("se persigue a Garzón por querer investigar los crímenes del franquismo"), recurren a todo tipo de argucias para justificar simple y llanamente que Garzón debe ser intocable por la justicia española: desde que la Ley de Amnistía sólo resulta de aplicación a los criminales del bando republicano a que el delito de genocidio justifica la retroactividad de las leyes penales salvo para ellos.

Lo cierto es que nada le impide a Garzón blandir semejantes argumentos en su defensa durante la fase del juicio oral. El problema de las marchas guerracivilistas no es que traten de defender la inocencia de Garzón, sino que buscan descalificar el mero hecho de que sea juzgado. Ante la duda más que razonable de que el juez ha delinquido por prevaricación, niegan cualquier legitimidad al Supremo para encausarle. Pero como carecen de razones que expliquen por qué un individuo debe situarse por encima de la ley, su táctica pasa directamente por destruir las instituciones.

No basta, pues, con que los demócratas defiendan la independencia judicial (y menos con la boca pequeña como suele hacer Zapatero). La izquierda guerracivilista va más allá de presionar al Supremo para que absuelva a Garzón. Su objetivo es socavar la legitimidad misma del Alto Tribunal para enjuiciar a un ciudadano español de izquierdas. La misma táctica, dicho de sea paso, que puede observarse en los nacionalistas con respecto al Tribunal Constitucional: no debe ser competente para enjuiciar una norma catalana.

Garzón, en el fondo, les importa bastante poco. Lo esencial es romper los pactos sobre los que se asentó la Transición para marginar y perseguir a los enemigos de la izquierda. Por eso la democracia y las instituciones les sobran; por eso no dudan en atacarlas abiertamente con la complicidad cada vez menos oculta del Gobierno. Al fin y al cabo, fue Zapatero y su legislación de "memoria histórica" la que dio el pistoletazo de salida para todo este aquelarre.


Libertad Digital - Editorial

Farsa soberanista en Cataluña

CUANDO se abre un proceso sin sentido que cuestiona la soberanía nacional, nadie puede extrañarse de que todos los disparates sean posibles.

Ayer, con escaso éxito, se celebraron en 212 municipios catalanes unas sedicentes consultas populares para votar a favor de la independencia de Cataluña. Sin garantías jurídicas y sin ningún soporte legal, estos falsos referendos utilizan ahora como pretexto la sentencia pendiente del TC sobre el Estatuto, y, como de costumbre, sólo movilizan a los ya convencidos de antemano. Resulta especialmente grave la participación de los tres consejeros republicanos del Gobierno tripartito, así como del presidente del Parlamento de Cataluña, puesto que los titulares de un poder público tienen el deber de guardar y hacer guardar la Constitución, y no deberían prestarse a esta extraña pantomima que carece de toda validez, incluso en términos sociológicos.

Rodríguez Zapatero abrió la caja de los truenos en materia de organización territorial y José Montilla acompaña a sus socios radicales en esta deriva intolerable en un Estado de Derecho con el objetivo de conservar sus opciones en las próximas elecciones autonómicas, que apuntan perspectivas muy negativas para el socialismo catalán. La presencia de algunos dirigentes de Batasuna en calidad de «observadores» introduce un elemento de indignidad que va más allá del ridículo o la farsa porque se trata de una formación ilegal que actúa -si le dejan- como brazo político del terrorismo.

A mayor abundamiento, la Diputación de Gerona y los ayuntamientos implicados malgastan el dinero de todos financiando unas consultas ilegales e ilegítimas sin que nadie les pida cuentas. En plena carrera hacia el abismo, también Convergencia se apunta a la desmesura como si la proximidad de las elecciones fuera el punto de salida para una competencia lamentable por ver quién llega más lejos. Mientras el TC continúa siendo incapaz de dictar sentencia, el Estatuto está ya en plena aplicación y hace poco se aprobó una ley catalana sobre referendos y consultas a los ciudadanos. Culminada la farsa de ayer, sigue adelante un proceso iniciado hace unos meses en Arenys de Munt y que ha producido un «efecto contagio» del que sólo ERC obtiene provecho al servicio de su propaganda. En todo caso, extremistas y radicales consiguen un día tras otro llevar el agua a su molino ante la pasividad -y muchas veces la complacencia- de Rodríguez Zapatero, siempre dispuesto a dar prioridad a los intereses partidistas.


ABC - Editorial