martes, 27 de abril de 2010

El PP quiere volver, con razón, a la crisis económica. Por Antonio Casado

Hablamos de Garzón, la niña velada de Pozuelo, el escándalo Gürtel, la guerra del agua en Castilla-La Mancha y el desprestigio del Tribunal Constitucional.

No de la crisis económica. O mucho menos de lo que sería normal a la vista de las últimas luces de posición del FMI o el síndrome griego. Este escenario le interesa mucho al Gobierno. Le permite salir del cerco aunque sea por unos días. En cambio no le interesa nada al PP, que ha convertido la nuestra mala situación económica en su principal palanca política para la reconquista de la Moncloa.

Por tanto, mientras amaina el vendaval guerracivilista que sopla a favor de la causa electoral del PSOE, la dirección del PP hará lo posible por devolver el debate sobre la crisis económica como único punto del orden del día de la agenda política y bajo la luz de la doctrina FAES. El último producto de la factoría ideológica dirigida por Aznar es un editorial de su revista Cuadernos en el que se insta a Mariano Rajoy a no prestar ningún tipo de apoyo a la política económica del Gobierno. “Es absurdo que Rajoy ayude a Zapatero a salir de la crisis”.


Lo menciono como ejemplo de lo que supone llevar la crisis económica, que afecta a todos los españoles, a la reyerta política nacional, en la que priman los intereses de partido. Otro efecto perverso de esa insoportable reducción de la crisis económica a una pelea de familia es el arrastre de los medios de comunicación, cuyo descarado posicionamiento en la pelea les ha hecho -nos ha hecho- perder credibilidad social, como el otro día señalaba un ex ministro de Felipe González en reunión informal con periodistas. Su diagnóstico es desalentador: “La situación económica de España es muy mala porque son muy malos quienes la gestionan. Tanto el Gobierno como la oposición”.

Sesiones de control parlamentario

A lo que íbamos. De momento, la economía vuelve a monopolizar prácticamente todas las intervenciones de los dirigentes del PP en las sesiones de control parlamentario de esta semana. Ni una sola pregunta sobre Baltasar Garzón o la supuesta campaña contra la democracia. En la calle Génova se ha decidido echar el freno y no entrar al trapo, so pena de seguir movilizando al votante de izquierda.

Esta tarde, en el Senado, el portavoz, Pío García Escudero, preguntará al presidente del Gobierno sobre los resultados de su política de empleo en el ecuador de la Legislatura. Y mañana, en el Congreso, la pregunta de Mariano Rajoy a Zapatero, la de Sáenz de Santamaría a la vicepresidenta Elena Salgado, y las de otros diputados a distintos ministros, volverán a centrarse en la política económica del Gobierno.

Sin embargo, por lo anteriormente dicho, eso no quiere decir de ninguna manera que nos vayamos a librar de la crispación, como fácilmente puede deducirse de esa línea marcada por FAES: que Zapatero se cueza en la propia salsa de sus errores en política económica. El acierto o desacierto de esa apuesta, en función de los intereses del PP, quedará determinado por la evolución de la crisis económica en los dos próximos años. Mejor si va a peor. Peor si va a mejor. Es la verdad incómoda que no quieren aceptar los dirigentes del PP.


El Confidencial

El odio de la miseria moral. Por Hermann Tertsch

PARECE que hemos vuelto, por el túnel del tiempo, a 1934. Es el mayor logro de nuestro magnífico Gran Timonel, José Luis Rodríguez Zapatero.

Hemos llegado adonde quería. Hay gente con mucho miedo y gente con enorme entusiasmo en la venganza. ¡Enhorabuena al presidente del Gobierno y enhorabuena a todos los cretinos que no se dieron cuenta a tiempo de que éste era el plan y que toda la babosa retórica del buenismo era mentira. El fin de semana pasado ha sido aterrador para todo español responsable. Los alardes de revanchismo comienzan a adquirir unas dimensiones y una aceptación oficial, un apoyo gubernamental y una cobertura por parte de todos los medios comprados o chantajeados por el Gobierno que dan auténtico miedo.

Los aquelarres, iniciados por el necio y sectario rector de la Universidad Complutense, Carlos Berzosa, en apoyo de un juez que tiene cogido al Gobierno por la entrepierna parecen no tener fin ya. Y los discursos que oímos son mucho más cubanos o venezolanos, bolivianos o coreanos que europeos. Somos una perfecta anomalía en Europa y a nadie debiera extrañarle que dentro de unos años estemos fuera de ella. No es compatible esta irresponsabilidad y demagogia izquierdista primaria con la convivencia en una Unión Europea con Gobiernos decentes y racionales. O estamos con Cuba o con Alemania. Está claro que mucho del gentucismo que nos gobierna prefiere estar con Cuba y Venezuela. En realidad estamos ante un plan premeditado de revanchismo que con la crisis se ha acelerado y ha descoyuntado las instituciones hasta el perfecto disparate. Llámenlo como quieran, grotesco o abracadabrante. Pero en todo caso es muy peligroso. Porque no hay ningún determinismo histórico que dicte que en este país no van a llegar algunos a las manos.

La oleada de odio pergeñada por nuestro Gobierno contra la mitad de nuestro propio pueblo entra en una fase de no retorno. Yo estoy convencido de que lo quiso siempre Zapatero, desde el 11 de marzo, vísperas de las elecciones en 2004 y desde luego lo ha conseguido. Dada su perfecta ineptitud en todos los demás campos en los que, con su pereza, sinuosidad y malicia practica su actividad de gobernante, el éxito en este campo de la siembra del odio es muy considerable. Ya tenemos dos Españas, la buena y la mala. Él siempre ha gobernado contra la España que somos todos los que no estamos en su secta. Ya formamos muchos la parte de esa España que hay que liquidar para que los buenos tengan razón. Y los buenos son ellos, la España supuestamente antifascista. Los demás somos fascistas porque ellos lo han decidido. Y no debemos tener derechos algunos. Y debemos ser marginados e intimidados porque no somos de la cuerda de su abuelo inventado.

¿Era mejor poeta Lorca que Rosales? ¿Escribía mejor Alberti que Ridruejo? ¿Quién era mejor español? Da igual. En la mente simple, mezquina y sectaria de los actuales gobernantes que lo ignoran todo, y son lo que siempre hemos llamado el mínimo denominador común, el desprecio a la inteligencia y al pudor es la característica más clara. Lo peor. Cuando la miseria gobierna y la indolencia de la mayoría lo permite suceden este tipo de cosas. Un país de historia grande y noble se convierte en una nación sin techo por todos ignorada. Aquí es donde estamos. Nuestra ruina económica, pronto documentada, sólo es comparable a la ruina moral que los peores de este país nos han impuesto. Nuestros hijos vivirán mucho peor que nosotros. Nuestra prosperidad y seguridad se nos van para no volver en una generación al menos. A nuestros nietos les deseo que olviden estos años nuestros, otra nueva pesadilla, como nosotros habíamos olvidado los años fratricidas hasta que una secta de miserables volvió a condenar a nuestro país a sus insistentes fracasos.


ABC - Opinión

El PP ante la rebelión de CiU. Por Guillermo Dupuy

Aunque el cálculo de los tiempos sea necesario en política, nunca debe ser excusa para poner sordina a la defensa de unos principios que un partido debe mantener en todo momento.

Hay que reconocer –y estoy encantado de hacerlo– que Rajoy no ha consumado, al menos por ahora, esa enorme traición a la Constitución y a los principios y votantes de su partido que hubiera supuesto el respaldo de su partido a la propuesta de reforma del Estatuto de Autonomía de Castilla-La Mancha que se arrogaba competencias en materia hídrica que la Constitución reserva exclusivamente al Estado central y que prohibía de facto cualquier trasvase del Tajo.

No menos cierto es, sin embargo, que si Rajoy hubiera ejercido desde el primer momento su liderazgo y hubiera tenido en todo momento presentes los principios de su partido y su tradicional apoyo a los transvases como prueba concreta de su compromiso con la unidad y vertebración de España, nos habría ahorrado el espectáculo de ver durante un tiempo a su partido respaldar en Castilla-La Mancha lo contrario de lo que antes promulgaba a nivel nacional, postura esta última que ha sido la que finalmente ha vuelto a prevalecer.


No quiero insistir en el tema, y sólo lo saco a colación para advertir que si el cálculo de los tiempos en política es necesario –sobr etodo si son buenos cálculos– nunca deben ser excusa para poner sordina a la defensa de unos principios que deben mantenerse en todo momento. Así, me llama poderosamente la atención el clamoroso silencio que está manteniendo la dirección del PP ante las gravísimas proclamas subversivas que está protagonizando el líder de CiU contra el Tribunal Constitucional y sus pretensiones de que sus magistrados se autodeclaren incompetentes para juzgar la constitucionalidad de un estatuto refrendado por las urnas.

Aunque los magistrados del Constitucional no incurriesen en ese delito de prevaricación al que de forma tan clamorosa les incita el dirigente de CiU, y por mucho que terminaran declarando inconstitucional ese estatuto soberanista, de nada servirá la sentencia si luego no se hace efectiva. Es cierto que esa sentencia todavía no se ha emitido y que ni el PP a nivel nacional ni CiU a nivel autonómico tienen todavía las responsabilidades de Gobierno que a ambos les auguran las encuestas. Sin embargo, CiU debería saber desde ya que Rajoy no va aceptar su eventual apoyo de investidura –y menos aun dárselo a Mas en Cataluña– si es a cambio de dejar en "papel mojado" la eventual declaración de inconstitucionalidad del estatuto. Ese, sin embargo, es el mensaje que ya está transmitiendo el PP con su silencio ante las proclamas secesionistas y golpistas de CiU, para desconcierto de los votantes tradicionales del PP y para legítima satisfacción de los dirigentes de UPyD.

Y es que los dirigentes del PP, con Rajoy a la cabeza, son los principales responsables de que esté calando la impresión de que el compromiso de su partido con la Constitución del 78 acabó en el momento de interponer el recurso de inconstitucionalidad contra el estatuto soberanista catalán. Ese compromiso es, ciertamente, papel mojado si no se mantiene y defiende con orgullo y determinación durante su enjuiciamiento por parte del Tribunal Constitucional. También es papel mojado si no se deja claro que una de las principales misiones del Gobierno del PP será cumplir y hacer cumplir la sentencia que declare inconstitucional lo que de facto ya está puesto en marcha.

Desde que interpuso el recurso, Rajoy parece, sin embargo, más preocupado en dejar claro que acatará una eventual declaración de constitucionalidad del estatuto que en dejar clara su determinación por cumplir y hacer cumplir una sentencia que le diese la razón.

Recordemos también que Rajoy ya se escudó indignamente en un "cada uno puede opinar lo que quiera, hasta ahí podíamos llegar" para no tener que dar su propia opinión sobre el bochornoso "editorial" conjunto en el que doce periódicos catalanes presionaban al Tribunal Constitucional al tiempo que cuestionaban su legitimidad para juzgar la constitucionalidad de las leyes.

Ahora que Mas pretende que sean los propios magistrados del Constitucional quienes cuestionen su propia legitimidad para juzgar las leyes, no sé si Rajoy también valorará esa incitación a la prevaricación con un "cada uno puede opinar lo que quiera, hasta ahí podíamos llegar". Lo que sé es que ese silencio del principal líder de la oposición pone sordina a unos principios que el PP debería mantener en todo momento y en todo lugar. Y eso también es un error de cálculo.


Libertad Digital

Lo malo conocido. Por M. Martín Ferrand

CUANDO, como suele sucederme, acuso el desconcierto y confusión de las voces y los silencios que claman desde el PP acudo a la lectura de Cristina de la Hoz, compañera en estas páginas y sabia observadora de la imprecisa fenomenología popular. Ayer, su entrevista con Javier Arenas me resultó reveladora. El apparatchik andaluz es, ya de viejo, una válida veleta para observar la dirección del viento dominante en el partido que fundó Manuel Fraga, refundó José María Aznar y ahora sestea sin aprovechar la oportunidad de esprintar que le brinda el indiscutible fracaso económico que define el sexenio de José Luis Rodríguez Zapatero.

Dice Arenas que «al PP le interesa Zapatero como candidato porque es la expresión del fracaso del socialismo». Tan pragmática observación, carente de grandeza, denota un mayor interés por las vicisitudes de la gaviota que por la grandeza del Estado y la prosperidad de la Nación. Si Zapatero es, como muchos entendemos, un presidente responsable de un mal tratamiento de la crisis económica y un mal gestor de los problemas políticos que él mismo genera con su torpeza, ¿cómo puede preferirle Arenas en una disyuntiva que ha de llevarle a repetir como presidente o, en el mejor de los casos, a ser el líder de la oposición? Ni los más viejos del lugar recuerdan un caso tan flagrante de desprecio a la excelencia y anteposición del interés personal al general.

El ahora presidente del PP andaluz y vicesecretario de Política Territorial, sucedió a José Antonio Griñán al frente del Ministerio de Trabajo, pero no será fácil que vuelva a hacerlo en la Junta de Andalucía. Vive profesionalmente atrincherado en el aparato de su partido y, rodeado de vestales desnutridas de experiencia, transparenta el temor a la grandeza de quienes se benefician con la mediocridad. Cuando De la Hoz le pregunta si Francisco Álvarez Cascos será candidato por Asturias, lejos de apostar por una victoria, responde: «Es un dirigente político extraordinario, pero la pregunta tiene que contestarla el PP de Asturias». Todo un síntoma de la organicidad estéril que tanto estiman quienes, en un entendimiento funcionarial de su trabajo partidista, prefieren lo políticamente correcto a las formulaciones originales, se agarran a la formulación de lo obvio para no asumir el riesgo de lo posible y, en suma, se sienten más reconfortados con lo malo conocido que por lo bueno por conocer.


ABC - Opinión

El efecto dominó. Por Jaime de Piniés

Es evidente que las medidas que ha tomado nuestro Gobierno hasta la fecha no sirven ni para reanudar nuestro crecimiento, ni para restablecer nuestra credibilidad en los mercados financieros internacionales.

Es oficial, Grecia ha pedido formalmente ser rescatada y con ello, los mercados se dieron un respiro el pasado viernes; queda por ver si el país heleno acepta la imposición de todas las condiciones del FMI. Pese a todo, desde Alemania han empezado a sonar en el aire tambores de guerra pidiendo, de momento sólo temporalmente, la expulsión de Grecia de la Unión Monetaria Europea y desde otras latitudes se oyen voces que incluso vaticinan que el déficit público real griego sigue sin conocerse del todo.

Ahora bien, si el pasado viernes la atención del mercado aflojó la cuerda en relación a Grecia, inmediatamente tensó la mirada hacia las fichas siguientes; siendo Portugal y España dos de esas fichas. Nuestro vecino luso quizás sea el siguiente punto de mira para los mercados financieros internacionales. Prueba de ello fue el repunte del diferencial portugués en relación al bono de diez años de Alemania: llegó a rozar 190 puntos básicos, el más alto del año en curso. España tampoco se libró y también sufrió un repunte, pero en comparación con nuestro vecino, fue menos de la mitad y, por tanto, relativamente modesto.


Analicemos Portugal: la economía lusa demostró en el año 2008 que es capaz de poner en orden sus cuentas públicas. Durante años, Portugal mantenía un déficit público que superaba el límite del 3% del PIB marcado por el tratado de Maastricht. Sin embargo, en el año 2008, los portugueses logran un déficit del 2,9% alcanzando el compromiso adquirido con la Unión Monetaria Europea y el euro. Esfuerzo logrado pero efímero. El pasado año, nuestros vecinos lusos volvieron a rebasar el limite y llegaron a un déficit del 9,4%. En definitiva, al igual que España, la economía portuguesa necesita de financiación neta procedente del exterior; su cuenta corriente en relación al PIB es incluso mayor que la española: un 12% a final del 2009. Y también tiene en común con España que la economía sufre una perdida crónica de competitividad debido a un mercado de trabajo anquilosado en el pasado. La tasa de paro el pasado año en Portugal fue del 9,5%.

La situación de la banca portuguesa es posiblemente más holgada que la española por la ausencia de una burbuja inmobiliaria y el hecho de que los indicadores prevén que la economía lusa crezca modestamente en el año en curso. En realidad, no alcanzará la media de crecimiento Europeo dado que la arrastra la proximidad a nuestro país y la permanente recesión en España. Sin embargo, a pesar de las recientes reclasificaciones a la baja de las agencias de rating, un reciente estudio del Management Centre Europe destaca la fortaleza de la banca lusa en relación al resto de los bancos europeos. Más aún, en marcado contraste con la falta de toma de medidas contundentes en España, el Gobierno Socialista de Portugal ya ha anunciado una serie de medidas para incrementar los ingresos y, sobre todo, para reducir el gasto público mediante el recorte del salario real de los funcionarios públicos. Obvia decir que son medidas tremendamente impopulares, pero respaldan simple y llanamente la credibilidad de la economía.

Pero el análisis también recae en la cruda realidad de Portugal: el sector público tiene una abultada deuda pública del orden del 76,8% en relación al PIB; por encima del límite del 60% de Maastricht y con una previsión para finales del año en curso por parte de la mayoría de analistas por encima del 85%. Este es su talón de Aquiles y por ello se podría convertir en el próximo blanco de los mercados financieros internacionales.

Una de las grandes diferencias entre Portugal y nuestro país es el tamaño económico. Al igual que Grecia, en el hipotético caso de necesitarlo, Portugal puede ser rescatada. Estamos hablando de enormes cantidades, pero abarcables. Sin embargo, España es económicamente más del doble de la suma conjunta de Portugal y Grecia, y teniendo en cuenta las enormes dificultades que está teniendo Grecia para poner en marcha su rescate financiero, la verdadera prueba de fuego para el euro y la Unión Monetaria Europea será España.

Una vez más, ojalá no llegue ese momento. Repitamos de nuevo: estamos a tiempo para adoptar las medidas que todos conocemos muy bien, restablecer nuestro crecimiento y recuperar nuestra credibilidad financiera. Un programa nacional siempre será menos traumático que un programa impuesto por el FMI. Pero remarquemos una vez más: es evidente que las medidas que ha tomado nuestro Gobierno hasta la fecha no sirven ni para reanudar nuestro crecimiento, ni para restablecer nuestra credibilidad en los mercados financieros internacionales. Hace falta, entre otras medidas, poner en marcha recortes del gasto público de calado, empezando por las comunidades autónomas cuyo sobrecoste se ha estimado recientemente en más 26.000 millones de euros al año, e introducir una reforma laboral que refuerce nuestra competitividad a largo plazo empezando por la eliminación de la dualidad del mercado laboral.


Libertad Digital - Opinión

Barricadas. Por Ignacio Camacho

EL Gobierno ha encontrado petróleo en la polémica de Garzón, o más exactamente en su secuela tardoguerracivilista, y parece dispuesto a explotar el yacimiento.

La izquierda que le había dado la espalda al zapaterismo anda ahora cantando por las calles el «No pasarán», olvidada de la crisis y de los millones de parados; los socialistas han aprovechado el alboroto para levantar barricadas ideológicas y llamar al combate contra la Falange y el fascismo, como si fueran abueletes nostálgicos de batallitas que en la bruma de la senilidad se hubiesen olvidado del final de la guerra. En cualquier país normal, menos vulnerable a la frustración histórica, una maniobra así de espuria habría desacreditado a sus promotores convirtiéndolos en estatuas políticas de sal por mirar al pasado; pero en el nuestro funciona casi siempre el recurso de abrir la caja de Pandora. Pocas cosas gustan más a los españoles que pelearse a muertazos, y hacía ya mucho tiempo que no nos entregábamos a esa pasión tan excitante por culpa de la Transición y sus milongas de consenso y concordia.

Mientras el debate nacional esté en la guerra civil, en el fantasma de Franco y en los muertos de las cunetas, el Gobierno se sentirá cómodo poniendo la música de un baile de demonios. Zapatero no sabe resolver problemas, pero es un especialista en crearlos. Su salsa es la superficialidad, el ruido, la apariencia.


Incapacitado para la gestión, no tiene rival en el manejo de las sugestiones; puede convertir la mayor trivialidad en el más visceral de los litigios, siempre que pueda encontrarle un cierto simbolismo sobre el que construir fetiches ideológicos. En un lío como éste del criptofranquismo se las pinta para sacar ventaja; no sólo porque tapa las vergüenzas del presente con los espectros del pasado, sino porque sitúa la controversia en el punto que mejor cuadra a la arquitectura intelectual de su proyecto: el rupturismo con la Transición, la revisión de la legalidad constituyente, el retorno a la melancolía del ideal republicano.

La suerte penal de Garzón se le da en el fondo una higa; si lo condenan o inhabilitan, la mayor parte de los socialistas recordará los años de plomo y pensará que se lo tenía merecido. El magistrado sólo ha servido de chispa para incendiar el rastrojal y provocar una humareda que envuelva la recesión y abrase las expectativas de la derecha. Con un debate centrado en la economía, el Gobierno se hunde de forma irremediable; no tiene un solo logro que ofrecer. Pero con el país absorto en un aquelarre de brujería política, en una sesión macabra de espiritismo histórico, la izquierda puede obviar sus fracasos y galvanizarse con el bucle remoto y delirante de la bandera tricolor, las Brigadas Internacionales y el Quinto Regimiento. Este sedicente progresismo ha encallado el presente y comprometido el futuro; ya no le queda otro recurso que el de la más pintoresca nostalgia.


ABC - Opinión

Manifiéstense contra el PSOE. Por Cristina Losada

Las dos décadas de socialismo han sido dos décadas de impunidad para el franquismo. Y hay que ver con qué estoicismo las han soportado los antifranquistas silentes y los neos incorporados a la lucha.

Tal como sabéis, queridos niños, por telenovelas y tebeos, España estaba repleta de antifranquistas antes de que Franco muriera en la cama. Muchos pertenecían, y por eso no los conocimos, al partido más clandestino de todos, el del antifranquismo silencioso. Uno de sus militantes era Pedro Almovódar, cuya lucha contra la dictadura consistió en ignorar la existencia de Franco. Corrían entonces las postrimerías de la larga noche, pero no os imagináis cuánto valor había que echarle para no mentar al dictador en una peli. Sea como fuere, el Régimen se vino abajo y sus oponentes decidieron no hacerle pagar por sus crímenes. Hay quien dice que por miedo, pero no es posible que tanta gente, y del temple del cineasta, se arrugara ante los cuatro gatos conocidos como el bunker.

No tardaría en presentarse la ocasión de ajustar cuentas. El PSOE llegó al Gobierno con mayoría absoluta y diputados de sobra para aprobar cualquier cosa. Y, en efecto, toda clase de cosas aprobaron, menos investigar y enjuiciar las fechorías del franquismo. Diez millones de votos respaldaban a los socialistas, diez millones de antifranquistas acérrimos, y nada: los abusos de la dictadura siguieron impunes durante la era de Felipe González. Dispuso de trece años y pico para resarcir a las víctimas y procesar a los culpables, cuando aún quedaba con vida más de uno, pero no le dio la gana. Y nadie protestó. Ni Zarrías ni Méndez ni Ibarra. Ni siquiera un Rodríguez Zapatero que ocupaba plaza de diputado. No le visitaba todavía el recuerdo del capitán Lozano.

Ocho años de paréntesis y segunda oportunidad con Zapatero que, ahora sí, se acuerda de que hubo una dictadura, una Guerra Civil e incluso una República. Es más, no habla de otra cosa. Pero, ¿qué hace? Nada, salvo dispensar papelitos y retórica. Así que los crímenes de la dictadura permanecen sin castigo después de veinte años de gobiernos del PSOE. Las dos décadas de socialismo han sido dos décadas de impunidad para el franquismo. Y hay que ver con qué estoicismo las han soportado los antifranquistas silentes y los neos incorporados a la lucha. No se les oyó una exigencia ni se les vio una manifestación hasta hace media hora. Mejor no preguntéis –la respuesta es demasiado obscena– por qué se manifiestan contra el Supremo y no contra el PSOE.


Libertad Digital - Opinión

Veinte por ciento de paro

MUCHOS países se recuperan de la crisis económica mientras que España sigue en el furgón de cola de las expectativas para el crecimiento del PIB, lastrado por unos niveles de desempleo insoportables.

Por un desliz, el INE anticipó ayer en su página web los datos de la EPA que estaba previsto hacer públicos el viernes. El resultado es escalofriante: 20,05 por ciento de desempleo, con 4.612.000 parados. Dicho de otro modo: que el porcentaje de paro previsto para 2010 se ha superado en el primer trimestre. Otro error de cálculo sideral que demuestra la incapacidad secular del Ejecutivo para hacer previsiones. El optimismo antropológico del Gobierno, los «brotes verdes», las luces al final del túnel -toda la verborrea del Ejecutivo tratando de trasladar a la opinión pública un futuro esperanzador- revientan contra la cruda realidad de las cifras. Por si fuera poco, el FMI diagnosticó ayer que al menos hasta 2016 nuestro país no crecerá al dos por ciento, con lo que la recuperación del empleo se convierte en prácticamente imposible.

Resulta por ello sorprendente que Elena Salgado se haya «felicitado» por las previsiones del Fondo que surge de un encargo realizado por el G20 en su reunión de Pittsburgh y que será debatido próximamente por los ministros correspondientes. El Ejecutivo practica la estrategia del movimiento circular, pero no avanza un solo paso en la resolución de problemas que demandan soluciones estructurales y urgentes. Política de barniz y brocha gorda que pretende tapar las carencias de un Ejecutivo sobrepasado por su propia impericia.

El déficit público crece, la deuda pública empieza a alcanzar niveles preocupantes, pero nadie pone coto a los gastos improductivos. Lo único seguro es la subida de impuestos con el objetivo de tapar un agujero creciente. El equipo económico del Gobierno sigue adelante con el cuento de la lechera, pero todas sus previsiones se ven corregidas a la baja o al alza, pero siempre a peor, de un día para otro. Atrapado en su propia retórica, Rodríguez Zapatero dirige un gobierno cuya falta de credibilidad internacional queda otra vez de manifiesto. La EPA y el FMI aguaron ayer la fiesta de un Ejecutivo al que le sobran declaraciones y le falta palabra.


ABC - Opinión

Todo sobre Almodóvar. Por José García Domínguez

Oh, qué gran ingenuo fui durante la larga noche de piedra. Mientras ellos martirizaban al tirano con su silente desprecio, uno, en su infinita ignorancia, los suponía ajenos al menor afán colectivo extramuros de la vida privada.

Sostiene Pedro Almodóvar, implacable fiscal Vichinsky del proceso contra el franquismo, que si nunca antes en su vida abrió la boca con tal de censurar al dictador fue porque tan pétreo, inviolable, sepulcral silencio se le antojaba "la mayor de las protestas". "Mi venganza era no recordar su existencia", ha aclarado el gran comediógrafo. A tal extremo de cruel ensañamiento personal habría de llegar esa íntima militancia suya contra Franco. Una muy desgarrada confesión, la del cartujo manchego, que a uno le sirve para reconciliarse con su propia biografía. Y es que, al fin, he abierto los ojos. Así, sin jamás haber albergado ni la más remota sospecha, ya prejubilable acabo de descubrir que mi infancia y primera juventud transcurrió en un nido de arriscados combatientes antifascistas.

El abuelo, mis padres, tía Cecilia, los vecinos de la escalera, el señor de la bata gris del ultramarinos, los profes del cole... todos eran temerarios luchadores contra el Régimen. Claro, de ahí que tampoco consistiesen en hablar de política, y mucho menos de la del Generalísimo. Oh, qué gran ingenuo fui durante la larga noche de piedra. Mientras ellos martirizaban al tirano con su silente desprecio, uno, en su infinita ignorancia, los suponía ajenos al menor afán colectivo extramuros de la vida privada. ¿Quién habría de decirme que, allá en el Lugo gris de la posguerra, el abuelo sería un genuino precursor de la Movida con su almodovariano mutismo a propósito de la cosa pública?

En fin, uno había acusado recibo en su día de que cientos de españolitos levantaron las barricadas del Mayo francés. E igual conocía esa otra leyenda urbana, la que propalan los treinta millones largos de compatriotas que ahora juran haber corrido delante de los grises; como también el célebre cuento de las masas innúmeras que, beodas, se habrían dado al público jolgorio en calles y plazas al saber de la muerte del gallego. Esas patéticas fantasías no le eran ajenas. Pero aún le faltaba saber de las hazañas libertarias de la Cofradía del Silencio."Muchos asistentes confesaban que no habían acudido nunca a una manifestación. Jamás habían protestado por nada, decían ancianos de 80 años", leo en la crónica garzonita de El País. Antifranquismo en estado puro, pues. Como el de Almodóvar.


Libertad Digital - Opinión

«Cordón sanitario» contra el TC

LA campaña contra el Tribunal Constitucional no es un espejismo alentado por el Partido Popular, sino una decisión política de la izquierda y del nacionalismo.

La prueba de esta estrategia de deslegitimación del TC es que se ha convertido en el último reclamo movilizador del nacionalismo catalán, alentado por la pasiva complacencia del Gobierno socialista ante el ataque a una institución que puede hacer fracasar su peligrosa aventura con el Estatuto de Cataluña. Los partidos nacionalistas y los socialistas catalanes están de acuerdo en cargar contra el TC porque temen, con razón, que su futura sentencia sobre el Estatuto declare inconstitucionales aspectos básicos del mismo. Si el desenlace en la última votación del TC hubiera sido otro, a Montilla y sus socios no les preocuparía tanto la prórroga de los magistrados de este tribunal.

Este oportunismo es el vicio de origen de esta iniciativa del frente nacionalista -otra prueba del frentismo de la izquierda y de los nacionalismos-, que persigue realmente impugnar el orden constitucional en su base, que es la preeminencia de la Constitución sobre cualquier ley, orgánica u ordinaria, estatutaria o no, aprobada por parlamentos o referendos. La idea de pedirle al TC que se declare incompetente para resolver los recursos contra el Estatuto de Cataluña es absurda y responde más a una reacción puramente táctica de sus promotores para prevenirse del fiasco que ha sido el cambio estatutario. Fiasco en doble sentido, como engaño político de Rodríguez Zapatero a los partidos catalanes, y como engaño de la clase política catalana a los ciudadanos de Cataluña. Zapatero prometió lo que no estaba en su mano garantizar -un Estatuto intacto tal y como saliera del Parlamento catalán- y los partidos catalanes vendieron la idea de que podían cambiar las reglas constitucionales dejando a un lado la Constitución.

Ahora, el tripartito y Convergencia i Unió revelan que su acuerdo en el objetivo no lo es tanto en los métodos, porque cada cual interpreta esta polémica con sus intereses electorales y políticos propios. CiU quiere que las propuestas del frente social-nacionalista catalán para segar la competencia del TC se lleven al Congreso, y el tripartito prefiere el Senado. Para el Gobierno de Rodríguez Zapatero esta polémica es un trampa peligrosa, porque se está volviendo contra él más que contra el Tribunal Constitucional, al poner de manifiesto todas las inconsistencias y contradicciones de su pacto de salón para sacar adelante un Estatuto contrario a la Carta Magna y que sólo fue reclamado por la clase política dominante en Cataluña.


ABC - Editorial

Casas o el zorro cuidando del gallinero

Emilia Casas, que se rasga las vestiduras después de haber rebajado al Tribunal a la altura del betún, no puede seguir presidiendo tan alta institución.

Una semana después de activarse la mayor campaña de descrédito contra el Tribunal Constitucional desde que fue fundado hace más de tres décadas, su presidenta, la nacionalista catalana María Emilia Casas, ha salido a la palestra a exigir respeto para la Institución, pero sin aclarar si se dirige a los que de verdad la atacan o a los que aspiran a que el Tribunal opere con la máxima independencia y rigor. Este juego de manos, que no por previsible es menos chocante, forma parte de una estrategia previamente trazada por el Gobierno y sus aliados nacionalistas para desestabilizar al alto Tribunal, e influir tanto en su composición como en la decisión que finalmente tome respecto al estatuto catalán.

Este estatuto lleva aplicándose desde hace cuatro años a pesar de que el recurso de inconstitucionalidad que interpuso el Partido Popular no ha sido aún resuelto. Esta interminable demora es el primero de los hechos sorprendentes que rodean al célebre recurso que duerme en algún cajón del Constitucional sin que los jueces que lo forman terminen de dictar la constitucionalidad o inconstitucionalidad de un estatuto patrocinado por Zapatero y pergeñado por lo más rancio del nacionalismo catalán. Un cadáver insepulto de la anterior legislatura que empieza a oler y todos quisieran enterrar si consiguiesen manejar a los jueces del Tribunal como marionetas al servicio de la política.

A la inusual tardanza en decidirse hay que sumar los vaivenes que ha padecido el Constitucional en los últimos cuatro años. Movimientos de raíz política con el único objetivo de preparar una resolución al gusto de los padrinos. No es casualidad que la propia vicepresidenta del Gobierno se atreviese a disciplinar en público a la presidenta del Tribunal, como tampoco lo es que se introdujese una enmienda a la Ley Orgánica del TC para que María Emilia permaneciera en el cargo más allá de lo que legalmente le corresponde. La voluntad del Gobierno es que el estatuto, su estatuto, salga adelante sorteando el escollo del Constitucional. Por eso han demorado deliberadamente la tramitación del expediente zancadilleando a los magistrados no afines.

Y esto no es una interpretación libre sino un hecho constatable en la realidad. Cuando fue recusado Pérez Tremps, el bloque al servicio del Gobierno paralizó el trámite inmediatamente. Lo mismo sucedió cuando Manuel Aragón se puso de perfil suscitando serias dudas de que su veredicto iba a ser el que el Gobierno esperaba. A la inversa, tras el inesperado fallecimiento de García Calvo, propuesto por el PP, Casas y los suyos se apresuraron a aprovechar la ventaja para preparar ponencias favorables. Al final, después de todas estas indecentes maniobras, parece inevitable que la resolución final no sea la que desea Moncloa y su peón al frente de la presidencia del Constitucional. Razón por la que el recurso ha vuelto al letargo.

Los nervios, sin embargo, han empezado a cundir entre las filas nacionalistas, que lo mismo se apuntan a crear un frente común contra el Tribunal que a liquidarlo, según gustos y pareceres. Ellos y sólo ellos son la verdadera amenaza para la Constitución y para el Tribunal especial que vela por ella. Con los hechos en la mano, María Emilia Casas, que se rasga las vestiduras después de haber rebajado al Tribunal a la altura del betún, no puede seguir presidiendo tan alta institución. Un Tribunal necesario en nuestro sistema que, por su culpa, vive postrado sus horas más bajas y humillantes.


Libertad Digital - Editorial

Otra memoria histórica. Por Xavier Pericay

En el año 1942, Josep Pla publicó en Ediciones Destino «Humor honesto y vago», uno de sus grandes libros. Grandes y amargos, cabría añadir, puesto que en él se encuentran, alternando con pinceladas de ese humor liviano a que alude el título, algunas de las reflexiones más juiciosas -y a menudo más desoladas- que jamás se hayan escrito sobre la condición humana.

Allí está, por ejemplo, la ya conocida teoría planiana de la propina, la que sostiene que «el hombre que consciente o inconscientemente suponga o crea que éste es el mejor de los mundos posibles vivirá rabioso y frenético», mientras que el que «parta de la idea que esto es un valle de lágrimas corregido por un sistema de propinas, vivirá resignado y tranquilo». Y allí están, también, otros muchos fragmentos de un tenor parecido que convierten a «Humor honesto y vago» en uno de los mejores compendios del pensamiento de su autor.

Por lo demás, el libro contó, como tantas obras de Pla, con una segunda vida. En 1973, los artículos que lo integran fueron recogidos, junto a otras piezas periodísticas, en uno de los volúmenes de la «Obra completa» del escritor, lo que significa que fueron traducidos al catalán y, las más de las veces, modificados y ampliados. Para entendernos: dejaron de ser los mismos textos. La escritura, quiérase o no, siempre tiene fecha. Y condiciones. Todo retoque a que se la someta, por muy lícito que sea viniendo del propio autor, no puede sino conducir a un texto nuevo, a un texto distinto.


Como distinta será también la lectura que se haga hoy en día de esos artículos con respecto a la que se hizo en 1942. En este sentido, si bien es posible que sigamos estando en un valle de lágrimas, no lo es menos que este valle nuestro resulta bastante más confortable que el de comienzos de los años cuarenta. Ahora, que se sepa -y por más que algunos se empecinen en negarlo-, ni salimos de una guerra civil ni vivimos temerosos del desenlace de un conflicto mundial. Y, por si no bastara con lo anterior, nuestro sistema de propinas no tiene punto de comparación, a Dios gracias, con el de hace casi siete décadas. Todo lo cual no impide, por supuesto, que esos artículos de «Humor honesto y vago», leídos hoy, puedan procurar a quien se acerque a ellos libre de prejuicios fructíferas enseñanzas. Y no únicamente sobre el pasado.

Sirva, como muestra, el titulado «Por qué soy conservador» y, en concreto, el siguiente párrafo: «El elemento vital de la cultura es la memoria, sobre todo la memoria histórica. El hombre natural, no tiene memoria; vive ante la naturaleza en una posición pasiva. El hombre civilizado aspira a tenerla. Vivir con la memoria avivada en un grado más o menos lúcido, preciso, implica un esfuerzo gigantesco. La memoria es dolorosa, triste, amarga. Los muertos, nuestros muertos, el pasado, la experiencia transmitida, los testimonios de otras vidas, sus afanes, gloria y miserias... Mantener la memoria de estas cosas es la cultura. Del recuerdo arrancará siempre lo que el hombre haga de positivo».

Ignoro si estamos ante el primer rastro en español del ensamblaje entre el adjetivo «histórico» y el sustantivo «memoria», pero de lo que sí estoy absolutamente seguro es de que el ensamblaje, aquí, da pie a un concepto pertinente, no contradictorio -o sea, completamente distinto al actual-. Para Pla, la cultura no es otra cosa que la lucha del hombre contra la naturaleza. Se trata, pues, de un principio activo. Y en ese proceso de afirmación, de civilización, la memoria juega un papel fundamental. Sin memoria, sostiene Pla, no hay cultura. De ahí que la memoria histórica, entendida como la acumulación y la transmisión a lo largo de la historia de cuanto ha sido capaz el hombre de crear -esos muertos, esos testimonios, esa experiencia, esos afanes, esas glorias y, ¡ay!, esas miserias-, deba ser preservada o, lo que es lo mismo, permanentemente avivada; de lo contrario, no hay cultura ni civilización posibles. Y de ahí también que el máximo enemigo del hombre en esa empresa en la que le va la vida -cuando menos, la de hombre civilizado- sea el olvido. Pero también la erosión, la parcelación, el sesgo, o la pura y simple destrucción.

Por descontado, no ha sido este el objetivo perseguido, en este mismo terreno, por los últimos gobiernos socialistas. Aunque los partidarios de la llamada «ley de la memoria histórica» -que no son sólo los socialistas, recordémoslo, sino la izquierda toda- hayan proclamado con insistencia la necesidad de avivar el recuerdo, lo suyo nada tiene que ver con lo propugnado por Pla hace casi setenta años. En el supuesto de que haya habido en ellos alguna voluntad de «mantener la memoria», esto es, de transmitir a las generaciones venideras toda esa experiencia acumulada, la perspectiva con que han acometido la empresa no ha sido nunca global, totalizadora. Dicho de otro modo: su visión se ha caracterizado desde el primer momento por una manifiesta parcialidad, cuando no por una intención aviesa. Basta con leer detenidamente la ley que hace al caso y, en particular, su exposición de motivos -donde, a pesar del enmascaramiento retórico, ese enfoque resulta palmario- para convencerse de ello. Y basta con comprobar, claro, lo que su aplicación, tras más de dos años de vigencia, está dando de sí.

Por ejemplo, en lo concerniente a la retirada de los símbolos del régimen anterior. Dejemos a un lado, si les parece, los dislates cometidos en tantas ciudades y pueblos de España por unos gobernantes que suman a un sectarismo ingente una profunda incultura, y cuya máxima expresión sea tal vez ese escudo de los Reyes Católicos de una plaza de Cáceres confundido con un emblema franquista y extirpado del espacio público. No, el problema no es ese. El problema es qué necesidad existe de retirar un escudo o una placa, o de cambiar el nombre de una calle, por la simple razón de que se refiere a la dictadura. Cualquiera que haya paseado por Roma o por cualquier otra ciudad italiana habrá encontrado, aquí y allá, símbolos alusivos a Mussolini y al régimen fascista. Los hay a espuertas y nadie se rasga, por ello, las vestiduras. Será que Italia, al contrario que España, es un país culto, donde la historia pesa y la memoria, con independencia de lo evocado, se conserva.

Aunque nada como la actuación del juez Baltasar Garzón para calibrar los efectos de esa visión fragmentada de la memoria. Y es que, si el magistrado se halla en estos momentos expuesto a un proceso judicial que puede comportarle una inhabilitación de veinte años, ello se debe en gran medida a su obsesión por ignorar una parte de la historia, por actuar, en definitiva, como si no hubiera habido en España una Ley de Amnistía que puso fin en su día a más de cuatro décadas de enfrentamiento civil. O, si lo prefieren, por no haber entendido -o no haber querido entender- que una de las grandes conquistas de la democracia fue la asunción conjunta, sin velos ni retoques, de ese pasado; la consideración de que en adelante todos debíamos acarrear lo bueno y lo malo de nuestra historia común, y el convencimiento, en fin, de que ese esfuerzo, por más titánico e insólito que resultara, merecía realmente la pena.


ABC - Opinión