lunes, 3 de mayo de 2010

Méndez & Toxo S.L.. Por José García Domínguez

Hoy como ayer, las aguerridas falanges del tercio sindical cumplen su cometido decorativo a cambio de una discreta soldada. Y contra lo que barrunta alguna derecha miope, resultan del todo inocuas.

Cuando el Imperio, en las Cortes sentaban a unos saharauis muy vistosos, con sus chilabas y sus turbantes, que daban el muy preciso contrapunto de variedad cromática al monocorde azul mahón del resto del atrezo. Y a partir de idéntico móvil ornamental, igual desparramaban por el hemiciclo a otros que hacían de obreros, o de productores, que es como había que decirles por entonces a los currantes. Al punto de que hasta tenían jefe, un procurador que salía en el No-Do expresando su más inquebrantable adhesión al Caudillo en un rincón del palco del Bernabeu, el día de San José Artesano, durante la demostración sindical, que caía el primero de mayo.

Desde aquello algo ha llovido, aunque no tanto. De hecho, si Cándido Méndez no gastara esa ostentórea panza suya, el sábado podría haberse marcado una tabla de gimnasia en loor de Zapatero y Sonsoles, y ya nadie hubiera notado la menor diferencia con lo de antes. Así, ante el siniestro total del empleo en España, los probos funcionarios de Comisiones y UGT se echaron a las calles con tal de transmitirnos su íntima, desgarradora angustia por el devenir procesal de cierto prevaricador presunto; y para expresar el más decidido repudio a la política económica de... Angela Merkel. Que se vayan preparando, pues, Sarkozy y Berlusconi: en la próxima EPA ya irán a por ellos sin más contemplaciones.

Lo dicho, sólo faltaron unos colchones de espuma sobre el asfalto, los precisos con tal de que los compañeros dieran unas rítmicas volteretas en agradecimiento al benefactor del proletariado que mora en esa tierra de nadie que media entre el Limbo y La Moncloa. Por lo demás, hoy como ayer, las aguerridas falanges del tercio sindical cumplen su cometido decorativo a cambio de una discreta soldada. Y contra lo que barrunta alguna derecha miope, resultan del todo inocuas. Cándido y Toxo son dóciles tigres de papel, serviciales cancerberos al servicio del poder constituido que jamás habrían de incordiar a la mano que les da de comer. Frente a lo que sostiene la doctrina apocalíptica al uso, encarnan la principal garantía, que no la suprema barrera, para iniciar ese plan de ajuste que Zapatero se niega a emprender. Y es que no somos Grecia: allí hay sindicatos.


Libertad Digital - Opinión

Dolorosa cura para Grecia

DESPUÉS de un interminable debate, los países miembros del euro han acordado poner en marcha el mecanismo de salvación de la economía griega.

Es de esperar que la iniciativa se materialice, porque hasta ahora las autoridades europeas y de los grandes países como Francia y Alemania han hecho todo lo posible por disimular una gangrena que está amenazando el prestigio de la moneda única. Las previsiones sobre las necesidades de Grecia han ido empeorando día tras día, y lo que los ministros de Economía de la «zona euro» acordaron ayer en Bruselas representa el último paso antes de que la moneda única se asome al abismo, porque ni siquiera un esfuerzo financiero de este tamaño -alrededor de 110.000 millones de euros- garantiza que el desastre no se produzca y que la Unión Europea salga ilesa de una crisis que supondría un colapso de la moneda única.

El principal interrogante lo constituye saber si Grecia será capaz de cumplir el plan de recorte de gastos al que se ha comprometido, sin precedentes en la historia reciente en tiempos de paz. Con bruscas subidas de impuestos y brutales recortes en la Administración, la cura amenaza con ser -al menos al principio- muy dolorosa, porque hará que la economía se hunda un poco más, aunque con la esperanza lejana de que, dentro de cuatro o cinco años, los griegos puedan volver a respirar. En cierto modo, y a cambio del crédito, Grecia ha perdido su soberanía, pero bastaría una espiral de protestas para hacer la situación incontrolable, lo que terminaría por afectar también a los que firman este préstamo y a la UE.

Para los griegos se ha terminado el espejismo festivo que provocó en muchos países la llegada del euro, que hizo ricos de repente a economías nacionales cuya falta de productividad se escondía con devaluaciones periódicas y en las que nunca llegaba la hora de introducir reformas que habrían sido mil veces menos traumáticas que los recortes que impone ahora la emergencia de la crisis. España no es Grecia, pero se encuentra entre los países que necesitan ajustar su economía hacia una mayor productividad con reformas profundas, antes de que sea demasiado tarde.


ABC - Editorial

Camarada García. Por César Vidal

Las imágenes se han convertido en un verdadero éxito en Youtube. Su protagonista es la concejala delegada de acción social y familia, fomento, promoción, desarrollo económico y empleo del Ayuntamiento de Vélez-Málaga, Carmen García.



Con micrófonos y cámaras delante, la camarada García comenzó a realizar afirmaciones como que «no hay peor desgraciado, no solamente no tener dinero, sino votar a la derecha»; o que a la derecha le «importa una puñetera mierda absolutamente todo». El asunto tenía su aquel porque toda la cólera de la camarada García procedía del intento de los concejales del PP de que se aclarara un asunto de enchufismo en el municipio. Ni corta ni perezosa, la camarada García señaló ante las cámaras que «me entran ganas de darle dos galletas en la cara y ponerle la cara morá» añadiendo: «Me parece mentira que tengan todavía algo y no le escupan en la calle en la cara». Naturalmente, consciente de su papel de portavoz de una visión progresista de la política, la camarada García aprovechó para arremeter contra los causantes de la crisis económica que no son otros que los empresarios, la banca y Aznar ya que ahora están llegando a su final los contratos que se firmaron en su época.

Puede entenderse que con semejante bagaje político y, sobre todo, con semejantes declaraciones, la oposición solicitara a la camarada García que pidiera disculpas. La reacción de la camarada García no pudo ser más inequívoca: «No me disculpo porque no me sale del coño». Se puede decir que la camarada García es una excepción en la política nacional. Yo, sin embargo, pienso lo contrario. A decir verdad, creo que la camarada García está hecha de la misma pasta que los dirigentes sindicales y políticos que se manifestaron el primero de mayo. Obsérvese que no digo los sindicalistas, porque sería injusto. De hecho, UGT y CCOO no han logrado ni movilizar para las manifestaciones a todos sus liberados. Pero volvamos a lo nuestro. El mensaje de la camarada García es obvio. Primero, la derecha – a la que vota media nación– es malvada y no siente el menor interés por nadie. Segundo, es incomprensible que la gente no los escupa por la calle. Tercero, lo menos que se merecen son un par de guantazos por cuestionar los trinques de la izquierda. Cuarto, la culpa de todo lo que sucede no tiene nada que ver con la izquierda sino que es cosa de los empresarios, la banca y Aznar que, al parecer, firmó unos contratos laborales que, por razones desconocidas, se han terminado en la época de ZP. Sonroja, pero así es, por desgracia, la izquierda española: prepotente, ignorante e incapaz de asumir las responsabilidades propias. La realidad objetiva no es, sin embargo, para llegar a esas conclusiones. Por ejemplo, en los últimos treinta años, los periodos de gobierno del partido socialista han ido siempre acompañados de unas tasas de desempleo espectaculares que han condenado a la indigencia a millones de españoles o los sindicatos UGT y CC OO no han dejado de ver aumentados sus presupuestos sobre la base no de sus afiliados sino de nuestros impuestos sin que por ello hayan avanzado medidas que sirvan para acabar con el desempleo o el aumento del empleo y del bienestar sólo se ha dado de la mano de gobiernos de derechas que siguieran además recetas liberales. Esa es la realidad indiscutible. Lo demás es demagogia, pero ¡a ver quién se arriesga a decírselo a la camarada García!

La Razón - Opinión

Los políticos despilfarran, los ciudadanos pagan

Mucho se ha hablado en los últimos años de hiperregular las actividades de los bancos para evitar que en el futuro volvieran a tener que ser rescatados. No estaría de más que ahora se propusieran medidas similares para el sector público.

Decía José María Aznar, cuando todavía era líder de la oposición ante una de las administraciones más despilfarradoras de nuestra historia, que "cuando los gobiernos son austeros, las sociedades son prósperas". En realidad, habría sido posible invertir los términos para decir que cuando los gobiernos son manirrotos, las sociedades tienden a hundirse en la miseria.

Esta triste verdad la han ido descubriendo con crudeza los países hispanoamericanos y africanos a lo largo de los últimos 60 años. Gobernados por oligarquías populistas y corruptas que sólo aspiraban a esquilmar a sus ciudadanos para mantener y sufragar sus privilegios, en algún momento alcanzaron un endeudamiento público de tal cuantía que sólo les quedaron dos alternativas que ayer resumió perfectamente el primer ministro griego: o catástrofe o sacrificios.


La vía catastrófica está representada por la quiebra del Estado. Las naciones bananeras a cuyos gobiernos no les importa nada el futuro de sus ciudadanos han recurrido a ella con frecuencia. Es la manera fácil de resolver un exceso de endeudamiento –no pagar– pero las consecuencias se dejan sentir durante décadas. En concreto, los inversores internacionales dejan de comprar la deuda pública y privada de esa nación salvo a tipos de interés estratosféricos, es decir, el país pasa a convertirse en una autarquía financiera. Durante tanto tiempo dejan sentirse los efectos de una suspensión de pagos que la Rusia postsoviética tuvo que amortizar las deudas que Lenin había impagado 80 años antes para que los mercados financieros internacionales le volvieran a abrir las puertas.

La alternativa a la catástrofe pasa por los sacrificios. Lo habitual es un duro plan de ajuste redactado por el FMI para consolidar el presupuesto aumentando impuestos y recortando los servicios públicos y para congelar o rebajar salarios. De ahí que el FMI haya tenido tan mala prensa en todo el mundo: siempre que era necesario introducir un poco de racionalidad a unas finanzas emponzoñadas por los políticos locales, llegaba el Fondo con un proyecto muy duro en el que tenía que hacerse en dos o tres años lo que debería haberse hecho en lustros. El cortoplacismo del electorado –perjudicado de inmediato por los mayores impuestos, las menores dádivas estatales y los sueldos estancados– se volvía contra el FMI cuando, en realidad, debería haberse dirigido contra sus mandatarios.

Grecia, de la mano de los socialistas, está sufriendo en sus propias carnes las consecuencias de mantener unos presupuestos desequilibrados y falsificados durante más de diez años. Los políticos se volvieron adictos al gasto y a la deuda y ahora les toca a los helenos pagar la factura. De momento no han optado por impagar, pero la alternativa no va a ser fácil de soportar con una clase política y sindical que sólo compite en irresponsabilidad con la española. Papandréu ha presentado el plan que le exigía Merkel para contar con unas mínimas garantías de que el país podía salir adelante y devolver los 110.000 millones del plan de rescate: reducción drástica del gasto corriente en funcionarios, congelación de los salarios en el sector privado, rebaja de las pensiones y aumento de impuestos indirectos.

Todo lo cual significa que durante muchos años los griegos van a tener que trabajar no para consumir, ni para amasar un mayor patrimonio, sino para devolver el dinero que dilapidaron sus políticos. Es decir, los griegos sufrirán una reducción muy apreciable en su calidad de vida como consecuencia directa de las desmedidas capacidades de gasto con las que contaron sus gobernantes.

Mucho se ha hablado en los últimos años de hiperregular las actividades de los bancos para evitar que en el futuro volvieran a tener que ser rescatados. No estaría de más que los mismos que pretenden controlar hasta el último rincón del sector privado propongan ahora medidas similares para el público. Por ejemplo, podríamos empezar por restablecer la Ley de Estabilidad Presupuestaria aprobada durante la segunda legislatura de Aznar y que Zapatero rápidamente derogó. Sería un primer paso que, al menos en España, necesitamos con urgencia. En caso contrario, podemos empezar a tomar nota de los padecimientos de los griegos.


Libertad Digital - Editorial

Austeridad de boquilla

EL recorte de altos cargos y empresas públicas decidido en el último Consejo de Ministros ha sido un espejismo de austeridad para compensar el descontrol del gasto en personal público que se está acumulando desde principios de año.

El Gobierno suprimió varias direcciones generales; incluso alguna vacante desde hacía semanas, y otros puestos, pero el ahorro de esta medida rondará sólo los dieciséis millones de euros. Además, en muchos casos eran puestos ocupados por funcionarios de carrera, que siguen, como es obvio, al servicio de la Administración. El problema, sin embargo, reside en los gastos discrecionales relativos a la contratación de personal eventual y a los incentivos. En el mes de marzo se ha producido un desfase presupuestario del 8,6 por ciento. Es decir, se está gastando en esas partidas mucho más de lo previsto. En total, 161 millones de euros.

Estos datos demuestran que el Gobierno no tiene una voluntad real de aplicar un recorte drástico a los gastos de personal, sobre todo cuando es posible hacerlo sin tener que alterar la situación de los funcionarios de carrera. El debate sobre la función pública, como uno de los agujeros del déficit, debe contar con datos reales, más allá de la demagogia y el populismo.


El descontrol presupuestario se centra en los gastos que el Gobierno puede evitar perfectamente, simplemente decidiendo no contratar más personal eventual y estableciendo reglas de eficiencia en el trabajo de los funcionarios. Lo mismo, y con igual rigor, cabe decir de las administraciones autonómicas, emplazadas a asumir su cuota de responsabilidad en la contención del gasto no productivo.

El Gobierno está jugando irresponsablemente con la situación del déficit. Habría estado más justificada la supresión de ciertos ministerios -como le ha demandado el Parlamento en más de una ocasión- que la de algunas direcciones generales eliminadas el pasado viernes. Es inútil recortar el gasto de personal en dieciséis millones cuando, al mismo tiempo, se siguen contratando eventuales. La gestión interna de la Administración Central del Estado y de las administraciones autonómicas debe basarse en los funcionarios, y si se quiere realmente contribuir al control del gasto público hay que empezar por suprimir las legiones de asesores y gabinetes que pueblan los edificios públicos y supervisar el destino de cada céntimo. Mientras no se afronte esta hemorragia de los gastos corrientes, decisiones como la del Consejo de Ministros del pasado viernes quedarán reducidas a un brindis al sol.


ABC - Editorial