jueves, 6 de mayo de 2010

La gloria del antifascismo moderno. Por Hermann Tertsch

TRES ciudadanos griegos murieron ayer asesinados en Atenas por las llamadas fuerzas progresistas -o antifascistas, como dice aquí la tropa entusiasta de la izquierda y sus medios de difusión, que son casi todos.

Murieron asfixiados, sin poder salir de un banco al que habían prendido fuego esas maravillosas fuerzas del progreso que están demoliendo aquella ciudad en aras del movimiento antiglobalización. Y en protesta contra las medidas que el Gobierno de un Estado en quiebra ha de implantar para que otros países, con el dinero de sus ciudadanos, que tampoco están ni contentos ni sobrados, se atrevan a ayudarle. De momento, tres muertos. Veremos lo que pasa en la cuarta huelga general de un país que nos precede en el hundimiento por inepcia y mentira de los gobernantes. Los bancos, como ya saben todos ustedes, porque aquí en España se lo cuentan los sindicatos, los socialistas y todo el entorno parasoviético que se ha creado en el último lustro, son muy malos. Muy malos los bancos que, con los empresarios, con George Bush y Franco, tienen al parecer toda la culpa de que sociedades modernas se paupericen bajo Gobiernos a los que nadie sensato dejaría la gestión de un quiosco ni siquiera un fin de semana. Lo que llamaría algún dibujante y columnista de los periódicos adictos, vendidos o comprados del zapaterismo, el »capital desalmado».

Y los adolescentes o ya maduritos, en Atenas y Madrid y Barcelona, pronto probablemente en muchos más sitios, se creen ese discurso y deciden castigar al maldito capital, es decir, a los bancos y a los empresarios, porque así, suponen, se hace esa justicia popular. Ya saben, la justicia popular que tanto se practicó en las retaguardias de las guerras europeas, incluida la nuestra, por todos esos valientes que jamás aparecían por el frente. Y resulta que mueren inocentes entre las llamas que el discurso retroprogre ha alimentado con su demagogia contra la banca, contra los empresarios y el mercado. Grecia, como España, a la cola en Europa en educación, liberalidad y rigor en el Gobierno; en la Champions League de la autocomplacencia, el engaño y el izquierdismo radical, ya ha comenzado a cobrarse en vidas humanas su fracaso como sociedad democrática europea en el siglo XXI. Incapaz de superar tanta mentira, tanto desprecio a la excelencia y exaltación del igualitarismo, la mediocridad y el parasitismo.

Debiéramos estar alerta y tener cuidado todos también aquí nosotros. Esto acaba de empezar y los que se saben aparatchiks e impostores, que jamás tendrían el nivel de vida que han logrado con su demagogia, son capaces de cualquier cosa por no compartir el sino de las desafortunadas víctimas de su política. Porque hemos comenzado en Europa el siglo XXI mucho peor que el anterior. Las sociedades europeas aun en 1910 eran muy apacibles, ordenadas y prósperas. Se creía en la excelencia, en la educación y en la honestidad. Había códigos de honor que merecían tal nombre. Y después, pese a todo ello, pasó lo que pasó. No creo que haga falta recordar la primer mitad del siglo XX desde 1914. Hasta 1945 en el oeste. Hasta 1978 en España y hasta 1989 en todos los países que sufrieron la miseria del régimen totalitario más largo de la historia, el comunismo. Ese que reivindican quienes han quemado vivos a los atenienses. En ningún caso quiero asustarles más de lo que debieran estarlo. Pero después de registrar anonadado esta pasada mañana los éxitos de la cooperación política entre los dos líderes de los principales partidos nacionales, cuyo gran acuerdo, en momentos de máxima emergencia, ha sido la patética reforma de las Cajas de Ahorros para junio, hay que empezar a pensar en sobrevivir. No sólo los parados, sino todos los vivos. Reforma que por cierto, ya veremos si se cumple. Con este Gobierno y esta oposición nos vamos, queridos españoles, a un negro periodo griego. De cuyo final probablemente la gente de mi generación no vea el final.


ABC - Opinión

La Acrópolis y el «caso Zapatero». Por Valentí Puig

INTENTÁBAMOS subrayar las diferencias entre el caso de España y el desplome griego, pero resulta que una extraña coalición de catastrofistas y de incompetentes prefiere aumentar al máximo las equivalencias.

Las pancartas del sindicalismo comunista griego a la sombra de la Acrópolis van a coincidir con la apertura de los colegios electorales británicos, a pocas horas de que Zapatero y Rajoy desarruguen sus chaquetas después de haber estado hablando en el tresillo modular de La Moncloa. Está de los nervios la eurozona y los mercados de deuda no controlan tanta taquicardia.

A propósito de las elecciones generales de hoy, en el chiste de un clásico tabloide londinense un viejo matrimonio mira la televisión con el perro a sus pies: «Todavía no puedo decidir que partido político me disgusta menos». Esa es la historia doméstica de la Europa del Tratado de Lisboa en la penúltima curva de la recesión. Entre la Acrópolis y las urnas británicas, es difícil identificar alguna ilusión política.


El gobernador del Banco de Inglaterra, Mervyn King, ha dicho estos días algo que puede hacerse extensivo a casi toda Europa, y concretamente a España, sin duda. Sostiene que las medidas de austeridad necesarias para afrontar el problema del déficit británico serían tan impopulares que quien gane las elecciones no volvería a tener el poder en toda una generación. Es el precio de la austeridad fiscal, un alto precio político. Claro que más sangre, sudor y lágrimas va a costarles a los contribuyentes.

En España los informes de Funcas reiteran que la reforma más urgente es la reducción del déficit público. Ha llegado la hora de despertar del sueño, dice Funcas. Eso le coge a Rodríguez Zapatero algo soñoliento, a pesar de que los mercados bursátiles ya le hayan dado varios sustos. No hay indicios de que después de su encuentro de ayer con Mariano Rajoy vaya a cambiar de comportamiento presupuestario. Tal vez calcula seguir gobernando una legislatura más, después de haber logrado surfear la recesión y conducido las vacas flacas hasta el establo en el que engorden de modo suficiente antes de las elecciones generales. Característicamente, no advierte que el tiempo se le ha acabado. Lo dice el reloj de los mercados financieros. ¿Cómo llegar así al Consejo de Ministros que a finales de septiembre tiene que aprobar del proyecto de ley de los Presupuestos Generales?

Con un 20 por ciento de la ciudadanía en paro, a Zapatero le quedan escasísimas oportunidades para convencer a los mercados. Ayer fue una de esas oportunidades, pero más bien parece que va a esperar, demorar el tiempo de las decisiones, ir perdiendo credibilidad a chorro. De consolidarse los elementos de salida de la recesión que el Gobierno anuncia, no había mejor ocasión para lanzar una estrategia de recuperación a fondo, complementando la reforma del sistema financiero con la reforma laboral y, sobre todo, con un plan de choque contra el déficit público.

Seguir culpabilizando a las agencias de calificación y a los especuladores anglosajones es un mensaje que ya no llega a una sociedad atribulada por el paro y la deuda. Es cierto: son agencias que se han equivocado a menudo, que se han engañado y que han cometido errores notorios de imprevisión, pero -como dice incluso «Le Monde»- no son procesos por brujería lo que hace falta en la eurozona, sino medidas urgentes para su gobernación y sus estructuras. Eso en la Acrópolis, en las verdes campiñas de Kent -todavía sin euro- y a lo largo y ancho de la España de Zapatero.


ABC - Opinión

Y ZP sin enterarse. Por Emilio J. González

Mientras los mercados nos ponen cada vez más en el punto de mira, Gobierno y oposición siguen encastillados en posiciones irreconciliables por pura y simple estrategia política.

Está claro que Zapatero nos lleva a la ruina. El encuentro que acaba de celebrar con Rajoy era una ocasión que ni pintada para lanzar un verdadero mensaje de calma a los mercados, pero entre que no se entera de qué va la película y que no quiere dar su brazo a torcer bajo ningún concepto, la reunión ha terminado como era de temer, es decir, en nada verdaderamente relevante para empezar a resolver los problemas. Lo cual es bastante grave porque ahora ya no se pueden dejar las cosas para otro día, ya que en los mercados los nervios están a flor de piel, como demuestran los desplomes del Ibex, el aumento constante del diferencial de tipos con Alemania y la debilidad del euro frente al dólar, y porque hay quien aprovecha las circunstancias para quitarse presión de encima poniéndosela a España.

La reunión vino precedida del rumor acerca de que España está negociando un crédito de 280.000 millones con el Fondo Monetario Internacional, cosa que no sería de extrañar teniendo en cuenta los más que serios problemas presupuestarios que atravesamos y que este mes una delegación del FMI se va a dar una vuelta por nuestro país para estudiar nuestras cuentas públicas, claro síntoma de que en Washington, como en otros muchos sitios, se temen lo peor. La cuestión es que la difusión de ese rumor le vino muy bien a otros países, en especial a Francia y, en menor media, al Reino Unido, cuya situación presupuestaria empieza a ponerse también en entredicho.


Y teniendo en cuenta cómo se las gastan en este mundo, no sería extraño que alguien desde allí hubiera hecho circular el rumor. No es casualidad, desde luego, que la web de Le Monde, uno de los periódicos galos más importantes, el martes tuviera colgada la noticia. Vamos, que estamos en una situación en la que por Europa abundan los codazos y zancadillas con tal de no caer en la hoguera de los mercados. ¿Juego sucio? Desde luego, pero así son las cosas cuando la situación financiera internacional, o, más concretamente, europea, empieza a ser algo así como un sálvese quien pueda.

En este contexto, lo que tendrían que haber hecho Zapatero y Rajoy es haber anunciado conjuntamente la inmediata aprobación de un drástico plan de recorte del gasto público que afecte a todas las administraciones y de un amplio y profundo paquete de reformas estructurales, empezando por la laboral, todo lo cual sería fruto del pacto entre el PSOE, el PP y todas aquellas otras formaciones políticas sensatas que quisieran sumarse al mismo. Ese es el compromiso adoptado por los líderes políticos portugueses para superar la crisis y es el que cabría esperar de personas sensatas, que entienden la realidad y que actúan con lógica. Ese tipo de gente, por desgracia, es escaso en la envenenada política española y así nos va. Mientras los mercados nos ponen cada vez más en el punto de mira, Gobierno y oposición siguen encastillados en posiciones irreconciliables por pura y simple estrategia política. Mientras en otros lugares se extienden rumores sobre nosotros para tratar de evitar que otros países caigan, aquí seguimos sin enterarnos de cómo nos zancadillean por el mundo porque hay quien es incapaz de ver más allá de sus narices. Y entre unos y otros, la economía española caminando peligrosamente al borde del abismo y a punto de caer en él.

Zapatero, por supuesto, es el gran culpable. Sigue diciendo eso del compromiso del Gobierno con un ajuste presupuestario que no se ve por ninguna parte, cuando lo que están pidiendo esos mercados a los que ya engañaron en su momento Salgado y Campa es concreción tanto en las medidas como en el calendario, dos cosas que deberían haber salido de la reunión con Rajoy y que, sin embargo, no se han pactado. Seguramente, el líder del PP tiene toda la razón cuando dice que todo es cosa de ZP. Y es que el presidente del Gobierno ahora se cree que si consigue de aquí a las municipales, más o menos, arreglar la cuestión de ETA con una nueva negociación, puede salvarse políticamente. Sin embargo, probablemente está calculando mal porque quien pierde su casa o su trabajo y no tiene esperanzas ni siquiera de comer, no va a votar a ZP por lo que consiga con ETA sino que su apoyo vendrá condicionado por su situación socioeconómica. Es verdad que el terrorismo sigue siendo un problema, una preocupación de los ciudadanos, pero para muchos de ellos, la principal angustia ahora es de qué va a vivir su familia, si podrá conservar su puesto de trabajo y su casa y qué futuro le aguarda a sus hijos. Así es que Zapatero, con su empeño en no hacer lo que hay que hacer para arreglar la economía y buscar salvavidas político-electorales en otros terrenos, puede estar equivocándose de plano.

Claro que en el PP tampoco parece que lo estén haciendo mucho mejor. Rajoy le dice con razón a Zapatero que recorte el gasto público, pero eso es algo que tienen que hacer todos los niveles de la Administración, no sólo el Estado y, sin embargo, allí donde gobiernan los ‘populares’, con la excepción de la Comunidad de Madrid, eso de apretarse el cinturón es algo de lo que no quieren oír ni hablar. Basta como botón de muestra la situación financiera del ayuntamiento de la capital. Rajoy, por ello, no sólo tiene que criticar al presidente del Gobierno por todo lo que hay que criticarle. Es que, además, tiene que obligar al PP a dar ejemplo en todas las autonomías y ayuntamientos en los que detenta el poder, porque una cosa es predicar y otra dar trigo. Y debe hacerlo con el fin de que las encuestas que hablan de una posible victoria del gallego y los suyos en las generales sirvan también de mensaje de tranquilidad a los mercados, en el sentido de que un cambio político supondrá de verdad un cambio económico en nuestro país, porque tal y como están las cosas con la economía dudo mucho de que Zapatero vaya a ser capaz de aguantar hasta el final de la legislatura. Pero eso sólo podrá hacerlo Rajoy si desde ya desgrana todo un conjunto de propuestas concretas para salir de esta situación y lleva a los suyos en todos los niveles de la administración a seguir las mismas políticas que predica para el Estado.

Todo lo demás no hace más que conducirnos a ese pesimismo que expresó Quevedo cuando escribió aquello de "Miré los muros de la patria mía/si un tiempo fuertes ya desmoronados". Y este país no se merece ese aciago destino.


Libertad Digital - Opinión

Una tortilla sin huevos. Por M. Martín Ferrand

ESTA España nuestra siempre, desde antes de que los Reyes Católicos llegaran a Granada, fue procelosa para sus vecinos y difícil para sus gobernantes.

Más ahora, cuando la Constitución permite, en la mayoría de las circunstancias, multiplicar por diecisiete la complejidad de los problemas cotidianos y, peor todavía, también la del acuerdo sobre sus soluciones. De ahí la importancia de la visita que Mariano Rajoy, atendiendo a la invitación de José Luis Rodríguez Zapatero, cursó ayer a La Moncloa, ese chaletito a las afueras de Madrid que tanto suele empañar la mirada de sus inquilinos y, por lo general, acelerador de sus potenciales complejos de superioridad y/o inferioridad.

Después de año y medio de desprecios mutuos, buscados aislamientos e irresponsables silencios compartidos, Zapatero y Rajoy se vieron las caras, a solas, para tratar de alcanzar algún acuerdo que, básicamente, alivie el peso de la responsabilidad que le corresponde al Gobierno.


En ese sentido, y contra pronóstico, la reunión fue un éxito. Los dos grandes partidos nacionales comparten los parámetros de la ayuda a Grecia que, si Zeus no anda distraído, puede enmendar la catástrofe que la socialdemocracia ha instalado en la patria de la democracia. Bueno es también que los líderes compartan la urgencia de reconducir el sistema financiero, especialmente la mitad que gestionan las Cajas, y que hayan pactado, con fecha límite y todo, un plazo de actuación.

Habría que preguntarle a sus maestros escolares y a sus profesores universitarios; pero, visto lo visto, Zapatero parece lento de percepción. A juzgar por sus comparecencias -mejor, apariciones- posteriores al encuentro monclovita, Rajoy volvió a decirle al responsable del Ejecutivo lo de siempre, desde la necesidad de reducir el gasto público y el déficit a la de reformar en profundidad el mercado laboral, y Zapatero volvió a salirse por la tangente mientras, tras el atril, movía las piernas como un boxeador acorralado y hacía bailar sus ojos como Marujita Díaz en sus mejores tiempos. Sigue viendo, como quien tiene visiones, «datos positivos» de recuperación económica y sanear las Cajas -privatizarlas- ya es un esfuerzo supremo para quien, hipnotizado por el Estado de bienestar, no quiere ver la realidad. Una tortilla sin huevos aleja el riesgo de la salmonelosis, pero no es tortilla tal y como no son Gobierno los «agentes sociales».


ABC - Opinión

Algunas preguntas para quienes sólo ven judeo-masones. Por Juan Ramón Rallo

¿Por qué un presunto rumor de que España va a ser rescatada hunde la bolsa española pero un rumor sobre que Alemania será rescatada por Estados Unidos no hubiese generado preocupación alguna salvo por la salud mental de quien lo lanzaba?

Ya he expresado mi admiración por esa tropa de especuladores que, al sacar su dinero de España y al intentar ajustar a la realidad el precio de nuestros activos financieros, contribuyen a trasladar al presente una pequeña parte del sufrimiento futuro que padeceremos todos los españoles si Zapatero sigue en el poder.

Sin embargo, los hay que en lugar de culpar al leonés por haber arramblado con la economía, prefieren cargar contra quienes nos recuerdan que el emperador está desnudo. Permítanme plantearles algunas cuestiones a estos individuos que ven contubernios judeo-masónicos detrás de todo fracaso zapateril.
1.- ¿Creen que existe algún tipo de deber moral o patriótico de mantener el precio de la deuda pública artificial y falseadamente elevado? ¿También pensaban en su momento que el precio de la vivienda o el de las acciones de Lehman Brothers debían sostenerse inflados frente a la presión bajista de los especuladores? ¿No opinan que todos estaríamos mejor ahora en caso de que las burbujas de precios terminaran lo antes posible?

2.- ¿Piensan que la actual situación económica de España es sostenible a dos o tres años vista? Si todo siguiera igual durante los próximos ejercicios, ¿reconocerían que nos encaminamos hacia la quiebra? ¿Opinan que algo va a cambiar (a mejor) en nuestra economía si el Gobierno no rectifica alguna de sus políticas presupuestarias o laborales? ¿O tal vez piensan que va a rectificar tras tres años de cerril inmovilismo

3.- Si admitimos que al menos las respuestas al punto 2 son cuando menos inciertas, ¿entienden que algunos o muchos dudemos de la solvencia a diez años de nuestras Administraciones? ¿Es eso un atentado a la patria o un simple ejercicio de honradez?

4.- Si hacer caso a un rumor o pronóstico que defiende que España necesitará de ayuda alemana es "especular", ¿también era especulación que alguien hiciera caso al presidente del Gobierno cuando pronosticaba en 2007 que íbamos a alcanzar el pleno empleo, que mantendríamos el superávit presupuestario, que el precio de los inmuebles no descendería de manera apreciable o que la crisis subprime no afectaría a España? Si, tal como sostiene algún chalado, hay que encerrar a los que lanzan rumores que desatan la especulación, ¿deberíamos haber encerrado a Zapatero por haber estado lanzando rumores infundados –o mintiendo directamente– sobre la situación de nuestra economía a lo largo de los últimos años (y por seguir haciéndolo)?

5.- Todos aquellos analistas, periodistas y pedigüeños varios que aseguran que el hundimiento del precio de nuestras acciones y de nuestra deuda no está justificado por la situación económica, ¿han ordenado a sus brokers que compren masivamente acciones y deuda española a precios que ellos mismos juzgan "una ganga"?

6.- ¿Por qué un presunto rumor de que España va a ser rescatada en los próximos meses hunde la bolsa española pero un rumor sobre que Alemania será rescatada por Estados Unidos no hubiese generado preocupación alguna salvo por la salud mental de quien lo lanzaba?

7.- ¿No piensan que los gobiernos irresponsables, demagogos, populistas y ladrones tienen fuertes incentivos a achacar los destrozos de su gestión a un enemigo exterior supuestamente muy interesado en destruir la armonía del grupo? ¿Acaso no ven un cierto parecido entre la situación actual y todo ese repertorio de ejemplos históricos de gobernantes –y empresarios– que acusan a los especuladores de estar atacando sin fundamento a un Estado –o a una empresa– que a los pocos meses termina quebrando?

8.- Si se ha constituido una entente exterior obsesionada con destruir nuestra economía y con derrocar al PSOE, ¿por qué Zapatero envió en febrero a Salgado y a Campa de gira extranjera? ¿Acaso buscaban razonar con los irracionales? ¿O más bien pretendían convencer a los razonablemente pesimistas inversores extranjeros de que el Gobierno encauzaría el torcido rumbo de la economía? De hecho, ¿por qué entonces nos dieron varios meses de tregua para ir implementando un plan de ajuste de la economía? ¿Pero no querían destruirnos a cualquier precio?

9.- ¿Consideran que los objetivos de ese plan de ajuste prometido se están cumpliendo? ¿Acaso nuestro déficit y nuestro desempleo no continúan creciendo en medio de la parálisis más absoluta del Ejecutivo? ¿Son esos los "datos y hechos" a los que apelaba Zapatero para calmar a los inversores?

10.- ¿Qué se siente al ser los tontos útiles o los voluntariosos propagandistas de un Gobierno que está arruinando a los españoles y nos está conduciendo a la quiebra? ¿Odian tanto a los especuladores como se deberían odiar a sí mismos?

Libertad Digital

Pantomima. Por Ignacio Camacho

NO comparecieron juntos porque ellos mismos debieron de entender que no valía la pena solemnizar un acuerdo tan magro.

El rescate de Grecia lo impone el Eurogrupo y las fusiones de cajas son un asunto de mero sentido común que no debería necesitar una cumbre. En lo demás, la discrepancia es tan evidente que empieza por la propia percepción de la crisis; Zapatero insistió en su empecinado optimismo y trató de vender los mínimos síntomas de recuperación que habían quedado solapados por la tormenta financiera del martes. No considera necesario un ajuste fuerte y presenta el déficit como una opción ideológica. En ese marco de principios no hay entendimiento posible. Rajoy continúa pensando, como la mayoría de sus votantes y cada vez más de los de su adversario, que el principal obstáculo para salir de la recesión es la propia política del presidente.

La reunión de ayer fue diseñada en un contexto diferente y con una previsión distinta. Zapatero pensaba en una semana triunfal tras el mal trago de la EPA y el susto de las agencias de rating. Quería sacar pecho, en el Congreso y en Bruselas, con un leve repunte del empleo, el consumo y la productividad, y llamó a Rajoy para apuntalar luego un pactito sobre la reforma de las cajas. Sucedió que el martes se le desmoronó el horizonte: en Europa le apretaron las tuercas, Angela Merkel deslizó dudas sobre la solvencia española, la prensa extranjera le dio un vapuleo y la Bolsa se hundió en un marasmo de huidas. De pronto, la cita se convirtió en un balón de oxígeno a la credibilidad del país frente al contagio griego. Pero para eso no había agenda; no la puede haber porque no existe un solo punto de aquiescencia. Sólo valía la foto y una trivial escenografía de cordialidad.

Eso es lo que hubo. Eso es lo que hay. Todo sigue igual: una enorme desconfianza mutua y una glacial lejanía en las recetas socioeconómicas. Zapatero no cree en el ajuste; lo ha negado demasiadas veces y con demasiado énfasis para reclamar ahora credibilidad en un proceso que rechaza por prejuicios ideológicos. Detesta los sacrificios, las políticas antipáticas. La oposición, los expertos y los mercados temen que si el Gobierno no toma medidas, las tome Europa bajo la presión del precedente helénico. Pero el presidente no acepta la evidencia: se empeña en hablar de recuperación aferrado a unos datos provisionales de raquítico optimismo. De Grecia no teme tanto la quiebra como la truculenta protesta social, sin entender que las revueltas son consecuencia de la falta de reformas a tiempo. Y se aferra a los paliativos indoloros, los mantas sostenibles y demás cháchara líquida.
Cuando terminó de hablar Rajoy, la Bolsa bajaba un punto; cuando acabó Zapatero, dos. Al final perdió 2,27. Cayeron el Ibex, la deuda y el euro. El mercado no se creyó la pantomima. La ciudadanía, probablemente, tampoco.


ABC - Opinión

Ficción matinal. Por Cristina Losada

Zapatero situó la reforma laboral en términos sesgados: ellos quieren hacerla por decreto y nosotros, por acuerdo. Nosotros: los buenos, los dialogantes y blablablá.

Es muy bonito que se reúnan vis a vis el presidente del Gobierno y el jefe de la oposición. En España hay una tradición política guerracivilista, bien visible en los últimos años por el retrovisor de la izquierda, pero después tenemos estas cosas tiernas. Que dejen de pelearse y que se junten, ¡que se besen! La función que cumplen las invitaciones de Zapatero a Rajoy a presentarse en La Moncloa ha de estar relacionada con la intención de satisfacer esa querencia del público, pero siempre con el propósito de sacarle un rédito sectario: se transmite que es el Gobierno quien más pone de su parte para lograr la unión y la concordia. "Reivindico mi voluntad de diálogo", declaró el presidente, a fin de que a nadie se le escapara que las buenas intenciones son suyas, sólo suyas y no del otro.

Por lo demás, nada había –y nada hubo– que justificara el desplazamiento del foco político a las estancias del palacio. ¿Acaso se trataba de debatir algún plan de ajuste como los que han adoptado Grecia o Irlanda? ¿Iban a comprometerse a realizar de común acuerdo las reformas impopulares? Negativo en ambos casos. Es más, Zapatero situó la reforma laboral en términos sesgados: ellos quieren hacerla por decreto y nosotros, por acuerdo. Nosotros: los buenos, los dialogantes y blablablá. Tan trascendental era la convocatoria que obedecía a un intento de remedar la que habían mantenido días atrás Sócrates y Passos Coelho. ¡Menos mal que nos queda Portugal! Aunque se hace saber urbi et orbi que España no es Grecia. Otra vez, ¡menos mal! A trancas y barrancas, vamos aprendiendo geografía.

Visto el raquitismo del contenido, habrá que estudiar estos encuentros monclovitas desde la perspectiva del arte dramático. En su libro sobre Zapatero, García Abad cuenta que antes de su primera reunión con Aznar, estudió con minuciosidad en qué escalón debía de colocarse para mostrar que era más alto. El presidente no puede competir con Rajoy en altura, pero sí en capacidad de representación. A fin de cuentas, no todo el mundo entiende de política económica, pero cualquiera ve las series españolas que triunfan en la tele. Abundan la sobreactuación, los tonos y gestos inverosímiles, los escenarios improbables y, sin embargo, o por eso mismo, tienen éxito. Tal vez, la clave del éxito de ZP radique en que es mal actor. Y en que "el hombre prefiere creer lo que quiere que sea verdad" (Bacon).


Libertad Digital - Opinión

Grecia se incendia

LA aparición de episodios violentos y víctimas mortales en las protestas contra las medidas de austeridad impuestas a Grecia constituye una gravísima señal y un síntoma de que, por lo que respecta a la «zona euro», la crisis puede llevarnos a una situación que hace apenas un año hubiera parecido inconcebible.

Las maniobras de los especuladores que apuestan por la caída de la moneda única han hecho mucho daño a la estabilidad financiera de varios países, a pesar de que casi siempre se han basado en informaciones virtuales, rumores o sencillamente falsedades, como ha sucedido con España. Es fácil deducir lo que podría suceder si lo que se produce es una situación en la que el Gobierno griego pierde el control del país y es incapaz de aplicar las medidas de rigor presupuestario que le han sido impuestas para pagar sus deudas. Si Grecia no cumple, no habría más solución que una suspensión de pagos que no sólo llevaría a los griegos a una situación mucho peor que la que se les propone ahora, sino que arrastraría sin duda al desconcierto a los demás países del euro y dejaría herida de muerte a divisa. Una Grecia ardiendo por los cuatro costados y en situación insurreccional es una amenaza para la propia Unión Europea.

Se escuchan voces que critican acertadamente la falta de liderazgo en la Unión Europea, que ha permitido que una crisis que debería afectar exclusivamente a un país por su escandalosa gestión del dinero público se convierta en una epidemia de desconfianza y auge del euroescepticismo. Pero, incluso en este caso, el trabajoso acuerdo de los países de la «zona euro» para prestar 110.000 millones de euros a Grecia no ha sido más que el principio de la solución. Lo que aparece ahora como el principal problema es precisamente aplicar los dolorosos recortes que se han pedido a cambio. Los griegos tienen en sus manos una tremenda responsabilidad ante una Europa a la que sus dirigentes han engañado durante décadas y tienen razón cuando se quejan de que son los ciudadanos de a pie quienes tendrán que pagar los platos rotos. Pero lo que no pueden esperar es que se tengan que hacer cargo los contribuyentes de los demás países europeos.

ABC - Editorial

La entrevista. Por José García Domínguez

De ahí que Ciudad Real o la muy noble villa de Lérida, entrañables referentes comarcales que con el autobús de línea iban más que servidos, presuman hoy de aeropuerto. Un dislate de calibre tal que ya justificaría la entera privatización del sector.

Silentes Zapatero y Rajoy, ignoramos si del parto de los montes (de piedad) habrá nacido, al fin, la certeza de que la mitad del sistema financiero español resulta algo demasiado importante como para dejarlo en manos de diecisiete napoleones de Notting Hill y varias docenas de excelentísimos presidentes de Diputación, amén, claro, de sus bulímicas partidas de concejales de urbanismo. Así las cajas de ahorros, todas ellas sujetas al impune descontrol de unos órganos dizque de gobierno que, a imagen y semejanza del gallego, sólo responden de sus actos ante Dios y ante la Historia. Y no, como cualquier hijo de vecino, frente a una junta general de vulgares accionistas que arriesguen su dinero en el empeño societario.

De ahí, entre mil onerosas extravagancias, que Ciudad Real o la muy noble villa de Lérida, entrañables referentes comarcales que con el autobús de línea iban más que servidos, presuman hoy de flamante aeropuerto propio. Un dislate de calibre tal, ése, que en sí mismo justificaría la entera privatización del sector. Por lo demás, Caja Castilla-La Mancha supuso, ahora lo sabemos, la puntita del iceberg. Apenas la pública constatación de que, hechos a disparar con pólvora del Rey, los desprendidos gestores corporativos, nombrados a su vez por los alegres caciques pedáneos, habían perdido el control de la situación. Por eso, el apaño de urgencia entre PP y PSOE a cuenta del pozo sin fondo llamado FROB.

Y en esto llegó Bruselas con la pregunta del millón. A saber, si las cajas no son de nadie, ni siquiera del viento, al carecer de propietario cierto, ¿qué hará el Gobierno cuando muchas de esas huerfanitas errantes no sean capaces de devolver el dinero público que ahora se les presta? En el caso de los bancos, la respuesta es sabida: confiscar parte de sus acciones. Pero, ¿y ellas? ¿Qué hacer con las cajas? He ahí el secreto a voces mejor guardado desde el inicio del tercer milenio. El goloso asunto sobre el que, a no dudar, se habrán prometido santa omertá los de la cita monclovita. Pues la UE, que no tolera subvenciones financieras, ha bendecido el FROB. Ergo, Europa ya conoce la respuesta oficial. La única lógica: su urgente venta al mejor postor en pública subasta.


Libertad Digital - Opinión

Rajoy toma la alternativa

MARIANO Rajoy acertó al destacar ayer que a Rodríguez Zapatero nunca le han faltado apoyos parlamentarios para tomar medidas anticrisis, pero sí voluntad y firmeza para emprender las reformas estructurales que requiere la situación económica actual.

Por eso es lógico que el líder del PP se remita a los hechos futuros, más que a las palabras, para comprobar la solvencia de los acuerdos alcanzados con el presidente del Gobierno para reestructurar las Cajas de Ahorro antes del 30 de junio, y modificar su legislación, en el plazo de tres meses, lo cual demuestra que la situación de este sector del sistema bancario es muy delicado. Cabe cuestionarse si para estos acuerdos -y para ratificar la aportación española al rescate griego y el respaldo al euro- era necesario el encuentro de ayer, incógnita que no incumbe a Rajoy, pero sí a Rodríguez Zapatero, quien tuvo en su momento la oportunidad de aprovechar la llamada «mesa de Zurbano» para recabar los apoyos que ayer pidió, y obtuvo, al PP. Rajoy actuó ayer con responsabilidad institucional, porque no le corresponde ser quien ponga pegas a propuestas del Gobierno que pueden ser compartidas. En todo caso, el líder del PP no transmitió entusiasmo alguno por el resultado de la reunión, porque los acuerdos rubricados giran en torno a medidas planteadas por los populares desde hace meses -reestructuración bancaria, profesionalización de las Cajas-, y que han sido sistemáticamente rechazadas. Hasta ayer.
Desde el punto de vista de las formas políticas, Rajoy logró ayer un triunfo personal. Hasta ahora, siempre fue Zapatero quien había sabido rentabilizar en su favor cada cita de La Moncloa, bien con el peso de una fotografía institucional, bien con un afianzamiento de su iniciativa y liderazgo. Sin embargo, ayer fue Rajoy quien marcó las distancias necesarias sin incurrir en catastrofismos y, a su vez, sabiendo diagnosticar con nitidez la gravedad del problema. Rajoy avanzó soluciones y su cita ante las cámaras tras la reunión fue una presentación convincente de su candidatura como alternativa sólida a un Gobierno incapaz. Es evidente que, desde una perspectiva puramente económica, el encuentro en La Moncloa se quedó corto, pero probablemente la búsqueda de soluciones no era la excusa de la cita. Lo relevante era el mensaje político que Zapatero y Rajoy querían transmitir y, en esta ocasión, el presidente del Gobierno, noqueado, vio cómo Rajoy le ganó por la mano.

ABC - Editorial

Zapatero no se rinde a la evidencia

Ante este demencial y, al tiempo, arrogante inmovilismo de Zapatero, no hay que extrañarse de que la bolsa, lejos de experimentar un rebote tras su histórico desplome del martes, sufriera ayer una nueva caída.

Con el visto bueno a una decisión ya tomada, como es la participación española en el plan de rescate a Grecia, y con el "acuerdo de acordar" un plan para llevar a cabo las fusiones de las cajas de ahorro, se ha zanjado la reunión que este lunes han mantenido en La Moncloa el presidente del Gobierno y el principal líder de la oposición. A la vista de estos magros resultados, podríamos decir que la reunión ha resultado sumamente decepcionante, si no fuera porque, en nuestro caso, ya no albergábamos esperanza alguna.

Es cierto que la dramática situación por la que atravesamos, evidenciada por un paro que ya supera el 20%, por un déficit y un endeudamiento públicos galopantes, por la masiva huida de los inversores internacionales y por tantos y tantos otros alarmantes datos, debería haber alterado el inmovilismo de Zapatero. Sin embargo, de un presidente que tiene la desfachatez de apelar a esta misma preocupante situación presente para arremeter contra los especuladores y para desacreditar las crecientes dudas sobre la solvencia futura de nuestra economía, no cabe esperar nada, salvo una nueva huida hacia adelante.


De hecho, la reunión de este miércoles ha servido para poner más aun de manifiesto el inmovilismo de Zapatero en dos asuntos tan decisivos como es la reforma del mercado laboral y la necesidad de acometer una drástica reducción del gasto público. Zapatero ha presentado como virtud la radical irresponsabilidad como gobernante que supone dejar todavía en manos de los agentes sociales estos cambios inaplazables; más aun cuando este mismo domingo los sindicatos dejaban por enésima vez de manifiesto hasta qué punto constituyen un ruinoso y reaccionario obstáculo para una reforma liberalizadora como la que requiere nuestro rígido mercado laboral.

Tampoco ha querido Zapatero acercar posturas con el líder del PP, si no más bien mostrar sus diferencias, cuando ha manifestado que él, al contrario que un "equivocado" Rajoy, no es partidario de recortar "drásticamente" el déficit, sino de hacerlo de "una forma moderada que no comprometa la recuperación".

Al margen del hecho de que Zapatero no está reduciendo ni poco ni mucho el déficit público, sino que lo está aumentado de forma espectacular, el presidente del Gobierno, con esa frase, ha dejado en evidencia no sólo que sigue felizmente atrapado en la falacia keynesiana de que el Estado gastando lo que no tiene puede contribuir a la recuperación –cosa que, en realidad, no ocurre aunque se hiciese de "forma moderada"– sino que también ha contribuido a generar todavía más dudas respecto a su propio compromiso de reducir el déficit hasta el 3 por ciento para 2013.

Ante este demencial y, al tiempo, arrogante inmovilismo, no hay que extrañarse de que la bolsa, lejos de experimentar un rebote tras su histórico desplome del martes, sufriera ayer una nueva caída. Y es que con esta reunión y con su posterior intervención, Zapatero no ha hecho otra cosa que confirmar los peores augurios de los inversores.

Por mucho que Zapatero quiera volver a matar al mensajero, culpando a los "especuladores" o incluso castigando a las agencias de rating, nada va a borrar el hecho de que él y su Gobierno se han constituido en el principal problema de nuestra economía y en el principal obstáculo para su recuperación.

Ante este hecho y ante el evidente desplante de Zapatero, Rajoy no ha podido más que ofrecerse como "alternativa". Pero para que esa alternativa sea creíble y no se demore en el tiempo, el líder del PP, lejos de practicar una oposición de perfil bajo y de esperar a que España sea una páramo, ha de convertirse en el portavoz más crítico del malestar ciudadano y explicar con valentía, insistencia y claridad su programa alternativo de Gobierno. Lejos de dejarse agarrotar por los complejos, Rajoy debe llevar a gala el no arrimar el hombro a un Ejecutivo que nos lleva a la ruina. No basta con que Aguirre diga que "pudiera ser que el PP tuviera que gobernar antes de lo que parece". Es Rajoy, como líder del partido, el que tiene que provocar y buscar esas elecciones anticipadas como la única forma de evitar el abismo al que Zapatero nos conduce.


Libertad Digital - Editorial

Cómo el socialismo destruye Europa. Por Guy Sorman

Hoy en día, no es la crisis griega lo que convendría explicar, sino el camino que condujo hasta ella. No se trata de reabsorber la deuda griega o española: se trata de poner un plazo o no a la estrategia del declive europeo.

La tragedia del euro sobrepasa con mucho el único caso de Grecia y esta tragedia sólo es financiera en apariencia. El mal es más profundo: alcanza a todos los países miembros o acabará por alcanzarlos a todos. No bastará con poner un poco de orden en las cuentas públicas, salvar a Grecia de la quiebra y tranquilizar a los acreedores de España y Portugal. Estos remiendos financieros no evitarán el contagio general de todos los países miembros de la Unión ya que a todos les aqueja el mismo mal. Algunos querrían quitar importancia a este mal. En el FMI, en el Banco Central Europeo, en los ministerios nos dicen: es financiero, es técnico, sabemos actuar, ya pasará, basta con algunos créditos, con persuadir a los alemanes, con reducir un poco el gasto público. ¿Y todo volverá a empezar como si no hubiese habido crisis en absoluto? ¡Qué ilusión, qué ceguera y sobre todo que negación de la realidad! ¿La realidad? Los fundamentos de la Unión Europea son incompatibles con la manera en que se gestionan los Estados europeos. Es decir, la Unión Europea es de origen liberal, concebida como tal en filosofía política y en economía y sólo es posible gestionarla de manera liberal, mientras que todos los gobiernos nacionales, aunque fueran de derechas, crearon, de hecho, unos gigantescos Estados del Bienestar de inspiración socialista.

Expliquémonos: en los comienzos de Europa, un empresario (no un diplomático, sino un comerciante de coñac familiar de Estados Unidos), Jean Monnet, tras la Segunda Guerra Mundial, reparó en que los gobiernos europeos nunca habían logrado, y no lograrían nunca, hacer de Europa una zona de paz y de prosperidad. Sustituyó el motor diplomático por el motor económico; consideraba que el libre cambio y el espíritu emprendedor deberían generar unas «solidaridades concretas» que eliminarían la guerra y la miseria. Esta institución liberal de Jean Monnet fue ratificada el 9 de mayo de 1950 por los principales artífices de la primera Comunidad Económica Europea, tres demócratacristianos: Konrad Adenauer, Alcide De Gasperi y Robert Schuman. Estos hombres compartían una misma concepción moral de la política y un mismo análisis económico, y se mostraban recelosos con el estadismo que entonces se identificaba, con razón, con los totalitarismos guerreros. La Comisión de Bruselas, y más tarde el Banco Central Europeo, no han dejado de ser fieles a ese espíritu liberal original. El libre cambio, gracias al apoyo constante de la Comisión de Bruselas, atizó el espíritu de empresa frente a los proteccionismos y los monopolios nacionales. Y se creó el euro para obligar a los Estados a equilibrar su presupuesto, siguiendo la línea de la teoría monetaria liberal.

Desgraciadamente, los gobiernos nacionales creyeron que sería posible acumular los beneficios de la Europa liberal, a la vez que se superponían las delicias electorales del socialismo. Aquí se llama «socialismo» al crecimiento infinito del Estado del Bienestar, a la acumulación de seguros sociales y de empleos protegidos por el Estado.

Ese socialismo de hecho, sedimentación de promesas electorales y de derechos adquiridos, se desarrolló en Europa infinitamente más rápido que la economía y que el número de habitantes. Por tanto, este socialismo de hecho sólo podía financiarse a crédito, se creía que sin riesgos, ya que el euro parecía «fuerte». Este euro fuerte enloqueció a sus poseedores: de repente todo parecía asequible con el crédito. Ello tuvo como consecuencia un endeudamiento notablemente homogéneo, en todos los países europeos, del orden del 100% de la riqueza nacional: entre el 91% en Alemania y el 133% en Grecia, una diferencia bastante modesta entre los dos extremos, reflejo de una misma trayectoria socio-estatal. Hoy en día, la diferencia entre Alemania, Grecia, España o Francia, depende menos del endeudamiento y de la manera de gestionar los Estados -más bien similares- que de la capacidad de reembolso variable dependiendo de los deudores. Todos los Estados europeos han sido gestionados «a la socialista», en contradicción con los principios liberales de la Unión Europea: algunos serán capaces de hacer frente a los vencimientos mejor que otros, pero todos han seguido juntos la misma trayectoria.

¿Explicarán esta trayectoria fatal? Las ideologías son su verdadera causa. El socialismo domina los espíritus en Europa, mientras que el mundo universitario, mediático e intelectual acosa al liberalismo. Apoyar al mercado frente al Estado y preconizar el Estado modesto se considera en Europa una perversión «estadounidense». Y la ideología socialista está lo suficientemente arraigada como para que a un político le sea casi imposible resultar elegido sin prometer aún más solidaridad pública y aún menos riesgo público. Estos Estados del Bienestar, debido a su coste financiero y a la falta de responsabilización ética que legitiman, han asfixiado el crecimiento económico en Europa: somos el continente del declive, pero del declive solidario.

Y ahora nos presentan la factura griega: no será la primera de esa clase. ¿Qué hacemos con ella? Sería lícito que no la pagáramos: en el fondo, ¿por qué un modesto contribuyente francés o alemán debería pagar los impuestos que evadió un griego rico, todo ello para financiar a los sindicatos o a los militares griegos? Pero las finanzas europeas son tan enrevesadas que el euro que debe Grecia se lo debe en realidad a un banco alemán o francés. Por consiguiente, que los no griegos corran o no a socorrer a Grecia no cambiará nada: nuestra quiebra será colectiva. Nos creíamos ciudadanos de un país, pero somos deudores para todos. Si los europeos no pagan la factura griega, las facturas de Portugal, España e Italia llegarán rápidamente a continuación ya que la bancarrota de Grecia repercutiría sobre el valor de todos nuestros euros.

¿Cómo se sale de una tragedia? Ganando tiempo, negándola, suicidándose o diciendo la verdad. En este momento de la historia que vivimos, no es posible prever cuál de estos supuestos prevalecerá. En los comienzos de Europa, Jean Monnet dijo la verdad y los hombres de Estado se la explicaron a los pueblos: éstos la entendieron. Hoy en día, no es la crisis griega lo que convendría explicar, sino el camino que condujo hasta ella. No se trata de reabsorber la deuda griega o española: se trata de poner un plazo o no a la estrategia del declive europeo. A fin de cuentas, deberíamos darles las gracias a los griegos quienes por imprudencia, eso sí, han interrumpido la siesta europea.


ABC - Opinión