sábado, 8 de mayo de 2010

Conspiración contra España. Por Edurne Uriarte

Nuestro fiscal general, Cándido Conde-Pumpido, no tiene intención alguna de investigar el fantástico enriquecimiento de José Bono, seguramente porque un progresista como él cree firmemente que cuando es un socialista el que se hace millonario, lo hace honradamente. A cambio, nuestro fiscal ha puesto en su punto de mira a los especuladores criminales que atacan España, la «criminalidad económica» que dice él, tras su segunda incursión política esta semana, primero para respaldar a Bono y después para apoyar judicialmente al Gobierno en la identificación de los culpables de la debacle económica nacional.

Lo que convierte en objetivos de este fiel escudero del Gobierno a todos los millones de españoles que tienen sus ahorros en bolsa, no sólo a los facinerosos inversores extranjeros. Por especular con su dinero, hay que ser criminal, e intentar protegerlo haciendo caso omiso de los mensajes de Zapatero sobre la estupenda situación económica de nuestro país.


El fiscal general contra el mercado y contra el capitalismo es la última variante de la disparatada estrategia gubernamental de inculpar a una conspiración capitalista de nuestros problemas económicos. Especuladores criminales que complementan a los antipatriotas de antaño. Y a los que se unen los del orgasmo. Y es que un columnista amigo de Zapatero ha hecho gran fortuna entre los suyos con lo del orgasmo, el orgasmo de Montoro cuando comenta las cifras de paro, ha escrito el excitado columnista. Los antipatriotas del orgasmo, explican desde el Gobierno, se alían ahora con los criminales de la bolsa. Y van de éxtasis en éxtasis erótico contradiciendo las valoraciones económicas del Gobierno.

«España está en situación de emergencia y Zapatero debe decirlo», acaba de afirmar Felipe González. Cabe temer que lo investigue Conde Pumpido e incluso que lo acusen de indecencia sexual.


ABC - Opinión

Que le den la aljaba. Por Maite Nolla

Que paseen a Rajoy por Cataluña no tiene ninguna consecuencia al margen del autobombo de los palmeros habituales, ya que no va acompañada de ninguna idea o estrategia. Vamos que el partido sigue en manos de los de siempre, para hacer lo de siempre.

Algo funciona mal en España cuando se valora como un elemento político de relevancia que Rajoy haya visitado más de quince veces Cataluña en dos años. De hecho, el fin de semana pasado un periódico de tirada nacional premiaba a la presidenta del PP de Cataluña por ese motivo con una flechita hacia arriba; pero porque no tienen algo más gordo, como una lanza o un cohete espacial. Los periodistas de derechas se alinean con los suyos, hagan lo que hagan, y se reservan las críticas para los socialistas. Y la falta de crítica de los propios, provoca que los políticos pierdan el norte y hagan el ridículo como la señora Camacho, que utiliza su propia imagen como si fuera Obama y, no contenta con eso, presenta libros sobre Cameron, simplemente por el gesto, aunque todo ello no signifique nada.

La cuestión es que a falta de algo de contenido hacemos de las visitas de Rajoy algo a valorar. Y para rellenarlo, se vincula a un intangible y difícilmente evaluable aumento de la presencia del PP de Cataluña en la vida política de por aquí, mientras que no se dice nada del estancamiento en las encuestas ni de la muy palpable pérdida de votos que se produjo en las Europeas. Que paseen a Rajoy por Cataluña no tiene ninguna consecuencia al margen del autobombo de los palmeros habituales, ya que no va acompañada de ninguna idea ni de ninguna estrategia. Vamos que el partido sigue en manos de los de siempre, para hacer lo de siempre.

Y así se entiende la reunión de Rajoy con Montilla. Incluso podemos dar por buena la justificación que da el PP, relativa a que hay que superar el pacto del Tinell; un pacto que fue uno de los episodios de mayor vergüenza política de los últimos años, precursor de lo que vino después con el estatuto. Así, podemos aceptar la reunión como un síntoma de normalidad, que parece que es a lo que aspira el segundo partido nacional en la segunda ciudad más importante de España.

Lo que sucede es que, aceptando todo eso, lo que no se puede tolerar es que Rajoy no defienda a sus militantes y votantes, teniendo oportunidad para ello. Desde el último intento frustrado de votación estatutaria el presidente de todos los catalanes se ha dedicado a decir, haciendo un resumen, que el PP fomenta la catalanofobia. No sé, don Mariano, diga usted algo, que es su partido. Y claro, si Rajoy no defiende siquiera a sus votantes, ni a sus militantes, ni a su propia organización política, tampoco podemos esperar que defienda a las instituciones del Estado. Porque no las ha defendido, aunque mañana le pongan todas las flechas que caben en la aljaba de Robin Hood. Vale que ha dicho que no va a retirar el recurso, pero ni una palabra de las decenas de leyes que el Tripartit ha aprobado en desarrollo del estatuto. Ni una palabra diciendo que si el PP gobierna y la sentencia le da la razón, lo primero que hará es revisar el contenido de todas y cada una de esas leyes. Ni una advertencia sobre que si llega la sentencia tendrá que cumplirse. Ni una palabra de reproche a la auténtica insumisión que el señor Montilla ha encabezado contra el Constitucional y contra el Estado de Derecho; nada. Una cosa, el pacto del Tinell no se supera aceptándolo.


Libertad Digital - Opinión

Luces y sombras. Por M. Martín Ferrand

ESTÁ claro que Mariano Rajoy nunca dice lo que piensa y de ahí la fama de su astucia; pero, ¿piensa lo que dice?

Según Baura, quienes han hecho virtud de la discreción y la reserva y encuentran confort en los silencios cautos y en las opiniones polisémicas, terminan por retratarse, incluso desnuditos, en cuanto bajan la guardia.

Como decía Madame de Pompadour, el gozo que produce quitarse el corsé tiende a compensarse con el dolor que conlleva embutirse en él. Rajoy -sospecho- bajó la guardia y se quitó el corsé ante los encantos entrevistadores de su paisana Julia Otero y, contra todo pronóstico y en contradicción flagrante con otras declaraciones suyas sobre el mismo caso dijo: «Voy a apoyar a Camps y Camps va a ser el candidato del PP en las próximas elecciones en Valencia». Ante el pasmo que cabe suponer en su entrevistadora añadió el líder de la gaviota: «Porque usted comprenderá que eso de los trajes yo no me lo creo».


Lo de Francisco Camps no es cuestión de fe. Es, antes y al margen de la Justicia, un asunto estético. Lo que verdaderamente descalifica al presidente de la Comunidad Valenciana es tener amistad y confianza con personajes como Álvaro Pérez, más conocido como «el Bigotes», y aparecer en las grabaciones, por espurias que resulten, en las que se le declara como «amiguito del alma». Los trajes son un síntoma que, gratis o de pago -ya nos lo dirá el juez-, evidencia un tipo humano contrario al paradigma que representa y propone el gran partido del centro derecha español. Rajoy tiene poder, porque los suyos se lo permiten, para convertir a Camps en candidato «diga la Justicia lo que quiera»; pero haría muy mal en usarlo salvo que el partido haga, como en su día hizo el PSOE con el marxismo, una renuncia plena y categórica a los supuestos de forma y fondo que alientan a las clases medias españolas, su base electoral.

Sorprendente Rajoy. El mismo personaje capaz de desbarrar en un asunto facilón como es -todavía- el de Camps, evidencia altura y sutileza, capacidad de líder y sentido del Estado, cuando acude a visitar a José Montilla. En tan comprometida entrevista el gallego le dijo al andaluz reconvertido en nacionalista catalán lo que debía. Defendió la Constitución, reafirmó el recurso del PP ante el TC y se opuso a la pretendida insensatez de renovar un tribunal ante la hipótesis de una sentencia que no le complazca a una de las partes.


ABC - Opinión

Rajoy sin coartada. Por Pablo Molina

Si el PIB no cae, Rajoy tendría un grave problema de cara a las elecciones generales, porque todas sus posibilidades de llegar a la Moncloa las ha centrado en el rédito electoral que le proporcionaría el desastre económico provocado por ZP.

Los datos de la actividad económica en este primer trimestre, que anuncian un primer esbozo de recuperación económica, es posible que estén maquillados. Quiero decir, es seguro que lo están. En todo caso, aunque las cifras fueran ciertas, eso no significaría el fin de los problemas económicos que padecemos, pues, como es sabido, tan sólo con crecimientos superiores al dos por ciento podríamos esperar que España comenzara a rebajar las cifras del paro.

No obstante, convirtámonos por un momento en un lector medio de Público y pensemos que los éxitos de Zapatero al frente de la economía están al caer. En esas circunstancias Rajoy tendría un grave problema de cara a las elecciones generales, las terceras consecutivas a las que va a concurrir, porque todas sus posibilidades de llegar a la Moncloa las ha centrado en el rédito electoral que le proporcionaría el desastre económico provocado por ZP.


Los sabios de Génova argumentarían que, a pesar de que la economía presente una mejora incipiente, el problema del paro seguiría en la misma situación y eso es algo que tiene que pasar factura al Gobierno. Bien, estamos ya técnicamente en cinco millones de desempleados, el veinte por ciento de la población activa, y no parece que a los votantes de Zapatero les preocupe la circunstancia más allá de alguna leve disminución en la intención de voto.

Pero es que las elecciones generales están previstas para dentro de dos años, tiempo más que suficiente para que la propia inercia de la recuperación exterior comience a notarse en nuestras finanzas, con lo que entra dentro de lo posible que, a pesar de la incompetencia proteica de Zapatero, los indicadores económicos presenten síntomas de una recuperación efectiva para esa fecha.

De llegar a esa situación, elecciones generales con claros indicios de que lo peor de la crisis ya ha pasado, será digno de ver cómo consigue Rajoy que le vote el electorado "centrista", Santo Grial de los genoveses, y que los habituales votantes del PP no dejen de hacerlo a pesar de sus traiciones programáticas. Porque, aparte de ligeras diferencias sobre cómo gestionar la economía, lo cierto es que el PP de Rajoy no se distingue demasiado del PSOE de Zapatero, algo que no había ocurrido desde que los siete magníficos fundaron la extinta AP. En educación para la ciudadanía, el aborto, el uso de la lengua común, la disgregación territorial de España a través de reformas estatutarias, la cultura subvencionada, el sindicalismo paniaguado y la subnormalidad del cambio climático, el PP no ha establecido hasta ahora una frontera clara entre su proyecto y el de los socialistas. Si esperan a ponerse a defender los valores, principios e ideas que comparte la derecha cuando ya no tengan más remedio puede ocurrir que sea demasiado tarde. Y eso en caso de que en Génova sepan cuáles son.


Libertad Digital - Opinión

Instinto de conservación. Por Ignacio Camacho

LAS democracias maduras tienen dos estabilizadores: el instinto de los votantes y el sistema electoral.

Ambos han funcionado en Gran Bretaña en perjuicio del liberal Nick Clegg, cuya prometedora irrupción en la campaña había sembrado el pánico en los dos grandes partidos tradicionales hasta crear una burbuja de tercerismo. Al final, los electores han descartado la tentación aventurerista en un momento de grave incertidumbre económica y social, y han optado por las fórmulas convencionales con una conducta claramente conservadora. En doble sentido: por la ventaja de los tories y por el reflejo de conservación que implica la confianza mayoritaria en la vieja aunque imperfecta alternativa bipartidista. El mecanismo de distrito uninominal ha hecho el resto y la prevista eclosión de los liberales ha quedado diluida en un gaseoso taponazo.

Situado como bisagra de una mayoría insuficiente, Clegg plantea la reforma electoral como condición preferente de cualquier alianza a la que su balance le da derecho. Le apoya un dato objetivo: ha crecido significativamente en votos y ha retrocedido en escaños. Pero sus expectativas no han naufragado sólo por culpa de un sistema que también es injusto con los grandes -con porcentaje similar al de Cameron, repartido de otra manera en las circunscripciones, Blair obtuvo en 2005 mayoría absoluta-, sino porque el cuerpo de votantes no desea experimentos en circunstancias delicadas. Hay una lección que aprender, también en España, de ese comportamiento colectivo de los ciudadanos, que aunque en las encuestas se muestran muy decepcionados con la política clásica y valoran negativamente a sus líderes, en el momento de la verdad acaban volviéndose a echar en sus brazos con más resignación que confianza. No vamos a tardar demasiado en ver entre nosotros la impugnación de las reglas del juego; bastará que PSOE o PP cedan escaños -aunque sean autonómicos- a la aparición emergente del pequeño partido de Rosa Díez para que nos hallemos de bruces ante ese debate endiablado. Y habrá que andarse con prudencia, porque los sistemas mayoritarios no son un vicio caprichoso de una oligarquía de poder, sino un instrumento de estabilidad democrática que evita o modera las consecuencias de ocasionales sacudidas de descontento.

El resultado británico revela al tiempo la escasa pegada de Cameron y la impopularidad grisácea de Brown, pero incluso ante esos liderazgos mortecinos ha prevalecido la solidez bipartidista. El desgaste de la política tradicional no basta para dar paso a alternativas sin contraste, que necesitan algo más que brillantez dialéctica y oportunismo táctico. El obamismo, la propuesta de nuevas vías, es una seductora tentación que sólo se puede respaldar con un Obama: un líder con carisma, determinación y claridad de ideas. El mero aprovechamiento de la desilusión no suele pasar de una digna minoría privilegiada.


ABC - Opinión

Campanas sin vuelo

El atisbo de recuperación en el primer trimestre no basta para certificar el fin de la recesión

La estimación del Banco de España sobre el crecimiento del PIB en el primer trimestre de este año aporta una décima de variación positiva sobre el trimestre anterior. Es una buena noticia, después de seis trimestres consecutivos de contracción de nuestra economía. La magnitud de la variación y la base sobre la que se expresa no permite, sin embargo, echar las campanas al vuelo. Sólo puede afirmarse que hemos tocado fondo y, si no hay malos registros en próximos trimestres, la economía reiniciará una muy moderada senda de crecimiento. Tan moderada que, aceptando las previsiones de la mayoría de las agencias multilaterales y de los analistas españoles, el crecimiento del conjunto del año se cerrará con otra tasa de crecimiento negativa, en el entorno del medio punto porcentual. El Ibex volvió a hundirse ayer (-3,28%), una declaración explícita de que las cuentas del PIB en el primer trimestre todavía no despejan la incertidumbre española.

Sería un error, por tanto, conceder a esta estimación provisional el poder de prescripción sobre la evolución del conjunto de la economía española, como si ya se hubiese salido irrevocablemente de la recesión y olvidar las amenazas que siguen pesando sobre el bienestar de los españoles. El paro, el desequilibrio más grave, no va a disminuir de forma rápida. Es muy probable que se mantengan tasas de desocupación en torno al 19% en los próximos cuatro trimestres. Las perturbaciones que sufren los mercados financieros no favorecen la corrección de ese otro desequilibrio crucial, el de las finanzas públicas. Sin crecimiento ni aumento de la demanda, la reducción del déficit es muy complicada.

El otro gran desequilibrio a corregir es el de la confianza de los agentes económicos en las instituciones. Casi todas, desde el sistema bancario a las organizaciones empresariales, los partidos políticos y el propio Gobierno, están perdiendo a chorros la confianza de la opinión pública en que puedan resolver la crisis financiera y la recesión. No es problema sólo de España. Europa también tiene problemas de iniciativa y claridad de ideas. El Eurogrupo tiene que demostrar que está a la altura de las circunstancias alumbrando un acuerdo que apacigüe el ataque financiero al euro.

Flaco favor harían el Gobierno y la oposición a la urgente restauración de la confianza si se enzarzaran ahora en una discusión sobre lo que significan las décimas del PIB, en lugar de acometer en serio la solución de dos de los problemas que enunciaron Rajoy y Zapatero en su pasado encuentro. Si el Banco de España tiene razón y empieza a normalizarse el flujo del crédito, Gobierno y PP tienen que ayudar a que se consolide esa tendencia. Está pendiente la concreción del plan de ajuste del gasto público, como bien recuerdan los mercados casi todos los días. Estas son las tareas urgentes y las que merecen un acuerdo serio. Las demás, sin ser tan perentorias, son tareas importantes y podrían beneficiarse de las habilidades de las instituciones si estas dispusieran de una altura de miras distinta de la exhibida hasta ahora.


El País - Editorial

Socialismo o muerte. Por José María Marco

Volvemos a comprobar que los gobiernos no se lo pueden permitir todo, ni son capaces de rescatarnos de todas las situaciones, y que la política no sirve a la hora de generar prosperidad, que hay que respetar las reglas y las leyes.

Al principio no había crisis. La economía española estaba saneada, las cuentas del Estado libres de polvo y paja, y el sistema financiero boyante y estabilizado. Luego llegó el aciago verano de 2008, y entonces sí que hubo crisis, aunque entonces eran responsables los bancos norteamericanos y los especuladores que se habían enriquecido con unas hipotecas exóticas. No se sabe bien por qué, aquella crisis contagió a la economía española. Pero no hay mal que por bien no venga y la crisis, al fin reconocida, vino a demostrar la maldad intrínseca del capitalismo. Así que nuestros socialistas aprovecharon la ocasión para celebrar el fin del liberalismo económico.

Durante un tiempo, Rodríguez Zapatero no debió de dar crédito a lo que estaba ocurriendo. Había planteado una revolución ideológica y de costumbres, exclusivamente postmoderna. Ahora se le presentaba la oportunidad de demostrar que el socialismo seguía vigente, que estaba ahí, al alcance de la mano. Incluso lo llamaban, en tono implorante, los agentes del capitalismo en trance de perecer, arrastrados por la desvergüenza y la codicia de que habían hecho gala en los últimos veinte años... El Estado triunfaba, podía hacer lo que quería, se mostraba capaz de arreglarlo todo.

Tal vez aquellos momentos de embriaguez, que de ser cierta esta hipótesis debieron de ser memorables, expliquen lo que ha sucedido después. Como era previsible, toda aquella ilusión se ha desvanecido al cabo de no mucho tiempo. Estamos justamente en la resaca de la borrachera provocada por la inyección de ideología dura que Rodríguez Zapatero, epítome moderno de los socialistas de todos los partidos, clases y nacionalidades, se permitió con la crisis financiera. Volvemos a comprobar que los gobiernos no se lo pueden permitir todo, ni son capaces de rescatarnos de todas las situaciones, y que la política no sirve a la hora de generar prosperidad, que hay que respetar las reglas y las leyes, que no se puede saquear sistemáticamente a los contribuyentes, e incluso (esto es lo peor) que es necesario trabajar, aunque sea de vez en cuando.

Los socialistas ya han elaborado una nueva explicación, la de los especuladores contra España, contra el euro, contra Europa. Habrá quien se la crea, claro está: es sencilla, fácil de entender y permite albergar la esperanza de que se va a seguir viviendo del cuento, quiero decir del socialismo. Aun así, las cuentas ya no salen.

Rodríguez Zapatero, por su parte, no aceptará la realidad porque no se puede asumir el final de un ideal tan bello como el que creyó protagonizar hace menos dos años. Y acabaremos abrasados en la pira funeraria de quien optó, heroicamente, por inmolarse en el altar de los sueños rotos. Socialismo o muerte, compañeros liberados.


Libertad Digital - Opinión

Imposible pacto educativo

AUNQUE algunos se empeñen en disfrazar la realidad, existen no pocas razones para que el Partido Popular haya rechazado el Pacto por la Educación impulsado por el Ejecutivo.

Nadie discute las buenas intenciones y el esfuerzo desplegado por el ministro Ángel Gabilondo. Sin embargo, el objetivo político de Rodríguez Zapatero era consolidar con algún maquillaje formal un sistema fracasado y evitar cuidadosamente cualquier asunto que pudiera molestar a los nacionalistas. En definitiva, era más una quimera que un auténtico pacto con la intención de dar cobertura a un modelo que ha causado graves daños a la formación de los jóvenes españoles. El PSOE no ha querido escuchar la opinión generalizada de la comunidad escolar en relación con la libre elección de centro, la garantía del castellano como lengua vehicular en toda España y un programa mínimo de enseñanzas comunes. Dadas las circunstancias, la propia dinámica del Estado democrático exige que el PP ofrezca una opción alternativa que aborde los problemas reales en lugar de asumir un acuerdo de perfil bajo y escasa utilidad.

En efecto, no tiene ningún sentido suscribir un pacto que no implica un cambio de modelo. Hay, sin duda, algunas medidas bien orientadas y la responsabilidad del Ejecutivo es ponerlas en práctica buscando los apoyos necesarios. Pero el verdadero consenso supone una voluntad firme y efectiva de mejorar la realidad actual y no de buscar una foto para «vender» un conjunto de medidas inconexas y de dudosa eficacia. Estamos ante otro fracaso de una iniciativa gubernamental, a pesar de que desde el Ejecutivo se intenta hacer responsable de la ruptura a un supuesto interés electoralista de la oposición. ABC ha defendido siempre la urgente necesidad de un pacto social y político para la mejora del sistema educativo. Sin embargo, es muy lógico que el PP, aún reconociendo el espíritu de consenso del ministro de Educación, no haya querido dar su apoyo a un texto con escasa sustancia política y algunas decisiones muy discutibles en el terreno estrictamente pedagógico. Queda abierta la puerta para el futuro si existe verdadera voluntad política y genuino sentido de Estado.

ABC - Editorial

La hora de Cameron

Los resultados electorales británicos dan sentido a un pacto entre conservadores y liberales

Las disputadas elecciones británicas del jueves han liquidado la era de la hegemonía laborista y defraudado las expectativas suscitadas por el tercer partido, el liberal-demócrata. Y a la vez que han hecho buenos los pronósticos de un Parlamento sin mayoría absoluta, por primera vez desde 1974, han puesto de manifiesto, en su desarrollo, la improcedencia de lidiar con medios electorales del siglo XIX realidades del siglo XXI. La falta de un rotundo ganador se ha visto inmediatamente reflejada en la caída de la libra.

El sistema otorga en estas circunstancias al primer ministro la capacidad de intentar formar Gobierno. Gordon Brown lo anunció así en un postrer intento de aferrarse al cargo. Pero eso fue antes de que el victorioso líder de la oposición, David Cameron, lanzara en un terso mensaje a los liberales su propuesta de hacer un Ejecutivo estable y fuerte con la holgada mayoría en los Comunes que permite la suma de sus escaños.


Un elemental sentido común aconseja, como solicita Nick Clegg, que sean los conservadores los que lo intenten. Cameron se dice dispuesto a dar cabida en el acuerdo a la reforma del injusto sistema electoral, la mayor aspiración liberal, que a cambio de Gobiernos estables maltrata a fuerzas sin amplia base nacional. En este terreno, los resultados de ayer colocan a Clegg como árbitro, pero en peor posición que la esperada.

Londres, donde ha funcionado durante un siglo un duopolio entre laboristas y conservadores, no tiene tradición de coaliciones, pero parece llegado el momento. Aunque posible, sería poco práctico para los tories buscar un Gobierno minoritario, con apoyos puntuales de otros partidos, para sacar adelante leyes concretas. La delicada situación de Reino Unido no está para parches que aboquen en meses a nuevas elecciones, como sucediera en 1974. Es improbable que esos apoyos, aun si funcionaran en lo pequeño, sirvieran para aprobar en Westminster la reducción drástica del gasto público o la inevitable subida de impuestos.

En los días venideros habrá grandes maniobras para formar Gobierno. Lo deseable, especialmente en estas circunstancias de incontrolable volatilidad económica, es saber cuanto antes quién manda en Reino Unido. Que los partidos lleguen a pactos creíbles a tiempo para que el 25 de mayo la reina pueda anunciar en su tradicional discurso las prioridades legislativas del nuevo Gabinete.


El País - Editorial

Cameron: principios indefinidos, victoria moderada

Es cierto que Brown ha salido muy desgastado de los comicios, o que Clegg y toda la intelectualidad de izquierdas británica han fracasado por completo, pero Cameron tampoco ha logrado un triunfo que pocas veces resultaba tan asequible.

Por primera vez en 36 años y por segunda vez en casi un siglo, las elecciones en el Reino Unido no han arrojado un Parlamento con mayoría absoluta que permita conocer con seguridad quién será el próximo primer ministro y, sobre todo, qué programa de gobierno se implementará. Los conservadores han logrado alzarse con la victoria de 306 de los 650 escaños en un clima electoral donde la mayoría de la población sólo deseaba una cosa: que Gordon Brown no repitiera en el poder.

Ya sea votando a los conservadores, a los liberal-demócratas o a alguno de los parlamentarios laboristas que amenazaban con rebelarse contra el ex ministro de Economía de Blair, la mayoría de los ciudadanos ha rechazado una administración nefasta durante la cual ha quebrado todo el sistema bancario inglés, se ha disparado el déficit público por encima del 10% y la economía se ha estancado. Nada que no haya pasado en otras partes del mundo, pero no convendría olvidar que el Reino Unido se negó a entrar en el euro, manteniendo su soberanía monetaria, para que desastres como éstos no sucedieran.

El problema del resultado electoral es que, sin un claro vencedor, las imprescindibles recetas que requiere el país –como puede ser a corto plazo la reducción del déficit público sin incrementar la presión fiscal más aún de lo que lo hizo Brown– pueden quedar aplazadas u obstaculizadas o por un Gobierno de izquierdas o por un Gobierno dirigido por Cameron con el respaldo de Clegg.

Pues, no lo olvidemos, los liberal-demócratas, aun cuando se llaman a sí mismos liberales, no son más que un partido de nueva izquierda de corte obamita obsesionada por incrementar los impuestos a "los ricos" y por seguir expandiendo el Estado del Bienestar. Así, a pesar de la loable disposición inicial de Clegg de apostar por el recambio de Brown apoyando a Cameron, habrá que ver si ese apoyo no atará las manos al torie para implementar algunas de las reformas que muy tímidamente ha defendido a lo largo de la campaña electoral, como por ejemplo la reducción del gasto público para lograr equilibrar las cuentas.

Y es que, pese a tenerlo todo a su favor, pese a enfrentarse a uno de los políticos más impopulares de la historia de Reino Unido, al que incluso se le grabó insultando a una viuda, y pese a liderar un partido que lleva 13 años fuera del poder, Cameron ha sido incapaz de alcanzar una mayoría absoluta en un sistema electoral como el inglés diseñado precisamente para lograr mayorías absolutas.

Es cierto que Brown ha salido muy desgastado de los comicios, o que Clegg y toda la intelectualidad de izquierdas británica que quería crear un nuevo Mesías a imagen y semejanza de Obama han fracasado por completo tras todo el espectáculo mediático que se generó, pero Cameron tampoco ha logrado un triunfo que pocas veces resultaba tan asequible.

Una lección de la que tendría que aprender Rajoy: el perfil bajo, la imagen de centro y la tibieza en las propuestas no garantiza ni mucho menos el éxito electoral. Una oposición debe dejar claro desde el primer momento por qué es necesario un cambio de Gobierno, no hacerlo sólo sirve para regalar oxígeno al rival. Brown, por propios deméritos, llevaba enterrado políticamente desde hacía meses, pero poco antes de iniciar una campaña que se terminó volviendo desastrosa logró renacer de sus cenizas hasta el punto de competir de tú a tú con Cameron. Zapatero nunca ha estado tan degastado como Brown y probablemente tenga más arte en diseñar unas campañas basadas en la propaganda. Si Rajoy no quiere terminar hipotecado por los nacionalistas, si quiere aplicar reformas de calado como las que necesidad España, debería empezar a hacer oposición ya. Otra cosa es que sólo aspire a residir en La Moncloa al coste que sea. Entonces Cameron sí puede constituir un modelo.


Libertad Digital - Editorial

Victoria complicada para Cameron

EL veredicto de las urnas en Gran Bretaña ha sido indiscutible: los electores han dicho que no están dispuestos a seguir gobernados por los laboristas y han señalado mayoritariamente al candidato conservador, David Cameron, como el preferido para ocuparse del país.

Según el reparto de escaños, sin embargo, se ha producido el temido parlamento «colgado» o, más bien, «suspendido», que es una opción que tradicionalmente no ha encajado en la mentalidad de los británicos. En anteriores ocasiones se convirtieron en una situación transitoria hacia unas nuevas elecciones anticipadas que jugaron el papel de una especie de segunda vuelta para confirmar la tendencia señalada en la primera. Por ello, no vale la pena que el primer ministro saliente, Gordon Brown, se aferre a sus prerrogativas alegando que los conservadores no han logrado la mayoría absoluta, porque es evidente que los electores le han dado la espalda a él. La tarea que tiene ante si David Cameron es, pese a todo, muy complicada. Las encuestas que hace un año predecían que ganaría con mucha diferencia pueden haber sido la causa de que descuidase la intensidad de la campaña en los últimos meses, lo que ha permitido al primer ministro laborista mitigar su derrota.
Sin embargo, la verdadera derrota es la que ha cosechado el partido liberal-demócrata de Nick Clegg, sobre todo si se tienen en cuenta sus expectativas iniciales, y, paradójicamente, aparece como el factor más ineludible de cualquier combinación para una coalición mayoritaria. En esta situación, Cameron ha ganado pero no se atreve a cantar victoria, Brown ha perdido, aunque todavía sueña con salvar la situación, y el único que tiene claro que ha sido derrotado resulta ser la pieza clave de todas las combinaciones. Probablemente, el elemento central de las negociaciones de los liberal-demócratas en una eventual coalición de gobierno será un cambio de la ley electoral, cuando el resultado de estas elecciones es la prueba indiscutible de que la reforma que pretenden los liberales y que los laboristas están dispuestos a escuchar serviría para garantizar que situaciones como ésta, es decir, los parlamentos «colgados», fueran la norma y no la excepción como hasta ahora. Por contra, una coalición entre conservadores y liberales basada en fórmulas razonables para resolver los principales problemas del país parece de lejos la opción más conveniente para el Reino Unido y para Europa.

ABC - Editorial