miércoles, 12 de mayo de 2010

Nos van a freír a impuestos. Por Manuel Llamas

La única forma sana de realizar el ajuste consiste en recortar la brecha por el lado del gasto público. Sin embargo, incluso esto sería insuficiente si no se llevan a cabo las profundas reformas estructurales que precisa la economía española

Bruselas ya está aquí y, en esta ocasión, viene acompañada del Fondo Monetario Internacional (FMI). Su plan de rescate, dotado con 750.000 millones de euros, es tan sólo un balón de oxígeno ideado para ganar algo de tiempo. Su objetivo consiste en ofrecer una cuantiosa línea de liquidez a los gobiernos irresponsables ante la negativa de los inversores a seguir financiando a tipos de interés bajos sus despilfarros públicos. Sin embargo, el problema de fondo no es de liquidez sino de solvencia.

No obstante, pese a lo 110.000 millones de euros inyectados a Atenas, es muy probable que Grecia acabe suspendiendo pagos, negociando con sus acreedores una reestructuración y quita de deuda. Y es que, pese a las subidas fiscales y los recortes presupuestarios anunciados, la deuda pública de Grecia ascenderá al 150% del PIB el próximo año. La recesión, su déficit comercial, el aumento de impuestos, su elefantiásico sector público y su escasa competitividad conducirán a Atenas hacia una temible espiral de deuda, un proceso en el que el presupuesto destinado al pago de intereses sigue en aumento, presionando al alza de forma permanente su brecha fiscal.


Y este riesgo de insolvencia se extiende a las economías más débiles de la zona euro, incluida España, en caso de que no se adopten las reformas necesarias. Por el momento, el Banco Central Europeo ya ha puesto encima de la mesa toda su artillería –compra de deuda pública– para mantener a raya los tipos de interés de los bonos. Se trata de una medida, no sólo inédita, sino profundamente inmoral, perjudicial e, incluso, suicida, cuyos efectos ya han sido analizados por Juan Ramón Rallo, por lo que no nos detendremos en este punto.

La cuestión aquí es saber qué hará el Gobierno a partir de ahora para reducir el déficit público, tal y como ha ordenado Bruselas. Zapatero puede elegir entre tres opciones: subir impuestos, recortar gastos o una combinación de ambas. Hasta el momento, el Gobierno socialista se decanta por la tercera opción, ya que en 2009 aprobó la mayor subida fiscal de la democracia (cerca de un 1,5% del PIB) mientras que en 2010 ha aprobado un recorte presupuestario de 5.000 millones de euros.

Así pues, no ha habido tijeretazo, tal y como avanzamos en estas páginas, y lo peor de todo es que mucho me temo que no lo habrá, al menos en la medida en que sería deseable. En primer lugar, Grecia e Irlanda también han apostado por la tercera vía. En segundo lugar, los planes de ajuste fiscal que suele imponer el FMI consisten, igualmente, en combinar aumentos fiscales y recortes públicos. Pero lo más importante es que Zapatero cree firmemente en las bondades del gasto estatal, por lo que será extremadamente reacio a eliminar subsidios y partidas, sobre todo, si se tiene en cuenta que este tipo de medidas son impopulares –restan votos–, y el único objetivo de nuestro querido presidente es ganar las siguientes elecciones.

Entonces, ¿qué queda? Simplemente, expoliar a los españolitos de a pie. Preparen pues sus carteras porque si el Gobierno ya aprobó una subida fiscal sobre el ahorro, el IRPF (eliminación de la deducción de 400 euros), la vivienda (eliminación de la deducción hipotecaria), los impuestos especiales (tabaco, gasolina...) y el consumo (IVA), el siguiente paquete de medidas va a dejar temblando al sufrido contribuyente.

¿Aumento directo del IRPF, rentas del trabajo, más impuestos especiales, nuevas figuras tributarias, reimplantación del Impuesto sobre el Patrimonio y límites a las rebajas autonómicas sobre Sucesiones y Donaciones, Sociedades, tasas a la banca y a los depósitos, impuestos verdes, Sicavs...? El abanico es muy amplio y los incentivos para que los socialistas nos frían a impuestos muy elevadas para no ser tenidas en cuenta.

De hecho, los inspectores de Hacienda ya han lanzado algunas ideas al respecto: eliminar de un plumazo los "regímenes privilegiados" de tributación, los beneficios fiscales, así como reformar los módulos de los autónomos para perseguir la evasión fiscal. A diferencia de Grecia, en España hay dinero suficiente para que el Gobierno se dedique a fondo a vaciar el bolsillo de empresas y trabajadores, y así pagar el alocado despilfarro en el que ha incurrido arbitraria y conscientemente.

Por el contrario, la única forma sana y saludable de realizar el ajuste consiste en recortar la brecha, única y exclusivamente, por el lado del gasto público. Sin embargo, incluso esto sería insuficiente si no se llevan a cabo las profundas reformas estructurales que precisa la economía española para elevar su competitividad y emprender una senda de crecimiento sólido y estable. Dichas reformas se resumen, prácticamente, en una sola: liberalizar al máximo el mercado o, lo que es lo mismo, reducir el tamaño y peso del Estado de forma drástica, tal y como aconteció en Suecia durante lo años 90. ¿Hará algo semejante Zapatero? Pues entonces guarden bien sus carteras porque viene a por nosotros.


Libertad Digital - Opinión

Racita. Por Alfonso Ussía

Sabino Arana, fundador del nacionalismo vasco, estaba obsesionado con la «raza vasca».

La verdad es que Sabino Arana estaba obsesionado con muchas sandeces, y prueba de ello es el escaso entusiasmo que se advierte en el PNV para sacar a pasear sus presumibles ideas. La lectura de sus pensamientos lleva a cualquier persona a una inevitable conclusión. Era tonto. Su hermano Luis, más joven que él, tenía más conchas. Fue el diseñador de la «ikurriña», porque Sabino no era capaz ni de inventarse una bandera.

La raza vasca lo era todo para Sabino. Y sus seguidores se lo creyeron. Hasta hoy. El anterior «Lehendakari», Ibarreche, encargó un estudio a la Universidad del País Vasco con el único objetivo de establecer definitivamente la supremacía de la raza vasca. Pero el desenlace del estudio ha resultado decepcionante. Ni raza vasca ni nísperos. Se han advertido una serie de peculiaridades curiosas –como en algunos habitantes de Escocia, Malta, Cerdeña y el norte de Italia–, pero nada más. Para colmo de males, se demuestra que entre un vasco español y un vasco francés hay muchas más diferencias que entre un vasco español y un valenciano o un murciano. Es decir, que a lo sumo que puede aspirar el nacionalismo vasco es a la pureza de una racita o razuela, realidad que no justifica el tostón que está dando desde que Sabino Arana viajó a Lourdes en viaje de novios sin que se produjera el deseado milagro de la coyunda.

Estos estudios racistas, a estas alturas de la vida y de la ciencia, no dan de sí. Lo malo es que dan de no. Y el resultado preocupa. Los vascos son tan caucásicos como un parado andaluz o un cultivador de tulipanes de Holanda. Tengo amigos con ocho apellidos vascos que suplantarían a la perfección a Curro Jiménez en Sierra Morena. Y otros, jerezanos, portuenses o sevillanos de siembra y dehesa, que hasta que no rompen a hablar parecen hijos de la Europa vikinga. La raza vasca perdió consistencia y sentido cuando los montañeses empezaron a ganar a los vascos en las regatas de traineras. Un simple apunte de una efeméride deportiva que dio al traste con todas las excelencias físicas que Sabino Arana entrevió entre los suyos.

Tampoco existe una raza castellana, catalana o asturiana. Hay costumbres que distinguen y singularizan a unos y otros y se mantienen a lo largo de los siglos. El que un catalán beba una copa de cava antes de comer y un andaluz un fino o una manzanilla, no quiere decir nada en lo que a raza se refiere. De existir una raza diferente en España sería la berciana. Son los únicos capaces de sobrevivir y multiplicarse comiendo botillo con una incidencia insignificante de perforaciones de estómago. Pero tampoco está demostrado que los bercianos conformen una raza diferente al resto de los leoneses.

El estudio encargado por Ibarreche, de ser respetados sus resultados como es debido, puede resultar engorroso para mantener algunas costumbres vascas. Si no hay raza, ¿para qué celebrar el «Aberri Eguna», que es el día de la patria sustentado en la raza? Demostrada la inexistencia de la raza vasca, celebrar el «Aberri Eguna» es como festejar en la España actual el «Día de la Creación de Empleo». Y si ha quedado resuelto que un vasco español se parece más a un valenciano que a un vasco francés, lo que tienen que hacer los vascongados, desde ya, es renunciar al «Aberri Eguna» y celebrar las Fallas. Que no digan que no aporto soluciones al inesperado y chocante problemón.


La Razón - Opinión

Intervenidos. Por José María Carrascal

NO hizo caso a Fernández Ordóñez, ni a Almunia, ni a González, ni, desde luego, a Rajoy. Pero ha tenido que hacérselo a Merkel, que es la que pone los cuartos para que España no siga el camino de Grecia. A los cuatro días de decir enfáticamente que no habría ajustes drásticos, Zapatero ha tenido que anunciar un recorte de 15.000 millones de euros. Claro que, fiel a su táctica de no dar nunca la cara, dejó el anuncio a la vicepresidenta económica. Pero no quedaba otro remedio. Sin ese anuncio, no había paquete europeo de 750.000 millones de euros para avalar las «economías débiles» de la CE, la española entre ellas.

El problema es de dónde los va a sacar. Porque 15.000 millones no son los 16 millones que querían ahorrar en altos cargos. ¿Seguirá el presidente insistiendo en que «el gasto social no se reducirá»? ¿Va, entonces, a meter el cuchillo en los ya raquíticos presupuestos de defensa, educación, investigación, desarrollo? ¿Va a decirle a José Blanco que suspenda las obras prometidas? ¿Va a cortar el grifo a las Autonomías para que, por ejemplo, Andalucía no pague la inseminación artificial de dos etarras que quieren tener etarritas, aunque sea en la cárcel? ¿Va a acabar con las sinecuras de la clase política? ¿Va, sobre todo, a enfrentarse con los sindicatos, que ya le han advertido de que como toque «lo suyo», la arman?
Hoy lo veremos y escucharemos en el Congreso, cuando diga digo donde dijo Diego, y especifique los recortes. Lleva dos años escaqueándose de la crisis, con notable éxito, ahí tienen las encuestas, todavía por delante de Rajoy en popularidad. Lo que puede significar o que a los españoles se les engaña fácilmente o que la encuesta está trucada. Pues peor que lo está haciendo Zapatero, no puede hacerse.

En cualquier caso, a Bruselas no se la engaña tan fácilmente y en adelante tendrá que rendir cuentas al Ecofín, consejo de ministros de economía europeos, que evaluará si su ajuste es real o ficticio. O sea, si el aval a la economía española se mantiene o no. Tomo dos citas de periódicos no precisamente antigubernamentales: «La economía española, intervenida», en La Vanguardia. «No basta con anunciar ajustes; tienen que ser creíbles y hay que aplicarlos», en El País. Anuncios ha hecho a montones Zapatero. De la credibilidad basta recordar que se disponía a sobrepasar a Francia, tras haber sobrepasado a Italia.

Aunque para cita, la que me manda un amigo: «El presupuesto debe equilibrarse; las arcas públicas, rellenarse; la deuda, reducirse; la arrogancia de los gobernantes, frenarse y controlarse, si no queremos que Roma caiga en la bancarrota. Los ciudadanos deben aprender de nuevo a trabajar, en vez de vivir de la ayuda pública».

No lo ha dicho Bruselas. Lo dijo Cicerón en el año 50 a.C. Cicerón, sí, el del «¿Hasta cuándo abusarás de nuestra paciencia?».


ABC - Opinión

Envueltos en La Jajeta. Por Pablo Molina

Para poder pagar una millonada en billetes de quinientos hay que ser socialista porque en primer lugar hay que disponer de esa pasta y eso, hoy por hoy, no está al alcance del votante medio centro-reformista.

Hasta que no conocimos que Mariano Fernández Bermejo pagaba las cornamentas (de ciervo) con billetes de 500 euros, muchos no dábamos crédito a su existencia, que atribuíamos a una de las muchas leyendas urbanas que circulan por internet. Sin embargo esos billetazos existen, como acaba de confirmarnos la información según la cual Bono también utiliza ese instrumento de pago para saldar sus operaciones de compraventa. En este último caso, envueltos en papel de periódico, lo que revela la preocupación del ex presidente castellano-manchego por el medio ambiente, porque el papel de prensa es eco-sostenible, al contrario que el típico maletín de polipiel, contaminante donde los haya.

La hacienda pública se escandaliza periódicamente ante la demanda de estos billetes en el mercado porque habitualmente se utilizan para transacciones opacas al fisco, de ahí que extreme la vigilancia en los sectores financieros más proclives a este tipo de enjuagues. Nada que ver con la inocente compraventa de cuernas de ocho astas o la adquisición de caballos en el extranjero, actividades que como es sabido realizan insignes socialistas, razón por la cual quedan automáticamente fuera del alcance del ojo escrutador del ministerio.

Para poder pagar una millonada en billetes de quinientos hay que ser socialista porque en primer lugar hay que disponer de esa pasta y eso, hoy por hoy, no está al alcance del votante medio centro-reformista. Luego, además, si uno no es un alto cargo del PSOE siempre existirá la sospecha acerca de la licitud de la operación, lo que supone un riesgo añadido. Bono parece que envió al gañán de su finca hípica con un hatillo de periódicos, seguramente atado con hilo bramante, en cuyo interior llevaba el fajo de billetes de quinientos, y su hombre de confianza cumplió fielmente el encargo. Pruebe usted a comprar en Francia un pura sangre a tocateja, pasando la frontera de esa guisa y con semejante embajada, y si llega a su destino sin que lo trinquen los gendarmes no tendré inconveniente en desdecirme en este mismo espacio.

En cierta ocasión, Walter Lippman dijo aquello tan recurrente de que las noticias de hoy envolverán el pescado de mañana. Le faltó añadir, "salvo que el ejemplar caiga en las manos de José Bono, en cuyo caso le esperan destinos más altos". Aunque sea un número atrasado de La Jajeta


Libertad Digital - Opinión

La cola de la lagartija. Por M. Martín Ferrand

TORTICERAMENTE, pero con pasmosa habilidad, José Luis Rodríguez Zapatero resulta capaz de convertir las lanzas de sus fracasos en cañas portadoras de las banderolas de sus éxitos imaginados.

Es único en tan singular proceso de mixtificación y ello le convierte en un gobernante nefasto, pero -que se lo pregunten a Mariano Rajoy- en un adversario difícil de abatir. Europa, toda Europa, acaba de afearle su política económica, su recalcitrante pasividad para reducir el déficit a los límites que exigen los cánones del euro. Sin inmutarse, negándose a sí mismo, el socialista ha reconducido la situación frente a la opinión pública y ya nos vende como un éxito -¡avalado por la euforia de la Bolsa!- el severo varapalo de la Unión. Habrá que verle hoy en el Congreso, como si hubiera ganado una batalla y salvado la Nación.

El problema reside en que las mentiras se alimentan con más mentiras y no es posible mentir constantemente. Europa, Merkel, Sarkozy, el BCE y los notables del Ecofín nos han mostrado una tarjeta amarilla como la que ya le habían enseñado a los griegos y, en plena presidencia europea de Zapatero, nuestra titular de Hacienda y Economía ha quedado a los pies de los caballos. Tanto que ya se cruzan en los mentideros capitalinos los hipotéticos nombres de sus posibles sustitutos. Pero no importa. Zapatero, como los jinetes del Pony Express, va reventando caballos sin piedad alguna para llegar antes a los telediarios y vender su versión de los acontecimientos sin que los colores de la vergüenza se le asomen a la cara.

Zapatero es como las lagartijas. Es capaz, cuando se ve en peligro, de desprenderse de su propia cola -autotomía, le llaman los zoólogos- que sigue moviéndose y centrando la atención de sus atacantes mientras él, a salvo, se reconstruye con gran facilidad. Rajoy, que no consigue tomarle la medida, suele ensañarse con la cola desprendida, pero el líder planetario ya está haciendo de las suyas en otro escenario y con otro afán. En eso estamos. Mientras el líder de la oposición se vanagloria con la cantinela acostumbrada -«eso ya lo decía yo»-, el jefe del Ejecutivo, carente de todo rigor y poco comprometido con la verdad ya está en otras escaramuzas que le permitan aspirar a una tercera legislatura en La Moncloa. Una pequeña remodelación del Gobierno, dos subidas brillantes del Ivex y crisis superada. Los ciudadanos no exigen más.


ABC - Opinión

La Corte de los Milagros. Por José García Domínguez

La España eterna, otra vez el enfermo de Europa, vuelve a yacer donde solía, a ambos márgenes de sus viejas lindes de siempre: entre el callejón del Gato y la Corte de los Milagros.

Hubo aquí un instante –entonces aún no lo sabíamos efímero– en que, al fin, muchos dejamos de sentir vergüenza por ser españoles. Ocurrió después de la Transición, y algo tenía que ver con el cambio aparente de eso que llaman el espíritu de la época. Así, parecía que un genuino afán colectivo por ser más rigurosos, más serios, más eficientes, más cultos –y también más civilizados– se había extendido a lo largo del país. Fue un mero espejismo, claro. Aunque todavía habríamos de tardar algunos años en descubrirlo. Ahora, sin embargo, ya nadie se llama a engaño. La España eterna, otra vez el enfermo de Europa, vuelve a yacer donde solía, a ambos márgenes de sus viejas lindes de siempre: entre el callejón del Gato y la Corte de los Milagros.

¿Qué esperpento no escribiría hoy Valle Inclán tras apenas ojear el sumario de cualquier diario? La Corona, envuelta toda ella en sábanas apócrifas con tal de fingir ante el vulgo que igual cura sus males en una planta de la Seguridad Social. La tercera autoridad del Estado, cual gañán de feria, mercando ganado con talegos de a quinientos envueltos en papel de periódico, como mandan los cánones del contrabando tabernario. Dos horteras de puticlub de carretera, investidos sastres áulicos, amiguitos del alma y pajes de los Reyes Magos de la presunta alternativa regeneracionista. El juez más gallito del corral, con un pie en el oprobio y el otro, por si acaso, en la frontera. Un tosco meridional, amenazando a diario a los tribunales con la sombra irredenta de Companys. Y sobre la tarima, dirigiendo la orquesta, un atizador profesional de guerras civiles y odios cainitas.

Sostenía Félix de Azúa en su muy amarga columna última que vamos de cabeza hacia el modelo italiano. ¡Qué más quisiéramos! Compárese, si no, la creatividad de la sociedad civil italiana con el adocenado proceder de tantos empresarios hispanos, genuflexos siempre ante los prebostes políticos a fin de cultivar canonjías, sinecuras y momios mil; lo que sea, con tal de huir de la sana competencia como del demonio. ¿A qué extrañarnos, entonces, de que Duran Lleida, el ilustre vocero de una coalición dada a promover referendos para destruir España, resulte ser el tribuno más apreciado por el pueblo soberano? Lo dicho, ya sólo falta Max Estrella.


Libertad Digital - Opinión

Gorrones del presupuesto. Por Ignacio Camacho

CUALQUIER becario recién licenciado en administración de empresas podría indicarle al Gobierno cómo recortar cinco mil millones de euros en una Administración agigantada hasta la elefantiasis, sin tocar un céntimo de las prestaciones sociales.

Cándido Méndez, sin embargo, esa minerva de la economía de Estado que pasa por ser el cuarto vicepresidente de facto, se apresuró ayer a sugerir una subida de impuestos para cumplir con el liviano ajuste suplementario impuesto por Bruselas como contrapartida de su plan de rescate financiero. Por fortuna, aunque el presidente suele mostrarse muy receptivo a los consejos de Méndez, es poco probable que se atreva a seguirlos esta vez, habida cuenta de que tanto como la paz laboral necesita la complicidad electoral, últimamente muy comprometida pese a los brotes verdes aparecidos en la cocina del CIS. Pero el argumento de la presión fiscal ya ha empezado a circular entre los gorrones del presupuesto, reticentes a cualquier clase de recorte que pueda mermar los privilegios y prebendas de una casta empotrada en el aparato del poder y sus hipertrofiados mecanismos de gasto. El sofisma consiste en contraponer prestaciones sociales a reducción del déficit, como si no fuese posible podar el dispendio administrativo sin necesidad de suprimir las coberturas asistenciales.

Para aligerar la carga financiera del Estado no es menester siquiera revisar las subvenciones a los sindicatos, que tampoco estaría de más. Bastaría con suspender la mitad de la financiación adicional -1.700 millones- entregada hace pocos meses a las autonomías para sufragar su voracidad sin fondo. O eliminar una pequeña parte de las 2.000 empresas públicas que eluden en todas las administraciones el control de los interventores de cuentas. O disminuir el ritmo de crecimiento de la plantilla funcionarial, incrementada en 100.000 efectivos en los últimos años. O prescindir de las legiones de asesores y adjuntos que en cualquier gobiernillo uniprovincial rodean a su también superflua pléyade de altos cargos. O renunciar a caprichos faraónicos de palacios presidenciales y otras sedes representativas. Por no hablar de las embajadas autonómicas, eventos institucionales o estrafalarios convenios de cooperación que cada semana aparecen en los boletines oficiales. En todo ese entramado de intereses se derrama un enorme fluido dinerario por el sumidero de un Estado que no se debería permitir tal derroche de nuevo rico ni siquiera en tiempos de bonanza económica, pero que en circunstancias de apuro tiene el imperativo social y moral de adelgazarse a sí mismo. Lo que sucede es que al pairo de la prosperidad hemos construido una sociedad clientelar acostumbrada a vivir de la malversación presupuestaria. Y a los beneficiarios de esa red se les hace ahora un mundo cumplir con la exigencia de austeridad y renuncia que cualquier familia o empresa privada lleva al menos dos años aplicándose sin alharaca.

ABC - Opinión

Garzón, antes huido que suspendido

No dejaría de ser paradójico que el CGPJ hiciera innecesaria la suspensión de Garzón satisfaciendo sus pretensiones de convertirse en La Haya en justiciero de todo tiempo y lugar, pretensiones que aquí le ha llevado, presuntamente, a prevaricar.

Desde que el magistrado del Tribunal Supremo, Luciano Varela, emitió el auto en el que rechazaba archivar la querella contra Garzón al considerar que sí existían indicios claros de que el magistrado de la Audiencia Nacional podía haber perpetrado un delito de prevaricación en su pretensión de enjuiciar penalmente al franquismo, la primera decisión referida al "juez estrella" que tendrían que haber adoptado los miembros del CGPJ debía ser, siguiendo los artículos 383 y 384 de la Ley Orgánica del Poder Judicial, la de dictar su suspensión cautelar. Garzón aspira, sin embargo, a que los miembros del CGPJ atiendan antes una solicitud que ayer mismo les notificaba como es la de concederle un permiso de servicios especiales por siete meses –en principio, prorrogables– para irse como asesor externo a la Corte Penal Internacional de La Haya.

Es evidente que la concesión por parte del CGPJ de este permiso a Garzón tendría, durante el tiempo que dure dicho permiso, los mismos efectos prácticos que persigue la suspensión cautelar de jueces y magistrados que recoge la LOPJ, que no es otra que la de apartarlos de su función jurisdiccional durante el tiempo que dure su enjuiciamiento. No es menos cierto, sin embargo, que si el CGPJ se pronunciara antes sobre la suspensión cautelar de Garzón, tampoco nada impediría a este marchar a La Haya y contribuir con su presencia al ya de por sí desacreditado prestigio del Tribunal Penal Internacional.


Naturalmente, lo que pretende Garzón es irse antes de que le echen. La concesión de este permiso en nada alteraría su situación procesal en las tres causas penales que tiene pendientes ante el Alto Tribunal por los casos del franquismo, de las escuchas a los imputados de Gürtel y los cobros por los cursos en Nueva York. Lo único que lograría el juez estrella es sustituir el estigma de juez suspendido por su imputación en un delito de prevaricación, por el de un juez que solicita una baja voluntaria para ejercer de experto en un Tribunal Internacional.

Dice el refrán que a "enemigo que huye, puente de plata"; sin embargo, no dejaría de ser paradójico que el CGPJ hiciera innecesaria la suspensión de Garzón satisfaciendo sus pretensiones de convertirse en La Haya en justiciero de todo tiempo y lugar, pretensiones que le han llevado en España a perpetrar, presuntamente, un delito de prevaricación. Con todo, lo decisivo, a nuestro entender, es que un juez que ha llevado una actuación tan escandalosa abandone de una vez la carrera judicial, aunque lo haga a través de una puerta supuestamente más honrosa que la que debería atravesar. Lo importante, también, es que Garzón, por mucho que logre retrasar la suspensión, no conseguirá retrasar su paso por el banquillo, aunque tenga que acudir –eso sí– desde La Haya o desde algún país africano donde la Corte Internacional tiene causas pendientes.

De hecho, el verdadero perjudicado de esta operación, en caso de que el CGPJ le de su visto bueno, va a ser el ya de por sí menguado prestigio de esa Corte Internacional. No contento este Tribunal con depender en la práctica de Estados cuyos dirigentes violan a diario los derechos humanos, ahora contrata como experto a quien está imputado por delitos de prevaricación y cohecho.


Libertad Digital - Editorial

Operación de imagen de Garzón

LA última novedad del juez Baltasar Garzón no debería sorprender especialmente, porque a lo largo de su carrera profesional ha alternado su actividad jurisdiccional con tareas de otra naturaleza, gracias a las cuales también ha podido labrarse la fama que tan explícita se está haciendo ahora con motivo de sus imputaciones ante la sala Segunda del Tribunal Supremo.

La marcha de Garzón como «asesor externo» del fiscal de la Corte Penal Internacional (CPI), el argentino Luis Moreno Ocampo, no va a alterar la situación de ninguna de las tres causas que están abiertas por el Supremo, porque tal traslado no exige el abandono de la carrera judicial. Además, aunque le fueran aplicables los privilegios de inmunidad que se prevén para jueces y fiscales de esta Corte, no le eximirían de responder ante la Justicia española por hechos cometidos con anterioridad a su traslado.

Cabría entonces preguntarse por la razón de esta decisión, que en un primer momento transmite la imagen de un juez que se retira antes de ser suspendido por el Consejo General del Poder Judicial, una suspensión que no debería verse afectada por esta marcha de Garzón, porque seguirá siendo juez con posibilidad de volver en cualquier momento a la jurisdicción activa, incluso antes de que agote los siete meses previstos de destino en la CPI. No suspenderlo por este motivo sería un fraude de ley.

No hay que ignorar el apego de Garzón por los golpes de efecto ante la opinión pública, y éste último es uno de ellos. Yéndose a la CPI, Garzón amplifica su fama de juez global y aumenta el victimismo frente a la «persecución» a la que se ve sometido por el Supremo. Como asesor de Ocampo, si finalmente el CGPJ le autoriza a desempeñar esta función, Garzón se moverá en el terreno que le es más favorable, el de la Justicia universal, donde encontrará buenos caladeros de imágenes prestigiosas, visitando los países en los que la Corte tiene causas abiertas por crímenes de lesa humanidad. A su vez, los magistrados del Supremo se verán probablemente aún más denigrados por imputar a un juez tan mundialmente comprometido con la Justicia y los Derechos Humanos. Y especialmente arreciará la campaña contra el probable juicio oral que abrirá la sala Segunda por la prevaricación imputada a Garzón en el sumario de la «memoria histórica». La operación de imagen está así bien diseñada porque reproduce los tópicos de efectismo y fama que han jalonado la vida profesional del magistrado Baltasar Garzón, pero que, pese a los denodados intentos de sus seguidores, no lo han convertido ante el Tribunal Supremo en un ciudadano con patente de corso.


ABC - Editorial