sábado, 29 de mayo de 2010

Duran y la responsabilidad. Por Eduardo San Martín

Y ahora, ¿qué? Los sinuosos nacionalistas catalanes han levantado de la lona al Gobierno cuando sonaba la campana pero le han puesto fecha de caducidad.

Sin su apoyo, negado solemnemente en el propio Congreso, no habrá presupuestos. Y entonces... Usted está finiquitado, le dijo Duran Lleida al presidente del Gobierno, y la única salida que le queda es convocar elecciones. Pero si Zapatero está acabado y la llamada a las urnas es la única salida, ¿por qué prolongar la agonía?

El portavoz de CiU, unos de los políticos mejor valorados en el páramo desolador del parlamentarismo español, incurría con su discurso en una manifiesta incoherencia entre palabras y hechos. ¿Responsabilidad o cínico cálculo de conveniencia propia? Duran apeló a una temida reacción de los mercados si el Gobierno caía derrotado. Era una probabilidad no desdeñable, pero existía la posibilidad de ofrecer al Gobierno, junto con el resto de la oposición, una alternativa inmediata que cumpliese con las exigencias de esos mercados y de la UE en vez de tragarse el injusto sapo de sacrificar a los pensionistas para salvar a Zapatero. Es sabido que los nacionalistas catalanes no desean que el alboroto de unas elecciones generales perturbe las autonómicas de noviembre de las que se consideran seguros ganadores. Así pues, un sentido de la responsabilidad muy matizado, en el mejor de los casos.

El argumento en contra de unas elecciones anticipadas apela al coste y a la incertidumbre políticas que generaría una campaña en medio de la tempestad. Vale, pero no mayores que la de no sustituir al patrón que dirigió el barco a esas aguas. El Reino Unido, con un déficit fiscal superior al nuestro y con unos enormes recortes pendientes, que también le exigen los mercados, celebró elecciones hace tres semanas y cambió de Gobierno. Y el país, y los mercados, respiran más aliviados.


ABC - Opinión

Plan de ajuste. Para una vez que el PP hace lo correcto.... Por Pablo Molina

A Zapatero hay que votarle en contra aunque someta a escrutinio que el sol sale por la mañana y se pone al anochecer, y dejar el argumento del patriotismo para cuando se localice a un solo socialista en el Gobierno que no se avergüence de España.

El Partido Popular, en contra de su caótica trayectoria anterior, hizo en la votación de ayer sobre el decreto de recortes del Gobierno exactamente lo que tenía que hacer: Votar un "no" como una catedral. Las apelaciones a que estamos en una situación de emergencia nacional y que su obligación era haberse abstenido, no tienen en cuenta que el origen de la tragedia actual es la presencia en La Moncloa de José Luis Rodríguez Zapatero, por lo que cualquier acción parlamentaria que lo debilite y acelere su caída será siempre un acierto.

Estas llamadas a la sensatez y al sentido de estado de Rajoy vienen curiosamente desde ambos lados del espectro político y mediático, aunque lógicamente por intereses distintos. La izquierda no quiere perder el poder y la derecha no quiere que se destruya España, que es la constante dialéctica de ambas fuerzas desde que se instauró el actual régimen de partidos. Los hay también que esgrimen argumentos de coherencia técnica para justificar su deseo de que Rajoy se hubiera abstenido, como el hecho de que no se puede dar el consentimiento expreso o tácito a medidas más lesivas como el FROB o el Plan E, y negarse a convalidad otras como las incluidas en este decreto que van, aunque tímidamente, en una dirección más acertada que las anteriores.

En todo caso, hay una razón más importante para que el Partido Popular negara su voto al decreto presentado por el Gobierno, que tiene que ver con el momento actual que atraviesa la nación, incapaz de aguantar mucho más tiempo esta sangría de la riqueza futura de los ciudadanos a base de deuda y déficit públicos. Cada minuto que Zapatero siga en el Gobierno va a suponer un paso más hacia un desastre que probablemente sea irreversible llegado el caso. Las medidas que propone no es que supongan un "recorte social", por utilizar la jerga progre a la que con tanto entusiasmo acaba siempre apuntándose el PP, es que no van a servir absolutamente para nada pues el núcleo duro del gasto que sí podría revertir la situación es una caja fuerte que el Gobierno de Zapatero no va abrir jamás. La reforma del Estado de las autonomías, la del mercado laboral, la supresión de ministerios inútiles, la cancelación de la ayuda a los tiranos del tercer mundo, la reestructuración del sistema financiero dejando caer a las entidades insolventes o la transformación profunda de nuestro sector energético, eliminando subvenciones a iniciativas absurdas y carísima y dando entrada a energías limpias como la nuclear, son cuestiones, estas sí, sustanciales que Zapatero no va a abordar porque son contrarias a su visión sectaria de la política.

A Zapatero hay que votarle en contra aunque someta a escrutinio parlamentario que el sol sale por la mañana y se pone al anochecer, y dejar el argumento del patriotismo para cuando se localice a un solo socialista en el Gobierno que no se avergüence de España o de su Historia.

Si el jueves se hubiera rechazado el decreto propuesto por el Gobierno como intentó el PP, es probable que la bolsa hubiera tenido que suspender su sesión ante las fuertes pérdidas y que el diferencial de la deuda soberana del Reino de España se hubiera disparado. Pero es que estas, y otras peores, son cosas que van a ocurrir indefectiblemente a medio plazo mientras Zapatero esté en La Moncloa. La única diferencia con la situación actual tras la aprobación por la mínima del decreto económico es que la agonía será más larga y las víctimas más numerosas.

Cuando la gangrena amenaza irremediablemente una pierna los médicos la amputan sin dudarlo, aunque sean conscientes de que el shock inicial para el paciente va a ser muy doloroso, porque lo importante es salvar la vida al enfermo conservándole sanas el resto de extremidades.

Zapatero es capaz de arruinarnos como país para varias generaciones dejándonos un Estado desestructurado, con las arcas vacías y una constitución invalidada por la propia dinámica de los hechos, por lo que estar en su contra es y será siempre un acto de honor y patriotismo. El PP ayer lo hizo muy bien. A ver si con suerte tarda un poco más de lo normal en volver a las andadas.


Libertad Digital - Opinión

El palique social. Por M. Martín Ferrand

Amitad de camino entre el diálogo de sordos y el de besugos, los llamados «agentes sociales», una de las coartadas del Gobierno para no enfrentarse a su responsabilidad, vienen estirando en demasía un hipotético diálogo social que, por la enjundia que transparenta, tiene mucho más de palique y cotorreo que de conversación responsable y conducente a sentar las bases de un marco de relaciones laborales capaz de, en pie de igualdad con las potencias económicas de la UE, favorecer el desarrollo y el verdadero progreso de la Nación. En ese ambiente, ayer se produjo un cruce de insultos, algo poco edificante, entre Cándido Méndez, secretario general de UGT y heredero directo de las doctrinas de José Antonio Girón y José Solís, y José Luis Feito, presidente de la Comisión de Economía de la CEOE y economista de reconocido prestigio en instituciones como el Fondo Monetario Internacional o la OCDE.

Supongo que Feito irrita a los sindicatos por su anacrónico bigotito, su currículum brillante -antítesis de las biografías de nuestros grandes defensores del proletariado- y su autoría de un libro de especial actualidad y valor divulgativo, En defensa del capitalismo. Como se sabe, defender el capitalismo es algo indigno y perverso mientras que la apología del socialismo -el gran fracaso europeo del siglo XX- es tanto como hacerlo del progreso y la equidad. Feito calificó de «infantil, inmadura y absurda» la postura de los sindicatos mayoritarios por su reciente amenaza al Ejecutivo con una huelga general. Méndez, que tiene la finura del esmeril y la sutileza del granito, le replicó llamándole «sicario». Es decir, asesino a sueldo. Ni tan siquiera le permite al capitalista establecerse por cuenta propia.

Puestos a entender como deseable, como fórmula para la solución de un problema nacional, el diálogo entre los agentes sociales, partes interesadas, debiera establecerse un reglamento mínimo. Al igual que en boxeo no se tolera que un peso pesado, con sus más de 90 kilos, cruce los guantes con un mosca, menos de 50, el Ministerio de Trabajo, que así tendrá alguna función de provecho, debiera estar atento para evitar que un uppercut del púgil de mejor preparación y forma física pueda ser evitado por el más débil y peor formado con un rodillazo en sus partes más íntimas. Méndez ha jugado sucio. ¿Sabe hacerlo de otro modo? El diálogo, como el boxeo, tiene sus normas.


ABC - Opinión

Austeridad. El centro descolocado. Por José María Marco

Desde el jueves no se sabe muy bien cuál es el programa del PP para salir de la crisis. Respaldó las inyecciones de dinero y no rechazó la expansión del gasto público. Ahora rechaza las medidas de austeridad…

En 1986 Felipe González cambió de opinión sobre la pertenencia de España en la OTAN. Así que para rectificar la posición de su partido, salimos de la OTAN y celebramos un referéndum sobre si debíamos entrar o no –cuando ya estábamos dentro–, y al final acabamos ingresando donde ya habíamos estado. Aquel episodio lamentable dio la medida de la consideración que los dirigentes socialistas tenían de la democracia. Hubo incluso quien lo elogió, como si aquello hubiera sido un ejercicio supremo de responsabilidad y, sobre todo, de habilidad.

Tuvo, en cuanto a esto último, una virtud: la derecha, que siguiendo su programa había metido a España en la OTAN, no supo cómo reaccionar... y no llegó al Gobierno hasta 1996. Ante una maniobra del PSOE, la derecha española se quedó sin discurso, sin habla, podría decirse, y no lo recuperó hasta muchos años después.


Las circunstancias de lo que ocurrido esta semana en el Congreso de Diputados no son las mismas, claro está. En 1986 se trataba de la posición de España en la escena internacional. Aquí se trata de la ruina de nuestro país, causada, en buena parte, por quien ahora se ofrece como salvador. Se entiende, por tanto, que el único partido de la oposición votara en contra de unas medidas que parecen garantizar la supervivencia de Rodríguez Zapatero en el Gobierno.

Dicho esto, conviene observar que en la mañana del jueves el Partido Popular, al votar NO a las medidas de ajuste del Gobierno, nos puso a todos al borde del abismo. Todos sabemos lo que habría pasado de haber salido adelante el NO. Pues bien, el Partido Popular prefirió arriesgarse a colocar a España en situación de quiebra y colapso económico en vez de dejar pasar, aunque fuera críticamente, unas medidas que sabe imprescindibles, por muy improvisadas, tardías, contradictorias e insuficientes que sean. Convengamos en que el centrismo radical presenta rostros sorprendentemente variados.

No quedó ahí la cosa. Al votar NO, el PP también se quedó, como ocurrió en 1986, sin discurso. Se veía venir desde hace semanas, cuando ante la ola de recortes de Rodríguez Zapatero, el PP ha ido poniendo el acento, más y más, en la defensa de la política social, por no decir en la de los sufridos, oprimidos y explotados empleados públicos, el nuevo sujeto revolucionario del centro derecha. El jueves todo quedó escenificado con claridad, aunque hay que reconocer que en su intervención Rajoy salvó la trampa de la demagogia, en la que han incurrido bastantes de sus barones. Otros, en cambio, han comprendido muy bien lo ocurrido y en vez de hablar –por lo menos hasta ver qué se debe decir– han pasado a los hechos. Así en el Ayuntamiento de Madrid, con un recorte serio, y la Comunidad de Madrid, donde ya se venían tomando medidas de este tipo, insuficientes también, de todos modos.

En cualquier caso, desde el jueves no se sabe muy bien cuál es el programa del PP para salir de la crisis. Respaldó las inyecciones de dinero y no rechazó la expansión del gasto público. Ahora rechaza las medidas de austeridad... Llegará al poder porque el esperpento de Rodríguez Zapatero es ya desorbitado, incluso para lo que se estila estos días. No es seguro, de todos modos, como muestra lo ocurrido después de 1986...


Libertad Digital - Opinión

El mundo según Obama

EL nuevo concepto estratégico de seguridad que acaba de aprobar el presidente Barack Obama ha sido diseñado según el estilo más tradicional del Partido Demócrata, que esencialmente consiste en minimizar el papel en el mundo de unos Estados Unidos que se repliegan sobre sí mismos.

Para Obama, el país más poderoso del planeta ha alcanzado el límite de sus fuerzas al llevar a cabo dos guerras simultáneas -Irak y Afganistán-, y su mayor interés ahora no pasa por considerar las alternativas para superar esos límites, sino por evitar una nueva prueba de este calibre. En efecto, al abandonar el principio genérico de lucha contra el terrorismo, Estados Unidos se resigna a constreñir su espacio esencial a sus propios límites geográficos, dando por hecho que ciertos elementos de la influencia norteamericana en el mundo se van a difuminar. El planteamiento podría resultar positivo si en el escenario internacional no hubiera fuerzas indeseables, dispuestas a apresurarse a ocupar los espacios que Estados Unidos acepta abandonar.

Las invocaciones a la diplomacia y el multilateralismo son necesarias, pero no representan un camino infalible para resolver conflictos con fuerzas que no tienen la menor intención de utilizar estos medios civilizados para imponer sus intereses. Aceptar el mundo como es representa también aceptar que existan dictaduras inmorales y fuerzas que tratan de imponer principios intolerables y no hacer nada para derrotarlas.

Los redactores de este informe se han dejado convencer por los viejos estereotipos del antinorteamericanismo de salón, porque nadie quiere que Estados Unidos se convierta en la única superpotencia dominante sobre el mundo. Su papel debe ser, sin embargo, el del núcleo duro de la coalición universal de valores que el mundo libre debe defender para garantizar su supervivencia. Y en este objetivo Barack Obama no puede considerar que los norteamericanos están solos, porque en la defensa de la libertad tendrán siempre aliados, ni que es aceptable abandonar a los millones de personas que en cualquier parte del mundo confían en los ideales que representan y defienden los Estados Unidos.


ABC - Opinión

Una espiral perversa

La debilidad del crecimiento y la ausencia de un pacto político explican la nueva rebaja de la deuda

Casi al mismo tiempo que el premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz pedía liquidar la autoridad de las agencias de calificación, por haber sido incapaces de prever los fraudes en los mercados y por su descarado comportamiento procíclico, que agrava las crisis e intensifica la euforia financiera, la agencia Fitch rebajaba la calificación de la deuda española desde AAA hasta AA+ con perspectivas de estabilidad. Es la segunda rebaja en la calificación producida este año, después de la de Standard's & Poors, y tendrá consecuencias para la economía española. Por una parte, resta eficacia al plan de recorte de gastos aprobado por el Gobierno, puesto que puede encarecer el servicio de la deuda y, además, augura nuevos deterioros bursátiles de los activos españoles a partir del lunes.

El dictamen de Fitch entiende que la tasa de crecimiento del PIB es insuficiente para atender el endeudamiento agregado (privado y público) y apunta inequívocamente a la contradicción, aparentemente insalvable, en la que se encuentra la economía española, una de las que los inversores señalan como más débiles del área euro. Para mantener la solvencia de su deuda, España tiene que aplicar un ajuste de su gasto público; ese recorte merma las posibilidades de recuperación, y esa debilidad se convierte en motivo de más desconfianza en los mercados. La propia rebaja en la calificación lastrará un poco más las posibilidades de reactivación.

Ayer mismo, el Gobierno, en un ejercicio de realismo encomiable, acompasó su cuadro macroeconómico al impacto del ajuste del gasto público y de la subida de impuestos. Rebajó las proyecciones de crecimiento en cinco décimas en 2011 y cuatro décimas en 2012 y 2013 y elevó las tasas de paro previstas para estos años, de forma que este año será cinco décimas superior a lo previsto (hasta el 19,4%) y el próximo aumentará en cuatro décimas sobre las previsiones, hasta el 18,9%. Son proyecciones que confirman un periodo prolongado de crecimiento insuficiente antes de llegar a la recuperación.

Pero no conviene engañarse. Fitch recoge en su decisión el rechazo de los inversores hacia el desorden de la política española y la incapacidad del Gobierno y la oposición para ponerse de acuerdo en las líneas básicas de actuación para superar la fase recesiva. Parece inconcebible que el primer partido de la oposición no acepte que España ha perdido una parte importante de su riqueza en la crisis que estalló en 2007, que esa pérdida obliga a un ajuste general de rentas y que la gravedad del momento exige dejar en segundo plano los intentos de llegar al Gobierno pasando por encima de cualquier otra consideración; parece insensato que los Gobiernos autónomos se opongan sistemáticamente a este ajuste de rentas, se nieguen a apoyar políticamente la posición del Gobierno y arrastren los pies para obstaculizar la reforma de las cajas de ahorros en nombre de reivindicaciones de campanario; y parece disparatado que se atice la amenaza de una huelga general, si se aprueba una reforma laboral por decreto si los agentes sociales no son capaces de pactarla por su cuenta y responsabilidad.

La situación de la economía española empeora, cierto, pero la insolvencia política también cotiza en los mercados. PP, CiU o PNV son tan responsables del deterioro de la credibilidad de las finanzas públicas como el Gobierno. La trayectoria de esta espiral perversa solo puede romperse si se mantienen los planes de ajuste del gasto, se aprueba (con pacto o sin él) una reforma laboral que cimiente la recuperación económica en el empleo estable y no en los contratos precarios, se procura a medio plazo un reforzamiento de la estructura de ingresos del Estado y se cuenta, de una vez, con el respaldo político de la oposición política a la austeridad.


El País - Editorial

Se nos acaba el crédito

ZP continúa mareando la perdiz delegando la que tal vez sea la reforma prioritaria de nuestra economía a unos sectarios sindicatos que no vacilan en tildar de "sicario" a quien rechaza una huelga general en esta situación de emergencia nacional.

La palabra crédito viene del verbo latino credere (creer). El crédito, si bien suele tener una manifestación monetaria, es una cualidad económica que va más allá de la mera transferencia de dinero. Conceder crédito a un individuo, a una empresa o a un país significa tener confianza en su capacidad para cumplir con las obligaciones que ha contraído.

Zapatero, en una de esas expresiones de fingida indignación que quedan como registro de su hipocresía e ineptitud, señalaba que "no daba crédito". Aunque probablemente no quisiera significar lo que una interpretación estricta de sus palabras daba a entender, el presidente del Gobierno estaba describiendo con triste precisión su situación personal y, por extensión, la de la economía española: cada vez menos gente confía en nosotros y en nuestra capacidad para pagar toda la deuda, pública y privada.


Es indudable que la causa inicial de nuestra crisis debe buscarse en el pinchazo de la enorme burbuja que fue cebada por el sistema bancario nacional y por el Banco Central Europeo. Hasta el momento del estallido –finales de 2007– no habría por qué asignarle una especial responsabilidad al Gobierno de Zapatero, salvo por el hecho nada desdeñable de mentir a la población con su reiterada negación de la crisis.

Sin embargo, aproximadamente desde que volvió a ganar las elecciones gracias a su refinada labor de propaganda, la magnitud y el ritmo de degeneración de nuestra economía debe imputarse especialmente a la política intervencionista desplegada por el PSOE. Si algo necesitaba España era, como solía repetirse hace años, "cambiar su modelo productivo", es decir, lograr un reajuste de sus factores productivos –concentrados en la construcción y sectores anexos– para que volvieran a generar riqueza.

Ello exigía una política de estricta austeridad del sector público y, sobre todo, no entorpecer a los mercados. Pero Zapatero optó por todo lo contrario: "La salida de la crisis será social o no será", decía. Para ello, incurrió en un déficit público con escasos parangones internacionales e históricos y se cerró en banda a liberalizar un mercado de trabajo más rígido que el de Zimbabue. La consecuencia ya la sabemos: más de un 20% de paro, estancamiento total de la economía y un ritmo de endeudamiento que ya no podemos sostener.

Primero fue la agencia de calificación Standard & Poor’s la que vino a rebajar el rating de nuestra deuda pública –algo que los inversores ya hacían de facto al exigirnos rendimientos mucho mayores que los de la deuda alemana– y ayer fue Fitch. El motivo principal por el que esta agencia ha tomado semejante decisión ha sido su preocupación por que el mercado laboral español es demasiado inflexible, lo que retrasará enormemente la recuperación económica y la consolidación del déficit (pues una de sus mayores partidas son los subsidios de desempleo).

Todo el mundo que sepa algo de economía coincide en la imperiosa necesidad de liberalizar nuestro mercado de trabajo para reducir el coste de la contratación y, a partir de ahí, reajustar la economía creando empleo en nuevos sectores económicos que empiecen a ser rentables a esos minorados costes.

Zapatero probablemente sea consciente de ello después del rapapolvo que recibió de manos de Merkel, Sarkozy y Obama. Y, pese a ello, continúa mareando la perdiz delegando la que tal vez sea la reforma prioritaria de nuestra economía a unos sectarios sindicatos que no vacilan en tildar de "sicario" a quien considera poco aconsejable convocar una huelga general en esta situación de emergencia nacional. Si bien el Ejecutivo había prometido que el próximo lunes se produciría una reforma laboral con o sin diálogo social, ayer aclaró que no se trataba de una fecha límite y que podría retrasarse todavía más. En realidad, llevamos como mínimo tres años de retraso, tal y como hemos venido denunciando en estas páginas desde el comienzo de la sangría laboral. Ahora se están dando cuenta las casas de análisis, las instituciones oficiales y las agencias de calificación. Se nos acaba el tiempo y el crédito: sin reformas inmediatas, ni Bruselas ni el FMI podrán rescatarnos. Pocos ejemplos más claros hay de que Zapatero o actúa ya o debe marcharse a su casa para que otro pueda tomar las decisiones que todos sabemos que necesitamos.


Libertad Digital - Editorial

El calvario del Gobierno

LA traumática victoria conseguida por el Gobierno para las medidas de reducción del déficit público no ha sido su última batalla parlamentaria, sino la primera de otras muchas en las que se va a jugar su estabilidad.

Bien es cierto que ayer el PSOE descartó el adelanto electoral, como no podía ser de otra manera, porque los socialistas no van a dar cuartel a las críticas que está recibiendo el Gobierno. Sin embargo, el PSOE tampoco va a ser quien decida en última instancia, sino que lo será la deriva de la situación a corto plazo, porque el Ejecutivo no tiene autonomía política. En esas previsiones inmediatas que penden sobre el Gobierno hay dos que volverán a actuar como banco de pruebas para su estabilidad. Por un lado, el llamado «techo de gasto», que ayer el Consejo de Ministros cifró para 2011 en un 7,7 por ciento menos que en 2010. Ahora bien, la última palabra estará en el acuerdo con las demás administraciones públicas -comunidades autónomas y ayuntamientos- y los demás grupos en el Congreso y el Senado, donde el PSOE sabe que se han formado unas mayorías negativas contra la política económica del Gobierno. Si el techo de gasto público, al que se llega después de que se fije por el Parlamento el objetivo de déficit para 2011, es la antesala de los Presupuestos Generales, la oposición del PP y de Convergencia i Unió, más la previsible del PNV, deja con pocas esperanzas al Ejecutivo. Y sin Presupuestos, se acabó la legislatura. La duda de Zapatero en este momento es saber con quién puede pactar su política presupuestaria, consciente de que ya no es posible conciliar posiciones antagónicas. A su derecha y a su izquierda hay desconfianza y rechazo. Este es el fruto de no haber asumido unas directrices de gobierno reconocibles en una política económica bien planificada y con objetivos concretos.

La segunda encrucijada es la reforma laboral, a la baja si se pretende que sea consensuada, visto el cruce de descalificaciones entre sindicatos y empresarios. Comisiones Obreras y UGT anuncian una huelga general si la reforma les es impuesta por el Gobierno, lo cual es la única opción que queda ante la falta de acuerdo social. Y además tendrá que ser una reforma muy profunda del mercado laboral, porque el Gobierno no quiso hacerla cuando pudo haber sido menos traumática. Ahora lo será, pues las previsiones del Gobierno, anunciadas ayer, confirman más paro y menos crecimiento en los próximos años.

ABC - Editorial