miércoles, 2 de junio de 2010

Todos somos Oriente Próximo. Por José María Carrascal

«ISRAEL será victima de la geografía y la demografía», profetizó De Gaulle, indicando que no podría resistir la presión del mundo árabe circundante, con una natalidad muy superior a la suya. Pero Israel no sólo ha resistido ambas presiones, sino que ha acumulado victoria tras victoria hasta convertirse en la primera potencia del Oriente Próximo, sin que ningún país de su entorno, o todos juntos, puedan hacerle frente.

Lo que puede llevarle, paradójicamente, a la derrota. De seguir usando su potencia en toda su amplitud y en cuantas ocasiones se ve desafiada, esa misma fuerza se volverá contra él. Ya está ocurriendo. Es verdad que a sus enemigos les basta ganar sólo una batalla para aniquilarle, mientras Israel tiene que ganarlas todas para no desaparecer. Pero en el mundo global en que vivimos, quien mira sólo sus intereses particulares sin tener en cuenta los del conjunto termina inevitablemente condenado al ostracismo. Recuerden la Sudáfrica del apartheid. Es lo que vienen advirtiendo dentro de Israel sus espíritus más sensibles.

En un mundo global no hay soluciones individuales y el problema palestino viene envenenando las relaciones internacionales desde la división de aquel territorio. Es lo que impide la aproximación de Occidente y el islamismo moderado, lo que hace imposible que la Autoridad Palestina controle a su pueblo y lo que ha convertido Gaza en un fortín de Hamás, una organización terrorista. «La flotilla buscaba romper el bloqueo de Gaza», alega el gobierno israelí para justificar el asalto de sus comandos a la misma. Pero es que el problema viene precisamente de tener Gaza bloqueada. En el siglo XXI, no se puede tener a millón y medio de personas encerradas en un gueto. Gaza es hoy un barril de pólvora listo a estallar, para contento de los extremistas.

Israel ha creído que, con el respaldo de los Estados Unidos, podría resistir el acoso no ya del mundo árabe, sino de todo el mundo. Hasta ahora lo que conseguido, gracias a la carta blanca que le dieron todos los presidentes norteamericanos para defenderse. Pero Estados Unidos tiene otras prioridades que la defensa de Israel y Obama ya ha mostrado interés por una política más equilibrada en el Oriente Próximo. E incluso si Israel sigue teniendo luz verde de Washington, ¿qué ocurrirá cuando Estados Unidos deje de ser la única superpotencia, cuando China o India empiecen a regir los asuntos mundiales? Ellas no tienen mayor interés en preservar el Estado de Israel, ni la mala conciencia de los cristianos hacia los judíos.

Quiero decir que el primer interesado en hallar una solución justa, equilibrada al problema palestino es Israel. Luego, nosotros. Ni los judíos pueden volver a ser el pueblo errante, sin patria ni derechos por el mundo. Ni pueden serlo los palestinos.


ABC - Opinión

Carné por puntos para ZP. Por Antonio Burgos

Han reformado la Ley de Tráfico y rebajado de 27 a 20 las infracciones que suponen pérdida de puntos del carné. España es un país de carnés.

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Hasta a los actores y a los cantantes se les exigía hasta hace poco el carné de artistas. Ahora resulta increíble pensarlo, pero Concha Piquer, Rocío Jurado, Fernando Rey, López Vázquez o Fernán Gómez no podían actuar sin carné de artistas. España es el país ordenancista del carné de familia numerosa, del carné de la Seguridad Social, del carné de Sanitas, del carné del Madrid, del carné de Carrefour. ¿Será por carnés? Aparte del carné de identidad y del carné de conducir, cuyos puntos ahora han reformado.

Y como el otro día en el Congreso toda la oposición le decía a ZP lo mal que lo había hecho, lo mucho que había engañado a los españoles negando la crisis y el dineral dilapidado en medidas tontorro-derrochonas que no han acabado con el paro, pensé:

-¿Tendrá este tío carné de conducir gobiernos, o se lo habrán dado en una tómbola, como dicen los taxistas a las señoras al volante que no respetan un ceda el paso?

Es incongruente que en España, país de los carnés, no exista el carné de presidente del Gobierno. Si te exigen carné de conducir para llevar tu Ford Fiesta y carné de patrón de embarcación de recreo para tu barquita del veraneo, ¿por qué no es obligatorio el carné de presidente para conducir el Gobierno y pilotar la nave del Estado? Debería ser un carné por puntos, naturalmente, y así nos evitaríamos muchos sofocones y debates como los del otro día en el Congreso. Todo es muy fácil. Verán.

Cuando un presidente sale elegido, se le da al hombre su carné. Virgen de puntos. Con, por ejemplo, 50 puntos, no vamos a ser tan tacaños de darle sólo 12, como al de conducir, que se te van en un suspiro. Y al mismo tiempo, se establece el código de la circulación del gobierno, con una escala de pérdida de puntos. Por ejemplo:
Por cada millón de parados más, pérdida de 6 puntos.

Por cada punto porcentual de bajada del PIB, pérdida de 5 puntos.

Por cada 1.000 millones de euros de aumento del déficit público, pérdida de 4 puntos.

Por cada 10.000 millones de vencimiento de la deuda pública sin banco alguno extranjero que quiera cargar con el mochuelo, pérdida de 3 puntos.

Por cada bajonazo del Ibex 35 con pánico en la Bolsa de Madrid, pérdida de 3 puntos.

Por cada organismo absurdo creado para tirar el dinero sin causa justificada, tipo Ministerio de Igualdad, pérdida de 3 puntos.

Por cada Plan E aprobado, pagado y ejecutado sin que se reduzca el número de parados, pérdida de 3 puntos.

Por cada chuminada de La Carlota de gastar el dinero en la Alianza de Civilizaciones y en subvencionar, verbigracia, a la asociación de gays y lesbianas de Zimbawe, pérdida de 2 puntos.

Por cada viaje en avión a Londres para las rebajas o a Estados Unidos para llevar a las niñas góticas, pérdida de 2 puntos.

Y así sucesivamente. Si hubiéramos tomado medidas al ver quién se nos entraba por las puertas tras el 11-M y le hubiéramos dado el carné por puntos de conducir Españas, no tendríamos ahora encima la que tenemos. Ni elecciones anticipadas, ni dimisión, ni nada: carné de presidente por puntos. Se le quitaba el carné de conducir el Gobierno a este señor, por imprudente, insensato, incompetente e incapaz, y listo. Ah, y no valdrían los cursos de recuperación de puntos. Si los temerarios imprudentes pierden sus puntos y no pueden conducir, ¿cómo vamos a seguir dejando algo tan importante como España en manos de alguien sin carné de competencia, seguridad y prudencia?


ABC - Opinión

Crisis. El PP adelanta por la izquierda al PSOE. Por Manuel Llamas

Por desgracia, el PP es más progre que el PSOE. De hecho, en la actualidad, representa a la auténtica izquierda de este país.

Hipócrita, demagógico, irresponsable y falaz son tan sólo algunos de los calificativos que, a todas luces, merece la senda peronista que está adoptando el Partido Popular en materia económica tras la aprobación del primer recorte de gasto público –apenas 15.000 millones de euros adicionales hasta 2011– del Gobierno de Zapatero.

Resulta inaudito que el principal partido de la oposición, el mismo que se vanagloria de ocupar un inexistente centro ideológico y que, por lo tanto, debería escorarse mínimamente a la derecha del PSOE, defienda a capa y espada el mismo discurso de los sindicatos y los grupos de extrema izquierda contra el decreto antidéficit. Los populares han optado por el populismo barato y fácil ante las expectativas de poder arrasar en unas hipotéticas, aunque poco probables, elecciones generales anticipadas.


Ahora bien, ¿se trata de una artimaña electoralista o hay algo más? Si dejamos de lado las engañosas siglas ideológicas, los hechos, es decir, las votaciones en el Congreso, demuestran que, hoy por hoy, los populares se sitúan a la izquierda de los socialistas en política económica. Por desgracia, el PP es más progre que el PSOE. De hecho, en la actualidad, representa a la auténtica izquierda de este país.

Pero vayamos a los datos. Si bien es cierto que desde el verano de 2008 los populares han lanzado duras críticas contra las medidas anticrisis de Zapatero, no es menos cierto que dichas arengas han quedado reducidas a meras soflamas políticas carentes de valor, tal y como han demostrado con sus votos: el PP no votó en contra del Fondo de Adquisición de Activos ni del Fondo de Rescate Bancario (FROB); el PP no votó en contra del Plan E; el PP no votó en contra del rescate de Caja Castilla-La Mancha (CCM); el PP no votó en contra del Plan 2000E para subvencionar la compra de vehículos; el PP no votó en contra del PER nacional; el PP no votó en contra del denominado Pacto de Zurbano...

En resumen, el PP ha apoyado con sus votos los planes estrella del PSOE para combatir la crisis económica con lo que, al menos en parte, también es culpable de la delicadísima situación que sufren las cuentas públicas españolas. Y lo peor de todo es que los populares han rechazado el primer recorte de gasto público que ha adoptado Zapatero desde 2004 –aunque en realidad venga impuesto por Bruselas.

¡Bravo! Valiente posición la de Rajoy, ya que si votan a favor del despilfarro y en contra del recorte, resulta evidente que las bases populares acaban de asistir al mayor giro izquierdista dado por un partido supuestamente conservador en la historia reciente de España.

Pero aún hay más. El PP, en un acto de coherencia plena con su actual diatriba progresista, avanza ya su posicionamiento de cara a la inminente reforma laboral que prepara el Gobierno. Atención a la palabras del vicepresidente de Comunicación del Partido Popular, Esteban González Pons: "A este paso [Zapatero] va a ser el primer presidente de Gobierno de la historia que instaure el despido libre en España"; "El PP nunca votará a favor del despido libre"; "Lo que hay que hacer no es facilitar más el despido, sino facilitar más la contratación".

Es decir, a la vista de este tipo de declaraciones, el PP se opone al abaratamiento del despido, tal y como reclaman desde hace años los empresarios. La ignorancia de Pons en esta materia es, cuanto menos, alarmante. En primer lugar, el despido libre ya existe en España, al menos en el sector privado, ya que los funcionarios tienen el puesto garantizado de por vida; y en segundo lugar, el coste del despido es, junto a la elevada tributación laboral (cotizaciones a la Seguridad Social), el mayor obstáculo que sufren los empresarios para aumentar la contratación indefinida.

Y por si alguien aún tiene alguna duda sobre el izquierdismo popular, una última perla del camarada Pons fuera ya del ámbito estrictamente económico: "El cambio climático o es verdad o una gran idea"; debemos crear una "nueva cultura del consumo y del reparto de recursos"; "podemos ser la especie elegida o la mayor plaga que ha conocido la Tierra"... Sin comentarios.


Libertad Digital - Opinión

Martirios terroristas. Por Gabriel Albiac

NO existen tantos lugares en el mundo en los cuales gobierne una organización terrorista. Sucede en Gaza.


Sin hipérbole, sin metáfora; en seca literalidad. Hamás no es ya un grupo terrorista. Es un Estado terrorista. En buena parte, financiado por la alucinada caridad de una Europa que sabe lo sencillo que es, en cualquier mercado opaco, hacer el trueque de ayuda humanitaria por armas.

Pocas tierras como la España reciente debieran entender eso. Cuando el 11 de marzo de 2004 cuatro trenes de cercanías madrileños fueron reventados con cientos de pasajeros dentro, no hubo un solo corresponsal internacional al cual sorprendiese el estilo. Era el procedimiento de Hamás. Durante años, fue puesto a prueba en territorio israelí. La rutina era idéntica: un autobús atestado de pasajeros que iban al trabajo o que de él volvían; un hombre o mujer de Hamás; y el estallido. Para el terrorista islámico no existen inocentes: todo aquel que no está del lado que el Libro dictado por Dios a su Profeta impone, merece el exterminio. El yihadista sólo ejecuta; pero quien mata es el Dios a cuya potestad no puede ser opuesto obstáculo. Sura VIII, 17: «No sois vosotros, es Dios quien les da muerte».


Hamás nació para dar cuerpo ese mandato sagrado. Y, desde su Carta Fundacional, en 1988, la aniquilación de Israel es su dogma básico. Así lo proclama el exergo del «mártir Asan al-Banna», en el cual se profetiza que «Israel seguirá existiendo sólo hasta que el Islam lo aniquile como antes aniquiló a los otros». Así lo consagra su condición de Waqf (don que Dios otorga al musulmán para siempre). Artículo 11: «El Movimiento de Resistencia Islámica considera que la tierra de Palestina es un Waqf islámico consagrado a las futuras generaciones musulmanas hasta el Día del Juicio. Ni ella, ni ninguna parte de ella, se puede dilapidar; ni a ella, ni a ninguna parte de ella, se puede renunciar. Ni un solo país árabe ni todos los países árabes, ni ningún rey o presidente, ni todos los reyes y presidentes, ni ninguna organización ni todas ellas, sean palestinas o árabes, tienen derecho a hacerlo. Palestina es un territorio Waqf islámico consagrado a las generaciones musulmanas hasta el Día del Juicio».

La estrategia del martirio tiene dimensión triple. Martirio, en primer lugar, del guerrero que ofrece su vida al Dios al cual solo esa vida pertenece. Martirio, igualmente lógico, de los sacrílegos que al Dios se oponen: tal, el proyecto atómico de un Irán consagrado a su misión de borrar a Israel del mapa. Hay un tercer modelo de martirio. Más sutil, más perverso. El de los necios infieles que cargan con la pesarosa culpa de haber nacido en países libres y ricos. Es la operación perfecta. Sale, por un lado, gratis en sangre creyente. Y pone, como escudo humano del terrorismo más regresivo, a los hijos progresistas de las democracias europeas. Nadie puede esperar reparo alguno a hacer eso, por parte de la misma gente que usó a sus propios críos como sacos terreros en la Intifada.

En el año 1975, Franco estaba muriendo y España se enfrentaba a su mayor envite. Un claro descendiente del Profeta entendió cómo sacar partido de lo frágil. Muchedumbres de civiles fueron lanzadas a ocupar el Sahara. Detrás, estaban los fusiles marroquíes. Pero no se veían. Ganó el Sultán. Vendimos a los saharauis. Y el ejército español fue sometido, por decisión de su gobierno, a la humillación más grande de su historia reciente. Israel defiende su territorio. Por tierra y por mar. No tiene otro. O combate o muere. Es la diferencia. Y no carece de lógica que nos dé tanta envidia. Y que lo odiemos tanto.


ABC - Opinión

Mala calidad democrática. Por M. Martín Ferrand

PARECE que es el despido, su valoración y tratamiento, el punto de máxima distancia en el diálogo (?) que mantienen los mal llamados «agentes sociales» para aliviar al Gobierno de su responsabilidad. Eso resulta chusco. Si sumamos el número de pensionistas y jubilados al de funcionarios, amas de casa, menores de edad, estudiantes y, sobre todo, los cuatro millones y medio de parados ya existentes veremos que se trata de una minoría el número de españoles que tienen la posibilidad de ser despedidos por sus empleadores. No parece legítimo anteponer los hipotéticos derechos de esa minoría a los generales de la ciudadanía, algo que sólo se explica en función de la profesionalidad sindical.

Una de las originalidades de la dictadura franquista que todavía perdura en nuestra normativa legal es la de reconocer la «propiedad» del puesto de trabajo a quien lo ocupa. Algo que contrasta con el ideario de la izquierda radical, que considera al Estado propietario y administrador de cada puesto de trabajo y, simultáneamente, con lo generalmente aceptado en las democracias occidentales, en las que los puestos de trabajo son de la Sociedad y a ella se deben. El fulanismo laboral de José Antonio Girón y José Solís que defienden con uñas y dientes sus herederos políticos, tal que Cándido Méndez e Ignacio Fernández Toxo, no es propio de nuestro tiempo ni de nuestro entorno y alcanza su máxima inconsistencia teórica cuando los trabajadores con empleo son numéricamente inferiores a los demás ciudadanos, como nos ocurre.

Ese debate estéril, del que huye el Gobierno para no salpicarse con nada que pueda dañar su muy maltrecha imagen, es un síntoma de un sistema de relaciones y representaciones laborales defectuoso y caduco. Caducado. Un testimonio más de la mala calidad democrática que padecemos por degeneración del espíritu de la Transición y que nos lleva a pretender en todos los planos de la vida pública condiciones y privilegios que sobrepasan con mucho nuestra posibilidad económica. Por eso somos un Estado impreciso y una Nación elástica en que, faltos de representatividad verdadera, brotan la inconsistencia política, la incertidumbre jurídica, el abandono educativo, la inseguridad ciudadana, la descalificación de los contrarios y, en lo que afecta a las relaciones laborales, algo que tejen al alimón un empresario en quiebra y unos sindicalistas con olor a naftalina.


ABC - Opinión

Crisis nacional. Jimmy Jump como síntoma. Por José García Domínguez

Igual constituye un indicio de la definitiva ausencia del sentido de la dignidad que retrata a la sociedad española contemporánea; el enésimo síntoma de ese no tomarse nada en serio que, aquí, hemos confundido con la más rutilante de las modernidades.

Ese caso, el del retrasado de la barretina, ha dejado entrever una tara colectiva que trasciende su triste patología individual. Me refiero a la enfermedad moral de cierta España poscastiza y neogarrula que, como ya advirtiera Machado en su día, siempre quiere estar de vuelta sin jamás haber ido a ninguna parte. ¿Cómo entender, si no, el juicio entre indulgente y jocoso que a más de un ilustre comentarista ha merecido la gansada protagonizada por el tal Jimmy Jump ante media Europa? Una frivolidad pueril, la de demasiada prensa, que, por cierto, tuvo su antecedente con la nominación de aquel Chiquilicuatre, Rodolfo, como heraldo de RTVE en Eurovisión.

A fin de cuentas, si la progresía con mando en plaza ya dictaminó que podía representarnos un payaso, ¿por qué extrañarse ahora de que irrumpan otros en escena al espontáneo modo? "Hombre, sólo se trata de una anécdota", me dirán. Y sí, lo es. Pero igual constituye un indicio, otro más, de la definitiva ausencia del sentido de la dignidad que retrata a la sociedad española contemporánea; el enésimo síntoma de ese no tomarse nada en serio que, aquí, hemos confundido con la más rutilante de las modernidades. Aquí y sólo aquí, por cierto. De ahí que, tan antiguos como vulgares, los alemanes acaben de despedirse de su presidente apenas por un comentario improcedente sobre política internacional. Asunto, ése, que no sólo ha servido para que descubriéramos que en Alemania tenían un presidente.

Pues igual nos ha revelado el insólito, inaudito, extravagante valor de la palabra entre esas tribus bárbaras del Norte. ¿O acaso alguien imagina, entre nosotros, a un concejal de capital de comarca dimitiendo por algún exceso verbal? ¿Y a una ministra de Economía después de falsear la letra y la música del BOE a la vista de la nación toda? ¿Y a un jefe del Gobierno tras embaucar a lo largo de veinticuatro meses a su electorado –y al del prójimo– sin tregua ni pausa? "Mentir, trapacear, burlarse de la gente con demagogia de frasco, da igual; lo único importante es ganar; como sea, pero ganar", proclaman los unos y los otros, todos, con vomitiva naturalidad. Porque ese Jimmy Jump no resulta ser el único paciente crónico de este sanatorio. Ni el más grave, que es lo peor.


Libertad Digital - Opinión

Fuego amigo. Por Ignacio Camacho

ESTÁN aterrorizados y no tienen dónde esconderse. Los ocupantes de la Moncloa ven caer el turbión de encuestas negativas atrincherados como quien escucha desde el búnker un bombardeo, pero los candidatos autonómicos y municipales del PSOE se saben expuestos a la metralla electoral en campo abierto.

Son las víctimas colaterales del desplome del zapaterismo, y están obligados a dar la cara porque las elecciones se acercan y ellos van a ser la avanzadilla que se enfrentará al fuego de un cuerpo social cabreado. Aunque algunos son políticos excelentes y cuentan con buena valoración personal, no hay carisma que resista este desastre. El prestigio individual puede desempatar una elección reñida, pero no alcanza para sobreponerse a una corriente tan adversa. El descrédito del Gobierno ha arruinado cualquier gestión local positiva y además el ajuste va a cortar los fondos para los proyectos de final de mandato; se van a presentar ante las urnas cancelando contratos, despidiendo cargos de confianza y sin un euro para inauguraciones.

De momento tienen la suerte de que el presidente no puede salir de casa sin exponerse a un abucheo, porque la mayoría de ellos no quiere ahora ni ver a Zapatero por sus alrededores. Si pudiesen, quitarían las siglas en sus actos públicos, como hizo en la campaña de 2007 algún alcalde andaluz del PP. La caída libre del Gobierno ha convertido a sus adversarios en gigantes y hoy por hoy es posible un vuelco crítico en el mapa del poder territorial. Desde el estado mayor socialista aconsejan calma, paciencia y aguante, y pronostican una mejoría de la borrasca a final de año, pero todos saben que el único que puede beneficiarse de la espera es el que dispone de una trinchera para parapetarse. Y los dirigentes de las autonomías y ayuntamientos sólo tienen por delante el campo para correr a cuerpo limpio. Desprotegidos frente a un adversario en crecida y con las minas de la crisis estallando bajo sus pies.

El lapsus mental de Griñán -«que Zapatero sea malo»- refleja ese estado de ánimo colectivo de la dirigencia socialista, apesadumbrada por la evidencia de que el partido está estigmatizado por los errores de un líder que apenas si puede hacer otra cosa que ocuparse de sí mismo. Con la brecha sociológica cada vez más ancha, el único horizonte que el Gobierno puede mejorar es el suyo propio porque tiene un par de años para resistir. Pero si el PP vence por goleada en las parciales del próximo mayo el clima de cambo será imparable. La paradoja consiste en que los que pueden evitar esa derrota necesitan alejarse lo más posible de una marca electoral que pierde fuerza a velocidad de vértigo. Se sienten presos de una situación que no controlan y cunde el pesimismo. Resistir resistirán porque no les queda otra y poseen un potente hábito partidista; lo que temen no es tanto el empuje del rival como las consecuencias indiscriminadas del fuego amigo.


ABC - Opinión

El fantasma de la huelga general vaga por Moncloa. Por Antonio Casado

Mal momento para currarse la estabilidad política e institucional. No obstante, esa es la prioridad marcada ante su gente por el presidente del Gobierno, Rodríguez Zapatero.

No mover la barca y no entrar en el juego especulativo de un PP que busca de atajos hacia el poder. Ante la Ejecutiva de su partido, reunida el lunes pasado en la sede central de la calle Ferraz, el líder del PSOE, anunció que no tomará ninguna iniciativa que pueda añadir tensión a la vida nacional y le distraiga de las prioridades señaladas en su agenda.

La más apremiante es una reforma laboral pactada con patronal y sindicatos. Hoy mismo, la primera de dos reuniones en tiempo añadido. Dos nuevos intentos de lograrlo. En principio hasta la mitad de la semana que viene. O más, si el ministro Corbacho detecta alguna aproximación entre los interlocutores (Toxo, Méndez y Díaz Ferrán), sobre todo en costes del despido y cotizaciones empresariales. Por la cuenta que le trae el Gobierno. “Lo seguiremos intentando cueste lo que cueste a lo largo del mes de junio”, declaró ayer el ministro José Blanco.


No me extraña que se den largas. El aplazamiento puede llevar a la reforma pactada, mientras que el decretazo desembocaría en una huelga general. No hay color. Si la reforma del mercado laboral ha esperado dos años, también puede esperar dos semanas, habrá pensado Zapatero, que ya ha perdido la paz política y ahora se arriesga a perder también la paz social. Al revés de lo que le ocurrió a Felipe González. Perdió pronto la paz social y gozó de paz política hasta solo tres años de su caída.

Los sindicatos le endosaron a González cuatro huelgas generales. La del 20 de junio de 1985, por el recorte de pensiones, marcó el principio del fin de su amistad política y personal con Nicolás Redondo, secretario general del “sindicato hermano”. La segunda, el 14 de diciembre de 1988, por el Plan de Empleo Juvenil, aunque los sindicatos la plantearon como una reprobación de la política económica del Gobierno. La tercera fue una huelga general a media jornada, el 28 de mayo de 1992, el año de los grandes fastos. Y la cuarta, en enero de 1994, por la flexibilización del mercado laboral, que tuvo una incidencia menor porque el PSOE ya iba en caída libre por los casos de corrupción y guerra sucia.

En las cuatro se hizo presente el poder sindical. Algo inédito en la España de Zapatero por sus hasta ahora excelentes relaciones con las dos grandes centrales. Pero, de repente, el fantasma de la huelga general se pasea por Moncloa. Es ahí donde se la está jugando el Gobierno. Aunque se lo están poniendo muy difícil y él mismo está cautivo de su disposición a dictar la reforma laboral si persiste el desencuentro, Zapatero se resiste a dar por fracasado el diálogo entre patronal y sindicatos.

Entretanto se detecta un apagón en la fobia sindical de la derecha política y mediática. Hasta hace un par de semanas acusaba a los Sindicatos de inútiles, vendidos al Gobierno, apesebrados e insensibles al drama de los parados. Pero ante la posibilidad de que UGT y CC OO puedan hacerle a Zapatero al menos una vez lo que le hicieron cuatro veces a Felipe González, ese discurso se ha diluido. El verbo antes denigratorio contra los Sindicatos se ha vuelto analítico y razonable. La posibilidad de una huelga general se integra en el escenario político deseable por quienes anuncian el fin de la crisis y la felicidad de los españoles cuando Zapatero salga de Moncloa. Hasta el punto de verlo como un empujón más para que, cautivo y desarmado, al presidente no le quede otra que convocar elecciones.


El Confidencial - Opinión

La desconfianza toca máximos

Si Zapatero esperaba que con su tardío e insuficiente plan de reducción del déficit los inversores iban a recuperar –aunque fuese levemente– la confianza en la solvencia de España, la realidad ha tardado bien poco en hacer añicos sus esperanzas.

Si Zapatero esperaba que con su tardío e insuficiente plan de reducción del déficit los inversores iban a recuperar –aunque fuese levemente– la confianza en la solvencia de España, la realidad ha tardado bien poco en hacer añicos sus esperanzas: este martes, la prima de riesgo de la deuda española, expresada en el diferencial del bono español a diez años con el alemán al mismo plazo, se colocaba nada menos que en 170 puntos básicos, el nivel máximo de los últimos quince años.

Recordemos que el pasado viernes, la agencia de medición de riesgo Ficht rebajaba el rating de la deuda española, tal y como ya hiciera, antes del simulacro de ajuste aprobado por el Gobierno, la agencia Standard & Poor's. Ni entonces ni ahora, el Gobierno debía ni debe arremeter por este hecho contra el mensajero, pues los errores de cálculo que estas agencias hayan podido cometer en el pasado siembre han consistido en un exceso de optimismo, en beneficio del propio Ejecutivo.


La razón por la que el sector público español va a tener que pagar más dinero a los inversores para venderles deuda, y por la que las entidades financieras van a tener más dificultades para cubrir su morosidad y dar créditos a familias y empresas, no es otra que la absoluta incapacidad del Gobierno de Zapatero para solventar el entuerto que él mismo ha provocado. No por lo molesto del pinchazo, las medidas aprobadas por el Gobierno de Zapatero garantizan que se esté inoculando la necesaria medicina: dichos recortes no son sino el maquillaje necesario para encubrir como "plan de ajuste" lo que en realidad no viene sino a consolidar un insostenible despilfarro público. Prueba de ello es que dicho "tijeretazo" de Zapatero pone a salvo la existencia de ministerios inútiles, las subvenciones a sindicatos, patronal y partidos políticos, las ayudas a empobrecedores y liberticidas regímenes del tercer mundo, el ineficiente sector energético o la barra libre al gasto municipal y autonómico. Precisamente en este último y no menos decisivo punto, este martes también hemos sabido que las comunidades autónomas han creado nada menos que 169 entes públicos en plena crisis económica.

No contento con dejar fuera recortes como los que planteamos desde estas mismas páginas, el Gobierno de Zapatero también se ha negado a incluir en su "plan de ajuste" una reforma que, como la destinada a liberalizar profundamente nuestro mercado laboral, resulta del todo imprescindible tanto para acabar con un drama humano como es el paro, como para reducir el déficit y devolver la confianza a la deuda española.

En lugar de ello, el Gobierno ha concedido una nueva prórroga al estéril diálogo social de estos años, y está por ver si Zapatero no lo sustituye con un simulacro de reforma que prácticamente deje las cosas tal y como están.

Lo que no es de recibo es que, ante tanta inoperancia, el ministro de Fomento, José Blanco, tenga la ocurrencia de plantearse, tal y como ha hecho este martes, la "reprogramación" –léase rescisión– de contratos a empresas adjudicatarias que llevan a cabo alrededor de 3.000 obras que ya están en marcha en España. Ya podría el Ejecutivo haberse planteado antes si esas obras eran o no verdaderamente "vitales para el desarrollo", y no hacerlo ahora, a mitad de juego, lo que conlleva un debilitamiento de la seguridad jurídica, aun más letal para la solvencia de España que la repercusión de las obras en nuestras cuentas públicas.


Libertad Digital - Editorial

Trampas a la renovación del TC

LA renovación del Tribunal Constitucional ha entrado en una nueva etapa de conflictos entre PSOE y PP, después de que la mesa del Senado rechazara la candidatura de Enrique López y se negara a solicitar de los parlamentos autonómicos la confirmación de sus candidatos.

El descarte de López se basa en que, según un informe jurídico de la Cámara Alta, no cumple los quince años de ejercicio como jurista porque no sirven a estos efectos los siete que estuvo como vocal del CGPJ. Este mismo criterio se ha aplicado al candidato propuesto por el Parlamento andaluz, Juan Carlos Campo. El informe se apoya en la sentencia del Supremo que anuló la designación de Eligio Hernández como fiscal general, aunque entre ambos casos hay diferencias sustanciales, porque a Hernández se le contó como años de actividad de jurista el tiempo en que desempeñó cargos políticos en Canarias. Sin embargo, para ser vocal del CGPJ necesariamente hay que ser jurista o juez. La realidad es que el PSOE no quería, bajo ningún concepto, tener que votar a Enrique López y ha sacrificado a su candidato del Parlamento andaluz para excluirlo.

Como tampoco permitió la sustitución del fallecido Roberto García Calvo, con un candidato a propuesta del PP. Por otro lado, la decisión de los socialistas, con el apoyo de CiU, de no consultar a las asambleas autonómicas para la ratificación o modificación de unos candidatos que fueron propuestos en septiembre de 2008 -salvo para sustituir a López y Campo- tiene como finalidad impedir que los nuevos parlamentos gallego y vasco puedan modificar sus propuestas iniciales y reforzar la posición del PP ante la renovación. Si de lo que se trata es de renovar en condiciones el TC y facilitar la participación de las comunidades autónomas, tiene sentido actualizar las propuestas de unos parlamentos que han cambiado sus mayorías.

El desgaste político no afecta solo al TC, sino también a los partidos y a sus estrategias de control de las instituciones del Estado de Derecho. Estas disputas partidistas, que agravan las consecuencias del bloqueo que pesa sobre la sentencia del Estatuto de Cataluña, solo pueden desembocar en el cuestionamiento de los candidatos que finalmente acaben propuestos, manoseados por una sucesión de vetos y exclusiones que solamente cesará cuando se produzca el trueque inefable entre los bloques partidistas. El futuro de la renovación del TC no se despeja. Al contrario, se oscurece irremediablemente porque no puede acabar bien un proceso de nuevos nombramientos que comienza con la actitud de confrontación que mostró ayer el Partido Socialista.


ABC - Editorial