viernes, 4 de junio de 2010

El maldito diferencial. Por Fernando Fernández

EL diferencial de la deuda española con la alemana no deja de subir y de superar nuevos máximos que algunos califican de histéricos.

Insensible al ajuste fiscal, al recorte de gastos y a la reforma laboral. Empieza a generalizarse la idea de que es demasiado tarde, de que este gobierno ya no puede hacer nada para evitar el descalabro. Ayer mismo tuve la oportunidad de comprobarlo en varios actos públicos plagados de gente del mundo de la economía y las finanzas. Es una percepción muy peligrosa porque puede mover a la insensatez al Gobierno, no hace falta mucho esfuerzo, pero también a la oposición.

Empecemos explicando lo obvio. El diferencial sube porque cada vez hay menos gente dispuesta a prestarle dinero a España, y a sus empresas porque éstas se ven contaminadas del riesgo país, y los pocos que hay exigen un mayor precio para cubrir el riesgo de impago.


No me consuela nada que el diferencial crezca porque baje el interés del bono alemán, como repiten los más afines al Gobierno. En un típico proceso de fuga hacia la calidad, los inversores hacen cola para prestarle a Alemania, el único país europeo del que no tienen dudas van a cobrar. La consecuencia es que no queda dinero para nosotros. Y debemos mucho, en un cálculo aproximado las necesidades brutas de fondos, deuda nueva y recolocaciones, son este año de un 28 por ciento del PIB (280,000 millones de euros) y julio es un mes crucial.

Los inversores no se fían del Gobierno de España, como tampoco se fían los españoles. Es difícil culparles cuando la gestión de la crisis es más propia del camarote de los hermanos Marx. Es una genialidad abrir un debate populista y justiciero sobre los impuestos a las rentas del ahorro para precipitar la salida de capitales. Esas cosas se hacen en un fin de semana y sin avisar. O mejor no se hacen unilateralmente en un área monetaria única. Pero el objetivo era mejorar la imagen de Zapatero no el riesgo país, que es una cosa de derechas y de especuladores. El premio se lo lleva la gestión de la reforma laboral. Algún gurú de la comunicación decidió ponerle fecha sonora, debía ser la quinta fecha comprometida públicamente en esta legislatura pero esta vez iba en serio porque era: palabra de presidente. Llegó el día señalado y nuestro líder consideró que tenía cosas más importantes que hacer, como ensayar poesía con el Principito y Juan Salvador Gaviota para estrenarse de ministro de deportes. Y nuestros acreedores, que son unos malvados sin sensibilidad poética alguna y sin más luces que las de la calculadora, han dicho basta. Y se han ido cantando con Serrat: harto ya de estar harto, ya me cansé. Qué más da, qué más da, aquí o allá.

Nadie nos quiere ya y no hay más solución que cambiar de pareja, o sea de Gobierno porque de acreedores es un poco más complicado. Pero decía que me preocupan los efectos de esta constatación. Porque si el presidente llega a la conclusión de que ya está todo perdido, que los mercados han dictado sentencia y que el problema es él, puede optar por la salida Kirchner, nunca descartable en un hombre cuya confianza en la economía de mercado es perfectamente descriptible. Puede reestructurar la deuda antes que renunciar, piensen en su gran aliado, el primer ministro turco, y en su respuesta al retraso de su candidatura europea, echarse en brazos de Irán. Me preocupa también el creciente triunfalismo de la oposición. Porque queda mucho partido y si continúa el ritmo de deterioro, no va a haber copa que levantar. Si hubo alguna vez motivo para una gran coalición a la alemana es ahora, claro que con otro presidente. Y el PP debería reclamar para sí la vicepresidencia económica y el ministerio de Hacienda. Hacen falta amplias mayorías sociales y políticas para devolver la ilusión a los españoles y recuperar el crédito de nuestros acreedores.


ABC - Opinión

Reforma laboral. Las imposiciones de la UE. Por Agapito Maestre

Zapatero está dispuesto a aguantar y, por supuesto, va a seguir dando la batalla. Rectificará cualquier cosa, excepto lo fundamental: rectificarse a sí mismo, es decir, presentar la dimisión.

El PP tiene casi todo a su favor para ganar por mayoría absoluta las próximas elecciones generales. Le falta el casi para superar todas las dudas de esta optimista predicción. Hay, en efecto, un asunto que está en contra del PP, a saber, está dando por muerto a Zapatero. Cuidado. No corran tanto, señores del PP, porque Zapatero puede "resucitar". Su mayor aliado en estos momentos, no lo duden, es la Unión Europea. Las imposiciones de Bruselas al Gobierno de Zapatero están convirtiéndose en los mejores anclajes para el futuro de los socialistas. Harían bien, pues, los del PP marcando y siguiendo de cerca, o mejor, adelantándose al decreto que prepara el Gobierno para el día 16 de junio sobre la reforma del mercado laboral. No se queden los del PP, como suele decirse vulgarmente, colgados de la brocha tal y como les ha sucedido con el anterior decreto para atajar el déficit público.

El PP tendría que marcar con claridad y distinción, y sobre todo descendiendo a los detalles, qué tipo de reforma del mercado de trabajo quiere, porque de lo contrario podría adelantársele otra vez Zapatero. Éste empieza a manejar personalmente con mucha inteligencia y precisión las imposiciones de la UE; más aún, podría ser una clave en las próximas elecciones. Zapatero, comentan hiperbólicamente los avispadillos analistas políticos, rectifica, rectifica y rectifica todas sus anteriores decisiones y acciones referidas a la política contra la crisis económica y social, sin insistir lo suficiente en que casi todas las correcciones son impuestas por la UE y, sobre todo, no quieren percatarse del partido, nunca mejor dicho, que está sacando Zapatero de tales rectificaciones.

De momento, ha abierto una corriente a su favor en la opinión pública. Hay mucha gente que empieza a tener ciertas expectativas de mejora de la crisis con el decretazo para ajustar fiscal y socialmente el déficit público. Pero, sobre todo, Zapatero intentará sacar rédito electoral de las nuevas y, quizá decisivas, rectificaciones en el ámbito de la reforma laboral. Zapatero está dispuesto a aguantar y, por supuesto, va a seguir dando la batalla. Rectificará cualquier cosa, excepto lo fundamental: rectificarse a sí mismo, es decir, presentar la dimisión y convocar elecciones anticipadas, porque toda su política económica, financiera y social estaba en las antípodas de los países de la UE.

En fin, a pesar de que casi nadie se priva ya de despreciar a Zapatero, incluido sus correligionarios, mantengo que la principal dificultad de Rajoy para llegar a La Moncloa será que no tengan efecto inmediato beneficioso las medidas adoptadas por el Gobierno. El drama del PP no es pequeño. De las medidas impuestas por Bruselas a España podría sacar más rendimiento Zapatero que Rajoy. La mayor esperanza del PP, a todas luces paradójica, es que se retrasen los efectos beneficiosos de las rectificaciones de Zapatero. El PP no lo tiene fácil. Por lo tanto, no se entretengan con los malos analistas que se desgañitan contra las rectificaciones y los cambios radicales de las políticas de Zapatero, sin percatarse del rendimiento que éste pudiera estar sacándoles nada más adoptados.

Fijémonos, por ejemplo, en el decreto que Zapatero está preparando para ser aprobado en el Consejo de Ministros del día 16 de junio. ¿Qué tipo de reforma laboral impondrá Zapatero? Por mínima que sea, y auguro que no lo será, ya habrá ganado otra batalla al PP. El PSOE sigue marcando la agenda y los tiempos, que en el caso de la reforma del mercado laboral, como comentaré en una próxima entrega, será decisiva no sólo para el futuro electoral, sino para acabar con el "duopolio" sindical que sufrimos todos los españoles y, por supuesto, para cambiar radicalmente una patronal que no representa ni al 15% de los empresarios españoles.


Libertad Digital - Opinión

Las dos Españas. Por José María Carrascal

NO me refiero a las de siempre, a la de izquierdas y a la de derechas, a la clerical y a la laica, a la centralista y a la periférica, que desde hace siglos vienen peleándose con ánimo cainita y una de las cuales ha de helarnos el corazón a los españoles, como dijo el poeta.

Me refiero a la España trabajadora y a la ociosa, a la que se esfuerza y a la que holgazanea, a la que piensa y a la que vegeta, a la que brega y a la que espera la sopa boba. Porque esas dos Españas existen, conviven, por completo al margen de los idearios políticos o de las clases sociales. Las encontramos en todas las profesiones, oficios, partidos e incluso familias, resultando fácilmente reconocibles. Unos españoles se vuelcan en su trabajo, procuran hacerlo lo mejor posible y sacar el máximo provecho de ello. Otros centran su interés en el ocio, considerando el trabajo una carga, que procuran eludir en lo posible, sin que ello les cree el menor problema de conciencia. Suelen ser también los que más protestan, los que más reclaman, los que faltan a la oficina o al taller con cualquier tipo de disculpa, los que se buscan atajos para ascender, los que se las ingenian siempre para no dar golpe. Entre los ejemplares destacados de la especie está el sindicalista «liberado» de currar y el empresario que, más que producir, anda a la caza de las subvenciones gubernamentales o comunitarias. También merecen mención el que se ha agenciado un puestecillo cómodo gracias al carné y el que hace millones gracias a las conexiones con las altas esferas de los partidos.

Esas dos Españas han existido siempre, siendo una de las principales causas de nuestro retraso secular, ya que un país donde una buena recomendación vale más que un buen currículum no podrá nunca competir con otro que premia el esfuerzo y la preparación. Lo más grave es que cuando creíamos habernos convertido en un país moderno, con una democracia, que es responsabilidad, arraigada, la España de la holganza y el enchufe ha crecido desmesuradamente en las últimas décadas, causando que incluso aquellas regiones tenidas por laboriosas y productivas han sucumbido a la mal llamada cultura del ocio y el favoritismo. Hasta qué punto ha contribuido a ello el Estado de las Autonomías en un país de fuerte arraigo gubernamentalista como el nuestro no me atrevo a calibrarlo en un espacio tan escaso como el de una «postal», pero que la proliferación de la clase política y el crecer de la burocracia lo ha fomentado salta a la vista. Estamos viendo como en Cataluña se gana hoy más dinero con buenas conexiones con el govern que montando una fábrica. Nada de extraño que hayan perdido potencia industrial.

Necesitamos sin duda una reforma del modelo laboral. Incluso van a imponérnosla nuestros socios europeos de no ser capaces de hacerla nosotros. Pero si la reforma se reduce a recortar la indemnización por despido va a servir de muy poco. Lo que de verdad necesitamos en una reforma de la ética laboral, de la moral del trabajo, premiando a aquéllos que se vuelcan en el suyo y castigando a quienes lo eluden. Pero eso, coincidirán conmigo, es mucho más difícil y más largo de conseguir que el recorte de las indemnizaciones.

Lo que tampoco es excusa para no poner manos a la obra, ya que la alternativa es volver a aquellos tiempos en que Europa terminaba en los Pirineos. O empezaba África. Es decir, a las dos viejas, pobres, orgullosas y peleadas Españas.


ABC - Opinión

Club Bilderberg. El mundo se va al garete. Por Emilio Campmany

Si estos que invitan a Zapatero a su reunión anual son los que dirigen el mundo, que lo paren, que me apeo. Y si no lo paran, me tiro en marcha.

En España, algunos tenemos la sensación de que el país se desagua por un oscuro sumidero. Ya sé que mal de muchos, consuelo de tontos, pero no deja de ser un alivio ver que no sólo España es la que se descompone, sino que el mundo entero parece decidido a suicidarse.

El lector pensará que he caído en la cuenta de las muchas tonterías que lleva hechas Sarkozy. O quizá crea que he descubierto que Ángela Merkel no deja de ser una demócrata-cristiana, o sea una socialista que sigue el consejo del cura siciliano, votar lo que sea con tal de que se trate de un partido que sea demócrata y que sea cristiano. O a lo mejor atisba que al fin he visto que, con Obama, el desastre planetario está poco menos que garantizado. Ni siquiera podemos esperar nada de Cameron y Clegg, que parecen decididos como pareja de hecho a rematar al gran país que los laboristas heredaron de la Thatcher tras ser anestesiado por John Major.


Nada de eso. Con ser Sarkozy un fifiriche ocupado en esconder las fotos en pelotas que su mujer se hizo cuando Francia todavía era un país serio, con haberse destapado la Merkel como furibunda intervencionista, con ser Obama el primer socialista llegado a la presidencia de los Estados Unidos y con ser Cameron y Clegg más blandos que un bavarois de mango y frambuesa, lo que me ha convencido del triste destino que a nuestra civilización espera es la reunión del Club Bilderberg.

Hasta las madres saben que el mundo no lo gobiernan en realidad los presidentes que nuestros torpes votos eligen. La sabia izquierda lo ha estudiado bien, y lo explica regularmente. Son las compañías multinacionales las que cortan el bacalao por medio de la Trilateral y el Club Bilderberg.

Quizá tengan razón y resulta que no hace falta que Juan Costa monte un gobierno mundial porque ya está montado. Pero, si fuera así, y no hay razones para dudar de que efectivamente es así cuando la izquierda lo denuncia, es obvio que estamos tocando fondo y que el mundo se va decididamente al garete. Díganme si no cómo interpretar la noticia de que el Club Bilderberg ha invitado a asistir a su reunión anual que se celebra estos días en Sitges a la mente más clara de Occidente, al hijo del viento, al faro de la progresía, al sacerdote del anticlericalismo, al que resuelve problemas como sea, a nuestro ilustre José Luis Rodríguez Zapatero, el asombro de Iberia.

Si estos que invitan a Zapatero a su reunión anual son los que dirigen el mundo, que lo paren, que me apeo. Y si no lo paran, me tiro en marcha. Ya me imagino a la reina Sofía y a Jean Claude Trichet escuchando con simulada atención, gesto serio y ceño fruncido cosas del estilo de "lo más fértil de la historia se halla en el ejemplo de quienes horadan barreras y transforman las murallas en caminos" o "que cada paso sea un paso estratégico, máximo, que no traicione nuestros valores: los que nos hacen ser quienes somos, los que nos hacen que otros confíen en nuestros actos", por coger tan sólo ejemplos del último discurso del ilustre invitado. Y todo esto, por si no fuera suficiente tanta cursilería, en un hotel que se llama Dolce. Como ven, por pesimista que uno fuera, comprueba que las cosas están mucho peor de lo que sospechaba.


Libertad Digital - Opinión

La redención de Zapatero. Por M. Martín Ferrand

EL diálogo social, una hermosa teoría de infeliz realización practica, ya no da más de sí. Los empleadores y los empleados siguen enraizados en el estéril páramo de unas relaciones laborales insostenibles que vienen del pasado y que, de hecho, se sustentan normativamente en las concesiones que Francisco Franco hizo a los trabajadores a cambio de su renuncia al ejercicio de las libertades ciudadanas. En consecuencia, forzado por la presión internacional, José Luis Rodríguez Zapatero se ha visto forzado a abandonar el quietismo político, en el que lleva instalado media docena de años, y nos anuncia que el próximo día 16 el Consejo de Ministros alumbrará la reforma laboral que no han podido pactar los «agentes sociales», otra entre las muchas entelequias que cursan con cargo al Presupuesto.

El estilo que define a Zapatero es el del aplazamiento. Dejar que las situaciones, incluso las que demandan solución urgente, se pudran en el calendario le ha dado buenos resultados electorales y el precio, que es altísimo, tiende a pagarlo la oposición y, concretamente, el PP de Mariano Rajoy. El presidente turnante de la Unión Europea, conminado por sus presididos, tendrá que mojarse y dibujar una reforma laboral. Dado que el gasto ya está hecho y que los sindicatos tendrán que hacer algún gesto de protesta para salvar las apariencias frente a sus afiliados -¿cuántos están al corriente en el pago de sus cuotas?-, el presidente, que ha tenido que tragarse su afán planetario, bien podría aprovechar la circunstancia para no aliviar el problema con un gesto, una solución menor inspirada en el temor a una huelga general.

España necesita, desde los últimos años del desarrollismo franquista, una profunda reforma laboral que sea concordante con los usos establecidos en la Europa a la que, se supone, aspiramos a parecernos. No debiera, en consecuencia, sacrificar la profundidad de los cambios estructurales capaces de generar y mantener el empleo -llevamos más de treinta años con el doble de paro de la media continental- en aras de una hipotética «paz social», algo demasiado impreciso. Con la vista puesta en el interés de la Nación y en el futuro de los españoles, Zapatero tiene una última posibilidad de redención de los muchos y grandes errores que nos han conducido a la situación presente. Si no la aprovecha, asistiremos a su suicidio político. ¿Una pena?


ABC - Opinión

Zapatero. La burbuja política. Por Cristina Losada

El Partido Popular se halla en plena deconstrucción de sus propuestas, de sus famosas "recetas" y de cuanto pudiera configurar algo remotamente parecido a un programa liberal-conservador.

La crisis ha hecho estallar todas las burbujas. Todas, menos una. La única que todavía se puede permitir su blindaje. Cuanto más golpean los hechos, más se espesa su protección. Está el caso de Zapatero, su Gobierno y su partido. Una a una van cayendo las consignas que alfombraron sus triunfos. La verdadera destrucción del lenguaje, decía Camus, no reside en la incoherencia y el automatismo que cultivaron los surrealistas, sino en la consigna. Destrucción, incoherencia, surrealismo: todo aplicable a la actuación del presidente, sus fieles y ex fieles, ésos que en la distancia se han vuelto críticos y en la cercanía fueron pajes obedientes.

La última consigna que Zapatero ha horadado, que diría él en montañera pose, yace a la espera de que el fútbol la amortaje. El Gobierno socialista va a "abaratar el despido", concepto que declaraba anatema, el día de estreno del gran espectáculo. La roja, como llamaron a la selección por no llamarla española, será –sin comerlo ni beberlo– la encargada de cubrir ese cadáver con el manto piadoso. Sea cortina de euforia o nube de lágrimas. Aunque bien muerto estará el nocivo dogma que vetaba cualquier modificación de la rigidez heredada del franquismo, tan próxima, por cierto, a la que regía en los baluartes del socialismo real.

Destruye Zapatero su alijo de consignas, pero él permanece. No dimite, no cede el testigo, no se autodestruye, como mandan los cánones de la vieja civilización. Va trampeando. Y ojalá fuera el único tramposo, pero no. El Partido Popular se halla en plena deconstrucción de sus propuestas, de sus famosas "recetas" y de cuanto pudiera configurar algo remotamente parecido a un programa liberal-conservador. Ahora son los de Rajoy, disfrazados de Méndez y Toxo, quienes proclaman anatema "abaratar el despido" y juran que nunca han de votar a favor del "despido libre". Como si ignoraran que cinco millones de personas ya han sido despedidas libremente y no supieran que o cambia el molde o no volverán a trabajar. Pero cuanto más se alejan de la realidad, más recolectan.

La única burbuja que no pincha en esta crisis es aquella en que los políticos ejercen el arte de lo imposible y, sin embargo, cierto. Pues cierto es que todo cuanto la consigna representa mantiene su poder y confiere el poder. Libre del contrapeso de una sociedad civil, flota a su aire el zeppelin político.


Libertad Digital - Opinión

Bilderberg. Por Ignacio Camacho

LA paranoia conspirativa es apasionante para fabricar best-sellers -ciertos libros se fabrican, no se escriben-, pero infértil para interpretar la realidad con un mínimo de rigor.

La complejidad del mundo no se puede explicar en las claves del Código da Vinci, y por lo general las tesis conspiranoicas sirven de apoyo a peligrosos experimentos demiúrgicos que acaban mal: piensen en los Protocolos de los sabios de Sión. Sin embargo la fuerza de las leyendas, multiplicada en la modernidad a través de la Red, tiene un poder de seducción infinitamente superior al de unas evidencias que acostumbran a resultar prosaicas, insulsas, pedestres en comparación con la sugestión de una patraña, sea la de los judíos del 11-S -¿por qué siempre estarán los hebreos en estas mitologías esotéricas?-, la de las fotos falsas del hombre en la Luna o la de la secta del péndulo de Foucault. No hay nada que hacer frente a un bulo verosímil; nos gustan las sociedades secretas, los poderes ocultos y las manos negras porque nos ayudan a digerir los malos tragos de la vida cotidiana achacándolos a fuerzas clandestinas que manejan nuestra suerte en las sombras. Es demasiado amargo pensar que casi siempre nos buscamos nuestro propio destino.

El último trasunto de logia neomasónica que se ha puesto de moda es el Club Bildelberg, al que los charlatanes profesionales y los arúspices del frikismo atribuyen el poder hereditario de marcar las directrices globales de la política por el simple hecho de que sus miembros son tipos ciertamente influyentes y no dejan entrar a la prensa en sus reuniones. Poco intrigante y nada secreta parece una asamblea que divulga la lista de asistentes, entre los que se encuentran personas tan apacibles como la Reina Sofía, pero la moderna patología de la conjura le ha calzado la etiqueta penumbrosa de gobierno mundial oculto, responsable de alambicadas decisiones estratégicas sobre nuestras tristes existencias anónimas. Bilderberg viene a ser la versión contemporánea de la Trilateral, supuesta cúpula del capitalismo más crudo que en los setenta concitaba incluso la atención pancartera de los sindicatos españoles. Se supone que esta gente ventila la suerte de los mercados financieros, quita y pone presidentes o alumbra liderazgos universales, de tal modo que hasta Obama sería un títere de sus maniobras, y que en Sitges se están jugando a los dados el bombardeo de Irán o el futuro del euro. Algo así como el envés del «efecto mariposa», apoteosis del poder democrático de los actos insignificantes.

Los socios de ese club tan selecto y elitista son, desde luego, tipos a vigilar, pero acaso no más que cualquier banquero. Contemplar a Zapatero rindiéndoles pleitesía es un espectáculo que avalaría la siniestra tesis de los gobernantes-marioneta; quizá sólo desde ese designio confabulado podamos justificar ante nosotros mismos la doble elección de un político tan inconsistente.


ABC - Opinión

La Flotilla de la Mentira: ¿Por qué la izquierda acumula tanto odio contra Israel?. Por Federico Quevedo

Dejando claro, desde el principio, que es cierto que el ejército israelí abusó de la fuerza, que las muertes habidas en la operación son absolutamente condenables y que debería abrirse una investigación sobre lo ocurrido en los buques de la llamada Flotilla de la Libertad -mal llamada, por cierto-, también es necesario hacer una reflexión sobre cómo en Occidente se ha reaccionado ante este hecho y, sobre todo, cómo desde la izquierda y el progresismo se ha conseguido imponer determinados eslóganes prefabricados y cargados de antisemitismo y, a veces, de auténtico odio y resentimiento hacia Israel y hacia todo lo que huela a judío aunque sea de lejos. Llevamos tres o cuatro días soportando una auténtica campaña orquestada desde las tribunas mediáticas, en algunos casos con una reconocible buena voluntad aunque no exenta de errores, y en otros al servicio de un islamo-progresismo muy peligroso porque se alimenta de las raíces del fanatismo y el fundamentalismo que dan vida al terrorismo de Hamás y Al Qaeda.

Miren, insisto en que no voy a justificar las muertes, porque es la propia sociedad israelí la que ha sentido vergüenza por lo ocurrido y el exceso cometido por su Ejército. Pero, dicho eso, creo que nos estamos excediendo en la condena a Israel, que no deja de ser el único país de la zona en el que sus ciudadanos gozan de una democracia, es decir, es el único país de la zona con el que es posible sentirse identificado, dado que el resto, en mayor o menor medida, están sujetos a leyes religiosas que organizan la vida de las personas desde una concepción de supremacía del poder frente a la libertad individual. ¿Es eso una excusa? No, pero esa es la razón, o parte de la razón, por la que Israel se encuentra en un estado permanente de conflicto con sus vecinos árabes, y por lo que podemos decir que, de alguna manera, Israel es algo así como la vanguardia de la libertad en el epicentro del totalitarismo religioso islamista. Y, sin embargo, sorprendentemente, quienes más presumen de demócratas y de defensores de la libertad, son los que acuden en defensa de los radicales frente a quienes garantizan unos mínimos de libertad y democracia en la zona.

Lo que le ha ocurrido a Israel, esta vez, es que ha caído en una provocación, en una trampa perfectamente diseñada y que contaba con entusiastas colaboradores entre la progresía occidental, y los españoles al frente de la manifestación, como no podía ser menos porque con la que está cayendo en este país, una situación como esta no podía venirle más al pelo a la izquierda nacional. Todo era una mentira, La famosa flotilla era una mentira. Vamos a ver, ¿cómo se entiende que quienes dicen acudir en son de paz y con el propósito de llevar ayuda humanitaria a Gaza -donde gobierna una organización terrorista que ha declarado la guerra a Israel, recuérdese-, insistan en romper el bloqueo y rechacen la oferta israelí de llevar esa ayuda por tierra? Era evidente que los organizadores del 'desembarco' sabían lo que iba a pasar, luego lo primero que hay que afirmar es que quienes se empeñaron en seguir adelante a pesar de la prohibición y a sabiendas del riesgo son tanto o más responsables de esas muertes que los soldados que dispararon después de ser atacados en el barco, y quienes les apoyan y les animan son colaboradores necesarios de esa responsabilidad.

Y eso es lo realmente preocupante, porque lo que resulta inconcebible es que la izquierda haya convertido el antisemitismo en parte de su amalgama ideológica, hasta el punto en algunas ocasiones de desarrollar un odio hacia todo lo semita que recuerda al que desplegaron los nazis. La excusa de la progresía siempre es la misma: es que Israel se comporta con los palestinos igual que los nazis con ellos. Pero no es cierto. El deseo de un estado palestino en convivencia con el Estado de Israel es común a ambas sociedades, y a ese objetivo han dedicado esfuerzos los principales líderes occidentales, sobre todo norteamericanos, pensando que de ese modo se acabaría el conflicto de Oriente Medio. Pero la realidad es que los primeros que se niegan a alcanzar el objetivo de la paz son los propios líderes árabes, sobre todo los islamistas radicales. Hamás es una organización financiada y armada por Irán, que también financia y arma a otras organizaciones terroristas del Líbano como Hezbolá, y todas ellas están estrechamente vinculadas a Al Qaeda, aunque su objetivo hoy por hoy se limite a la guerra con Israel. Lo último que desean estas organizaciones fundamentalistas y quienes las financian y protegen, que viven de su animadversión hacia el Estado de Israel, es la paz, y llevan décadas trabajando para evitar que ésta se imponga. Y en esa estrategia bélica cuentan con el apoyo incondicional de la izquierda europea y, sobre todo, española, y con algunas mentes bienintencionadas de la derecha, muy equivocadas sin embargo porque, como ocurre siempre, o casi siempre, la propaganda progre consigue arrinconar a quienes no deberían pensar como ellos y acaba por imponer sus tesis, unas tesis peligrosamente próximas al fanatismo y al totalitarismo islamistas.


El Confidencial - Opinión

Antisemitismo. Por Alfonso Ussía

Nada tengo contra los palestinos. Sí, y mucho, contra el terrorismo palestino. Desde que el falso buenismo elevó a los altares a un terrorista (además de ladrón) como Arafat, en la rica Europa triunfó la esquizofrenia. Y como soy sujeto y no objeto, y vivo en una sociedad libre, me sobra el derecho a ser partidario del Estado de Israel, única democracia en el Oriente Medio. Israel se sostiene rodeada de enemigos irreconciliables que sólo buscan su desaparición. No su destrucción, sino que desaparezca del mapa. Israel, con sus características, es una nación occidental del siglo XXI rodeada de tiranías del siglo XII. Los judíos se han equivocado en numerosas ocasiones, como todos los pueblos que viven en una guerra permanente. Y se han extralimitado, como lo han hecho los que atacan con armas (y no con ramitos de flores) su soberanía.

En España, la izquierda abomina de Israel, quizá por su acendrado sentido democrático. En su Parlamento habla y se expresa una diputada árabe-israelí, Hanin Zoabi, que ha formado parte de la sospechosa flotilla «pacífica». Fue testigo del ataque. Curiosas sus palabras: «Nunca había vivido una experiencia así. Fue como si estuviéramos en la guerra». La señora Zoabi, parlamentaria israelí, todavía no se ha enterado, y ya tiene añitos para hacerlo. Están en guerra. Llevan décadas en guerra. En Israel se permite que sus políticos actúen contra su Estado. Que hagan la prueba en los países árabes. Israel tolera y defiende la libertad de opinión y de creencias. En su territorio se mezclan sin enfrentamientos religiosos, consecuencia de su diversidad, sinagogas, mezquitas, e iglesias cristianas católicas, ortodoxas y baptistas. Prueben a intentar lo mismo en los países árabes vecinos.

En Israel, los Gobiernos y los Parlamentos surgen de los votos de sus ciudadanos en elecciones tan libres y limpias como las que se celebran en España, Bélgica o Noruega. Cuando, con posteridad a la II Guerra Mundial, Israel se estableció en el territorio que nunca le han reconocido como tal los países vecinos, Palestina tuvo una oferta similar que rechazó. Israel es un Estado organizado, con instituciones democráticas, y un Ejército poderoso y avanzadísimo. Lo dijo Golda Meir: «Puedo comprender que los árabes quieran borrarnos del mapa, pero no que pretendan que cooperemos con ellos en su proyecto». La flotilla de La Paz no era tan pacífica. Ojalá nada hubiera ocurrido, pero se trataba de una provocación. ¿Excesiva contundencia? Con total seguridad, sí. ¿Excesiva provocación? Con total seguridad, también. El terrorismo de Al Qaeda y de Hamas no constituyen peligros menores. Los países árabes tienen que aceptar que la existencia de Israel es un hecho incontestable. Y a partir de ahí, mirar hacia delante y olvidarse del medievo. Ese medievo que padecen los pueblos árabes mientras sus tiranos se enriquecen.

En España, los medios de comunicación están más cerca de Hamas, Hizbulá y Al Qaeda que de Israel cuando surge algún conflicto armado. De vivir en paz y con el respeto de una vecindad normal, Israel suavizaría su fuerza militar y devolvería los territorios ocupados. Pero está en guerra, aunque alguna de sus diputadas no se haya enterado todavía. Y en una guerra suceden episodios terribles y no deseados por nadie. Pero es así. Y los que están en guerra, les guste o no a los buenistas con florecillas en la boca, son el siglo XXI y el sigo XII. Ahí está la verdadera desproporción.


La Rsazón - Opinión

Un Gobierno anticatólico

El verdadero proyecto de gobierno de Zapatero no es económico, sino social, y en él la desaparición de toda tradición católica juega un papel esencial. Y por eso el Ejército deberá rendir honores a Ban Ki-Moon y no al Cristo de Mena.



La Constitución especifica que nuestro país es aconfesional, es decir, no existe ninguna religión de estado, pero se cuida muy mucho de establecer de definir España como un Estado laico. Es decir, se optó por el modelo alemán de relación con las distintas iglesias y confesiones, dejando a un lado esa idea francesa de laicidad entendida como expulsión de lo religioso del ámbito público. Además, al consignar que el Estado deberá cooperar con las distintas confesiones, se destacó de entre ellas la Iglesia Católica, reconociendo así su especial implantación en nuestro país.

De este modo, la Constitución de 1978 evitó el error cometido en la Segunda República, un régimen de signo claramente antirreligioso que no tuvo en cuenta las creencias de la mayor parte de su población, y que fue de hecho activamente hostil a las mismas. La libertad religiosa fue una de las principales reivindicaciones de las revoluciones liberales, pero en ellas no se pretendía establecer ningún "muro de separación" que impidiese cualquier manifestación religiosa, fuese del tipo que fuese, dentro del ámbito del Estado. Para eso tuvieron que llegar otras revoluciones y otros gobernantes que de liberales, poco.

En España tanto la Constitución como el sentido común dejaron claro cuál debería ser la relación entre el ámbito público y la Iglesia católica. Se establecieron unas subvenciones como compensación del expolio que supuso la desamortización, y que quizá sean el punto más espinoso de las actuales relaciones entre Iglesia y Estado. Los sucesivos gobiernos y parlamentos han hecho y siguen haciendo leyes contrarias a la moral católica si así lo estiman conveniente, y los obispos y sacerdotes expresan su opinión sobre ellas y sobre otros asuntos públicos. Perviven asimismo numerosos símbolos de nuestra tradición católica, desde las procesiones a las fiestas del calendario, por más que muchos no los miren desde una óptica religiosa sino como una expresión de las costumbres de nuestro país.

El problema es que para el socialismo una religión como la católica es uno de los principales rivales en su objetivo de aislar al individuo y hacerlo dependiente de un Estado omnímodo. La Iglesia es, además, una presencia especialmente incómoda por cuanto no deja de recordar que no todo vale y que no todas las acciones son igualmente respetables desde un punto de vista moral. De ahí que Zapatero y su cohorte de cerebros progresistas no hayan parado desde que llegaron al Gobierno en su empeño de limpiar de "impurezas cristianas" el Estado español.

El último paso en este camino ha sido la absurda decisión de Carme Chacón de prohibir a los militares españoles rendir honores a diversas imágenes religiosas, una antigua costumbre que era respetada incluso por el Reglamento vigente hasta este año, que data de 1984, un año en el que, no está de más recordarlo, gobernaba el socialista Felipe González.

¿Qué más le da al Gobierno que los legionarios rindan honores al Cristo de la Buena Muerte de Málaga? ¿O que los militares de la Academia de Infantería de Toledo puedan rendir honores en la procesión del Corpus? Si se guiara por el sentido común, nada. ¿Acaso son legionarios los furiosos laicistas progres, o acuden éstos en masa a las procesiones? Pero el afán anticatólico del Gobierno se demuestra precisamente en casos así, prohibiendo manifestaciones religiosas contra las que nadie protesta, porque a nadie hacen daño, y mucho menos a los militares que participan en ellas con orgullo. El verdadero proyecto de gobierno de Zapatero no es económico, sino social, y en él la desaparición de toda tradición católica juega un papel esencial. Y por eso el Ejército deberá rendir honores a Ban Ki-Moon y no al Cristo de Mena.


Libertad Digital - Editorial

Garzón puede arruinar el «caso Gürtel»

EL «caso Gürtel» tiene otra sombra.

Primero fueron las grabaciones ilegales de las conversaciones entre abogados y defendidos en centros penitenciarios, flagrante vulneración del derecho a la defensa y a la privacidad de las comunicaciones. Ahora, el Supremo va a ampliar el sumario de las escuchas ilegales a otras posibles ilegalidades no menos graves. Uno de los abogados defensores ha denunciado a las fiscales encargadas del caso de presentar directamente la denuncia del «caso Gürtel» ante Garzón, con la excusa de que una persona mencionada en las investigaciones de esta trama aparecía en el «caso BBVA-Privanza», tramitado por el ahora suspendido juez de la Audiencia Nacional. Además, la ampliación de la querella incluye un hecho sumamente grave si es cierto: los fiscales del caso y Garzón ocultaron que un imputado del «caso Gürtel», Pablo Crespo, había exonerado de culpa a Francisco Camps en el asunto de los trajes.

Por lo pronto, el magistrado que instruye la causa contra Garzón en la Sala Segunda ha admitido la ampliación de la querella y esto supone un salto cualitativo en los hechos. Es insólito que dos fiscales estén siendo investigadas por hechos ilícitos cometidos en el ejercicio de sus funciones. La responsabilidad criminal de los fiscales ha sido siempre una quimera y no hay antecedentes en la jurisprudencia penal. Sólo esta novedad es suficiente para medir la gravedad de la nueva querella admitida. En cuanto a Garzón, las diligencias que se practiquen determinarán si hizo bien o mal en quedarse con el «caso Gürtel», pero será una oportunidad para saber cómo es posible que la mayoría de los asuntos relevantes que pasaban por la Audiencia Nacional cayeran en sus manos inapelablemente. El argumento de la conexión entre ambos casos por una misma persona no justifica la presentación directa de la denuncia de la Fiscalía anticorrupción ante Garzón. Las consecuencias de haber vulnerado las normas de reparto son muy graves, porque la ley lo sanciona con la nulidad de actuaciones. Hay que tener en cuenta que no se habría infringido una mera norma administrativa, sino que se habría vulnerado el principio de juez predeterminado por la ley, que es una garantía constitucional para evitar el juez ad hoc. ¿Fue Garzón el juez de conveniencia de la Fiscalía anticorrupción?

Y, por supuesto, si se ha ocultado una declaración favorable a Francisco Camps, habría quebrado la neutralidad a la que se deben jueces y fiscales en la investigación penal y estaríamos ante un caso escandaloso -y delictivo- de obstrucción a la justicia y de indefensión.


ABC - Editorial