lunes, 14 de junio de 2010

Madurez, humildad y confianza. Por Félix Madero

Alguien que precisa seis años para enterarse de que gobernar es ingrato da idea de lo que es.

EN España la senda la marcan tres futbolistas capitanes que invitan a sacar de nosotros la excelencia que tenemos dentro.

Aquí mismo recuerda Baura que lo que pasa en política se entiende mejor si buscamos su correspondencia en otros lugares. En el fútbol, por ejemplo. Al aplicar tan elemental método llegaremos a alguna conclusión, a una, que por evidente y cierta no pueda discutirse en estos tiempos en que Duran Lleida hace de flotador del Gobierno, pero luego quiere para él el espacio que sólo corresponde a la oposición, un lugar en el que no está el catalán. Duran es un intermitente hombre de Estado al que siempre le dolerá más Cataluña que España, si es que le duele alguna. Ahora califica las reformas del Gobierno de «churro». Y no tengo palabras, siendo la verdad que Zapatero hace la masa mientras Duran aprieta la churrera.


Julián Ávila entrevistaba ayer en ABC a los capitanes de la selección: Casillas, Pujol y Xavi. La entrevista envía a la afición un mensaje que enseguida hace que uno busque su correspondencia en el barbecho en el que se dirimen las cosas de la política. Para ganar, dicen, se necesitan madurez, humildad, confianza. Estas tres virtudes propias de una vida hermosamente resuelta residen hoy en un grupo de futbolistas. Menos mal. Supongo que el periodista no ha tenido problemas para que los capitanes respondan al mismo tiempo sobre hechos que perciben con meridiana claridad. Uno es del Madrid, los otros dos, del Barça. Eternos rivales con una capacidad envidiable: elevarse por encima de sus procedencias y señalar con precisión un interés general que se llama España. Aquí la senda la marcan tres futbolistas capitanes que invitan a sacar de nosotros la excelencia que tenemos dentro. Igual que Zapatero, Rajoy y Duran Lleida, pero al revés.

Ahora que vuelve el viejo PSOE para dejar en evidencia la poquedad del nuevo, un maduro, confiado y ¿humilde? Felipe González proclama verdades que Zapatero no compra. Instalados en la depresión y los números jodidos —las cifras son jodidas, José Luis—, no duda en señalar que ser progresista es también producir más y mejor; y hacer el trabajo bien y premiar al que más trabaja. En esto no repara Zapatero, que muestra un sms que Felipe le mandó el día del tijeretazo: gobernar es duro cuando se toman decisiones. No le dé más vueltas: alguien que precisa seis años para enterarse de que gobernar es ingrato da idea de lo que es. De aquello de sangre, sudor y lágrimas llegamos a esto de madurez, humildad y confianza. Sólo se encuentran si se buscan. En ese ejercicio la inteligencia y la humildad son imprescindibles. Perdóneme, amigo lector, pero no estoy pensando en nadie. Lamentablemente, en nadie.


ABC - Opinión

Negociación con ETA. ¿Quién pasea a mi madre?. Por Teresa Jiménez Becerril

Si Alberto y su mujer siguieran vivos como era lo razonable a sus 37 años, estarían criando a sus tres hijos y eso también aliviaría a mi madre que tiene que seguir haciéndolo sin ninguna ayuda por dependencia a sus 78 años

Si ETA con el apoyo político de tipos como Díez Usabiaga no hubiera asesinado a mi hermano, seguro que mi madre tendría hoy un hijo que la pasearía como este batasuno pasea a su madre en la horita libre que le permiten sus actividades que, según los tribunales que le condenaron, consistían en rehacer el brazo político de ETA. Además si Alberto y su mujer siguieran vivos como era lo razonable a sus 37 años, estarían criando a sus tres hijos y eso también aliviaría a mi madre que tiene que seguir haciéndolo sin ninguna ayuda por dependencia a sus 78 años.

La excarcelación de Díez Usabiaga ha sido una triste manera por parte de juez Garzón de despedirse de las víctimas de ETA, quienes cada día ven menos claro si en el futuro tendrán garantizada la Justicia que merecen.


Me pongo a temblar cuando oigo a Eguiguren hablar de "pacificación", y me viene a la memoria el durísimo y falso proceso de paz que las víctimas del terrorismo y tantos españoles que nos apoyaban, tuvimos que afrontar la pasada legislatura. Me pregunto si será "pacificación" el nuevo eufemismo de "negociación con organización terrorista" acuñado para esta nueva estrategia negociadora. Ayer nos dijeron que las víctimas mentían o exageraban y hoy nos dicen exactamente lo mismo. La grave coyuntura económica ayuda a desviar la atención de la sociedad y favorece los movimientos en la oscuridad de una negociación indolora. Es demasiado tentador para el Gobierno de Zapatero no volver a las andadas cuando es el único conejo que les queda en la chistera. Pero lo de la "pacificación de ETA" sin nada a cambio no se lo cree nadie, Sr. Eguiguren.

Así, que dejen de tomarnos el pelo y si es lo que creen conveniente siéntense con los encapuchados o con sus portavoces y sean responsables de sus actos como nosotros las víctimas lo fuimos y lo seremos de los nuestros si es que ustedes deciden dar a ese "mundo abertzale" como le gusta llamar a los etarras, lo único que le pueden dar; la libertad de sus presos. Les pediría que esta vez evitasen los falsos nombres y el indecente espectáculo de intentar vendernos de nuevo una ETA buena. Las tragaderas de los españoles tienen un límite.


Libertad Digital - Opinión

¿Parto de los montes o de la pulga?. Por José María Carrascal

La reforma laboral del Gobierno me suena a aquello de «la parte contratante del contrato, etc., etc»

¿ES la reforma laboral del Gobierno un parto de los montes o de la pulga? Ya saben, los montes, con mucho estruendo, dieron a luz un ratón, mientras la pulga dio a luz un elefante. He tenido la paciencia de leerme el texto íntegro propuesto por el Gobierno a los partidos, y debo admitir que sigo como estaba. Me suena a aquello de «la parte contratante del contrato, etc., etc». Posiblemente se deba a mi inesxperiencia en textos legales. Pero luego he examinado las declaraciones de las partes contratantes, y mi confusión no ha hecho más que aumentar. Los sindicatos rechazan categóricamente el texto. Los empresarios lo rechazan también, aunque no tan categóricamente. Y el Gobierno, ¿qué dice el Gobierno? Pues dice sí, pero no. «La reforma es equilibrada porque mantiene básicamente la red de derechos de los trabajadores», asegura Zapatero. Mientras su ministro del Trabajo insiste: «La reforma no es para abaratar el despido».

Lo que me deja turulato. Porque, vamos a ver, si lo que viene impidiendo la contratación es el alto coste del despido, y se nos dice que la reforma del mercado laboral no es para abaratar el despido, ¿cómo van los empresarios a contratar nuevos trabajadores? Y si no se contratan nuevos trabajadores, ¿cómo va a disminuir el paro, que es el principal objetivo de tal reforma?

De ahí mi perplejidad, que al parecer comparte mucha gente, empezando por los empresarios, que exponen sus objeciones a este documento: no deja suficientemente claras las causas del despido objetivo. Sigue dejando demasiado margen a los jueces y les parece demasiado alta la cantidad fijada al despido en los contratos de formación. Consecuencia: no ayudará al fomento del empleo. En cuanto a los sindicatos, no se andan con tantos rodeos: rechazan el documento por considerarlo lesivo a los intereses de los trabajadores, y punto.

Pero al Gobierno lo que le interesa ahora es conseguir los apoyos necesarios en el Congreso para pasar ese ratón o elefante que acaba de parir. ¿Los conseguirá? Vaya usted a saber, pues en vez de aclarar las cosas, parece haberlas complicado más de lo que estaban. Y vaya usted a saber también lo que le cuesta obtener los votos necesarios. Lo que nos cuentan, mejor dicho, pues, como en ocasiones anteriores, tendremos que pagarlos a precio de oro de nuestro bolsillo. Si es que los consigue.

Lo importante, sin embargo, es si consigue convencer a los mercados. Si lo toman como el primer paso de las reformas amplias, duras, profundas que España necesita o como otro capotazo de un gobierno a una crisis que no se atreve a coger por los cuernos. Hoy, al abrirse las bolsas, lo sabremos.


ABC - Opinión

Cospedal. La kefiya y el secuestro. Por Cristina Losada

Ahora compiten ambos partidos por ser el que más y mejor defiende a los trabajadores. El PSOE lucha por mantener su obsoleta retórica obrerista. Y el PP la hace suya para diluir su identidad, en teoría, liberal-conservadora.

La señora de Cospedal, adornada con un pañuelo palestino fashion, me recordó de golpe a Patricia Hearst. Aquella joven heredera de un emporio periodístico, perfectamente apolítica, que secuestrada por el Ejército Simbiótico de Liberación, una de las bandas surgidas del alucine sesentero, se convirtió a la causa de sus captores y llegó a asaltar un banco. La foto de Hearst, ya rebautizada como Tania en honor a la compañera del Che y posando con un fusil AK-47 ante el psicodélico símbolo del grupo, ha quedado como plasmación gráfica de un enigma humano.

Un misterio similar al que, salvando las distancias siderales, nos propone la secretaria general del Partido Popular con su kefiya al cuello. Tan secuestrado tiene la izquierda el imaginario, que a la derecha le entra el síndrome de Estocolmo y se suma a él sin complejos y sin reflexión en muchos casos. Puro acto reflejo el de unirse a aquello que se ha instalado como convención: ante todo, no seamos diferentes. Un modus operandi que conduce a gestos casuales como el de Cospedal o deliberados, como la reprimenda del alcalde de Madrid a Israel en las páginas de El País.


La prenda representativa de ese terrorismo que ha perpetuado el drama palestino, se ha vuelto, en años recientes, un accesorio de moda. Así, se han popularizado versiones modernizadas de la kefiya que lucen los adolescentes y forman parte de un fenómeno de comercialización del "chic radical", como lo llamó Tom Wolfe hace décadas. En las pasarelas, como entre los artistas, se lleva –y puntúa– el "compromiso". Estar "comprometido", se entiende, con las causas que han obtenido el marchamo de políticamente correctas. Pocos se arriesgan a ir contracorriente.

No está el PP para correr riesgos de esa clase, desde luego. Por ello, se encuentra en una fase de intensas y súbitas conversiones, paralela a la que afecta al Partido Socialista. Ahora compiten ambos partidos por ser el que más y mejor defiende a los trabajadores. El PSOE lucha por mantener viva esa obsoleta retórica obrerista que le sirve para marcar identidad de "izquierdas". Y el PP la hace suya para diluir su identidad, en teoría, liberal-conservadora. Así, gane quien gane, siempre gana el imaginario de la izquierda. Y quienes lo administran: la gente suele preferir el original a la copia.


Libertad Digital - Opinión

La soledad de Regina Otaola. Por Gabriel Albiac

El exilio es aquello a lo cual se ve forzado un hombre cuando sus compañeros de armas lo abandonan

A GAIN to sea!, «¡a la mar de nuevo!», clama el Childe Harold de Byron. Again to sea!, replica el joven Chateaubriand que huye de la ya imparable deriva que llevará del París festivo de la revolución de 1789 al sombrío tiempo sellado por el Gran Terror del año 1794. Y Chateaubriand, que había visto en aquel verano del 89 a la Asamblea Constituyente como «la más ilustre congregación popular jamás surgida en nación alguna», sabe ahora que no queda más que huir, vacío de esperanza y de futuro. «No llevaba conmigo más que mi juventud y mis ilusiones», en ese crepúsculo de Saint-Malo que ve zarpar hacia América al bergantín de cuya tripulación es parte el que llegará a ser el más grande prosista de la lengua francesa. «Desertaba de un mundo cuyo polvo había pisado y cuyas estrellas contado, a cambio de un mundo cuyo tierra y cielo me eran desconocidos». A eso se llama exilio: pérdida de todo cuanto talló la poca cosa que somos.

Me viene, de inmediato, a la memoria el pasaje desolador de las Memorias de ultratumba, al leer, esta mañana, que Regina Otaola ha optado por abandonar el País Vasco. No hay sorpresa. Para mí, al menos. No sé, a decir verdad, cómo ha podido aguantar tanto. Porque, al fin, resistir al enemigo, aun cuando sea a un enemigo abrumadoramente más poderoso, está en la lógica del guerrero y no merece siquiera un calificativo de elogio. Aquel que combate, apuesta su propia vida en compañía de los suyos. A la sublime manera de aquellos espartanos, de cuya sobria perseverancia en la batalla contra el Persa nos dio Herodoto constancia en la conmovedora, por lo austera, leyenda de su estela fúnebre: «Viajero, ve y di a los lacedemonios que aquí yacemos por respeto a sus leyes». Heroísmo y retórica se excluyen. Y el exilio no lo fuerza jamás la abrumadora superioridad del adversario al cual se combate. El exilio es aquello a lo cual se ve forzado un hombre cuando sus compañeros de armas lo abandonan. O vuelven contra él sus filos. Exilio es la más alta forma de la soledad. También, por eso, del ser libre. Aunque una soledad así y una libertad a tan alto precio pagada, pocos puedan soportarlas. Si es que alguno. «Me aniquilaba —anota Chateubriand en esa huida —la desesperación sin causa que llevaba en el fondo de mi alma».

Dieter Brandau me pidió, hace un año, seleccionar un poema con el cual ilustrar su reportaje sobre la diaria batalla en solitario de la alcaldesa de Lizarza. Elegí uno de Robert Desnos, quizás el más grande poeta amatorio francés del siglo veinte, aniquilado en un campo de exterminio nazi: Este corazón que odiaba la guerra. Retomo de su anaquel la bella edición en Gallimard de las Obrasde aquel judío resistente y derrotado, que alzaba su poema «como el sonido de una campana que llama a la rebelión y al combate», en un tiempo en el cual «una sola palabra, Libertad, bastó para despertar las viejas cóleras». Perdió su envite Desnos. Lo pierde ahora Otaola, lamentablemente abandonada por los suyos. Y uno sabe que hay veces —casi todas, en cuanto concierne a la terrible especie humana— en que es mil veces preferible la derrota. Saber eso no está al alcance del alma de un político. Pero, ¿acaso «alma» y «político» no se excluyen?


ABC - Opinión

Sindicatos. Huelga general. Por José García Domínguez

Más que un paro general, lo que han de promover Toxo y Méndez será un psicodrama esquizoide: un simulacro escénico de apostasía frente al zapaterismo, el suyo, que en ningún caso debería contar con la complicidad del PP.

Conforme al guión previsto, parece que las organizaciones sindicales van a hurgar en el fondo del baúl mitológico de la izquierda para sacar a relucir la huelga general. En fin, reflejos fieles del raquitismo congénito de nuestra sociedad civil, es de sobra conocido que tampoco ellas representan a casi nadie. Razón de que, entre otras regalías, sus jerarcas exijan ser mantenidos por el Estado como una burocracia parasitaria más. Un asunto, ése de la impúdica haraganería de las cúpulas gremiales, que suele enervar a cierta derecha cándida; la que nunca ha viajado en metro y que, por tanto, ignora lo muy útiles que resultan Comisiones y UGT con tal de diluir en la nada a la genuina disidencia antisistema.

A fin de cuentas, si la cofradía de los rinconetes y los cortadillos liberados, el innúmero ejército de pícaros sufragado con cargo al Presupuesto, no existiera, habría que inventarla. Igual que procedió hacer durante la Transición con la central socialista, resucitada a golpe de talonario ora alemán, ora yanqui. De ahí que, más que un paro general, lo que han de promover Toxo y Méndez será un psicodrama esquizoide: la airada revuelta a favor del Gobierno pero contra su política. Un simulacro escénico de apostasía frente al zapaterismo, el suyo, que en ningún caso debería contar con la complicidad del Partido Popular. A ese propósito, el de la tentación peronista y su corolario, el oportunismo electoral más burdo, hay quien recuerda ahora la torpeza cósmica de Fraga cuando el referéndum de la OTAN, error pueril que desarmaría intelectualmente a la oposición durante años.

Pocos hacen memoria, sin embargo, de otro yerro no menos absurdo, el del apoyo al pulso que le lanzara Nicolás Redondo a González, allá por 1988. Con la derecha toda, empezando por la prensa y acabando por la patronal, del bracete de los compañeros del metal, el paro resultó un éxito histórico. Consecuencia empírica de la gran hazaña: el Partido Popular aún hubo de esperar ocho años más antes de ganar unas elecciones. Frente a esa plaga crónica en el conservadurismo hispano, la de los maquiavelos de Atapuerca, prestos siempre a asaltar el poder como sea, por una vez, debiera imponerse la inteligencia política. Si alguna queda, claro.


Libertad Digital - Opinión

La estrategia del mal menor. Por Ignacio Camacho

El respaldo de ZP cae en picado y cada vez son más los convencidos de que los socialistas van a perder



LA única política coherente de este Gobierno, y desde luego la única consistente en el tiempo y la práctica, consiste en sembrar dudas por tierra, mar y aire sobre la capacidad del PP para erigirse en alternativa. Flaco argumentario derrotista y abatido —«depre», diría Felipe González— que admite de manera implícita la incompetencia errática y la falta de congruencia del liderazgo zapaterista, cuya caída en descrédito resulta tan imposible de minimizar que sólo pueden tratar de relativizarla con una comparación desesperada. Es la teoría del mal menor, desafortunadamente resumida en el célebre lapsus de José Griñán que venía a reconocer la debilidad de la posición propia: «Que Zapatero sea malo no les convierte a ustedes en buenos», dijo el presidente andaluz antes de darse cuenta, por las carcajadas de los adversarios, que había puesto el dedo en la llaga más dolorosa de su muy lacerado bando. Los socialistas han interiorizado el problema crítico y les aflora hasta en la búsqueda de excusas para disimularlo.

Es cierto que, quizá por primera vez en esta democracia, al desgaste creciente del Gobierno no sólo no se corresponde un desarrollo similar de las perspectivas de la oposición, sino que la valoración de ambos tiende a un estancamiento negativo que da cuenta de una profunda crisis política y de confianza. Pero las tripas de los sondeos esconden realidades menos alentadoras para el PSOE. La primera es que Mariano Rajoy —cuya mala nota es fruto de la baja estima de una izquierda que no le votará nunca— tiene mejor coeficiente de apoyo entre sus electores que Zapatero entre los suyos, y la segunda que aumenta el número de ciudadanos que ven en el PP mayor solvencia para salir de la crisis. Los vasos comunicantes siguen siendo estrechos porque en España hay poca gente que cambie su voto de un partido a otro, pero el respaldo de ZP cae en picado y cada vez son más los convencidos, a derecha e izquierda, de que los socialistas van a perder las próximas elecciones. Ese estado de opinión está consolidando, aunque al trantrán, una brecha que se parece bastante a un clima de vuelco sociológico.

Para protegerse de los escombros, la estrategia gubernamental va a centrarse en los debates de superficialidad ideológica que suelen darle buen resultado. Política de gestos y ruido demagógico: mucho laicismo, izquierdismo retórico, cortinas de humo que movilicen al electorado radical y confundan al moderado. El zapaterismo sabe que de la economía tiene poco que esperar, sobre todo tras la antipática y forzosa conversión al ajuste duro del presidente exproteccionista. Si el PP elude esa trampa y gestiona con responsabilidad y tiento sus expectativas no habrá mal menor que frene la demanda de cambio.


ABC - Opinión

Crisis. El misterio de la soberanía perdida. Por José García Domínguez

Si la Merkel se ha visto forzada a salvarnos de nosotros mismos no es por improbable piedad luterana, sino por los exorbitantes 140.000 millones de euros en forma de ladrillos hispanos que lastran el porvenir de su sistema financiero.

Esa atolondrada urgencia, el repentino, súbito, absurdo atropello con que el Gobierno pretende saldar una reforma laboral mil veces postergada por desidia, no sólo denota la ciclotímica incompetencia de Zapatero. Y es que la necesidad perentoria de aprobar el decreto "como sea" deja entrever, sobre todo, que de la soberanía nacional poco más resta que una piadosa fachada Potemkin, apenas otra ficción de exclusivo consumo doméstico. Empecinadamente cainitas, en justa correspondencia a la tradición secular del energumenismo celtíbero, los grandes partidos repudiaron en su día suscribir un nuevo Pacto de la Moncloa. Resultaría mucho mejor, barruntaron al alimón, que las reformas nos las impusiesen desde el exterior y por la fuerza, antes que acordarlas de grado y entre nosotros.

Qué le vamos a hacer, los deudos asilvestrados del Conde don Julián somos así. Y a estas alturas del fin de la Historia, pocas esperanzas caben de que se descubra remedio terapéutico a lo nuestro. Consecuentes, ahora, habremos de obedecer a cuanto se nos ordene en Bruselas y Berlín con ese diligente servilismo que aquí siempre hemos sabido reservar para con los de fuera. Y aún debiéramos dar gracias porque en el mundo existan unos genios de las finanzas corporativas todavía más ineptos que los españoles: los alemanes. Al cabo, si la Merkel se ha visto forzada a salvarnos de nosotros mismos no es por improbable piedad luterana, sino por los exorbitantes 140.000 millones de euros en forma de ladrillos hispanos que lastran el porvenir de su sistema financiero.

Ciento cuarenta mil millones: la mitad –nada menos– de toda la basura hipotecaria importada que se amontona en los balances de los bancos de Alemania. Un delirio a plazo fijo e interés compuesto, ése de la deuda privada peninsular, que, en el fondo, esconde al verdadero causante del nerviosismo algo histérico de los mercados con las cuentas del Reino de España. Por lo demás, y dado que la política continúa siendo el arte de elegir entre lo malo y lo peor, PSOE y PP pueden seguir cultivando el disenso y eternizar su reyerta de muleros, tan grata siempre a los descerebrados de las dos aficiones. A fin de cuentas, ya hemos llegado al fondo del pozo, pero aún procede cavar hacia abajo. Ánimo, pues.


Libertad Digital - Opinión

Deuda asfisiante

EL agujero del Estado, que a finales de abril alcanzaba los 488.392 millones de euros, representa una deuda de 11.842 euros para cada español

EL agujero del Estado, que a finales de abril alcanzaba los 488.392 millones de euros, representa una deuda de 11.842 euros para cada español. Las cifras, demoledoras para la economía nacional, son el resultado de la insostenible e irresponsable política de gasto que el Ejecutivo socialista ha llevado a cabo en los últimos años con la ilusión —interesada— de que la crisis era un fenómeno extraño, inexistente dentro de nuestra fronteras. Los últimos meses han marcado una curva ascendente en el gráfico de los números rojos de las cuentas públicas, amenazadas además, por unos vencimientos de deuda cuyo interés no deja de crecer. Con estas cifras, las medidas de recorte anunciadas por el jecutivo (15.000 millones de euros para 2010 y 2011) solo van a suponer una reucción mínima de gigantesco y creciente gujero resultante de su gestión. La tardanza y la tibieza con que el Gobierno ha empezado a responder a la crisis y a cerrar el grifo de un derroche que sigue goteando y la incapacidad de hacer creíble su política complican la reaja de un deuda no solo asfixiante para el Estado, sino para los millones de españoles que han de pagarla con su sacrificio.

ABC - Editorial

Traición en ETA

Los últimos meses hemos sido testigos de un acelerado declive de la actividad de la banda etarra.

La política antiterrorista, superada la negra etapa de la negociación, se centró en la derrota policial de ETA y el acorralamiento y deslegitimación de su entramado. La extraordinaria eficacia de las Fuerzas de Seguridad del Estado, con un esfuerzo y un trabajo ímprobo de los agentes, sumada la estrecha colaboración internacional, han propiciado un escenario crítico para los intereses terroristas. Para quienes cuestionaron la tesis de que es posible una victoria policial y judicial del Estado de Derecho sobre ETA, el balance de estos años de trabajo y, especialmente, de los últimos meses, debería despejar todas las dudas. Es factible y moralmente imprescindible un final con vencedores y vencidos.

La banda se enfrenta a su peor horizonte y las informaciones de las que se dispone sobre lo que ocurre en su interior avalan la teoría de que, lejos de ser sacrificados héroes por la libertad del País Vasco e idealistas sin intereses personales, constituyen un colectivo capaz de todo por el poder y por ese modo de vida basado en la extorsión y el terror.

LA RAZÓN informa hoy en exclusiva sobre un episodio desconocido en la trayectoria etarra que explica completamente las razones de por qué ETA se encuentra en la mayor crisis de su historia, más allá de la sobresaliente labor de las Fuerzas de Seguridad. Hablamos de un caso de alta traición en el seno de la banda o, al menos, eso es lo que piensa la dirección etarra. Según las conclusiones de la comisión de conflictos de ETA, Francisco López, «Thierry», jefe del aparato político hasta su arresto, provocó la detención de otros siete terroristas por su negativa a informar sobre las circunstancias de su detención y su nula colaboración con la cúpula criminal. Según los expertos antiterroristas consultados, no hay duda de que los etarras «entregados» por el silencioso «Thierry» fueron Garikoitz Azpiazu «Txeroki», con el que mantenía una disputa dura, y su sucesor Aitzol Iriondo, entre otros. Es más que probable que las Fuerzas de Seguridad hubieran llegado hasta estos cabecillas por sus propios medios, pero ETA no lo pensaba así hasta el extremo de que expulsó de la banda al que fue uno de sus jefes, «Thierry», y su representante en la negociación con el Gobierno.

Este capítulo oscuro de las rencillas internas de ETA puede explicar también algunos movimientos posteriores en la denominada izquierda abertzale, e incluso en las últimas disensiones en el colectivo de presos. No puede ser casualidad que destacados batasunos se hayan arriesgado a movimientos de distanciamiento que en otra situación de la banda habrían sido inimaginables.

La democracia no se puede confundir nuevamente con ETA. La experiencia, la amarga experiencia, ha demostrado que ésta aprovecha cualquier síntoma de debilidad o duda para fortalecerse y rearmarse. No más balones de oxígeno ni sondeos. La actual política antiterrorista, fruto del consenso, funciona, y su aplicación ha empujado a los criminales a una lenta agonía. Queda el final, sin bajar la guardia, sin proetarras en las instituciones, con la Policía y la Justicia como instrumentos de un triunfo definitivo.


La Razón - Editorial

No es hora para la demagogia obrerista

Cabría preguntarse los derechos de qué trabajadores defiende una legislación laboral que tiende a proteger a los indefinidos a costa de la sangría de los temporales.

Nuestra clase política ha heredado ciertos lenguaje marxista como muestra claramente siempre que apelan a los trabajadores. PP y PSOE hablan constantemente de que la reforma laboral debe preservar y proteger los derechos de los trabajadores, como si éstos se vieran amenazados por unos empresarios cuya única obsesión es despedirlos a las primeras de cambio.

Sin embargo, el colectivo de "los trabajadores" dista de ser una masa de autómatas con intereses perfectamente homogéneos. Al cabo, uno de los principales problemas de nuestro mercado laboral es el de la llamada dualidad: los trabajadores que llevan numerosos años en una empresa son demasiado costosos de despedir y tan pronto como vienen mal dadas el empresario opta por prescindir de los más jóvenes, por mucho más productivos que le puedan resultar. Así las cosas, cabría preguntarse los derechos de qué trabajadores defiende una legislación laboral que tiende a proteger a los indefinidos a costa de la sangría de los temporales. Más bien, habría sido más exacto hablar de privilegios de unos trabajadores sobre otros, aunque tal imagen habría distorsionado el maniqueísmo marxista al que son tan dados nuestros políticos.


Lo cierto, sin embargo, es que pocas cosas habrán hecho más daño a los trabajadores y a sus perspectivas económicas como este mito de que nuestros gobernantes deben protegerlos de sí mismos edificando una legislación laboral tremendamente rígida que actúa a la vez de barreras de salida y de entrada. El franquismo legó a la democracia un marco de relaciones laborales centralizado y alejado de las condiciones concretas de cada empresa y sector; los sindicatos de los trabajadores, por un lado, y los sindicatos de los empresarios, por otro, negocian las condiciones que deben imponerse a todas las compañías y a todos los trabajadores, lo que facilitaba ese ejercicio tan peligroso de establecer exigencias alejadas de la realidad. Ninguno de los gobiernos de la democracia, ni siquiera los presuntamente antifranquistas de izquierdas, se atrevieron a modificar en lo sustancial este marco (es más, se convirtieron en firmes defensores del mismo), lo que sirve para explicar por qué nuestro país tiene una tasa de paro estructural superior al 10% y sólo creamos empleo al crecer por encima de 2%.

El interés de los trabajadores exigía que la reforma laboral consistente en el abaratamiento del despido y en la eliminación de los convenios colectivos se hubiese acometido lo antes posible. Pero tanto el PP primero, echándose para atrás ante una fracasada huelga general, como sobre todo el PSOE después, subiéndose al carro del populismo obrerista en plena crisis, se cerraron en banda ante cualquier pequeño cambio. Cinco millones de parados después, ha sido Alemania la que ha tenido que imponer un poco de racionalidad al asunto. Alrededor de 30.000 millones de euros de nuestro déficit guardan relación con nuestra elevadísima tasa de paro: de nada servirá acometer recortes en el gasto si la economía sigue paralizada ante el masivo desempleo.

No deja de transmitir una pésima imagen de nuestro país que ahora al inmovilista PSOE le hayan entrado las prisas por aprobar una reforma laboral que de momento parece muy insuficiente y que el reformista PP esté planteándose seguir por el derrotero de sus peores críticas populistas al "tijeretazo" (que no eran las de Rajoy al exigir recortes adicionales, sino las de otros destacados dirigentes que se oponían a cualquier recorte "social").

Aunque sea complicado pedirle responsabilidad a nuestra clase política, pocas veces habrá sido más necesaria que en la coyuntura actual. El PSOE debería presentar este próximo miércoles una reforma que descentralice realmente las decisiones laborales y que extraiga de la discrecionalidad del juez la decisión sobre si un despido es improcedente o por causas objetivas (algo que la propuesta que entregó el viernes no logra); y el PP, por su lado, debería apoyar que la reforma vaya por el lado de la liberalización, sin que ello suponga un obstáculo para recordar que ha sido la obstinación socialista por no tocar el mercado de trabajo la que nos ha conducido a la situación actual.

En lugar de delegar sus tareas a Bruselas, PSOE y PP deberían empezar a gobernar y a ejercer de oposición a favor del ciudadano. Es decir, deberían olvidarse de sus prejuicios e intereses electorales y tomar las medidas que tanto unos como otros saben que resultan imprescindibles para tener alguna posibilidad de evitar el desastre nacional.


Libertad Digital - Editorial

Zapatero hunde al PSOE

El PP tiene actualmente una ventaja de voto estimado de casi doce puntos porcentuales sobre el PSOE. Si se consolida esta tendencia, la debacle socialista puede ser histórica

EL Partido Popular tiene actualmente una ventaja de voto estimado de casi doce puntos porcentuales sobre el Partido Socialista, según la encuesta que hoy publica ABC, realizada por la empresa DYM. La diferencia refleja la tendencia general de los sondeos conocidos en las últimas semanas, a raíz del «decretazo» antisocial aprobado por el Gobierno, que puso de manifiesto todas las contradicciones y falsedades del discurso oficial sobre la crisis. Esa ventaja del PP es también importante en la intención de voto, con casi nueve puntos de diferencia, cuando en diciembre de 2009 era solo de 1,4 por ciento. Hay, por tanto, una tendencia preelectoral que está consolidándose a favor del PP y en contra del PSOE. Si esta tendencia llega en las condiciones actuales a las próximas citas electorales —comicios catalanes el próximo otoño y elecciones municipales y autonómicas en la primavera de 2011—, la debacle socialista puede ser histórica. Esta perspectiva empieza a calar en el socialismo español, y tiene razones para que sea así, porque la encuesta de DYM revela que, a día de hoy, Rodríguez Zapatero perjudica claramente la «marca PSOE», hasta el extremo de que una mayoría de sus votantes (55 frente a 37 por ciento) considera que no debe ser candidato en las próximas elecciones.

La valoración sobre Mariano Rajoy como candidato es mejor entre sus seguidores, pero por la mínima, porque sus votantes apoyan en un 50 por ciento, frente a un 48, que sea candidato. Lo importante para los populares es que esta opinión sobre Rajoy —mejor visto como presidente que Rodríguez Zapatero— no merma la fidelidad del voto de sus electores, lo que a su vez explica la solidez del PP sobre el PSOE. Ahora bien, que ambos líderes compartan la misma valoración (una mala nota de 3,2, y bajando) debe emplazar al PP a cambiar los fundamentos de su ventaja, para que dejen de tener un sesgo coyuntural y pasen a ser definitivos.

En cualquier caso, es significativa la reserva de votos que a priori conserva el PP respecto a las elecciones generales de 2008, en contraste con los sufragios que retendría el PSOE, ya que el 81 por ciento de los votantes que hace dos años se inclinaron por apoyar a Rajoy continuarán haciéndolo, cuando en el caso de Rodríguez Zapatero solo repetirían voto el 43 por ciento, dando pie a una amplia abstención. El dato resulta demoledor, especialmente porque si hace dos años, tras la derrota electoral, surgieron muchas dudas en el centro-derecha español sobre la idoneidad de que Mariano Rajoy repitiese candidatura en 2012, ahora el 45,3 por ciento de los votos que el sondeo DYM atribuye al PP le situarían directamente en un escenario de mayoría absoluta, que abriría una profunda crisis en el PSOE. Solo el incremento de votos previsto para UPyD y CiU podría «rebañarle» escaños al PP en Madrid y Cataluña, pero en ningún caso serían escaños en liza con el PSOE.

Ni en sus peores augurios el PSOE había calculado que a mitad de legislatura los varapalos económicos generarían internamente en el partido, y externamente en la sociedad, una crisis de credibilidad y desconfianza tan severa. Lo peor para los socialistas, según se empieza a admitir en círculos del PSOE, es la incapacidad y el escaso margen de maniobra para remontar. El temor es que la pésima gestión de la crisis económica y los «bandazos» impuestos desde el exterior, unidos al efecto del «tijeretazo» social, a la incapacidad para generar empleo, a las consecuencias que pueda conllevar el «decretazo» de la reforma laboral y al incremento de impuestos en los próximos meses, conviertan el declive electoral del PSOE en un proceso irreversible. En este sentido, la gran incógnita que abre esta encuesta es el límite que tiene el PSOE para tolerar el daño que Zapatero le está causando. No sería extraño que pronto empezara una campaña de opinión publicada y de mensajes encriptados desde el partido que trasladara al ciudadano la idea de que Zapatero ya no representa al verdadero PSOE y de que va por libre. El canibalismo de los partidos es implacable, pero en este caso la responsabilidad política de Zapatero por la desastrosa gestión de la crisis y del Estado está compartida con su partido.


ABC - Editorial