viernes, 18 de junio de 2010

Crisis. Riesgos y miedos. Por Agapito Maestre

Nadie cree en Zapatero, pero son pocos los que se atreven a dar un paso al frente para hacerse cargo de la extrema gravedad de la situación económica y política.

Dicen los ilusos que "el Gobierno se ha puesto a gobernar", pero ya es demasiado tarde. No conseguirá aplacar a nadie. Sindicatos, patronal, oposición, líderes europeos y, en fin, los terribles mercados piden la cabeza de Zapatero. No son suficientes las medidas de ajuste económico ni el decreto sobre el mercado laboral para detener los riesgos, los altos riesgos, que corre Zapatero. El presidente del Gobierno tiene los días contados en esta legislatura: dimite o convoca elecciones anticipadas.

Soy escéptico sobre esa opinión. He ahí dos motivos de mi escepticismo. Primero. El Gobierno sigue tan fuera de juego como hace dos años, pero sigue en el poder, gana tiempo y desconcierta a sus oponentes gracias a las imposiciones de la UE. Segundo. Es cierto que esas acciones llegan tarde para España, seguramente demasiado tarde, pero no para el Gobierno; pues que son esas medidas las que están dándole vida al propio Ejecutivo, por ejemplo, ayer, en Bruselas, Zapatero sacó pecho por la reforma laboral aprobada el miércoles, e incluso el FMI ha valorado muy positivamente las medidas de ajustes adoptadas por España.


No obstante, la crisis económica, sin duda alguna, puede acabar con este Ejecutivo, pero, por desgracia, también la propia envergadura de la crisis hace que los críticos de Zapatero se muestren cada vez más remisos e indolentes a la hora de pedir su cabeza. Para empezar, el PP ha dejado de pedir con insistencia el adelanto de las elecciones. Tampoco se le ve muy animado y contundente a la hora de pedir su dimisión. Y, por supuesto, son muy pocos, quizá ninguno, entre los políticos profesionales en activo que pidan un Gobierno de concentración nacional, que sería, en mi opinión, la mejor solución para empezar a salir de una crisis tan terrible.

Por lo tanto, nadie cree en Zapatero, pero son pocos los que se atreven a dar un paso al frente para hacerse cargo de la extrema gravedad de la situación económica y política. Esa baza no la desaprovechará un tipo como Zapatero. Su situación es de extrema debilidad política, pero la venderá como un triunfo. Todavía le quedan piezas para maniobrar, por ejemplo, supresión de algunos ministerios, remodelación del Gobierno, nombramiento de algún peso pesado de los socialistas, decreto sobre pensiones, etcétera, etcétera.

Sin embargo, quizá sólo haya un asunto que le resultará difícil ocultar a Zapatero, a saber, la intervención de la UE en la "suspensión de pago" de España. Sí, sí, España será intervenida más pronto que tarde por la UE como le sucedió a Grecia. De hecho, ayer, en la última reunión del Consejo de Europa, presidido por Zapatero, se hacían apuestas entre los periodistas y los políticos sobre cuál sería la mejor fecha para intervenir nuestra economía. ¿Qué pasará ese día? ¿Cómo reaccionará la opinión pública? Y, sobre todo, cuando llegue ese día, sí, cuando el Gobierno de España pida un crédito a la UE para pagar las deudas de España que vencerán el próximo mes, ¿qué hará el PP?


Libertad Digital - Opinión

La lección griega. Por Fernando Fernández

No me llamen antipatriota, pero estamos cometiendo el mismo error que Grecia, aunque esta vez con menos justificación.

EL Gobierno ha aprobado la esperada reforma laboral y no ha cambiado gran cosa. No ha variado la opinión de sindicatos y patronal, ni el voto de los partidos políticos. Tampoco el criterio de los analistas que, aunque subrayan que se ha perdido una gran oportunidad para modificar el marco de relaciones laborales, se han dividido entre los que ven motivo de alegría en que el decreto posibilita el descuelgue de los convenios colectivos y los que subrayan el mantenimiento de la tutela judicial efectiva; para entendernos, la presunción de culpabilidad del empresario y la consiguiente limitación a la flexibilidad interna y externa de las empresas.

Lo que no ha cambiado en absoluto es la imagen de la economía española, como demuestra que el diferencial de la deuda, ese árbitro implacable, siga por encima de 220 puntos básicos. Cierto que ayer el Tesoro pudo colocar la deuda, pero el precio pagado fue altísimo. Tan alto que ya son legión los que lo consideran insostenible.


Era ingenuo pensar que un hecho concreto podría hacer volver la confianza a los inversores que han tachado la casilla España. Pero eso no disminuye la magnitud del problema. Si todas las reformas ya han sido anunciadas tenemos un problema. Porque una de dos, o no hemos sabido venderlas, que es la tesis oficial, o algo nuevo habrá que inventar. Como la primera opción es pueril, literalmente de niño enrabietado, tendremos que ser más creativos, en economía y en política.

En economía no nos queda más que pedir ayuda internacional. No me llamen antipatriota, por favor, pero estamos cometiendo el mismo error que Grecia, aunque esta vez con menos justificación. Si los mercados están histéricos y han perdido el norte, si están castigando injustamente a España como dicen, si en definitiva estamos asistiendo a un contagio inmerecido, ¿por qué no acudir a los mecanismos especialmente dispuestos para este tipo de situaciones excepcionales?: el Mecanismo Europeo de Estabilización y la facilidad de crédito flexible del FMI. No hacerlo por orgullo o por evitarse el coste político no es, desde luego, en mi libro de estilo sinónimo de patriotismo precisamente. Confiar en que la gente de fuera va a entrar en razón es simplemente un suicidio a plazo, como el de Grecia. La historia de episodios internacionales similares es concluyente. Ningún país al que los inversores habían colocado en suspensión de pagos, ha recuperado nunca el crédito sin un shock externo. Salvo Brasil tras la crisis argentina, pero allí hubo unas elecciones, un cambio de gobierno y una auténtica revolución en lo económico.

Lo que me lleva para terminar a la política. Sin novedades profundas no habrá recuperación. Lo sabe el propio presidente que coquetea con un cambio de gobierno que incorpore criterio y respetabilidad a un ejecutivo errante, por mudable y equivocado. Puede funcionar, pero lo dudo sin que signifique también una mayoría parlamentaria estable. Un gobierno de coalición o unas elecciones anticipadas son las únicas alternativas razonables. Cuanto antes se decida el presiente mejor, porque los inversores no van cambiar de opinión por mucho que salgan bonitas palabras de Madrid y Bruselas.


ABC - Opinión

Reforma laboral. Jugar al pierde-gana. Por Emilio Campmany

Lo que no tiene sentido es que el PSOE vote a favor de la tramitación del Decreto-Ley como proyecto de ley, pues si esto fuera lo que el Gobierno quisiera, le hubiera bastado remitir a las Cortes precisamente eso, un proyecto de ley.

Es famosa la anécdota de Pío Cabanillas padre, quien, interrogado acerca del resultado de no sé cuál congreso de la UCD, contestó: "Aún no sabemos quiénes vamos a ganar". Eso mismo es lo que pretende hacer el PSOE, pero al revés. Zapatero podría muy bien decir, si le preguntaran por el destino que en el Congreso le espera al Real Decreto-Ley de la reforma laboral algo así como: "aún no sabemos quiénes vamos a perder".

Es completamente absurdo que el Grupo Socialista en el Congreso, que sostiene al Gobierno de Zapatero, vote a favor de que el Decreto-Ley se tramite como proyecto de ley.

En España existe formalmente la división de poderes. El Gobierno, por tanto, no puede hacer leyes. Ésta función está reservada a las Cortes. Sin embargo, para casos de urgencia, se permite que el Gobierno dicte decretos-leyes, que han de ser convalidados por el Congreso para tener plena validez. Cabe, no obstante, la posibilidad de que una mayoría de la cámara, estimando la urgencia de una regulación, entienda que la remitida por el Gobierno no es la correcta y prefiera, después de convalidar el decreto, tramitarlo como proyecto de ley por el procedimiento de urgencia para darse la oportunidad de introducir enmiendas. La posibilidad está expresamente prevista en el artículo 86.3 de la Constitución: "Durante el plazo establecido en el apartado anterior (treinta días), las Cortes podrán tramitarlos (los decretos-leyes) como proyectos de ley por el procedimiento de urgencia".


Por eso, se hacen dos votaciones en el Congreso, una para convalidar el Decreto-Ley y otra, para el caso de haberlo sido, con el fin de decidir si se tramita como proyecto de ley o queda convalidado tal cual lo redactó el Gobierno.

La tramitación como proyecto de ley es un peaje que puede imponer la oposición cuando considere que la materia exige la urgencia legislativa, pero desaprueba el concreto modo en que propone regularla el Gobierno. Lo que no tiene sentido y carece de toda lógica es que el partido del Gobierno vote a favor de la tramitación del Decreto-Ley como proyecto de ley, pues si esto fuera lo que el Gobierno quisiera, que se tramitara como proyecto de ley, le hubiera bastado remitir a las Cortes precisamente eso, un proyecto de ley con petición expresa de que se tramitara por el procedimiento de urgencia, exigencia que las Cortes están obligadas a cumplir.

Entonces, ¿por qué no lo han hecho? Por un lado no podían limitarse a hacer un proyecto de ley porque la Unión Europea exige que las medidas entren en vigor de inmediato y, por otro, tienen que votar a favor de la tramitación como proyecto de ley para que no se note que es la oposición quien lo impone. Es como si, en cualquier otro asunto, el grupo parlamentario socialista votara contra el Gobierno para que no se note que el Gobierno pierde una votación.

Pero como el que mucho abarca poco aprieta, el resultado es que la reforma laboral que Zapatero ha presentado este jueves en Bruselas serán unas páginas del BOE que dicen que entran en vigor el mismo día de su publicación, aunque la realidad será que no es más que un proyecto de ley que en un mes puede tener un contenido muy diferente. ¿Será capaz de engañarles tan burdamente? Si lo consigue, chapeau.


Libertad Digital - Opinión

Europa, más Europa. Por César Alonso de los Ríos

España llegó tarde a Europa y se nota.

Es algo que se pone de manifiesto en los debates sobre la salida de la crisis. Por ejemplo, oímos constantes lamentaciones sobre la pérdida de nuestra «soberanía·. ¿Soberanía dentro de la UE? Me resulta inquietante desde el punto de vista institucional y político. Cuando, en todo caso, deberíamos aspirar a verdadero gobierno europeo, a un gobierno efectivo ¿se puede aceptar que dirigentes de partidos se quejen de la subordinación de España a políticas comunitarias? No son raras las críticas de comentaristas políticos a las «imposiciones» de Bruselas y no precisamente a la tardanza del Gobierno de ZP en obedecer las recomendaciones. Pero si esto fue desidia, incapacidad o simplemente cerrilismo ¿qué decir de quienes estarían dispuestos a echarse al monte, esto es, a la autarquía? Porque la línea del debate de fondo está siendo tal que algunos han tenido que recurrir a las consignas de Ortega para defender su europeísmo. En estos momentos de desolación echo de menos un sujeto político europeo, un real gobierno europeo, una Europa no ya confederal sino federal, un gran Estado plurinacional, con una política fiscal.

En estas horas inquietantes mi desolación ha tenido un momento de alivio al leer un texto de Amin Maalouf que quiero trasladar a mis lectores, quizá tan necesitados de ánimo como yo. Escribe el novelista libanés en «El desajuste del mundo» lo siguiente: «Cuando recorro con la vista las diversas regiones del globo, es precisamente Europa la que menos me preocupa… calibra mejor que las demás la amplitud de los retos a los que tiene que enfrentarse la humanidad… cuenta con los hombres y con las entidades necesarias para tratar el tema eficazmente y, de este modo, aparejar soluciones… implica un proyecto de agrupación y un marcado desvelo por la ética por más que a veces parezca que asume ambos con menos bríos». Que así sea.

ABC - Opinión

Crisis. El protectorado español. Por Florentino Portero

Hace bien Mariano Rajoy en reconocer que se prepara para escenarios distintos, porque no está nada claro que Rodríguez Zapatero pueda soportar los embates que la realidad, que tanto ha hecho por crear, le depara.

Cuentan las crónicas que en las vísperas del Desastre de Cuba los madrileños acudieron con pasmosa tranquilidad a una tarde más de toros, como si nada relevante estuviera en juego, como si su mundo estuviera garantizado. No fue algo excepcional. Los historiadores chocan, una y otra vez, con ejemplos semejantes de insensatez colectiva. ¿Cómo explicar la alegría liberadora con la que los jóvenes europeos fueron a la I Guerra Mundial, esa guerrita que iba a ser tan breve como resolutiva? El paisaje urbano de nuestras ciudades a primeras horas de la tarde del miércoles pasado es un ejemplo más de esa tendencia del ser humano a no querer ver aquello para lo que no tiene, o no quiere tener, respuesta.

Después de más de treinta años de practicar una diplomacia dirigida a "situar a España en el puesto que le corresponde" nos encontramos en el umbral de que se establezca en nuestro país algo parecido a un "protectorado económico", por el que el Fondo Monetario Internacional y la Unión Europea impondrán un ajuste económico a cambio de una garantía de financiación. Es el fracaso de una nación que, tras conquistar posición y prestigio, se ha comportado de forma irresponsable hasta sufrir finalmente una crisis de solvencia que pone en peligro la propia pervivencia del euro.


La crisis a la que tenemos que hacer frente es grave y compleja. Grave porque supone ajustar nuestra capacidad económica a la realidad, lo que implica reconocer que nuestro nivel de vida bajará, que nuestras pensiones se reducirán, que nuestra Sanidad no podrá mantener sus prestaciones... Estamos endeudados y en paro, una encrucijada de difícil salida que requerirá liderazgo y energía. Compleja porque se combinan planos distintos. Hay una crisis económica general con perfiles propios en cada país; el proceso de integración europeo ha embarrancado; la viabilidad del euro no está asegurada; el modelo de administración autonómica y local es insostenible; y, por último, tenemos el peor de los gobiernos que imaginarse pueda.

Nuestra irresponsabilidad, no sólo la de nuestro presidente, nos ha llevado a donde tristemente nos encontramos. Vamos a perder el control de nuestra política económica, pero eso no resuelve todos nuestros problemas. ¿Quién va a dirigir el ajuste? El Partido Socialista tiene mayoría en la Cámara y no hay elecciones generales previstas hasta dentro de dos años. Esto nos plantea a algunas preguntas básicas: ¿será Rodríguez Zapatero capaz de llevar adelante el ajuste que se nos va a imponer? A la vista de lo que le ha costado la pequeña reforma del mercado laboral podemos dudarlo: ¿tendrá la visión, la disposición y el apoyo parlamentario suficiente para dirigir la reforma del estado autonómico? Es poco probable. ¿Podrá nuestro presidente soportar las fortísimas tensiones que tanto el Gobierno como la sociedad van a sufrir en los próximos meses: derrumbes bursátiles, debacles electorales, pérdida de confianza popular? No le será fácil. ¿Aceptarán los "notables" socialistas un guión que les aboca a la autodestrucción en dos años? Puede ser.

Cualquiera puede comprender la estrategia seguida por el Partido Popular, tendente a forzar al actual Gobierno –primer pero no único responsable de la crisis en la que nos encontramos– a sacarnos del callejón en que nos ha metido, cociéndose de paso en su propia salsa. No es éste momento para convocar elecciones generales, ni la agenda política lo facilita ni la coyuntura aconseja más demagogia. Es tiempo de aprobar medidas drásticas para reanimar una economía seriamente dañada y quién mejor que un presidente amortizado. Una política con resabios del Antiguo Testamento pero que puede verse, como tantas otras cosas, desbordada por la riada que se nos viene encima. Hace bien Mariano Rajoy en reconocer que se prepara para escenarios distintos, porque no está nada claro que Rodríguez Zapatero pueda soportar los embates que la realidad, que tanto ha hecho por crear, le depara. Pero prepararse es mucho más que mentalizarse, condición previa pero insuficiente. ¿Tiene el PP un plan para reformar la España de las autonomías, a cuya quiebra ha colaborado como el resto de las fuerzas políticas? ¿Están dispuestos a asumir la impopularidad de aplicar un ajuste drástico al dictado de entidades extranjeras? ¿Han elaborado un discurso para dirigirse a la sociedad y explicar la política que tendrán que hacer? A la vista del populismo neo-peronista del que vienen haciendo gala los portavoces de Génova no tenemos por qué ser optimistas.

El tiempo vuela y el momento de la verdad puede estar a la vuelta de la esquina.


Libertad Digital - Opinión

El Gobierno que viene. Por M. Martín Ferrand

Cabe sospechar, en razón de la idiosincrasia del personaje, que será un nuevo Gobierno viejo.

ZAPATERO, convertida en mueca su vieja sonrisa, la del talante, culmina su semestre como presidente de la Unión Europea sin haber conseguido ninguna de las grandes metas que se había propuesto, y nos había anunciado, para bien aprovechar su posibilidad planetaria. Tal y como está Europa —tan funcionarial, tan anquilosada— no se puede hablar de ridículo, pero cerca le anda no haber culminado ni una sola de las grandes cumbres programadas. Ahora, tras haber oficiado como partero de una «reforma laboral» que tampoco pasará a la tabla de los momentos culminantes de nuestra Historia, ya solo le queda a José Luis Rodríguez Zapatero preparar —¿perpetrar?— el Gobierno con el que poder llegar, sin salir de La Moncloa, hasta las elecciones de 2012. Cabe sospechar, en razón de la idiosincrasia del personaje que será un nuevo Gobierno viejo.

José María Carrascal, revestido de filósofo en su magnífica autobiografía apócrifa de José Ortega y Gasset, le hace decir a su biografiado: «Un liberalismo socializado en una sociedad liberalizada era nuestro lema» —a finales del 1917, cuando con Félix Lorenzo y Nicolás María de Urgoiti, preparaba la salida del diario El Sol—. De ahí vienen siempre los líos, de la confusión y de las mezcolanzas complacientes. Pretendía un periódico diferente, una política diferente y una España diferente... y les salió todo demasiado diferente. ¿No nos bastaría con ser, más o menos, iguales que los más notables y prósperos de los países de nuestro entorno continental? En el caso del Gobierno de Zapatero, si no es realmente diferente del actual no será Gobierno. Ejercerá como tal, pero sin más orden ni concierto que el de una voluntariosa e inexperta muchachada atemperada por tres viejos felipistas, Alfredo Pérez Rubalcaba, Manuel Chaves y Ángel Gabilondo.

La selección de personal no es, por lo que llevamos visto, la mejor habilidad de Zapatero; pero, nombres al margen, si su próximo Gobierno no prescinde de dos vicepresidencias y, por lo menos, cuatro Ministerios —Ciencia y Tecnología, Cultura, Vivienda e Igualdad— estaremos hablando de maquillaje y no de propósito de la enmienda. Será difícil que quien ha evidenciado gran aversión a la excelencia resulte capaz de rodearse de los mejores; pero supondrá un avance que no lo haga, como ahora, de una selección de los peores. Ya veremos y nos divertiremos, sobre todo, con el nuevo emplazamiento de José Blanco, pretendido hombre de Estado de lunes a viernes y feroz sectario en los fines de semana. «En España —vuelvo a citar a Carrascal-Ortega— por no pasar nunca nada, cuando pasa, siempre hay riesgo de que pase todo».


ABC - Opinión

El grito de Toxo (CCOO) y el partido de los trabajadores (PP). Por Antonio Casado

En este debate barato y palabrero que despachan a diario los medios de comunicación, rendidos a la última ocurrencia del político más pizpireto o el tertuliano más faltón, la descarga verbal del día viene firmada por el secretario general de Comisiones Obreras, Ignacio Fernández Toxo. Como diría el colega Carlos Herrera, la frase pide mármol: “Estamos sin dirección política, económica y laboral, y se necesita un cambio importante de Gobierno”.

Ya no están solos los dirigentes del PP en su esforzado papel de cronistas de la cuenta atrás. Toxo tampoco es partidario de Zapatero. Al menos d este Zapatero del ajuste que nos desajusta, el que rompió con sus votantes al anunciar en el Congreso el hachazo brutal, el golpe helado, a los funcionarios, los pensionistas, las mamás lactantes y los pobres del Tercer Mundo. El mismo Zapatero que, según Toxo, ha legitimado con su reforma del mercado de trabajo la huelga general convocada por los sindicatos para el día 29 de junio.


¿Y eso por qué? Porque esa reforma “solo servirá para crear más paro”, dijo ayer en la radio el líder de CC OO, en sintonía con las valoraciones que durante estás últimas cuarenta y ocho horas hemos venido escuchando en boca de los dirigentes del PP. El propio Mariano Rajoy se mostraba ayer en Bruselas muy escéptico sobre la posibilidad de que la reforma laboral que hoy entra en vigor sirva para crear empleo. Pero la coincidencia, que viene a cerrar un inesperado bucle, es plena en lo que se refiere a conjugar el síndrome del piloto borracho con la necesidad de un cambio urgente en la cabina de mandos.

Ahora lo entendemos. Por fin el PP se quita la careta y muestra su verdadero rostro de partido comprometido con la causa de los trabajadores. De los trabajadores, ojo, no de los sindicatos, y menos de los “liberados”, como inmediatamente matizarían Esperanza Aguirre, en formato político, y mi amigo Miguel Angel Rodríguez, en formato mediático.

Bueno, vale, dejémoslo en las palabras de la secretaria general del partido, Maria Dolores de Cospedal: “El PP es el partido de los trabajadores”. Pero no demos cuartos al pregonero. O sea, a la vicepresidenta del Gobierno, Fernández de la Vega, cuando nos previene del riesgo: el principal partido de la oposición puede enredarse en las obsoletas doctrinas del marxismo-leninismo. Que no cunda el pánico. Aunque uno se queda más tranquilo al escuchar a un conocido dirigente empresarial sobrado de lucidez. Lo decía ayer a mediodía en una conversación privada: “¿Qué por qué Cospedal dice que el PP es el partido de los trabajadores? Muy sencillo, porque a la hora de votar los trabajadores son muchos más que los empresarios”.

Ah, bueno. Nos quita un peso de encima. Lo cual no impide al PP esté feliz con el hecho de que los sindicatos se sumen a la patriótica tarea de seguir contando las horas que faltan para el hundimiento. Uff.


El Confidencial - Opinión

Reforma laboral. Zapatero y el puro de Churchill. Por Cristina Losada

¿Qué se fizo de tanto galán que en plazas y ruedos clamaba contra el abaratamiento del despido que pretendía la derecha de la mano de la patronal? Pues ahí están, frescos y sobrados como si los hechos nunca dejaran de darles la razón.

El veterano Zapatero le da consejos al novato Cameron. Los hombres mayores, escribió La Rochefoucauld, gustan de ofrecer buenos consejos para consolarse de que ya no pueden dar mal ejemplo. No es, desde luego, el caso del presidente. Siempre ha mantenido a alto rendimiento su capacidad para elegir el camino equivocado. Precisamente así lo ha hecho en todo cuanto acaba de recomendar al premier británico. Haga el ajuste y las reformas "cuanto antes y lo más ampliamente posible", le predicó el gobernante socialista que ha dilatado hasta la agonía el instante de emprender una mínima reducción del gasto público y una abstrusa reforma laboral. Pero la gracia que adorna a la izquierda reside ahí; en dotarle a uno de confianza inextinguible en que puede y debe dar lecciones. Al prójimo, por supuesto.

Zapatero aplicó con tal ejemplaridad las instrucciones que le ha impartido a Cameron que, durante dos años, delegó la responsabilidad de la reforma en quienes no podían ni debían aprobarla. La hurtaron al parlamento, ellos, que tanto encomian la política ("la política vence a los mercados") y el resultado es que ha de ir allí en forma de farragoso texto y semillero de confusiones. Pero que la letra pequeña no oculte la grande. Mientras se hace la necesaria exégesis de los treinta y nueve folios, la noticia está en la calle: el despido se abarata. Y sea ello real o virtual, lo cierto es que se ha roto uno de los tabúes más inviolables que regían en España desde la época de Franco. Abaratar el despido era anatema, pecado, verboten y, de la noche a la mañana, resulta un concepto imbuido de razonabilidad.

Así, como quien no quiere la cosa, ha caído otro de los baluartes del socialismo de Atapuerca y Zapatero ha perdido una seña de identidad más. Se ha quedado sin el puro, como Churchill. A Sir Winston se lo quitaron con el photoshop y el presidente se hace el photoshop quitándose uno de los amuletos de su política sosial. ¿Qué se fizo de tanto galán que en plazas y ruedos clamaba contra el abaratamiento del despido que pretendía la derecha de la mano de la patronal? Pues ahí están, frescos y sobrados como si los hechos nunca dejaran de darles la razón, sentando cátedra en el mundo mundial.


Libertad Digital - Opinión

Fomento del despido. Por Ignacio Camacho

Para que se note un toque socialdemócrata el Gobierno ha añadido por su cuenta… ¡el despido subvencionado!

VA a ser una escabechina. La reforma laboral teóricamente destinada a estimular el empleo ha acabado, por mucho que se trate de disimular con el eufemismo de la «flexibilización», en un decreto de fomento del despido. El pendulazo zapaterista ha pasado de negarse en redondo a tocar la protección de los trabajadores a dejarlos en la más desapacible de las intemperies; el líder rojo de los mineros de Rodiezmo ha alumbrado un marco legal que parece inspirado en el radicalismo liberal de Margaret Thatcher. Eso sí, para que se note un toque socialdemócrata el Gobierno ha añadido por su cuenta… ¡el despido subvencionado!, aunque la subvención sea sólo aparente (en realidad se trata de un prorrateo de costes) toda vez que el Fogasa lo nutren los propios empresarios. Ayudas oficiales para despedir gente: esto lo hace un gobierno de derechas y los sindicatos le queman el país por los cuatro costados.

Zapatero, que en su anterior y tan reciente etapa proteccionista insistía en que las reformas laborales no crean empleo, podía haberse conformado en su turboconversión con redactar una que al menos no lo destruyese. Al permitir a empresas en pérdidas —«con resultados negativos» dice el oscuro y ambiguo texto— el despido de empleados con 20 días de salario por año en lugar de los 45 vigentes, y crear además un nuevo contrato de indemnizaciones más bajas (33 días), el decretazoabre la puerta a una criba masiva del actual mercado de trabajo y constituye casi una invitación a reconvertir el tejido laboral. Cualquier asalariado con cierta antigüedad se vuelve sospechoso en una circunstancia en que la mayoría de las empresas están en apuros; sólo la tutela judicial podrá impedir, y ya veremos cómo, la liquidación efectiva de los derechos adquiridos.

Todo esto lo acaba de propiciar un sedicente Gobierno socialista, reconvertido por la necesidad de mantenerse en el poder tras haber fracasado en una política de despilfarro. El presidente que blasonaba de rojerío biográfico y vocacional ha triturado la protección laboral envainándose sin tapujos sus falaces proclamas retóricas, mientras sus amigos sindicalistas aplazan las protestas para no molestar hasta después del verano. Y la cúpula patronal se queja con la boquita chica; Zapatero y Díaz Marsanshan demostrado ser perfectamente complementarios. Se necesitaban dos líderes así para urdir esta chapuza.

Falta por saber la opinión del nuevo Partido de los Trabajadores, el PP reconstituido, facción cospedalista. Los nacionalistas catalanes ya han dicho que no le pondrán obstáculos al engendro; Durán Lleida podrá hacer otro discurso tremebundo que acabará echándole un cable a Zapatero. Los empresarios de su tierra se lo agradecerán y los democristianos son como Dios, ya se sabe: aprietan pero no ahogan.


ABC - Opinión

Zapatero, el escorpión

No podemos ser optimistas. Como buen progre de manual, cuando Zapatero nos llamaba "antipatriotas" en realidad nos acusaba de lo que él mismo es. Jamás reconocerá que la única salida de España es su marcha del Gobierno, ni le importa.

Resulta un ejercicio arriesgado ese de confiar en Zapatero, tanto que en Libertad Digital jamás nos hemos animado a practicarlo, y mucho menos en materia económica. Hemos criticado su irresponsabilidad incluso cuando las vacas estaban lozanas y daban leche de sobra, y hemos seguido haciéndolo cuando calificaba de antipatriotas a quienes advertíamos del desastre que se nos venía encima. Zapatero es un sectario deseoso de destruir la sociedad para intentar reconstruirla a su antojo, sí, pero en materia económica es sobre todo un inútil incapaz de entender cómo funciona el mercado y cómo solucionar los problemas que ellos mismos han creado.

Sin embargo, ha habido muchos que a partir de mayo decidieron darle un voto de confianza. No porque les pareciera la mejor persona para dirigir nuestros destinos, sino porque consideraban que al estar intervenidos de hecho por Alemania, Francia y Bruselas no tendría más remedio que hacer las reformas pertinentes, asumir el coste político y esperar a que para 2012 los españoles de izquierdas hubieran olvidado la afrenta. Otro presidente hubiera tenido que enfrentarse con una contestación mucho mayor por el mero hecho de ser de derechas. Así que lo mejor era que Zapatero hiciera lo que debía hacerse.


Será difícil mantener esa ficción tras el paripé de la reforma laboral. Zapatero se empeña en venderla ante el resto de Europa como la reforma que España realmente necesita, pero el texto del BOE mantiene en esencia los mismo defectos que hacen de nuestro mercado de trabajo uno de los más encorsetados del mundo. Tenga éxito o no en el empeño, ha dejado claro que no es otra cosa que el escorpión de la fábula de Esopo, que picó a la rana que lo ayudaba a cruzar el río, condenando a ambos a una muerte segura, porque era "su naturaleza". Del mismo modo, Zapatero no puede evitar la demagogia izquierdista en su política económica, aunque hunda España y, con ella, todo eso que llama "avances en derechos sociales".

Así, pese a que nuestros principales bancos pueden sacar pecho tras reconocer la Unión Europea su solvencia, tanto ellos como el resto del sistema financiero se veían obligados a recurrir al BCE para encontrar financiación, al negarles el resto de los bancos europeos el dinero que necesitan para refinanciar sus deudas. Parece claro que el problema no está en su solvencia, sino en que nadie confía ya en España ni, por tanto, en las empresas españolas. Un problema que sólo podría solucionarse si desapareciera Zapatero y todo su Gobierno y llegara alguien que, al menos, llevara algo de incertidumbre a lo que hoy es una certeza más allá de nuestras fronteras.

No podemos ser optimistas. Como buen progre de manual, cuando Zapatero nos llamaba "antipatriotas" en realidad nos acusaba de lo que él mismo es. Jamás reconocerá que la única salida de España es su marcha del Gobierno, ni le importa. Nunca quiso otra cosa que el poder, y nada más le interesa. Seguirá intentando hacer lo menos posible, como ya hemos visto con los mínimos y desacertados recortes del déficit y la mínima y desacertada reforma laboral recién aprobada, con la esperanza de mantenerse en el poder. Pero como el escorpión de la fábula, debería llevar a cabo las reformas profundas y de calado que tiene la cara de aconsejar a Cameron, porque sólo eso permitiría a la economía remontar el vuelo y recuperar, quizá, el apoyo perdido de su electorado. Pero Zapatero nunca llegará a la otra orilla; es su naturaleza. Lástima que los españoles estemos haciendo el papel de rana.


Libertad Digital - Opinión

La agonía del Gobierno

Terminada la presidencia europea, ya no le quedan más metas volantes al Gobierno ni excusas para reclamar a la oposición silencios patrióticos.

EL Consejo Europeo celebrado ayer puso fin a la triste y vacía presidencia española de la Unión Europea, una oportunidad que el Gobierno vendió como la ocasión propicia para relanzar la imagen maltrecha del presidente Zapatero, entre anuncios solemnes sobre el liderazgo progresista bipolar con Barack Obama y el magisterio social que iba a impartir entre sus socios europeos. El balance de este semestre merece, sin duda, una valoración sosegada, porque demuestra que España se ha quedado descolgada diplomáticamente de todas sus áreas naturales de actuación internacional. Por ahora, es suficiente comprobar cómo circula el nombre de España por los circuitos políticos y económicos europeos. Ayer, la noticia fue que no se iba a hablar de España y de su crisis en el Consejo Europeo, como si ser invisible fuera para nuestro país la mejor opción en este momento. Por desgracia, puede que así sea después de unas semanas en las que España ha sido objeto de gravísimos pronósticos acerca de su solvencia financiera. Ciertamente, los supuestos preparativos del rescate europeo de España han sido rotundamente desmentidos desde Bruselas, lo cual obliga a acoger con prevención algunos análisis apocalípticos. En todo caso, que esos avisos fueran, al parecer, infundados no significa que la situación real de la economía española sea mejor que la que refleja la desconfianza de los mercados. Por lo pronto, a pesar de las medidas anticrisis y de la reforma laboral, el Tesoro español tuvo que pagar por encima del cinco por ciento su deuda y el diferencial con el bono alemán supera los 220 puntos. En estos datos no hay más que un diagnóstico frío sobre la confianza que merecemos.

Y este es el principal problema de España para engancharse a una recuperación colectiva de las principales economías occidentales: que el Gobierno socialista no inspira seguridad ni certidumbre. Incluso la reciente reforma laboral publicada ayer por el Boletín Oficial del Estado es objeto de controversia en el Gobierno y el PSOE, porque de uno y otro salen mensajes contradictorios acerca de si será o no modificada durante el procedimiento parlamentario de su proyecto de ley. Si el propio Gobierno y su partido no saben exactamente qué futuro espera a esta reforma, será difícil que los mercados se animen y que los trabajadores y los empresarios empiecen ya a utilizar intensamente sus modificaciones.

El único consenso que ha logrado el Gobierno se refiere a su agotamiento político. Ayer mismo, el secretario general de Comisiones Obreras, Ignacio Fernández Toxo, reconoció que «España necesita un cambio de Gobierno». Todo aparenta que habrá crisis gubernamental a corto plazo, aunque este cartucho ya lo quemó Zapatero cuando cambió al equipo económico de Pedro Solbes por el de Elena Salgado. Un movimiento de entrada y salida de ministros, con alguna supresión ministerial incluida, carece de sentido cuando la causa del problema afecta estructuralmente al proyecto político de Rodríguez

Zapatero para España, porque es un proyecto agotado en todas sus instancias. Cambiar ministros para que todo quede igual, ganar unas semanas de tregua por aquello del beneficio de la duda que merezcan los incorporados son ventajas irrisorias y efímeras que no resisten la carencia de un plan de dirección política que fije objetivos, precise los sacrificios y ofrezca esperanzas.

Terminada la presidencia europea, ya no le quedan más metas volantes al Gobierno ni excusas para reclamar a la oposición silencios patrióticos. Zapatero se las tiene que ver con España, tal y como está nuestro país. En estas circunstancias la única crisis de Gobierno admisible es la dimisión de su presidente y la convocatoria de elecciones anticipadas. Las razones del porqué de este adelanto son evidentes. La carga de la prueba recae en quien afirme que a este Gobierno aún le queda margen de maniobra para tomar decisiones, ejercer liderazgo y comprometer a los ciudadanos en una etapa de sacrificios. Quien, como Rodríguez Zapatero, le ha venido negando sistemáticamente a España las oportunidades de amortiguar la crisis con medidas que debieron tomarse hace años no tiene argumentos creíbles para defender el agotamiento de su mandato en 2012. Sólo un pura y simple voluntad de permanecer en el poder a toda costa, y sin dar a los españoles el derecho a decidir sobre políticas que no pudieron votar en 2008, explica esta contumaz y dolorosa agonía del Gobierno socialista de Rodríguez Zapatero.


ABC - Editorial