viernes, 23 de julio de 2010

Un oscuro decenario. Por M. Martín Ferrand

En este tiempo, Rodríguez Zapatero ha dado numerosos testimonios de su escaso compromiso con la verdad.

¿QUÉ hubiera sucedido en España si hace diez años —ayer se cumplieron— el PSOE, en lugar de elegir como secretario general a José Luis Rodríguez Zapateo, hubiera optado por cualquier a de los otros tres candidatos al cargo, José Bono, Matilde Fernández y Rosa Díez? Seguramente no hay ejercicio más inútil, demoledor y frustrante que tratar de reconstruir un pasado hipotético, tal y como ha hecho Zapatero con la memoria histórica para resucitar unos odios ya caducados; pero el juego es tentador y sugiere algunas enseñanzas política y cívicas para quienes no se sientan ya, esclavizados a una sigla, poseedores de la verdad y en la certeza de su conducta electoral. Zapatero sucedió en la Secretaría General de su partido a Joaquín Almunia, un personaje más valioso que cotizado, por la aplicación del españolísimo principio del «mal menor», generalmente causante de catástrofes inmensas.

La esforzada sindicalista y ex ministra de Asuntos Sociales, Matilde Fernández, fue rechazada por «guerrista» y ahora sestea en un escaño de la Asamblea de Madrid. Rosa Díez, la menos votada de los aspirantes y entonces veterana en la política socialista del País Vasco, decidió volar por su cuenta y hoy lidera, con más ahínco que posibilidades, un partido, el UPyD, que es el sexto más votado entre todos los españoles y uno de los tres que, en verdad y todavía, pueden decirse nacionales. José Bono, que encabezaba los pronósticos, obtuvo 9 votos menos que los 414 que auparon al, hasta entonces, silente e ignoto diputado leonés y cabeza de una «Nueva vía» que ha resultado ser una vía muerta y que, de hecho, ya se ha llevado por delante en la vida pública a muchos de sus pocos integrantes. Bono, en el Congreso y en plena turbulencia personal y mediática, capea el temporal.

Decía el párroco de mi pueblo, en un alarde de optimismo muy meritorio en tiempos en que la borona era un manjar, que siempre ocurre lo mejor entre todo lo que tiene que ocurrir. Zapatero sobrevino como presidente, hace seis años y contra las previsiones más sentadas, tras los últimos delirios aznaritas simbolizados en una boda mayestática y delirante en El Escorial, en la confusión del 11-M en el que las intrigas de unos y las torpezas de otros resultan igualmente censurables. En este tiempo ha sentado cátedra de improvisador temerario y nos ha dado numerosos testimonios de su escaso compromiso con la verdad. Es capaz de prometerle un AVE e Miguel Ángel Revilla, un Estatuta José Montilla, la felicidad a los españoles y un sosegado veraneo a toda su familia que es, por cierto, lo único que se apresta a cumplir.


ABC - Opinión

Balance sin cierre de la década ZP ("sigues en el camino"). Por Antonio Casado

El vídeo de la celebración no puede ser más explícito: “Con tu compromiso, seguimos en el camino”. Ni evasión ni despedida. Dicho sea para los pregoneros de la cuenta atrás. Esta vez sin las ínfulas de Vista Alegre. Casi una fiesta de amigos bajo la mirada petrificada de Pablo Iglesias en la sede socialista. Tiempo de balance por imperativo del calendario.

Balance sin cierre: “Con tu forma de ser y de gobernar”, “después de diez años, sigues en el camino”, “seguimos en el camino”. Destellos verbales elaborados por encargo para desmentir el desfallecimiento del personaje. Es el trabajo de las agencias de publicidad. Otra cosa es lo que dirán las urnas dentro de veinte meses sobre el agotamiento o la prórroga del proyecto fletado hace diez años en el recinto ferial “Juan Carlos I” de Madrid (35 Congreso del PSOE).

A nuestra disposición, de momento, los hechos y la trayectoria del dirigente socialista hilvanada en la primera década del siglo XXI. La trayectoria tiene la forma de una “U” pero invertida. Y la valoración de los hechos va por barrios, a expensas del cristal con el que se miran. Hay cristales limpios para distinguir las luces de las sombras. Y hay cristales empañados por los prejuicios, el sectarismo y la aversión personal, que son de generosa aplicación al líder del PSOE y presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero.


Haber y debe

El balance, sin cierre, es claramente positivo en la perspectiva de sus votantes, mayoritariamente de izquierdas. O “progresistas”, por utilizar un término al uso cuyo significado nunca he acabado de entender. Al menos hasta el reciente golpe de timón impuesto por la situación económica. Equivale a romper el contrato con sus electores y hacerle el trabajo a la derecha neoliberal. De ahí se deriva su hundimiento en las encuestas, no de una inesperada ola de entusiasmo en torno a sus adversarios políticos.

En la memoria de la década (cuatro años en la oposición y seis en el Gobierno), queda un amplio capítulo de decisiones que han supuesto notables avances en materia social o han sintonizado con demandas propias de su electorado natural. Desde la celebradísima retirada de las tropas españolas de Iraq hasta la reciente Ley del Aborto. En el haber de Zapatero cuentan, asimismo logros irreversibles como la implantación del llamado “divorcio express”, la Ley contra la Violencia de Género, el matrimonio homosexual, la Ley de Dependencia, la mejora del poder adquisitivo de las pensiones, la regularización de casi un millón de inmigrantes rescatados de la economía sumergida, la subida del salario mínimo, etc.

En el debe, la falta de carisma, su desastrosa política de comunicación, su resistencia a ceder protagonismo a favor de sus ministros, de por sí con escaso peso a la hora de reclamarlo, o sus dificultades para trabajar en equipo. Eso en cuanto al perfil individual. En cuanto a la gestión propiamente dicha, bien ganada tiene la reprobación por su arriesgadísima política territorial, al haberse embarcado en un innecesario proceso de reformas estatutarias. Y, en otro orden de cosas, por haberse dormido en los laureles en tiempo de bonanza económica, sin promover las reformas estructurales que ahora prácticamente ha tenido que improvisar.


El Confidencial - Opinión

Nacionalismo. ¿Qué naciones componen España?. Por Guillermo Dupuy

Todos los que secundan semejante disparate contra nuestra historia y nuestra Constitución podrían tener, al menos, la gentileza de decirnos el número y el nombre de esas "naciones diversas" que abarca ese Estado -que no nación- denominado España.

No sé quien se inventó eso de España como "nación de naciones": ya fuera Anselmo Carretero, José María Jover, o quien fuese, el hecho es que esa expresión, históricamente falsa y lógicamente contradictoria, con la que muchos han querido congraciarse con los nacionalistas, ni siquiera ha servido para contentarles. Recuerdo unas declaraciones de Jordi Pujol, allá por los años noventa, en las que, tras afirmar que "Cataluña es una nación", negó esa condición a España con el demoledor argumento de que "el todo nunca puede ser igual a la parte".

El "problema" está, naturalmente, en que Cataluña jamás ha sido una nación y que aceptar como correcto semejante delirio político e identitario generaría muchísimos más problemas que los que soluciona, tanto para los ciudadanos catalanes como para el resto de los españoles.


Ya que Artur Mas opina lo contrario sobre la base de esa falsedad de origen de que "España es un Estado que incluye diversas naciones", tanto él como todos los que secundan semejante disparate contra nuestra historia y nuestra Constitución podrían tener, al menos, la gentileza de informarnos del número y del nombre de esas "naciones diversas" que abarca ese Estado denominado España. Sabemos que, según ellos, Cataluña es una de ellas; que el País Vasco y Galicia son otras dos. Ya llevamos tres. Mi pregunta es ¿el número y el nombre de las otras naciones que abarca ese Estado –que no nación– llamado España, coinciden con las que ahora reconocemos como comunidades autónomas? Dicho de otro modo, para Artur Mas, ¿Murcia es una de esas "naciones diversas" que hay en España? Y si no lo es, ¿a qué nación de España pertenece? ¿Y Alicante? La Comunidad Valenciana, históricamente conocida como Reino de Valencia, ¿es también una de esas naciones diversas que componen España? ¿O forma parte, a su vez, de la nación catalana?

El problema de considerar a Cataluña o a cualquier otra región española una nación es que se trata de un invento inacabado. El absurdo quedaría aun más de manifiesto si cada vez que oímos decir que "España es un Estado que incluye diversas naciones", dijéramos: ¿Ah, sí? ¿Cuáles?

No sé. A lo mejor Artur Más y compañía consideran que España es, a la vez dos cosas diferentes: Por una parte, el Estado que incluye "naciones diversas", pero también, y al mismo tiempo, una de esas naciones que, junto a Cataluña, País Vasco y Galicia, conforman dicho Estado plurinacional. Vayan ustedes a saber. Lo que parece evidente es que esto último de ser España a la vez conjunto y subconjunto tampoco sería compatible con la lógica, aun sobre premisas falsas, de la que hizo gala Pujol.

El hecho es que estas son cuestiones en las que los nacionalistas, y los que estérilmente los intentan contentar, no terminan de entrar. Concesiones como la de que España es una "nación de naciones", o incluso esa que, contra la historia y contra el lenguaje, se hizo en la Constitución al dividir España en regiones y "nacionalidades", han creado más problemas que los que han solucionado.

Puestos a delirar con que Cataluña es una nación –concesión que el Tribunal Constitucional también ha hecho en parte con la bochornosa excusa de que "no es jurídicamente vinculante"–, que lo hagan al menos sin incurrir en groseras contradicciones. Imaginación y capacidad de inventiva no les ha de faltar.


Libertad Digital - Opinión

La falacia de la responsabilidad. Por Fernando Fernández

No es que no haya hoja de ruta, guión o partitura; a eso ya nos habíamos acostumbrado. Lo que no hay es pianista.

SI algo ha quedado claro tras la votación de las resoluciones del debate sobre el Estado de la Nación es la soledad del Gobierno y su falta de independencia. Un Ejecutivo sometido a un doble protectorado, el franco-alemán en lo económico y el nacionalista vasco y catalán para su supervivencia política. ¿Es éste el Gobierno que España necesita? ¿Es éste el Gobierno que nos puede sacar de la mayor crisis económica de la democracia? ¿Es éste el Gobierno fuerte que puede reformar el mercado de trabajo y el sistema financiero y cerrar el modelo autonómico? No son preguntas menores, porque, a menos que alguien se las tome en serio, en el propio Partido Socialista y en los partidos que de forma oportunista sostienen al Ejecutivo con su voto puntual, nos perseguirán los próximos dos años y lastrarán cualquier rebrote de confianza nacional e internacional.

El argumento más serio en contra de la convocatoria adelantada de elecciones es la sensación de inseguridad y vacío de poder temporal que generan. De hecho, es el único argumento, porque la lógica y la ética democrática obligarían a convocarlas cuando un gobierno se desdice radicalmente de su programa electoral, aunque sea por causas sobrevenidas. Pero la fuerza de este argumento de vacío de poder desaparece cuando vemos al Gobierno tambalearse y jugarse su futuro en cada votación. Vamos a estar dos años en pleno vacío de poder. No es que no haya hoja de ruta, guión o partitura; a eso ya nos habíamos acostumbrado en estos seis años de improvisación y tactismo. Lo que no hay es pianista, y no lo puede haber porque tiene que andar mendigando un piano cada vez que hay actuación.

El discurso oficial es últimamente siempre el mismo: la situación exige responsabilidad y sacrificio y no es momento de hacer valer intereses electorales. Pero es un discurso que se compadece mal con los hechos, y peor con los cálculos aritméticos permanentes en los que se entretienen los vicepresidentes. Los hechos son que el Gobierno solo se sostiene porque CiU y PNV lo encuentran rentable electoralmente. Y que lo dejarán caer en cuanto no tengan nada más que rascar. CiU, porque su escenario ideal para las elecciones catalanas es un presidente del Gobierno de España rendido y un PSC maniatado en Madrid. No hay ninguna grandeza ni altura de miras en esa actitud. Tampoco nada condenable. Solo la suerte de un calendario propicio y la experiencia de saber utilizarlo. El PNV no puede esperar recuperar el poder en el País Vasco a corto plazo, pero sí mantener el que tiene, que es mucho, en las diputaciones. Cualquier otro escenario en el Gobierno central, una gran coalición o la alternancia, sería peor para sus intereses de partido, porque fortalecería la posición negociadora del PP en el País Vasco.

Esto es lo que vimos en el Congreso. Y lo que veremos todos los días que queden de legislatura. Por mucho que el presidente Zapatero se empeñe, y por muy eficaces que sean sus propagandistas, no es pensable que la población se crea en cada oportunidad —ajuste fiscal, límite de gasto, ley de cajas, reforma laboral, etc.— que de no apoyar al gobierno, España y Europa entera se irán al desastre. Puede funcionar una vez, pero si uno grita fuego todos los días al entrar en un cine sin numerar para elegir las mejores butacas, lo normal es que a la cuarta película el personal siga comiendo palomitas. Y que el aprendiz de pirómano sea expulsado de la sala.


ABC - Opinión

¡Menuda mala leche que se gasta De la Vega!. Por Federico Quevedo


La vicepresidenta primera del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega, es una mala persona. Lo digo así, sin acritud alguna. Verán, hay personas con las que se puede estar o no de acuerdo, con las que se puede disentir en el terreno de la cordialidad, e incluso a veces manifestar un desacuerdo más profundo y, sin embargo, tener una relación más o menos fluida dentro del mutuo respeto.

En mi caso, hay políticos destacados del Partido Socialista con los que me llevo muy bien, discrepancias aparte, y otros con los que creía que esa relación sería más difícil y en los que luego he descubierto que en el terreno de lo personal hay mucho espacio para el entendimiento. Lo mismo ocurre con políticos del centro-derecha a pesar de la afinidad ideológica: hay algunos a los que no les confiaría nada que tuviera en cierta estima. Y luego hay malas personas, gente que, independientemente de su inclinación ideológica, demuestra un permanente desprecio por los demás, sobre todo si los demás forman parte de sus adversarios políticos, y en ese perfil encaja a la perfección María Teresa Fernández de la Vega.


Ayer, sin ir más lejos, demostró una vez más -una de muchas-, que su empeño por demonizar al PP no conoce límites, y decir, como dijo, que “el PP temía el triunfo de La Roja por si aumentaba el optimismo” es de una mendacidad propia de quien solo mira a través del prisma de su propia perversión. Como comprenderán, no merece la pena ni dedicar una línea a desmentirlo, pero sí un artículo a denunciar semejante manifestación de sectarismo y rencor, que solo puede venir motivada por dos razones: la primera, una complicada situación personal y, la segunda, el nerviosismo propio de quien ve óomo desde el punto de vista político las aguas para ellos bajan turbias y no auguran nada bueno en el futuro próximo.

Batallas perdidas

Me referiré a su situación personal, obviamente ligada a la política -su vida privada no me interesa lo más mínimo-, primero. De la Vega, la mujer con el fondo de armario más profundo de la Historia de España, es vicepresidenta desde la pasada legislatura. Pero si bien es cierto que durante los primeros cuatro años de Gobierno de Rodríguez su figura política creció hasta a veces, incluso, ensombrecer la de su jefe, también lo es que en estos dos años de la segunda legislatura se ha ido precipitando al vacío que produce que se haya descubierto la verdadera dimensión de su persona.

Y es que, lejos de esa imagen de mujer trabajadora e incansable, siempre al quite cuando cualquier otro miembro del Gobierno se veía atrapado por las circunstancias, la primera en ponerse al frente de cualquier manifestación y arrojar sobre sus hombros los problemas de los demás ministros, lejos de esa imagen, insisto, la que se ha destapado en esta legislatura es la de una tramposa que igual se monta unas vacaciones de lujo a costa del presupuesto con la excusa de un viaje oficial en pleno mes de agosto, que se inventa un empadronamiento forzoso en Valencia para poder votar en la provincia cuya candidatura encabeza, que demuestra que solo sabe hablar delante del micrófono con un discurso escrito de antemano independientemente de lo que le digan los diputados de la oposición, que nunca contesta a las preguntas que se le hacen en el Parlamento, etcétera, etcétera.

Probablemente en su pérdida de imagen tenga mucho que ver la portavoz del PP en el Congreso, Soraya Sáenz de Santamaría quien, desde el primer momento, le cogió la medida a la vicepresidenta y semana tras semana pone en evidencia sus mentiras, su demagogia, sus renuncios y la escasa solidez de sus argumentos. Como De la Vega no puede utilizar con ella las mismas artimañas que en el pasado utilizaba contra Acebes y Zaplana, se queda cada sesión de control a dos velas, y pierde todas y cada una de sus batallas con la portavoz del PP.

Cuestionada

Ahora, la antaño todopoderosa vicepresidenta, se encuentra cuestionada en el Consejo de Ministros e, incluso, en el partido, y sabe que puede tener los días contados. Quizá sea eso lo que hace que su ya habitual mala leche se haya vuelto aún más agria, pero también puede ser que, en el fondo, cumpla el dicho según el cual cree el ladrón que todos son de su condición y, en el fondo, esa marea de orgullo patriótico que se ha extendido por toda España esté evidenciando de un modo como nunca antes había ocurrido el lado más antiespañol y pro-nacionalista de este Gobierno. Estoy seguro de que a la misma De la Vega que se le llena la boca diciendo La Roja en lugar de selección española, le producen una incómoda urticaria las banderas rojigualdas y los lalalas que sobre la música de fondo del himno nacional inundaron en los días siguientes a la victoria del equipo español las calles y plazas de toda la geografía nacional.

Orgullosos de ser españoles, pero no todos, y entre estos últimos el presidente y De la Vega. Si a ese constante empeño por desmarcarse de todo lo que pueda simbolizar patriotismo se une el vergonzante ejercicio de humillación gubernamental ante el más nefasto gobernante que haya tenido en toda su historia Cataluña, es decir, Montilla, es lógico que Rodríguez y, sobre todo, De la Vega -el primero es un irresponsable que no se da cuenta de las cosas- teman todavía más este resurgir del orgullo patrio que se ha extendido de manera muy particular entre la juventud de nuestro país, y que desnuda el ejercicio de traición a la unidad nacional recogida en la Constitución y de sumisión a la voluntad de unos pocos a que se ha entregado el gobierno de Rodríguez. No era el PP, señora De la Vega, el que temía la victoria de La Roja.


El Confidencial - Opinión

El circo de la Moncloa. Por José María Carrascal

¿Para qué va a examinar el TC los recursos sobre el Estatut que faltan, si sabe que no servirá para nada?

SI los españoles, con nuestras instituciones al frente, no reaccionamos ante el espectáculo de la Moncloa entre Zapatero y Montilla es que hemos renunciado a ser una sociedad civil para convertirnos en grey sin ley, en la que vale todo y nada importa sino el interés particular.

Que el presidente del Gobierno reciba al presidente de una comunidad autónoma como a un jefe de Estado extranjero y acuerde con él devolver al estatuto de dicha comunidad las prerrogativas que le ha negado el Tribunal Constitucional sólo puede darse en una nación que ha dejado de creer en sí misma. ¿De qué han servido los cuatro años de debate en ese tribunal para sacar la sentencia, si al final se queda en papel mojado? ¿Por qué no se aprobó de entrada el nuevo estatut por decreto-ley, ahorrándonos el espectáculo? ¿Para qué va a examinar el TC los recursos que faltan, si sabe que no servirá para nada? Pero si la desfachatez de los nacionalistas catalanes, con un socialista al frente, es mucha, al tachar dicha sentencia de ataque a su dignidad —cuando fueron ellos quienes atacaron la dignidad de España al no respetar la Constitución con su estatuto—, la de Zapatero es aún mayor, al aceptar sus tesis. Y la insolencia se torna cinismo cuando se echa al PP la culpa, pues, de no haber sido por su recurso, tendríamos ahora un Estatutanticonstitucional. Claro, me dirán ustedes, que lo vamos a tener de todas formas.


Hemos sobrepasado las fronteras de la lógica y del descaro. Zapatero desafía no sólo el principio de la contradicción —una cosa y la contraria no pueden ser ciertas al mismo tiempo—, sino también el de la decencia, con los nacionalistas vascos y catalanes turnándose para mantenerle en el Gobierno, por saber que con ningún otro gobernante español obtendrán tantos beneficios. Eso sí, descalificándole para contentar a su feligresía, mientras van sacándole lo que buscan. Al votarse el techo del gasto público, le ha tocado a CiU el turno de salvarle. Al votarse los presupuestos, le tocará al PNV. Contra pago al contado, naturalmente. Con Montilla a la cabeza de la manifestación. Lo que nos faltaba.

El único consuelo (flaco) es que Zapatero haya engañado a Montilla, como ha engañado a cuantos recibió en la Moncloa. Esto es, que no cumpla su promesa de circunvalar la sentencia del Constitucional. Puede ocurrir si la protesta es muy alta. Pero eso, en vez de solucionar la situación, la empeoraría. A estas alturas, nadie cree y todos recelan de quien, agotados sus trucos, ensaya dobles, triples, cuádruples saltos mortales. Mortales para nosotros, no para él, leve como una pluma y errático como una cometa.


ABC - Opinión

Pepe Sin Tierra. Por Alfonso Ussía

Pepe Sin Tierra ha visitado a su primo Pepe Luis Sin Tierra, por ahora domiciliado en Madrid. Pepe Sin Tierra nació en la provincia de Córdoba, emigró a Cataluña, y ahora es nacionalista catalán. Pepe Luis es de Valladolid, se hizo un hombrecito en León y ahora nadie sabe lo que es y menos aún lo que pretende ser. Los dos primos están de acuerdo en que Cataluña es una nación y que España es un molesto problema que sólo puede solucionarse fragmentando su Historia y su territorio. Es lo moderno. Los socialistas soportan muy mal la idea de España, de su unidad y de su Constitución. Tan mal, que Pepe Luis ha recibido a Pepe para ponerse a su disposición y chingarse en el Tribunal Constitucional. –Todo lo que tú quieras, Pepe–; –moltes gracias, Pepe Luí–.

Se creen los dos primos, el alto y el bajo, el de Valladolid y el de Córdoba, el domiciliado en Madrid y el afincado en Barcelona, que uno y otro pueden hacer con España y con una parte de España, Cataluña, lo que les salga de las narices en sus charlitas particulares e íntimas. Para ellos las leyes no existen, y menos aún, los tribunales. Todo esto es consecuencia de la osadía de Pepe Luis, que llegó al Gobierno de rebote, gracias a un terrible atentado, impulsado por los graves errores terminales de un Partido Popular que se desnortó y apoyado por un PSOE que lo encumbró para culminar sin gloria su travesía del desierto.

Inesperadamente, unas bombas asesinas y la reacción de una ciudadanía más sensible al momento que a la reflexión, le concedieron el poder. Y en el poder instalado, decidió gobernar de la mano de la vulgaridad, la osadía y el resentimiento.

Necesitado de los votos de los socialistas del PSC –muchos de ellos, con su complejo de charnegos, más nacionalistas e independentistas que las posaderas de Carod-Rovira, independientes la una de la otra–, centró su labor de Gobierno en la mentira y la sumisión ante Cataluña. Sin ellos, no gobierno. Si no gobierno, no soy nada. Con ellos, lo soy todo. Solución: que se fastidie España y se salve Zapatero. Y así estamos. Fue el que alentó el nuevo Estatuto de Autonomía y hoy es el que, siendo Presidente de todos los españoles, busca alcanzar acuerdos trucados para imponer su voluntad por encima de la sentencia del Tribunal Constitucional. En otros idiomas, menos sutiles que el español, a quien se comporta de esta manera se le llama traidor. Aquí se le dice «progresista».

Mientras Pepe Luis y Pepe se creen que España depende exclusivamente de ellos, España asiste al espectáculo deprimida por las consecuencias de la otra gran mentira de Pepe Luis. La economía. Pepe Luis llegó a acusar de traidores a los que le afearon que ocultara en la última campaña electoral la catastrófica situación económica de España. Todo flores, todo promesas, todo sonrisas y muchos tontos le dieron el triunfo. Después se desdijo y pidió perdón, como siempre, y como siempre tarde y mal. La influencia del gran asesor del líder de la Oposición, Mariano Rajoy, Arriola o algo parecido, también ha contribuido a la permanencia del Zapatero gobernante. Es muy difícil hacerlo peor. Rajoy fue elegido a dedo para gobernar, y lo habría hecho muy bien, porque tiene experiencia, es culto, moderado y sabio. Pero no está hecho para dirigir la Oposición. Su educación con estos gamberros de gobernantes resulta excesiva y contraproducente. Arriola o algo así, es el que manda. Y aquí estamos. Pepe y Pepe Luis se tratan como dos mandatarios de dos naciones diferentes y España se desmorona. Un juego para ellos. Una tragedia para los españoles.


La Razón - Opinión

Zapatero. Y no cambia. Por Cristina Losada

Aunque saludado como un renovador, Zapatero es un producto genuino del PSOE, criado en los clichés y tópicos del rígido universo progre, pero sin el pragmatismo de sus predecesores.

En Los 39 escalones, gran película de Hitchcock basada en la novela de John Buchan, hay una escena descacharrante. El protagonista, Richard Hannay, se mete, en su huida, en el local donde se celebra un mitin. Ahí le confunden con uno de los oradores esperados y le empujan al escenario para que pronuncie un discurso. Hannay no tiene ni idea de qué va el acto y dice lo primero que se le ocurre, pero su arenga enfervoriza a los congregados. Si no fuera por que la policía le detiene, le hubieran hecho candidato y quizás habría llegado a presidente. Esa hipotética cadena de accidentes puede ocurrir en la vida real y, entonces, deja de tener gracia.

El aniversario de la elección de Zapatero como secretario general del PSOE me ha recordado aquella escena. Un oscuro diputado, que no había gestionado ni un ayuntamiento, del que nada se supo mientras ocupaba su escaño, sin currículo profesional digno de mención, fue encumbrado al liderazgo. Fue y no fue un accidente. El lobby de los socialistas catalanes resultó decisivo. Le eligieron para que no saliera otro. Optaron por el más manejable. Casualidad que, en vísperas de la efeméride, ZP recibiera con honores de estadista (en apuros) a Montilla, el sucesor de quien le colocó en el cargo. Por cierto, cría cuervos.

Cuando un partido prefiere como dirigente a un don nadie, cuando presenta como candidato a presidir el Gobierno a un individuo inexperto, es que falla de raíz casi todo. La Moncloa no es el lugar para aprender el oficio. El riesgo es enorme y el desastre, seguro. Así lo atestiguan las ruinas humeantes de las dos grandes aventuras de Adán Zapatero: la negociación con ETA y el Estatuto. Por no hablar de economía. Pero el atrevimiento de la ignorancia sólo explica parte de la historia. Aunque saludado como un renovador, Zapatero es un producto genuino del PSOE, criado en los clichés y tópicos del rígido universo progre, pero sin el pragmatismo de sus predecesores.

El periplo político de aquel desconocido demuestra que no hace falta disponer de especial capacidad y preparación para ser presidente en España. Más aún, que la carencia de tan básico equipaje es un mérito y no una deficiencia. No extrañe que nuestro hombre prometiera que el poder no iba a cambiarle. Es la resistencia adolescente a la experiencia y la madurez. Lo inquietante es que, en efecto, no ha cambiado.


Libertad Digital - Opinión

Tal como era. Por Ignacio Camacho

Un político sin solvencia ni preparación, frívolo, hueco, táctico, relativista, líquido. Puro pensamiento débil.

ES cierto que el poder no lo ha cambiado. Eso es lo más inquietante: que al cabo de seis años de presidencia y diez de liderazgo partidista José Luis Rodríguez Zapatero sigue siendo exactamente como parecía que era. Un político sin solvencia ni preparación, veleidoso, frívolo, hueco, relativista, cuya propiedad más sólida es un sentido pragmático de la supervivencia a cualquier precio, «cueste lo que cueste». Un líder adaptadizo sin sentido de la responsabilidad de Estado; un dirigente de ideas superficiales que gobierna a base de gestos demagógicos y efectistas; un táctico de visión corta desprovisto de sentido estratégico. Un producto quintaesenciado de la posmodernidad, el pensamiento débil y la sociedad líquida.

Para evaluar con exactitud la década zapaterista no hay que atender los discursos autocomplacientes del aniversario, ni el crispado rechazo que ha generado en los sectores liberales y conservadores; es menester escuchar a esa vieja guardia que lo alzó por miedo a un ajuste de cuentas interno, a los guerristas y a los tardofelipistas que lo avalaron por no acabar de fiarse de las intenciones de Bono. Hay que consultar a esos socialistas ya desencantados que proclaman de forma cada vez menos disimulada su preocupación crítica por la deriva relativista del proyecto socialdemócrata, su desasosiego por el cuestionamiento de la legitimidad constitucional, su zozobra ante la progresiva entrega al chantaje del soberanismo. Y oír el recelo creciente que hasta ahora habían ocultado los seis años de poder y que se manifiesta ya sin tapujos ante la perspectiva de un fracaso que cristalice todos los defectos latentes del zapaterato en una quiebra capaz de arrojar al centenario partido por una escombrera política.

La clave del zapaterismo no son las leyes de ingeniería civil ni las políticas económicas derrotadas por la realidad de la crisis, sino su vacilante concepto nacional, su clamorosa carencia de una idea de España, que ha convertido al PSOE en una difusa confederación de intereses territoriales en continua tensión por las contradicciones de sus precarias alianzas de poder. Hasta ahora la permanencia en el Gobierno ha funcionado como argamasa de esas tensiones, pero la perspectiva de la derrota deja al descubierto las grietas que han ido descomponiendo la unidad del partido y han trasladado la falta de proyecto de su líder a la propia estructura del Estado. Zapatero ha vaciado de cohesión tanto al Gobierno como a la organización que lo sostiene, y su inconsistencia trivial compromete no sólo la estabilidad de la nación sino el futuro mismo de una socialdemocracia sin referencias estables de ideología y de estrategia. Al cabo de diez años, la experiencia más desalentadora de su liderazgo es la comprobación de que, en efecto, aquel político insustancial no ha cambiado. Salvo para volverse mucho más sectario.


ABC - Opinión

Infraestructuras a la baja

Ya era conocido que el Ministerio de Fomento soportaría el peso del ajuste impuesto por la Unión Europea al Gobierno con el objetivo ineludible de reducir el déficit público. Faltaba conocer los detalles de ese grueso recorte y de cómo repercutiría en el presente y el futuro de un sector estratégico. El ministro de Fomento, José Blanco, explicó ayer en el Congreso que se suspenderán o retrasaran un total de 231 convenios que afectan a obras en carreteras y ferrocarriles, ya que los puertos y aeropuertos se salvan de momento. El importe total asciende a 9.626 millones de euros, dentro de una cartera de proyectos adjudicados y pendientes de ejecución que ascendía a 33.126 millones. La envergadura de la reestructuración supone un impacto notable que, evidentemente, tendrá consecuencias económicas y sociales. Es algo que estaba previsto y que genera un enorme malestar político, social y económico. El impacto de la crisis económica y la necesidad de hacer un importante ajuste no han dejado otra salida. Era lógico que fuera el Ministerio de Fomento, que es el que cuenta con mayor capacidad inversora, el destinatario del recorte más importante y uno de los más polémicos. En numerosas ocasiones hemos expresado nuestro rechazo a la política económica del Gobierno, que se ha caracterizado por la gestión errática y desordenada de la vicepresidenta Salgado. No coincidimos con las líneas políticas de este Gobierno en materia social, cultural y otras muchas. Lo fácil sería criticar el recorte en Fomento y actuar demagógicamente. No ha sido ni será el estilo de este periódico. Es cierto que se tendría que haber actuado antes y haber gestionado los recursos presupuestarios con mayor eficacia y rigor. No se ha hecho y no dejaremos de recordarlo, pero los recortes en las infraestructuras, desgraciadamente, eran imprescindibles. No parece que existan otras partidas en los gastos gubernamentales que permitan sumar esos casi 10.000 millones. Durante los años de Gobierno de Aznar se logró un extraordinario salto cualitativo en materia de infraestructuras, que ha sido enormemente beneficioso para la economía española. Fueron ocho años extraordinarios que dejaron una senda de crecimiento y bienestar de la que se benefició el actual Gobierno. Ahora corresponde apretarse el cinturón. Es una situación coyuntural y cuya duración dependerá de que se hagan bien los deberes, tanto el Gobierno como el resto de administraciones públicas. Es aquí donde nos surgen dudas teniendo en cuenta las graves carencias del equipo económico liderado por Salgado. Los recursos son escasos y es necesario recuperar la credibilidad, lo que comporta enormes sacrificios pero se tienen que hacer con seriedad y rigor. No pueden ser el resultado de la improvisación o ideas preconcebidas desde una doctrina izquierdista felizmente superada en los países con económicas más dinámicas y eficaces. El rigor presupuestario basado en la aplicación de unos recursos escasos en la economía productiva es el único camino posible para salir fortalecidos de la crisis. Es lo que están haciendo el resto de países de nuestro entorno y es lo que debería hacer España.

La Razón - Editorial

Diplomacia al estilo Maradona

Chávez siempre sube los decibelios en su relación con el país vecino cuando se siente débil, pero resulta difícil pensar que vaya a arriesgarlo todo a una carta de tan dudoso resultado como podría ser una guerra con Colombia.

La estrella del gorila rojo empezó a declinar el año pasado. Chávez fracasó en su intento de imponer en Honduras la inconstitucional reelección de su hombre en el país, Manuel Zelaya; un fracaso que lo humilló ante el resto de América Latina. Y su situación de debilidad quedó aún más clara en agosto, cuando fue incapaz de arrancar a los demás países sudamericanos una condena al acuerdo entre Colombia y Estados Unidos para que los militares norteamericanos instalaran varias bases en la selva para luchar contra el narcotráfico.

Al poco de llegar al poder, Chávez comenzó una labor de subversión de las instituciones que permiten la existencia de una sociedad libre. Logró la aprobación de constituciones hechas a su medida, que le permitiesen ser reelegido eternamente, y con métodos cada vez más descarados y dictatoriales fue deshaciéndose de todo vestigio de poder judicial independiente y de todo opositor mínimamente exitoso. Mientras disfrutaba de su éxito, procedió a exportar el modelo, con notables triunfos en Nicaragua, Ecuador y Bolivia. No obstante, no logró que su candidato en Perú alcanzara el poder y cuando su hombre en Honduras intentó cambiar la Constitución al modo chavista fue expulsado del poder por el Ejército, con el apoyo del parlamento y los tribunales.


Pero al margen de estos fracasos, el grano que siempre ha molestado más a Chávez durante todos sus años en el poder ha sido Colombia y su presidente Álvaro Uribe, verdadera antítesis del gorila rojo. El tirano venezolano ha destruido la clase media , las instituciones y la democracia de su país, mientras el presidente colombiano ha fortalecido a quienes más hacen por la prosperidad y la estabilidad, y ha respetado la división de poderes –abandonando el cargo tras la decisión de sus tribunales de no permitir un tercer mandato– y la democracia. Y el tiempo ha encargado de dejar a cada uno en su sitio.

Chávez y sus títeres han hecho todo lo posible por impedir que Colombia saliera del hoyo en el que le habían metido tanto los terroristas comunistas de las FARC y el ELN como los años de gobiernos que buscaron el diálogo y la cesión en lugar de la firmeza y la lucha contra el crimen. Tras el bombardeo que acabó con el terrorista Raúl Reyes en territorio ecuatoriano, Correa se hizo el ofendido pese a saberse entonces que los narcoterroristas habían financiado su campaña y establecido bases en su país. Venezuela, por su parte, siempre ha ofrecido un refugio seguro a estos criminales dedicados en cuerpo y alma a asesinar colombianos.

Ahora Colombia ha mostrado ante la OEA las pruebas de este apoyo de Chávez a las FARC, y éste ha reaccionado cortando relaciones, sin ser capaz de responder –como tampoco pudo hacer Correa en su momento– a la documentación aportada por el Gobierno de Uribe. Previsiblemente, como ya sucediera el año pasado, esta escalada quede en nada. Chávez siempre sube los decibelios en su relación con el país vecino cuando se siente débil, pero resulta difícil pensar que vaya a arriesgarlo todo a una carta de tan dudoso resultado como podría ser una guerra con Colombia.

De lo que no cabe duda de que el histrión venezolano, que ha anunciado la ruptura de relaciones con Colombia en un acto en el que lo acompañaba Diego Armando Maradona, pretende poner a prueba a Juan Manuel Santos, que tomará posesión en las próximas semanas. No creemos que el sucesor de Uribe, que declaró sentirse orgulloso del bombardeo en territorio ecuatoriano que acabó con la vida del terrorista Raúl Reyes, vaya a someterse a los designios del gorila rojo. Pero habrá que esperar, y ver.


Libertad Digital - Editorial

¿Hay algo que celebrar?

En el seno del PSOE, Rodríguez Zapatero ha pasado de ser un elemento de cohesión después de una etapa convulsa a convertirse en un factor de discordia.

HACE ya diez años que José Luis Rodríguez Zapatero accedió, contra todo pronóstico, a la secretaría general del PSOE. En plena mayoría absoluta del PP, el nuevo líder introdujo un cambio interno de apariencia tranquila y sosegada, pero que le ha permitido con el paso del tiempo ejercer un control absoluto sobre su partido. En este largo periodo, el actual presidente del Gobierno ha desarrollado una trayectoria marcada por el oportunismo y la búsqueda del interés partidista por encima de la coherencia y el rigor en sus planteamientos políticos. En efecto, el antiguo «Bambi» que hacía gala de buen talante ha dejado paso a un dirigente radical, dispuesto a modificar a su conveniencia el modelo territorial y a desarrollar una ingeniería social al servicio de un sedicente progresismo. En este sentido, la fallida negociación con ETA en la primera legislatura o el impulso a una reforma constitucional encubierta a través del Estatuto catalán, en la actual, son ejemplos de una forma de concebir la política basada en el poder y no en el interés general.
No es extraño que los ciudadanos identifiquen al líder socialista con los peores defectos del partidismo, siempre en perjuicio de las instituciones y de la estabilidad del sistema constitucional. Son las consecuencias de dar prioridad a la lucha por el poder frente a la vertebración social y el rigor en la gestión.


En el seno del PSOE, Zapatero ha pasado de ser un elemento de cohesión después de una etapa convulsa a convertirse en un factor de discordia que se refleja, sobre todo, en las difíciles relaciones de Ferraz con el PSC. Después de muchos bandazos, Zapatero venció por la mínima a José Bono, pero los hechos demuestran que las tensiones quedaron soterradas con el disfrute del poder, pero no resueltas. Lo peor de todo es que esas tensiones internas se han trasladado al conjunto de la sociedad española a través, por ejemplo, de su errática política territorial o de la irresponsable ley de la Memoria Histórica, que chocan frontalmente con el espíritu de la Transición. Por lo demás, la torpeza notoria para hacer frente a la crisis económica demuestra que la capacidad de gestión del actual presidente deja mucho que desear, porque, salvo excepciones, no sabe o no quiere rodearse de equipos sólidos y eficaces. Así las cosas, hay muy poco que celebrar en una década que no pasará a la historia como la más afortunada del socialismo español. Rodríguez Zapatero cumple años al frente de un PSOE herido, pero es España la que sufre las consecuencias de su desafortunada gestión.

ABC - Editorial