martes, 3 de agosto de 2010

Calidad humana. Por Hermann Tertsch

Lúcidos en el ver y cultos en el saber tienen muchos motivos en guardar silencio para ahorrarse incomodidades.

«HAY que tener un noble sentimiento de respeto para las víctimas, cualesquiera que sean, si procedieron con noble intención. Y ese sentimiento, en el hombre español libre de sectarismo político, de fanatismo ideológico y de egoístas ambiciones en las que antepone el propio bien al bien común, moralmente debe tener el mismo valor cualesquiera que sean las víctimas del crimen. (…) El hombre sólo tiene derecho a ser implacable en sus juicios y en sus actos cuando conoce plenamente la verdad. Y la verdad en el caso de los orígenes y las causas de la guerra de España, ni siquiera de los crímenes cometidos en el periodo que examinamos, aun no se conocen». Estas preciosas palabras son del general Vicente Rojo, probablemente el militar de mayor prestigio del bando republicano. Salen a la luz en su interesante y hasta ahora inédita «Historia de la guerra civil española», prologada por Jorge M. Reverte (RBA, 2010). Leyéndolas, saboreándolas, he recordado a tantos amigos muertos, participantes en la contienda, que habrían podido haber escrito estas palabras y que desde luego vivieron siempre de acuerdo a las mismas. ¿Por qué nos producirán últimamente sorpresa palabras semejantes, reflexiones como ésta, hechas desde la honestidad y la calidad humana? Sin duda por su rareza. Se oyen y leen muy pocas. Probablemente no se deba sólo a que las nuevas generaciones carecen ya de los elementos necesarios para semejante valoración, dada su poca y mala información. También debe ser cierto que muchos que suscribirían las palabras del general Rojo consideren que no conviene hacerlo públicamente. Porque puede ser motivo de inclusión en una de esas listas de gentes bajo sospecha de no ser todo lo leal que se exige para optar a un cargo, a una subvención, a una publicación u otro favor. Y la calidad humana ni abriga ni alimenta ni da esplendor.

Ahí está una de las claves de ese triunfo de la mediocridad, la «reptocracia» (si me permiten), la sumisión y el miedo. En que los potencialmente honrados en el pensar, lúcidos en el ver y cultos en el saber tienen muchos motivos en guardar silencio cómodo y refugiarse en la «prudencia» para ahorrarse incomodidades e inconveniencias, que es como ahora se llama a las represalias. Frente a su silencio retruena procaz y arrogante la verborrea chulesca de quienes son sin duda triunfadores en cualquier concurso rufián como el que declararon abierto hace seis años, los carentes de duda. Ahí está la irresistible ascensión de la verdulería política. Plagada de Leires, Bibianas y Zerolos, que crecieron entre muñecas que cantaban la Internacional, pobres almas mutiladas, para las que el mundo es una agrupación de barrio. Y sospechoso o despreciable todo lo que no quepa en su universo enano. Abolidos los valores universales, en su día comunes a toda clase y condición, nos quieren imponer su baremo que no rige por prestigio sino por desprecio y hostilidad. Para encontrar reflexiones como la del general Rojo dependemos cada vez más de los libros y menos de la actualidad. Hay que resistir sin embargo a la resignación. La calidad humana no puede ser un valor del pasado.

ABC - Opinión

Improvisar Candidatos. Por Andrés aberasturi

Madrid no es solo la capital del Estado; tampoco Valencia es una comunidad más. Tanto la una como la otra han sido, históricamente, de izquierdas pero desde hace unos años -demasiados para el PSOE- los populares ganan las dos plazas con una abrumadora mayoría, tan abrumadora que los socialistas ni se plantean la posibilidad de gobernar si no es gracias al apoyo de IU.

Pero las cosas no van bien pese a que el PP se lo pone a huevo. En Madrid su presidenta y su alcalde mantienen desde hace demasiado una guerra fría que Rajoy ha sido incapaz de resolver. En Valencia el caso Gürtel salpica en plena cara a Camps que recibe los apoyos del Génova porque en Génova, seguramente, ni se enteran o los que se enteran manipulan la realidad mientras Rajoy en su castillo "maneja los tiempos" y tiene que oír las voces -destempladas muchas veces- de Arenas o Alvarez Cascos.


Pues ni así. Las encuestas, pertinaces, siguen dando el triunfo a Aguirre, a Gallardón y Camps. Y como en el PSOE todo ya es personal, sólo miran a quien sonríe más el líder carismático porque será él quien decida los nombres de los candidatos. Y Tomás Gómez está que echa espuma por la boca, harto de las insinuaciones: que si Trinidad Jiménez, que si Jaime Lissavetsky... Y esa es la mejor manera de perder, andar cambiando de candidato en cada elección haciéndolos venir desde donde sea, desde un ministerio o desde "la roja".

Y es que tal vez la solución no sea improvisar -dura palabra cuando tiene que ver con ZP- candidatos sino, más bien, potenciar al que durante cuatro años ha estado dando la batalla con aciertos y errores, que de todo hubo en la actuación de Tomás Gómez como aquella "espantá" en unos actos por las víctimas del 11-M. Llegó Trini en su momento, falló y se fue. Llegó Sebastián y pasó otro tanto. Ser candidato es algo más.

La duda desde el principio es si Tomás Gómez y la política de oposición que ha intentado realizar, ha sido la adecuada. Las algaradas casi continuas con la falsa privatización de la sanidad madrileña y ese afán por distanciarse de los actos oficiales, no parecen el mejor camino. A la gente le gusta Espe Aguirre porque sale indemne de helicópteros caídos, de hoteles atacados e incluso de las entrevistas-trampa de programas del corazón.

Eso es un hecho. Y yo creo que les gusta hasta que se lleve mal con Gallardón porque también parece que les gusta Gallardón y esa dialéctica de besos/no/besos que se traen los dos les hace parecerse a la gente normal. ¿La solución es arrojar ahora a Gómez a los infiernos? Me temo que no. Los madrileños empiezan a estar hartos de que los candidatos del PSOE por su comunidad solo sean eso, candidatos hasta que pierden para luego encontrar compensaciones en los ministerios. Y Gómez, mientas, bailando con la más fea. No es eso.


Periodista Digital - Opinión

Maniobras electorales. Por M. Martín Ferrand

Jiménez tendrá la oportunidad de repetir la espantada que protagonizó como aspirante a la Alcaldía madrileña.

LOS rumores preceden a las noticias como lo hacen los balones que irrumpen en una carretera a los hijos atolondrados de padres distraídos. A veces los rumores no son auténticos; sino globos sonda con que los estrategas de los partidos experimentan sus cócteles electorales para, con más procesión de la que marcan las exploraciones demoscópicas, comprobar la idoneidad de algún candidato, la oportunidad de alguna propuesta y, cada día más en lo que respecta a los dos partidos principales, la conveniencia de alguna nueva ambigüedad que ensanche el espectro que ambos precisan para alcanzar la mayoría que tiende a negarles el instinto de conservación del electorado.

Ayer, ignoro si como confirmación de un rumor o como globo sonda que evalúe la potencialidad del personaje, El País anunció en primera página, con honores de primicia informativa, que «Trinidad Jiménez se perfila como candidata a la Comunidad de Madrid». A mayor abundamiento, la primera doble página de su información sobre España estuvo dedicada a la hagiografía de la todavía ministra de Sanidad y, por lo que se ve, pronta sustituta de Tomás Gómez a quien, en razón de la democracia interna de la que, quizás para despistar, presume el PSOE, correspondería enfrentarse a Esperanza Aguirre cuando llegue la hora de las urnas autonómicas.


El diario oficial del felipismo e intermitentemente oficioso del zapaterismo publicaba un bellísimo y gigantesco retrato de la posible candidata a la Comunidad de Madrid. En la penumbra, como una madonnarenacentista, la ministra que ha conseguido con sus campañas antitabaco elevar el consumo de cigarrillos en España, era una proclama —una fáctica apertura de campaña— para unas elecciones en las que, con su acostumbrada parsimonia, el PP todavía no ha proclamado su cabecera de cartel; pero en las que, si se confirma como candidata la actual presidenta Aguirre, Jiménez tendrá la oportunidad de repetir la espantada que, en desacato a los electores, protagonizó cuando, como aspirante a la Alcaldía madrileña, fue ampliamente derrotada por Alberto Ruiz-Gallardón. Lejos de asumir la responsabilidad que le encomendaron los votantes, la de jefe de la oposición, salió corriendo en busca de mayores glorias y menores servidumbres.

Lo único que queda claro en estas anticipadas maniobras electorales socialistas es que, si se confirma la candidatura de Jiménez, en desprecio a Gómez y a las bases del PSM, estará cantado el cambio de Gobierno que José Luis Rodríguez Zapatero tendrá que abordar para que, sola o en compañía de otros, la titular de Sanidad pueda entregarse a su campaña.


ABC - Opinión

Cataluña. La coartada de CDC. Por Clemente Polo

La presencia de miles de zelotes nacionalistas, disciplinados y dispuestos a subordinar cualquier consideración intelectual o moral a la consecución de la independencia, resulta fundamental para explicar la paradójica situación política de Cataluña.

Cuando una investigación judicial desvela que Convergencia Democrática de Cataluña (CDC), el partido cuyos líderes presidieron el gobierno de la Generalitat y gobernaron multitud de ayuntamientos en Cataluña desde 1980 hasta 2003, resolvió concursos de obras públicas a favor de empresas que le devolvieron los favores pagando comisiones del 4% a intermediarios que destinaban la mayor parte del dinero obtenido a financiar la fundación pagar las facturas electorales de CDC, cabría esperar que, además de una rápida y contundente investigación judicial que aclarase las responsabilidades penales, los líderes de opinión y los medios de comunicación pusieran sus plumas y voces al servicio del interés general y exigieran responsabilidades políticas a los presuntos delincuentes.

Nada más lejos de la realidad: ni ha ocurrido ni parece previsible que suceda en el futuro. Más bien al contrario, lo único que les preocupa a estos consumados maestros de la autocensura es granjearse los favores de la banda de comisionistas que, según pronostican las encuestas, van a ganar (¡si la Virgen de Montserrat no lo remedia!) las elecciones catalanas el próximo otoño. Hace unos meses (26 de noviembre 2009) ya dieron una prueba de su servilismo al publicar al en las portadas de los diarios y leer en las emisoras de radio y televisión un editorial titulado La dignidad de Cataluña, triste remedo en pleno siglo XXI de la unidad patriótica del Movimiento durante la dictadura franquista.


En lugar de defender la independencia del Tribunal Constitucional como tercer poder del Estado y presentar con objetividad las cuestiones que habían suscitado los recursos presentados contra el Estatut de Cataluña, esta banda de bien "pagaos" se ha aplicado a cuestionar durante los últimos meses la independencia del Tribunal e incluso poner en duda su competencia para juzgar una ley orgánica. Lo más grave de todo: pretendían confundir a los catalanes acusando al Tribunal de ser el brazo ejecutor del españolismo más recalcitrante y nostálgico, ése que no alcanza a comprender la "complejidad" de la sociedad española. España es y ha sido una sociedad plural en la que se hablan varias lenguas, qué duda cabe... exactamente igual que Cataluña. Y si todo respeto y apoyo merecen quienes piensan y se expresan en catalán, exactamente el mismo, ni más ni menos, merecen quienes piensan y se expresan en castellano en Cataluña. ¿Para cuándo Sres. Voceros de La Vanguardia, El Periódico, etc., un editorial sobre La dignidad de España?

Resulta muy revelador de la actitud del medio millón de catalanes que hasta ahora han mostrado su apoyo expreso a la independencia en las consultas realizadas en Cataluña, el mensaje que dejó un tal "Robert", independentista confeso, a "Lluís" otro lector, que en un intercambio en la página digital de El Periódico se atrevió a pedir justicia en el caso Palau: "Mira Lluís, primero quiero la independencia de Cataluña. Después, ya hablaremos. Tiene que haber prioridades. Y por ahora la prioridad absoluta para cada vez más catalanes es la independencia. Y en una Cataluña independiente el político que robe yo ya firmaría que lo condenasen a cadena perpetua. Cosa que en la corrupta España no será nunca posible".

El comentario resulta muy revelador: las campañas de adoctrinamiento e intoxicación patrocinadas por el Gobierno catalán controlado por partidos nacionalistas desde 1980 –con la inestimable colaboración de los medios de comunicación catalanes convertidos en hojas parroquiales al servicio de una "Cataluña, grande y libre"– han logrado que "Robert", arquetipo de independentista, no sólo no vea ya la realidad tal cual es, sino que subordine cualquier análisis moral o jurídico a la consecución de la independencia, acercando peligrosamente el nacionalismo catalán a los movimientos totalitarios que anteponen la conquista del poder para imponer sus concepciones (nacional, racial, sociedad sin clases, etc.) a cualquier otra consideración moral, política o jurídica.

Esta subordinación explica, en este caso, que para "Robert" la única consideración relevante sea que "cada vez más catalanes" apoyan la independencia, no que la inmensa mayoría de los catalanes no están interesados en las aventuras soberanistas e independentistas, como prueba que casi el 80% de los catalanes mayores de 16 años se haya negado a participar en las consultas independentistas organizadas por CDC (Alfóns López i Tena) y ERC (Uriel Beltrán) en centenares de poblaciones de Cataluña durante los últimos meses. Tampoco tiene ningún valor para "Lluis" que la investigación judicial en curso sobre el saqueo del Palau y sus ramificaciones haya puesto de manifiesto que los líderes de CDC –¡No España!– lleven al menos una década (1999-2009) apropiándose del dinero de los contribuyentes para financiar sus campañas electorales.

Hasta qué punto "Robert" ve el mundo al revés queda patente cuando afirma que para condenar a cadena perpetua al "político que robe" en Cataluña hace falta conseguir primero la independencia porque "en la corrupta España [eso] no será nunca posible". "Amigo" Robert, si algo ha dejado claro el caso Palau es que en una Cataluña independiente, que contara con una Agencia Tributaria catalana, una fiscalía dependiente del Gobierno catalán y un sistema judicial cuya máxima instancia fuera el Tribunal Superior de Cataluña, el caso Palau no habría visto nunca la luz ni los ciudadanos catalanes habrían llegado a conocer que sus adalides de la independencia, CDC, han estado financiando su partido con dinero hurtado a los contribuyentes.

La presencia de varios cientos de miles de zelotes nacionalistas ("Roberts"), organizados, disciplinados y dispuestos a subordinar cualquier consideración intelectual o moral a la consecución de la independencia, resulta fundamental para explicar la paradójica situación política en que se encuentra sumida la sociedad catalana, dispuesta a exculpar a la banda de comisionistas que lucha contra "la corrupta España" y hasta a devolverla a la Masía Gran con mayoría absoluta para que sigan haciendo de las suyas. Quizás seamos bastantes más quienes querríamos ver a sus responsables en Can Brians pero, como se ha visto con la prohibición de los toros en Cataluña, ni estamos bien organizados ni suficientemente activos para lograr nuestros objetivos. ¿Aprenderemos la lección esta vez?

Clemente Polo es catedrático de Fundamentos del Análisis Económico en la Universidad Autónoma de Barcelona. Escribe regularmente en su blog.


Libertad Digital - Opinión

Máquinas de obedecer. Por Ignacio Camacho

Sin primarias, el sistema sufre una limitación esencial de madurez en sus mecanismos representativos.

UNO de los males endémicos de la democracia española es que el funcionamiento de los partidos que la administran es ajeno a las reglas que rigen para el sistema. Son máquinas de obedecer dirigidas por dispositivos jerárquicos y verticales que se perpetúan mediante un ejercicio estrictamente autoritario; sólo en caso de graves crisis internas se producen episodios de catarsis por lo general tan excepcionales como efímeros. El único avance real que se ha producido en los últimos quince años contra esa esclerosis, que fueron las primarias del PSOE, ha pasado a mejor vida entre estertores de arrepentimiento. Y lo peor es que son los ciudadanos quienes priman este mecanismo de obediencia, interpretando como signos de fraccionamiento y debilidad orgánica cualquier atisbo de autonomía funcional o de contraste de proyectos.

Ni siquiera Zapatero, que alcanzó la dirección socialista en un congreso abierto, se ha mostrado permeable a la continuidad de ese saludable impulso regenerativo. La democracia deliberativa es un mantra teórico que adorna sus discursos y desaparece de su praxis política. Las primarias para elegir candidatos han sido barridas por el tradicional dedazode la cúpula ejecutiva. A la estela del líder máximo, el andaluz Griñán —designado él mismo por pura cooptación— también las ha suprimido en Andalucía, en cuyas capitales el PSOE tiene escasas o nulas posibilidades de triunfo; prefiere perdedores sumisos antes que alternativas fuera de control. Y en Madrid, el gran agujero negro de la socialdemocracia, el presidente sólo desembarca cada cuatro años para elegir con mucha solemnidad uno o dos aspirantes a la derrota, a los que luego hace ministros para compensar su buena disposición. Esta vez se ha topado con un insumiso, Tomás Gómez, decidido a perder por sus propios méritos, y todo indica que lo va a laminar con un desembarco de paracaidismo. Si va Trinidad Jiménez a la Comunidad o Jaime Lissavetsky al Ayuntamiento, la Administración prescindirá de dos buenos gestores que no le sobran y Madrid ganará una diputada o un concejal de oposición perfectamente excusables. Pero se trata de mantener el principio de autoridad incluso a la hora de equivocarse.

Las cosas no son mejores en el PP, cuyo último congreso aprobó una suerte de primarias que la dirección no piensa ejecutar de ningún modo. No es difícil sospechar que en una elección abierta de los militantes Rajoy pudiera exponerse a una sorpresa. Como le sopla el viento de cara tendrá pocas dificultades para solventar el trámite por aclamación evitando cualquier eventual desgaste interno. Pero el problema no es de los partidos sino del sistema, que sufre una limitación esencial de madurez en sus mecanismos representativos. Y de los ciudadanos, que nos conformamos con elegir entre un menú cocinado por aparatos de poder cerrados alrededor de sindicatos de intereses.


ABC - Opinión

Cuba, más de lo mismo

La sorpresa es que no hubo ninguna sorpresa. Sólo se puede calificar así el discurso de Raúl Castro en la clausura del Pleno de la Asamblea Nacional de Cuba, en el que no lanzó ningún mensaje que invite a pensar que se está poniendo en marcha cualquier tipo de reforma por tímida que ésta sea. Más bien sucedió todo lo contrario: la dictadura, fiel a su naturaleza, sigue instalada en el inmovilismo con un discurso añejo y desgraciadamente demasiado conocido, por cuanto le sirve de coartada para cercenar las libertades de los cubanos. «No habrá impunidad para los enemigos de la Patria», afirmó Castro como consigna que, lejos de ser del pasado, se proyecta peligrosamente al futuro. Pero hubo más mensajes para el desánimo. El dictador se refirió a los presos políticos excarcelados como «reclusos contrarrevolucionarios» y subrayó, en un alarde de hipocresía, que ninguno de ellos fue condenado por sus ideas, culpando de esa afirmación a los que emprenden «brutales campañas de descrédito contra Cuba». No contento con eso, para demostrar una posición de fuerza que no es tal, en ningún momento mencionó a la Iglesia católica ni a España como mediadores en estas excarcelaciones, ya que las atribuyó a una «decisión soberana» de acuerdo con las leyes cubanas.

Éste es el contexto político en el que se encuentra el régimen cubano: el mismo que hace diez o veinte años. Basta con subrayar que persiste en utilizar el lenguaje propagandístico propio de las dictaduras de izquierdas. Por si no fuesen pocos estos argumentos, uno de los más contundentes lo expresó el domingo el ministro de Economía y Planificación, Marino Murillo, cuando afirmó que Cuba se propone actualizar el modelo socialista, pero en ningún caso reformarlo.

Ante este panorama desalentador, sólo cabe decir que el ministro de Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, pecó de ingenuo, o quizá fue demasiado conciliador, cuando, tras la excarcelación de los presos, pronosticó que era un gesto en la buena dirección –que no es otra que el respeto de los derechos humanos en la isla– y que, por lo tanto, era el momento de que la UE abandonase la «Posición Común» con respecto a Cuba. Moratinos confundió los deseos con la realidad, porque una vez más la dictadura castrista ha dinamitado cualquier posibilidad de normalizar sus relaciones con el bloque europeo.

Según pudo saber ayer LA RAZÓN, aunque la Unión Europea observa con lupa la evolución de los acontecimientos en la isla, no quiere pronunciarse por el momento sobre el discurso de Castro, ya que prefiere esperar hasta septiembre para tomar una decisión sobre la isla consensuada entre los 27. El diálogo con Cuba que con tanto afán defiende Moratinos se revela como un monólogo de la dictadura, que se mantiene inamovible en sus posiciones. La UE cometería un grave error si abandonase la «Posición Común» porque lo cierto es que la dictadura cubana ha utilizado la excarcelación de los presos políticos para maquillar una realidad que sigue marcada por la represión a los disidentes y que, desde luego, no contempla una transición democrática, como sería deseable.


La Razón - Editorial

Zapatero toma partido en la batalla del PSOE madrileño.

Sería difícil precisar cuál de los candidatos que pugnan por la candidatura a la Comunidad de Madrid es peor. Zapatero parece tenerlo claro, el PSM también. Qué gane el menos malo, si es que lo hay.

El cercano escenario electoral en la Comunidad de Madrid y el más que probable batacazo del PSOE-PSM en las urnas ha hecho que se enciendan todas las alarmas en Ferraz. Mientras los socialistas madrileños de la línea oficialista se decantan por Tomás Gómez, ex alcalde de Parla y secretario general del PSM, el aparato de la sede nacional, sabedor de que con Gómez van directos a la quinta derrota consecutiva, ha postulado a dos candidatos de la casa: Trinidad Jiménez, actual titular de Sanidad y Jaime Lissavetzky, un veterano apparatchik que viene de tiempos de Joaquín Leguina.

Tal es, en líneas generales, la batalla que en estos momentos se libra dentro de la federación socialista madrileña, que es, amén de una de las más importantes de España, la que más disgustos ha ocasionado al inquilino de la Moncloa desde que se elevó a los altares del partido hace ya diez años. El PSOE no consigue arrebatar ni la capital ni la Comunidad al PP a pesar de que ha puesto todo su empeño en ello en las dos últimas citas electorales. Simancas fue de fracaso en fracaso en la Comunidad y, en el ayuntamiento, primero Álvarez del Manzano y luego Gallardón han ido pulverizando a los candidatos socialistas, algunos puestos a dedo desde la presidencia del Gobierno como Miguel Sebastián, que se llevó un considerable varapalo en las municipales de 2007.


Pero Madrid es de vital importancia para Zapatero. La de Madrid es la autonomía más rica de España y la tercera más poblada. Tiene, además, una fuerte carga simbólica que transporta a los socialistas a los dorados aunque ya lejanos tiempos de Tierno Galván, cuando el PSOE dominaba con autoridad el panorama electoral capitalino. En Madrid se encuentra, asimismo, Esperanza Aguirre que por principios y determinación política es probablemente la horma del zapato del presidente del Gobierno. Por estas y otras muchas razones, entre las que se encuentran los monstruosos presupuestos públicos que manejan ambas administraciones, Zapatero necesita hacerse con Madrid si quiere seguir gobernando en el resto de España.

El problema del PSOE madrileño es doble. Por un lado la buena gestión del PP en la Comunidad, que pone muy cuesta arriba a los candidatos socialistas erigirse en alternativa de un modelo que los madrileños refrendan gustosos cada cuatro años desde 1995. Por otro, los equipos que históricamente han liderado la eterna alternativa del PSM han brillado por su mediocridad, su falta de ideas o, directamente, su inoperancia absoluta en la oposición.

En los que actualmente se disputan la candidatura del año próximo nada ha cambiado. Tomás Gómez es un demagogo en estado puro cuyo programa máximo es un antiaguirrismo primario inspirado en el discurso obrerista que se estilaba en el "cinturón rojo" de la capital allá por los años setenta. Ese tipo de mensaje, utilizado hasta la saciedad por su predecesor Simancas, cuenta ya con pocas adhesiones y provoca gran rechazo entre las clases medias madrileñas.

En el otro lado, Trinidad Jiménez ya fracasó estrepitosamente como candidata a la alcaldía en 2003. El Partido Popular le sacó 15 puntos de diferencia y, tan pronto como pudo, la voluntariosa candidata de la chupa de cuero buscó refugio en la política nacional al abrigo del primer Gobierno de Zapatero, que la nombró secretaria de Estado para Iberoamérica. En cuanto a Jaime Lissavetzky, fue consejero hace ya veinte años de los Gobiernos regionales de Leguina. Luego supo reorientar su carrera hacia el zapaterismo naciente como secretario de Estado para el Deporte, donde ha desempeñado un papel bastante lamentable, pues, éxitos deportivos que no le son directamente imputables al margen, su gestión política en asuntos como las selecciones autonómicas de fútbol ha brillado por su ausencia.

Sería difícil precisar cuál de los candidatos que pugnan por la candidatura del Ayuntamiento y de la Comunidad de Madrid es peor. Zapatero parece tenerlo claro, el PSM también. Que gane el menos malo, si es que lo hay.


Libertad Digital - Editorial

Diferentes, pero iguales ante la ley. Por José María Carrascal

«El pluralismo permitido por el Estado a las Autonomías, se niega dentro de las Autonomías con aspiraciones de nación y Estado. Estamos en las antípodas no ya de la Constitución española, sino del concepto de nación propugnado por la Revolución Francesa».

La principal objeción a la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto catalán es que no reconoce la «singularidad» de Cataluña en el Estado español. Gran ofensa, que permite decir a sus críticos que la sentencia niega el carácter plural de dicho Estado. O sea, que, aparte de injuriosa, es anticonstitucional. Lo que nos faltaba.

Curiosa palabra ésa de «singular». Por singular se entiende algo «único», distinto a los demás, e implícitamente, superior. Estamos ante otra variante del viejo «hecho diferencial» invocado por todos los nacionalismos internos españoles. Donde empieza la falacia. Todos los individuos somos diferentes. Incluso los hermanos gemelos lo son, al ser la «singularidad» uno de los rasgos más característicos del género humano. No somos hormigas, ni abejas, ni ovejas. Somos seres con rasgos particulares, empezando por las huellas y terminando por el carácter. Otro tanto ocurre con nuestras sociedades. Que España está formada por comunidades distintas no lo niega nadie y lo acreditan los chistes regionales. Pero eso ocurre en cualquier país. Un prusiano es muy distinto a un bávaro, lo que no impide a ambos considerarse alemanes. Incluso se dan casos de cruce de personalidades. «Hay españoles-prusianos, como hay alemanes-latinos», declaraba hace poco en España el que fuera durante muchos años presidente de las Cámaras alemanas, Peter Moser. Del mismo modo, hay catalanes muy flamencos y andaluces muy sosos, ahí tienen a Montilla. Quiero decir que la singularidad es un concepto lingüísticamente gaseoso y políticamente torticero. Si todos somos diferentes, nadie en realidad lo es. Y si me invocan la lengua como elemento diferencial de una nación, ¿qué hacemos con la India donde se hablan 300, le negamos el estatuto de nación? ¿Y con Suiza, donde hay tres lenguas oficiales, pero ningún idioma suizo? Con la lengua está ocurriendo la misma maniobra de distracción y embeleco que con el resto de la estrategia nacionalista: que siendo un instrumento de aproximación y entendimiento entre los humanos, la han convertido en elemento diferenciador y arrojadizo.


Pero lo que quita toda validez a las quejas nacionalistas es que esa singularidad que reclaman se la niegan a los demás. Como los demás se resisten a ser menos, se entabla una carrera parecida la de los galgos y la liebre mecánica en los velódromos: todos los españoles quieren ser y tener tanto como los catalanes, pero los catalanes rechazan que el resto tenga y sea como ellos. El resultado de esta carrera de «diferencias» es fácil de prever: la licuación del Estado, después de haber gasificado la Nación común. La cosa va incluso más lejos y esos nacionalistas que acusan el Tribunal Constitucional de negar la pluralidad de España, niegan la pluralidad en su territorio. No voy a referirme a las diferencias entre Gerona y Tarragona o entre Lérida y Barcelona, que hay más de las que se cree, sino al hecho de que ese nuevo y kilométrico Estatuto es un auténtico enrejado por el que se regula toda la vida catalana, desde la energía a la publicidad, pasando por los servicios, las comunicaciones, el cine, los alimentos, los servicios, el nombre de los establecimientos y los anuncios de sus escaparates. Sólo le falta disponer un nuevo sistema de pesas y medidas. Es como Cataluña, hasta hace poco una de las comunidades españolas más abiertas, va convirtiéndose en un reducto regido por lo que sus nacionalistas autoricen. El pluralismo que el Estado permite a las Autonomías, se niega dentro de las Autonomías con aspiraciones de nación y Estado. Lo que tampoco debe extrañar ya que, a estas alturas, el nacionalismo es una fuerza cerrada, retrógrada, incluso opresiva si se le permite. Es decir que estamos en las antípodas no ya de la Constitución española del 78, sino del concepto de nación propugnado por la Revolución Francesa, que según acaba de recordar el profesor Ovejero Lucas, de la Universidad de Barcelona, figura en la tumba de Marat. «Unidad, Indivisibilidad de la República, Libertad, Igualdad, Fraternidad». Lemas que los nacionalistas actuales no respetan ni uno.

De ahí que la diatriba de Durán Lleida, «la sentencia (del TC) ha sido el acto más separador de los últimos 35 años», sea tan demagoga como falsa. ¿Quiénes son los separadores, señor Durán, los que quieren títulos y atribuciones distintos a los de los demás o los que, concediendo a Cataluña una de las mayores autonomías que se gozan hoy en Europa, se limitan a señalar los límites que la Constitución marca a cualquier autonomía? Eso que usted, y otros como usted, propugnan no es nacionalismo constitucional, sino divisionismo diferenciador, como advirtió Ortega durante el debate sobre el Estatuto catalán en las Cortes de la República. Diferenciador y anti igualitario, me atrevo a añadir por mi parte.

Aunque tampoco hay que echar toda la culpa a los nacionalistas. La actitud del PSOE en el contencioso ha sido, en el mejor de los casos, equívoca, en el peor, suicida. En vez de admitir que el problema surgió de la promesa de conceder lo que no estaba en sus atribuciones (El «Os daré lo que me pidáis» de ZP), cuando la bomba les estalló en sus manos, lo único que han hecho es echar la culpa al PP. Ya sabemos que el ataque es la mejor defensa, pero cuando están en juego los fundamentos del Estado, no valen subterfugios, pues podemos volarlo. Echar la culpa al PP de la revuelta catalana contra la sentencia del Tribunal Constitucional por haber elevado recurso contra el Estatutindica una cortedad de miras y unos recursos arteros que asustan. Pues da a entender que preferirían tener un Estatuto catalán anticonstitucional aceptable a aquellos nacionalistas a otro constitucional que les moleste. Las promesas de Zapatero de intentar soslayar esa inconstitucionalidad por decreto no hacen más que confirmar esa felonía. A no ser que se trate de otra de sus promesas, es decir, que no piense cumplirla.

No está, sin embargo, solo. Felipe González y Carme Chacón acaban de publicar un largo artículo en el que aseguran que «el problema sigue estando en la resistencia del PP a reconocer la diversidad de España». No es que el PP sea totalmente inocente en el asunto, y que procure no volar puentes con los nacionalistas demuestra que se plantea un día no lejano gobernar con ellos. Cuando hoy sabemos de sobra que los nacionalistas se niegan a reconocer la pluralidad tanto del resto de España como en su territorio, es decir, son los principales anticonstitucionalistas, contra lo que dicen González y Chacón.

Lo que significa que el verdadero problema puede ser un PSOE que si en los años 30 del pasado siglo no fue capaz de decidirse entre revolución o democracia, hoy no se decide entre España como Nación, como Nación de naciones, como Estado federal, como Estado confederal o como todo ello junto. Y si nuestro partido más antiguo, que además nos gobierna, no es capaz de decidirse sobre asunto tan importante, tenemos un gran problema. No voy a decir tan grande como el de los años 30 del pasado siglo, pero casi.

Volviendo a lo que les decía al principio, no se puede invocar la singularidad negándosela a los demás, como hacen los nacionalistas, ni se puede jugar con la esencia del Estado, como hace el PSOE. Nada de extraño que los españoles huyan, no importa adónde, para olvidar lo que dejan detrás. Lo malo es que se lo encontrarán a la vuelta.


ABC - Opinión