jueves, 19 de agosto de 2010

La mentira inverosímil. Por Hermann Tertsch

Sólo la pretensión de presentar al PP como fuerza traidora y antiespañola mantiene vivo el ánimo de los socialistas.

ESTÁN de los nervios. Y ya no saben más que insultar a los adversarios, desposeídos como están de cualquier argumento en esta realidad tan desagradecida con sus buenas intenciones. E inventarse teorías peregrinas que producen hilaridad. Se trata de un arma arrojadiza que ni siquiera alberga pretensiones de engañar, por lo absurdo de sus postulados. Si nunca existió la veracidad en el discurso socialista ante la crisis —la económica, la institucional, la política y todas las que sufrimos tras seis años de zapaterismo—, ahora llega despojado de toda verosimilitud. Sus soflamas ni son verdad ni pretenden serlo. Quizás el ejemplo más claro de esa impotencia agresiva se dio cuando De la Vega acusó al PP de querer que España perdiera en el Mundial de Fútbol. Todos los españoles saben que tal afirmación es mentira. Y la vicepresidenta sabe que lo saben. Da igual. Porque el titular es el ataque no el argumento. Ante el deterioro de la situación en todos los frentes del Gobierno, la proximidad de diversas elecciones y el cada vez más probable hundimiento del inmenso chiringuito clientelar socialista —tanto en Madrid como en varias autonomías—, se extiende el pánico de todo un aparato que tiene miedo. Pero no ya al futuro de sus astracanadas ideológicas y su experimentación social, sino al de sus lentejas o su Audi A8, su sueldo y la lealtad de benefactores y beneficiados. ¿Dónde buscarán cobijo cuando se les eche encima la precariedad y la angustia que tanto han ayudado a generar? ¿En la iniciativa privada? Habrán de tener mucha suerte en lo que para la mayoría de los socialistas con cargo, empezando por el presidente, es territorio ignoto.

Ante semejantes perspectivas muchos de los damnificados se muestran dispuestos a todo. Y es casi lógico que los titulares de los boletines de la feligresía socialista también hayan renunciado a la verosimilitud. No les ruborizaba denunciar una conspiración del PP contra la selección o su supuesta satisfacción ante la penuria económica. Ahora intentan presentar la crisis melillense, provocada por el régimen marroquí con el que tan íntimas y excelentes relaciones dicen tener, como resultado de insidias de la oposición. Y presentan las visitas a Melilla de dirigentes del PP como generadoras de la tensión. Saben que es mentira. Saben que todos saben que es mentira. Pero da lo mismo. Sólo la pretensión de presentar a la oposición como fuerza traidora y antiespañola mantiene vivo el ánimo de quienes han fracasado en todos sus objetivos políticos. Algo se le puede criticar al PP. Que no hayan estado ya todos sus dirigentes, Rajoy a la cabeza, en una Melilla que sufre un nuevo ensayo general de sitio. Para compensar la infinita vergüenza de que aún no haya puesto allí pie ningún ministro español. Parecen ya tan exhaustos que no tienen fuerzas ni para su especialidad del engaño.

ABC - Opinión

Estupidez y maldad. Por Edurne Uriarte

Cuando un problema fronterizo estalla públicamente, Melilla, la izquierda gobernante se esconde. Algunos ministros, Moratinos, desaparecen, los otros, Rubalcaba, retrasan las reuniones.

Con esas dos palabras, estupidez y maldad, calificaba este martes al sarkozysmo el líder de Europa Ecología Daniel Cohn-Bendit en entrevista de gran despliegue en «Le Monde». ¿Motivos de la durísima descalificación? Las políticas contra la inmigración ilegal de Sarkozy, la expulsión de los sin papeles, los gitanos asentados en poblados ilegales, en este caso, y la propuesta de retirada de la nacionalidad a los delincuentes.

La entrevista y el debate francés son una buena referencia para lo que está ocurriendo en España, ahora en Melilla. Con una sola diferencia, que en España manda la izquierda y que en Francia lo hace la derecha. Pero resulta que aquí la izquierda aplica políticas semejantes a las francesas, Rubalcaba expulsa a todos los sin papeles que puede. Ahora bien, nuestra izquierda lo hace en secreto o, al menos, en silencio. Y cuando un problema fronterizo le estalla públicamente, caso de Melilla, la izquierda gobernante se esconde. Algunos ministros, Moratinos, desaparecen, los otros, Rubalcaba, retrasan las reuniones para dar a entender que no pasa nada, y las otras, Aído, hablan sólo cuando la presión pública se les hace insoportable.


Y se esconden porque tienen miedo a los Cohn-Bendit de turno, a esa izquierda radical o alternativa que les acusa de hacer las mismas políticas que la derecha en fronteras e inmigración. Y aún tienen más miedo a sus propias contradicciones. A las derivadas de unos cuantos años de discursos sobre la xenofobia de la derecha que han acabado en la aplicación de exactamente las mismas políticas, cuando a la izquierda le ha tocado gobernar. Controlan con dureza la frontera en Ceuta y Melilla, como no podía ser de otra manera, mientras descalifican la política de Sarkozy o la nueva ley contra la antiinmigración ilegal de Arizona. Y cuando quedan en evidencia… resulta que la tensión es obra del PP.

ABC - Opinión

La gran confusión. Por M. Martín Ferrand

El de Cantabria es un caso singular porque el PRC no siente pulsiones nacionalistas y carece de representación en el Congreso.

UN camello, según un chiste viejo, no es otra cosa que un caballo diseñado por un comité. Lo mismo que le ocurre a nuestro sistema político. La Transición, el brinco que permitió el salto de una dictadura a una democracia, tuvo que hacerse con tantas componendas que el modelo tiene sus rarezas. El problema reside en que esas rarezas —electorales, partitocráticas, autonómicas, demagógicas, sindicales, judiciales…— dan de comer a tanta gente que será difícil que quienes se benefician de ellas las repudien. El sistema electoral es una de las piezas más singulares del muestrario nacional que, hijo de consensos, genera efectos negativos como el poder desmedido de los partidos minoritarios periféricos de los que, de hecho, depende la potencialidad de Gobierno de los grandes partidos que, todavía, se dicen nacionales aunque ya no lo sean plenamente.

A la hora de la verdad, la que sigue al recuento de los votos en unas legislativas, el PNV, CiU, ERC o CC convierten en elefantiásica su representación. Lo mismo ocurre en el plano autonómico y buenos ejemplos son de ello las coaliciones que gobiernan en el País Vasco, Cataluña o Cantabria. Tres modelos de matrimonios de conveniencia que, con distintos resultados, burlan la voluntad mayoritaria expresada por los ciudadanos. El de Cantabria es un caso singular porque, de momento, el PRC de Miguel Ángel Revilla no siente pulsiones nacionalistas e, instalado en el regionalismo, carece, también de momento, de representación en el Congreso. El PRC, junto con el PSOE cántabro, ya lleva dos legislaturas birlándole al PP su mayoría minoritaria y ello, unido al populismo de Revilla, da lugar a confusiones que alcanzan condición escandalosa al hilo de los recortes en las obras públicas que, con gran frivolidad, anuncia, modifica, activa, amortiza y redistribuye el singular José Blanco.


Ramón Pérez-Maura, santanderino fino y periodista grande, quizás por su principal dedicación a lo internacional, se escandaliza con la tipología local. Ayer, en estas páginas, definía a Revilla como «prototipo del pillo de la política». ¿Cómo no habría de serlo si, desde la minoría, tiene anulados, a su favor, al PSOE y, en su contra, al PP? Es un demagogo en estado puro y, como se decía en esta columna el pasado 24 de julio, «maneja las anchoas de Santoña con la misma habilidad que un sheriff del Far West manejaba el Colt 45». Me reprocha Pérez-Maura haber escrito que Revilla «ha sabido trajinarse a Zapatero» y aceptaría su reproche si en el mismo párrafo, dos líneas más abajo, no hubiera matizado que «pudiera ser que fuera Revilla el trajinado».

ABC - Opinión

Zona de nadie. Por Ignacio Camacho

La visita de Aznar a Melilla no sólo ha dejado en evidencia la contemplativa galbana del Gobierno sino la de Rajoy.

EN la física política rige una inexorable ley de los espacios: aquéllos que uno deja vacíos acaban ocupados por el adversario. Este principio es válido tanto para la pugna de partidos como para los pulsos internos entre correligionarios; al que se duerme le comen la merienda porque en la lucha por el poder no queda sitio para zonas de nadie como la que Marruecos ha laminado en Melilla… aprovechando la pasividad española en una exacta metáfora de esta lógica espacial. Metro que uno abandona, metro que otro invade, se trate de espacios físicos, ideológicos, electorales o de oportunidad.

Por eso el Gobierno no se puede quejar de que Aznar le haya madrugado la atención que Melilla está reclamando de la política española. Con Moratinos desaparecido ignominiosamente —¿se estará escondiendo para que no le envíen de candidato a Córdoba?— en plena crisis fronteriza; con Bibiana Aído encogida ante el desprecio sufrido por las mujeres policías; con los vicepresidentes —Chaves es de Ceuta— en vacaciones o de inútil zascandileo autonómico; con Rubalcaba posponiendo una semana el contacto con su homólogo marroquí; con todo el Gabinete, en fin, refugiado en la galbana estival para minimizar la incómoda ofensiva de presión norteafricana, el vacío institucional y de liderazgo ofrecía una clara oportunidad para quien tuviese reflejos suficientes y ganas de aprovecharlo. La entusiasta recepción de los melillenses constituye una prueba manifiesta de su sentimiento de orfandad ante el quietismo oficial en un momento crítico.


Claro que la visita del ex presidente no ha dejado solamente en evidencia la falta de respuestas gubernamentales, sino que ha señalado —y es imposible que el interesado lo ignore— la apática indiferencia de un Rajoy del que lo último que han sabido los ciudadanos es que se iba de vacaciones con el cinturón de seguridad desabrochado. Con su ruidosa presencia en Melilla, Aznar ha eclipsado adrede el viaje consular de González Pons en las vísperas, enviando a la opinión pública un mensaje indisimulado de disconformidad con la posición contemplativa de su sucesor en el PP. Incapaz de dominar el hormigueo político que le desazona desde que dejó el poder y liberado de responsabilidades y compromisos, ha ido a ocupar un espacio vacante a sabiendas de que su presencia iba a formar un alboroto. Es el peligro de dejar tierra de nadie: que siempre hay alguien dispuesto a quedarse con ella.

Es evidente que el movimiento inopinado de Aznar ha pillado a toda nuestra dirigencia con el paso cambiado, provocando una sacudida de desafío en una política amodorrada. La idoneidad del gesto es discutible, especialmente en un ex mandatario que parece echarse de menos a sí mismo, pero está claro que había un margen de acción al alcance de cualquier iniciativa. A este hombre le corre sangre por las venas, aunque mezclada con una dosis considerable de resentimiento. A otros parece que no les corre más que horchata.


ABC - Opinión

Y Moratinos de vacaciones. Por Ignacio Villa

Definitivo: el Gobierno está de vacaciones. Rodríguez Zapatero se ha cuidado mucho este año para no dar una imagen de desconexión de la vida política en estas semanas de descanso. Desde el Gobierno no se han cansado de airear que este año se ha quedado en el Palacio de La Moncloa con algunos fines de semana largos para descansar. Incluso se han convocado algunos Consejos de Ministros para este mes vacacional buscando ofrecer una imagen de fotografía, de propaganda. Como estrategia puede tener su interés, nadie lo pone en duda; pero, si se está buscando el efecto de los resultados se pueden calificar como nefastos.

El aviso sobre una nueva subida de impuestos, la guerra fratricida –siempre entre sonrisas– en el PSM, la crisis de los controladores aéreos son algunas de las historias políticas que han dado color informativo a este mes de agosto. Pero desde luego lo que sobresale por encima de todo, con una gravedad más importante de lo que parece y con un fondo que, por el momento, no se ve el final es la crisis surgida en el norte de África que afecta a Melilla y que también tiene, nadie lo duda, como objetivo Ceuta. El bloqueo psicológico primero, y real después a la ciudad española de Melilla, y las vejaciones que han soportado y soportan las policías españolas en la frontera, tienen –como decía– una repercusión tremenda, que ha llevado incluso a intervenir personalmente al Rey Don Juan Carlos con el Monarca de Marruecos, pero que por el momento ha dejado al Gobierno socialista absolutamente inmovilizado.


Zapatero sumiso, Moratinos no existe y Ru-balcaba anuncia que la semana próxima acudirá a Rabat. ¡La semana próxima! ¿Qué agenda tiene el ministro del Interior para no poder acudir a las ciudades españolas en el norte de África en pleno mes de agosto? Aunque desde luego, no admite discusión, el gran desaparecido en este conflicto es el ministro de Exteriores. Moratinos, un ministro que alardea de su buena relación con el mundo árabe, en un momento de crisis diplomática con Marruecos que empieza a compararse con lo ocurrido en Perejil, ni está, ni se le espera. ¿Dónde está Moratinos? ¡Qué alguien nos lo diga!, aunque sea simplemente por vergüenza torera.

Lo que está ocurriendo en Melilla y previsiblemente también en Ceuta requiere una reacción inmediata del Gobierno socialista. Dice no estar de vacaciones, pues bien debe demostrar lo que dice y lo que no hace. En Moncloa se han puesto muy nerviosos por la presencia del popular Esteban González Pons en Melilla. Hay que decir al Gobierno: ¡menos nervios y más acción! González Pons ha hecho lo que tenía que haber hecho el Ejecutivo hace muchos días. Por lo tanto, lo dicho, menos nervios en Moncloa y una obligada rectificación. El ministro Moratinos tiene que decir y hacer algo. Y eso por lo que parece es mucho para el titular de Exteriores que no está dispuesto a dejar sus vacaciones.


La Razón - Opinión

Izquierda, derecha, crisis. Por José María Carrascal

«La debilidad de la izquierda ha sido siempre la economía. Sabe gastar el dinero. No crearlo. De ahí que en tiempos de crisis, la ciudadanía se fíe más de la derecha, incluso en los casos de que haya sido la causante de la misma, como el actual».

Una de las mayores ironías de la crisis que nos azota es que siendo la derecha la causante de ella, quien más la sufre es la izquierda. Es más, quienes están triunfando en las elecciones son los conservadores. ¿Ustedes lo entienden?

Que este crash, como el de 1929, fue causado por los excesos capitalistas —«una indigestión de mercado», he oído definirlo compasivamente—, no cabe la menor duda. Como que ha puesto en peligro la economía global, que aún no ha logrado recuperarse. Sin embargo, los gobiernos acudieron en ayuda de los causantes del desaguisado —las instituciones financieras— no por simpatía hacia ellas, sino por saber que pertenecen a quienes tienen allí depositado su dinero, no a sus directivos, aunque algunos actúan como si les perteneciesen. Los ahorros de cientos de millones de personas podían evaporarse con los fondos basura, creando un tsunami financiero de proporciones globales. No quedaba, por tanto, más remedio que acudir en su ayuda. Aunque había también que imponer normas más estrictas a dichas instituciones, cosa que todavía no se ha hecho. Es una de las causas de que la recuperación se retrase.


La principal causa, sin embargo, es que, como con los ratones y el gato, todos están de acuerdo en que hay que poner un cascabel a la crisis, pero el durísimo ajuste que ello significa se atraganta a la mayoría de los gobiernos, sobre todo a los de izquierdas, comprometidos con «lo social» y especialistas en gastar, no en crear riqueza. La debilidad de la izquierda ha sido siempre la economía, donde ha triunfado más en la teoría que en la práctica. Desde Marx, la economía de izquierdas ha significado la «nacionalización de los medios de producción». Pero todos los ensayos en ese terreno han sido un desastre. El comunismo no ha logrado ni siquiera alimentar bien a sus súbditos. Su utopismo —la creación de un paraíso en la tierra en el que cada cual recibiese según sus necesidades— ha desembocado siempre en campos de concentración. Es lo que obligó a la «nueva izquierda», la socialdemocracia, a adoptar buena parte de las normas capitalistas, ante la incapacidad manifiesta del Estado de regular los flujos económicos. De ahí que nadie hable ya de «nacionalizaciones». De lo que se habla es de «privatizaciones», incluso en ramos que tradicionalmente pertenecen al Estado: la energía, los transportes, incluso las cárceles y la educación. Ha sido una rendición en toda la regla. La «Tercera vía» de Blair no era más que un capitalismo suavizado y vigilado de lejos. Mientras Zapatero ni siquiera hizo eso: dejó que la economía neoliberal siguiese con todos sus excesos, los del ladrillo especialmente, mientras él se dedicaba a cambiar el «alma» de España, ya fuera en su articulación territorial, su memoria histórica o la laicización de su sociedad. La consecuencia fue que no vio la crisis hasta que empezó a mordernos el trasero, e incluso entonces, aplicó las medidas falsas, hasta que le llamaron la atención nuestros socios, pues estaba poniendo en peligro a todos.

Nada de extraño que la derecha esté mucho mejor preparada para la crisis que la izquierda. El capitalismo no intenta crear una sociedad perfecta, un paraíso en la tierra, como el socialismo. Se limita a dar rienda suelta a las ambiciones personales de alcanzar más de lo que se tiene y a facilitar el apetito de ascensión social de los individuos, que el socialismo, en su afán igualitario, coarta. Unidas todas esas ambiciones y apetitos individuales, se traducen en progreso del conjunto. Desigual, desde luego, pero progreso. Es algo que palpa la ciudadanía de los países desarrollados, que ante una crisis se fía más de los conservadores que de los «progresistas». De ahí que vote a la derecha incluso en los casos en que haya sido la causante del desaguisado, como el que vivimos.

Lo admite ya también la izquierda, aunque siempre quedará una minoría fanática aferrada a sus dogmas indemostrables, mientras a la mayoría de ella, cedido el terreno económico a la derecha, le quedan sólo por cambiar los usos y costumbres, las normas sociales, los modelos tradicionales de vida: el divorcio, la homosexualidad, las drogas, el aborto. Pero eso era algo que la sociedad burguesa iba ya cambiando, sin necesidad de revolución ni de alardes, lo que obliga a la izquierda a ir cada vez más lejos en su nuevo cometido. Estamos ante la desesperación del que no tiene ya nada que ofrecer, tras haber cedido la principal plaza al enemigo, y predica incluso disparates, como ocurrió en Alemania, donde llegó a considerar la pederastia una «educación sexual», hasta que la propia sociedad le dio el alto.

La presente crisis, sin embargo, nos ha llevado a una situación extrema: la izquierda carece de recetas para ella, pero las de la derecha tampoco sirven, como comprobamos tras dos años de forcejeo. La razón es que no estamos ante una crisis corriente, de las que se sale con el recorrido habitual: recesión, digestión y recuperación automática. En esta crisis, la recesión está deviniendo en depresión, de la que puede haber recuperación o no. De momento, sólo hay «brotes verdes» en aquellos países sometidos a un severo plan de ajuste. El resto sigue empantanado. Y es que esta crisis no es sólo económica, es principalmente social. No podemos seguir, al menos en el llamado mundo desarrollado, como hasta ahora, consumiendo a destajo, ganando más, trabajando menos, dejando las labores sucias a los que llegan del subdesarrollado, pues por ese camino pronto seremos él. El paraíso no existe en el socialismo ni en el capitalismo. Necesitamos regular no sólo nuestro sistema financiero, sino también nuestra forma de vida. Hay que adoptar nuevas normas laborales, nuevo cómputo de pensiones, nuevas relaciones individuales y colectivas, por la sencilla razón de que todo eso ha cambiado en las últimas décadas, sin que nos sirva ya nada de lo anterior.

El mayor escollo está en las dos corrientes contrapuestas en marcha: por un lado, la tendencia hacia la individualización. Por el otro, la marcha inexorable hacia la globalización. El individuo reclama cada vez más, en un mundo que se homogeneiza y no admite privilegios. Las reclamaciones individuales, o de pequeños grupos, en busca de perpetuar excepciones o alcanzar otras nuevas, chocan con las exigencias colectivas, que exigen un nivel común para todos. Pero estamos creando robinsones en una isla global, singularidades en medio de la uniformidad general hacia la que vamos. Algo imposible y hasta esquizofrénico, como en cierto modo es el mundo actual.

Pedir a los actuales políticos, sean de izquierdas o de derechas, que establezcan este nuevo orden mundial —que vendría a ser una nueva correlación entre derechos y deberes tanto de individuos como de naciones— son ganas de pedir peras al olmo. Los políticos actuales son lo más arcaico que hoy existe, perteneciendo la inmensa mayoría a la era prenuclear y preglobalización, por no hablar de los nacionalistas, que pertenecen a la prehistoria. Y todos ellos, como sus predecesores, no ven más allá de las próximas elecciones. Son, por tanto, incapaces de afrontar los nuevos problemas, el envejecimiento de la población, la deuda del Estado y de los particulares, la demanda creciente de energía, el cambio climático, el terrorismo, el nacionalismo excluyente, que requieren soluciones a largo plazo y afectan a todos en general y a cada uno en particular.

La crisis continúa así, arrastrándose como una inmensa boa dispuesta a tragarse a cuantos creen que esto va a arreglarse sin mayores esfuerzos o por el hundimiento del contrario. ¿Les suena?


ABC - Opinión

Rabat relaja la presión

En las últimas horas la situación en la frontera de Melilla ha experimentado una apreciable mejoría. Las gestiones institucionales, como el encuentro de ayer mismo del director general de la Policía con altos cargos marroquíes para analizar la crisis diplomática y preparar la próxima visita a Rabat del ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, parecen haber propiciado una paulatina distensión en el paso de Beni Enzar. La campaña de bloqueo de suministros a la ciudad autónoma por parte de los alborotadores marroquíes, que debía prolongarse desde ayer hasta el fin de semana, sólo ha durado un día. La limpieza de la denominada «zona de nadie», con la desaparición de los carteles denigrantes y ofensivos contra la Policía española, y, especialmente, contra las agentes, atestigua ese retorno a una cierta normalidad. Es evidente que la máxima responsabilidad del conflicto diplomático es de quien lo ha provocado, el régimen alauita; pero también de quien ha consentido que la situación degenerara, la diplomacia española, por su parálisis e incapacidad para reaccionar con eficacia ante el problema. El Gobierno tendrá que responder en sede parlamentaria de la gestión de la crisis y de sus consecuencias, y especialmente de la desaparición del ministro Moratinos y del vacío diplomático en Rabat –sin embajador ni cónsules españoles– denunciado por La Razón. Lo acontecido en Melilla ha puesto de manifiesto la falta de atención y solidaridad de las autoridades españolas hacia una parte del territorio nacional que se siente olvidada. Los titubeos del Gobierno y del PSOE han sido una prueba de cargo de esa frialdad. En este sentido, ha sido especialmente concluyente la agria reacción del Gobierno contra la presencia de dirigentes del PP en la ciudad autónoma, especialmente, la de José María Aznar. Hablar de deslealtad al Gobierno parece la pataleta de un Ejecutivo que sangra por la herida diplomática abierta por su desidia. Por no recordar el inopinado viaje de Zapatero a Marruecos como líder de la oposición en 2003, en otra crisis diplomática y con el embajador llamado a consultas; el posado del líder socialista ante un mapa en el que Ceuta, Melilla y Canarias aparecían como territorios marroquíes, o los encuentros de Felipe González con el rey alauita . Aznar, como cualquier otro español, es muy libre de visitar la ciudad española que considere conveniente. Por lo demás, no hay peor deslealtad a España y a los españoles que no defenderlos de la agresión externa. Y que un ex presidente ocupe un vacío institucional evidente y acuda a respaldar a una ciudad española en complicaciones es, ante todo, un ejercicio de responsabilidad. El último desencuentro con Marruecos no debería cerrarse como otros. Es obligado extraer conclusiones sobre las complejidades fronterizas en las ciudades autónomas, que son también los límites de la UE, y que tanto condicionan el desarrollo y la prosperidad de sus ciudadanos. Lo ideal sería establecer de una vez por todas un marco de estabilidad duradero para unas relaciones pacíficas y de buena vecindad, beneficiosas para ambas partes. Porque damos por sentado que la cita de Rubalcaba en Rabat cerrará la crisis, pero ¿hasta cuándo?

La Razón - Editorial

Aznar en Melilla

Está en su legítimo derecho de realizar actividades públicas y pronunciarse sobre cuestiones relevantes de la política española. José Blanco ha salido en tromba para criticar al líder popular, utilizando el término «deslealtad» y olvidando el viaje en 2001 de Zapatero a Rabat en plena crisis de los embajadores.

JOSÉ María Aznar fue aclamado ayer por miles de personas durante su visita a Melilla, donde se entrevistó con el presidente Juan José Imbroda y acudió —entre otros lugares— a la valla fronteriza con Marruecos. El ex presidente del Gobierno refuerza así la presencia del Partido Popular en la ciudad autónoma, tal y como hizo el día anterior el vicesecretario general de Comunicación, Esteban González Pons, en un significativo gesto de apoyo a las Fuerzas de Seguridad injustamente ofendidas. Aznar es una referencia indiscutible para el centro derecha español. Como es natural, está en su legítimo derecho de realizar actividades públicas y pronunciarse sobre cuestiones relevantes de la política española. Sin embargo, José Blanco (al parecer, el único ministro «activo» en esta etapa veraniega) ha salido en tromba para criticar al líder popular, utilizando con manifiesto exceso el término «deslealtad» y con selectivo olvido el viaje en 2001 del propio Zapatero a Rabat en plena crisis de los embajadores.

Lo cierto es que los melillenses han sabido dar cumplida respuesta a la actitud de unos y de otros, agradeciendo de forma espontánea la cercanía del PP y expresando al tiempo su rechazo ante la tibieza del PSOE en la defensa del interés general de España en este nuevo episodio de desencuentro con Marruecos. Las prudentes declaraciones del ex presidente reflejan en todo caso una realidad evidente, y es que esa ciudad española «no debe vivir entre el acoso y la dejadez». Los marroquíes radicales consideran una «provocación» esta visita de Aznar; pero no es ése precisamente el punto de vista que más interesa a la opinión pública española, perpleja —una vez más— ante la pasividad del Gobierno frente a la actitud inaceptable de determinados sectores del régimen alauí.

ABC - Editorial

Deslealtad con Melilla, deslealtad con España

Que hable de "deslealtad a España" el ministro de un Gobierno que precisamente ha hecho de esa deslealtad la base de su política hacia Marruecos es el colmo de la impostura.

El espectáculo de dejadez, cobardía e inoperancia que el Gobierno de Zapatero ha ofrecido estos días ante los intolerables insultos que el régimen marroquí ha dirigido contra la Policía destinada en los puestos fronterizos de Melilla, así como ante el bloqueo que Rabat ha instigado a la entrada de productos en la ciudad española, parecía difícilmente superable. El ministro José Blanco, sin embargo, ha querido hacerlo aún más bochornoso con unas declaraciones en las que acusa nada menos que de "deslealtad a España" al ex presidente del Gobierno, José María Aznar, por el supuesto delito de visitar esa ciudad española y transmitir a sus habitantes su solidaridad ante la situación de "acoso" y de "dejadez" que sufren.

Al margen de la mentira de Blanco de decir que Aznar "nunca visitó Melilla como presidente" –cosa que sí que hizo en dos ocasiones–, aquí la única deslealtad hacia España es la de un Gobierno que considera desleal que un ex presidente visite un territorio español y se solidarice con sus habitantes, que con fundamento sienten tanto el acoso del país vecino como la dejadez de su propio Gobierno a la hora de defenderlos. Aquí la deslealtad es la de quien, como Miguel Ángel Moratinos, desaparece en plena crisis teniendo que ser el Rey de España el que ejerza de ministro de Exteriores. Aquí la deslealtad es la de un Gobierno que, en lugar de atender las quejas que vienen haciendo las autoridades de la ciudad autónoma de Melilla, les pide que las silencie para "no contribuir a una escalada de la tensión con Marruecos". Aquí la deslealtad es la de un ministro como Rubalcaba que, en lugar de salir en defensa de nuestra policía frente a las calumnias lanzadas por Rabat, guarda un bochornoso silencio, tan desleal, por cierto, como el que durante tanto tiempo ha mantenido la ministra de Igualdad ante los insultos recibidos por las mujeres policía de nuestro país. Aquí la deslealtad es la de un Gobierno que finalmente cede y retira las mujeres policía de las fronteras de Ceuta y Melilla con Marruecos, no sin antes haber concedido a Rabat un millón de euros, tal y como denunciaba este miércoles La Razón.


Que hable de "deslealtad a España" el ministro de un Gobierno que ha hecho de esa deslealtad la base de su política hacia Marruecos es el colmo de la impostura. Con todo, puestos a hablar de "deslealtades" de ex presidentes del Gobierno, aun recordamos la que, contra la tradicional posición de España en el Sáhara y en beneficio de Marruecos, perpetró en el debate organizado por Caixaforum el 28 de septiembre del año pasado Felipe González con declaraciones tales como que en el Sáhara Occidental "no hay expoliación de recursos porque no hay ninguna actividad económica" o que el Sáhara Occidental fue parte de Marruecos pues estaba ligado por "derechos especiales" con el sultanato de Marruecos o que Marruecos es "el país con mayor espacio de libertades del mundo árabe".

Aquellas declaraciones de González, quien, dicho sea de paso, jamás visitó Melilla en sus catorce años como presidente, provocaron una justa queja del Observatorio para los Recursos del Sáhara Occidental, mientras que nuestro Gobierno guardó un condescendiente silencio. Y es que González, a diferencia de Aznar, ha brindado a Marruecos tan excelentes servicios como para recibir del propio Mohamed VI el visto bueno a la construcción en Tánger de una mansión valorada en 2,5 millones de euros sobre un terreno de 5.000 metros cuadrados en primera línea de playa. Será por lo muy leal que el ex presidente socialista ha sido con España...


Libertad Digital - Editorial

A caballo de la improvisación

Una vez más, los bandazos, desmentidos y matizaciones (de fondo) se convierten en el enrevesado eje sobre el que este Gobierno pretende articular una gestión inexistente.

SIGUIENDO la secuencia ya habitual en este Gobierno, la vicepresidenta segunda, Elena Salgado, desmintió ayer públicamente que el Ejecutivo vaya a realizar ningún tipo de reforma fiscal que implique una subida de impuestos, tal y como advirtió este pasado fin de semana el ministro de Fomento, José Blanco. Para Salgado, la «estructura fiscal» actual es suficiente para cumplir los objetivos de rebaja del déficit que se ha marcado el Ejecutivo para el próximo año y el buen comportamiento de la deuda española en los mercados internacionales permitirá incluso un margen adicional de recuperación de la inversión en infraestructuras, aproximadamente de unos quinientos millones de euros. Sin embargo, la vicepresidenta sí reconoció que habrá un pequeño ajuste «para favorecer la equidad»; lo que en realidad responde más al empeño personal del presidente en brindar un guiño a su electorado —con un aumento del IRPF sobre las rentas más altas— que a una medida real para aumentar la recaudación. Hasta tal punto llegó la corrección de Salgado a Blanco, que el ministro de Fomento se vio obligado a aclarar que sus recientes afirmaciones de homologar nuestros impuestos con los de Europa, eran en realidad una «reflexión» en voz alta sobre la necesidad de abrir un debate parlamentario respecto de la financiación y mantenimiento de las infraestructuras «de primera» que disfruta este país.

Una vez más, los bandazos, desmentidos y matizaciones (de fondo) se convierten en el enrevesado eje sobre el que este Gobierno pretende articular una gestión inexistente; y buena prueba de ello fue el reconocimiento por parte de Salgado de que la reunión con Blanco era «inusual». Pero si la reunión fue inusual, las conclusiones de la misma fueron sorprendentes. Porque dejar al albur del comportamiento de la deuda española el reajuste de la inversión resulta cuando menos aventurado, toda vez que cuando Zapatero ya insinuó una relajación en las medidas de austeridad, los mercados no tardaron un minuto en reaccionar negativamente. Quizá por eso, el ministro de Fomento aprovechó la comparecencia conjunta para «reflexionar» en voz alta sobre el horizonte que les espera a las grandes empresas adjudicatarias de Obra Pública, a las que avisó de que, pese al margen recuperado, «nada va a ser en este país como había sido hasta ahora». Y en esta parte, no cabe más que darle la razón al ministro. Porque mientras la improvisación siga dirigiendo el destino de este país, cualquier cosa puede ocurrir mañana.

ABC - Editorial