domingo, 22 de agosto de 2010

Diplomacia del appeasement. Por José María Carrascal

El gobierno Zapatero necesita todo su tiempo y energía para atacar a su verdadero y puede único enemigo: el PP.

«YO no he visto nunca a un ex presidente de Gobierno —ha dicho don José Blanco a propósito de la visita de Aznar a Melilla— con ese comportamiento». Pues yo nunca he visto a un presidente de Gobierno prometer a una comunidad cuanto le pediese. Ni decir que el concepto de nación es discutido y discutible. Ni calificar de «accidente» un atentado terrorista con dos muertos. Ni llamar «desaceleración» a una crisis global. Ni, ni, ni, así podría seguir, enumerando barbaridades, frivolidades y deslealtades de nuestro presidente, hasta agotar el espacio del que dispongo.

Y lo peor de todo es que continúa en ellas. Ahí le tienen «poniendo en marcha el rescate de partes del Estatuto catalán anuladas por el Tribunal Constitucional», según portada de «El País». ¿Es así como se acepta una sentencia del más alto tribunal de la nación? ¿Es así como se gobierna, intentando revertir con decretos-ley una decisión que «laminaba el capítulo de un Poder Judicial catalán en el Estatuto», según el mismo periódico? Y todo por razones electorales, para insuflar aire a un tripartito presidido por socialistas, que ha hecho más por separar Cataluña de España que todos los gobiernos nacionalistas anteriores.


La cosa es todo menos banal. De tener Cataluña su propia Justicia, estén ustedes seguros de que no se hubiera prohibido el homenaje a una etarra convicta y confesa, planeado ayer en Barcelona. Pues ni el Gobierno, ni la Generalitat, ni el ayuntamiento, controlados por socialistas, habían hecho nada por evitarlo, habiendo tenido que ser un juez de la Audiencia Nacional, a solicitud de la asociación Dignidad y Justicia, quien lo haya hecho. Pero podemos despedirnos de ello si los planes del presidente se llevan a cabo. A no ser que esté engañando a sus propios compañeros, como ha hecho con todos, prometiendo lo que no piensa cumplir si llegada la hora de la verdad —las elecciones generales— no le conviene. Pero que sigue en su línea de deslealtades está a la vista.

«Gobernamos con diplomacia, lejos del ardor guerrero del PP», ha dicho la vicepresidencia primera, a propósito de la misma visita de Aznar a Melilla. Por lo visto, llama diplomacia a lo que Chamberlain llamaba «apaciguamiento» ante Hitler: ceder ante el agresor con la esperanza de calmarlo. Como se demostró tras Munich, el apaciguamiento no frena al agresor, al revés, le anima a pedir más. ¿Es también «diplomacia» haber concedido a los gibraltareños cuanto pedían, en vez de oponerse a su expansión por tierra, mar y aire españoles?

Claro que el gobierno Zapatero necesita todo su tiempo y energía para atacar a su verdadero y puede único enemigo: el PP.


ABC - Opinión

Preciosa suegra. Por Alfonso Ussía

Las señas externas de identidad de la Izquierda española se me antojan admirables. Ese humilde y al alcance de todos vestido de novia de la compañera Penélope Cruz, diseñado por John Galliano, que lo define de corte principesco, inspiración romántica, escote corazón, ola de encajes y ajustado a la cadera, para contraer matrimonio con el camarada Javier Bardem, me ha parecido precioso. John Galliano diseña para Dior, esa empresa popular que vistió durante décadas a las mujeres de la Unión Soviética y Cuba. Gracias a la publicación obrera «Elle» hemos sabido de los detalles del último grito de la confección nupcial para mujeres aplastadas por la bota del capitalismo. Fuentes generalmente mal informadas de La Moncloa aseguran que la vicepresidenta De la Vega, al contemplar el modelo, tomó la decisión de contraer enlace para así completar su colección de vestidos representativos de la Izquierda. Pero el gozo en un pozo. John Galliano ha diseñado el menestral vestido en exclusiva para Penélope, y no se venderá ni en «Pro-Novias» ni en establecimientos de «pret-a-porter». Una pena muy grande.

Y Moratinos. En Le Change, en la Dordoña, vestido de argentino con caballos de polo, en casa de su suegra. «Mi preciosa suegra», según la ha definido la periodista del diario francés «SudOuest». Espectacular la casa de su preciosa suegra, Micheline Maunac, a la que envío desde estas líneas mis más gentiles saludos. Mientras Melilla se hallaba en situación límite, y el Rey atendía a la solicitud de Zapatero de tranquilizar los ánimos del Sultán de Marruecos, Moratinos negaba el conflicto y se mantenía «permanentemente informado», al tiempo que paseaba con su preciosa suegra por los verdes enfrentados y bellísimos del sudoeste de Francia, disfrazado de criador de patisos en la Pampa sureña. Gracias a esa entrevista en el «SudOuest» hemos sabido que nuestro ministro de Asuntos Exteriores vio la final del Campeonato del Mundo de fútbol de Sudáfrica en una pantalla gigante y al lado de Raúl Castro, «que fue muy amable».

Moratinos es un hombre peculiar. Consigue que sus compañeros de Gobierno trabajen mientras él descansa junto a su preciosa suegra, disfruta del fútbol junto a un dictador comunista, y no oculta su animadversión por la nación de Israel, única democracia del Oriente Medio. Moratinos fue íntimo amigo del millonario terrorista palestino Yasser Arafat, dato que no necesita análisis ni valoración, porque la amistad está por encima de cualquier otro sentimiento, incluido el del amor.

Pero me ha gustado, y mucho, su imagen. Esa elegancia campestre, ese «apenas vestir vistiendo tanto y tan bien» emulando al penúltimo duque de Bedford, ese posado con la preciosa casa de su preciosa suegra, cubierta de parra virgen y florecida de hortensias, ha colmado mi interpretación del buen gusto. Y además, con esa expresión de tranquilidad, con esa mofletuda sonrisa sosegada, con ese empaque de ganadero argentino que aguarda en la puerta de su hacienda la llegada de un príncipe ruso que acude con la intención de estafarlo, y a poco más de mil kilómetros, Melilla provocada, Melilla desabastecida, Melilla amenazada, y él tan pancho, me ha provocado un subidón de orgullo, que no tengo más remedio que hacerlo público. Rubalcaba a Rabat y él con su preciosa suegra, que en su caso no es oración cursi, sino descriptiva.

Creo sinceramente que podemos estar tranquilos con el nuevo aspecto de nuestra Izquierda. «Arriba los pobres del mundo,/ en pie «le bloc de foie truffé».


La Razón - Opinión

Mezquitas. Por Jon Juaristi

El proyecto de mezquita en la Zona Cero no es cuestión de libertad religiosa, sino de tolerancia a la provocación.

HE visto mezquitas en Damasco, en Kairuán, en Beirut, en el Cairo, en Estambul, en Rabat. Y en Jerusalén, por supuesto: plantada una frente al Santo Sepulcro. Conozco cientos de mezquitas. Paso diariamente ante una de Madrid. Trato de no ver en ellas un signo de amenaza, de peligro, como no lo veo en los templos cristianos ni hindúes, ni shinto ni budistas, ni —sobra en mi caso decirlo— en las sinagogas.

En Nueva York he conocido incluso templos polivalentes. Hay uno, en Manhattan, que es sinagoga reformista los sábados y templo metodista los domingos: un enorme estor cubre la cruz desnuda en la pared del fondo durante las ceremonias judías. La escasez de suelo o simplemente de edificios impone a veces dobles o triples funciones a un mismo espacio, como aquellos bares de las películas del oeste que se transformaban en tribunales de justicia cuando hacía falta, pero lo de la polivalencia religiosa sólo lo he visto en Nueva York, que es la ciudad más tolerante del planeta. Aunque no me extrañaría que en otras partes hubiera casos semejantes de simbiosis espacial entre judaísmo reformista y metodismo, porque sus templos no son recintos sagrados, sino lugares de asamblea, de reunión de la comunidad, que es el sentido original de las palabras sinagoga e iglesia.


Trato de no sentirme intranquilo ante las mezquitas, incluso cuando sé que muchas de ellas sirven para que imames enloquecidos propaguen el odio a occidente. Me digo que también he oído siniestras burradas en iglesias católicas de mi tierra vasca y he asistido a alguna bronca en sinagogas americanas, cuando el rabino de turno proponía, por ejemplo, campañas de apoyo a Lori Berenson, la chica judía encarcelada en Perú por delitos de terrorismo, a la van a enchironar de nuevo tras una excarcelación precipitada a lo De Juana Chaos. Me intento persuadir de que no todos los musulmanes son como los chiítas iraníes que ahorcan homosexuales, como los talibanes que matan mujeres a pedradas después de torturarlas, como la gazana que asegura que educará a su hijo, recién salvado de una grave dolencia gracias a un filántropo judío que corrió con los gastos médicos, para que se inmole masacrando israelíes. Quiero convencerme de que la mayoría de los creyentes del islam son gentes amables, pacíficas y respetuosas con los que siguen otra fe o no siguen fe alguna. Me gustaría admirar sin prevenciones ni mala conciencia su civilización, su magnífica literatura (Corán incluido) que he estudiado con todo el interés y cariño posible en un profano en sus filologías. Y con nadie he estado más de acuerdo que con un viejo sufí sirio que me dijo una vez: «Alá no entiende de religiones».

Me esfuerzo en verle al islam aspectos positivos, y viene esta incalificable grosería del proyecto de una mezquita en la Zona Cero, y compruebo que, en el vasto número de la umma, sólo se alzan en contra las voces escandalizadas e inaudibles de un pequeñísimo puñado de musulmanes que, eso sí, comprenden mejor que Obama que el asunto no va de libertad religiosa sino de apuntarse un tanto escarneciendo a la América infiel. Veo lo poco que representan, y se me caen los palos del sombrajo y los minaretes de mis ingenuidades.


ABC - Opinión

José Blanco. Fomento de la confusión. Por José T. Raga

La pregunta que, también en agosto, haría yo al señor ministro es si ha calculado lo que cuesta parar una obra pública, desmovilizar el equipo, despedir al personal, etc., para unos días después continuar con ello, como si nada hubiera pasado.

Ese podría ser el apelativo que figurase en el frontispicio del ministerio del que es titular don José Blanco. La afición, últimamente, del señor Blanco de meterse en todos los charcos, incluso en los innecesarios, le lleva a utilizar referencias necias como eje de sus manifestaciones, lo cual, por su misma condición, suele levantar airadas respuestas, en unos casos, y despertar insaciables apetencias, no confesables, en otros. Ya saben ustedes que, en nuestro país, acudimos con frecuencia al argumento de oportunidad, basado en que "como el Pisuerga pasa por Valladolid". Lo que sí es cierto es que, con ello, y pese a todos los pesares, el señor Blanco ha conseguido ser noticia en un adormecido mes de agosto; si es lo que pretendía, lo ha conseguido. Y no diría yo que no, porque vayan ustedes a saber, qué es lo que circulaba por la mente del señor ministro en esos momentos.

Lo que también ha conseguido, no sé si pretendiéndolo o no, es confirmar el desconcierto del Gobierno que preside el señor Rodríguez Zapatero. Yo pensaba que no era necesario hacerlo patente también, en esos momentos en los que trabajados por el invierno, los españoles aspiran a un merecido descanso. ¡Hombre, don José! Esas cosas y las escaramuzas que provocan, se dejan para el invierno, momento en el que el deseo de olvidar a quien nos gobierna se ve desplazado, por aquello de que ya estamos dispuestos a la mala noticia y al despropósito más flagrante.


Yo creo, tratando de encontrar una justificación a tanta incompetencia y a tanta contradicción, que el problema está en que los miembros del Gobierno carecen de vergüenza y de estima personal; quizá se salve alguien, aunque no me viene su nombre a la memoria. Cualquier persona normal, sí, de los que deambulamos a diario por las calles, no aceptaría decir hoy blanco –me refiero al color, no al ministro– y mañana negro. Es más, a la hora de dar una opinión, nos centraríamos en la esfera de competencia propia, respetando la que pertenece a terceras personas. Bien es verdad que si este principio lo practicaran los ministros del señor ZP, y el propio señor presidente, serían verdaderos sepulcros, sin nada que decir, pues no creo que hayan descubierto materia alguna en la que puedan hablar con autoridad; con esa autoridad que dimana del saber, y no con la potestad que proviene del poder.

Lo cierto es que el señor Blanco ha pasado de restringir drásticamente la obra pública, como un ejemplo de lo que hay que hacer cuando se trata de reducir el déficit público, a decir que lo drástico es menos de lo que dijo y que, con un supuesto regalo que le ha hecho la vicepresidenta económica de unos quinientos millones de euros, podrá reiniciar unas cincuenta obras que supuestamente había parado. Como la cuenta es muy elemental y él muy primario, me malicio que, en sus cálculos, salen a diez millones por obra. Ya sería chocante que así fuera, pero para todo hay que estar preparado, aunque sea en agosto. Eso sí, ya ha advertido que no nos va a decir qué obras se salvan de la quema. Nosotros nos lo imaginamos; no hace falta mucha imaginación.

La pregunta que, también en agosto, haría yo al señor ministro es si ha calculado lo que cuesta parar una obra pública, desmovilizar el equipo, despedir al personal, etc., para unos días después continuar con ello, como si nada hubiera pasado. En algunas obras su entidad es tal que ese óbolo de los diez millones casi se irá con los costes de deshacer y volver a tratar de hacer, para deshacer de nuevo porque ya se han terminado los euros. ¡Qué cosas Don José! ¡Quédese usted tranquilo, aunque sea por un tiempo corto! ¡Piense en el bien de los españoles y en su derecho al descanso, que ellos sí que trabajan!

El problema se ha producido cuando el señor Blanco, no quedándose satisfecho con su desprogramación de la obra pública, como la voz de su amo –nada que ver con la discográfica, para bien de ésta– recordó que la técnica del Gobierno ZP consiste en sustituir la acción de gobernar por la de amenazar. No les basta promulgar decretos y órdenes ministeriales, sino que tienen que zafarse en amenazas a un pueblo que parece nacido para sufrir. Y, dicho y hecho, se convirtió en altavoz de su amo y repitió la amenaza contra los que más tienen. ¿Se acuerdan de nuestro presidente? Subir impuestos para que paguen más los que más tienen; aunque, de momento, el aumento del IVA, que también lo pagan y con más sacrificio los que menos tienen, ya va haciendo camino desde el primero de julio pasado.

Pero ¡ah amigo!: ahí le pisó el callo a la señora Salgado –lo del callo es simplemente un decir figurativo– y la vicepresidenta arremetió contra su colega de gabinete, sin temer siquiera a la reacción del presidente, o quizá con su beneplácito; no tengo información privilegiada sobre el particular. Lo malo es que también doña Elena se ha enredado con la negativa a la subida de impuestos, abriendo la puerta a que quizá sea preciso hacer algún ajuste atendiendo a la progresividad, pero sin ánimo recaudatorio. Y la verdad es que esto ya es demasiado para cuerpos tan maltrechos por la acción de un Gobierno esperpéntico. ¿Cómo quedamos, hay o no hay subida de impuestos? ¿Está la bolita en el cubilete de la derecha, en el de la izquierda o en el del centro? Los malabaristas callejeros, lo hacen mejor y, en ocasiones, tienen más gracia.

La guinda al pastel, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, se la ha puesto el señor Taguas. ¿Se acuerdan de él? No se ha hecho esperar, pues como lobby del sector construcción, ha salido en defensa de lo que más le pica –la obra pública, y ahí debe estar la causa del arrepentimiento del señor Blanco y de la asignación de los quinientos millones– diciendo que, aunque no se suban los impuestos –quizá le preocupe que tengan que pagar más los que más tienen– sí que es posible establecer tasas que contribuyan a financiar las obras públicas. ¡Otro más diciendo lo que tenemos que hacer o por dónde nos pueden pillar! ¡Pero hombre, sea usted más cauto, que se le entiende todo!

¿Se le ha olvidado al señor Taguas que el impuesto sobre los carburantes se estableció para financiar la inversión en infraestructuras? ¡Miren, sinceramente, déjennos! Tenemos derecho a vivir, aunque atropellados, tranquilos. Y para que ese derecho pueda hacerse efectivo, sinceramente, ¡convoquen cuanto antes elecciones generales! Así demostrarán que aman a España y a los españoles.


Libertad Digital - Opinión

De bobos y desleales. Por M. Martín Ferrand

Esa tropa que gobierna en Cataluña le resulta imprescindible a Zapatero para poder seguir en el machito.

EL último Consejo de Ministros, extemporáneo y hueco, sirve para demostrar la obsesión electorera que preside el ánimo de José Luis Rodríguez Zapatero. De hecho, el exiguo contenido de la reunión de rabadanes se centró en el innoble propósito de colaborar con José Montilla en una «operación rescate» para que el Estatut vuelva a ser el que aprobó el Parlament y sancionaron las Cortes en olvido, o rebeldía, de las precisiones dictadas por el Tribunal Constitucional. Eso sí que es deslealtad y no la que le atribuyen a José María Aznar. Deslealtad a la Constitución, al Tribunal que la interpreta y, sobre todo, a los españoles que la respaldamos y que, a falta de otra mejor, la aceptamos como buena para organizar la convivencia democrática que algunos tratan de impedir.

No ha provocado el suficiente escándalo, el que merece, el hecho de que todo un presidente autonómico, representante del Estado en su territorio, descalifique a la Defensora del Pueblo en funciones, María Luisa Cava de Llano, por su recurso de inconstitucionalidad contra la Ley de Acogida de Inmigrantes, otro de los desaguisados legislativos del Parlament.


La Defensora, según Montilla, debiera abstenerse porque, en su día, fue diputada del PP. Eso no es confundir el tocino con la velocidad, error gravísimo entre cocineros y ciclistas, sino imponer la exclusión militante en la vida democrática, algo totalmente descalificador en un gobernante. El error de Montilla no es personal, como el que tiene una verruga. Se trata de algo compartido y generalizado entre los integrantes de su Govern. Joseph Huguet, consejero de Innovación (?) y notable de ERC, ante el recurso de la Defensora, le llamó falangista a Enrique Múgica que ya no es Defensor —¡hay que leer los periódicos, Huguet!— y que, por sus hechos y sus dichos, está tan lejos de Falange como su ofensor de la inteligencia.

Esa tropa que gobierna en Cataluña le resulta imprescindible a Zapatero para poder seguir en el machito y de ahí las cesiones de soberanía que se encierran tras el último Consejo para engordar, contra la razón y el derecho, el Estatut que terminará por arruinar a Cataluña después de haberla privado de muchos de sus numerosos encantos.

Por el momento, el titular de Justicia, el obediente Francisco Caamaño, ya ha sido encargado de preparar una reforma de la Ley Orgánica del Poder Judicial para, contra el TC y la mismísima Constitución, parcelar la unidad jurisdiccional del Estado y conseguir, por ejemplo, que, en Cataluña, sin salir de casa, puedan casar las sentencias que les resulten incómodas mientras se contemplan el ombligo.


ABC - Opinión

El «rescate» del Estatut

El debate político catalán, que se avivó con la sentencia del Tribunal Constitucional, ha irrumpido con fuerza antes incluso de que termine agosto y con la mayoría de los políticos sesteando sus últimos días de vacaciones. La iniciativa la han tomado el propio presidente Montilla, que recapitula sus exigencias y aspiraciones en una entrevista con LA RAZÓN; y el Gobierno, que ha aprobado este viernes una serie de medidas destinadas a «satisfacer las aspiraciones de Cataluña», en expresión de la vicepresidenta De la Vega. Para tan elevado propósito, el Gobierno ha prometido reformar la Ley del Poder Judicial y convocar una comisión bilateral para aprobar en septiembre nuevos traspasos de competencias relativas a educación, representación en el exterior, Defensor del Pueblo y participación en instituciones del Estado. Ni que decir tiene que con tanto madrugar el Gobierno pretende que amanezca más temprano en el oscurecido ánimo de los socialistas catalanes, cuyas perspectivas electorales son muy negativas. Es comprensible que las demás fuerzas políticas hayan acogido con cierto escándalo estas decisiones electoralistas del Consejo de Ministros, pero no es lo que más debe preocupar al resto de los españoles. La cuestión de fondo trasciende el «gesto político» en apoyo al PSC y afecta a la lealtad constitucional que deben observar los partidos, y el Gobierno a la cabeza de todos ellos. Dicho de otro modo, si lo que pretende el Consejo de Ministros es burlar la sentencia del Tribunal Constitucional mediante argucias legislativas y relecturas sesgadas, volverá a crujir la estructura del Estado y a dispararse la crispación nacional. Por eso, cabe esperar que el ministro de Justicia, Francisco Caamaño, que como perito constitucional validó de forma temeraria el Estatut, haya aprendido la lección que le ha propinado el Alto Tribunal y no tropiece dos veces en la misma piedra. Así, no se alcanza a comprender cómo el Gobierno obrará el milagro de «rescatar» la parte judicial del Estatut cambiando solamente la Ley del Poder Judicial. Si el TC anuló el artículo 97 al completo no fue porque chocara con una ley orgánica, sino con la propia Constitución. De nada puede servir el maquillaje legislativo, pues lo ya sentenciado es inapelable, a saber: que sólo hay un órgano de gobierno de los jueces (el CGPJ), que el Consejo autonómico no puede realizar nombramientos ni permisos ni autorizaciones de jueces, y que las funciones disciplinarias, las inspecciones y los rescursos contra decisiones de gobierno interno son exclusivas del Estado. Nada de todo esto, verdadero núcleo de las aspiraciones nacionalistas en materia judicial, podrá alterarse mediante una reforma de la ley, por más que se empeñe el ministro Caamaño o el Gobierno en pleno. No estará de más hacer un llamamiento a esa lealtad constitucional de la que tanto gustan alardear los dirigentes socialistas para que no abran otro capítulo condenado al fracaso y la frustración. Los catalanes, a los que tantas veces invocan en vano sus políticos, tienen necesidades más graves y urgentes que remendar un malhadado Estatut por la puerta de atrás.

La Razón - Editoria

Aznar y Rajoy. Por Germán Yanke

Aznar sale de casa y en la dirección del PP tiemblan, para qué vamos a negarlo.

Aznar sale de casa y en la dirección del PP tiemblan, para qué vamos a negarlo. En el Gobierno no tanto porque están ya como estatuas, insensibles, paralizados. Lo acabamos de ver con el viaje relámpago a Melilla, que también ha tenido sus truenos. ¿Ha consultado al partido? se pregunta a un portavoz oficioso del ex presidente. «Dejémoslo en que se ha comunicado» responde con una sorna que significa algo más que la independencia de criterio. El Gobierno se empeña en desviar la atención de lo que es su responsabilidad, que es lo que ocurre en Melilla, y sabe, además, que la estrategia hace mella en el PP. La secretaria general aclara que Aznar no viaja en representación del partido y Mariano Rajoy, vuelto momentáneamente del reposo, subraya lo obvio: que el ex presidente tiene perfecto derecho a ir a cualquier lugar de España y mostrar su solidaridad con policías y ciudadanos. Pero no se sabe ya si el objetivo de este honrado comentario es defender a Aznar de los burdos ataques gubernamentales o calmar las aguas internas: no pasa nada, todos estamos en lo mismo.

El problema de Rajoy con Aznar no es su disparidad de caracteres. Su designación como sucesor no es como heredero, le coloca en la paradójica posición de cargar con lo que se vende como malo sin sumar nada de lo bueno. Si se habla de la guerra de Irak, Rajoy es responsable. Si se analiza el éxito económico de los gobiernos del PP o la firmeza en la lucha contra el terrorismo el mérito es de Aznar y da la impresión de que Rajoy acaba de llegar y él lo sabe por los periódicos. O por los libros y folletos de FAES que, curiosamente, dedica sus esfuerzos para situar como alternativa al PSOE lo que hizo el ex presidente, a veces acompañado de los que no están precisamente cerca de Rajoy, y no tanto lo que el partido pueda hacer en el momento presente.

Es quizá lo que debería cuidar Aznar. Como agitador intelectual, en este desierto refractario a los debates serios, tiene un papel que puede ser muy interesante. Como activista el asunto es más dudoso porque si se percibe que quiere representar «otro» PP el chasco será doble: ni puede hacer uno nuevo (ni «el suyo») y sólo fastidiará el único que realmente existe, que es el de Rajoy.


ABC - Opinión

El gobierno menguante. Por Ignacio Camacho

Melilla y Cataluña: dos problemas, dos cesiones. La teoría del apaciguamiento elevada a su máxima potencia.

SI el régimen de Marruecos propicia un conflicto en Melilla contra los intereses españoles, el Gobierno de España primero niega el conflicto y luego se dedica a aplacar al que lo ha originado. Si el poder autonómico catalán provoca una tensión artificial contra la autoridad constitucional del Estado, el Gobierno que representa esa autoridad se apresura a darle la razón a quienes la cuestionan. Ése es el mensaje que ha recibido esta semana la opinión pública nacional de parte del Consejo de Ministros en su primera reunión tras las vacaciones que oficialmente no ha tomado. Dos crisis, dos problemas, dos cesiones: he ahí la teoría del apaciguamiento elevada a su máxima potencia práctica.

Primer problema: Melilla. Gana Marruecos, que es el que lo ha planteado. El Gobierno español prefiere tildar de desleal a la oposición por preocuparse de los melillenses y hacer lo que tenía que haber hecho algún ministro, que es viajar a interesarse por ellos. Silencio ominoso sobre la vejación a las mujeres policías, una subvención de un millón de euros para proyectos de cooperación y la concertación de dos visitas ministeriales (Interior y Exteriores)… a Rabat. Melilla ni sobrevolarla, no se vaya a enfadar el vecino quisquilloso. ¿Crisis? ¿Qué crisis? Si durante dos años el presidente ha negado la existencia de una crisis económica mundial, cómo va a reconocerle tal rango al hostigamiento fronterizo de unos aleccionados activistas babucheros.


Segundo problema: Cataluña. Gana la Generalitat en su gimoteo victimista. La primera medida posvacacional del Gabinete consiste en encargar al ministro de Justicia que encuentre el modo de trocear el Poder Judicial para burlar la ya benévola sentencia del Constitucional sobre el Estatuto. Ni una palabra oficial sobre el recurso de la Defensora del Pueblo a la ley autonómica que pretende imponer el catalán a los inmigrantes, entre otros recortes de derechos, y mucho menos sobre la infame acusación de parcialidad política lanzada por Montilla sobre la titular de un cargo institucional de imparcialidad obligada. Silencio asertivo, silencio culpable.

Y si ante este Gobierno menguante ganan siempre los que plantean problemas (salvo que se trate del PP, acusado universal de crearlos), está claro quién pierde. Pierden los intereses del conjunto de la nación, o de lo que va quedando de ella, preteridos en una amilanada política de concesiones y tráfico de favores. Pierde la España global a la que se supone que representa un poder elegido para defenderla. Y pierde, en última instancia, el propio Gobierno, cuyas competencias y autoridad se reducen en un pintoresco proceso de jibarización que propicia quien más perjudicado sale de él. La pregunta que queda en el aire ante esta complacencia autolimitadora es para qué ponen tanto ahínco en conservar el poder si sólo lo ejercen para reducirlo.


ABC - Opinión

Israel-Palestina, una negociación necesariamente incompleta

La negociación será, por lo tanto, necesariamente incompleta y habrá de reducirse al territorio de Cisjordania, ocupado legalmente por Israel en 1967 durante la Guerra de los Seis Días.

El Gobierno israelí y la Autoridad Nacional Palestina (ANP) volverán a sentarse en la mesa de negociaciones el próximo mes de septiembre. Es la enésima ocasión en la que Israel accede a las demandas de diálogo que, insistentemente, formula la comunidad internacional. Pero ahora, una década exacta después del estallido de la segunda Intifada, el panorama es ligeramente distinto en la región.

A diferencia del año 2000, cuando Yaser Arafat se negó a aceptar lo que Ehud Barak le ofrecía encendiendo con ello la espoleta de una violentísima Intifada, en estos momentos los palestinos no están unidos y carecen de una voz común que, aunque sea de cara a la galería, los represente. Desde la muerte de Arafat en 2004 y la toma de la franja de Gaza por parte de las milicias de Hamas dos años más tarde, los palestinos viven separados geográfica y políticamente. En Cisjordania gobierna el relativamente moderado Mahmud Abbas, fundador de Al-Fatah, partido que controla la ANP. En Gaza la que manda con mano de hierro es la organización terrorista Hamas. Entre ambos grupos las relaciones son francamente malas.


La negociación de septiembre que apadrina la Casa Blanca tendrá lugar entre israelíes y miembros de Al-Fatah. Nada más. El Gobierno terrorista de Hamas, sostenido militar y económicamente por los fundamentalistas iraníes, ni está ni se la espera. La negociación será, por lo tanto, necesariamente incompleta y habrá de reducirse al territorio de Cisjordania, ocupado legalmente por Israel en 1967 durante la Guerra de los Seis Días. Los líderes de Al-Fatah aspiran a que Israel abandone la región y se vuelva a la situación previa a la guerra. El problema es que hoy, 43 años después de aquello, en Cisjordania viven unos 100.000 israelíes, casi todos en las inmediaciones de la frontera con Israel y en las cercanías de Jerusalén.

Dejando a un lado el hecho de que el Estado israelí no puede acometer la evacuación de un número de personas tan grande, las fronteras de 1967 no eran con la entonces inexistente ANP, sino con el reino de Jordania, que hace ya muchos años decidió lavarse las manos en todo lo relativo a los palestinos. Esas fronteras fueron fijadas por los británicos, posteriormente violadas por los países árabes en el 67, y finalmente eliminadas por Israel en una guerra puramente defensiva. Queda, naturalmente, la posibilidad de fundar desde cero un Estado Palestino, pero no con esos fantasiosos límites que no se corresponden con la realidad demográfica actual.

Si llegase a constituirse ese Estado mediante la diplomacia haría falta una buena dosis extra de buena voluntad. En estos momentos Israel vive sitiada por dos regímenes islámicos: uno al norte, el acaudillado por Hezbolá en el Líbano, y otro al sur, en la franja de Gaza, con Hamas como enemigo declarado de Israel y del pueblo judío. Jerusalén no puede permitirse un tercer frente radicalizado en su flanco oriental a escasos kilómetros de la capital. Es imperativo que, se llegue a la decisión que se llegue, el futuro Estado palestino de Cisjordania sea desmilitarizado y puesto bajo la lupa internacional para que no se reproduzcan las experiencias de Gaza y el Líbano. Sería una noticia excelente que algo así ocurriese, que los líderes palestinos olvidasen de una vez la idea de acabar con Israel por las malas y arrojar a sus habitantes al mar. Pero eso no depende de los israelíes, sino de la estatura política y la altura de miras de quienes hoy manejan la ANP.


Libertad Digital - Editorial

Israel y Palestina

Está por ver si la buena voluntad de Obama sea un elemento suficiente para lograr que un conflicto pueda solucinarse de la noche a la mañana.

EL presidente norteamericano, Barack Obama, ha entrado en el capítulo en el que han fracasado hasta ahora todos sus predecesores, demócratas o republicanos: el intento de solucionar el conflicto de Oriente Próximo. Presionando para forzar el inicio de negociaciones entre israelíes y palestinos, ya ha dado un primer paso que ha servido para revivir la esperanza después de un largo periodo de dos años de bloqueo diplomático. Por desgracia, pocas cosas han cambiado en lo esencial desde el último intento, en el final del mandato del presidente George W. Bush, excepto que a finales de septiembre vence el plazo que concedió Israel para congelar la construcción de nuevos asentamientos en los territorios palestinos, un asunto que podría terminar de un plumazo con cualquier negociación. Los palestinos se encuentran divididos sin indicios de que los radicales de Hamas vayan a aceptar en Gaza los acuerdos a los que pueda llegar Mahmud Abbas en nombre de la Autoridad Nacional Palestina y el régimen teocrático iraní y su abierta voluntad de hacerse con armas nucleares es el elefante descontrolado en una sala de negociaciones repleta de porcelana.

Está por ver si en este contexto va a ser posible que la buena voluntad de Obama sea un elemento suficiente para lograr que un conflicto que dura desde hace más de cincuenta años pueda entrar en vías de solución de la noche a la mañana. También la presidencia española de turno de la UE creyó que era posible proclamar la creación del Estado palestino durante el semestre pasado y, al final, la amarga realidad se volvió a imponer sobre los buenos deseos de aquellos en cuyas manos no están las decisiones últimas de las que depende una paz que todo el mundo desea.

ABC - Editorial

El manoseo del Poder Judicial

Si el Gobierno cree que el atajo de reformar la Ley del Poder Judicial para obviar al TC es astuto y eficaz, se equivoca. No pasa de ser un burda trampa a la Constitución.

EL Consejo de Ministros ya ha recibido un informe del vicepresidente tercero, Manuel Chaves, sobre las reformas legislativas que serían necesarias para, en palabras de José Montilla, «reparar los daños» causados por la sentencia del Tribunal Constitucional que anuló e interpretó cerca de cuarenta artículos del Estatuto catalán. El Gobierno se muestra así perseverante en buscar sucedá-neos a los apartados inconstitucionales del Estatuto, con el único fin de dar un bálsamo a las relaciones con el Ejecutivo autonómico y, especialmente, con su presidente, José Montilla. Entre tales reformas se encuentra la del Poder Judicial, una de las materias más corregidas por el TC. Y no era para menos, porque el Estatuto pactado por Zapatero y el líder convergente, Artur Mas, creaba un Poder Judicial propio de Cataluña y sometido a su organización autonómica. La culminación de esta intentona segregadora era el Consejo de Justicia de Cataluña, un órgano político previsto para suplantar al Consejo General del Poder Judicial y eliminar la Sala de Gobierno del Tribunal Superior de Justicia, formada sólo por magistrados.

La coartada del Gobierno socialista es que el TC sólo puso reparos de forma y que bastará con reformar la Ley Orgánica del Poder Judicial para entregar al frente social-nacionalista el último territorio que le queda al Estado central. Este objetivo ya fue intentado durante el mandato de Juan Fernando López Aguilar, aunque entonces —año 2006— los Consejos Autonómicos de Justicia eran definidos como órganos «subordinados» al CGPJ. En este segundo asalto al Poder Judicial que planea el Gobierno de Zapatero, de común acuerdo con el tripartito catalán, ya existe una doctrina constitucional específica al respecto. Y no es compatible con la pretensión de Zapatero y Montilla de burlar la sentencia del TC mediante la manipulación de la Ley Orgánica del Poder Judicial. Lo que ha dicho el TC es que, conforme a la Constitución, el Poder Judicial sólo tiene un órgano de gobierno que es el Consejo General. Tal afirmación excluye la creación de otros órganos de gobiernos judicial no sólo por vía estatutaria, sino también mediante la reforma de la LOPJ. El TC ha dejado claro en su sentencia que el Estado de las autonomías, a diferencia de lo que sucede con los Poderes Legislativo y Ejecutivo, no alcanza al Poder Judicial, el cual es único para todo el Estado. Por tanto, si el Gobierno cree que el atajo de reformar la LOPJ para obviar al TC es astuto y eficaz, se equivoca. No pasa de ser un burda trampa a la Constitución.

ABC - Editorial