jueves, 2 de septiembre de 2010

Aznar y sus odiadores. Por Hermann Tertsch

Hace bastante que Aznar dejó el poder, pero pocos días hay en los que no surja alguno de esos odiadores que tanto le necesitan.

CARLOS Herrera ha institucionalizado en su programa una figura que cunde mucho y suele superar con creces en interés, y desde luego en efecto radiofónico, a los críticos morigerados o pedantes, a los aduladores y a los fósforos que es como llama el periodista a sus hinchas incondicionales. Se trata del odiador. Los odiadores, está comprobado, invierten mucho más interés y esfuerzo en una intervención que cualquier otro participante que se esfuerza por llamar al programa. Su motivación es extrema. Pena es que Herrera no tenga demasiados odiadores y que, especialmente sus odiadoras —¡qué entusiasmo; qué fidelidad!— acaben repitiéndose. Quien no tiene problema de escasez de odiadores es el ex presidente, José María Aznar. Por supuesto que en gran parte es mérito suyo. Probablemente haya sido el presidente del Gobierno más antipático de Europa desde la jubilación de Helmut Schmidt. Y le pasa mucho lo que a Duque de Edimburgo. Que como no es simpático ni lo pretende, cuando se le ocurre ser gracioso la arma. Todo ello ha facilitado la generación de toda una tropa de odiadores profesionales de Aznar, obsesionados con él, y dedicados en cuerpo y alma a demonizar al ex presidente. Pasará aún algún tiempo antes de que se pueda estudiar en profundidad y con detalle esa capacidad de Aznar para generar odio. Sus éxitos políticos indudables, su reconocimiento en el exterior, el hecho de que sus enemigos —que no adversarios, digamos las cosas claras— jamás pudieran derrotarle en las urnas, son sin duda factores contribuyentes. Pero no explican toda esa animadversión que despierta, incluso entre quienes han sido sus votantes y comparten su terreno ideológico. Hace bastante más de seis años que Aznar dejó el poder pero pocos días hay en los que no surja alguno de esos odiadores que tanto le necesitan. A veces parece que Aznar se apiada de ellos y les da algo de carnaza. Eso sí, ignorándolos siempre. Y ellos saltan felices. Estremecedor fue el entusiasmo de estos odiadores cuando Aznar decidió ir a Melilla a mostrar su solidaridad con esta ciudad acosada por Marruecos e ignorada por nuestro Gobierno. Ahora muestran su odio de grandes ocasiones porque Aznar interviene ante el Congreso Mundial Judío en Jerusalén. Y porque defiende a Israel como parte imprescindible de nuestro mundo occidental hoy amenazado. Y porque expresa serias dudas sobre una política norteamericana marcada por el diletantismo y la falta de lealtad. Toda una fiesta para los odiadores que pueden volcar sobre Aznar también su odio a Israel y su antisemitismo semicrudo. Algunos, sin embargo, estamos muy contentos de que Aznar prosiga desde su retiro en la batalla de las ideas, eso que los administrativos y vendedores de camisas que tenemos por políticos no se atreven a librar. Recuerdan aquello de «cuanto más conozco a la gente más quiero a mi perro». Pues eso, cuanto más conoce uno a la clase política española actual más necesario parece que Aznar entretenga a sus odiadores.

ABC - Opinión

Entre el «Jet Lag» Y «Forrest Gump». Por M. Martín Ferrand

El instinto de conservación en el cargo es la espoleta que provoca una explosión de disparates en los líderes.

LOS pedantes le dicen disritmia circadiana a lo que la mayoría conocemos, con bárbaro nombre, como jet lag. Es un trastorno frecuente entre quienes viajan en avión a largas distancias y suele manifestarse con problemas digestivos, cansancio, apatía, falta de memoria y, frecuentemente, se hace acompañar con dificultades expresivas. Algo de eso debe haberle ocurrido a José Luis Rodríguez Zapatero en el transcurso de su viaje a China y Japón porque ayer, en el equivalente nipón a nuestra Asociación de la Prensa, el presidente del Gobierno, sin inmutarse, comparó las economías de Japón y España y afirmó que «son dos historias de éxito». Si no se trata del efecto pasajero y común que producen los viajes, podría concluirse que el de León tiene serias dificultades para la percepción de la realidad. Eso explicaría algunas rarezas presidenciales que impulsan extravagancias y dislates en nuestro acontecer político.

Sin necesidad de salir de casa y después de la rotunda negativa de CiU a sus propuestas, con el único fin de conseguir el apoyo del PNV para la aprobación de los Presupuestos de 2011 —que los tiene en el alero—, Zapatero está negociando posibles nuevas transferencias al País Vasco con el principal grupo de la oposición en el Parlamento Vasco y no, como mandan los supuestos de la salud democrática y de la decencia, con el titular del Gobierno de Vitoria que, a mayor abundamiento, es Patxi López, un socialista de pro que, con la inteligente colaboración de Antonio Basagoiti, del PP, está haciendo un magnífico trabajo político con benéficos efectos sociales y económicos.


El instinto de conservación en el cargo es, muchas veces, la espoleta que provoca una explosión de disparates en los líderes que, como náufragos solitarios, navegan sin mayorías y sin horizontes claros; pero, en el caso vasco, el despropósito va más allá de la mínima decencia exigible a un gobernante. Antepone unos intereses estrictamente personales a los de su propio partido y, además, con daño a los intereses generales del Estado y de sus políticas sociales unitarias. Eso no le cuadra a quien gobierna un país «equivalente» a Japón y presume de un sentido nacional tan grande y generoso que ha querido convertirlo en retrospectivo y con efectos anteriores a la Guerra Civil. Si todavía guardan ustedes en sus casas el ejemplar del ABC de ayer, ábranlo por la página 6 y contemplen la fotografía de Associated Press en la que, frente al primer ministro chino, Wen Jiabao, traductor y adorno floral por medio, se observa a Zapatero como un remedo gráfico de Forrest Gump, pero con los calcetines caídos.

ABC - Opinión

Trini se la va a pegar y los barones socialistas se frotan las manos. Por Federico Quevedo

El presidente Rodríguez es un muerto que, sin embargo, todavía puede parecer un poco vivo. Cierto que para ello necesita de la respiración asistida que le ofrece el PNV, pero si consigue salvar los presupuestos con los votos del nacionalismo vasco, Rodríguez habrá conseguido una prórroga a su agonía y a la nuestra. Que el presidente es un cadáver, eso ya prácticamente no lo discute nadie, y lo único que a los españoles nos queda por saber es cuanto va a durar esta agonía que amenaza con llevarse por delante lo poco que queda ya de la España que heredamos de la Transición. Esto es un caos: Rodríguez ha puesto en la puerta de La Moncloa el cartel de “se vende al mejor postor”, sin importarle nada. La venta alcanza hasta sus propios calzoncillos en aras de su supervivencia política, pero hasta llegar a su ropa interior va a ir deshaciéndose del ropaje de las pocas competencias que ya le quedan al Estado y, lo que es peor, de la única caja que a modo de fondo de armario compartíamos todos, la de la Seguridad Social. Es el derrumbe del Estado de Derecho, su aniquilación definitiva a manos de un descerebrado, y ahora por fin parece que en su propio partido empiezan a darse cuenta del alcance de esta bomba atómica en la que se ha convertido el presidente.

Pero la disciplina interna manda, Y el miedo también. Fíjense en como desde las baronías socialistas se apuntan algunos síntomas de rebelión que, sin embargo, suelen quedarse en poca cosa, por no decir ninguna. El malestar existe, es innegable, entre otras cosas porque los que tienen cerca un próximo compromiso electoral están viendo como el poder se les escapa de las manos por culpa del prócer que nos gobierna. Hay, sin embargo, un hecho futuro, pero próximo, que puede dar un vuelco a esta situación: las primarias de Madrid el próximo 3 de octubre. Eso si es que llegan a celebrarse, porque ya hay quienes hacen apuestas sobre cual va a ser el momento en el que Trini va a abandonar la carrera porque no puede ni con Tomás Gómez ni con las huestes del socialismo madrileño que le han hecho frente a Rodríguez. Y he ahí la clave del asunto y la razón por la que desde el oficialismo zapateril se acusa a Gómez de ser el candidato de la derecha –que lo es, como bien decía ayer Zarzalejos, por simpatía hacia su rebelión interna- para evitar lo inevitable: su victoria en las primarias. Una victoria que, visto desde la otra órbita, supone una derrota en toda regla, no de Trini –que de esta no se levanta ni con muletas-, sino del propio Rodríguez.

Pero si la derecha, es verdad, puede estar esperando esa derrota, no es menos cierto que también la está esperando buena parte de la izquierda y del Partido Socialista, y he ahí la cuestión: los ‘barones’ que hasta ahora mantenían un prudente silencio no fuera a ser que también a ellos les montaran unas repentinas primarias, están esperando a la derrota de Trini para saltar sobre el cuello de un Rodríguez que quedaría tan tocado que ya no tendría fuerzas para provocar nuevos enfrentamientos y tensiones con sus ‘barones’, los cuales hoy por hoy, empezando por Patxi López, se identifican al cien por cien con Tomás Gómez. Ya nadie quiere a Rodríguez, ni siquiera en su propio partido, y se hacen apuestas sobre cual a va ser su siguiente derrota. El problema es que de derrota en derrota hasta el cataclismo final, nos estamos dejando jirones que afectan gravemente a la continuidad del Estado de Derecho y de la democracia española tal cual la concebimos en 1978. Pero claro, eso a los nacionalistas les importa un rábano, y no será esa la razón por la que le dejen caer definitivamente, sino porque ya no puedan exprimirle más.


El Confidencial - Opinión

Más madera. Por Ignacio Camacho

LA negociación de los presupuestos suele acabar en todas partes convertida en un mercadeo de chalanes, un tira y afloja de buhoneros, porque al fin y al cabo la política no consiste más que en el reparto de la pasta; en España además se da la circunstancia de que toda esa chamarilería se practica con cierta impunidad ante una opinión pública que suele permanecer más atenta a la superficie de los gestos, a la democracia declarativa y al imperio de las imágenes. Como casi todo el mundo vota con las tripas los gobiernos manejan el dinero a su antojo porque la sonrisa de un dirigente tiene más influencia en las elecciones que su forma de administrar las inversiones públicas. El debate presupuestario, que es lo que decide de veras la gobernanza de un país, se considera un coñazo que ni siquiera merece la atención de los líderes principales, acostumbrados a delegar en sus ministros y portavoces de Economía y Hacienda. En esa indiferencia general pescan ganancia abundante los nacionalistas, que son expertos en clientelismo y siempre están atentos a rebañar las mejores tajadas para su territorio y su gente. Favorecidos por la aritmética electoral no dan puntada sin hilo y cada voto lo alquilan con plusvalías de estraperlo.

Este año, como los catalanes de CiU están eufóricos ante la perspectiva de su victoria y no desean estropearla dando la imagen de costaleros de un Gabinete en descomposición, le ha tocado al PNV la bonoloto de la bisagra. El respaldo mercenario les va a salir un negocio redondo porque además de lo que arrimen para su tribu cada concesión que arranquen será un guantazo en la cara de su adversario Patxi López, el hombre que se atrevió a echarlos de un poder que consideraban hereditario. Zapatero está tan asfixiado y tiene tan pocos principios que ha efectuado una pirueta histórica: negocia los presupuestos con la oposición vasca en vez de que con el Gobierno autónomo, que encima es de su propio partido. Su tacticismo está llegando a extremos enfermizos, se ha vuelto capaz de cualquier cosa por arrendar un año más de mandato.

En ese afán de contratar una dosis de oxígeno, el presidente está dispuesto a romper la caja única de la Seguridad Social, que es de las pocas cosas con las que no debería jugar un socialista, para entregarle un trozo al nacionalismo vasco. En materia de competencias la autonomía de Euskadi ya no tiene mucho más recorrido sin entrar en el terreno soberanista que reclamaba Ibarretxe, aquel marciano, pero eso a ZP le da igual: lleva seis años desguazando el Estado para mantener encendida su propia caldera de poder, como los hermanos Marx en el tren del Oeste. Y si le piden más madera la dará, como se la ha venido dando a los socios catalanes, aunque acabe el mandato pilotando una locomotora vacía.


ABC - Opinión

'Paracaidistas': memoria amarga del socialismo madrileño. Por Antonio Casado

La mala noticia para la ministra Trinidad Jiménez y sus costaleros (Blanco, Rubalcaba, Hernando, Pedro Castro…) es que deciden los militantes. Y los militantes de Madrid tienen memoria amarga del paracaidismo político (estrellas invitadas), asociado a nombres tan ilustres como Fernando Morán, Cristina Almeida, Miguel Sebastián…

O la propia Trinidad Jiménez, que ya se estrelló una vez en la Alcaldía (municipales de 2003, frente a Gallardón) y ahora intenta repetir el salto en la Comunidad, previo paso por las primarias del PSM (Partido Socialista de Madrid), por encargo del estado mayor de Rodríguez Zapatero.

El líder de los socialistas madrileños, Tomás Gómez, candidato por escalafón frente a la candidata por encargo, sólo contempla la hipótesis de la doble victoria. En las primarias del 3 de octubre sobre Trinidad Jiménez, con el apoyo mayoritario de una militancia que se despierta al ruido de urnas, y en las municipales de 2011 sobre Esperanza Aguirre, por recuperación del poder para el PSOE, que en realidad no consistiría en una derrota del PP sino en la pérdida de su mayoría absoluta.


Pueden ser las cuentas de la lechera. También los equipos de Trinidad Jiménez, con Miguel Barroso en la trastienda (Barroso es, recuerden, ex secretario de Estado de Comunicación y esposo de la ministra Carmen Chacón), hacen las suyas. Con el mismo o parecido convencimiento de que los socialistas madrileños optarán por la ministra.

Lealtad a Zapatero

Después de lo ocurrido en abril de 1998, con la inesperada desafección de la militancia respecto al candidato del aparato central (Borrell ganó a Almunia contra todo pronóstico), es un misterio inescrutable saber como van a reaccionar los casi 20.000 afiliados con derecho a voto. Más de la mitad de los mismos militan en el pasotismo y el desistimiento, a raíz del caso Tamayo, aquel gol en propia meta del PSM en 2003, a mayor gloria de Esperanza Aguirre. Ojo al dato: han estado pasotas pero no dejarán de votar el 3 de octubre ¿Al candidato del escalafón, que se lo ha currado durante estos tres últimos años, o a la candidata de las encuestas de Blanco?

Demasiado pronto para hacer conjeturas cuando aún se está cubriendo el trámite de la presentación de avales. Un elemento nuevo de fácil verificación: durante las últimas semanas se ha disparado el índice de conocimiento de Tomás Gómez. El propio Gómez me contaba ayer en la distancia corta que hace dos meses nunca hubiera soñado que The Economist o Washington Post se ocuparan de él como figura política emergente. Por haberle plantado cara a Zapatero.

Es doctrina Rubalcaba: “El único activo de Tomás Gómez es haberle dicho no a Zapatero” ¿Y le parece poco? Sin embargo, Gómez no quiere cargar con ese sambenito, absolutamente alejado de su confesadísima lealtad al presidente del Gobierno y secretario general del PSOE. Y si alguien desde dentro insiste en colgárselo, él lo considerará juego sucio. Eso me dice.


El Confidencial - Opinión

¿Otro Vietnam? Peor. Por José María Carrascal

«El mundo islámico nos ve como enemigos e invasores, por más empeño y medios que movilicemos para instaurar allí una sociedad como la nuestra. Algo que no podrán alcanzar mientras sigan atrapados por una ley, un orden y una forma de vida que frena su desarrollo».

Se van los norteamericanos de Irak. Pero se quedan. Se van las tropas de combate, pero se quedan 50.000 soldados para adiestrar al ejército iraquí contra «la insurgencia». ¿Acaso no es ésa también una misión de combate?, se preguntarán algunos. A fin de cuentas, los dos guardias civiles asesinados en Afganistán cumplían idéntica tarea. Es una de las muchas preguntas sin respuesta en la guerra que Occidente libra con el fundamentalismo islámico, sin muchas posibilidades de ganarla. ¿Estamos ante otro Vietnam?, es otra. Junto a algunas diferencias, hay inquietantes semejanzas.

La primera, que Estados Unidos ha vuelto a caer en el error de creer que la democracia soluciona todos los problemas de este mundo. Cuando la cosa no es tan simple. Funcionó en Alemania y Japón. No funciona en África. Funciona en parte de Asia, a trancas y barrancas en Hispanoamérica y, curiosamente, funciona mejor de lo esperado en los países ex comunistas. La razón es muy simple: el comunismo es una invención occidental. Marx y Engels no eran sino pensadores alemanes que intentaban llevar el idealismo hegeliano a la práctica. No lo consiguieron, pues lo ideal no es de este mundo, pero dejaron la semilla para que el Este de Europa se incorpore al Oeste.


Cosa muy distinta es el mundo islámico. El islamismo viene enfrentándose con el cristianismo occidental desde que nació. A la rivalidad religiosa se une la social. Ambos han creado sociedades tan opuestas que hacen difícil la ósmosis. El gran error norteamericano en esta Tercera Guerra Mundial que se está librando es creer que el musulmán desea nuestro way of life. No, el musulmán desea nuestra tecnología. Como estilo de vida, prefiere el suyo. La mejor prueba es que los musulmanes que vienen a occidente conservan su estilo de vida y quieren que sus hijos los conserven. Del mismo modo, no sienten respeto por la democracia occidental, que consideran sinónimo de corrupción y decadencia. Consideran la suya mucho más sencilla, ordenada y directa. Partiendo del Corán como Constitución y de los intérpretes del mismo, los ulemás y ayatolás, como jueces y líderes, la democracia islámica no establece diferencia entre los distintos poderes del Estado, desapareciendo por tanto la sociedad civil, base de la democracia occidental. Si le añadimos los enormes privilegios que otorga a los hombres sobre las mujeres, se entiende el poco interés de la mayoría de los musulmanes por cambiar su democracia por cualquier otra. El último factor de esta incompatibilidad es el histórico. Estamos hablando de pueblos orgullosos, con culturas tanto o más antiguas que la nuestra y periodos de esplendor incluso superiores. Para verse luego sometidos a la humillación del colonialismo occidental y tratados como ciudadanos de segunda en sus propios países. ¿Tiene algo de extraño que miren con sospecha cuanto les llega de Occidente, empezando por su democracia, en la que ven un caballo de Troya neocolonialista? Todo ello sin contar con el «caso Israel», que el Oeste incrustó entre los musulmanes, para hacerles pagar los pecados que él había cometido contra los judíos. Algo que nunca nos perdonarán.

Son todos ellos factores de enorme peso, que, sin embargo, no han sido tenidos en cuenta por Estados Unidos al diseñar su política hacia el mundo islámico en general y hacia su terrorismo en particular. Creer que enarbolando la bandera de nuestra democracia, gastándose allí miles de millones de dólares y enviando centenares de miles de soldados podía ganarse esa guerra es, sencillamente, de una ingenuidad que asusta. La «liberación» del mundo islámico sólo podrá venir desde dentro de él. Tiene que surgir de su Lutero que proclame la relación directa del individuo con Dios, que separe Iglesia y Estado, y que acabe con el sometimiento de la mujer al hombre, con la excusa de protegerla. Pero ese Lutero, esa reforma, no se ha visto ni se ve. Es más, las reformas islámicas han venido siempre en sentido contrario: cuando la sociedad se relajaba, surgen los integristas, los «puros», los almohades o los talibanes, para imponer de nuevo la norma estricta del Corán. Hasta hoy.

Nada de esto ha sido tenido en cuenta por el Oeste, y especialmente por su líder, los Estados Unidos, en su estrategia hacia el Islam, que se mueve a bandazos entre la línea dura y la blanda, la militar y la política. O bien insiste en la panacea de las elecciones como remedio de todos los males, con el resultado de que ganan los radicales allí donde se celebran por las razones expuestas, con lo que el problema es doble, o bien despacha ejércitos contra esos radicales bajo la excusa de la ayuda humanitaria y de desarrollo, para encontrarse combatiendo a buena parte de la población. Que es lo que está ocurriendo en Irak y en Afganistán.

¿Qué remedio tiene, si tiene alguno? El único que le veo es atenerse a la realidad, en vez de a nuestros deseos. El mundo islámico nos ve como enemigos y como invasores, por más empeño y medios que movilicemos para instaurar una sociedad como la nuestra. Algo que no podrán alcanzar mientras sigan atrapados por una ley, un orden y una forma de vida que frena su desarrollo. Pero que tampoco podremos imponérselo desde fuera. Ese es el dilema en que estamos atrapados ellos y nosotros. Si usted pregunta hoy a un egipcio, a un sirio, a un afgano, a un indonesio qué es lo que más desea, no le contestará «la democracia», sino «la bomba atómica». Es su forma de reafirmar su personalidad, su autoestima. Y lo que menos necesita el mundo.

La reforma del mundo islámico, repito, sólo podrá venir desde dentro de él y sólo hay dos vías para ello: el ejército y el «autócrata benevolente». El ejército turco, bajo Mustafá Kemal, fue el único que lanzó una laicización real del Estado, como el ejército argelino fue quien impidió que el radicalismo islámico ocupase el poder en el suyo, tras ganar unas elecciones. No muy democrático, desde luego, pero menos democracia tendrían bajo los integristas. Conviene recordar que Saddam Hussein, aparte de un brutal dictador, era un militar que encarcelaba ayatolás y se enfrentaba a un Irán regido por ellos. Tenía también afanes expansionistas en una zona neurálgica del planeta, que fueron cortados en seco tras su invasión de Kuwait. Pero Bush padre se libró muy bien de invadir Irak tras ellos, para no romper el frágil equilibrio político-religioso de aquel país. Su hijo, en cambio, cometió el enorme error de invadirlo, y ahí tienen ustedes los resultados: una guerra más larga que las mundiales y abandonado a su suerte sin haberla ganado.

La «aproximación blanda», a la que pertenece la «alianza de civilizaciones», consiste en tratarles como amigos, y esperar que ellos se porten como tales. Se ensayó en el Irán del Sha, con la esperanza de que los islamistas nos lo agradeciesen. Reza Pahlevi no era, desde luego, un demócrata, pero era un déspota ilustrado que trataba de que su país alcanzase un nivel social y de desarrollo parecido al de occidente. Carter, en nombre de la democracia, se empeñó en deponerlo, y, ahora, nuestra principal preocupación es que los islamistas que le sucedieron no alcancen la bomba atómica.

En cuanto a Afganistán, los norteamericanos ayudaron a los talibanes a echar a los rusos, y ahora se encuentran luchando con los talibanes y con Al Qaeda, los primeros atacando con gases tóxicos escuelas de niñas.

¿Cómo van a acabar todos esos conflictos? Se habla mucho de un nuevo Vietnam. ¡Ojalá! En Vietnam, los vencedores fueron los comunistas. Y, como hoy sabemos, los comunistas son sólo capitalistas potenciales.


ABC - Opinión

Seguridad para Israel

Los terroristas palestinos repitieron su estrategia habitual para dinamitar cualquier posibilidad de paz en Oriente Medio. El asesinato de cuatro judíos en Hebrón en la víspera de que ambas partes reanudaran una negociación directa por primera vez en veinte meses retrata de forma trágica la nula disposición a un entendimiento con el Estado hebreo de una parte importante del pueblo palestino. Es verdad que las posibilidades creadas por la Cumbre de Washington están fundamentadas en algunas realidades. La cita, al más alto nivel, con presencia del primer ministro israelí, Benjamin Netanhayu, y del presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmud Abas, y auspiciada por el anfitrión Barack Obama, es la consecuencia de un complejo proceso curtido a lo largo de siete rondas de diálogo indirecto. La sola recuperación del cara a cara es un paso que conviene valorar en un escenario inmóvil. Y muy especialmente también la voluntad de las delegaciones de no ceder ante la provocación terrorista, especialmente con la determinación del Gobierno israelí de sentarse a la mesa después de que cuatro de sus compatriotas fueran víctimas de Hamas, que controla buena parte de Palestina.

Pese a esos signos positivos, las posibilidades de éxito del encuentro no son ni más ni menos que las de otros similares en estos 19 años de cumbres desde la de Madrid. El escepticismo está más que justificado cuando en una parte se sienta una democracia, y en la otra un gobierno que ha dejado gran parte de su territorio bajo control terrorista. Para quienes depositan la esperanza en el factor Obama, los hechos y las decisiones de su política exterior son decepcionantes. La capacidad del presidente norteamericano para inhibirse de las crisis internacionales y abandonar los escenarios conflictivos comienza a ser escalofriante. José María Aznar, que participó en Jerusalén en la asamblea anual del Congreso Mundial Judío, abundó en esa reflexión cuando dijo que Obama parece «escapar de los problemas del mundo» y criticó su acercamiento al mundo musulmán en detrimento de Israel. Bajo esos parámetros, el pesimismo de Aznar sobre las conversaciones de Washington nos parece justificado.

La realidad es que el concepto de dos naciones, dos estados, puede estar asumido por las partes. Incluso se pueden contemplar progresos en aspectos cruciales del conflicto como la delimitación de las fronteras del Estado palestino, los refugiados, el agua, los asentamientos y lo que para muchos expertos supone el nudo gordiano de la disputa: la capitalidad, con la voluntad israelí, anunciada por el ministro de Defensa, de que Jerusalén Este sea la capital del Estado palestino. Pero nada de ello tendrá valor mientras persista la flagrante carencia de unas garantías de seguridad para Israel. Sin ellas el camino hacia un acuerdo es y debe ser inaccesible para una democracia acosada y rodeada por países enemigos, que se debe a sus ciudadanos por encima de todo. Si los palestinos quieren la paz, deben demostrarlo con hechos, y ésos sólo pueden partir de un combate sin tregua contra los terroristas. Lo que hoy parece una quimera.


La Razón - Editorial

Frenazo al consumo

LA realidad social y económica deja al descubierto el falso optimismo que transmite la propaganda gubernamental. Ayer se conocieron los datos de venta de vehículos en el mes de agosto, un indicador particularmente significativo sobre el consumo tanto desde el punto de vista objetivo como subjetivo. Los resultados son demoledores. En efecto, las ventas se desplomaron, con una caída del 23,8 por ciento, el peor dato desde 1989. Ello demuestra que muchos consumidores adelantaron sus compras ante la anunciada subida del IVA el día 1 de julio, a lo que se suman los efectos negativos de la supresión de las ayudas públicas en este sector especialmente sensible. Está claro que el Ejecutivo no consigue crear el clima de confianza imprescindible para que funcione la economía con el dinamismo necesario en una sociedad desarrollada. Muy al contrario, todo depende de ocurrencias para salir del paso y de circunstancias coyunturales que no dejan huella más allá de la permanente huida hacia adelante en la que está instalado un Gobierno incapaz e incoherente.

En este contexto, hay que manejar con precaución los datos sobre reducción del déficit en julio. El superávit de casi 4.000 millones de euros no se debe al supuesto rigor del equipo económico de Rodríguez Zapatero ni a los sucesivos «tijeretazos» en la inversión pública y las prestaciones sociales. Las subidas de impuestos y otras medidas que enmascaran las cuentas del día a día no sirven para generar un estado de ánimo positivo entre los consumidores. Así lo demuestra con la contundencia implacable de las cifras este «frenazo» en el sector del automóvil. El Gobierno mantiene los datos a base de respiración asistida, pero el pesimismo sigue instalado en una sociedad que afronta el regreso de vacaciones con perspectivas muy negativas.

ABC - Editorial

Reinventar Irak

Obama deja a las fuerzas políticas del país el reto de gobernarse sin tutelas extranjeras

El presidente Obama cerró el martes la Operación Libertad Iraquí e inauguró la así llamada Nuevo Amanecer, que sustituye la presencia militar por la formación de las fuerzas iraquíes y la acción diplomática. "No voy a cantar victoria", dijo Obama. Tiene razón: la insurgencia ha mostrado ya su fuerza una vez iniciada la retirada hace unos días y no sería descabellado ver a los 50.000 soldados que se han quedado complicados en nuevos conflictos. Pero el paso esencial que Obama había prometido se ha cumplido: la guerra ha terminado y ha llegado el momento de pasar página. Una guerra con la que fue muy crítico y a la que se opuso. En el momento solemne de la despedida, sin embargo, supo ser elegante y cuando se refirió a George W. Bush habló de su apoyo a los soldados, de su amor a la patria y de su compromiso con la seguridad del país. Esa es la batalla que queda pendiente y Obama aseguró que Estados Unidos terminará desmantelando y derrotando a Al Qaeda.

También el jefe provisional del Gobierno de Irak, Nuri al Maliki, se dirigió a sus compatriotas para decirles que el Ejército y la policía nacionales podían garantizar la seguridad del país. La violencia que campa por doquier no va a arreglarse con el despliegue de unas tropas, por bien pertrechadas y preparadas que estén. El problema más grave de Irak es de legitimidad política, y Maliki no explicó por qué no se ha formado aún el nuevo Gobierno que debía de haber salido de las elecciones del pasado marzo.


Después de siete años de ocupación, el futuro vuelve a manos de los iraquíes, pero el país se encuentra devastado por una guerra que no solo se llevó por delante la dictadura de Sadam Husein sino que acabó también con los cuadros militares y políticos que la sostenían, destrozó los engranajes sociales que mal que bien funcionaban y destapó los conflictos que dividen a chiíes y suníes, amén de avivar la antigua tensión de estos con los kurdos. Por frágiles que sean, son ahora los mecanismos de la democracia los que pueden hacer viable el nuevo Irak; pero, para que funcionen, los partidos deben conquistar su legitimidad más allá de tutelas extranjeras.

La diferencia entre el ganador de las últimas elecciones y el segundo es minúscula: 91 escaños del partido laico del chií Iyad Alaui, al que apoyan amplios sectores suníes, frente a los 89 de las fuerzas chiíes moderadas de Maliki. Unos y otros no han sabido durante más de cinco meses llegar a ningún acuerdo, ni han conseguido alianza alguna con la tercera fuerza más votada (70 escaños), el Consejo Supremo Islámico Iraquí. Este es el partido preferido de Teherán, acaso porque forman parte de él los chiíes más radicales, como Múqtada al Sáder, líder de la corriente sadrista dentro de esa coalición (40 escaños) y jefe del Ejército de Mahdi. "Solo los iraquíes pueden construir la democracia dentro de sus fronteras", ha dicho Obama. Es, pues, la hora de la política y de desterrar la tentación de cualquiera de las milicias de recurrir a las armas.


El País - Editorial

Una apuesta para Oriente Próximo

Pronto se sabrá si Obama está pensando solo en llegar a las elecciones de noviembre con cierto aliento en política exterior o si tiene una estrategia genuina para Oriente Próximo.

BARACK Obama está tratando de intervenir simultáneamente en tres de los escenarios más conflictivos del mundo: Palestina, Irak e Irán —por no mencionar a Afganistán—, con el aparente objetivo de crear una dinámica nueva contra la espiral destructiva en la que toda la región de Oriente Próximo lleva décadas sumida. La apuesta es extremadamente arriesgada, porque en los tres focos de tensión existen componentes impredecibles y nada garantiza que el avance en cualquiera de ellos, por ejemplo en las negociaciones entre israelíes y palestinos, signifique que vaya a tener efectos beneficiosos correspondientes para detener el proceso de nuclearización del régimen iraní, o el cese de la inestabilidad en Irak después de la retirada de las tropas estadounidenses. Desde hace décadas, todos los presidentes norteamericanos han intentado poner en marcha un proceso de paz en Oriente Próximo pensando que la convivencia entre israelíes y palestinos tendría un efecto benéfico para toda la región, pero ninguno se había atrevido a poner como Obama a todos los elementos sobre la mesa al mismo tiempo.

Es posible que los analistas de la Casa Blanca tengan la certeza de que se dan algunas circunstancias propicias para volver a reunir a los representantes israelíes y de la Autoridad Nacional Palestina, aunque es difícil apreciar cuáles pueden ser esos elementos nuevos que pudieran ofrecer expectativas de avance. El asesinato de cuatro israelíes por parte del brazo armado de los terroristas de Hamás —realizado con el objetivo expreso de boicotear las negociaciones— ilustra la dificultad de cualquier acuerdo. Teniendo en cuenta que una parte de los palestinos desprecia las negociaciones, no es fácil ser optimista respecto a las posibilidades de que cualquier avance diplomático pudiera tener su reflejo sobre el terreno, sin contribuir a profundizar las divisiones entre los propios palestinos. Tampoco han cambiado las cosas significativamente del lado israelí. El primer ministro Netanyahu no es el más ferviente partidario de hacer concesiones en materia estratégica y, en todo caso, para que éste aceptase ceder a las presiones de Obama sería necesario que Estados Unidos le diera un tipo de garantías contra la creciente amenaza nuclear iraní que el actual inquilino de la Casa Blanca está lejos de tener entre sus planes. La cuestión de saber si Obama está pensando solamente en llegar a las elecciones de noviembre con cierto aliento en su política exterior o si tiene una estrategia genuina para Oriente Próximo no tardará en despejarse.

ABC - Editorial