viernes, 3 de septiembre de 2010

Simpáticos y antipáticos. Por José María Carrascal

La política, sobre todo la internacional, no se mueve por ideologías ni sentimientos sino por intereses.

HAY dos clases de políticos, como de personas, los simpáticos y los antipáticos. Entre las personas, siempre preferiremos las simpáticas. Entre los políticos, dan mucho mejor resultado los antipáticos. El político simpático es aquél que cede, transige, se aviene y amolda, lo que en cuestiones trascendentes lleva al desastre, no sólo suyo, sido de aquellos a quien representa. Mientras el político antipático ni cede, ni transige, ni se amolda, no importándole lo que piensan de él con tal de conseguir lo que busca. El modelo de político antipático es Aznar. El de simpático, Zapatero.

Vienen estas reflexiones a propósito de las Memorias de Tony Blair, recién publicadas. Pese a ser socialista como él, a Zapatero le dedica sólo una frase, con aire de cumplido, de compromiso: «líder inteligente». A Aznar, en cambio, le dedica página y media, en las que muestra su admiración por su «dureza como negociador». Como ejemplo pone el que les contaba ayer en ABC Marcelo Justo desde Londres: las negociadores para el Tratado de Amsterdam, en 1997, en las que Aznar exigía que España fuese considerada un «país grande entre los grandes europeos». Tanto Kohl como Chirac, los dos pesos pesados de la Unión Europea, querían dejarla en un rango inferior. Blair trató de mediar, pero Aznar se levantó para decir que «había expuesto sus condiciones y se iba al cuarto de al lado a fumarse un puro mientras decidían si las aceptaban o no». Cuando el premier inglés fue a pedirle flexibilidad invocando la decepción general, se lo encontró, en efecto, fumando y mostrándole los muchos puros que le quedaban todavía. Se ve que por entonces la moda antitabaco no había alcanzado las dimensiones de hoy. En cualquier caso, fueron los demás quienes tuvieron que transigir. Nada de extraño que en las negociaciones de Niza consiguientes España lograra un estatuto casi igual al de las grandes potencias del continente. Estatuto que ha ido perdiendo desde entonces, hasta encontrarse en el pelotón de los torpes europeo.

Y es que la política, sobre todo la internacional, no se mueve por ideologías ni sentimientos, sino por intereses. Los ingleses lo han hecho consigna de su política exterior: «No tenemos amigos, tenemos intereses nacionales». Ya lo había dicho Quevedo hace cuatrocientos años: «De los adversarios, no queremos la alabanza, sino la victoria». Un estadista no se mide por lo que le quieran, sobre todo en el extranjero, sino por lo que le respetan, y el que aspira a ser querido, suele acabar compadecido y despreciado. No sólo él, sino también su país y su pueblo. Pero vayan ustedes con esto a nuestro Maquiavelo de la Moncloa.


ABC - Opinión

Aznar. Sé práctico, hazte socialista. Por Emilio Campmany

En el fondo de las críticas de El Mundo, está la convicción de que el PP no puede ganar unas elecciones generales con sus ideas y que sólo podrá hacerlo si participa del grueso del corpus ideológico del PSOE. Valiente victoria sería esa.

Aznar se ha ido a Israel a poner de chupa de dómine a Obama, algo intolerable más que nada porque, revelándose tan conservador, pone en peligro la victoria de su partido en 2012. No son las críticas de El País o de Público, sino las de El Mundo.

De momento, vaya por delante que la opinión que Aznar tiene de la política del presidente de los Estados Unidos me parece injusta. Porque, sin ser para tirar cohetes, lo cierto es que es muy parecida a la del último Bush. Es verdad que anunciar con años de antelación la retirada de tropas sólo sirve para animar a talibanes y terroristas a resistir en Afganistán e Irak. También lo es que ha renunciado a impedir que Irán logre poseer la bomba atómica. Pero no lo es menos que, en Afganistán, Obama sigue esforzándose por lograr que el país tenga un régimen que no dé cobijo a los terroristas de Al Qaeda y que en Irak continúa luchando para que suníes y chiíes lleguen a un acuerdo, puedan avanzar en su incipiente democracia y los atentados terroristas disminuyan poco a poco. En Irán, nada definitivo se ha perdido y, por último, el ex senador de Illinois todavía no se ha atrevido a poner a disposición de los tribunales civiles a ninguno de los terroristas presos en Guantánamo, evitando el riesgo de que sean liberados en territorio norteamericano y se conviertan en una amenaza para sus conciudadanos.


Pero el caso es que, con razón o sin ella, a Aznar no le gusta la política de Obama y tiene todo el derecho del mundo a decirlo, defenderlo y argumentarlo allí donde le parezca. Si esa opinión expresada libremente resulta ser más o menos conservadora, tal y como se queja el editorialista de El Mundo, nada hay de sorprendente en ello. Lo sorprendente sería que Aznar expresara una opinión de corte socialista, izquierdista o como quieran sus enemigos que sea.

En el fondo de estas críticas, está la convicción de que el PP no puede ganar unas elecciones generales con sus ideas y que sólo podrá hacerlo si participa del grueso del corpus ideológico del PSOE. Valiente victoria sería esa. Y qué tendría que hacer luego, ¿desenvolver su programa conservador cuidadosamente ocultado a los electores o aplicar el de los socialistas tras aguarlo y descafeinarlo cuanto se pueda para que no sea tan dañino como lo es cuando nos lo arrea el PSOE a las bravas sin anestesia ni nada?

Tony Blair ha desvelado que Aznar le confesó que apoyaba la invasión de Irak a pesar de que sólo era respaldada por el 4% de los españoles. Eso da pie a más críticas a la terquedad de Aznar y a su falta de conexión con los anhelos del pueblo español. Pero, ¿cómo podía evitar Aznar estar a favor de la invasión si realmente lo estaba? Lo que se le ha de criticar es no haber sabido (ni querido) exponer cuáles eran sus razones, que las tenía y eran de mucho peso, ni haberse esforzado por convencer a los españoles de lo necesario de aquella guerra. Pero, aunque lo hubiera intentado y hubiera fracasado, habría seguido teniendo el derecho y la obligación de hacer lo que creyera mejor para su pueblo. En eso consiste la política, y no en hacer lo que las encuestas mandan, que es lo que hacen nuestros políticos y que, por eso, cada vez son más despreciados por sus conciudadanos.


Libertad Digital - Opinión

Efectos del pluriempleo. Por M. Martín Ferrand

María Dolores de Cospedal tiende a confundirnos debido a la multifunción a la que está sometida.

LA disgregación autonómica, una de las notas diferenciales de la España actual, propicia la contradicción constante entre los líderes de un mismo partido, según sea el escenario de sus actuaciones, e incluso promueve, con más frecuencia de la que la seriedad aconseja, que un líder se contradiga a sí mismo en sucesivas apariciones públicas. Por ejemplo, la muy pluriempleada y cabal María Dolores de Cospedal es persona de formación sólida y criterios firmes que, a diferencia con muchos de los de su misma dedicación, acostumbra a decir lo que piensa después de haberlo pensado. Aún así, la multifunción a la que está sometida tiende a confundirla y a confundirnos. En su condición de presidenta del PP de Castilla-La Mancha y aspirante a la sucesión del socialista José María Barreda en la presidencia de la Comunidad, le reprochó a su antagonista regional, en el curso del último pleno de las Cortes, en Toledo, el mal uso, propagandista y despilfarrador, de la CMT, la televisión autonómica a la que llaman «La Nuestra» sin que quede previamente establecido a quién se refiere el pronombre posesivo y quepa la sospecha permanente de que sea, según la mala costumbre establecida en las televisiones públicas españolas, del titular del Ejecutivo.

En su condición de secretaria general del PP, Cospedal no suele expresarse sobre la televisión pública; pero, dado su nivel intelectual y ético, su valoración de las televisiones autonómicas de Madrid y Valencia, las dos principales de las que gestiona el PP, no puede ser muy distinta de la que ha emitido sobre la de su circunscripción regional. ¿Debiera Cospedal, en aras de la rectitud de pensamiento, reclamarle a las televisiones de Esperanza Aguirre y Francisco Camps lo que le exige a la de Barreda?

No es raro, a la vista de este ejemplo, menor entre las contradicciones a que conduce el pluriempleo político, que tome cuerpo la idea de la dimisión de Cospedal para concentrarse en el trabajo electoral de Castilla-La Mancha. Sería una pérdida notable para el PP en su dimensión nacional y un refuerzo definitivo para sus opciones presidenciales en las autonómicas del próximo mayo; pero, ¿estará el indeciso Rajoy en condiciones de evitar la sede vacante en la Secretaría General del PP? No es fácil el relevo de Cospedal y, como asegura Baura, todos somos sustituibles con la única condición de ser sustituídos. El sustituidor que la sustituya, con o sin encuestas de Pedro Arriola, buen sustituidor será. En lo que a las televisiones públicas respecta —más de 3.000 millones de despilfarro anual— lo sensato sería cerrarlas. Sin más.


ABC - Opinión

Basagoiti. Patriotismo ya no queda. Por Cristina Losada

El interés general de Rajoy prescribe que encallen los Presupuestos para forzar una convocatoria electoral. Pero, ¿qué hará para impedir que se entiendan Zapatero y los jeltzales? Podrá criticar las cesiones, pero ¿las retirará si llega al Gobierno?

Antonio Basagoiti tuvo una idea que merecía reflexión. A fin de evitar que el presidente pague religiosamente el peaje nacionalista en la aduana de los Presupuestos, se le ocurrió que seis diputados del PP –el mismo número del que dispone el PNV– podían abstenerse en la votación de las cuentas y permitir, con ese mutis, su aprobación. La propuesta sólo fue tomada en serio por los discípulos del orate Arana y únicamente, como es su estilo, para amenazar a los de Génova: ni lo penséis o ya os podéis despedir de disfrutar de nuestra benevolencia, ésa que tanta falta os va a hacer. Así ha venido funcionando la relación del nacionalismo y los dos grandes partidos, y así proseguirá si nadie lo remedia. Y voluntarios no se ven.

Me dirán que Basagoiti miraba por lo suyo, que es conservar un pacto que le confiere un papel clave en la gobernación del País Vasco. Pero, ¿quién no mira en éste, y en cualquier negocio, por su interés? La cuestión será dilucidar cuál de las particulares conveniencias en disputa pasa el filtro del interés común. Desde el trago del ajuste, Zapatero ha introducido el concepto en su retórica y, naturalmente, siempre coincide lo que necesita este país con lo que necesita él. El interés general del presidente dicta que han de salir los Presupuestos; ergo, la salvación de España está en manos del PNV, que ascendido a socio imprescindible, prepara una factura de quitar el hipo. A López también. Sea cual sea el desenlace, se refuerza la percepción que nutre de clientela a los nacionalistas: son los mejores conseguidores, los más duchos cazarecompensas; y cuantos más hostiles a la Nación, mayores son la pieza y el botín que traen de vuelta a casa.


La idea de los seis ausentes no habrá despertado a Rajoy de sus dulces sueños. Su interés general prescribe que encallen los Presupuestos para forzar una convocatoria electoral. Pero, ¿qué hará para impedir que se entiendan Zapatero y los jeltzales? ¿Subir la oferta? Podrá, cierto, criticar las cesiones, pero ¿las retirará si llega al Gobierno? Aquí, sin excepción, ha mandado santa Rita y lo que unos dan, los otros no lo quitan. Entretanto, cuélguese el cartel habitual, pero con letras más grandes: "Patriotismo ya no queda". Es una antigualla, la pobre, huérfana de demanda.

Libertad Digital - Opinión

La magdalena. Por Ignacio Camacho

El «deber» de Camps consiste en concurrir a las elecciones y ganarlas… o retirarse si acaba imputado antes.

EN las charlas intervenidas de los corruptos, que parecen hablar como temiendo ser escuchados, suele haber un argot muy primario, casi ingenuo, de alusiones veladas y eufemismos simulatorios. Bueno, no siempre: yo he leído prístinas transcripciones de mangantes andaluces que hablaban de «pegarse una jartá de marisco» (sic), de que a cierto fulano «le gusta el cazo» o de que «hay diez mil, ¿entre cuatro a cuánto cabemos?». Pero cuando la trama está un poco mejor organizada, cuando los delincuentes se consideran parte de un mundillo más selecto o son conscientes de la posibilidad de «acabar en los tebeos», emplean un código de encubrimiento que deben considerar blindado a posibles interferencias indiscretas cuando, en realidad, se trata de metáforas tan candorosas que sólo sirven para provocar, al abrirse el secreto de los sumarios, la rechifla de la opinión pública. Así, los intermediarios del caso Ollero se referían a Dragados y Construcciones (DYC) como «el whisky», al constructor Del Pino como «el árbol» y al propio Ollero como «Cacerolo»; y ahora sabemos que los conseguidores de la Gürtel, una mezcla de gente pija aficionada a los coches de lujo y nuevos ricos del cemento y la basura, hablaban de «Barcelona» para aludir a la contabilidad opaca (dinero B) o mencionaban como «la magdalena» a un tal Ortiz, empresario alicantino que lo mismo pagaba (presuntamente) facturas del Partido Popular que se jactaba de comprar otra clase de partidos en su condición de accionista de un equipo de fútbol. Al final, cuando efectivamente salen «en los tebeos» esos turbios trajines de pringue política, lo que queda es una sensación cándida y torpona de culpabilidad consciente, patente en el rudimentario disimulo de esas claves tan obvias, tan elementales, tan evidentes como la propia mangancia que tratan de encubrir con un lenguaje de cripticismo infantil y jeroglíficos de parvulario.

Esa espesa y ya rancia magdalena de Gürtel se le puede acabar atragantando a Francisco Camps en su intento de repetir como candidato a la presidencia valenciana. El visto bueno de Rajoy lleva una cláusula condicional implícita que su cónsul González Pons trasladó este verano al interesado bajo una referencia pública: «Esperamos que cumplas con tu deber», le dijo al todavía Honorable ante la cúpula regional del partido. Es simple: el deber de Camps consiste en concurrir a las elecciones y ganarlas… o retirarse si acaba imputado antes de que se celebren. En pocos casos de corrupción puede sentirse el PP tan políticamente tranquilo; ante un PSOE en descomposición, las encuestas le garantizan la victoria en Valencia con cualquier aspirante y tiene recambios solventes y a salvo de toda sospecha. Con esa magdalena en su despensa, Camps sabe que en cualquier momento se la puede tener que maltragar en el desayuno.

ABC - Opinión

La expansión del Islam radical. Por Rogelio Alonso

«Las garantías que los sistemas democráticos ofrecen constituyen a su vez elementos de vulnerabilidad de los que los extremistas intentan abusar».

La preocupación de expertos antiterroristas por las intenciones de crear una televisión en Madrid para difundir el radicalismo islámico, noticia recogida en diversos medios, revela los intereses expansionistas de una desestabilizadora y fundamentalista interpretación del islam que numerosos actores en España vienen desarrollando. La materialización de semejante proyecto tendría graves implicaciones para la correcta integración de la amplia comunidad musulmana en nuestro país y para el desarrollo de marcos justificativos de violencia terrorista. Aunque la radicalización violenta sigue siendo un fenómeno minoritario en España, sería irresponsable subestimar la expansión que el radicalismo islamista está experimentando. Tampoco conviene olvidar que la planificación de actividades terroristas no ha cesado desde el 11 M, si bien los éxitos policiales han frustrado planes instigados por conductas violentas como las que el extremismo islamista intenta consolidar en la población musulmana.

La eficacia antiterrorista al contener la amenaza terrorista no debe generar autocomplacencia, al ser innegable que numerosos actores trabajan activamente para difundir idearios con los que inspirar a nuevos radicales interesados, no solo en la práctica del terrorismo, sino también en la desestabilización que una inadecuada integración social provocaría. La acción preventiva en este segundo terreno resulta particularmente complicada, ya que a menudo obliga a intervenciones sobre ámbitos legales y en áreas de gran sensibilidad. Por ejemplo, la lógica y necesaria denegación de una concesión de licencia para el peligroso proyecto de una televisión desde la que difundir el radicalismo puede ser criticada por algunas voces como un ataque a la libertad religiosa y de expresión. Pero el temor a una posible polémica no debe inhibir acciones preventivas cuando estas son requeridas. Las garantías que los sistemas democráticos ofrecen constituyen a su vez elementos de vulnerabilidad de los que los extremistas intentan abusar. Por ello la defensa de la democracia exige delimitar una frontera entre posicionamientos radicales pero aceptables y un extremismo político o religioso intolerable que se aprovecha de la amplia protección de libertades que los regímenes democráticos garantizan. De ahí que la imprescindible intervención contra el islamismo radical sea susceptible de generar conflictos que los radicales desean explotar para dificultar la aceptación de normas y valores comunes en los que una óptima integración debe sustentarse. En ese mismo plano pueden incluirse las actividades de algunas asociaciones consideradas legales en nuestro país que, sin embargo, favorecen la creación de ambientes facilitadores para la radicalización violenta.

La corriente salafista, el Tabligh, Justicia y Caridad, o Hizb ut-Tahrir han sido definidas como «puertas de entrada» hacia la radicalización violenta al constituir entornos de socialización susceptibles de ser instrumentalizados por las radicales. Las condenas a la violencia que sus líderes articulan en público son complementadas con la defensa de principios fundamentalistas que revelan ambivalencia frente al terrorismo, lindando a veces con el radicalismo violento. Así, pese a su rechazo verbal del terrorismo yihadista, estas asociaciones se convierten en algunos casos en vehículos facilitadores para la inmersión en idearios radicales que pueden evolucionar hacia una radicalización violenta y la integración en células terroristas. En otros casos la progresión no alcanza esos niveles, obstaculizando sin embargo la integración social de sus simpatizantes, adoctrinados en idearios sustentados en la incompatibilidad del islam con el orden constitucional.

La experiencia antiterrorista confirma que estas corrientes actúan como introducción a la radicalización violenta al erigirse en focos de magnetismo que aportan una importante fuente de captación de adeptos. Lo consiguen proporcionando una cultura radical, convirtiéndose en núcleo de aprendizaje de una ideología receptiva a planteamientos violentos. En esos escenarios se desarrollan discursos comprensivos con el extremismo que coadyuvan a la radicalización violenta, pudiendo transformarse por tanto en antesalas del yihadismo. Aportan asimismo una narrativa histórica compartida y una red social en la que sus integrantes encuentran apoyo y recursos en aquellos casos en los que su radicalización progresa hasta la justificación y disposición para perpetrar atentados. Al hacer frente a esta problemática las autoridades están obligadas a mantener un delicado equilibrio: deben evitar respuestas desproporcionadas de perjudiciales consecuencias, conscientes también de los negativos efectos que acarrea cierta permisividad hacia entidades que preconizan postulados radicales como la instauración de un estado islámico mundial o la defensa de la violencia en contextos como Israel, Afganistán o Irak. Decisiva resulta además la correcta identificación de adecuados interlocutores dentro de la comunidad musulmana con los que prevenir la radicalización, debiendo ser estos actores «no radicales» a diferencia de supuestos «moderados» más bien interesados en la reproducción de una ambigüedad narrativa encaminada a la deslegitimación de valores cívicos no violentos. Los precedentes demuestran cuán contraproducente puede ser la credibilidad que determinados representantes comunitarios adquieren, alimentada por las autoridades tras una errónea definición de objetivos y planteamientos, ya que bajo una apariencia moderada encubren un peligroso radicalismo.

La permisividad hacia ciertas figuras consideradas como «moderadas» dentro del radicalismo ha resultado dañina al debilitar a auténticos «no radicales». Ilustrativa resulta la decisión adoptada por las autoridades británicas en 2009 al romper la interlocución oficial con el Consejo Musulmán Británico después de que uno de sus dirigentes respaldara la llamada de Hamás a atacar tropas extranjeras que impidieran el envío de armas a Gaza. La complejidad que la prevención de la radicalización entraña ha llevado a distintos servicios de inteligencia a apostar por el fortalecimiento de determinados interlocutores confiando en que esa relación favorecería la legitimación de agendas gubernamentales ante la comunidad musulmana. Sin embargo, en el medio y largo plazo han contribuido a difuminar la nítida e innegociable oposición frente al terrorismo que reclama la prevención de la radicalización para evitar la más mínima legitimación de conductas violentas y desestabilizadoras.

Este es el contexto en el que se plantea la creación en España de una televisión para propagar una doctrina radical del islam. Su puesta en marcha permitiría la utilización de un influyente medio de comunicación para el adoctrinamiento en una ideología exclusivista, manipulando emociones mediante la interrelación de agravios locales —entre otros, la prohibición del burka y el niqab— con referentes de solidaridad en un ámbito global. De ese modo avanzarían los radicales en su objetivo de dificultar la integración de los musulmanes en nuestro país, aislándoles de una cultura asentada en el respeto a un conjunto de valores políticos y cívicos incompatibles con una interpretación fundamentalista del islam basada en la politización e imposición de sus dogmas religiosos. La credibilidad que el medio televisivo consigue en las audiencias favorecería la amplificación de una mentalidad victimista reproducida desde algunos sectores musulmanes al surgir tensiones con el potencial de alterar la cohesión social. «Nos sentimos perseguidos», aducen algunos musulmanes cuando la normal aplicación de la legalidad choca con radicales creencias religiosas y visiones del mundo que entorpecen la integración del islam en España.

Así pues, la ausencia de éxitos terroristas por parte del yihadismo no debe hacernos minusvalorar la complejidad de un desafío como el que plantea la progresiva islamización ansiada por numerosos radicales, ni sus negativas consecuencias para una pacífica integración y su relación con futuras expresiones de violencia.

Rogelio Alonso es Profesor titular de Ciencia Política de la Universidad Rey Juan Carlos.


ABC - Opinión

Apoyando a los Castro

La actitud del Gobierno socialista hacia los que reclaman pacíficamente el respeto a los derechos humanos en Cuba ha sido el desprecio más absoluto.

LA visita oficial a La Habana de una delegación de alto nivel del PSOE constituye un gesto de apoyo a la dictadura castrista y a los esfuerzos del Gobierno de Rodríguez Zapatero para avalar la normalización de sus relaciones con la Unión Europea. Aunque intenten vestirlas con un barniz humanitario, las gestiones de Leire Pajín y de Elena Valenciano benefician sobre todo al régimen totalitario, que no ha hecho la menor concesión para mejorar la vida y la libertad de los cubanos, excepto enviar al destierro forzoso a personas que jamás debieron ser encarceladas. Para ayudar a los demócratas habría sido necesario al menos hablar con algunos de ellos, para preguntarles —siquiera por cortesía— su opinión sobre lo que el Gobierno español dice que está haciendo para favorecer la evolución política en la isla. Lamentablemente, desde que el Gobierno socialista expulsó a los disidentes de las recepciones diplomáticas en la embajada de España, su actitud hacia los que reclaman pacíficamente el respeto a los derechos humanos en Cuba ha sido el desprecio más absoluto. No hay ninguna justificación diplomática o política para esta negativa a mantener un contacto con la oposición cubana.

Por ello, los elogios de la delegación socialista al papel de la Iglesia en las negociaciones con la dictadura suenan como un pretexto instrumental para no tener que reconocer que en Cuba sigue habiendo una dictadura que no ha aflojado ni un milímetro las cadenas con las que aplasta a sus ciudadanos. En cuanto a los disidentes que siguen llegando a España, no se les puede negar nuestro apoyo y solidaridad. Al menos, que a aquellos que ahora están con nosotros no les escatimen el reconocimiento como hacen con los que siguen en Cuba.


ABC - Editorial

Opacidad en Defensa

La realidad es terca y no se presta a maquillajes o subterfugios lingüísticos para enmascarar la verdad y eso parece que es lo que está haciendo el Ministerio de Defensa con respecto a la situación de las tropas desplegadas en Afganistán, inmersas en una guerra y no en un «escenario de guerra» como se empeña en describir la situación Carme Chacón. Y no es cuestión de percepciones o de interpretaciones, sino de hechos. Según ha podido saber LA RAZÓN, el mismo día en el que murieron dos guardias civiles y su traductor en un ataque talibán, hubo otros dos a los puestos avanzados de las tropas españolas en Sang Atesh y Muqur. Estos enfrentamientos no son una excepción. Según fuentes militares, se suceden entre tres y ocho ataques diarios. Hay otro dato aun más inquietante con respecto a la labor que en realidad realizan nuestras tropas: si hace un año y medio por cada soldado que realizaba labores de reconstrucción había uno destinado al combate, ahora por cada uno que reconstruye hay cuatro que se dedican a combatir, por lo que es fácil deducir que la situación ha empeorado en los últimos dieciocho meses. Cuanto menos sorprende la peculiar política informativa de Defensa, que nunca da a conocer ni a la opinión pública ni a los propios militares la existencia de estos ataques si no hay heridos o muertos. Sólo sería entendible esa opacidad si, al difundir estos hechos, se pusiese aún más en peligro a las tropas desplegadas en la zona, algo poco probable. La información, tanto por defecto como por exceso, nunca es una buena estrategia, ya que da lugar a especulaciones, lo que es mucho más pernicioso.

Lo cierto es que este Gobierno parece estar más presto a ejercer la fluidez informativa en asuntos de menor relevancia para los españoles. Incluso, en ocasiones, se ha mostrado más que interesado en abrir debates estériles que actuaban certeramente como una cortina de humo para no abordar los problemas que de verdad nos interesan y preocupan. Ocurrió con la crisis económica y, según la información que hoy publica este periódico, también sucede con algunos temas que a Defensa le interesa que no se divulguen. Sobran los ejemplos. Mientras el departamento de Carme Chacón ofrece todo tipo de detalles, sin vulnerar la seguridad de nuestros soldados, sobre las labores de reconstrucción que desarrollan nuestras tropas en Afganistán, es más reticente en dar a conocer cualquier tipo de ataque. Parece que Defensa está más interesada en que cale entre los españoles el mensaje de que nuestras tropas están exclusivamente en misión de paz, aunque lo cierto es que están inmersos en una lucha contra los talibán. Esta ocultación además tiene otra consecuencia que merece la pena que el Ejecutivo tome en consideración: que se omitan sistemáticamente estos ataques sin víctimas puede ser percibido por nuestras Fuerzas Armadas como una falta de respeto al trabajo que diariamente, y en ocasiones a cambio de un alto precio en vidas humanas, desarrollan en la zona. Por tanto sería deseable que Defensa opte a partir de ahora por una política informativa más transparente sin, insistimos y en ese sentido no cabe reprochar nada al departamento de Chacón, poner en riesgo la seguridad sobre el terreno de nuestros soldados.

La Razón - Editorial

Ventana para la paz

Frente al escepticismo y a sus muchos enemigos, arrancan las conversaciones palestino-israelíes.

Israelíes y palestinos negocian por enésima vez la salida al conflicto que les viene enfrentando casi desde hace un siglo por la soberanía de la misma tierra. Desde la Conferencia de Madrid, en 1991, todos los presidentes norteamericanos han intentado, cada uno a su manera, sentar a las dos partes hasta alcanzar la paz, sin que ninguno haya llegado a coronar sus esfuerzos con el éxito. Quien más cerca estuvo fue Bill Clinton, en los últimos meses de su mandato, pero sus intentos fueron desbaratados por la segunda Intifada.

De los avances realizados al final de su presidencia con un Gobierno laborista en Israel salen los llamados parámetros de Clinton, que incluyen la constitución de un Estado palestino y constituyen un legado imprescindible para quien quiera alcanzar la paz. Aunque Bush fracasó con su cumbre de Annapolis, un año antes de abandonar la Casa Blanca, hay que reconocer que su visión de los dos Estados conviviendo en paz y seguridad uno al lado del otro ha contribuido a que la opinión pública más conservadora, incluida la de Israel, asuma finalmente algo que no siempre se venía aceptando como es el derecho de los palestinos a un Estado propio.


Esta es la hora de Obama, cuya idea sobre el proceso de paz es el eje de una amplia estrategia de conjunto para la región que incluye la retirada de Irak, la contención del Irán nuclear y el desenmarañamiento de la rebelión talibán entre Afganistán y Pakistán, donde Al Qaeda mantiene sus cuarteles de invierno.

El desafío es probablemente excesivo, aunque Obama lo haya situado en lo más alto de sus preferencias. Cuenta ya con el boicot de los extremistas de uno y otro lado y con el escepticismo de la mayoría tras tantos fracasos. También con dificultades de toda índole: los actos de terrorismo contra los colonos, el bloqueo de Gaza, la continuación de los asentamientos, la división del campo palestino o la fragmentación política israelí, entre muchos otros. Sin olvidar las dificultades de Obama con su opinión pública conservadora, resentida por los fracasos de Bush y sus neocons y dispuesta a atizar el choque de civilizaciones antes que entregar un éxito a un presidente demócrata.

Es también lamentable la escasa visibilidad de los europeos en la conferencia inaugural. Solo han contado dos de los mayores socios de Bush en su guerra preventiva: Tony Blair, convertido en representante de la UE por desistimiento de los Veintisiete; y Aznar, con sus pullas contra Obama, al que acusa de favoritismo con los países islámicos, en sintonía con la extrema derecha norteamericana.

A pesar de esas dificultades, la necesidad ha abierto de nuevo una ventana para la paz. Las intervenciones del primer día, incluidas las de Netanyahu y de Abbas, y el plan de trabajo presentado por el experto y exitoso negociador que es George Mitchell, permiten esperar que esta vez no vuelva a cerrarse sangrienta y bruscamente como ha venido sucediendo en todas las ocasiones anteriores.


El País - Editorial

Negociaciones frente a la "paz económica"

Israel ha optado por avanzar donde ha visto que se puede avanzar, y por más parciales que sean las mejoras económicas para alcanzar una solución, sin duda han logrado que la situación haya progresado notablemente.

En el año 2000, el Gobierno israelí liderado por Ehud Barak ofreció a los palestinos la práctica totalidad de sus exigencias a cambio de la paz. Eran concesiones con las que buena parte de su propio pueblo estaba en desacuerdo; a su entender iban demasiado lejos. Pero el Premio Nobel de la Paz Yasir Arafat la rechazó y montó su última guerra: la Segunda Intifada, que se llevó la vida de miles de personas, incluyendo unos 1.000 civiles israelís.

Desilusionados con la vía negociadora, Israel optó por tomar el toro por los cuernos y decidió desengancharse por su cuenta de los palestinos, construyendo una barrera de seguridad en Cisjordania y abandonando Gaza en 2005. Los activistas autodenominados propalestinos siempre habían culpado a la ocupación de la violencia que sufría Israel, pero sólo quien no quiere ver podría seguir manteniendo la misma conclusión después de la retirada de Gaza. Hamás ocupó el poder en la Franja y desde entonces se ha dedicado a aterrorizar las poblaciones más cercanas a base de misiles.


Los israelíes, en definitiva, están bastante desengañados tanto con las negociaciones como con las retiradas unilaterales. Por su parte, Abbas tiene poco que ofrecer, dado que no controla Gaza. Además, tanto Israel como Cisjordania están prosperando y viviendo un momento dulce, situación que muchos creen que sólo podría empeorar con un cambio en el statu quo. De modo que el proceso de paz recién iniciado no parece tener muchas perspectivas de fructificar, ni tampoco parece que las consecuencias de un fracaso fueran tan graves como las de Camp David.

Lo único seguro es que para la casi totalidad de la prensa española el culpable de los fracasos del diálogo será Israel y los padres de los éxitos serán los palestinos. No hay más que contemplar el lamentable enfoque de los últimos días, en los que los asesinatos terroristas parecen tener menos importancia que los asentamientos.

Netanyahu llegó al poder con el proyecto de alcanzar la "paz económica", la idea de que según prospere la sociedad palestina, menos interés tendrá en el enfrentamiento y más en la convivencia. Ha dado muchos pasos en esa dirección, incluyendo la eliminación de la mayoría de los puntos de control que reforzaban la seguridad pero perjudicaban la economía. Sin embargo, es cierto que en 1987, cuando estalló la primera intifada, esa "paz económica" ya se había alcanzado. No obstante, la opinión pública en Israel ha cambiado mucho desde entonces, y con un interlocutor moderado por la prosperidad estaría más que dispuesta a apoyar una retirada y la creación de un Estado palestino en Cisjordania.

Este plan es un hilo frágil que puede romperse en cualquier momento, pero que aún así cuenta con mejores perspectivas que las conversaciones que Obama ha forzado entre Abbas y Netanyahu. Sigue demasiado viva la ilusión de solucionar todos los problemas de un plumazo, mediante una sola negociación exitosa. Israel, en cambio, ha optado por avanzar donde ha visto que se puede avanzar, y por más parciales que sean las mejoras económicas para alcanzar una solución, sin duda han logrado que la situación haya progresado notablemente. Las negociaciones tendrán éxito si y sólo si no intentan abarcarlo todo y se limitan a llegar a acuerdos allí donde pueda hacerse. Desgraciadamente, es dudoso que Obama, ansioso por pasar a la historia como muñidor de la paz en Oriente Medio, se conforme con eso.


Libertad Digital - Editorial

Desempleo crónico

La recuperación solo podrá considerarse como tal cuando ni uno solo de nuestros compatriotas se añada a la lista en la que han caído en agosto 61.803 personas más. Nunca antes.

PUEDEN discutir los economistas si la cifra de 61.083 nuevos desempleados en agosto es mala, menos mala o buena, que de todo hay. Pueden los políticos utilizar los argumentos que les brinden los economistas como mejor convengan. Así, es posible que cada uno descanse con la satisfacción del deber cumplido. Justo lo que no pueden hacer las 61.083 personas añadidas en la lista de agosto. Al éxito se le presentan muchos padres. Al fracaso no. Sin embargo, la ciencia, que nunca es concluyente sobre el éxito, sí lo es con el fracaso, que utiliza para refutar hipótesis. La del Gobierno es que las cosas van mejor, que abandonamos la recesión e incluso que llegamos a crear empleo neto. Pero resulta que en agosto del año pasado trabajaban 285.000 personas más, y en agosto de 2008, 1.420.000 personas más que ahora. ¿Puede hablar de éxito un Gobierno que hace dos años se presentó a sus electores con el mensaje «Por el pleno empleo»? ¿Pueden quizá las centrales sindicales justificar el apoyo que han venido dando a un modelo que ha llevado en solo dos años a 1.720.000 personas a perder su trabajo? ¿Cuál es el modelo que propone el Gobierno para devolver el empleo a quienes lo han perdido? ¿Y qué ocurre con los que hay que añadir para llegar hasta los más de 4,6 millones de personas que según la Encuesta de Población Activa del segundo trimestre declaran que buscan trabajo? Dirán los economistas que hemos de celebrar la salida técnica de la recesión por haber crecido unas pocas décimas nuestro PIB. Pero si les preguntamos, también nos dirán que la recesión real viene dada por aquella situación en la que cada vez son menos los que trabajan y más los dependientes. Ese es el caso español. Un claro ejemplo de fracaso. ¿Acaso no hay que reformarlo? ¿Cuál ha de ser el objetivo? ¿Y qué proponen las centrales sindicales?

Una de las pocas cosas por las que en nuestro modelo podemos tener legítimo orgullo es el apoyo que nuestros impuestos dan a quienes padecen la desgracia de haber perdido su trabajo. Son 2,98 millones de personas que reciben de media poco más de 800 euros al mes. Son 30.000 millones de euros que empleamos en dar un soporte básico a los más desfavorecidos. Siendo el coste alto, y aun confiando en que el ritmo de deterioro pueda moderarse, el auténtico coste es despreciar el enorme capital humano que está detrás de esas cifras. Ningún país que se considere avanzado puede permitirse semejante derroche de recursos durante mucho tiempo. La recuperación solo podrá considerarse como tal cuando no haya un parado más que añadir a la lista en la que han caído en agosto 61.803 personas más. Nunca antes.

ABC - Editorial