sábado, 4 de septiembre de 2010

«Megadebate europeo». Por Hermann Tertsch

El debate sobre la capacidad de la sociedad libre de integrar a la comunidad islámica sin perder su identidad ha estallado en Alemania con una virulencia insólita.

Ayer, democristianos y socialdemócratas abandonaron su tradicional recelo a abordar esta espinosa cuestión y coincidieron que estamos ante el principal debate alemán y europeo de los próximos años. Responsable de esta súbita controversia es un libro titulado «Alemania renuncia a sí misma». Pero ante todo su autor Thilo Sarrazin.

Consejero del todopoderoso Bundesbank, destacado miembro del SPD, exministro de Hacienda de la Ciudad de Berlín, Sarrazin —descendiente de hugonotes— ha ocupado y ocupa una multitud de cargos de empresas públicas y privadas que han buscado asesoría de este hombre tan lúcido como provocador. Ahora le quieren echar de todas partes. Y el presidente de la República, Cristian Wulff, debe decidir sobre el cese de Sarrazin como consejero del Bundesbank.

El libro está tan lejos de la corrección política con que se tratan en Alemania las cuestiones de inmigración e integración que ya antes de publicarse había generado indignación. Sarrazin considera que la integración de la comunidad islámica es un fracaso por la incapacidad y falta de voluntad de la misma. Y que sin medidas correctoras urgentes la sociedad alemana está en peligro de perder su identidad.

Frente a las inventivas masivas, Sarrazin ha sido apoyado por personalidades independientes tales como el excanciller socialdemócrata Helmut Schmidt, los filósofos Hans Olaf Henkel, Ralph Giordano, Peter Sloterdijk, el escritor Henry Broder y la socióloga turca Necla Kelek. En todo caso, claro está que los partidos políticos —siempre temerosos a afrontar este problema— no podrán demorar más este debate en Alemania.


ABC - Opinión

Nacionalismo. Asustados de sí mismos. Por Maite Nolla

Roures, el amigo de ZP, también está en contra de la ley del cine, o por lo menos piensa que es mejor subvencionar que multar, sobre todo si la subvención la cobra él.

No pensaba yo que acabaría juntando unas letras elogiosas sobre Duran i Lleida, pero con lo que ha dicho sobre la exigencia del nivel C de lengua catalana a los profesores universitarios no puede tener más razón. Igual que Sala i Martín, que después de hacer equilibrios con la contabilidad del Barça y los vicios de su ex presidente ha debido ser poseído por su lado liberal y se ha manifestado también contrario a la exigencia del patricio Huguet, fino y suave como una escudella catalana o una olla aranesa en agosto. El único que no se entera de nada es Corbacho, al que la exigencia le parece razonable. Ya sólo le falta presentarse en sus foros habituales y en los escenarios en los que ha cosechado sus grandes éxitos, es decir, las casas regionales y las asociaciones de vecinos, y explicarlo. Y si puede ser, mejorar su propio nivel de catalán, muy deficiente.

Yo tengo que reconocer que de la noticia me sorprende la oposición real del sector y que el nacionalismo se haya asustado de sí mismo. Lo que dicen es lo que todo el mundo piensa: lo importante de un profesor es que sea bueno. Lo que pasa es que eso es aplicable a todo lo demás, y en todo lo demás la imposición les parece muy correcta. ¿Por qué no se dice lo mismo de los comercios? Pues seguramente porque no es lo mismo cambiar un simple rótulo, que te obliguen a dar la clase en catalán. Y el pequeño comerciante no ha salido precisamente a defender a sus propios, que no hubiera estado mal, teniendo en cuenta que les multan por rotular en una lengua oficial y no por vender género caducado. El comercio catalán o, mejor dicho, sus representantes, siguen preocupados por el mantenimiento de la marca "pequeño comercio" para evitar la competencia y que los manteros no cuenten con el favor de los políticos.

Un sector que sí se ha opuesto a la imposición es el del cine, y es que desde hace tiempo en las salas de Cataluña, antes de la peli, te pasan un mensaje junto al de "Ahora la Ley actúa", diciendo que "Si el proyecto de ley del cine se aprueba como está previsto, no podrás ver más películas en esta sala" –o algo así, perdón. En la cuestión del cine la cosa ya no es cambiar un vinilo, sino doblar películas y ponerlas en la cartelera para no ganar dinero. Roures, el amigo de ZP, también está en contra de la ley del cine, o por lo menos piensa que es mejor subvencionar que multar, sobre todo si la subvención la cobra él. Pues nada, se lo puede decir al marido de la señora Chacón, que tiene hilo directo con el PSC.

Al margen de la imposición, que es bastante, en el asunto universitario hay una mezcla entre una burda eliminación de la competencia por parte de un sector del profesorado, una reacción contraria de otra parte pronacionalista o no muy mucho, pero que da sus clases en castellano y que no está a sus años por la labor de reciclarse y, también, el miedo de algunas universidades de quedarse con unas instalaciones magníficas, pero con cuatro alumnos y dos profesores. De hecho, el rector de la Universidad de Lérida se echó atrás respecto a una ocurrencia similar, pero para los alumnos, harto como estaba de formar a "gente de fuera", según manifestó. El señor Viñas acabó diciendo que podría frenar la internacionalización de la universidad, aunque el miedo real era perder los alumnos y profesores aragoneses. Es muy bonito tener estación del Ave, universidad y aeropuerto en cada capital de provincia, pero hay que dotarles, digamos, de usuarios.

En fin, habrá que tomarse una copichuela para celebrar que, aunque parcialmente, el nacionalismo se haya asustado de sí mismo.


Libertad Digital - Opinión

Cuando piensa la oposición. Por M. Martín Ferrand

Tras la reunión, nos informó Rajoy que la crisis es grave. Para llegar a tan liviana conclusión, Toledo está demasiado lejos.

ENSEÑABA Sócrates, y así nos lo transmitió Platón, que el mayor de todos los misterios es el hombre. Y eso que el ateniense no conoció a Mariano Rajoy. El líder del PP se encerró un par de días con los grandes capitanes de su tropa política en el Parador de Toledo, un cigarral que se alquila por noches, y, tras el encuentro, estamos en donde estábamos en lo que al conocimiento del partido y sus proyectos respecta. Nos ha quedado, eso sí, una hermosa fotografía de recuerdo en la que el presidente del PP y sus ocho grandes lugartenientes aparecen delante de lo que podría ser una vista general de la ciudad o un cuadro de Benjamín Palencia, de cuando la Escuela de Vallecas andaba en mantillas.

Tras la reunión, nos informó Rajoy que la crisis que padecemos es grave. Para llegar a tan liviana conclusión, Toledo está demasiado lejos. Podrían haberse reunido en la calle Argensola, que les cae enfrente de Génova, y se hubieran ahorrado el viaje, la pernocta y el desayuno. Lo más notable del encuentro, según los voceros de guardia en el PP, son las cincuenta medidas anticrisis que, dicen, a lo largo de los próximos meses irán presentando en el Congreso y en el Senado para mostrarle al Gobierno una camino con el que «crear empleo y aumentar la renta de los españoles». ¿No sería más eficaz y provechoso, sin dejar que el tiempo insista en sus efectos devastadores, presentar ahora, a modo de programa electoral anticipado, ese medio centenar de ideas mágicas? Tal y como nos lo cuentan, ese catálogo de proyectos que el PP dice tener suena a canción infantil de guardería: «Tengo, tengo, tengo. Tú no tienes nada. Tengo tres ovejas en una cabaña. Una me da leche, otra me da lana y otra me mantiene toda la semana».

Lo más concreto que se deduce del cónclave toledano del PP es el anuncio de Rajoy de una iniciativa parlamentaria para que cada comunidad «tenga otras formas para gestionar sus televisiones autonómicas». La formulación es jeroglífica; pero podría querer decir, en traducción libre del rajoyano, que es partidario de privatizar las televisiones autonómicas. En su día ya dijeron eso mismo Esperanza Aguirre y Eduardo Zaplana y el resultado fue el incremento de los costes y del número de canales públicos en Madrid y Valencia. Los despilfarros y las ruinas no son privatizables. Lo que, desgraciadamente, establecen nuestras costumbres es que, por los más diversos y tramposos procedimientos, termine siendo el Estado, a través de cualquiera de sus Administraciones, quien se quede con las ruinas privadas. Lo inútil, costoso y pernicioso es mejor erradicarlo que transformarlo.


ABC - Opinión

Separatistas. Por Alfonso Ussía

Hasta mi otoño vital no supe que El Escorial y San Lorenzo del Escorial son dos municipios. Por el muro que da al sur del Monasterio se establece la frontera. Y no se llevan bien los de arriba con los de abajo. Creo recordar que los de abajo son los del Escorial a secas y los de arriba los de San Lorenzo del Escorial. Podría ser lo contrario perfectamente, porque cuando me lo revelaron se me puso la cabeza como un bombo. Sucede lo mismo, más o menos, con Alcobendas y San Sebastián de los Reyes, y con Elda y Petrel, y con Pasajes de San Juan, Pasajes de San Pedro y Pasajes Ancho, que hay tres Pasajes, manda narices.

Años atrás viajé con Antonio Mingote de Madrid a Villafranca del Bierzo, donde participábamos en el programa «Protagonistas» de Luis Del Olmo. En el kilómetro 38, altura de Villalba, se leía en un cartel: «Madrid independiente». Le faltaba un guión para anunciar un partido de fútbol internacional, el Madrid-Independiente, pero el objetivo era otro. Superado San Rafael, ascenso hacia El Espinar, un segundo mensaje: «Castilla Comunera. Independencia». Sin apercibirnos de ello habíamos salido del Estado de Madrid y nos hallábamos en el Estado de Castilla de los Comuneros, que eran Padilla, Juan Bravo y Maldonado, tres calles muy elegantes de la Milla de Oro de Madrid.


Al fin, La Bañeza. Un nuevo aviso. «León, independiente de Castilla». La nueva nación se presentaba fría y formidable en sus paisajes, transición de la meseta a la bóveda boscosa del norte. Desnudos los robles, los castaños y las hayas, y los ríos, fuertes y tronantes. El Manzanal abajo, Ponferrada, la cuna de Luis Del Olmo y el origen de la ruina de mi familia. Las minas. Gracias a ella me divierto escribiendo. Ponferrada no mostró pretensión alguna de independencia, pero en Villafranca, con el castillo de los Álvarez de Toledo y la calle del Agua, nos fijamos en un nuevo mensaje escrito con grandes letras en una piedra. «Villafranca, independiente de León». En apenas quinientos kilómetros, cuatro gritos de independencia.

Existen centenares de localidades en España, que por su desarrollo y expansión, se han unido a los pueblos vecinos. Lo lógico sería unirlas en un mismo ayuntamiento. Pero en todas ellas me aseguran que si alguien se atreve a proponerlo, no sólo pierde las elecciones, sino que lo empluman. Guecho es un municipio, pero los de Neguri no se consideran de Las Arenas, y menos aún, los de Las Arenas y Neguri aceptan ser equiparados con los habitantes de Algorta. En España, somos nacionalistas de aldea, de horizontes de diez metros, separatistas de comedia bufa. No alcanzo a comprender –beneficios económicos aparte–, las ventajas de los nacionalismos, pero si un hijo del Escorial no se considera hermano de un vecino de San Lorenzo del Escorial, no podemos quejarnos de que existan tarambanas y charranes como Carod, Puigcercós, Laporta, Urkullu, Arzallus y Anasagasti. Es cierto, que ante una amenaza grave, los del Escorial y los de San Lorenzo, los de Elda y los de Petrel, y los de Alcobendas y San Sebastián de los Reyes se unirían. Pero sólo mientras la amenaza permaneciera. La España invertebrada de don José Ortega y Gasset tiene enferma la médula espinal desde los pueblos y las pequeñas localidades. Lo de Cataluña y las Vascongadas es más profundo, por cuanto impera el folclore y el lenguaje diferente. Nada sucederá porque fuera de España se les acabaría el chollo y las lágrimas victimistas. Lo grave es que seamos separatistas respecto a quienes compartimos el mismo rinconcito de aire.


La Razón - Editorial

Crisis por descarte. Por Ignacio Camacho

Corbacho ha servido de mero adorno obrerista en un Gabinete sin pulso en el que todo el mundo lo ninguneaba.

CELESTINO Corbacho es una excelente persona pero no ha sido un buen ministro. Hombre sensato y moderado, aunque de escasa formación, ha servido de mero adorno obrerista en un Gabinete en el que nadie le hacía caso, y menos que nadie el presidente que lo nombró cuando aún se negaba a admitir la crisis y prometía pleno empleo. Ser ministro de Trabajo en una recesión es como ser enfermero en medio de una epidemia, pero Corbacho no ha podido ni siquiera aplicar cuidados paliativos a un mercado laboral desangrado por la hemorragia del paro. Simplemente no le han dejado tocar bola; lo desautorizaban por la mañana, por la tarde y por la noche, lo ninguneaban desde Economía, Industria y hasta Fomento, y lo ignoraban los estrategas de Moncloa. Zapatero lo eligió pensando en otra cosa: quería enderezar su propio error en política migratoria, cuyas consecuencias descargó cínicamente sobre un Jesús Caldera que no había hecho sino obedecerle. Ahora lo deja caer porque la huelga general necesitará alguna víctima propiciatoria (Aparicio lo fue en la de Aznar, en el mismo puesto) y porque le puede venir bien para llamar al voto de los trabajadores en el cinturón de Barcelona. Corbacho estaba incómodo, aburrido y desplazado. No pintaba nada, pero eso también le ocurre a la mayoría de los miembros de este Gobierno exánime.

Un Gobierno que Zapatero va a cambiar según sus necesidades electorales, a base de descartes, lo que augura otra nueva componenda en vez del equipo sólido del que necesita rodearse. Saldrá Trini Jiménez si gana en Madrid y acaso Moratinos si encuentra un mapa de Córdoba en el que aprenderse sus barrios para tratar de ser alcalde. De las mil razones objetivas que tiene para abordar una remodelación urgente y profunda, el presidente elige la más sectaria, mezclando los intereses nacionales y los partidistas como las piezas de un mecano; exactamente la actitud que las consignas socialistas reprochan de continuo al PP. Como táctica para disimular el fracaso de este Gabinete cataléptico no va a funcionar: al final tendrán que salir más ministros porque la mayoría ya son zombies que ni se coordinan ni se hablan ni se escuchan. El manejo de los tiempos presidenciales esta vez ha sido desastroso, y el retraso en los cambios amenaza con dejar sin margen de maniobra a los nuevos.

Aunque es probable que acabe de líder de la oposición catalana tras la previsible marcha de Montilla, Corbacho va a ser el primer ministro que abandone su puesto para ir de relleno en una lista autonómica; hasta ahora todos los que han transitado ese camino —de Chaves, que lo hizo de ida y vuelta, a Mayor Oreja o López Aguilar— eran al menos cabezas de cartel. Como la política es muy ancha y siempre acaba encontrando acomodo confortable a los desalojados, el criterio podría resultar beneficioso si fuese extensivo hasta la propia cúpula: quizá León se esté perdiendo un magnífico alcalde.


ABC - Opinión

PSOE. La dimensión penitencial de la marca ZP. Por Pablo Molina

Votar al PSOE de Zapatero es un acto de mal gusto, una excentricidad que sólo pueden permitirse hacer pública a día de hoy los directivos de las ONGs "progresistas" y algunos profesores universitarios.

En función de los merecimientos acreditados por Zapatero desde que llegó al poder, y especialmente en la presente legislatura, sorprende que el PSOE no esté situado en las encuestas en la zona residual donde campan agrupaciones pintorescas como el Partido Contra el Maltrato Animal, los Socialistas Cristianos Internacionalistas o el CDS.

Su resistencia al desplome sólo se explica por la tendencia natural de una parte del electorado a votar al partido que está en el poder, aunque su decisión agrave todavía más la situación personal del afectado. El simpatizante del PSOE es, a estos efectos, el único que vota con rigor estajanovista en contra de sus propios intereses, especialmente si pertenece a la llamada "clase obrera", que es la que más sufre los rigores del socialismo cuando llega al poder, de ahí que Zapatero todavía mantenga alguna esperanza de que el batacazo previsto para mayo del año próximo no sea definitivo.


El continuo baile de ministros en torno a las listas electorales autonómicas en las regiones donde el PSOE puede sellar su destino de cara a las nacionales del año siguiente parece ser la única estrategia con que cuenta Zapatero para detener la sangría de votos que todas las encuestas le auguran. El todavía presidente se empecina en no ver que es él la principal razón de que las perspectivas electorales de su partido sean tan desastrosas incluso en los comicios municipales, donde lo que se ventila tiene muy poco que ver con los grandes asuntos nacionales.

Votar al PSOE de Zapatero es un acto de mal gusto, una excentricidad que sólo pueden permitirse hacer pública a día de hoy los directivos de las ONGs "progresistas" y algunos profesores universitarios, siempre que pertenezcan a un centro público en la rama de humanidades.

ZP es un activo tóxico al que no quieren ver ni en póster los distintos candidatos autonómicos y municipales, lo que viene a recordarnos la etapa final del felipismo. En los estertores del felipato, en efecto, había candidatos a alcalde del PSOE que hacían figurar en el merchandising electoral únicamente su nombre junto al puño y la rosa. "Vota a Juán Pérez" al lado de un puño encapullado era la propaganda electoral en muchos lugares de España, sin la menor referencia a las siglas del partido en cuyas listas se presentaba el candidato, no sea que al elector le vinieran a la mente Roldán, Filesa o Juan Guerra.

No sabemos todavía cómo van a reaccionar las agrupaciones socialistas para quitarse de encima el baldón de la marca ZP, pero penitencias como esa son siempre algo digno de verse. Y en lo que a mí respecta, también de disfrutarse. Quedan todos invitados.


Libertad Digital - Opinión

La paz sigue muy lejos

TENIENDO en cuenta la larga historia del conflicto israelo-palestino y todos los intentos de negociación en las últimas décadas, que se mantengan conversaciones directas entre Mahmud Abbas y Benjamin Netanyahu ha de considerarse como un elemento positivo. Pero precisamente porque son bien conocidos los resultados de otros intentos precedentes de buscar una solución pacífica al conflicto, se comprende la sensación de desconfianza y escepticismo que prevalece en todo Oriente Próximo. Las posiciones en las cuestiones más espinosas de cualquier negociación —asentamientos, capitalidad de Jerusalén, seguridad mutua, etc.— son tan conocidas a través de la larga historia del conflicto, que se hace muy difícil imaginar cómo pueden ponerse de acuerdo cuando queda tan poco margen de maniobra para que ninguna de las dos partes pueda ceder o aceptar un acuerdo pasando por encima de tanta línea roja.

Y por si la propia complejidad de las negociaciones no fuera suficiente, se sabe que hay muchos adversarios de la paz que no estaban invitados en Washington y que aprovecharán cualquier oportunidad para hacer saltar por los aires todo el proceso, como ha sucedido también con anterioridad. De modo que lo más razonable en este caso es seguir alentando al primer ministro israelí y al presidente de la Autoridad Nacional palestina a que mantengan esa predisposición al diálogo, que es algo ya de por sí mejor que las habituales relaciones tormentosas, y que ambos traten al menos de neutralizar a las fuerzas que prefieren la continuidad del conflicto y que esperan agazapadas para boicotearlo. No hay ninguna garantía de que el proceso vaya a funcionar, pero esto es preferible a cualquier otra alternativa conocida.

ABC - Editorial

Encrucijada educativa

El curso escolar comienza con un récord de alumnos matriculados en el conjunto de las enseñanzas no universitarias y también con obstáculos importantes que salvar. No será un año rutinario, porque está condicionado por dos circunstancias tan poco anecdóticas como la crisis económica y los procesos electorales que esperan a la vuelta de la esquina. El efecto contagio convulsionará, se quiera o no, el desarrollo del curso y las posibles mejoras de un sistema necesitado de cambios y huérfano de la voluntad política para acometerlos.

El frustrado Pacto por la Educación fue una oportunidad perdida para enterrar un modelo heredado de la LOGSE, que condujo a España a una pendiente de retroceso en la formación de nuestros escolares. La buena voluntad y la capacidad para el diálogo del ministro Ángel Gabilondo no fueron suficientes para entender y concretar que España necesita acabar con un sistema adoctrinador e ideológico y no maquillarlo. Una legislación cuyos frutos han sido un 30% de abandono escolar, el doble de la Unión Europea, y que nuestro país ocupe el puesto 32 en la clasificación mundial de Educación, no puede cimentar el futuro, si se pretende que alcancemos el nivel de los países de nuestro entorno.


Es cierto que, a falta de ese Pacto, Gabilondo rescató aspectos puntuales del mismo para ser negociados con las comunidades, y que preservan los objetivos de la educación para la próxima década. Ese Plan de Acción gravita en torno a cinco propósitos: mejorar el rendimiento escolar, modernizar el sistema educativo, un plan estratégico de Formación Profesional, información y evaluación como factores para mejorar la calidad de la educación y el profesorado. El Ministerio se topará con la falta de presupuesto y con una coyuntura electoral que deja a los gobiernos regionales en una situación de interinidad. Por no hablar de que el Plan parece más un catálogo de parches bienintencionados que la intervención global y compacta que se necesita.

En cualquier caso, ese complejo panorama nos aboca a un año escolar para muchos casi perdido. Lo cierto es que, sin dinero y con las administraciones con la mente puesta en las urnas, las dificultades serán extraordinarias. Ese carácter de provisionalidad que lo impregna alimenta la resignación de un colectivo que necesita más estímulos y respuestas y menos incertidumbres.

Los gobiernos socialistas han fomentado históricamente una educación donde la cultura del esfuerzo y de la exigencia no ha existido y donde se ha pretendido minimizar el papel de los padres y del ámbito familiar en la tarea educativa, con injerencias crecientes del poder político. La crisis de valores y de principios que sufre la sociedad ha alcanzado las aulas porque ha encontrado un caldo de cultivo favorable. En este extremo, el nuevo curso escolar ofrece más de lo mismo, además de la decepción de que el Gobierno haya sido capaz de interiorizar que nos jugamos el futuro en la encrucijada educativa.


La Razón - Editorial

Recambio sin cambio

Moncloa rechaza la oportunidad de remodelar el Gobierno para reforzar su autoridad y coherencia

La vicepresidenta María Teresa Fernández de la Vega sorprendió ayer descartando que vaya a haber remodelación del Gobierno con motivo de la salida del mismo del ministro de Trabajo, Celestino Corbacho. Se había dado por supuesto que sería la ocasión que necesitaba Zapatero para abordar un cambio más amplio en la composición del Ejecutivo. El argumento de Fernández de la Vega para descartar esa posibilidad fue que el "único objetivo del Gobierno es trabajar por la recuperación económica", pero se supone que ese sería también el objetivo de la remodelación.

La sorpresa fue reforzada por la afirmación de la ministra de Sanidad, Trinidad Jiménez, de que no se plantea abandonar esa responsabilidad ministerial si es elegida (en las primarias) candidata por el PSOE a la presidencia de la Comunidad de Madrid. Según De la Vega, la salida de Corbacho tiene que ver "con el proceso electoral de Cataluña", lo que sugiere una cierta incompatibilidad entre ambos desempeños. Pero esto no encaja con lo dicho por Jiménez, que incluso citó antecedentes de ministros (Piqué, López Aguilar) que siguieron siéndolo tras ser designados candidatos, y solo en vísperas de las elecciones dejaron el puesto.


Al margen de si la iniciativa de la salida de Corbacho fue suya o sugerida por Zapatero (las fuentes divergen al respecto), el hecho tiene una doble dimensión, según desde donde se observe. Desde el punto de vista del Gobierno, sería una oportunidad para plantear un cambio acorde con el giro político de Zapatero en respuesta a las urgencias de la crisis. Descartada por razones atendibles la presentación de la cuestión de confianza, una remodelación ministerial daría solidez al giro. Especialmente, si los concretos cambios que se efectúen responden a criterios de competencia y eficacia y no tanto a motivaciones de imagen o a compromisos de cuotas diversas, como ha sido costumbre.

Vista desde Cataluña, la recuperación de Corbacho respondería al interés del PSC por movilizar el voto socialista clásico, esencialmente el del cinturón industrial de Barcelona, tras dos legislaturas presididas por el debate del Estatuto y sus derivaciones polémicas, y en las que han aparecido síntomas de desafección de un sector del electorado que vota en las generales y se abstiene en las autonómicas.

Los presidentes de Gobierno suelen ser reticentes a cambiar sus Gobiernos porque hacerlo supone reconocer un cierto error en los nombramientos. A esa razón implícita, Zapatero ha añadido otra, explícita, que tiene fundamento. La de que en momentos de zozobra, cambiar de colaboradores retrasa la toma de decisiones; al menos el tiempo necesario para que los nuevos se pongan al día. Esto puede remediarse en parte recurriendo a personal técnico con experiencia para los segundos niveles. Y en todo caso la remodelación sería también la ocasión para reforzar una coherencia entre los ministros que en los últimos meses brilla por su ausencia.


El País - Editorial

Ahora, a por la obesidad

La Ley de Seguridad Alimentaria no es más que un nuevo asalto a nuestras libertades; un pasito más hacia la voladura de todos los diques de contención del intervencionismo estatal.

Es bien sabido que el principal objetivo de este Gobierno no es el bienestar general de los españoles, sino adaptar la sociedad a su particular molde ideológico. Lo que busca es regular al máximo la vida de los ciudadanos y convertirlos en meros apéndices del Gran Estado. El tabaco, el vino, la Iglesia, el aborto, la memoria histórica o las personas dependientes han sido hasta la fecha algunos de sus objetivos. Ahora, en plena campaña para las primarias del PSM, Trinidad Jiménez ha presentado la Ley de Seguridad Alimentaria con un objetivo muy claro: influir y determinar nuestros hábitos alimenticios

De acuerdo con el texto del proyecto de ley, el Gobierno podrá controlar qué alimentos y bebidas se dispensan en los colegios y podrá sancionar todas aquellas conductas que considere discriminatorias por razón de obesidad. Es decir, por un lado el Ejecutivo trata de poner coactivamente a dieta a niños y a jóvenes en los colegios y, por otro, prohíbe que se pueda practicar uno de los mecanismos con los que cuenta la sociedad para manifestar de manera pacífica aquellas conductas que le desagradan –la discriminación.


Sin embargo, la cuestión de fondo es cómo ha sido posible que lleguemos a esta situación en la que el Estado se cree legitimado para inmiscuirse en las cuestiones más básicas de nuestra vida. Nadie duda de que la obesidad en ocasiones puede ser un problema, pero, en primer lugar, le corresponde a la propia persona determinar si es un problema que le merece la pena corregir y, segundo, en caso de que así fuera debería ser ella (y sus familiares, amigos y otros individuos a quienes pueda pedir ayuda) quienes lo solucionen.

La función tradicional del Estado era simple y llanamente evitar que los individuos se agredieran entre sí. Las actividades que pacíficamente acordaran las personas o aquellas otras que cada cual realizara dentro de su propiedad privada sin afectar al resto de ciudadanos, se consideraban ajenas al imperium estatal.

No obstante, durante las últimas décadas los Estados occidentales han ido asumiendo cada vez más parcelas de control sobre nuestras vidas. Han llegado al extremo de perseguir las conductas de aquellos individuos que sólo se "perjudican" (si es que cabe calificarlo de este modo) a sí mismos. Son los llamados "crímenes sin víctima", en los que el Gobierno sanciona y persigue conductas pacíficas en aras de lograr un objetivo más elevado. En nuestro caso, ese objetivo más elevado es el credo socialista; en concreto el credo de Zapatero, según el cual la sociedad no es más que un conjunto de arcilla moldeable según los estándares de lo políticamente correcto.

El riesgo de este tipo de políticas, más allá de los recortes de libertad de los directamente afectados o del recurso cada vez más frecuente a la vía judicial para resolver problemas sociales, es doble. A corto plazo, las personas se van volviendo menos autónomas y más dependientes de lo que el Gobierno establezca en cada momento qué es bueno y qué es malo; la responsabilidad individual se diluye y el exceso de confianza en los políticos puede conducir a los ciudadanos a seguir acríticamente fines poco recomendables (en Estados Unidos, por ejemplo, existe un enconado debate sobre si la pirámide alimenticia que desde hace décadas promociona su gobierno promueve, o no, dietas poco saludables). A largo plazo, se trata de un nuevo asalto a nuestras libertades; un pasito más hacia la voladura de todos los diques de contención del intervencionismo estatal.

Aun cuando esta ley fuera una mera campaña de propaganda electoral de Trinidad Jiménez sufragada por el erario público, sus efectos a largo plazo sobre nuestra calidad democrática e institucional deberían inquietarnos. Conociendo el sectarismo ideológico del personaje que preside el Ejecutivo (y de cuantos pueden sucederle en el cargo), deberíamos preocuparnos seriamente.


Libertad Digital - Editorial

Crisis de gobierno

Estamos en presencia de otra maniobra oportunista que confunde al Estado con el partido y transmite la impresión de un Ejecutivo que ha perdido por completo el rumbo.

EN una democracia moderna resulta inaceptable la confusión entre el interés general del Estado y el interés particular del partido gobernante. Sin embargo, Rodríguez Zapatero no tiene pudor a la hora de cruzar ese límite infranqueable que separa las instituciones públicas de las coyunturas partidistas. Así lo demuestran una vez más los movimientos de piezas en el seno del Gobierno al servicio de las candidaturas del PSOE en las próximas elecciones autonómicas. Al caso ya conocido de Madrid, con Trinidad Jiménez y el propio Jaime Lissavetzky, se suma ahora la situación de Celestino Corbacho, a quien Rodríguez Zapatero envía de regreso a Cataluña para reforzar en lo posible las expectativas a la baja del PSC. El titular de Trabajo queda así en una situación de interinidad con vistas a la huelga general prevista para el día 29, aunque los planes del presidente no se ven alterados por esta evidente pérdida de peso político del ministro ante los líderes sindicales. Bien es verdad que Corbacho es una de las muchas piezas ya amortizadas en ese proceso de deterioro sin remedio al que Rodríguez Zapatero somete a un equipo incoherente y desbordado por las circunstancias. Es probable también que Corbacho prefiera volver a la política catalana después de una etapa marcada por fuertes recortes a las prestaciones sociales, difíciles de asumir para un dirigente de su perfil. Sea como fuere, el presidente coloca a cada uno según le conviene en cada momento y considera el Consejo de Ministros como un elemento más en el tablero de sus objetivos a corto plazo.

Por esta vía indirecta, Rodríguez Zapatero opta por una falsa solución al dilema entre mantener sin cambios a un equipo que no funciona y abrir una genuina crisis de Gobierno para buscar el impulso político que le permita afrontar con alguna posibilidad de supervivencia el periodo convulso que se avecina. Sin embargo, este camino no conduce a ningún sitio porque poco o nada cabe esperar del ministro que se incorpore sobre la marcha para sustituir a Corbacho. Lo mismo ocurrirá en Sanidad, si es que Tomás Gómez no altera los planes de Ferraz para la candidatura de Madrid. Tal como van las encuestas en Cataluña, tampoco parece que el ex presidente de la Diputación de Barcelona pueda obrar el milagro de evitar la derrota más que probable del PSC. Así las cosas, estamos en presencia de otra maniobra oportunista que confunde al Estado con el partido y transmite la impresión de un Ejecutivo que ha perdido por completo el rumbo.

ABC - Editorial