miércoles, 8 de septiembre de 2010

El embrollo de unas primarias donde Zapatero se la juega. Por Antonio Casado

El otro día atribuí indebidamente a Miguel Barroso, ex secretario de Estado de Comunicación, un papel de asesor en el equipo de Trinidad Jiménez. Me llama para precisar que nada tiene que ver con la campaña de la ex ministra en su disputa con Tomás Gómez por la candidatura socialista a la presidencia de la Comunidad madrileña. Rectifico encantado. No es la primera vez que me intoxican y no será la última.

Además, y por el mismo precio, el de la cordialidad, me quedo con su comentario sobre la aventura emprendida por la ministra de Sanidad, con la escolta de dos compañeros de Gabinete, Blanco y Rubalcaba. “No es que me hubiera importado echarle una mano, pero de haberlo hecho confieso que lo tendría muy difícil”, me dice Miguel.


Y tanto. Se han metido en un buen lío. No solo la ministra, sino quiénes la empujaron, empezando por el presidente del Gobierno y secretario general del PSOE, Rodríguez Zapatero. No han podido hacer mejor las cosas para convertir al líder de los socialistas madrileños en un referente de la política nacional y elevar su índice de conocimiento a cotas que Tomás Gómez, el insumiso, nunca pudo imaginar. Ya solo falta que el Consejo de Ministros y la Ejecutiva Federal le declaren persona non grata para lograr su definitiva consagración.

El enredo es considerable y tendrá consecuencias para Zapatero, por mucho que se empeñe en convencernos de que él no se juega nada en estas primarias. No puede declararse exento después de haberse implicado tanto. Este lunes, ante la Ejecutiva reunida en Ferraz, volvió a mostrar su inequívoca preferencia por Trinidad Jiménez. Si pierde la apuesta, otros se la cobrarán. Dentro y fuera de su partido. Así son las cosas en política.

De modo que sólo saldrá del embrollo si se produce una victoria de su ministra sobre Tomas Gómez en las primarias del 3 de octubre y luego, en las autonómicas de mayo, Esperanza Aguirre pierde la mayoría absoluta y el PSOE sienta a Trinidad Jiménez en la Puerta del Sol. Si la secuencia es otra, Zapatero pagará la apuesta perdida con nuevos desperfectos sobre su ya castigada imagen pública, siendo la mejor de las hipótesis que Gómez saliera airoso en las elecciones autonómicas después de reventar la apuesta de Zapatero en las primarias.

Solo una ventaja tiene la dinámica propia de esta pugna, tal y como se ha planteado. Me refiero al protagonismo que regala a los dos candidatos, sobre todo a Gómez que, efectivamente, partía con una desventaja considerable respecto a Jiménez, tanto en los índices de conocimiento como en los de valoración.

Lo demás son desventajas. Gane quien gane. Si Gana Gómez, Zapatero y Moncloa quedan desautorizados, por no decir en ridículo. Si gana Jiménez, el fantasma de la bicefalia se instalará en el PSM, al menos entre el octubre de las primarias y el mayo de las autonómicas, con una más que probable espantada de Tomás Gómez. Desautorizado por los militantes, lo normal es que dimitiera como secretario general del PSM.


El Confidencial - Opinión

Huelga general. Putaditas sindicales. Por Pablo Molina

Que trinquen todo lo que puedan, que sigan sin dar un palo al agua pero, por favor, dejen de insultar a la inteligencia de los que han condenado al paro con las medidas que tanto aplaudieron en su día.

Ignacio Fernández Toxo ha resumido de forma gráfica el sentimiento del sindicalismo español frente a la huelga general convocada a regañadientes para finales de este mes. Es una faena, sí, porque se trata de hacer un esfuerzo para mostrar cierta discordancia con un Gobierno cuya ideología es ampliamente compartida en las filas de los sindicatos. Todos son de izquierdas y como tal se comportan. Zapatero empobreciendo a las masas obreras y los autotitulados representantes de éstas exigiendo al Gobierno que persista en el error y, de paso, mantenga las subvenciones con que pueden permitirse vivir sin trabajar.

Nada más apropiado, pues, que introducir un elemento grotesco que eleve el conjunto al nivel de astracanada, como ha hecho el otro sindicato minoritariamente mayoritario, incorporando a la campaña de agitación previa a la huelga a un personaje que ya nos hizo en su día avergonzarnos de nuestra nacionalidad.


A día de hoy, lo único que sabemos es que la huelga general no va dirigida contra el Gobierno. Fieles defensores de la metafísica de Zapatero, los sindicatos atribuyen la culpa del desastre económico y social que padecemos a los que no piensan como ellos, apelando a la mohosa retórica de la avaricia capitalista y los desórdenes del mercado como único expediente para camuflar el fracaso estrepitoso de las ideas que todos ellos tratan de imponer a los demás. Es normal, porque ninguno de los profesionales del sindicalismo o el socialismo político tiene el menor contacto con la economía productiva. Si supieran cómo funciona una sociedad no serían sindicalistas ni socialistas.

El simulacro de huelga general es para el desnortado sindicalismo español una trastada, sí, pero más aún para los trabajadores que han perdido su empleo y deben asistir a este bochorno sindical. Que trinquen todo lo que puedan, que sigan sin dar un palo al agua pero, por favor, dejen de insultar a la inteligencia de los que han condenado al paro con las medidas que tanto aplaudieron en su día. Esa sí es una gran putada.


Libertad Digital - Opinión

De verdugo a defensor. Por José María Carrascal

Los terroristas dan la cara, mientras sus comparsas dan sólo el trasero en los ayuntamientos vascos.

«ETA hace saber que hace ya algunos meses tomó la decisión de no llevar a cabo acciones armadas ofensivas». Ese «ofensivas» es impagable. Si hace meses renunciaron a las acciones armadas ofensivas, ¿qué fueron entonces los disparos que costaron la vida al gendarme francés que intentaba detenerles tras un robo de vehículos? ¿Una «acción armada defensiva»? Seguramente. Cuanto ETA viene haciendo no es más que «defender con las armas en la mano al pueblo vasco frente a la estrategia salvaje de su negación y aniquilamiento», según el mismo comunicado. Es decir, que los cientos de muertos, los miles de heridos, las incontables extorsiones, chantajes y amenazas son «acciones armadas defensivas», que sigue reservándose. Como el derecho a seguir cobrando el «impuesto revolucionario», a amenazar a quien les dé la gana y a pegar dos tiros al gendarme francés, al guardia civil español o al policía portugués que intente detenerlos en pleno delito. Para ellos, es «legítima defensa», «lucha por la liberación». ¿Saben ustedes cuántas veces se cita en el comunicado la palabra «lucha»? Pues nada menos que nueve. Si esto es «un paso adelante», como dicen algunos, no sé lo que sería uno atrás. ¿Volar, tal vez, el Camp Nou o el Santiago Bernabéu en un Madrid-Barça? Aunque no quiero dar ideas a esos bestias.

Con ese papelucho impresentable, que la BBC, mostrando una vez más su decadencia, ha dado como noticia cuando es sólo un timo casi tan viejo con el de la estampita, quieren los batasunos y demás filoetarras, que no asesinan, pero tampoco condenan los asesinatos, por compartir sus últimos objetivos, obtener la franquicia para presentarse a las próximas elecciones municipales vascas. Les urge disponer de nuevo de fondos públicos para respaldar la «lucha» citada nueve veces en un comunicado que ni siquiera se digna mencionar la «tregua verificable internacionalmente» que imploraban esos lacayos a los «señores de las pistolas», por no hablar ya de entregar éstas, que es lo mínimo que puede pedirse en estos casos, pues con las pistolas sobre la mesa no se negocia, se conmina.

Uno no sabe a quién despreciar más, a los pistoleros que no renuncian a seguir asesinando con el pretexto de defender a su pueblo o a quienes pretenden seguir apoyándoles desde las instituciones democráticas, para hacer una mofa de éstas. A fin de cuentas, los terroristas dan la cara, mientras sus comparsas dan sólo el trasero en los ayuntamientos vascos y la voz, en las ruedas de prensa.
Aunque el mayor de los desprecios se lo ganan a pulso aquellos que fuera del País Vasco dan crédito a unos y a otros, demostrando ser más idiotas, más cobardes y taimados que ambos.


ABC - Opinión

El vídeo de Méndez. Por Alfonso Ussía

El movimiento sindical que prepara la poco presumible huelga general del 29 de septiembre, se siente feliz. Al fin, ha encontrado la luz del llamamiento masivo. Chiquilicuatre. Méndez se adapta a los nuevos tiempos. Años llevaba preguntándome: ¿Qué hará Méndez para salir del atolladero sindical? Mi pregunta ha obtenido la respuesta adecuada: Chiquilicatre. Hábil producción humorística. Se trata de apoyar la convocatoria a una huelga general contra un Gobierno que ha creado cinco millones de parados, y no se habla del Gobierno. Gran habilidad la de los guionistas sindicales. Se atribuyen los males laborales a Fraga y al empresariado. A eso se le llama rizar el rizo hasta el máximo rizado. A falta de Rodiezmo, Chiquilicuatre.

El problema es que Chiquilicuatre, al que no rebato los elogios artísticos que merece, no tiene aspecto de sindicalista, y menos aún, de componente de un piquete «informativo». De ahí mi admiración por la arriesgada y original idea de Méndez. Para mí, que la huelga está pactada.


Un empleado sumiso que vive de lo que le regala el jefe, no actúa contra su jefe, de no ser tonto. La huelga general convocada por UGT y CCOO es de película de Uganda. Corbacho, con su gran sentido del humor, antes de partir hacia su final político en Cataluña, haría bien en contratar a cualquier pedorra deslenguada de los programas hepáticos para contrarrestar la influencia social de Chiquilicuatre. Por lo menos, la huelga saldría original. Con pocos huelguistas, pero diferente. Y todo quedaría en casa. El Gobierno pagando, los sindicatos recibiendo, Chiquilicuatre cobrando, y los ciudadanos trabajando –los que pueden–, para que uno pague, otros reciban y alguno cobre.

Hay gente para todo. Y mucho me temo que no faltarán las malas lenguas que critiquen con acidez la genial idea de Cándido Méndez, que por otra parte, y como era de esperar en persona de tan acrisoladas virtudes, se niega a hacer público el coste de los vídeos de Chiquilicuatre. Y hace bien. La administración de los honestos dineros sindicales no puede estar expuesta a la vista y conocimiento de todos. Sería contraproducente que los trabajadores de España conocieran el nivel de sueldo de las decenas de miles de sindicalistas de despacho que no hacen prácticamente nada. Y menos aún, poner en duda el milagro de los panes y los peces. Si con las cuotas de los militantes no se puede pagar ni el recibo de la luz, ¿de donde viene el dinero que cobran los ardientes burócratas sindicales?

Viene, sencillamente –algo he oído–, del Gobierno contra el que, supuestamente, van a convocar la huelga. Contra el que los mantiene. Por eso no puede ser una huelga normal, y hay que suavizarla con el humor altísimo de un artista comunicador como Chiquilicuatre, que para colmo de la genialidad, se mete con Fraga, como si Fraga tuviera algo que ver con la actual situación laboral y económica.

Bien por Méndez. Un nuevo sindicalismo ha nacido. Contra cinco millones de parados, Chiquilicuatre.


La Razón - Opinión

¿Realidad o ficción?. Por M. Martín Ferrand

Mientras Mariano Rajoy solicita la ayuda del Apóstol Santiago, Rodríguez Zapatero está no se sabe dónde.

QUIZÁ no sea una casualidad que la temporada operística se inaugurara ayer, en el Teatro Real de Madrid, con Eugene Onegin. La música de Chaikovski, como el gris marengo o el azul marino, le cuadra a las circunstancias más diversas y la novela de Alejandro Pushkin, en la que se sustenta el espectáculo, es un trasvase permanente entre la ficción y la realidad. ¿Hay algo más próximo, mírese por donde se quiera —por el PSOE o por el PP—, al presente político español? Mientras Mariano Rajoy solicita la ayuda del Apóstol Santiago, José Luis Rodríguez Zapatero está no se sabe dónde. Desaparecido. Son dos formas paralelas de presencia mística y ausencia poética que, si se piensa mal —como debe de hacerse siempre en el análisis político—, no concluirá, como en el argumento de Pushkin, con un duelo a pistola entre Oneguin y Vladimir Lenski. Eso solo sería posible en un sistema verdaderamente parlamentario y no en el remedo partitocrático en el que nos hemos instalado.

Aquí y ahora, para nuestra desgracia, la teoría va por un lado y la práctica por otro. En el PP es todo un «ya veremos», algo todavía más tibio que un «Dios proveerá», que tiene el garbo de la invocación al destino y no se encasilla en la miopía de un líder. En el PSOE, y en el Gobierno, están trastocadas todas las funciones. Alfredo Pérez Rubalcaba, convertido en hombre orquesta, lo mismo sirve para, en usurpación de las funciones que les corresponderían a los tres vicepresidentes —políticas, económicas y territoriales—, negociar con el PNV mientras, casualmente y con la BBC a cargo del servicio de mensajería, unos etarras revestidos de fantoche anuncian un acontecimiento pasado y temporalmente coincidente con la nueva situación de Otegui, De Juana, Ternera y otros históricos de la banda.

En ese diabólico y teatral cruce entre la realidad que no se ve, que se intuye, y la ficción que se contempla de modo engañoso y artificial brotan los fantasmas. En el PP tiene más futuro Francisco Camps que Francisco Álvarez Cascos, en cruce vicioso de sus méritos pasados, y en el PSOE, también Rubalcaba —omnipresente, omnipotente y omnívoro— se encarga de armarle la tremolina a Tomás Gómez, un ingenuo que se tomó en serio el principio constitucional de la democracia interna en los partidos políticos y que, no contento con eso y en el error interpretativo de que «socialismo es libertad», se atuvo al reglamento sin esperar a convertir en propias las decisiones jerárquicas de sus mayores. De no ser porque Rubalcaba es un ministro de segunda mano, podría pensarse, siempre con maldad, que está haciendo el rodaje vicepresidencial.


ABC - Opinión

Elecciones. El suicidio del PSC. Por José García Domínguez

Por algo barruntan los estrategas del Govern que sólo una abstención masiva pudiera atenuar en parte los estragos del derrumbe cierto. Y no andan equivocados. De ahí, sin duda, lo rocambolesco del día seleccionado.

Al fin, José Montilla ha puesto fecha al suicidio ritual de la izquierda catalanista, valga la redundancia. Así, si el tiempo y la autoridad no lo impiden, el Waterloo del Tripartito acontecerá el próximo 28 de noviembre. Por lo demás, y como en los dramas clásicos, la crónica de su muerte anunciada bordeará el siempre incierto linde que escinde lo trágico de lo grotesco. Y es que, siguiendo las sabias enseñanzas del Caudillo cuando los primeros de mayo, don José ha optado por contraprogramar las elecciones con un Madrid-Barça en vivo y en directo. Al muy patético modo, pues, el fumbol, genuino opio del pueblo soberano, resulta ser el último conejo con mixomatosis que queda en el fondo de la desgastada chistera del PSC.

Por algo barruntan los estrategas del Govern que sólo una abstención masiva pudiera atenuar en parte los estragos del derrumbe cierto. Y no andan equivocados. De ahí, sin duda, lo rocambolesco del día seleccionado. Un asunto, el catalán, llamado a forzar el preceptivo gasto inútil de saliva en tertulias y corrillos. Empeño más que estéril si se repara en la prosaica evidencia de que, igual aquí que en Lima, el cliente siempre prefiere el original a la fotocopia. Por eso, CiU, a fin de cuentas los genuinos señores de la finca, volverá a regentar el cortijo identitario, ahora sin el concurso de mayordomos y demás asistentes. Al tiempo, sus esforzados capataces meridionales tornarán al extrarradio con una palmadita de agradecimiento en la espalda por los servicios prestados a la construcción nacional.

Porque si algo ha certificado el cambalache estatutario es que mantener la tensión escénica con España; administrar con tino el resentimiento histórico; sostener con el preciso magisterio la calculada, milimétrica ambigüedad que requiere el discurso catalanista no está al alcance de cualquiera. Y mucho menos al de una cofradía de parvenus envanecidos como los que aún ocupan la Plaza de San Jaime. Razón última de que, instalado extramuros de la gramática constitucional, el PSC haya tenido la lucidez política de cavar su propia tumba. Descontados entonces los ocasionales auxilios a Mas de la Esquerra y los de Rajoy, según la ocasión, todo habrá de cambiar para que todo siga igual, tal como ordena, secular e inapelable, la norma siciliana.


Libertad Digital - Opinión

La gran putada. Por Ignacio Camacho

La huelga es, en efecto, una putada, una gran putada para un país que ya está bastante puteado.

A medida que se acerca la fecha de la huelga general los sindicatos empiezan a comprobar el desinterés popular por una movilización que han convocado sin creer en ella, con una clamorosa falta de convicción y una patente mala conciencia que tratan de conjurar con torpes autojustificaciones delatoras de sus propios remordimientos. La frase del camarada Toxo a Félix Madero —«la huelga es una gran putada»— constituye una atribulada y sincera confesión de parte que al menos resulta más honesta que ese desvergonzado vídeo ugetista del Chikilicuatre, en el que se sugiere que la protesta es contra los empresarios y el PP en vez de contra el Gobierno. La falta de solidez argumental de los convocantes revela la inconsistencia de sus motivos; unos piden disculpas por anticipado y los otros se toman la movilización a frívolo cachondeo. Como para confiar en ellos.

A día de hoy, la huelga es una amenaza mayor para sus promotores que para sus destinatarios. El Gobierno está bastante tranquilo porque conoce la falta de eco social de una iniciativa inoportuna y la contradicción que atenaza a los sindicatos, y los empresarios, que serán los paganos de la factura, se toman el asunto con resignación irremediable. Lo único que puede suceder el día 29 es que el sindicalismo español pierda el escaso crédito que le queda entre unos trabajadores desmotivados, que si secundan el paro será en su mayoría por no meterse en mayores líos o porque les saboteen los transportes.


La gente puede estar, y está de hecho, cabreada por la crisis y por el ajuste económico pero no entiende la oportunidad ni el sentido ni la utilidad de la protesta más allá de la necesidad de los sindicatos de justificar su rol teórico, de exhibir un músculo rebelde que se les ha atrofiado en estos años de oficialismo peronista. Y al personal le seduce poco la idea de sufrir un descuento salarial para sacarles las castañas del fuego a unas organizaciones ensimismadas cuya utilidad no han visto por ninguna parte en los últimos años.

En este ambiente desangelado las centrales empiezan a entender que se han tendido una trampa a sí mismas y rebuscan coartadas para su incoherencia. La UGT pretende diluir el objetivo de sus reproches para no molestar al Gobierno hermano y Comisiones, más independiente al fin y al cabo, no logra esconder la sensación autocrítica de hallarse en un callejón sin salida, en una aventura estéril. La huelga es, en efecto, una putada, una gran putada para todos: para sus convocantes, para sus sufridores y en general para un país que ya está bastante puteado. Por eso no se entiende ese sentido ineluctable, como de catástrofe natural, con que la enfocan quienes la han organizado y tienen todavía en sus manos la posibilidad de evitarla.


ABC - Opinión

Incongruencia sindical

A medida que se acerca el día fijado para la huelga general, el 29 de septiembre, más difícil les resulta a los dirigentes sindicales hallar argumentos que la justifiquen sin caer en paradojas y contradicciones. Lo reconoció ayer, tras cumplimentarse el trámite administrativo de la convovatoria ante el Ministerio de Trabajo, Ignacio Fernández Toxo al reconocer que «lo raro sería que la gente nos aplaudiera por hacer la huelga». En realidad, lo raro es que los sindicatos la convoquen y se empecinen en mantenella contra la voluntad mayoritaria de los trabajadores, pues una cosa es que exista un hondo malestar general contra la política económica del Gobierno y otra bien distinta que la forma más adecuada de combatirla sea mediante una huelga general. El grito de «No la hagáis» que se oyó en Rodiezmo este domingo es elocuente por sí mismo. Si, como sostiene el líder de CC OO, el paro es la constatación de que ha fracasado el diálogo social, también es verdad que los sindicalistas son en buena parte responsables de ese fracaso. Pero la autocrítica no figura entre sus virtudes, de ahí que tanto los «ugetistas» como los de Comisiones estén atrapados en un bucle de contradicciones, de falacias e incluso de cinismo político que socava el escaso crédito que les queda ante la sociedad. Resulta esclarecedora, por ejemplo, la campaña de videos puesta en marcha por la UGT mediante la cual pretende desvelar «las mentiras de la crisis» de la mano del actor que popularizó el personaje Chikilicuatre. Lo de menos es que sus guiones sean pedestres y ajenos al buen gusto; lo pasmoso es que para justificar la huelga se ataque groseramente a los empresarios, al PP y a una supuesta conspiración financiera mundial. El ejercicio de funambulismo al que se ha entregado Cándido Méndez para bailar en el alambre de la indignación obrera sin rozar un solo pelo del Gobierno socialista resulta tan circense que hasta su colega Fernández Toxo le ha rogado un poco de coherencia. No será actuando así, con gestos y discursos que rayan la esquizofrenia política, como lograrán movilizar a los trabajadores y convencerles de la necesidad de la huelga general. Por el contrario, de los dirigentes sindicales cabe esperar más responsabilidad y calidad democrática para no entorpecer el camino de la recuperación. Entre otras razones porque tampoco ellos son ajenos a los efectos más dañinos de la crisis en la medida en que anestesiaron al Gobierno socialista mientras la depresión aporreaba la puerta. Unos líderes obreros con visión de futuro, competentes y atentos a la evolución social no se limitan a administrar los logros alcanzados, sino a prever los riesgos de futuro y a actuar con inteligencia. Pero es de temer que el sindicalismo español siga anclado en filosofías del siglo XIX cuyo único horizonte es la reividicación permanente adobada con la mística de clase. De este modo, lejos de evolucionar al ritmo que otros sindicatos europeos, UGT y CC OO se han quedado anquilosadas en un discurso ideológico, partidista y simplón. Mientras en los países avanzados los sindicatos forman parte de la solución a los problemas económicos y empresariales, en España todavía son sólo el problema.

La Razón - Editorial

Cataluña ante las urnas

Montilla señala el 28 de noviembre para unos comicios que marcan un cambio de ciclo

El domingo 28 de noviembre es la fecha elegida por el presidente de la Generalitat para la celebración de las elecciones catalanas. Se trata, como dijo ayer el propio José Montilla, de unos comicios cruciales porque lo que está en juego marcará no una legislatura sino quizá una generación. Soberanistas e independentistas barajan la idea de una consulta, en la que unos quieren poner sobre la mesa el concierto económico para Cataluña, y los otros, ERC en concreto, directamente la independencia.

La sentencia del Constitucional sobre el Estatuto refuerza el voto nacionalista y ha impulsado la opinión independentista, según los sondeos. En cambio, se hace inaudible el mensaje federal del PSC, que podría ser cauce para la mayoría que considera compatible su identidad catalana y española. La idea de un puente entre Cataluña y España, que ha sido gestionando preferentemente por el PSC, tiene los pilares muy desgastados. El 28-N se juega la posibilidad de recomponerlos o, alternativamente, la apertura de un nuevo ciclo con guión nacionalista.


Montilla llegó a la presidencia con la idea de sustituir el eje identitario por el eje derecha-izquierda. Ese planteamiento ya fue bandera del primer Maragall, pero los debates sobre el proyecto de Estatuto, más el radicalismo de ERC, marcaron al tripartito que presidía. La crisis económica pudo en teoría favorecer esa reorientación, pero ocurrió lo mismo que en el resto de España: que el crecimiento del desempleo desgastó ante todo al partido identificado con el poder. Al mismo tiempo, las discrepancias internas del Gobierno, y los intentos de disimularlas, acapararon más atención que los logros de gestión, en temas como la ley de barrios, la modernización de los ferrocarriles de cercanías; o iniciativas garantistas como la instalación de cámaras de vídeo en las comisarías.

El último y lamentable episodio de estas tensiones ha sido la exigencia de nivel C de catalán para los profesores universitarios, a propuesta de Esquerra. La iniciativa finalmente ha sido aparcada pero ha provocado inquietud en numerosos sectores y un notable revuelo nada beneficioso para la izquierda no nacionalista. Capítulo aparte lo constituyen los asuntos de corrupción, que afectan a los dos grandes partidos por igual, al PSC con el caso Pretoria, y a CiU, con el caso Palau. En teoría deben influir escasamente en las urnas, pero contribuyen a la desafección política y a la abstención.

Es posible que los 11 puntos de distancia en intención directa de voto entre CiU y el PSC, registrados por los sondeos, vayan reduciéndose a medida que se acerca la fecha electoral. Nada indica, sin embargo, que las tendencias de fondo vayan a cambiar. Pero el futuro no está escrito. De ahí que quepa esperar de la campaña que sirva para encauzar las emociones y traducirlas en propuestas de gestión útiles para el ciudadano. En caso contrario, Cataluña puede encontrarse con que una muy débil participación incremente todavía más la distancia entre gobernantes y gobernados.


El País - Editorial

Hay que "verificar" a Zapatero

Para verificar que ETA sigue en las mismas y que sus esperanzas de negociar con el Gobierno siguen intactas, basta leer su comunicado. Verificar que Zapatero no ha vuelto a alimentar esas explosivas expectativas nos llevará más tiempo.

El presidente del Gobierno ha esperado a ver cómo reaccionaba la opinión pública ante el último comunicado de "alto el fuego" de ETA para hacer pública, dos días después, su propia valoración. A pesar de que el comunicado etarra es prácticamente un calco del chantajista anuncio de tregua que hizo la banda en 2006, esta vez Zapatero no se ha atrevido a disfrazarlo como una "oportunidad histórica para la paz" ni ha reprendido a los dirigentes del PP, tal y como hiciera entonces Rubalcaba con Rajoy, por no recibir con "sonrisas" la noticia del "alto el fuego". Por el contrario, Zapatero esta vez, aunque haya sido con retraso, ha manifestado su "profunda decepción", al tiempo que ha asegurado que "ya no valen comunicados, sólo decisiones y sólo una, y se dice en pocas palabras: abandono de las armas para siempre". Asimismo, el presidente del Gobierno ha asegurado que quienes están fuera de la legalidad porque no condenan tajantemente la violencia, "están en la misma situación hoy que antes del comunicado".

Antes de entrar en la "decepción" del presidente, convendría recordarle que la situación en la que están ahora muchos por no condenar tajantemente la violencia no es otra, desgraciadamente, que la de ocupar cargos públicos y recibir subvenciones en cientos de ayuntamientos vascos. Y esto es así primero porque el Gobierno de Zapatero y su dependiente Fiscalía no quisieron instar el proceso de ilegalización contra los proetarras, a pesar de que su negativa a condenar la violencia era entonces tan clamorosa como ahora, y porque además el Ejecutivo ha seguido negándose a disolver esos ayuntamientos aplicando la Ley de Bases de Régimen Local.

Dicho esto, sorprende que a un presidente del Gobierno, que supuestamente no ha vuelto a mantener contactos con la banda terrorista, le "decepcione" ahora que los etarras hagan un comunicado en el que vuelvan a dejar de manifiesto tanto su calaña como las chantajistas intenciones por las que suspenden temporalmente su "lucha armada". ¿Cabía esperar otra cosa de los terroristas viendo su historial de crímenes y de treguas? Claro que, ¿qué confianza podemos tener en que Zapatero no haya mantenido contactos con ETA cuando a día de hoy se ha negado a derogar la resolución parlamentaria que aboga por un "final dialogado de la violencia"? ¿Qué confianza podemos tener en que este Gobierno no haya vuelto a las andadas, aun de forma mucho más encubierta, cuando desde hace unos meses lleva a cabo una injustificada política de acercamientos de presos, incluso alguna injustificada excarcelación, sospechosamente paralelas a la decisión de ETA de suspender las "acciones armadas ofensivas"? ¿Qué confianza podemos tener en que no haya habido nuevos contactos entre ETA y el Gobierno cuando el Ministerio del Interior ha ordenado una retirada de escoltas que viene a coincidir sospechosamente con el anuncio de la nueva tregua de ETA? ¿Qué confianza podemos tener cuando un representante político, que no un agente policial infiltrado en la banda, como Eguiguren nos cuenta un día sí y otro también cómo supuestamente respira la banda? ¿Qué confianza podemos tener en un Gobierno que acaba de reformar hipócritamente la ley de partidos en principio para hacer más difícil que se cuelen los proetarras, pero que deja intacto el coladero que no es otro que el monopolio que ostenta la dependiente Fiscalía General del Estado a la hora de poder instar el proceso de ilegalización?

En lugar de hablar de las decepciones que le causa ETA, o de cosas casi tan ridículas como "el abandono para siempre de las armas" (¿cómo se verifica eso?), lo que Zapatero debe garantizar y probar es que en ningún caso va a haber impunidad para los criminales; que en ningún caso esta tregua terrorista va a reducir el nivel de presión policial hacia los terroristas prófugos o que en ningún caso alguien que no condene taxativa e incondicionalmente la violencia volverá nunca a poder presentarse a las elecciones. A este último respecto, aun estamos esperando del Gobierno y de su dependiente Fiscalía una clara advertencia a EA sobre las consecuencias de ilegalización que tendría para este partido si finalmente se ofrece como plataforma de ayuda a los proetarras, tal y como con escaso disimulo ya han comenzado a hacer, también desde hace meses.

En cualquier caso, lo que es evidente es que para verificar que ETA sigue en las mismas y que sus esperanzas de negociar con el Gobierno permanecen intactas, basta leer su comunicado. Verificar que Zapatero no vuelve a alimentar esas explosivas expectativas nos llevará más tiempo. Por de pronto, el deber de todo ciudadano, habida cuenta de su extenso currículum de mentiras, es desconfiar de cada una de sus palabras.


Libertad Digital - Editorial

Una huelga indeseable

El Gobierno no tendría autoridad moral ni política para apuntarse la indiferencia social hacia la huelga —y, por tanto, el fracaso sindical— como un aval de los ciudadanos.

SI, a juicio del secretario general de Comisiones Obreras, la huelga general convocada para el próximo 29 de septiembre es «una gran putada», lo que deberían hacer los sindicatos es cancelarla y ahorrarle al país una jornada de semejante naturaleza. La huelga general no es una obligación, sino una decisión libre de los sindicatos, basada en sus propios criterios y bajo su exclusiva responsabilidad. Por tanto, la huelga del día 29-S será lo que ha dicho Fernández Toxo únicamente porque su sindicato y la UGT quieren que sea así. Esta especie de fatalismo con el que ambas centrales presentan la huelga es especialmente inverosímil por venir de dos organizaciones que han pasado de un extremo a otro: del seguidismo absoluto al Gobierno a la fractura de una huelga general, la cual daña más al conjunto de la sociedad española que al Ejecutivo, suficientemente amortizado por su propia gestión. No obstante, por ese descrédito ganado a pulso por los sindicatos, es probable que la huelga general acabe teniendo menos repercusión que la que desean sus organizadores, algo tan previsible que pondrá a los transportes públicos en el punto de mira de los piquetes para crear un efecto multiplicador en los puestos de trabajo. Ahora bien, el Gobierno no tendría autoridad moral ni política para apuntarse la indiferencia social hacia la huelga —y, por tanto, el fracaso sindical— como un aval de los ciudadanos. Sería, simplemente, la certificación de que los sindicatos no han sabido actuar como se esperaba de ellos. CC.OO, y UGT están emplazados a revisar su papel en el juego democrático de una sociedad moderna, buscando un punto de equilibrio entre las opciones desproporcionadas que han estado eligiendo hasta ahora, es decir, de comparsas del Gobierno a artífices de «una gran putada».

Sobre todo, es necesario que los sindicatos se ubiquen ante el futuro de la crisis, porque seguirán siendo necesarias medidas restrictivas del gasto público y revisiones de algunos presupuestos de las políticas «sociales», como la reforma de las pensiones y la jubilación, que acaba de provocar una jornada de movilizaciones en Francia. No es sostenible el modelo actual de subvenciones y subsidios para todo, de cuya versión actual —una de las causas directas e inmediatas del déficit público que aqueja a España— es responsable Rodríguez Zapatero. Los sindicatos habrán de buscar instrumentos de interlocución más sofisticados que la huelga general y tendrán que renovar su discurso ante la crisis, un discurso fuera de tiempo si sigue anclado en la defensa numantina de un gasto social abocado a la quiebra.

ABC - Editorial